ANÁLISIS.
DOMINGO 5 FEBRERO DEL 2017
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¿Quién necesita espiar a los “wasaperos”? ANTONIO CARMONA Periodista
C
uando se desató mundialmente el escándalo de los Wikileaks, que hasta hoy genera conflictos internacionales, escribí que el escándalo debía llamarse “Whisky leaks”, porque los cabildeos y chismeríos diplomáticos y políticos que se destaparon tenían antecedentes en el mundo internacional, en esos encuentros diplomáticos en que, a medida que trascurre la velada, deslizándose cada vez más fluidamente por el whisky, van saliendo los chismes y las confidencias, sin mirar a quién, ya que en el bullicio festivo de esos encuentros se van desparramando informaciones. Durante décadas de Guerra Fría la socialización whiskera fue incluso más eficaz para el espionaje que las Mataharis. ¡Y eso ya es mucho decir! Lo escribí con conocimiento de causa, ya que en reuniones en que me tocó participar como periodista escuché revelaciones en corrillos en los que era apenas un convidado de piedra, como si fuera sordo. Desde que Marshal MacLuhan nos avisó de que el mundo era una aldea, mucho antes de
Durante décadas de Guerra Fría la socialización whiskera fue incluso más eficaz para el espionaje que las Mataharis. ¡Y eso ya es mucho decir! .
que entráramos en la era de la popularización digital, de los teléfonos celulares y de las redes sociales, las ventanas de Facebok, Twiter, Whatsapp y demás hicieran que la privacidad quedara fuera de juego; la accesibilidad de la información por la vía de esos medios y la incapacidad de adaptarnos a esos cambios de vértigo, sin saber dónde están los precipicios, nos llevaron al uso indiscriminado de medios de comunicación que no estaban bajo nuestro control, ni teníamos sensación del peligro que representaban. Umberto Eco escribió que empezamos a navegar por mares desconocidos, llenos de monstruos y piratas, con la gran desventaja; al contrario que los marinos que se aventuraron, por ejemplo, a participar de la locura de Colón, que tenían conciencia del peligro, temor y, por lo tanto, tomaban ciertas precauciones prácticas y, por si acaso, le rezaban a la Virgen del Rosario. Hasta estuvieron a punto de lincharlo al Almirante por haberlos metido en ese riesgoso entuerto.
Nosotros navegamos por los nuevos mares sin la más mínima precaución; comunicándonos en un espacio público, de fácil acceso, pero sin conciencia del riesgo, pese a los antecedentes internacionales y nacionales que surgen día a día de escándalos por la ingenuidad, estúpida como toda ingenuidad, de que estamos manteniendo una comunicación privada. Es interesante al respecto el debate público internacional que hay entre las instituciones que quieren exigir a las empresas de comunicación de controlar el verdadero descontrol que existe en las redes, desde inconscientes e irresponsables hasta piratas, desde tiburones disfrazados de sardinas hasta violadores y engañadores de menores. Hay tanta bibliografía ya al respecto que da calambre solo pensar en tener que informarse; hay tanta información en los medios formales e informales de graves detonadores de escándalos públicos que no es posible que nadie pueda estar informado que para la utilización de esos excelentes medios de comunicación hay que tomar precauciones, y no ponerse a hablar a los gritos, como en el mercado, o trasmitir fotos sin mirar a quién, ni responder o enviar mensajes a sitios no perfectamente identificados, y mucho menos a hablar como el que está de entre casa haciendo bromas entre un grupo de cuates. Y mucho menos si se trata de un sitio de encuentro de senadores, que, aunque a veces lo olviden ellos, y a veces lo olvidemos los ciudadanos, son una parte esencial de un gobierno democrático. El sitio senatorial, por su forma de comunicación, por su lenguaje, por el uso de signos claros de violencia, estuvo, cuanto menos, desbocado en su comunicación. Pretender que la responsabilidad cae de otro lado, espionaje o cualquier otra forma de captación es secundario, puesto que la responsabilidad –y es democráticamente importante que se aclare– está en la comunicación en sí y a través de medios tan abiertos como si fueran públicos. Salvo en algunas frases e imágenes improcedentes, imprudentes y groseras, de lo que se ha hecho público, no cabe tomar posiciones igualmente imprudentes. Hay que esperar toda la información con la validación
El sitio senatorial, por su forma de comunicación, por su lenguaje, por el uso de signos claros de violencia, estuvo, cuanto menos, desbocado en su comunicación. de la Fiscalía para evaluar el hecho en su total dimensión. No cabe duda sin embargo que se trata de una falta de seriedad de los senadores. ¿Quién necesita espiar a los “wasaperos”?
