EDICIÓN BUEN FIN


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SÁBADO 25 de octubre de 2025 Año 20 • No. 7320 • Pachuca de Soto, Hidalgo México • $5.00 PESOS • SÍGUENOS EN: @diaplazajuarez • Diario Plaza Juárez • www.plazajuarez.mx •


JUAN GABRIEL, POR SIEMPRE
EL ARTE INDÍGENA MEXICANO BRILLA EN VIENA
CONTORNOS LITERARIOS: EL PESO DE LA VIDA. ELEVACIÓN. I
adrón que roba a ladrón” decían algunas publicaciones en redes sociales, luego de que se diera a conocer un robo en el Museo de Louvre, donde cuatro personas sustrajeron valiosas joyas de la corona francesa, valoradas en 88 millones de euros. El hecho sorprendió a todos, debido a que ocurrió frente a decenas de espectadores y minutos antes de que el museo abriera sus puertas, por ello en esta edición conoceremos algunos de los robos a museos más conocidos en la historia. Aunque no está en uno de los museos más visitados, dentro de una vitrina o protegido por un cristal especial, el compositor y cantante mexicano Juan Gabriel, continúa en la memoria de miles de mexicanas y mexicanos, que seguimos entonando cada una de sus canciones.
‘El Divo de Juárez’ llegará a Netflix, con vídeos, audios e imágenes capturadas por el propio músico a lo largo de más de cuatro décadas. Otra joya más que forma parte del patrimonio artístico mexicano es la fotógrafa Graciela Iturbide, quien el día de ayer fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, y durante su discurso señaló "por fortuna, el arte fotográfico no conoce fronteras, ni tiene pasaporte, ni necesita visas, por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y de crear". Y como cada semana, nuestros Contornos Literarios reciben una nueva recomendación, se trata de la novela corta titulada “Elevación”, una obra del novelista y cuentista Stephen King, conozcamos más sobre ella.

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Juan Gabriel, por siempre

Tintes naturales y 'huipiles': el arte indígena mexicano brilla en Viena 6
La vulnerabilidad del Louvre y otros museos

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Recibe Graciela Iturbide el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025
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CONTORNOS LITERARIOS: El peso de la vida. Elevación.
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RELATOS DE VIDA: Desmayo
PEDAZOS DE VIDA: Ataduras

