El club de los preguntadores

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© Christian Rebeca Hernández Martínez

Primera edición, Secretaría de Cultura de Puebla

Puebla, Puebla, México, diciembre 2023

D.R. Gobierno del estado de puebla

Av. Reforma 1305, Centro Puebla, Puebla, cp 72499

isbn: 978-607-8832-41-2

Gobierno del Estado de Puebla

Gobernador Constitucional del Estado de Puebla

Sergio Salomón Céspedes Peregrina

Secretario de Cultura

Enrique Glockner Corte

Director General de Artes y Fomento Cultural

Fernando Ríos Rocha

Directora de fomento cultural

Georgina Meza Gordillo

Subdirectora de proyectos especiales

Natividad Alarcón Ortega

Jefa del departamento de Literatura y Diseño Editorial

Abigail Rodríguez Contreras

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a otro sistema informático, ni su transmisión por cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación y otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de la Secretaría de Cultura de Puebla.

Ganador del certamen de cuento infantil 2023

EL CLUB DE LOS PREGUNTADORES

CHRISTIAN REBECA HERNÁNDEZ MARTÍNEZ

EL CLUB DE LOS PREGUNTADORES

Esta historia comienza el primer día de clases. Sé que quizá no suena muy original iniciar algo en el inicio de algo, pero así ocurrió. Tal vez sea porque en los inicios se encuentran experiencias y las experiencias, se convierten en historias. Me presento querido lector: soy Diccionaria. Sí, leíste bien. Soy una diccionario mujer. Seguro estás pensando que perdí una pasta (o sea la cabeza) pero en realidad, no.

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Así como cualquier ser vivo, nosotros también nos identificamos con géneros. Tengo hermanas como Dictionnarie , mi hermana francesa. 사전 (Sajeon) mi hermana coreana; Y también tengo hermanos como Dizionario , italiano; o Wörterbuch mi hermano alemán. Entonces, aunque en mi definición se me asigne la abreviatura m. que significa masculino, hemos solicitado que se dirijan a nosotras en femenino.

Una vez hecha esta aclaración, procedo a mi definición. Según lo que dice mi interior: un diccionario o una diccionaria somos obras de consulta en donde se definen o traducen un conjunto de palabras de una o más lenguas o de una materia determinada. Las palabras, por lo general, están en orden alfabético. Nos cuentan las y los colegas Enciclopedias que nuestros primeros antepasados vivieron en la Antigua

Mesopotamia y desde entonces en cada época han surgido miles de familiares nuestros. Somos de varios estilos, pero nuestro contenido es muy parecido. Los usuarios nos utilizan para aprender sobre ortografía, pronunciación o conocer la etimología de algunas palabras. La etimología se refiere al origen y el sentido de una palabra. ¡Oh, Aburrición aburrisionosa!

Discúlpame, apreciable lector si te estoy causando tedio con esta larga presentación. ¡No te vayas! Palabra de diccionaria que la historia que te voy a contar tiene un poco de acción y aventura. Empecemos de nuevo. Como te decía, la historia comienza el primer día de clases. Estoy segura de que tú sabes muy bien que un primer día es como un cúmulo de emociones.

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Un cúmulo , según las definiciones que habitan en mi interior, es:

1. m. Conjunto de cosas materiales o inmateriales, especialmente cuando están superpuestas unas sobre otras en el espacio o en el tiempo. Sin orden.

2. m. Meteor. Conjunto de nubes densas, propias del verano, que tienen apariencia de montañas nevadas con bordes brillantes. Con aspecto algodonoso y contorno recortado, tiene forma de cúpula o coliflor.

Veamos: un montón de cosas sin orden, suena bien, aunque no me convence. Lo de las nubes suena lindo, casi me conquista; sólo que, pequeño detalle: no

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me gusta la coliflor. Debajo de estas definiciones hay una sugerida: Cúmulo estelar

1. m. Astron. Agrupación muy densa de estrellas de pequeña magnitud.

