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Viernes 2 de mayo de 2014 | Diario Regional de Zapotlán

Opinión De los planes a las obras

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sta semana el presidente Peña anunció obras de infraestructura por 7.7 billones de pesos. Es una cantidad impresionante. Si a ella sumamos las inversiones privadas que las reformas energéticas y de telecomunicaciones deben generar podríamos estar en el umbral de un periodo de crecimiento que el país necesita con urgencia. El problema reside en que las buenas intenciones traducidas en planes, presupuestos y voluntad política no bastan. El paso de los planes a las obras, que técnicamente se denomina implementación, es el reto que enfrentará la administración en los próximos meses. Y para poder tener éxito es indispensable admitir que existen serios obstáculos para lograr los resultados que se esperan. La ejecución de los ambiciosos proyectos presentados por el Presidente supone que los múltiples instrumentos jurídicos que hay que aplicar tienen un buen diseño normativo; que hay condiciones para una adecuada coordinación intergubernamental (pues cada proyecto requiere la intervención de diferentes actores); que contamos con los mecanismos que permiten una buena interacción entre los gobiernos federal, estatal y municipal así como una administración honesta y eficaz; y que los mecanismos de rendición de cuentas son capaces de asegurar una adecuada ejecución así como castigar los eventuales desvíos que puedan ocurrir. Lamentablemente ninguna de estas condiciones se cumple cabalmente, y por el contrario, hay elementos que permiten suponer que el entorno es francamente adverso. Para botón de muestra bastaría señalar, de acuerdo con cálculos, del profesor Carlos Vilalta del CIDE, basados, entre otros instrumentos, en la Encuesta Nacional de Victimización de Empresas (2012), que una de cada tres empresas (373/1000) ha sufrido actos de corrupción. La versión 2014 del Índice del Estado de Derecho (Rule of Law Index) nos ubica en el lugar 79 de 99 países analizados,

Juan XXIII A la memoria del arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, un santo que pagó con su vida su compromiso con los pobres.

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l cardenal Angelo Roncalli, hijo de una humilde familia de labradores de Sotto il monte, fue electo Papa por el Cónclave cardenalicio cuando contaba casi con 77 años, lo que permitía suponer que no tendría la voluntad y la fuerza para sacudir, como lo hizo, las rancias instituciones eclesiales. Juan XXIII, el Papa bueno, inició su pontificado el 28 de octubre de 1958 y en menos de cinco años rompió inercias, publicó dos encíclicas sorprendentes: Mater et Magistra y Pacem in terris, y convocó al Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) que marcó un quiebre en materia de liturgia, Derecho Canónico, formación sacerdotal, educación y otros temas mayores. Ese Concilio anticipó las conferencias del episcopado de América Latina y el Caribe (CELAM) de Medellín, que inició sus sesiones en agosto 1968, y once años más tarde la de Puebla (1979); ambos encuentros exigieron el regreso de la Iglesia al compromiso originario con los pobres. La sacudida generó inconformidad en los núcleos más tradicionalistas de la Iglesia Católica; el obispo francés Marcel Lefevre repudió los documentos del Concilio, desconoció la autoridad del Papa Pablo VI y fundó la Hermandad Sacerdotal San Pío X. Bastaría la convocatoria al Concilio Vaticano II para valorar la significación y los impactos que generó en la Iglesia católica latinoamericana y, particularmente, en la mexicana, el Papa Roncalli. Su sucesor, Juan Bautista Montini, arzobispo de Milán, profundizólo que había iniciado Juan XXIII. El 26 de marzo de 1967, el Vaticano difundió la encíclica Popularum Progressio en la que Pablo VI analizaba la injusticia “que priva en el trato entre las naciones, de la que hace derivar las amenazas a la paz mundial. El

Sergio López Ayllón siendo el alto nivel de corrupción y la mala calidad de los tribunales algunos de los factores que más explican esta poco honrosa posición. Hay abundante evidencia de la dilución de las responsabilidades que existe en las diversas instancias de coordinación gubernamentales. Podríamos multiplicar los ejemplos: el hecho es que nuestro secular problema de corrupción, falta de seguridad jurídica y mala regulación nos pone en una pésima posición de partida para alcanzar el crecimiento que necesitamos. Para resolver el problema tenemos que reconocer sin ambigüedad los problemas y actuar de manera decisiva. Existen al menos cuatro piezas que podrían mejorar el panorama. Primero avanzar el nuevo diseño institucional para combatir la corrupción, no como un mal de individuos, sino como un problema institucional. Seguir dejando que la iniciativa en materia de anticorrupción duerma el sueño de los justos, en el Congreso es un error que urge enmendar. Necesitamos también avanzar sustantivamente en las políticas de mejora regulatoria, que hoy parecen olvidadas. Requerimos además con urgencia una reforma administrativa que ordene y facilite la acción del gobierno federal. Finalmente es indispensable mejorar los mecanismos de coordinación entre los diferentes niveles de gobierno (o mejor repensar todo el esquema federal), así como asegurar que los diversos organismos en materia de rendición de cuentas puedan actuar de manera conjunta y articulada. Desde la Red para la Rendición de Cuentas hemos hecho algunas propuestas en esta dirección que, aunque bien recibidas, son aún meras ideas. Urge que los tomadores de decisión asuman con serenidad responsable que para crecer necesitamos modificar el entorno institucional. Si no lo hacemos nada de lo prometido sucederá y malgastaremos los recursos y el futuro de todos.