“Se está haciendo un video para cuando yo ya no esté en este planeta, para dejarlo como testimonio”. Hace casi tres décadas, Juan Gabriel pronunciaba estas palabras ante el público del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México.
Corría el año 1997, y el cantante, que celebraba con la grabación de un disco sus 25 años de carrera, era consciente de que ‘El Divo de Juárez’ moriría, pero también sabía que su legado sería eterno. No en vano, vendió 150 millones de discos a lo largo de su trayectoria.
Este enero, Juan Gabriel habría cumplido 75 años. Ahora, Netflix estrena el documental “Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero”, demostrando que, en el caso del artista mexicano, sus palabras no se las lleva el viento y su testimonio sigue tan vivo como ayer.
LA HISTORIA DE UN SUPERVIVIENTE
“Lo más difícil fue haber nacido. Todo lo demás depende de uno mismo. El verdadero fracaso es no darte cuenta lo cerca que estabas de triunfar”, escribía Juan Gabriel en Twitter hace ya más de una década.
Y es que, mucho antes de que la fama llegase a su vida, la historia del divo estuvo marcada por la resiliencia ante la adversidad. Nació bajo el nombre de Alberto Aguilera el 07 de enero de 1950 en Parácuaro, Michoacán, en el seno de una humilde familia de campesinos.
Era el menor de diez hermanos y, con tan solo tres meses, la tragedia marcó su vida. Su padre, Gabriel Aguilera Rodríguez, sufrió un shock tras un incidente con la quema de unos pastizales que se salió de control. A raíz de este suceso, tuvo que ser internado en el hospital psiquiátrico de La Castañeda, en la Ciudad de México… Y nunca regresó.
La dura ausencia paterna fue la inspiración que más tarde daría lugar a la canción ‘De sol a sol’. Ante la cruda situación, la madre de Alberto, Victoria Valadez Rojas, decidió trasladarse con sus hijos a Ciudad Juárez, Chihuahua, en busca de mejores oportunidades.
Pero las dificultades económicas la empujaron a matricular a la futura estrella, en aquel entonces un pequeño de cinco años, en la Escuela de Mejoramiento Social para Menores. Sin embargo, a pesar de la drástica situación, Alberto encontró allí una nueva oportunidad: la música.
Además, también forjó un vínculo en la figura de un profesor: Juan Contreras, un segundo padre para él. Fue por él y por su padre Gabriel por quienes, años después, Alberto elegiría su nombre artístico: Juan Gabriel.
Entrando en la adolescencia, con 13 años, compuso su primer tema, ‘La muerte del palomo’. Apenas dos años más tarde escapó del internado para, entre los bares de Ciudad Juárez, perseguir su sueño,
que posteriormente le llevó a Ciudad de México, donde incluso pasó 18 meses en prisión por un delito de robo que él no cometió.
No fue hasta 1971 que su carrera despegó con su álbum debut, ‘El Alma Joven’, y el sencillo ‘No tengo dinero’. El éxito inicial no fue sino una señal de lo que vendría después: más de mil 800 canciones compuestas a las que más de mil 500 artistas de todo el mundo han dado voz, convirtiéndose en el compositor hispano más versionado de la historia.
‘Amor Eterno’, ‘Querida’, ‘Hasta que te conocí’, ‘Así fue’, son solo algunos ejemplos de los temas imborrables que ha logrado en 45 años de carrera, con un palmarés de más de un centenar de premios, incluyendo 17 Billboards y un Grammy Latino Póstumo.
En cuanto a su vida personal, Juan Gabriel siempre estuvo rodeado de rumores acerca de su orientación sexual. Célebre es su respuesta a una entrevista en 2002 con el periodista Fernando del Rincón, quien le preguntó directamente si era gay: “Dicen que lo que se ve no se pregunta, mijo”, respondió el músico.
Formar una familia, no obstante, siempre fue parte de su camino. Cuando tenía 32 años adoptó a su primer hijo, Alberto Aguilera Jr. Seis años después, se mudó con su mejor amiga, Laura Salas, quien por inseminación artificial dio a luz al único hijo biológico reconocido del artista, Iván Gabriel. También adoptó a Joan Gabriel, Hans Gabriel y Jean Gabriel.
El 26 de agosto de 2016, Juan Gabriel, con 66 años, daba su último concierto, aunque el público que llenaba el The Forum de Los Ángeles no podrían imaginar en aquel momento que formarían parte de ese acontecimiento histórico.
Porque el 28 de agosto de 2016, la muerte de ‘El Divo de Juárez’, a los 66 años, a causa de un infarto conmocionó al mundo y puso fin a la gira MeXXico Es Todo: “Felicidades a todas las personas que están orgullosas de ser lo que son”, había dicho el artista apenas dos días antes sobre el escenario.
Ahora, Netflix estrena la serie documental “Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero”. Dirigida por María José Cuevas, cuenta con vídeos, audios e imágenes capturadas por el propio músico a lo largo de más de cuatro décadas.
Iván Aguilera, hijo y heredero de Juan Gabriel, expresó en la nota de Netflix sus sentimientos ante este proyecto cuando se dio a conocer que sería realizado: “Desde hace bastante tiempo hemos querido llevar a la pantalla una adaptación de su historia real”.
“Todo lo que les canté antes ha sido una hermosa época de mi vida y he querido así compartirla con ustedes”, decía Juan Gabriel a su público hace ya 28 años. Y ahora, a casi una década de su partida, su legado no solo sigue vivo en la música, sino que traza un nuevo capítulo en la pantalla.



