GOLPE DE TIERRA / Marisol San Jorge

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Índice

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Textos

Prólogo

Doble tempo

Juan José

Las damas del buen morir

Jesús

Amparo Larga

Tajada*

Ya nos hambrearon una vez*

Mediodía Lunes 02

Oír*

A la oración se riega el monte*

María Milagros Yeso

Asencio

La piedra en el pan*

El olvido de los perros

Ciño

Limón

Mirar* Noel

Mercurio

El cóndor, la rata y el gorrión

Soledad

Arrorró*

Agradecimientos

Sobre Marisol San Jorge

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y piezas escritos en ocasión de distintas exposiciones entre los años 2005 y 2024.

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Marisol San Jorge escucha voces, está acostumbrada. Dice que son metálicas. En este libro esas voces se encuentran con otras, hechas de piedra, de hueso, de los balidos de las cabras y de las plegarias que vienen del cerro. Son las voces de Pomán, y a poco de ver y de leer se hace evidente que las historias que cuentan están desde hace tiempo en la obra de Marisol, grabadas a fuego en su universo visual y en su programa sensible, y que si han llegado hasta aquí es para confesar abiertamente su influjo. Podríamos decir entonces que este libro contiene una procesión de voces bajando por la hondonada del valle, y otra procesión que va por dentro.

Muchos de los verbos usados para contar estas historias están conjugados en condicional, una condición puesta por el paisaje de Catamarca. La otra condición está en la posición que ocupa su narradora, una posición atravesada por la religiosidad pagana que la rodea, mutante y promiscua, en medio de la cual el “yo” no anda recaudando para sí mismo ninguna identificación. Tanto que, después de releer su propio libro, la autora descubre aturdida: “Debo tener un problema en los ojos, porque se me desdibujan los bordes. Un día soy humana y otro

PR Ó L O G O

día montaña y otro día un tarro”. Es desde este lugar trans-subjetivo, que Marisol experimenta el mundo y extiende su imparable sistema de producción. Entre cordones, espejos, alfileres de gancho, entre madera laqueada –o quemada–, entre esmalte, velas y metal. La última condición de estas historias aparece, finalmente, en una imagen. Es la imagen del puma que vivía en la casa de los abuelos de Marisol, y que esperaba en el zaguán la salida de los niños de la escuela para jugar con ellos. Esta imagen en rigor no existe, y lo que vemos es la fotografía de otro puma, muerto y disecado, al que ella acaricia con la mano. En un escudo de Pomán encontrado en la casa de una vecina, que la artista copia y redibuja, el puma que quiere jugar con los niños sube un peñasco atravesado por cruces y espadas, alrededor del cual se recortan las siluetas de los habitantes del pueblo. Un escudo es el símbolo con que se identifica una comunidad y es, también, un arma de defensa. Ahora bien, el escudo que hay en este libro recrudece de sentido ante el dibujo de otra criatura que, como el puma, también trepa entre las piedras sólo unas páginas más adelante. Es una mujer escalando un cerro (Mi manchao). Al Manchao le dicen “lugar del miedo”, y toda el ars poética de Marisol está en ascender a esa cima. Exactamente como lo hace la mujer del dibujo:

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las piernas pisando firme sobre las rocas, el torso y la cabeza convertidos en un dardo.

Marisol ha vivido en muchos lugares a lo largo de los años, y en su obra ha tratado a cada uno de esos lugares como si hubiera nacido allí. Ese es su escudo, porque se siente ajena a todos pero por el rato en que le toca estar, quiere a esos lugares como si fueran suyos por completo. Aunque nunca se fue totalmente de Córdoba, desde hace algún tiempo vive gran parte de sus días en una finca catamarqueña pegada a la montaña a media cuadra de la Salamanca, que es un cañadón con una grieta, un edificio de piedra por donde silba el viento seco. La parte verde está del otro lado (la parte verde siempre está del otro lado). De esta suerte, Marisol tiene dos horas al mes para regar los olivos y cuando el agua viene, ella sale a buscarla. A esa llegada se le llama golpe de agua. Hay que ser paciente al recibirlo, subir a las fincas vecinas para abrir las compuertas, preparar las propias, hay que ver si más arriba no se ha trabado el paso, llevar una pala para cuando la corriente se atore. Este libro está diseñado así, como un tramo de acequia, un “rosario de compuertas” –dice uno de los personajes– que “corta el caudal de agua en tajadas”. Toda la obra de Marisol es ese tajo, esos cortes: rebanadas en 2D de una lámpara, de una oreja, de un pimentero, de una tuna. Tajadas de cruces, collares, machetes y horquillas. Su procedimiento artístico es el de una compuerta que corta el