Alfonso Zárate desequilibrio en las relaciones económicas internacionales conduce a la guerra. Determina la miseria en los países pobres que pagan con su hambre, sus enfermedades y su ignorancia, la plétora de las sociedades altamente industrializadas” (Hugo Latorre Cabal, La revolución de la Iglesia latinoamericana) En ese sentido, Juan Pablo II fue la antítesis de Juan XXIII y Pablo VI: un cruzado que se propuso combatir, hasta casi desaparecer, toda expresión de una Iglesia que hablaba por y para los explotados; que promovió el activismo conservador de la Iglesia, se acercó a los poderes planetarios, incluidos dictadores, y llegó a considerar al padre Marcial Maciel “ejemplo para la juventud”. Más allá de su carisma, Karol Wojtyla fue un aliado de los intereses políticos y económicos más conservadores. Tres de los rasgos que definen su periodo son: 1) el fortalecimiento de la corriente fundamentalista del clero; 2) la decisión de eclipsar todo vestigio de la Teología de la Liberación (en México, el eficaz brazo ejecutor de esas políticas fue el delegado apostólico Girolamo Prigione), y 3) la protección al padre Maciel, aunque lo haya hecho “engañado por el diablo”, como arguyen sus defensores. Para algunos cristianos, la canonización de Juan Pablo II es una aberración. Uno de los juicios más severos es el del periodista argentino Eduardo Febbro (La Jornada, 28 de abril): “Se ha promovido a la categoría de santo a un hombre que tiene las manos sucias, que ha cometido la infamia de encubrir a violadores de niños, de besar a dictadores y legitimar con ello el tendal de muertos que dejaban en el camino, de negociar beneficios con la mafia, que ha sacrificado en nombre de los intereses de una parte de un continente, el este de Europa, la misericordia y la justicia de otros, entre ellos los de América Latina.” @alfonsozarate Presidente del Grupo Consultor Interdisciplinario

Algo más que palabras RAZONES PARA LEVANTAR LA VOZ (BRAVO POR LOS RECTORES DE LAS UNIVERSIDADES ESPAÑOLAS)

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ay razones para levantar el tono, acentuando el timbre de las palabras, y mucho más en el ámbito de una Europa basada en la sensatez, lo que representa para los centros de enseñanza superior una fuente de oportunidades, pero también de considerables desafíos. Precisamente, la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), lo viene haciendo desde el inicio de la crisis, cuestión insistida en estos últimos años. Por tanto, me parece un acto de justicia proclamar en viva voz la finalización de las medidas excepcionales que afectan al estudio, a la actividad docente y a la investigación, en suma a la libertad de pensamiento y a la igualdad de acceso. Si en verdad queremos avanzar y abrirnos a la amplitud de la razón, y no a la negación de su grandeza, tenemos que avivar la actividad docente y ser más sensibles con los jóvenes que no tienen medios económicos para formarse. Desde luego, no se pueden endurecer los requisitos académicos, los derechos laborales y las expectativas profesionales de una juventud afanada en el conocimiento, algo que, por otra parte, es propio del ser humano. Fuertes razones, hacen fuertes acciones. Por consiguiente, bravo por los Rectores de las Universidades Españolas por reivindicar otra manera de hacer las cosas, por pedir que los recortes en formación no los sufran quienes más necesitan de las ayudas, por hacerlo claro y profundo. Sin duda, el incremento de los precios públicos de los grados, el de los másteres, afecta a las posibilidades formativas de nuestros universitarios, en un momento especialmente negativo para el empleo, que está ocasionando verdaderas penurias en las familias. Me parece que ningún gobierno, que se precie de democrático y social, puede truncar las esperanzas de la juventud, el derecho a ser dinámicos y a poder explorar el maravilloso mundo de la ciencia y el arte, de la sabiduría en definitiva. No tiene sentido producir tantos licenciados científicos y técnicos y luego no prestarles