¡Es perfecta! Amo las estrellas, cada que tengo oportunidad bajo de mi lugar y me acerco a la ventana para observar el cielo y en ocasiones, pedir un deseo. Sí, las emociones parecen estrellas: algunas brillan con intensidad, mientras que otras se encuentran distantes, hay algunas pequeñitas; y otras luminosas. Las hay muy intensas, y unas tan veloces que pasan sin que nos demos cuenta. Definición perfecta: El primer día de clases es un cúmulo estelar de emociones

¿a poco no?

Por un lado: la tristeza de dejar atrás las vacaciones, de dormir hasta tarde, de comer un montón de helado y de salir a jugar hasta que oscurece. Luego viene la alegría de reencontrarse con los amigos, de estrenar nuevos lápices, nuevos cuadernos y con suerte, hasta una mochila. El cosquilleo de la ilusión y el nerviosismo de conocer a la nueva maestra ¿será regañona? ¿dejará mucha tarea.? El miedo de presentarse ante diferentes compañeros o de que el nuevo grado que comienza sea más difícil que el anterior. Y hay quien incluso llega enojado porque por culpa del hermanito que vomitó en el carro, llegó tarde. También hay un poco de incomodidad, sobre todo si justo esa mañana a mamá le dio por poner en práctica sus habilidades estéticas y se emocionó tanto con el peinado que te dejó los ojos estiraditos Y si te aprietan los zapatos ¡Ni se diga! ¡Ah y casi se me

Secretaría de Cultura de Puebla olvida... qué tal el coraje de volver a ver a la niña o niño que te cae mal! ¡Uf! Ese cúmulo estelar de emociones y sentimientos que se agolpa en el corazón o en la panza, depende de dónde lo sientas. ¿Lo has sentido? Yo sé que me entenderás.

A nosotros también nos pasa, por lo general, lo sentimos en el lomo, que es justo la mitad de nuestro cuerpo. Justo ese ciclo escolar, yo me sentía confundida y temerosa; tenía miedo a lo desconocido y al abandono. Verás, en aquellas vacaciones, cuando todas las niñas y los niños disfrutaban del verano, fui testigo de una triste despedida. Mi amiga de hace tantos años, quien me trajo a este hogar y se encargó de darme un espacio y una identidad, se marchó.

Con lágrimas de alegría y de agradecimiento se despidió. Dalia nuestra

bibliotecaria guardiana tuvo que partir hacia otro lugar. No sé si lo sepas estimado lector, pero una biblioteca sin un bibliotecario es como un barco sin capitán. Mis compañeras, compañeros y yo, quedamos a la deriva; escuchando todo tipo de rumores enfocados a lo mismo: Decidir el destino de este espacio. Sí, como lo lees, hay personas que consideran que nuestro hogar no es necesario y aquel momento de soledad, era la oportunidad perfecta para que aquellos que así lo pensaban, tomaran una decisión que no nos incluyera. Nada alentador ¿no crees?

Dos días de silencio absoluto. Escuchábamos ruidos y movimientos, aunque ninguna voz. Me sentía entumecida, necesitaba una buena estirada de pastas y un paseo de hojas para que me diera el fresco. Mis compañeras y compañeros estaban desesperados y aburridos. Algunos

Secretaría de Cultura de Puebla se reunían y discutían acaloradamente.

Otros estornudaban por el exceso de polvo. Unos más estaban contentos en la oscuridad; los más gruñones fingían estar felices de que nadie los molestara. En fin, cada quien a su manera expresábamos el sentimiento en común: incertidumbre.

Una tarde que el sopor del verano y del atardecer nos mecía; el compañero que cuelga desde la pared, Calendario, nos informó con alegría que la siguiente semana iniciaba el ciclo escolar. Alegres e impacientes comenzamos a contar los días para ver a nuestros usuarios, con renovados bríos estábamos esperándoles. Por cierto, amable lector, tengo que pedirte que consigas a un

familiar mío y que acompañes tu lectura con él; tengo que honrar mi esencia y utilizar las más bellas y refinadas palabras que habitan en mi interior. Aunque también, si ningún conocido de mi familia está contigo, no tengo problema en compartir mis definiciones. Por favor permíteme, para eso estoy. Ahí te va:

Sopor

1. m. Estado intermedio entre el sueño y la vigilia en el que todavía no se ha perdido la conciencia. 2. m. Sensación de cansancio, pesadez y de sueño.

