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La Argentina cíclica, el liberalismo popular de Milei y el desafío de la política
Valentín GUTIERREZ
Economista.
El origen
Como señalan brillantemente Lucas Llach y Pablo Gerchunoff en “Ved en trono a la noble igualdad”, dos casualidades geográficas han dado por definir el destino económico de la Nación. Siendo estas una relación muy desigual entre tierra y población; y la existencia de Buenos Aires como punto privilegiado. De esas condiciones surgieron una poderosa fuerza igualadora y dos fuerzas de desigualdad.
La gran fuerza igualadora provino de la abundancia relativa -más que en cualquier lugar del mundode tierra sobre población, lo que permitió que los bienes provenientes del suelo fueran comparativamente baratos, y los salarios, comparativamente altos. Esto atrajo a millones de inmigrantes europeos que huían del hambre, consolidando el mito fundante, aún vigente, de que nuestros antepasados llegaron a una tierra de oportunidades y abundancia.
Por su parte, las dos fuerzas de desigualdad fueron la asimetría sectorial y la asimetría regional. Ambas surgidas de la teoría clásica de las ventajas comparativas, la primera hace referencia a una estructura productiva mucho más favorable a la producción primaria, siendo que la producción secundaria necesita precisamente los factores que nos son escasos, de mano de obra y capital. La segunda, en tanto, alude al enorme diferencial de productividad de la Pampa Húmeda, que dejó relegado al resto del país.
Así, el modelo de economía abierta en base a estas cualidades, en condiciones de competitividad internacional, fue lo que permitió nuestro enorme crecimiento en los años de la Belle Époque, en medida que el financiamiento británico y la fuerte demanda por nuestra producción lo hicieron posible.
La Argentina cíclica
Las condiciones adversas del mundo posterior a 1930 obligaron al país a replegarse. Fueron los años de auge del proteccionismo y de las políticas de sustitución de importaciones; el Estado ganó protagonismo como organizador de la economía con los nuevos aires del Keynesianismo y surgió el primer control de cambios de nuestro país. El factor productivo que se vio beneficiado por todos estos cambios fue el trabajo, en medida que la economía experimentó un desplazamiento obligado hacia el sector manufacturero, más intensivo en mano de obra. Mismo, el desincentivo a la exportación hizo que la enorme producción de alimentos argentina se volcara marcadamente al mercado interno, con un abaratamiento de la canasta básica provocado por la economía cerrada.
Se preparaba entonces el caldo devaluaciones, inflación y crisis. Una y otra vez.
Los sectores esquemáticos
Ante el dilema antes mencionado, los políticos argentinos han enfrentado siempre un dilema entre crecimiento y equidad, organizándose la dirigencia nacional en torno a dos bloques. A saber, una grieta irreconciliable entre, por un lado, el sector mercado internista, liderado por el peronismo y los sindicatos, que ha defendido siempre las políticas de gasto, proteccionismo, desdoblamiento cambiario, cepos o retenciones en aras de atender demandas populistas a costa del progreso; y por otro, los sectores librecambistas, de los conservadores ligados a la Sociedad Rural y las élites liberales urbanas, que defendieron la apertura y las devaluaciones, utilizando el endeudamiento externo para aminorar las consecuencias sociade cultivo de la Argentina cíclica. Más pronto que tarde, todos estos cambios se tornarían insostenibles, en medida que el Banco Central perdía las abundantes reservas heredaras del proceso anterior y el movimiento industrializador se mostraba demasiado caro a un país cuyas facultades naturales lo inclinaron siempre en otra dirección. De esta forma, tras pagar un enorme costo para sostener salarios reales más altos que los permitidos por nuestra capacidad productiva, llegamos en los años de Perón a la primera crisis típica de balanza de pagos que definiría nuestra dinámica posterior, con una economía que se movería por el resto del siglo XX al ritmo del stop and go . Es decir, ciclos de expansión con apertura y apreciación cambiaria, auges de consumo interno, ajuste externo, les de sus políticas o directamente contenido mediante la fuerza los reclamos de la población. Aunque con herramientas distintas, ambos grupos utilizaron al Estado para mediar el conflicto sin nunca resolverlo, persiguiendo siempre sus propios intereses.
