El muerto que regreso para despedirse pdf

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Rafael Velasco

Cuento

El Muerto que Regreso Para Despedirse


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EI l cuerpo estaba inerte, acostado sobre la hamaca de color roja con las piernas como formando un aá ngulo de 90 grados, la mano izquierda sostenieá ndose de la red, la forma en que fue hallado el cuerpo denostaba que habíáa dormido de manera fetal. Asíá quedo el cuerpo del infortunado hombre. Ya habíáan pasado un par de horas desde que Ricardo habíáa dejado esta tierra, como testigos habíáan quedado su camastro que protegíáa con una colcha vieja para el frio, una mesa cuadrada de pino, un foco de mano, su ropa y unos viejos trastes donde recibíáa los alimentos que los vecinos le regalaban. Faltaban pocas horas para que el cuerpo empezaraá a descomponerse muy raá pido gracias a las altas temperaturas y solamente asíá los vecinos notaríáan el fallecimiento del hombre desconocido que un anñ o atraá s llego al barrio del rastro para alquilar un cuarto que se convirtioá en fiel testigo de sus noches amargas y de los intensos dolores que aquejaban al operador de maquinaria pesada. Como recomendacioá n, Matilde y Beltraá n duenñ os de la propiedad habíáan sugerido a Ricardo dejar siempre entre abierta la puerta o las ventanas. Esa manñ ana como todos los díáas, Matilde, conocedora de la enfermedad de Ricardo se acercaba a la ventana del cuarto que estaba al final de la casa para ver si habíáa alguna mejoríáa en su inquilino. ¡¡Don Ricardo, Don Ricardo!! Llamoá varias veces sin obtener respuesta. ¡¡Oh Dios mío está muerto!! – exclamó -. Un anñ o antes… En el verano de 1989 un hombre de complexioá n atleá tica, de un metro y ochenta y cinco centíámetros de altura, de piel oscura y de unos ojos negros intensos llego a la casa ubicada en el barrio del Rastro preguntando por alguá n cuarto desocupado que pudiera habitar por tiempo indefinido. La dependencia de gobierno donde trabaja le dio su cambio de residencia al norte del estado, un lugar donde llueve casi todo el anñ o y con temperaturas de hasta 38 grados centíágrados. Esa tarde habíáa un sol abrasador, poca gente se veíáa por las calles, y las que atrevíáan a salir lo hacíáan cubiertos con unas sombrillas y los varones con sombrero o gorras. Llego a la tienda, se acercoá sigilosamente observando todo a su alrededor, tocoá muy fuerte dando dos golpes al mostrador de madera; al tiempo de dejar en el piso la maleta de viaje. ¡Buenas tardes! – Dijo al propietario de la tienda de abarrotes y duenñ o de varios cuartos de renta en Pitzotlcalco - busco un cuarto de renta para alquilar por tiempo indefinido, me dijeron cuadras atrás que usted podría tener uno.

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El tendero de aspecto duro, desconfiado pero atento a la pregunta del fuerenñ o asintioá que efectivamente teníáa un cuarto libre y respondioá . ¡Buenas tardes!, claro, tenemos uno al final de la casa, es para una persona – aclaroá – con baño propio, una cama de madera, una pequeña mesa y tiene para colocar hamacas – añadió Beltrán-. Luego de haber escuchado que el cuarto no estaba “peloá n” accedioá raá pidamente sin titubear y pensando en voz alta, <<me lo quedo>>. Ambos acordaron el precio de la renta por seiscientos pesos mensuales, incluyendo el costo de la luz y pago de veinte pesos cada mes por concepto del consumo del agua. Los duenñ os guiaron al nuevo inquilino hasta el cuarto, hacieá ndolo pasar por el pasillo de acceso a un costado de la tienda. Al llegar al patio trasero donde se ubicaban los cuartos de renta, los vecinos se asomaban a ver quieá n era el nuevo residente de la casa que se hacíáa acompanñ ar uá nicamente de una maleta vieja. Todos los que allíá vivíáan sabíáan que los cuartos uá nicamente se rentaban por mes y no por díáa o noche, asíá que la presencia de Ricardo indicaba que era el nuevo integrante de la vecindad. Ricardo conocíáa poco el pueblo o casi nada, tan soá lo llego a la terminal del lugar proveniente de alguno de los 108 municipios del estado Surenñ o – no se sabíáa a ciencia cierta de donde era originario- se dio a la tarea de buscar un lugar para dormir durante los proá ximos meses o anñ os. Matilde esposa de Beltraá n con su actitud desconfiada por el aspecto del fuerenñ o, teníáa esperanzas que no fuera alguá n bandido huyendo de las autoridades y propuso a su esposo la posibilidad de entablar plaá ticas para saber maá s de eá l y brindar confianza a los otros inquilinos, pues a ella le gustaba que sus alquiladores practicaraá n la amistad y buenas relaciones de convivencia. Era necesario entonces buscar y saber con queá intenciones llegaba al pueblo un hombre solitario, con poca ropa de viaje, pues ese hecho simplemente hacia que todos sospecharan de Ricardo. En los cuartos aledanñ os al de Ricardo habitaban unos estudiantes de bachiller, un matrimonio joven, y frente al hombre hasta ese momento desconocido, vivíáa Yuli con su hijo de tan solo 2 anñ os de edad y su esposo Jaime, quien laboraba en un departamento de sanidad en esa zona del estado. Ellos seríáan sus vecinos con quienes obligadamente teníáa que verse a diario.