Símbolo de la magnificencia artística europea, el museo Louvre atrae a millones de visitantes gracias a la riqueza de su colección: obras que condensan ideas, tiempos y sensibilidades en lienzos, esculturas, joyas y arquitecturas que desafían la temporalidad.
Para proteger este tesoro, el primer museo francés despliega un sofisticado entramado de seguridad; un sistema que, pese a su complejidad y a los sucesivos refuerzos tras cada incidente, sigue mostrando graves fisuras.
DOMINGO, 19 DE OCTUBRE
El gigante del arte occidental acaba de ser escenario de un robo que ha sorprendido a propios y extraños por el descaro del que han hecho gala los delincuentes para introducirse en él, poniendo en evidencia sus medidas de seguridad. En la mañana del domingo 19 de octubre de 2025 cuatro individuos simulando ser operarios accedieron desde la calle por una ventana -a plena luz del día-, a la Galería de Apolo, en el primer piso, mediante una cesta elevadora, burlando inexplicablemente las alarmas de seguridad de esa zona.
En apenas siete minutos, sustrajeron ocho piezas de las joyas de la corona francesa, valoradas en 88 millones de euros, incluyendo una tiara y un broche de la emperatriz Eugenia de Montijo, y un conjunto de esmeraldas de la emperatriz María Luisa. La corona de Montijo fue recuperada poco después, tras caer de manos de los asaltantes durante la huida, aunque sufrió daños.
Este nuevo atraco ha vuelto a poner en evidencia las vulnerabilidades de un sistema de seguridad que a pesar de sus "sofisticadas" tecnologías, sigue sin estar a la altura de la institución.
Y es que este atraco, a treinta minutos de la apertura del museo, y mientras el público recorría ya las salas del museo -incluso existen imágenes de algunos que llegaron a grabar el momento- se perfila ya como uno de los robos más insólitos -con luz y taquígrafos- que ha sufrido uno de los buques insignia de la cultura francesa.
El incidente se produce en un momento en que los trabajadores del Louvre venían denunciando la falta de personal y la excesiva afluencia de público que se permite como factores que comprometen e impiden la buena seguridad del museo.
ROBOS, Y ATAQUES, MÁS SONADOS EN EL LOUVRE
Desde la desaparición de La Gioconda de Leonardo Da Vinci en 1911, hasta el reciente robo de las joyas de Napoleón en octubre de 2025, repasemos brevemente los atracos más célebres en el Louvre.
El retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, conocida también por la Mona Lisa, hoy la pintura más famosa del mundo y protegida del Museo del Louvre, por lo que ha estado cubierta con una lámina de alta resistencia al impacto y aislamiento térmico.
Uno de los episodios más célebres de su historia ocurrió el 21 de agosto de 1911, cuando la obra desapareció de su marco: aquel robo hizo historia.
Según las investigaciones, el robo fue perpetrado por Vincenzo Peruggia, un carpintero que había trabajado en el museo y que creía que la obra debía regresar a Italia. El ladrón conocía bien las instalaciones, por lo que, al cerrar el museo, se escondió y luego salió encubierto bajo una bata de trabajo. Tras anunciarse el robo, los periódicos de todo el mundo publicaron titulares sobre la desaparición del cuadro. La obra permaneció desaparecida durante dos años, hasta que el propio Peruggia ya desesperado por deshacerse de ella, intentó venderla a un marchante en Florencia, pero éste la reconoció y alertó a la policía. Pero la obra más famosa del pintor renacentista, Leonardo da Vinci no gozaba del altísimo reconocimiento antes de aquel suceso ni siquiera ocupaba un lugar muy destacado en el museo. Fue aquel episodio el que contribuyó decisivamente a elevar a La Gioconda a la categoría que ocupa en la historia del arte.
Aunque no fue un robo, décadas después, la Mona Lisa volvió a sufrir un ataque. En 1956, un visitante lanzó ácido al cuadro, dañando parte del lienzo. Este incidente llevó al museo a reforzar sus medidas de seguridad y, años más tarde, a proteger la obra con un cristal blindado.
En 1971 tuvo lugar otro robo importante: la desaparición del cuadro La Vague (La ola), del pintor Gustave Courbet, principal representante del Realismo en la pintura francesa del XIX, una obra que nunca se recuperó. A pesar de los esfuerzos policiales, no se hallaron pistas concluyentes por lo que el caso fue archivado.
En 1983, dos piezas de armadura del siglo XVI desaparecieron de la colección de artes decorativas. El robo, cometido fuera del horario de apertura, no se resolvió hasta cuatro décadas después, en marzo de 2021. Este incidente impulsó la instalación de sistemas electrónicos de vigilancia que, en aquel momento, fueron pioneros en los museos europeos.
En 1998 desapareció la pintura Le Chemin de Sèvres, de Camille Corot, una obra del siglo XIX que nunca fue recuperada. Aquel suceso motivó una completa revisión del protocolo interno de seguridad del museo, que, como se ve nuevamente, ha vuelto a fallar.
Uno de los casos más curiosos de robo de arte es el Retrato de Jacob de Gheyn III, de Rembrandt, considerada una de las pinturas más robadas de la historia. Tanto es así que se está apodada como el “Rembrandt para llevar”. Fue robado por primera vez de la Dulwich Picture Gallery de Londres en 1966, junto con otras dos obras más, y volvió a desaparecer en 1973, 1981 y 1983. En cada ocasión fue recuperado y hoy sigue expuesto en el museo.
Otra obra más antigua como el Políptico de Gante o La adoración del cordero místico, de Jan van Eyck, ha sido sustraída en siete ocasiones, no se libró del saqueo de las tropas de Napoleón en 1794 ni el perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos, el mayor robo de arte de la historia tuvo como escenario el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston, un caso que permanece sin resolverse todavía 35 años después. En la madrugada del 18 de marzo de 1990, dos hombres disfrazados de policías se introdujeron en el museo alegando responder a una llamada. Tras reducir a los guardias de seguridad, robaron trece obras de autores como Rembrandt, Vermeer, Degas y Manet.
Una de las piezas sustraídas más valiosas, El concierto de Vermeer, podría alcanzar los 500 millones de dólares, mientras que Tormenta en el mar de Galilea de Rembrandt fue cortada directamente de su marco. Desde entonces, los marcos vacíos de aquellas obras robadas siguen colgados en el museo como recordatorio de su pérdida.
El Museo Van Gogh de Ámsterdam también ha sufrido varios robos notorios. En 2002, dos cuadros fueron sustraídos tras una intrusión en la que los ladrones utilizaron una escalera y mazos para acceder al edificio. Las obras permanecieron desaparecidas durante catorce años, hasta que fueron halladas en 2016 por la policía en una operación contra la mafia napolitana.
El museo ya había sido víctima de otro espectacular robo en 1991, cuando veinte cuadros valorados en más de 400 millones de euros —entre ellos el célebre Los comedores de patatas de Van Gogh— fueron robados. Las obras fueron recuperadas poco después en un coche abandonado a pocos kilómetros del museo.
Y en Dresde, la famosa Bóveda Verde, que alberga la colección de tesoros más grande de Europa, fue asaltada el 25 de noviembre de 2019. Los atracadores robaron valiosas joyas del siglo XVIII con diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros, de valor incalculable pero imposibles de vender en el mercado debido a su singularidad y fama. Parte del botín fue recuperado en 2022 y los atracadores —miembros de un clan criminal vinculado al crimen organizado— fueron condenados en 2023.