Bríos

1. m. Ánimo, energía o decisión con que se hace algo.

Aquella mañana percibimos la alegría y los pasos acelerados de un nuevo ciclo escolar. Escuchamos a lo lejos, los honores a la Bandera y el eco del discurso de bienvenida de la directora Margarita. Luego, el caminar de cientos de pasos subiendo las escaleras. Las puertas cerrándose y luego, el silencio. Un silencio que en ocasiones se interrumpía por el sonido seco que produce el arrastre de un pupitre. Más tarde, la campana y en seguida los gritos de euforia que produce la libertad de mover el cuerpo y correr lo más rápido posible. Al escuchar esos peculiares movimientos, nos quedamos quietos, nos enderezamos y luego comenzamos a sacudirnos. Incluso hubo algunos que se cayeron del estante; lo cual era peligroso porque no había quien los volviera a acomodar, sobre todo a los gorditos que les

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costaba voltearse por sí solos. De pronto, unos pasos y luego una voz: — ¿Hola? ¿Señorita Dalia? Soy Dani. —¿Puedo pasar? — preguntó la niña. Todos conocíamos a Dani, algunos habíamos tenido el placer de conocer su casa, otros habían sido hojeados con sus dedos suaves y húmedos; incluso un par de mis colegas habían sido atendidos por ella cuando estuvieron en el hospital de libros. Todas y todos reconocíamos la voz alegre y curiosa que nos despertaba casi todos los recreos desde hacía cuatro años. La niña no recibió respuesta, aun cuando llamó con insistencia. Al parecer no estaba enterada de la ausencia de la bibliotecaria. Si tan sólo Dani supiera que estábamos solos, encerrados y a oscuras. ¡Ay de nosotros! Abandonados y sin destino. Absorta en mis

Secretaría de Cultura de Puebla pensamientos, me sorprendí cuando la luz se encendió, unos pasos veloces se acercaron; y la vimos. Un poco más alta y morena, las vacaciones le habían sentado bien, ahí estaba: Daniela Ruiz Castillo.

Un nombre que nunca olvidaría. Ella había sido la primera en firmar mi papeleta de préstamo. Con ella aprendí a ser una diccionaria profesional.

Entró decidida y buscando respuestas, como siempre lo hacía. — ¡Qué raro! La señorita Dalia no se perdería un primer día de clases. — dijo extrañada. Caminó entre los estantes, rozando con los dedos el lomo de algunos de mis compañeros, incluso hubo quienes sintieron el aliento impregnado a sándwich casero cuando la niña sopló en sus cantos superiores para liberarlos de la capa gris y pesada de polvo. Intrigada, Dani se asomó al que fue el escritorio de Dalia y pudo notar que estaba vacío. Confundida,

abrió las cortinas y después las ventanas. ¡Maravilla, maravillada! Qué bien se sentía el aire fresco circulando en nuestro espacio. Dani caminó entre los estantes y tomó a Trabalenguas; estaba a punto de sentarse a leer cuando a lo lejos se escucharon unos pasos pesados que me estremecieron: era Hortensia.

— ¿Qué haces Daniela? La biblioteca está cerrada y no puedes estar aquí. — dijo con esa voz áspera que la caracterizaba.

— ¿Está enferma la señorita Dalia? — preguntó la niña.

— No. Dalia ya no trabaja aquí. Regresa al patio por favor. — insistió la profesora.

— ¿Por qué? ¿cuándo van a abrir la biblioteca? Quiero llevarme un par de libros.

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Alcanzamos a escuchar la voz de Dani mientras Hortensia la sacaba a “ligeros” empujones.