Mis razones para la esperanza

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n mi libro Mexicanidad y esquizofrenia esgrimo una tesis impopular. Digo que nuestra corrupción ha permeado desde el vértice a la base de la pirámide social, porque se ha convertido en el aceite del engranaje de la vida nacional. Cierto, en sus orígenes coloniales México se comenzó a corromper desde las élites, pero hoy las corruptelas proliferan tanto entre los ricos y poderosos como entre los clasemedieros y los débiles y desposeídos, porque lo mismo sirven para concentrar la riqueza que para distribuirla. Aunque los beneficios son muy desiguales — no podía ser de otra manera en el país de las desigualdades— casi todos ganan algo, desde la cúpula política, empresarial y sindical que se enriquece obscenamente hasta la policía que muerde, el changarro que vende kilos de a novecientos gramos y la vecindad que se roba la luz con diablitos. Y es que la corrupción también tiene un rostro amable: permite que un burócrata junte a base de mordidas el dinero para pagar la operación de su abuela enferma o que un vendedor ambulante pueda sobornar al juez para sacar a su hermano de la cárcel. Por eso la indignación y la exigencia de cambio suele ser efímera, particularmente cuando los corruptos “salpican”, como dictan los cánones. Ahí está el nuevo y aterrador ejemplo del crimen organizado, que ha envilecido el tejido social en un esquema que va de los grandes capos y los lavadores de dinero a las familias marginadas en las que el padre es halcón, la madre narcomenudista y el hijo sicario. El problema ya es cultural. Empezó con incentivos perversos debido a un mal diseño legislativo que hace más barato, más rápido y en general más conveniente evadir o violar la ley que cumplirla, y con el tiempo trocó en inercia. El antiguo régimen priísta se diseñó para que los pobres votaran por los caciques a cambio de despensas o bolsas de cemento o placas de taxi. Y en la época de vacas gordas, la del desarrollo estabilizador, la clase media

Víctor Corcoba Herrero atención alguna. Los rectores piden que, ante las afirmaciones de una perspectiva de mejoría económica en España, se supriman dichas medidas excepcionales, y dentro de una gestión eficiente y austera, retornen a las Universidades el sentido de las becas y ayudas como garantes de la equidad, volviendo la autonomía de gestión de la actividad docente e investigadora a fluir en un marco de criterios presupuestarios dignos. Téngase en cuenta, que no hay mejor inversión para un país que la formación de sus jóvenes. Para ello, merece la pena consensuar posturas, modernizar estructuras y funcionamiento, recuperar la normalidad de la vida académica, docente e investigadora. Las limitaciones normativas han provocado que las plantillas de profesores, investigadores y personal de administración y servicios, trabajen en precario, lo que, indudablemente, dificulta la función universitaria, docente, investigadora y de gestión. Considero, pues, esencial que el gobierno español priorice y estabilice los temas educativos. Centros universitarios o de investigación no pueden ser víctima de políticas absurdas y necias. Es cuestión de ética racional. El país difícilmente puede salir adelante si no rescata con urgencia la enseñanza superior y el sistema I+D+i. La prosperidad del sistema de ciencia y tecnología depende de los jóvenes investigadores que, por desgracia, muchos se han tenido que ir a otros países en busca de un mayor reconocimiento. Como ya en su momento denunció la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, lamentamos y reprobamos la descoordinación total entre gobiernos y otras instituciones autonómicas y locales, que lo único que han generado es desolación entre personas entusiasmadas. Con estos fatídicos recortes presupuestarios, mientras siguen en abundancia los casos de corrupción y los derroches, una vez más, perdemos el tren de la modernidad y el futuro bienestar basado en la innovación y en el avance del conocimiento, se queda como el cuento de la lechera, en decadencia y miseria. Así no se puede llevar a buen puerto un país, llámese España o Mundo. Víctor Corcoba Herrero/ Escritor corcoba@telefonica.net

Agustín Basave apoyó implícita o explícitamente a un gobierno que sabía corruptor porque la economía crecía y mejoraba su nivel de vida. Pero esa subcultura recibió un serio revés en los años setenta y ochenta, cuando México entró en la espiral de las crisis económicas cíclicas. Se construyó entonces ciudadanía y la realidad se hizo visible: la corrupción no era el efecto ineluctable del progreso sino la causa indeseable del subdesarrollo. Creció la oposición y poco después llegó la alternancia. Por desgracia, el entusiasmo se fue diluyendo en los siguientes dos sexenios, pues los gobernantes del PAN se corrompieron y no dieron los resultados esperados, y el desencanto revivió al PRI. El veredicto del 38% del electorado en 2012 parece resumirse en una frase: si todos son corruptos, que regresen los eficaces. Con todo, lo que de entrada parecía el retorno del cinismo pronto se topó con un nutrido grupo de ciudadanos que ya no muerde el anzuelo. ¿De qué otra manera se puede interpretar el hecho de que el presidente Peña Nieto tenga bajos porcentajes de aprobación y no alcance la popularidad de sus predecesores, que en varios casos encararon circunstancias más adversas que él? He aquí mis razones para la esperanza. Si más de la mitad de los mexicanos es capaz de resistir el enorme aparato clientelar, mediático y propagandístico del gobierno y sacar sus propias conclusiones, México tiene remedio. En mi libro sostengo que, en un país donde lo racional para el individuo es corromperse, la clave de la redención es darse cuenta de que la suma de esas racionalidades individuales da como resultado una irracionalidad colectiva. Por eso resulta muy esperanzador el creciente rechazo que estamos presenciando —quiero creer— a la representación más conspicua del arreglo de la corrupción al que unos se adherían por necesidad y otros por comodidad. De ahí a la depuración por la sociedad del resto de la partidocracia sólo media un paso.


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