Un proyecto de arte social expuesto en el Museo Etnológico de Viena ('Weltmuseum'), explora a través de los hilos y los colores el concepto del "tiempo" como reliquia ancestral, devolviendo el valor al proceso creativo de artesanas y artesanos tejedores de 30 comunidades indígenas de México. Tintes naturales y bordados con patrones simbólicos. Así son las piezas que el artista visual mexicano Carlos Barrera ha trasladado a la capital austríaca desde las regiones de Oaxaca y Chiapas para su muestra 'Los colores de la tierra', inaugurada durante esta semana y abierta al público hasta abril de 2026. Barrera, profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), inició este proyecto en 2008, con la intención de investigar las técnicas ancestrales de teñido y la relación entre arte, comunidad y memoria. "La obra no es una pieza final, sino la experiencia: las relaciones humanas", contó el artista de 46 años en diálogo con EFE, durante un recorrido por la muestra, situada en una parte del antiguo Palacio Imperial Hofburg. Barrera fue acogido por dos mujeres tejedoras de dos comunidades indígenas durante seis meses, para enseñarle los conocimientos sobre el teñido de textiles que había adquirido durante su investigación.
Se trata de una metodología que se había ido perdiendo en muchos de los pueblos originarios, especialmente a partir del siglo XX, cuando las técnicas ancestrales fueron cambiadas por hilos baratos teñidos de forma industrial.
Ante el interés de las mujeres, el artista tomó la decisión de acercarse también a otras comunidades con el objetivo de impartir formaciones y aprender, al mismo tiempo, cómo eran esos procesos de creación en el trabajo de los artesanos.
"No siempre fue fácil entrar a las comunidades. A veces me abrieron las puertas enseguida; otras, tuve que ganarme la confianza poco a poco. En algunos casos no les interesaron los tintes naturales, y eso también estuvo bien", aseguró Barrera.
Según el artista, el aprendizaje fue mutuo: "Yo comencé como profesor, pero ahora también soy alumno. Las tejedoras me han enseñado sobre iconografía, simbología y, sobre todo, sobre la vida en comunidad, sus valores y formas de respeto".
Las tres salas que componen la exposición, situada en el mismo museo donde se expone el mítico Penacho de Moctezuma, recogen el resultado final de esa investigación, reflejando el rescate del legado colectivo en el que Barrera trabajó durante casi dos décadas.
En la primera sección, telas decoradas y tensadas en telares cuelgan frente a los retratos de las tejedoras, y bajo esas piezas textiles se encuentran los materiales de los que se extraen los tintes de ciertas plantas y animales. Prendas utilizadas en festividades religiosas y elaboradas con tintes a partir de plantas, minerales e insectos del entorno inmediato de las tejedoras, que reciben el nombre de 'huipiles', impresionan en la segunda sala por sus luminosos colores.
La última estancia refleja la situación actual en las comunidades, abarcando el papel de las redes sociales en la difusión del arte textil indígena, además de la exploración de nuevos métodos sobre el tejido, más sostenibles y amigables con el medio ambiente.
"Es un proyecto que nació del corazón, con muchos caminos y objetivos distintos, pero con un mismo hilo que los une: el arte como tejido de tiempo, memoria y comunidad", subrayó el profesor, que trasladó para la muestra en Viena parte de su colección privada.
CARLOS BARRERA INICIÓ ESTE PROYECTO EN 2008, CON LA INTENCIÓN DE INVESTIGAR LAS TÉCNICAS ANCESTRALES DE TEÑIDO Y LA RELACIÓN ENTRE ARTE, COMUNIDAD Y MEMORIA