Nos quedamos un poco tristes y también preocupados porque las ventanas se habían quedado abiertas. Si llovía, los Atlas tendrían graves problemas. Primero un resfriado y después...

No, ni pensarlo. Sí ellos se resfriaban, lo haríamos todos y luego vendría lo peor, nuestro mayor peligro: la humedad. Mi honorable lector, estoy consciente de que alguna vez has disfrutado la experiencia de leer tus historias favoritas (o consultar tu diccionario, ¡cof! ¡cof!) acompañado de una buena taza de chocolate, jugo de uva o leche; y claro, al menos a mí, me encanta deleitarme con esos aromas. El detalle es que ese tipo de acciones sólo se permiten cuando se lee libros en solitario (y eso,

siempre con precaución) pero eso no es posible en una biblioteca. La razón es la siguiente: si uno de nosotros se ve sumergido en un buen baño de cualquier líquido y no es secado debidamente, al cabo de unas horas la humedad que se generaría en nuestro interior, sería el perfecto hogar para que una familia de hongos se estableciera, creciera y se alimentara de nuestras hojas. Al cabo de los días, seríamos consumidos hasta desaparecer. Lo peor es que como vivimos en una comunidad, contagiaríamos a nuestros hermanos.

¡Todos los libros de la biblioteca invadidos de hongos!

Eso no sería nada bueno, créeme, no le recomiendo a nadie enfrentarse a un apocalipsis de libros zombis.

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Por suerte, ese día no llovió. Únicamente un ventarrón nos trajo compañía: varias hojas, ramas, y una que otra araña distraída. Al menos no fueron hormigas, que así de pequeñas ¡cómo muerden! Por eso es que tampoco recomiendo comer galletas en la biblioteca: una sola migaja puede iniciar el imperio de las hormigas y entonces sí

¡Catástrofe catastrófica!

No, te lo digo, ninguno de nosotros quiere ser una casa de hongos ni un laberinto de hormigas. Tenemos nuestras debilidades, no podemos ser perfectos. El resto de esa semana tampoco llovió, sin embargo, las predicciones de Meteorología indicaban que era época de lluvias, así que seguíamos en peligro. Sólo nos quedaba esperar a que alguien nos visitara pronto y cerrara las ventanas.

Estaba por terminar la semana y no habíamos recibido más visitas. El tiempo era lento y nuestras siestas se prolongaban cada vez más. Entre sueños recordaba los pasos ligeros y apresurados de Dalia, su voz deseándonos “buenos días”. La brocha delicada que hacía cosquillas cuando me sacudía. Sus dedos fríos que nos reacomodaban. Las pláticas que tenía con nosotros. Con anhelo recordaba la tranquilidad que sentíamos al estar en un hogar cálido; y esa seguridad de tener nuestro espacio e identidad. Sabíamos que gracias a que ella nos catalogaba y clasificaba, jamás nos perderíamos en el vacío de los estantes. Y así sería más fácil para nosotros encontrar a nuestros lectores, porque, aclaración: nosotros los encontramos, aunque se cree lo contrario. — ¡Ey! Chicos espabilen. Hoy es viernes y tengo anotado que habrá junta de directores

Secretaría de Cultura de Puebla aquí. — anunció Calendario, interrumpiendo mis recuerdos.

— ¡Bah! En esas juntas no se resuelve nada. Sólo hablan y hablan. — se quejó Gran Enciclopedia.

— Son tan aburridas como Diccionario. — dijo la engreída de Romance.

— Has de saber que tus comentarios zafios no me afectan. Mi interior está enriquecido de las más hermosas letras y significados. Los lectores acuden a mí cuando tienen duda de las palabras que ustedes guardan. — respondí orgullosa y añadí — Y por si te lo preguntas: zafio

A-d-j. Dicho de una persona/cosa grosera

y de toscos modales.

—¡Como tú! — rematé.

— ¡Basta de pelear! Esta situación no nos puede dividir. — dijo en voz conciliadora Pequeña Enciclopedia. — Está claro que todos tenemos opiniones diferentes, pero compartimos el miedo a lo desconocido. — concluyó.