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II Al díáa siguiente, Ricardo alrededor de las seis de la manñ ana se dispuso a sacar su ropa de la maleta, alisto las toallas, un pantaloá n azul que teníáa varios parches de colores, su par de botas, que teníáan las marcas de haber pasado mucho tiempo de haberlas comprado, y los enseres de aseo personal. Era lunes, díáa laboral. Se disponíáa a meterse a banñ ar para emprender la jornada de trabajo. Salioá del cuarto y encontroá a unos de los joá venes saliendo del banñ o, listo para irse a la escuela. Con una voz muy grave preguntoá : -

¡Buenos Días joven!, ¿sabes en donde puedo comprar algo para desayunar, aquí cerca?

El estudiante con mayor tiempo viviendo en el pueblo, le contesto. -

¡Buen día señor!, la señora de la casa vende empanadas en la tienda, desde muy temprano ya las tiene en el mostrador, calientitas y con una salsa picosa; o si prefiere desayunar más formal, puede ir al mercado, en la planta alta están los puestos de comida.

El hambre apretaba para esa hora de la manñ ana, pues nada habíáa cenado una noche anterior y lo que maá s le quedaba era apresurarse y tener tiempo para comer y no llegar tarde en su primer díáa de trabajo. Dentro del banñ o minutos despueá s de haber entrado, Ricardo sintioá espasmos estomacales que le provocaron un quejido que pudieron escuchar los demaá s vecinos, que no le tomaron tanta importancia por lo ermitanñ o del viajero solitario. Ricardo una vez terminado introdujo en sus pantalones pastillas para los dolores, esa era una clara senñ al que su estado de salud no estaba nada bien. Pero como siempre, no le tomoá importancia, pues solamente el dolor era pasajero que al tomarse unas pastillas se le alejaban del cuerpo. Matilde y Beltraá n llevaban casi 20 anñ os con el negocio de abarrotes y el alquiler de cuartos, con la herencia que ambos recibieron de sus padres y los recursos que ganaron durante su estancia en el rancho de los suegros de Matilde lograron crear lo que hoy es el sustento familiar y que han utilizado para la educacioá n de sus cinco hijos. Matilde es una mujer aguerrida, incansable, muy trabajadora, se levanta todos los díáas a las 5 de la manñ ana para empezar a trajinar en la cocina, prepara la salsa que consistíáa en: cebolla,

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chile habanero, tomate, cilantro, sal y limoá n, - pico de gallo le llaman en algunas zonas del estado - y luego se dispone a amasar la harina para las empanadas. Eso lo hace los siete díáas de la semana, mientras tanto Beltraá n se levanta una hora maá s tarde para abrir la tienda “La Pasadita”. El negocio es el uá nico en la calle, a pocos metros se localiza una escuela primaria, el edificio que un par de anñ os atraá s era el rastro municipal, ahora es la Unidad de Proteccioá n Civil y a poco maá s de cien metros el hospital regional. La tienda es un negocio fructíáfero, deja buenas ganancias y sobre todo porque la calle es muy transitada Beltraá n siempre ha estado agradecido con Matilde, ella es la mente maestra, tiene algo de empresaria, siempre supo que artíáculos eran los que se venderíáan, no podíáa dejar a un lado la venta de dulces pues los caramelos han dejado buenas ganancias desde el inicio del negocio, a pesar de que en la calle viven pocas familias; eso síá, cada una de ellas tiene entre cuatro a cinco ninñ os, eso hace que sean clientes potenciales, por ello Matilde siempre trataba de tener en los frascos lo mejores dulces de la eá poca y de los maá s sabrosos.

III Ricardo salioá del cuarto listo para emprender el primer díáa laboral, pero teníáa un problema, aunque quisiera desayunar algo formal no podíáa perder mucho tiempo, las uá nicas referencias que tenia de su nueva oficina es que estaban cerca del hospital regional del pueblo, asíá que decidioá pasar por unas empanadas y aprovechar para preguntar doá nde quedaban ubicadas las oficinas de Comunicaciones y Transportes. Matilde y Beltraá n se encontraban como todas las manñ anas disfrutando de un cafeá detraá s del mostrador. Ricardo se dispuso a salir al trabajo no sin antes pasar por la tienda. Se acercoá poco a poco al negocio, trae puesta su uá nica ropa para el trabajo, toda roíáda pero limpia y no dudo en preguntar por las empanadas. -

¡Buenos días patrones! – Dijo - ¿venden empanaditas?