Inició el día con vitalidad, con mucha energía, con un montón de esperanza. Por fin respiraba con tranquilidad y sentía cómo las cosas estaban mejorando, en varios aspectos de su vida.
Diariamente se encomendada a todos los seres divinos, y ya tenía buen tiempo en que aunque le sucedieran situaciones tristes o desalentadoras, buscaba la manera de ver lo positivo, luego de realizar varias respiraciones profundas para calmar los nervios.
Ese día esperaba la respuesta a una gran oportunidad laboral, lo que cambiaría drásticamente su forma de vivir, después de años de estar en la escasez y casi en la pobreza.
Con la energía a tope, se duchó, vistió, peinó, perfumó, desayunó, lavó los dientes, tomó llaves y cartera, y salió de casa feliz. Cantaba, sonreía y saludaba a todas las personas que pasaban junto a él.
Cuando llegó al centro laboral en donde estaba seguro que ya entraría, luego de tantas pláticas con el director general, lo dejaron esperando por lapso de media hora en la re-
ANA LUISA VEGA
cepción, tiempo que pasó gustoso porque sabía bien que en ese lugar estaría mucho tiempo, una vez contratado.
Se abrió la puerta de la oficina principal y observó cómo el director general despedía a un hombre joven con mucha efusividad, para después llamarlo a él a pasar. Ingresó y se sentó esperando las noticias que le daría.
Ese fue el último recuerdo, porque despertó en el hospital; en la oficina le habían notificado que el puesto se lo habían otorgado a un hombre joven, y al salir del lugar y regresar a casa sufrió un bajón de presión, que le provocó un desmayo en la calle, y al caer, su cabeza golpeó contra el piso.
Después de un mes recordó todo lo sucedido, y lo platicó al personal médico, quienes al escuchar la situación por la que pasaba, le ofrecieron trabajo en el hospital una vez que se recuperara, además de un cuarto para poder vivir. Al escuchar la oferta, las lágrimas le rodaron por las mejillas y volvió a creer en los seres divinos, después de haberlos odiado.