agua en partes (un procedimiento en el fondo imposible). Marisol rebana las cosas del mundo con una precisión tal que las vuelve símbolos, después afila el corte un poco más y las convierte en íconos. Las imágenes resultantes son tajadas del objeto (y de su memoria como tal) que proliferan en fotografías, dibujos en tinta china, digitales o en grafito, en instalaciones, videos, o pinturas. Sin embargo, al componerse con la materialidad de ese objeto vivo, aunque rebanado, y –por ende– con lo que se cuela por los espacios que hay entre tajo y tajo, la articulación significante deja de ser propiedad exclusiva de la artista. Así, lo que se parece a la cosa, lo que la substituye para ponerse en su lugar, y lo que hemos aprendido que debe ser –todas esas voluntades humanas de significación– pierden sus marcos de referencia. *

Estos relatos pertenecen a la estirpe de los cuentos de amor, de locura y de muerte, narrados entre la imagen votiva y el fantástico catamarqueño, y poblados de personajes que van y vienen entre los mundos orgánicos e inorgánicos. Abren con una historia de amor un poco gore, y siguen con un tío que ha comprado el número exacto de cajones que harían falta en Pomán llegado el caso de que todos sus habitantes se mueran, con la idea de que los cuerpos no tengan que esperar deshaciéndose en la cama o a la intemperie, y con la idea de cerrar el negocio perfecto. También están las damas del buen morir, esas doulas de la muerte que ayudan a los

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-PRÓLOGO-

Doble tempo

Des hecho, contra bando, des ocupa, tra jinar, can tando. En este pueblo, las palabras se mutilan en la boca, son como man darinas que se des arman en gajos. Pronunciar, aquí, es dedicar tiempo a los días; es pasear los ojos desde algún labio hasta la propia oreja. Escribir, en cambio, es correr.

Hay suris y galgos para el equilibrio ecológico del tiempo y sus distancias. Una pasión intrínseca por las maratones, otra compensación en ese balance continuo. La siesta tan larga y una pulga saltando ese intervalo del almuerzo a la merienda también forman parte del sistema. La siesta cabe entre dos sílabas. Y sostener la destreza de aquel insecto puede ser un destino de evolución. Ese silencio del reposo se plegaría como una sábana, las letras se amontonarían. El almuerzo quedaría apartado del vinagre y el ajo –dos venenos poderosos–; la merienda mojada de tereré; la pava declarada un utensilio peligroso; las lavandas, las manzanillas y los romeros expulsadas de los jardines. La Ley Seca entraría de nuevo en vigencia y su mercado negro marcaría los primeros pasos firmes hacia la eutanasia; las muertes por saltos súbitos serían otra manera de perecer.

Aquella copia de gestos y ademanes traería nuevas rutinas. Ver loros, palomas y jotes tête à tête sería irrelevante, sostener rivalidades con las langostas y las ranas también. Arrebatos 2x o doble tempo, el pan del día. La disociación sería valorada sólo como una deficiente administración del tiempo, y la duda, la principal causa de estabilidad en la vida. Una mutación del inconsciente colectivo se pondría en marcha. Gregor Samsa sería un mártir. La inexpresividad del hipo y la tristeza de las pulgas, dos daños irreversibles del lenguaje.

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Las damas del buen morir

— La savia no llega por sus dedos y luce desteñido como panza de burro. Ya tiene el aroma de un florero abandonado.

... tú sabes la honda pena que nos aflige…

— Precisa una oración, la más larga, la más fuerte, que sujete su última mueca.

… recibe con amor…

— Lo rodearemos como una hebilla al cabello, su rostro zanjado de vida leerá en las arrugas de una almohada su destino.