Matilde como siempre maá s perspicaz percibioá que esa era la oportunidad para entablar una pequenñ a charla y saber de eá l aunque sea un poco. -

¡Buenos días señor, que le ofrecemos! –contesto Matilde –.

Ricardo pidioá unas empanadas y un refresco que se devoroá raá pidamente por la hora, y casi con la boca llena se presentoá : -

Disculpen ustedes señores, no me he presentado – lo dijo con mucha pena –, me llamo Ricardo Álvarez, soy originario de Tuchtlán y el fin de semana apenas me dieron mi cambio de oficina, me han enviado hasta acá, a la tierra del calor - al tiempo de soltar una carcajada como para entrar en confianza – soy operador de maquinaria pesada y trabajo en Comunicaciones y Transportes.

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Matilde y Beltraá n no dudaron en presentarse de igual manera, ambos con una sonrisa en los labios, pues teníáan que entrar en confianza con su nuevo inquilino y dejando en claro que se les habíáa olvidado comentarle que la puerta del pasillo que da a la calle no se cierra, solamente la segunda puerta para llegar a los cuartos mantiene enrollada una cadena, aunque pareciera que tuviera cerrada, uá nicamente habríáa que desatar los eslabones. Ricardo ya en confianza les pregunto doá nde estaban ubicadas las oficinas de su trabajo, Beltraá n tuvo que salir de la tienda hacia la calle para indicarle la ruta que debe de tomar. - Mire don Ricardo, camine hacia el hospital – haciendo senñ ales con la mano – luego hacia la derecha unos 200 metros, hasta hallar un entronque con la carretera que conduce a “La Estación”, en la esquina de esa intersección están las oficinas de su trabajo, es un edificio blanco con azul. Ricardo jamaá s se imaginoá que tuviera a menos de 10 minutos de su trabajo. Llegar hasta esos cuartos de renta fue como una senñ al, no teníáa que caminar tanto ni levantarse tan temprano, teníáa el tiempo suficiente para el aseo personal y desayunar. Durante el desayuno, Matilde y Beltraá n platicaron que se sentíáan maá s relajados porque teníáan conocidos y amigos en esas oficinas que semanalmente compraban su despensa en “La Pasadita”, tambieá n ellos eran muy conocidos en el pueblo, Beltraá n era hijo de Lorenzo, un migrante coleto y que llego al pueblo de ninñ o con sus papas desde San Cristoá bal de las Casas, era el uá nico zapatero, herrador de caballo y conocedor de revoá lveres de la eá poca – Lorenzo fallecioá de caá ncer en el 76 a la edad de 59 anñ os-, y por si fuera poco, no habíáa taxista que no conociera a la familia de Matilde y Beltraá n, pues la tienda estaba frente al saloá n de los “Taxista”, lugar donde los socios del transporte local y sus choferes hacíáan sus reuniones cada mes. Asíá que si Ricardo platicaba con sus nuevos companñ eros de donde estaba viviendo, no iba ser difíácil de hallarlo. Matilde uno a uno como se los fue encontrando a sus inquilinos les platico acerca de Ricardo, asíá la desconfianza teníáa que ceder, pues ya sabíáan el motivo de la renta del cuarto, Ricardo llegaba al pueblo para quedarse por tiempo indefinido o hasta que su cuerpo gozara de la fortaleza para continuar con su trabajo.

IV Al paso de los meses y antes de la llegada de invierno del 89, Ricardo ya habíáa entablado buenas relaciones con sus vecinos, Yuli, la esposa del trabajador de sanidad originaria del centro del estado, siempre se manteníáa sola, pues Jaime su marido salíáa temprano para su trabajo y regresaba a casa de noche, a veces por las largas jornadas en la oficina y otras tantas por las parrandas con los amigos que se alargaban en los bares.