— Debemos tranquilizarnos. Necesitamos estar atentos para escuchar lo que digan de la biblioteca. — sugirió Fantasía. De pronto, se escucharon algunas voces ruidosas por el pasillo, entraron cinco personas adultas. Algunos traían café y otros, galletas. ¡Calamidad calamidosa

Dalia nunca habría permitido esa insolencia. La reunión comenzó acordando fechas para los exámenes de diagnóstico;

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Los compañeros de la sección de Literatura se sacudieron inquietos al escuchar la palabra “exámenes”. Sabían que en esa época la biblioteca estaba vacía y que los usuarios ni por asomo volteaban a ver las historias de fantasía, poesía, cuentos, aventura o ciencia ficción. Los estudiantes se ponían tan nerviosos que “no tenían cabeza para esos libros” (así escuché decir a uno que otro usuario.) Sí acaso, los más aplicados acudían en el recreo y se sentaban en absoluto silencio a repasar sus apuntes. Ni que decir de las extrañas ocasiones en las que un curioso aprendiz consultaba la sección de libros “No ficción o Informativos” (así decía el letrero de su estante) para aprender más sobre un tema. Dalia procuraba motivar a sus alumnos para que ni un día dejaran de leer. Se empeñaba en compartir su amor por la lectura e insistía que era necesario leer tantos libros literarios como informativos; y les recetaba,

como si fuera médica, al menos una página diaria de su historia favorita. “Siempre puedes hacer tiempo para las historias que te alegran el corazón.” Afirmaba mientras sonreía.

Los directivos hablaban de tantos temas que, la verdad, nos hicieron bostezar más de una vez. Hasta que Madame Fleur, la profesora de idiomas, dijo algo que nos desperezó:

—Algunos alumnos están impacientes por venir a la biblioteca. Me preguntan cuándo pueden subir ¿hay alguna noticia al respecto?

— No, aún no se ha decidido qué haremos con la biblioteca. — se escuchó la voz seca del subdirector Rodríguez.

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— Lo que Narciso quiere decir: es que aún no decidimos quién se hará cargo de la biblioteca. — intervino la señora directora.

— Margarita, ya lo habíamos platicado, a este lugar ya no viene nadie. Los nuevos tiempos demandan novedad educativa. Convirtamos esto en un salón de juegos. — sugirió el subdirector.

— ¿Un salón de juegos? — preguntó la directora, un tanto desconcertada.

— Sí, sí. Creo que ahora le llaman ludoteca o algo así. — respondió Narciso.

— ¿Y qué haríamos con los libros? — intervino la coordinadora académica.

— Ay no sé, Violeta. Los que quepan que se queden aquí y los que no que se los lleven a la bodega. No sé, podemos vender como kilo de papel a los más amarillentos,

polvosos y viejos — soltó indiferente el subdirector.

— Disculpen que insista. — interrumpió Madame Fleur. — Pero es evidente el interés que tienen los alumnos en venir a la biblioteca. Dalia se esforzó en hacer de este, un lugar agradable para todos, y a ellos les gusta este espacio.

— Dalia ya no está aquí. — se escuchó la voz hosca de Hortensia.

— Lo sabemos, tuvo que mudarse para estar cerca de sus padres, pero la biblioteca vive y pertenece a los niños. — respondió Fleur.

— Yo no recuerdo ver a ningún alumno aquí. — dijo Rodríguez.

— ¡Eso sí que no! Si salieras de tu oficina, podrías darte cuenta de que las niñas y los niños habitan todos los espacios de su

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Escuela. A algunos les gusta correr por el patio, a otros esconderse en los rincones o caminar por los pasillos, pero también hay quien busca un espacio tranquilo sólo para estar. Como este. — expresó Violeta.

