En el año de 1925 vivió en San Andrés un hombre de apellido Teclas, la comunidad sabía que era un bandido porque lugar que pisaba, lugar que asaltaba, sin importarle cometer los robos a la gente de su misma localidad. Un día, el pueblo se hartó. Pensó que no era posible que este sujeto amedrentara a todos estando en sus propias tierras, y los hiciera vivir intranquilos y con miedo. Además ya estaban cansados de sus delitos sin pagar. Fue entonces cuando los ejidatarios se organizaron para terminar con el desasosiego que les traía el alma como prendida de un hilo. Decidieron que las fechorías y hurtos del Teclas, acabarían de una vez por todas y se propusieron atraparlo para entregarlo a la justicia. Al parecer, en la ansiada detención del Teclas hubo momentos de ensayo y error, pues siempre que lo intentaban capturar salía huyendo victorioso, hecho que acrecentaba su pericia y cinismo, mientras que la lucha por la seguridad de los habitantes de San Andrés, era burlada una vez más. Sorpresivamente, llegó el momento deseado. De nuevo el Teclas había cometido un robo en el pueblo; los hombres salieron a buscarlo para detenerlo, no les llevó mucho tiempo encontrarlo porque se toparon con él en lo quehoy es la Escuela Primaria Tiburcio Montiel –terreno que anteriormente era propiedad del bandido–. Al parecer, cuando ya todo estaba a minutos de consumarse –pues lo tenían acorralado–, el Teclas, experimentado en la huida, salió “corriendo como chiflido”, y sin más, alcanzó a meterse hacia dentro de una chocita ubicada a un lado de la calle Cinco de Mayo, donde él mismo vivía con su abuelita. Los que lo persiguieron se dieron cuenta de que se ocultó allí adentro. Enfurecidos y frustrados, lo fueron persiguiendo hasta llegar a la casa. Cuando entraron se percataron de que allí únicamente estaba su abuelita, sentada, tejiendo con serenidad y calma. Nunca mostró una mirada de sorpresa al ver a esa bola de hombres dentro de su casa. Todo lo contrario, hasta les dio las buenas noches. Éstos, por más que voltearon para revisar cada rincón y hasta donde pudieron ver sus ojos, no advirtieron el rastro del Teclas por ninguna parte. Le preguntaron a la viejecita por él y obviamente ella dijo que allí no estaba su nieto, que ya tenía días de no haberlo visto ni saber nada de su paradero.
MITOS Y LEYENDAS DE LOS NUEVE PUEBLOS DE TLALPAN