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Yuli siempre de manteníáa sola con su ninñ o y eso permitioá que siempre por las tardes se saludara con Ricardo, y como ya no existíáa tal desconfianza y conocedora que su vecino no cenaba y no teníáa como prepararse sus alimentos - ya que no compro jamaá s una estufa o parrilla -, no faltaba que no le diera un platillo de sopa o frijoles. Matilde siempre con su buen corazoá n jamaá s dejaba desamparados a sus inquilinos. Con el permiso de Beltraá n se sumoá a esta donacioá n de alimentos para Ricardo. Los meses posteriores a su llegada al pueblo, Ricardo siempre padecioá de los dolores en el estoá mago, nunca fue al meá dico, era como si ya supiese que mal teníáa, nunca le hizo caso, solo con pastillas comerciales para el dolor se calmaba esos malestares. Ricardo siempre platicador y ocurrente a pesar de llegar fatigado por el trabajo bajo los rayos del sol, mantuvo buenas relaciones con quien vivíáan cerca de eá l. Por las tardes se acercaba a la “La Pasadita” a charlar con Beltraá n y recordar viejas historias de la capital del estado, Tuchtlaá n. Beltraá n conocíáa bien la metroá poli, allaá estudiaban para maestras dos de sus hijas y la mayor en San Cristoá bal de las Casas, eso permitíáa que viajara de manera frecuente. Aquel viajero solitario cada díáa era maá s conocido por los vecinos de la calle del “Rastro”, se ganoá la confianza de todos y de esa manera eá l brindo confianza hacia los demaá s al grado que cuando Beltraá n iba al sanitario, Ricardo cuidaba unos minutos la tienda, al pendiente siempre que nadie tomaraá algo y se fuera sin pagar. De los amigos del trabajo, solo uno llegaba a su cuarto a beber cervezas de manera esporaá dica, el “Guü ero”, tambieá n era conocido de Matilde y Beltraá n, y muchas ocasiones a eá l se le preguntaba si Ricardo teníáa familiares en Tuchtlaá n, esposa e hijos, pues nunca hablaba de ellos. Matilde con el uá nico afaá n de saber maá s de eá l y por cualquier accidente en el trabajo, sabíáa que el primer lugar donde la autoridad indagaríáa seríáa con ellos, pues como propietarios teníáan duplicados de las llaves de todos los cuartos. Siempre como mujer precavida Matilde peguntaba en caso de alguá n problema o accidente a donde y con quien deberíáa comunicarse; ademaá s su trabajo era riesgoso en Comunicaciones y Transportes, Ricardo desbloqueaba carreteras que eran aisladas por los deslaves ocasionados por las fuertes lluvias, y otras tantas veces bajaba a terrenos accidentados, eso hacia peligroso su trabajo. Por el “guü ero”, Beltraá n y Matilde se enteraron que Ricardo habíáa sido enviado a las oficinas del norte del estado porque su antecesor sufrioá un accidente cuando introducíáan maquinaria pesada para construir carreteras en los municipios petroleros, el infortunado trabajador habíáa caíádo en un barranco de 50 metros de profundidad, perdioá la vida, la maquinaria pesada paso varias veces por encima de eá l. Ese hecho fortuito siempre mantuvo con preocupacioá n a Matilde, el “guü ero” le aclaroá que ante alguna situacioá n de peligro en el trabajo la dependencia se haríáa cargo de todo, y si algo pasaba fuera del trabajo, que no dudaran en llamar a las oficinas, en los documentos

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personales de Ricardo habíáa una tarjeta que indicaba a quien llamar en caso de accidente. Asíá Matilde quedo enterada cuales seríáan los protocolos a seguir.

V Llegado el invierno, el díáa 14 de diciembre Ricardo paso su primer posada y la uá ltima, – sin que el auá n no la supiera - con los amigos de la oficina, hubo grupo musical, cervezas, botellas y botanas, ese tarde la fiesta se alargoá hasta la madrugada, no habíáa problemas por beber, era tambieá n el inicio de las vacaciones por navidad y anñ o nuevo. Ricardo nunca habloá de sus dolencias estomacales, pero Matilde y Beltraá n se daban cuenta que cada vez eran maá s seguidos y a veces por las noches molestaba tantas veces como fuera posible para preguntar si vendíáan pastillas para los dolores. Compraba una tras otra la misma noche. Al medio díáa posterior a la posada, Ricardo despertoá auá n con embriaguez, pero lo hizo por los fuertes dolores que no lo dejaron de acechar toda la noche anterior y la manñ ana que despertoá . EÉ l sabíáa que teníáa prohibido tomar, no era nada bueno para su estado de salud, hasta ese momento, cinco meses ya de vivir en el pueblo a nadie de la vecindad ni a sus companñ eros de trabajo les habíáa comentado esa prohibicioá n. En la noche del 15 de diciembre del 89 se despidioá de sus vecinos, pues regresaba hasta el díáa ocho de enero del 90. Viajo a media noche a Tuchtlaá n. Pero antes de las diez de la noche sabíáa que cerraban la tienda y fue a despedirse de sus arrendadores. Matilde se encontraba atendiendo en “La Pasadita, cuando escucho que alguien salíáa por el pasillo, eran unos pasos lentos y por la ventana alcanzoá a ver una silueta grande y encorvada, sin duda se trataba de Ricardo. ¡Doña Matilde, Buenas Noches! Buenas Noches Don Ricardo, que se le ofrece – contesto Matilde-

He venido para despedirme, hoy a media noche me voy de vacaciones para mi casa, y regreso hasta el ocho de enero, y quería saber si no se le ofrecía algo por allá o enviarle algunas cosas a sus hijas, con gusto se los puedo llevar.