— Bueno, bueno. Como dijo Margarita: dejemos este asunto para luego. Tenemos dos semanas para decidir. Estaré observando si algún alumno visita este lugar. De lo contrario, se inaugurará la sala de juegos — finalizó Narciso. Nos quedamos pasmados. ¿Qué había sido todo eso? Fue la junta más intensa en la hemos estado presentes ¿y eso de polvosos, aburridos y todos esos improperios? La junta terminó y comenzaron a irse, menos Fleur que se quedó más tiempo y tuvo la generosidad de sacudir y guardar en un bote vacío los restos de migajas de galleta que, sobre todo Hortensia, habían dejado.

Después cerró las ventanas y dejó las cortinas abiertas, lo cual fue un alivio porque ya no corríamos riesgo de mojarnos y a su vez habría un poco de luz natural. Luego de su gentileza, caminó hacia mi estante. Yo me estremecí e incluso me paré derechita; imaginé esa sensación agradable del pasar de las páginas. Sin embargo, a quien tomó fue a mi hermana francesa “Mademoiselle Dictionnarie.” Y bueno, no era de sorprenderse, porque Fleur era profesora de idiomas y seguro necesitaba consultar algunas palabras para sus clases. Lo que vino después me alteró tanto, que, si no fuera porque yo no puedo beber líquidos, me tomaría un tecito de tila. La profesora, no sólo consultó a mi hermana, sino que ¡se la llevó! Y lo peor fue que no rellenó la tarjeta de préstamo. ¡Era como un secuestro! Los libros no debemos salir de la biblioteca sin ser registrados ¿qué tal si nos

Secretaría de Cultura de Puebla perdemos? Es un asunto muy delicado, no hay datos de dónde o con quién podemos encontrar a mi hermana y si ella se pierde, no sabrán a donde traerla. ¡Patatús, patutoso! Esta situación se estaba saliendo de control.

Después de aquella reunión pasamos varios días sumergidos en ocio y soledad. Ningún movimiento, ninguna voz. Mi hermana aún no había vuelto; y los otros libros ya casi no hablaban entre ellos. Estábamos convirtiéndonos en lo que había dicho el subdirector Rodríguez, libros aburridos llenos de polvo.

— ¡Oh debilidad! No siento las páginas. — se había lamentado Teatro sin recibir respuesta. Sólo se escuchó el murmullo que Calendario hizo al desprenderse de su

página mensual. Eso quería decir que el plazo de decidir el destino de nuestro hogar, estaría pronto a concluir.

— No pierdan la esperanza. Pidamos un deseo y la magia se encargará. — nos animó Fantasía, aunque no se escuchaba tan convencida.

— Este hastío nos hace sentir como en una isla desierta. Ojalá llegaran los piratas para librar unas cuantas batallas. — gritaban las chicas Aventura.

— Desventurados somos. Dejadnos morir en este pantano de tedio. — se lamentaba, de nuevo, Teatro.

— ¡Oigan! ¿alguien más ve esas sombras detrás de las cortinas? —ululaban los hermanos Terror que intentaban espantarnos.

— Amigos, resistan. Estamos hechos de celulosa, bajo las mejores circunstancias podríamos vivir más de mil años. — nos tranquilizaba Pequeña Enciclopedia.

Hablaba con tal parsimonia, que todos nos quedábamos tranquilos por un buen rato. Estaba yo en pleno bostezo, cuando escuché unas risas y unos pasos ¿alumnas? ¿usuarios? Mi hoja de guarda vibró de alegría. Aunque no quise ilusionarme porque a esas alturas yo no sabía si lo que veía o escuchaba era real o sólo eran espejismos. La luz se prendió, lo cual confirmó que en realidad algo sucedía.

— ¡Mira, Laurita! Este pronto será nuestro salón de juegos. Cuando quiten estos libros viejos voy a pedirle a mi papá que me compre el juego de té más grande que encontremos en la juguetería y lo

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pondremos aquí (dijo señalando la esquina donde estaba el estante de Enciclopedias) un salón de té para mis unicornios. — dijo la presuntuosa de Jimenita. Al escuchar la voz de Jimenita, salimos de nuestro letargo. Esa niña era nuestra peor pesadilla y nos traía recuerdos muy dolorosos.

