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JUEVES 26 DE ENERO DE 2017
El día que el tambo dice "basta" En San Antonio, visitamos una explotación que cerró hace unos días. Una historia que encuentra el límite con el desastre climático, pero sobre todo con la falta de obras en la principal cuenca lechera. La familia Enrico y las sensaciones en medio de tanta desidia y con un amplio margen de falta de respuestas políticas. Por Elida Thiery – Pasó la lluvia y quedó el agua. Los campos así lo muestran, con el colapso de las napas, con los canales rebalsados y la repitencia de fenómenos que nunca lograron una reacción concreta en obras. Eso es lo que resuena en cada charla entre productores, entre vecinos, lo que a simple vista se refleja. Tomamos la Ruta Provincial 70 hacia el oeste, esa que hace unos años el propio Antonio Bonfatti prometía repavimentar para que no haya víctimas viales y que sigue igual o peor que todos los ingresos a los pueblos, a sus lados. Sorteando los baches, sobre cada margen el agua custodia campos de maíz, algunos de soja y todos los ingresos a los campos. Son pocos kilóme-
tros hasta Colonia Castellanos, el distrito que comparte a su comunidad con San Antonio. Allí hacia el sur nos espera un tractor, el más aguerrido que tiene Ricardo Enrico, que con un carro nos llevará por cinco kilómetros a puro barro y agua por los caminos que debieran al menos estar arenados desde hace mucho tiempo, para que la recolección de leche sea normal. En un banco improvisado, agarrados bien fuerte la travesía empieza a mostrar desde los patos instalados como fauna habitual, hasta lagunas de hectáreas, incluyendo lotes de maíz resecos y podridos, que se llevaron la inversión y el trabajo de lo último de 2016. Martín Enrico va serio mirando alrededor mientras Luciana, la pareja de Ricardo trata de trasladar el
Saliendo del campo inundado, dejando atrás el tambo cerrado.
CASTELLANOS
Ricardo, el mayor de los hermanos Enrico, entre el galpón y su casa.
significado de tanto esfuerzo perdido, mientras mezclamos historias de vida cruzadas, siempre con el condimento de una expectativa positiva hacia adelante. El tractor anda sereno en medio de tanto líquido, como si ese trayecto más apacible mejorara el ingreso al campo, cuando ya se ve el tambo, el corral vacío y la casa que se llenó de agua. Los eucaliptos se erigen en un lago, donde en otro momento estaba la guachera y las reservas de alimentos. La casa que se había hecho para el tambero tiempo atrás sigue cerrada, desde el año pasado cuando el temporal hizo abandonar a este empleado. El alteo de la sala de ordeño, que desde 2006 fue modelo para la empresa Omega, sirvió para poder bajar y a pura
bota de goma recorrer lo posible. Con la fosa inundada, las máquinas están a salvo, ocho bajadas y equipos de frío que esperarán a ser puestos en marcha en otro momento, quizá probados cuando vuelva la energía eléctrica, por la línea que llegó recién a ese campo en 1987. En esta isla nos recibe una completa y simpática familia de gatos, que serán nuestros escoltas en esta estancia cubierta de tristeza en el campo. Quedaron algunos chanchos, uno de ellos ya muy flaco y el perro del tambo que sigue custodiando. Solo están ahí los terneros que nacieron después de la inundación, solo una vaca alimenta a su hijo y a los gemelos que tienen al cuerpo de su mamá que no pudo con el stress del agua tendido en el piso sin vida
desde hace unos días. El galpón inundado resguarda a las herramientas y al tractor que se mojó en abril pasado, junto al corral y desde allí en la odisea del lodo profundo y cubierto de agua llegamos hasta la casa. De allí tuvo que ser rescatada la mamá de Ricardo y de Martín, que con toda la vida entre tambos y campos, ahora espera en el pueblo, en la casa de su hija María Elena, sin siquiera imaginar las postales de su hogar desde hace más de 40 años, porque a ella la evacuaron ni bien empezaba a subir el agua. Después de revisar las instalaciones, en una actividad que hacen cada dos o tres días, tomamos un tiempo para charlar en medio de tanto sol y viento caliente que agobia aún más.
Dejar todo La tradición del tambo se hereda del abuelo y fue en 1975 que la familia Enrico se instala en ese lugar de San Antonio para ocuparse de la explotación. Según Ricardo, además de gustarle, "es lo único que sé hacer" dice orgulloso en medio de un suspiro que lo hace esperar que baje el agua y vuelva a poder trabajar las 28 hectáreas que tiene cada uno de los tres hermanos y las 25 hectáreas de una tía, que hacían del trabajo una manera de vivir, a la que sumaban 16 hectáreas más a dos kilómetros de distancia, todo destinado a la ganadería. Aunque en 2016 se aventuró a cien hectáreas de sorgo a porcentaje y 40 de soja, la agricultura no resultó porque "el agua nos hizo perder todo". Ricardo lo dice con tranquilidad y augurando que el tiempo pase lo (Continúa en pág. 13)