Ricardo muy atento se ofrecioá pero Beltraá n andaba por la capital del estado, habíáa salido en el camioá n de la tarde, y regresaba al díáa siguiente. -

Gracias Don Ricardo pero allá anda mi esposo, respondió Matilde.

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De nueva cuenta se dirigioá a su cuarto para empacar lo poco que teníáa de ropa, aunado a una camisa y un pantaloá n nuevo que se habíáa comprado con el pago de su aguinaldo y otros pequenñ os obsequios que se ganoá en la posada, pero sin duda esas cosas teníáan un destinario, en la capital. Ricardo no pudo despedirse de todos, pues los muchachos estudiantes ya habíáan salido de vacaciones y Yuli no se encontraba en su cuarto, ella estaba en una posada de la dependencia donde trabajaba Jaime, su esposo. Asíá salioá a media noche y no se supo de eá l ni de su estado de salud hasta el anñ o nuevo, precisamente la fecha que regreso para trabajar, un díáa antes, era 7 de enero ya de 1990. Durante su ausencia de Ricardo, Matilde le pidioá permiso a Beltraá n para poder entrar al cuarto para verificar si su inquilino teníáa antecedentes meá dicos como recetas o ultrasonidos que pudieran decirles cual era el padecimiento de Ricardo, la finalidad era tener conocimiento si habríáa que tomar algunas medidas precautorias, pues estaba de moda el SIDA o de lo contrario prepararse por si alguna emergencia podríáa suscitarse estando Ricardo dentro de su cuarto. Llamaron como testigo a Yuli y no se fuera a pensar que podríáa tratarse de otra cosa, como un robo. El hombre no teníáa mayores cosas, solo un par de platos, un vaso, cucharas y ropa, asíá que Matilde busco debajo de unas viejas colchas que cubríáan la cama. En ella encontroá un sobre con diversos documentos, a todos le dieron lectura, eran exaá menes meá dicos y recetas de principios de anñ o. Del 89. La sorpresa para Matilde y Yuli fue que uno de los exaá menes meá dicos alertaba a Ricardo de un padecimiento croá nico-degenerativo y que era descrito por el meá dico y que para Yuli y Matilde desde luego era imposible descifrarlo, por lo que Yuli, propuso sacar una copia fotostaá tica del examen y de una receta para daá rsela a su esposo Jaime para que a traveá s de un meá dico de la oficina de Salud les descifraraá el significado de ese padecimiento y si el medicamento era para el mismo padecimiento. La preocupacioá n de ambas las mantuvo asíá de desesperadas durante 15 díáas, pues el amigo de Jaime y meá dico a la vez de toda su confianza habíáa tomado sus vacaciones justamente el mismo periodo que Ricardo, asíá que teníáan que esperar hasta el anñ o nuevo para saber a ciencia cierta el padecimiento que aquejaba Ricardo y que no lo dejaba dormir por las noches. Yuli y Jaime de igual manera aprovecharon sus vacaciones, Yuli teníáa hermanos en la costa del estado; asíá que viajaron para pasar juntos la navidad y anñ o nuevo. Todos se olvidaron un par de semanas de la enfermedad y de Ricardo, era momento de pasar alegres las fiestas decembrinas. Matilde y Beltraá n recibieron a sus hijas en casa, la mayor ya con un bebe de tan soá lo mes y medio de nacido.