…desolada nuestra casa…

— Quitaremos todos los santos, los haremos descansar.

…ayúdanos a proseguir con ánimo…

— Empujaremos con fuerza sobre él, hinchando nuestras manos de sangre, borrando nuestras líneas, dando a luz esta gracia concedida. …hasta que un día...

— Las filas de hormigas, las piedras del río y los álamos hayan olvidado su condición de interminable.

…junto a ti…

— Nueve días parecerá mucho tiempo.

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Ya nos hambrearon una vez

Quilate, carat, keration o algarroba. Dedo largo y cobrizo que sujeta a la siesta con su calor y sus chicharras. No el calor descomedido, rojo y naranja que trajeron los intrusos junto a sus cabras y ovejas.

Pisoteo sin tregua. Un árbol negro repetido hasta el hartazgo.

Secas quedaron las gargantas y los cuerpos vaciados, usados sólo para el eco de sus oraciones.

Osamentas creciendo como espinas.

Una suerte adversa por donde mires, la envidia, la ignorancia y la torpeza estorbando en los días.

Un desparramo de ollas y cacharros, sus trozos. Un desparramo de hombres, ancianos y niños. Mujeres rabiosas.

¿Cuántos golpes de agua necesita una figura de yeso? ¿Cuántas hormigas un trozo de madera? ¿Cuánto viento lo que ya se derrumba?

-YA NOS HAMBREARON UNA VEZ-41-

Mediodía Lunes 02

Lunes 11 de septiembre de 2023

Las atragantan con estatuillas, floreros, collares, juguetes, estampitas... ¿Y si fueran las tantas bocas de un volcán?

Domingo 17 de septiembre de 2023

Cardo y aceitunas / rodocrosita y membrillo / tunas y algodón / pasas de uva y carbón / ciruelas pasas y orejas de timbó / chañar y shinki en flor.

Lunes 18 de septiembre de 2023

Halar de arriba, pasar y bajar. Subir, pasar y soplar. Eso, y también atar un cordón desde mi panza hasta aquel árbol. Pensé que era hacer daño, pero no. Ni siquiera necesito masticar todo lo verde.

Los nombres que pensé, doscientos nombres, doscientas bocas para alimentar. Un manojo de olivos atado a mí, ¿qué harán sus pájaros y comadrejas? ¿qué haremos cuándo los frutos bajen?

¿Y las higueras? Chuecas, confusas ¿a cuál rama me ataré? Mapa de costillas, pulmones silbando oraciones, llenos de todas esas piedritas que me son ajenas.

Domingo 24 de septiembre de 2023

Una vaca reseca, llorando mastica un cardo.

Lunes 02 de octubre de 2023

Un jote lleno vomita para volar, un cóndor puede hacerlo en el aire.

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Oír

Miras cuidadosamente lo que tienes entre tus dedos. En tu boca, asoma una sonrisa pícara y en tus ojos, el pulso del miedo. Tu piel se encoje y trasluce el caramelo de tus huesos.

Llevas tu mano a la oreja e introduces una de las semillas, la empujas despacito. Colocas dos, tres y empujas. Tragas saliva. Cuatro, cinco y seis, otra vez empujas, tragas. Siete, ocho, empujas, tragas. Nueve, diez, once, doce. Preguntas ¿cuánta humedad tiene una hora, una tarde, un día entero adentro del cuerpo? Trece, catorce, quince, tu lengua calienta baba desvergonzadamente. Afuera la sirena de los bomberos aturde la procesión que llevas dentro. ¿Qué tan larga devendrá? ¿cuánto durará?

Dieciséis, diecisiete, tragas y agitas con fuerza los dedos que presionas contra tu oreja. Tu ceño se frunce, tu sudor crece; tu piel crece, se hincha, se enrojece. Al instante la cubres, con la piel artificial de las flores pudorosas. Inútilmente, pues saltan con hipo, debajo convulsionas fermentado, embriagado. A tu lado, el río crece ensordecedor; adentro tuyo, sólo puedo intuir un zumbido. Tus ojos se cierran, tanta agua apagó la luz. ¿Tendrán tus ojos el cielo que le ocurre a las noches aquí? Tus sienes se tensan, tal vez las estrellas sean sólo chispas de migrañas. El aire y tus párpados tienen la misma oscuridad; el agua del florero que arrojo sobre tu cara, también. Tu cuerpo tendido se curvó, ha socavado la tierra, desordenado los insectos y perfumado el aire. Tu revés tiene el arco de la gran montaña que vive aquí.