Desde niño, aprendió a temer. No a los monstruos debajo de la cama, sino al silencio que venía después de ellos. Cuando su madre apagaba la luz, el mundo se reducía a un parpadeo entre la vida y la nada. Ese miedo lo acompañó, silencioso, fiel, y agazapado, mientras crecía.
Con el transcurrir de los años, creyó que los temores se habían quedado atrás. Pero cuando cumplió treinta, entendió que los miedos no desaparecen, únicamente cambian de rostro. Ya no temía a la oscuridad, sino al amanecer; a ese instante en que el sol entra por la ventana para recordarle que ha sobrevivido un día más y que, inevitablemente, se acerca al final irremediable.
En cada cumpleaños, las velas parecían arder más lento. “Un año más de vida”, le decían, y él sonreía. Pero por dentro sabía que era un año menos, un pedazo de sí mismo que quedaba atrás, una capa que se desprendía sin que pudiera evitarlo, un pedazo de corteza que se desvanecía en neblinas de angustia y en polvos de tiempo.
A veces, en las madrugadas, despertaba empapado en sudor, quizás su miedo no era a morir, sino a vivir. Vivir sin haber leído los libros que lo esperaban en la estantería, sin haber aprendido los idiomas de los sueños que nunca tuvo, sin haber caminado las calles que miró desde una pantalla.
Entonces comprendió que la vida no escapaba, por el contrario trataba de escapar de ella. Los miedos no lo alcanzaban, simplemente maduraban dentro de él, floreciendo cuando menos lo esperaba. Cada día, el mismo ciclo: despertar, respirar, fingir no tener miedo, y continuar…
Una mañana, mientras el sol entraba nuevamente por su ventana, sonrió. No porque hubiera vencido el miedo, sino porque por primera vez lo entendió. No temía la muerte, temía no haber vivido lo suficiente, supo entonces que había sido inútil todo ese tiempo utilizado en angustia y preocupación, sin embargo, esa misma noche murió a causa de un evento inesperado, como regularmente suele suceder.




La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, que recibió este viernes el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, dijo que se considera una "ciudadana del mundo", como la fotografía, un arte al que ha dedicado su vida.
"Por fortuna, el arte fotográfico no conoce fronteras, ni tiene pasaporte, ni necesita visas, por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y de crear", manifestó durante la ceremonia de entrega de los galardones en el Teatro Campoamor de Oviedo, en España.
Iturbide, autora de instantáneas tan icónicas como 'Nuestra señora de las iguanas', 'Ojos para volar' o 'Mujer ángel', confesó sentirse "muy honrada" por recibir el premio por una hazaña "tan circunstancial" como ha sido pasarse "más de medio siglo" de su vida mirando al mundo por "una ventanita de escasos centímetros cuadrados".
La mexicana considera que la fotografía no es la verdad, sino una "interpretación" de una realidad que el artista "aprehende en función de sus conocimientos, sus emociones, sus sueños y su intuición".
Por eso, todo lo que ha fotografiado le ha "llenado el espíritu" y le ha generado un sentimiento de "comprensión" que se ha convertido en un "buen pretexto" para conocer el mundo y sus culturas, y, más concretamente, su país, México, y su mundo indígena.
Firme defensora del mestizaje, del que se considera una exponente, la autora dijo que, "como la mayoría de los mexicanos", ella es el resultado de "la fusión entre dos culturas" que son dos visiones "casi siempre encontradas" del mundo.
UN REFLEJO DE MÉXICO A TRAVÉS DE SU MIRADA
Iturbide no se siente "dueña" de sus imágenes, ni teme que las utilicen y "hasta que las manipulen", aseguró la fotógrafa, quien señaló que, aunque muchas de sus instantáneas ya forman parte del imaginario mexicano, son tan solo "un reflejo de México" tamizado a través de su mirada.
"Si al ver mis fotos, la gente dice: 'Esto es México', yo contesto: 'No, esto es Graciela Iturbide”, condensó la premiada, reconocida por ser "dueña de una mirada innovadora" en la que combina lo documental con un sentido poético de la imagen y con la que consigue imágenes que "no solo muestran lo que ve, sino también lo que siente".
Esto es lo que le interesa a una artista que busca la poesía, más que la magia, en su fotografía, y que, según confesó, "nunca" ha construido una imagen: todas han sido "fruto del azar y el resultado de un encuentro".
"La fotografía juega con una ambigüedad: desvela un fragmento de realidad que yo procuro volver a velar, con el objeto de no dilapidar el misterio que recoge", recalcó Iturbide.

TÍTULO DEL LIBRO: ELEVACIÓN AUTOR O AUTORA: STEPHEN KING
EDITORIAL: SUMA DE LETRAS AÑO: 2020
FRANISAMAR AZPEITIA CRUZ:
COMUNICÓLOGA EN PROCESO. APASIONADA DEL CINE Y EL DEPORTE.LECTORA EN TIEMPOS
LIBRES. ACTUALMENTE ESTUDIANTE DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO.