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VI Por fin Ricardo llego de sus vacaciones, y por su parte el galeno teníáa que llegar tambieá n a sus oficinas, esta era la oportunidad de saber de una vez la enfermedad de Ricardo. Solo era tener paciencia y saber esperar, porque Jaime, el esposo de Yuli, teníáa que platicar con su amigo el doctor y sobre todo esperar la oportunidad de que el meá dico se encontraraá sin pacientes o realizando alguna otra tarea. Mientras tanto casa de la familia de Matilde la preocupacioá n crecíáa, a Ricardo en quince díáas el rostro no se le veíáa nada bien, era otro, maá s paá lido, aquel color cobrizo por los rayos del sol iba desapareciendo, habíáa llegado de Tuchtlaá n maá s paá lido. No trajo nada, ni maá s ropa, ni utensilios para cocina ni ropa de cama, regreso de vacaciones tal como habíáa llegado al pueblo seis meses antes. Con una maleta vieja, con los mismos zapatos, habíáa dejado en la capital la ropa nueva que habíáa comprado para estrenar en navidad. Una manñ ana Ricardo tocoá la puerta del cuarto de Yuli, espero primero que su esposo saliera a trabajar, y le pidioá un favor: Doña Yuli disculpe que la moleste, pero le quisiera pedir un favor, dígame – contesto la mujer – me urgen tomar estas pastillas – mostraá ndole una receta vieja - será que su esposo pudiera conseguirlas en su trabajo, se las pagaría desde luego – dijo -. Yuli sin darle esperanzas de nada aceptoá comentarle a su marido pero aclaroá que si eran medicamentos controlados o para alguna enfermedad grave seríáa maá s difíácil conseguirlas, pues la receta es vieja, y para conseguirlas habríáa se necesitaba la receta de un meá dico. Yuli, observo la receta y la cotejo con la copia fotostaá tica que teníáan a la mano. Era la misma receta. Yuli espero que Ricardo saliera a trabajar para hacerle el comentario a Matilde, que el caso de Ricardo es delicado. Para el díáa siguiente Jaime habíáa mostrado el examen meá dico y la receta de Ricardo preguntado a un meá dico para que servíáan las pastillas y el galeno le comentoá que eran para dolores intensos, pero que a su vez se recetaban para ulceras cancerosas. Por su parte al ver el estudio clíánico, el meá dico quedoá viendo con cara de preocupacioá n a Jaime. Todo un silencio inundoá el consultorio, el galeno no decíáa nada, solo observaba una y otra vez el estudio. La sospecha de Yuli y Matilde habríáa sido descubierta. -

Quien es esta persona Jaime, pregunto el meá dico. Es un vecino que vive frente a mi cuarto donde rento, senñ aloá . Esta persona tiene cáncer de estómago y para calmar los dolores quiere estas pastillas que están en la receta, es urgente que un especialista lo revise, esta receta tiene ya seis meses, y por ende la enfermedad debe estar avanzando, en caso de que esta persona no esté tomando los cuidados necesarios le podría quedar pocos meses o semanas de vida.

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Por suerte tengo en existencia una pastillas – destaco el doctor- así que llévaselas, que se las tome una cada 4 horas, y coméntale que no debe de tomar alcohol ni comer irritantes, ni tomar refresco de cola y café. VII

La enfermedad de Ricardo habíáa avanzado muy raá pido, en pocos meses su estado de salud era precario, el caá ncer estaba haciendo anñ icos todas las defensas que auá n el pobre cuerpo teníáa. Estaba maá s delgado, paliducho, su estoá mago casi estaba pegado a su espalda. Ricardo ya sabíáa a ciencia cierta cuaá l era su padecimiento y lo calloá durante meses para no alertar a los vecinos ni tampoco a Matilde y Beltraá n. Una tarde todos sus vecinos le hicieron un llamado a Ricardo para continuar con sus estudios clíánicos y con los cuidados subsecuentes – todos sabíáan que eran pocos meses o semanas que le podríáan quedar de vida – o de lo contrario los resultados seríáan fatales. Ricardo llego pocas veces al meá dico, se realizoá un par de estudios maá s y continuá o por dos meses tomando sus pastillas, pero sabíáa que todo era irremediable y suspendioá de un momento a otro el tratamiento. Solicitoá permiso de dos semanas en su trabajo para descansar y fue el mismo tiempo que se mantuvo dentro de su pequenñ o cuarto, leyendo cualquier cosa, hasta recorte de perioá dicos de varios meses de atrasados. La enfermedad iba avanzando, ya comíáa poco, consumíáa muchas horas en dormir. Matilde y Beltraá n se preocuparon mucho, nunca dejaron de darle comida y de vez en cuando atoles o teá s. Nada era consumido por Ricardo, en ocasiones Matilde iba a visitarlo y encontraba la comida llenas de moscas y echada a perder. Su amigo el “guü ero” era la uá nica persona de su trabajo que me manera constante llegaba a visitarlo, a darle aá nimos y a invitarlo a que comiera maá s seguido. La vecindad no era la misma, todos estaban preocupados por la salud de Ricardo, guardaban silencio, platicaban en voz baja como si pareciera ya el preludio de un velorio. Llego la fecha fatal, era el mes de Abril del 90. Un fin de semana en que todos los inquilinos de Matilde decidieron ir a sus casas, hasta Yuli y Jaime no se encontraban en el lugar. Como Ricardo estaba como siempre dormido como lo hacíáa todas las tardes, sus vecinos no pudieron despedirse de eá l. La uá nica persona que se mantuvo en los cuartos era Ricardo, Matilde como siempre y como lo hizo todas las noches de los meses anteriores, fue a llevarle cena y atol de maicena a Ricardo, con mucho esfuerzo pudo levantarse de la hamaca roja en la que dormíáa todas las noches. Ricardo con voz baja agradecioá el detalle y dijo a Matilde:

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Muchas gracias jefecita, Dios se lo pague, ha hecho tanto por mí que sin duda Dios la va a bendecir siempre. De nada don Ricardo dijo Matilde, observaá ndolo esa noche mucho maá s enfermo, maá s delicado, apenas podíáa moverse.