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-OÍR-

A la oración se riega el monte

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- A LA ORACIÓ N SE RIEGA EL MONTE-
Carnada / objeto / cuero de oveja, madera, pintura, media /160 x 80 x 3 cm / 2021.

/// ¿Cuánta humedad tiene una hora, una tarde, un día entero dentro del cuerpo? / ¿Cuántas semillas puede germinar una oreja? / ¿El paisaje envejece? // ¿Cuánta tierra falta en el hueco de la devoción? / ¿Tanto calor soporta un anhelo? / ¿Esta oración tiene pudor? ///

A la oración se riega el monte / objetos instalados, vista parcial / madera quemada, madera pintada y laqueada / 60 x 25 x 3 cm c/u / 2023.

- A LA ORACIÓ N SE RIEGA EL MONTE-

A la oración se riega el monte / instalación / vidrio, tela, madera pintada, madera

hierro, pintura sobre pared / 1200 x 380 x 10 cm / 2023.

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quemada, cintas,

A la oración se riega el monte en la muestra “Piedra, papel, quimera” (ver supra).

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Al atardecer, a la oración, voy a olvidar este jardín. Estaré desordenada, estirando con el palo de amasar las casitas de oraciones.

Haciendo un fuego.

Dibujando un mapa de puestos sordos, sin velas porque no intentaré tiznar nada, tampoco habrá agua amarrada a los floreros, serán pieles; no habrá flores y las que me rodean quedarán liberadas de la cortesía.

…“El agua y pan y vela vendita que no falten en los momentos de mayor aflicción para aplacar las justas iras del Señor, pero cuando vienen los justos castigos, enfermedades, sequias…, no pocas veces se le quitará el niño a la Virgen, se lo expondrá al sol, a las lluvias y al viento… el pobre San Antonio irá a pasar al mortero para ser triturado, porque no concede la gracia pedida”.

(Párroco Pérez Díaz al obispo Piedra Buena, 1919)

A la oración se riega el monte / instalación, vista parcial / madera pintada / 2023. Pág. siguiente: A la oración se riega el monte /instalación, vista parcial / vidrio, tela, pintura sobre pared / 2023. Pág. 86: A la oración se riega el monte / instalación, vista parcial / madera, lijas, pintura sobre pared / 2023.

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- A LA ORACIÓ N SE RIEGA EL MONTE-

Mi Manchao / dibujo / esmalte, tinta china y lápiz color sobre papel / 48 x 66 cm / 2017. Imágen utilizada en una edición de afiches del Museo de las Mujeres de la ciudad de Córdoba en el año 2021.

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La piedra en el pan

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La piedra en el pan fue parte de la muestra “De tal palo” realizada en el Museo de las Mujeres de la ciudad de Córdoba durante el mes de septiembre de 2021.

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La piedra en el pan / objeto instalado / madera pintada, linternas, encendedores, foco, vela, cables, cadena, lijas, alfileres de gancho, / 2021.

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El olvido de los perros

Recuerdo el día que hicimos bifes, compramos cervezas y trajimos también un colchón de flores marrones. A la mañana siguiente instalamos el horno que nos habían regalado, lo llenamos de pollo y papas; por la noche, de batatas. Tres días después colgamos un almanaque del año que ya finalizaba, abrimos una sidra y comimos una lata de atún de las que guardábamos para la cena del 31. Muchos días sucesivos comimos de aquellas latas, se nos hizo costumbre; las comprábamos por cantidad en la ciudad.