Al escuchar el nombre del novelista y cuentista Stephen King, es común que lo relacionemos con el mundo del terror. Algunos conocemos su trabajo literario por títulos que están dentro de ese género. Sin embargo, con el libro “Elevación”, el autor estadounidense demuestra que a pesar de estar encasillado en ese rubro, de vez en cuando puede escabullirse para explorar y brindarnos temáticas totalmente diferentes.
“Elevación” es una novela corta que nos presenta al personaje de Scott Carey, un hombre de mediana edad que sufre un padecimiento extraño: cada día pierde cierta cantidad de peso, pero su apariencia física es la misma. El único cambio que percibe, es la sensación de ligereza que ahora experimenta, en el sentido literal y figurado. El mismo personaje confiesa que, antes de esa “enfermedad” (si es que puede considerarse una), cargaba con mucho peso, sentía cómo se volvía “plomizo”.
Ese sentir “plomizo”, se manifiesta en las páginas del libro como una fuerza invisible, que poco a poco adquiere un poder sobre el cuerpo, que oprime y fija el andar por la vida. De igual modo, esa fuerza se encarga de construir murallas que aprisionan, levantando una barrera que separa el yo del nosotros, así como también, el nosotros del ellos, representado en la gente de Castle Rock (lugar en el que se desarrolla la historia) quienes rechazan a una pareja de lesbianas que llevan apenas ocho meses viviendo en dicho sitio. Cada uno de estos bandos marca su zona defensiva, custodiada por ideologías que impiden el paso, permitiendo la entrada solo al odio y la intolerancia.
No obstante, Scott nos enseña que para conocer y conectar con la verdadera esencia del otro, necesitamos derribar esa barrera y desprendernos de ese peso que nos mantiene atados. Y justamente, en ese soltar y fluir, abrimos la posibilidad para establecer relaciones puras y genuinas con los demás, que pueden convertirse en vínculos de amistad.
De esta forma, la amistad en la novela es un símbolo de ayuda y de consuelo en tiempos difíciles. A veces la presencia de un buen amigo, es lo
único que necesitamos cuando hacemos frente a la adversidad. Un amigo que tiende su mano para sujetarnos bien de ella en cada caída, un amigo que presta sus oídos como resguardo de nuestros desahogos, un amigo que acompañe sin juzgar, que entienda cada una de nuestras decisiones durante el proceso que estamos afrontando.
Así mismo, el libro nos revela otro factor que juega un papel importante dentro de la historia: la muerte. Su presencia es inadvertida, pero está ahí, acechando, contando los días, esperando con ansias el final. Scott presiente la muerte, sabe que su fin está cerca, y en lugar de agobiarse por ello, prefiere centrar su atención en disfrutar cada día que aún le queda por delante: “¿Por qué sentirse mal por lo que no podía cambiar? ¿Por qué no aceptarlo de brazos abiertos?”.
Cuando Scott acepta su destino, comienza percibir la vida diferente, hay una “elevación” que se cuela en su ser, y parece estar presente en aquellas cosas ordinarias de la vida misma: “es una sensación de que uno había ido más allá de sí mismo y podía llegar aún más lejos”. Con lo anterior, Scott nos muestra que cuando la muerte nos está respirando detrás de la nuca, extrañamente nuestra percepción acerca de la vida cambia, su valor parece aumentar, no sólo para nosotros sino también para la gente que nos rodea.
Con esta historia, Stephen King nos exhorta a buscar esa elevación a lo largo de nuestra corta o larga existencia, y no únicamente cuando la muerte está cerca. Ya que, muchas veces damos por sentada que la vida siempre va estar allí, sin en cambio, existe un reloj en cuenta regresiva que avanza día con día, esperando el momento para robar nuestro último suspiro. Desafortunadamente, no podemos escapar de ese final, aunque lo que sí podemos hacer es gozar la existencia desde la ligereza, porque a través de ella, conectamos de forma verdadera con nuestro alrededor y con los otros. Nada tenemos garantizado, todo es un misterio, sólo nos queda recordar que: “La gravedad es el ancla que nos sujeta a nuestras tumbas”.

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