Matilde platico con Beltraá n, de su preocupacioá n por Ricardo, temíáa lo peor, en cualquier momento podríáa fallecer. Esa misma noche Matilde le propuso a Beltraá n ir al díáa siguiente a ver al “guü ero” y platicarle del estado de salud de su amigo y que viera la manera de tener a la mano alguá n nuá mero telefoá nico o nombres de sus familiares para avisarles ante cualquier emergencia. Al díáa siguiente – saá bado – Matilde presentíáa lo peor, esa noche no pudo dormir a gusto. Se levantoá muy temprano, alrededor de las seis de la manñ ana fue a ver a Ricardo a su cuarto, la ventana estaba entre abierta como se lo habíáan sugerido. Matilde llamoá por varias ocasiones: ¡¡Don Ricardo, Don Ricardo!! Ella no obteníáa respuesta, y decidioá ver por la ventana y se llevoá el susto de su vida. ¡¡ Oh Dios mío está muerto!! – Grito -. ¡Beltrán, Beltrán ven rápido por favor!, llamoá a su esposo desesperadamente. Por una de las ventanas introdujeron una escoba para alcanzar cerradura de la puerta y poder entrar, fueron varios los intentos hasta que por fin lograron su cometido. Allíá estaá el cuerpo acostado en la hamaca, ríágido, con la mano izquierda sostenieá ndose de unos hilos de la hamaca, dormíáa de manera fetal, con la boca abierta como senñ al de que habíáa inhalado el uá ltimo aliento de vida. Beltraá n raá pidamente llamoá a un meá dico que teníáa su consultorio a poco maá s de 150 metros para ver la manera de hacer algo o recobrarle la vida a Ricardo. El galeno colocoá su estetoscopio a la altura del corazoá n. El infortunado hombre ya no teníáa vida. De acuerdo a su temperatura corporal, Ricardo habríáa fallecido entre la una y dos de la madrugada. La cena y el atol que Matilde habíáa llevado una noche antes jamaá s fue tocado por Ricardo. El meá dico sugirioá a Mtilde y a Beltraá n llamar a la policíáa y al ministerio puá blico para que dieran fe del fallecimiento, el meá dico habíáa realizado el dictamen de las causa de la muerte: infarto fulminante al miocardio. Y eso les iba a permitir a Matilde y a Beltraá n no tener mayores problemas con las autoridades. Esa misma manñ ana Beltraá n fue a buscar al “guü ero” y no dudo en llegar hasta donde estaba el cuerpo de su amigo de trabajo y de parrandas. La policíáa llego 15 minutos despueá s hasta el lugar, mientras tanto el guü ero llamoá a su jefe y decidieron comprar el feá retro al momento. El cuerpo fue llevado al panteoá n municipal para banñ arlo y ser inyectado para que el cuerpo no de descompusiera y soportaraá hasta llegar a Tuchtlan que se localizaba a seis horas de distancia.

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Sus pertenencias de Ricardo fueron empacadas por Matilde, toda temblorosa y con laá grimas en los ojos logroá reunir su ropa y colocarla en una caja de huevos. Esa misma tarde del saá bado del mes de abril Ricardo fue llevado por una ambulancia del seguro social y acompanñ ados por su amigo el guü ero y su jefe hasta la capital del estado. Ellos ya habíáan llamado a sus familiares de Ricardo. Teníáa esposa e hijos, pero estaban separados, eso fue el motivo por el que Ricardo mucho tiempo atraá s dejara de comer a sus horas, a veces solamente desayunaba en su trabajo y eso provoco una gastritis que luego dio pasoá a una uá lcera y que termino en un caá ncer estomacal. Nadie de los vecinos de Ricardo sabíáa nada, Matilde pensaba comentaá rselos hasta el díáa lunes que regresaraá n al pueblo.