Cuando clavamos la cruz al lado de la tostadora, no me olvido que uno de los paneles del techo quiso caerse, pero lo atajamos con uno de los vasitos plásticos que conservamos en las cajas de té, aquellas que fuimos probando durante algún tiempo hasta que comenzamos a beber café. Cuando pusimos las repisas junto con los tarros de aerosoles, hicimos también otro estante para las bandejas que al final nunca usamos porque las fuimos dejando por todos lados, así como los táperes que compramos el día que estaban de oferta en el almacén de la esquina con la idea de separar las aceitunas de las cucharitas y el pan rallado de las tazas.

Al colgar la lámpara verde nos empapamos de sudor, ya estaba entrada la noche y el calor no cedía. La tapita de la gaseosa congelada que

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tomamos nos sirvió para terminar de ajustarla al techo. Ese mismo día le dimos un lugar a la mesita de mimbre donde ahora apoyamos las ollas y los cables; también hay allí una plancha, pero no sé si funciona.

Los anafes que tenemos en la cocina y en la galería que da al patio los instalamos año tras año, menos el rojo que vino defectuoso y no alcanzamos a usarlo. Todos se fueron tapando, culpamos de ello a las milanesas, a las sopas del invierno y a las migas por ensuciar todo hasta inutilizarlo.

En los meses que tuvi- mos trabada la puerta que divide la cocina del comedor, atravesamos una soga entre las sillas para tener así un lugar donde colgar el pan y algunas compras diarias. Un día antes de que arreglaran la puerta y su cerradura, le cortamos unos metros para hacer espacio porque traían el aparador de vidrios azu- les. Sus cristales se rompieron unas pocas horas después, nos abandonó con demasiada rapidez gracias al pelotazo del hijo de un ve- cino. La que siempre estuvo entera fue la mesa del comedor con su mantel de ribetes dorados, con el mate de madera, la pava y el repasador amarillo encima.

Recuerdo cuando toma- mos té de manzanilla con anís y colocamos el cuadro del paisaje con pinos, llovía, se mojó el transformador y el televisor; por debajo pusimos latitas de atún para que se fueran escurriendo. Los terminamos por sacar al patio cuando salió el sol. Bajo esa humedad comenzaste a planchar y a poner todo sobre las sillas del comedor, también en las perchas de colores que colgué,

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-EL OLVIDO DE LOS PERROS-119-

Limón

Primero, deja que el cuerpo se descomponga naturalmente. Luego, cúbrelo de agua en verano, a continuación, entiérralo. Destápalo en invierno, toma cenizas y frota los huesos. Haz un fuego y hierve el cadáver; déjalo enfriar y retira toda la carne. Báñalo con agua jabonosa que quite hasta el último aceite. Prepara una cama de agua oxigenada y que duerma allí un día entero. Levántalo, escurre el cuerpo y espolvorea con bicarbonato. Frota con fuerza, con mucha fuerza, con la rabia de un destino truncado, esa crema acabará por limpiarlo. Descansa, no lo toques más, déjalo en paz al viento. Mañana con una espina de algarrobo, quita las últimas carnecitas y haz una joya.

En un tiempo donde no hay calesitas, Ernesto lo hace caminar en círculos. Ha perdido su melena amarilla, su larga cola y sus ojos brillantes, pero ahora puede bailar.

Ernesto gira y las costillas de Limón acarician su columna, tropiezan en las vértebras, sueltan una melodía. No hay un techo que se abra ni espejos donde lucir alhajas. La melancolía sobra.

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Mirar

Mercurio

Raspo un chocolate desde la esquina hasta mi casa, por las paredes. Blanco.

Él festeja nochebuena otro día, a otra hora, con un menú inusitado. Su casa es un laberinto. Tiene cinco cocinas en funcionamiento más una solar. Arrebata pizzas y panes, mas gusta de fastidiar con su muletilla “exquisito, esponjoso ¡majestuoso!”

Pocas veces siente el frío, abriga casi todo lo que toca. Acaricia la cabeza de los perros y ellos se sacuden ese olor a nafta y pan que sale de sus manos; lleva los bolsillos inflados de levadura y en las venas el azul del combustible. Ama la velocidad en el horno, en las motos, en los autos, en la cola del súper, en el celular, en la inteligencia artificial. Su primera carrera fue a pelo sobre un caballo de manchas negras y blancas sin nombre, huía espantado del encuentro con dos monstruos de hábitos

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