Tiranicidio JORGE TORRES ROMERO Periodista
El tiranicidio es una palabra que significa “darle muerte al tirano”, es decir, al gobernante o dirigente que ha dejado su rol de líder y protector de sus gobernados y se ha convertido en déspota o criminal. Es una expresión demasiado fuerte. Fue incluso considerada durante el siglo XIV como parte del derecho natural de las personas y que permitía justificar el asesinato del monarca que se convierta en tirano. Fue el senador Miguel Abdón Saguier (PLRA) quien metió esta palabra durante un debate recordando los 28 años de la caída de la dictadura, pero que lo trajo a colación como preámbulo de lo que supuestamente se viene en Paraguay: la tiranía. Pero, ¿cómo interpretar este mensaje del senador Saguier? A mi parecer, resulta evidente que hay un sector de la oposición concentrada en construir todos los escenarios posibles como para generar una crispación que derive en un estallido social. Ese lenguaje de un grupo de opositores nos obliga a mirar con cuidado y con más razón la ciudadanía debe hacer uso de su capacidad de discernimiento para separar la paja del trigo. Y no estoy exagerando cuando digo que percibo a ese sector opositor dibujando estrategias y calentando el ambiente para desestabilizar el país. Desde el “...cuánto cuesta un sicario”, de la señora Desirée Masi, hasta el “... se viene otro Marzo Paraguayo” del senador Silvio “Beto” Ovelar; los “muertos que habrán” que anuncia Luis Aníbal Schupp o el “se abrirán las puertas del infierno” del senador Carlos Amarilla y ni qué decir el tiranicidio que instala ahora en el debate el senador Saguier. Este es el lenguaje del “grupete” como lo denominó la propia Masi. La palabra es la expresión del pensamiento. Está en la mente de
este “grupete” que ocurra una desgracia en el Paraguay. ¿Por qué esta obsesión con hacer que haya enfrentamientos entre paraguayos? ¿No fueron suficientes los hechos luctuosos que tiñeron de sangre los libros de nuestra historia? Es cierto que los golpes ya no se hacen con tanquetas ni granadas, pero, ¿por qué no recurrir a esta herramienta tan democrática como es el sometimiento de un punto de división a la voluntad del soberano? Nuestra propia Constitución la contempla. Si tan grande es el rechazo, el hartazgo y la indignación, a lo que llaman violación constitucional que todos los días expresa ese “grupete” de la oposición, acaso esta no es la manera oportuna e inobjetable de volcar esa desazón de manera silenciosa pero contundente, como es la manifestación del pueblo a través de las urnas. ¿Por qué no nos inmiscuimos y volcamos toda esa energía conspiraticia en una tremenda campaña en la que se asuman las posiciones libremente con los pro y los contra? No hace falta regar de sangre nuevamente la historia. O ese “grupete” de la oposición percibe en el fondo que no tendrá la suficiente capacidad de movilizar y conmover a esa ciudadanía para seducirla con su discurso opositor y ven en la violencia, en el tiranicidio, en el magnicidio y en el sicariato la única forma de eliminar adversarios políticos y acortar el camino para llegar al Palacio de López. Cuando es constante ese reclamo por el supuesto letargo o apatía de una ciudadanía que no reacciona ni se moviliza masivamente, ¿no será precisamente porque ese pueblo no ve razones para hacerlo o no comulga con quienes hoy están encabezando esas protestas? Es muy fácil hablar en nombre del pueblo acomodándolo en el discurso político interesado, pero sería mucho más maduro y absolutamente democrático invocarlo y convocarlo a que se pronuncie tajantemente en un cuarto oscuro y no precisamente en una plaza.