Nace entonces lo que Gerchunoff, ahora con Rapetti, denominaron el “conflicto distributivo estructural”, que surge de la inconsistencia entre las aspiraciones económicas arraigadas en la sociedad y las posibilidades productivas de la economía. Concretamente, una divergencia entre dos niveles de tipo de cambio real. Existe así un tipo de cambio real de equilibrio macroeconómico, que permite llevar la economía al pleno empleo y al equilibrio externo. A la vez, existe un tipo de cambio real de equilibrio social, que alcanza a cubrir las aspiraciones materiales de los trabajadores y mantener la paz. ¿El problema? Que estos dos niveles de tipo de cambio real no coinciden, siendo el primero mucho más alto que el segundo.

En el siglo XXI esta historia no quedó atrás, regresando la influencia de ambos grupos durante los gobiernos de Cristina Kirchner -aliada con la CGT y los sectores populares- y Mauricio Macri -aliado con el campo y las élites urbanas-. Volvieron también los ciclos, con una dinámica electoral de apreciación cambiaria seguida por años de corrección dolorosos, con magros resultados económicos por más de una década. Con todo, finalmente, y sin que muchos se percaten todavía, la Argentina cíclica ha llegado a su final.
El liberalismo popular de Milei
Frente a lo anterior, Javier Milei se diferencia de todos los sectores tradicionales. Sea que los demás han utilizado el corporativismo del Estado para contener el conflicto distributivo, eligiendo entre uno u otro grupo de interés, lo que trae Milei es una propuesta superadora. Esta es: cerrar de una vez y para siempre la brecha que existe entre los tipos de cambio real de equilibrio macroeconómico y de equilibrio social. Para hacerlo, necesita primordialmente que la economía genere muchos más dólares, y aumentar de manera sustancial la productividad del trabajo. Las claves para lograrlo se esconden en desarrollar el desaprovechado sector energético de nuestro país -incluso más valioso que el campo- y en llevar adelante un conjunto de reformas que eliminen el peso del Estado sobre las personas. Con esto, la oferta libertaria del presidente es una fuerza mucho más conciliadora de lo que parece. He ahí, lo heterogéneo de sus votantes. Mientras que el kirchnerismo encontraba su apoyo principalmente en las clases de menores ingresos, y el Pro en las de ingresos altos, Milei atrae seguidores de todos los rincones del país, sin importar su origen o a quién votaban antes. En tanto, el grupo mercado internista ataca a Milei por la apertura económica, la desregulación y el achicamiento del Estado. No menos cierto, el sector aperturista lo ataca por sus formas, por no devaluar y por no perseguir más duramente a los prófugos de la corrupción kirchnerista con quienes enfrentaron. Más aún, ambos grupos lo atacan por confundirlo con el otro. Y si las patrullas peronistas empapelan la Ciudad con fotos de Milei y los Macri, las patrullas amarillas lo hacen con fotos de Milei y Cristina. No obstante, el apoyo popular amplio del presidente reside precisamente en diferenciarse de estos grupos; explicándose así el motivo por el que Milei ataca a los liberales tradicionales argentinos. Para llegar a puerto con su transformación, Milei necesita erradicar de la sociedad la idea canónica del “liberalismo galerita”. Esto es, la idea de que para ser liberal hay que pertenecer al Jockey Club , tener hectáreas en la provincia de Buenos Aires o vivir a metros de la calle Arroyo. Milei, entonces, no dirige sus discursos a las clases letradas, y si los liberales argentinos han decidido siempre hacer de sus apariciones públicas una lecture de universidad, Milei ha hecho de las suyas un recital de rock and roll Lo que Milei ofrece es algo nuevo: liberalismo popular.
El desafío de la política
Por último, la decisión está ahora en la dirigencia política. Al tiempo que el desafío del presidente deja tres opciones. La primera es la postura del apoyo abierto: sumarse a las filas de la Libertad Avanza. La segunda, elegida por el kirchnerismo extremista y la izquierda, es la firme oposición. La tercera, evidentemente, es la posición in - termedia: el apoyo crítico. Mientras que todas las miradas están puestas en los indefinidos. El peronismo racional, el radicalismo del interior, los liberales tradicionales. Si deciden acompañar las reformas liberalizadoras del presidente, entonces el país habrá dejado atrás 100 años de ciclos, corporativismo y conflicto distributivo. En tanto, si las rechazan, es probable que debamos esperar un siglo más para volver a ver estas ideas en el gobierno. Finalmente, cuelgan las preguntas. ¿Es Milei el héroe que quisiéramos? ¿Merece personalmente nuestro apoyo? Las respuestas a ambas cosas tal vez sean negativas. No obstante, nunca tuvimos una oportunidad tan clara como la que tenemos ahora. Por el bien de los todos argentinos, acompañen al presidente.