Prepárate, ahí te va la historia: cuando Jimenita iba en primer grado de primaria; acudía regularmente a la biblioteca, tenía todo el potencial para ser usuaria frecuente. En las sesiones de cuenta cuentos, Dalia siempre contestaba a sus preguntas y cuando terminaba la sesión le recomendaba libros; así como hacía con todos los alumnos. A Jimenita le gustaban los cuentos de hadas, de terror y de aventura. También era afecta a algunos libros de animales, astronomía y anatomía; tenía un interés muy particular por los libros de Arte. En un inicio, todo parecía tranquilo. Hasta que un

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día en el recreo escuchamos el grito de Santi, uno de los más fieles lectores de libros de no ficción, que había descubierto con sobresalto que en su libro favorito de la tundra ¡había animales con sombreros y tutús!

Tras este hallazgo espantoso, Dalia revisó los otros libros que la usuaria Jimenita se había llevado a casa y descubrió con decepción que no sólo los animales de la tundra, la selva, el bosque y el desierto tenían vestuarios coloridos; también los del sistema solar: un conejo morado en la Luna, lentes en forma de corazón para el Sol, una varita mágica en Júpiter y muchas estrellas de colores.

A nuestra bibliotecaria no le quedó de otra que amonestar a la alumna, si bien, los libros pintados siguen cumpliendo su misión, merecemos ser tratados con respeto

y estoy segura de que a Jimenita no le hubiera gustado despertarse de su siesta con un bigote pintado con plumón permanente. Dalia le explicó muy paciente que no era correcto dibujar en los libros, por más aficiones artísticas que la niña tuviera, y en su lugar le dio hojas recicladas y crayones para que pudiera dibujar aquellos arcoíris que le encantaban. Sin embargo, al parecer a Jimenita, no le fue suficiente. En el fondo, Dalia tenía la ilusión de que Jimenita aprendiera a ser una lectora responsable, así que la integró al equipo voluntario del hospital de libros. Ahí íbamos todos los libros lesionados, yo misma estuve en un tratamiento intensivo de recuperación de pastas. Fue un proceso largo, pero tuve la suerte de conservar mis originales; algunos de mis compañeros tienen que experimentar la extracción total de sus pastas y usaban prótesis para siempre. Como el caso de

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Poesía, que fue mordido por un perro y tuvieron que remover toda su cobertura y volverlo a encuadernar. Se veía muy bien, parecía como nuevo, pero en el fondo él sabía que esas, no eran sus pastas. Poesía se recuperó pronto, él ve el mundo con ojos de belleza así que le es fácil sentirse agradecido por lo que le rodea.

Aunque existen diferentes maneras de ser, como, por ejemplo: Gran Enciclopedia. Él fue aplastado por la llanta de una bicicleta y le tuvieron que poner implantes en la pasta principal. Desde entonces se volvió un tanto gruñón; a menudo se pelea con sus hermanas y hermanos Enciclopedias; en el fondo creo que se siente triste porque sus pastas no quedaron tan lindas y desde entonces nadie más lo consulta. Quizá se siente solo.

Regresando a las insolencias de la señorita Jimenita, a pesar de su colaboración afanosa en el hospital, tenía ciertas conductas que nos alertaban. Era cautelosa y fingía muy bien, pero para nosotros es sencillo ver todo lo que ocurre, en especial, cuando nuestro lugar está en los estantes de hasta arriba. La niña ni se imaginaba que el más alto y observador de nosotros: Atlas, la miraba atento mientras ella cometía sus fechorías.

— ¡Dobla las hojas! Y le gusta pellizcar a los libros pequeños. — nos contó aterrorizado. Dani colaboraba voluntariamente en el hospital, así que intentó ser amiga de Jimenita y compartir con ella el gusto que tenía por nosotros y la biblioteca, leía a su lado algunas de sus historias favoritas, le

Secretaría de Cultura de Puebla enseñó cual era nuestro lugar y como nos acomodábamos. Incluso le explicó el significado de las letras y los numeritos que tenemos pegados en el lomo.