VIII Yuli y su esposo Jaime llegaron muy de madrugada a Pitzotlcalco, el pasillo de la vecindad estaba muy oscuro, tenebroso, fresco, pues una noche anterior habíáa llovido a caá ntaros en el pueblo. Matilde no habíáa encendido las luces del portoá n de entrada ya que no se percatoá de la llegada de Yuli. Los vecinos de Ricardo llegaron directo a su cuarto, Jaime y su menor hijo fueron directo a la cama a dormir y Yuli despueá s de dejar las maletas decidioá salir al banñ o que se encontraba justo frente a lo que habíáa sido el uá ltimo refugio de Ricardo. Yuli se trasladoá al sanitario con un poco de miedo, era una noche diferente a todas, con mucho silencio, y a lo lejos se escuchaba el llanto de un perro, el zumbido del aire que movíáa las hojas de los aá rboles, el sonido de las ranas y las corrientes de aguas que se sentíáan justo atraá s de los cuartos. Yuli se deicidio a salir, y al pasar frente al cuarto de Ricardo vio su cuerpo parado en la puerta, con una mano detenieá ndose del marco, con pantaloá n, chanclas y sin camisa, eso síá, bien paá lido y delgado, casi cadaveá rico, con los ojos bien abiertos que parecíáan focos incandescentes. Buenos días don Ricardo, - dijo Yuli, la silueta jamaá s contestoá su saludo –. Ella salioá del banñ o y ya no encontroá al hombre parado en la puerta la piel se le enchino y un miedo escalofriante recorrioá cada centíámetro de su organismo. Ricardo habíáa regresado a su uá ltima morada para despedirse de Yuli. Lo hizo de una manera tenebrosa, el ambiente conspiro para que ese encuentro entre la vida y la muerte se diera. El espíáritu de Ricardo regreso hasta donde alguna vez todos le brindaron desconfianza, pero despueá s logroá una amistad entre todos que se hizo parte de la vida cotidiana de los vecinos. Yuli no pudo dormir parte de la madrugada, habíáa quedado impresionada ante la apariencia de Ricardo, solo espero a que amaneciera para que corriera raá pidamente a contarle a Matilde. Yuli jamaá s pensoá encontrarse una respuesta tan horrenda.

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Doña Matilde, Doña Matilde, Buenos días, fíjese que llegue en la madrugada y me encontré parado afuera de su cuarto a don Ricardo, lo salude y no me contesto, se veía muy mal de salud. Buenos días Yuli, no te vayas a espantar, pero don Ricardo falleció el sábado en la madrugada y ese mismo día por la tarde llevaron su cuerpo a Tuchtlán. Puntualizo Matilde.

Yuli al recibir la noticia estaba temblando, se puso blanca como un papel, el aliento se le fue y cayo desmayada ante la noticia. Ella fue hospitalizada, se le inyectaron tranquilizantes, pues jamaá s habíáa pasado algo igual. El muerto llego a despedirse de ella, lo hizo de manera silenciosa, escalofriante, como si llego uá nicamente para agradecerle todo lo que hizo por eá l, regalarle comidas, medicamentos y haber estado al pendiente de su salud. Yuli no fue la uá nica que vio a Ricardo despueá s de muerto, hubo varios amigos de Beltraá n que lo vieron caminar por las calles del pueblo, y que sin dudarlo le comentaron a Matilde, pero ella les comentaba que Ricardo ya teníáa algunos díáas de haber fallecido. A Ricardo no le dio tiempo de despedirse de varios conocidos y fueron a ellos a quienes se les aparecioá . A donde jamaá s volvioá a llegar fue a la casa de Matilde y de Beltraá n. Ricardo se habíáa ido de este mundo muy agradecido con ellos y no valíáa la pena hacerlos pasar por un susto mayor. Asíá terminoá la vida de Ricardo, el hombre sospechoso que se hizo acompanñ ar de tan solo una maleta vieja, un par de mudas de ropa y unos zapatos viejos. Ese fue Ricardo, el muerto que regreso para despedirse.

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Rafael Velasco Salas (Pichucalco, Chiapas; México. 1976) El Muerto que Regreso para Despedirse es un hecho de la vida real. Los actores que en ella intervienen de manera involuntaria – Matilde y Beltraá n - se ven inmiscuidos en darle cobijo y cuidados a un fuerenñ o que con el paso de tiempo se convierte en una persona de toda su confianza, aunque al principio todo pareciera lo contrario. En este cuento trato de dar a conocer la vivencia personal de como el cuerpo aun sin vida, pero con el alma comprometida, regresa para despedirse de todos aquellos que fueron parte importante durante su vida. Y de como una amistad y las ganas de vivir tras una enfermedad terminal, unen voluntades para hacer lo posible y alargar la vida de una persona hasta lo necesario. Matilde y Beltraá n un matrimonio dedicado al negocio de abarrotes y arrendamiento se ven en problemas con un cuerpo que yace inerte dentro de unos de los cuartos de su propiedad. Al final con tantas preocupaciones logran poner en orden judicialmente el uá nico caso de muerte dentro de su propiedad que ha pasado en los 45 anñ os que llevan como arrendadores. Yuli, la mujer que saludo y vio el cuerpo de Ricardo parado en la puerta del cuarto a 24 horas de haber fallecido, jamaá s sintioá miedo, sino hasta el díáa posterior de enterarse de la fatal noticia, al grado de ser hospitalizada por el hecho de saber que habíáa saludado a un muerto que regreso para despedirse.

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