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Apertura en tiempos de proteccionismo: el caso argentino
Julián ORUÉ
Economista de Libertad y Progreso
La primera presidencia de Donald Trump se caracterizó por un discurso marcadamente agresivo, de corte nacionalista y proteccionista. Sin embargo, en la práctica, no alcanzó la magnitud que ese discurso sugería. Su gestión combinó una retórica confrontativa con un enfoque pragmático que supo aprovechar las ventajas del comercio bilateral. En ese marco, inició un conflicto comercial con China (que se profundizaría durante la administración Biden), pero sin desmantelar el sistema comercial internacional. De hecho, los datos muestran que el volumen del comercio exterior estadounidense no se desplomó durante su mandato, e incluso que las importaciones llegaron a incrementarse.
A diferencia de esa etapa, la actual presidencia de Trump parece avanzar no solo con un discurso agresivo, sino también con acciones concretas. Quizás impulsado por la limitación temporal de su mandato (al no poder optar por una reelección) y respaldado por las mayorías republicanas en ambas cámaras, ha intensificado la confrontación con los rivales, y también con los aliados con quienes tiene temas pendientes. En este contexto, la participación de Estados Unidos en el comercio internacional y en las cadenas globales de valor se ha convertido en una herramienta de negociación y afirmación de poder. El caso de México y Canadá ilustra claramente cómo se utilizan los aranceles como instrumentos de negociación. Antes de asumir la presidencia, Trump propuso un arancel general del 20% a los productos mexicanos y canadienses, cifra que luego se redujo al 10% tras su llegada al poder. Tras negociaciones infructuosas, el 3 de marzo se anunciaron aranceles del 25% para las importaciones provenientes de México y Canadá. Sin embargo, al día siguiente, se excluyó al sector automotriz de esa medida, en atención a los intereses de los propios productores estadounidenses y en el marco del tratado USMCA (T-MEC).
Las reacciones a estas medidas fueron dispares, mostrando los distintos efectos que pueden derivarse del uso de tarifas como herramienta política. En el caso de México, el gobierno manifestó disposición al diálogo, reforzó el control fronterizo y acordó una suspensión temporal de los aranceles. Las tarifas no fueron levantadas, y luego vueltas a establecer, aunque el conflicto no escaló, y la administración mexicana mantuvo una actitud proclive a las negociaciones. En contraste, Canadá respondió rápidamente con medidas de represalia, imponiendo aranceles del 25% a productos estadounidenses, lo que refleja la posibilidad real de escalada en este tipo de disputas comerciales.
Y por último está China, que al igual que Canadá, enfrentó la situación desde el inicio como lo que efectivamente era: un conflicto, no una ofensiva unilateral. Desde la primera presidencia de Trump, la relación entre ambas potencias ha venido deteriorándose, con la imposición de nuevas tarifas y regulaciones en sectores clave para ambos países (como el tecnológico), en el marco de una disputa por el liderazgo económico global. Al entrar en vigencia las primeras medidas arancelarias durante esa gestión, China respondió aplicando tarifas del 10% y del 15% sobre una amplia gama de productos del sector agropecuario y ganadero estadounidense.
A esto se suma que la administración estadounidense ha amenazado con tomar represalias comerciales contra aquellos países con los que mantenga un déficit comercial (es decir, aquellos de los que importa más de lo que les exporta). Asimismo, ha planteado la posibilidad de imponer regulaciones adicionales a empresas chinas o a compañías extranjeras con operaciones significativas en territorio chino. En este escenario, es previsible un proceso de relocalización de empresas, que buscarán instalarse en países que les ofrezcan mayor certidumbre regulatoria y les permitan mantenerse al margen de la disputa entre estos dos gigantes.
En este contexto internacional, aparece JAVIER MILEI, presidente que parece estar yendo completamente a contramano del resto de los países. En un mundo cada vez más celoso de sus cadenas de valor y de los sectores claves de su economía interna, el presidente argentino intenta lanzarse a una apertura comercial, con desregulaciones a productores, baja de aranceles y eventualmente una apertura cambiaria. La pregunta es: ¿tienen sentido esta serie de medidas? Para responder esta cuestión, es fundamental tener en cuenta que los niveles de apertura con los que partía Argentina hace un año y medio eran extremadamente bajos. El país se mantenía en un esquema casi semi-autárquico, con volúmenes de comercio exterior muy reducidos en comparación con el resto del mundo.
En este contexto, el actual proceso de desregulación no implica necesariamente una apertura abrupta o excesiva, sino más bien una forma de equiparar las condiciones con las de otros países que, a pesar de ciertos giros proteccionistas por parte de sus líderes, siguen mostrando niveles de integración comercial ampliamente superiores a los de Argentina.
Además, hay que considerar que Argentina es una economía pequeña en el escenario internacional. A diferencia de otros países, que, teóricamente, por su tamaño tendrían espacio para establecer aranceles o restricciones a sus exportaciones y trasladar los costos al resto del mundo, Argentina no tiene esa capacidad. Cada arancel que el país tiene es pagado íntegramente por los argentinos y genera ineficiencias locales que no son compensadas por ningún tipo de ganancia.

Y, finalmente, hay que ver la historia. Los países que hoy “tienden al proteccionismo” (y enfatizamos las comillas), han gozado de los beneficios de la apertura comercial por décadas. Han desarrollado ecosistemas productivos dinámicos y competitivos. En Argentina, en cambio, el esquema proteccionista que está en vigor desde, por lo menos, hace 50 años rompió todos los incentivos a la innovación y a mejorar la productividad. Lo cual también llevó a un fuerte deterioro del bienestar argentino en relación al resto del mundo.
Por eso, aunque en apariencia la Argentina pareciera ir a contramano de la tendencia mundial, avanzar hacia una apertura comercial no solo es lógico, sino deseable. No se trata de abrirse por convicción ideológica, sino de corregir un desequilibrio.