— Se llama Signatura topográfica. — había dicho Dani orgullosa de recordar lo aprendido. Como era de esperar, la amistad no duró mucho tiempo. Jimenita era muy voluntariosa, siempre quería cumplir sus caprichos e imponer sus ideas, era grosera con los demás usuarios de la biblioteca y, además, Dani descubrió lo que nos hacía cuando nadie la veía. Así que convencida de que Jimenita no hacía lo correcto, la confrontó; pero la otra niña se indignó y lo negó todo. Le aplicó la ley del hielo a Dani y, además, juró a los cuatro vientos que las cosas no se quedarían “así.” Buscaría venganza. Ahora sería su némesis para siempre.

Pasó un buen tiempo hasta que volvimos a ver a Jimenita, casi un ciclo escolar. La niña regresó cuando pasó a segundo grado. Quisimos darle una oportunidad porque sabíamos que las personas pueden cambiar, y más cuando leen otras historias que los acercan a otros mundos.

¡Oh desilusión, desilusionosa!

La usuaria no sólo no había cambiado, sino que, además, estaba lista para la revancha. Al principio tenía esa sonrisa que hacía creer a los demás que era inocente, así fue como se echó a Dalia en el bolsillo y la bibliotecaria accedió de nuevo a prestarle libros a domicilio.

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— ¿Qué es una biblioteca sin usuarios?

¿qué es un libro sin lector? — le gustaba pregonar a la ingenua bibliotecaria.

Jimenita se portó muy decente las primeras semanas, entregó sus libros a tiempo y en maravilloso estado. Era afecta a llevarse libros de la nueva colección. Es aquí donde te cuento un suceso que ocurrió ese verano. Verás, las primeras semanas de vacaciones de fin de curso es el momento perfecto para una limpieza profunda y reacomodo del acervo (o sea de nosotros.) Nos gustaba mucho ese periodo porque éramos más mimados que de costumbre. Dalia se aseguraba de que nuestra salud fuera optima, de que nos encontráramos en el mejor y correcto espacio; y si ella lo consideraba incluso hacía movimientos de la colección para que estuviéramos a la vista de los usuarios o simplemente para que no nos aburriéramos

de estar siempre en el mismo lugar.

También eran tiempos de despedidas y de bienvenidas. La ley de la biblioteca indica que cuando llegan nuevos compañeros hay que hacer una revisión para seleccionar a los libros que han dado todo de sí y necesitan jubilarse; o a aquellos que pueden ir a otra biblioteca en busca de nuevos lectores y así se hace espacio para los nuevos integrantes. Ese año al parecer no había y una vez concluida la limpieza, Dalia se dispuso a tomar sus merecidas vacaciones. Una tarde, cuando todos tomamos un descanso, alguien entró con una gran caja marcada con plumón de color azul que decía “donación.” A nosotros nos encanta que lleguen nuevos miembros a la biblioteca, pero por lo general llegan antes de Dalia se vaya a vacacionar para que le dé tiempo de acomodarlos y tenerlos listos.

Al volver, Dalia encontró la caja en el pasillo y al revisarla no le convenció del todo su contenido. Eran libros basados en películas infantiles. Sí, películas de esas que pasan en televisión. Libros de princesas de grandes ojos, de animales con rasgos humanos y vestidos, de reinos mágicos brillosos; de superhéroes enmascarados y con poderes asombrosos. Y no me malentiendas lector mío, créeme que no tengo nada en contra de ellos, me gustan esas historias; es sólo que pienso que, si esas historias ya existen como película ¿por qué hacerlas libros? Por qué no dejar que los lectores tengan más opciones de lectura y conozcan otras historias igual de encantadoras. Y aclaro que mi opinión es diferente cuando se trata de mis compañeros los Libros Famosos, esos que fueron tan bien escritos, que provocan que los más apasionados lectores, se inspiren al

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grado de hacer una película. Ahí sí ¡qué orgullo! Cuando me entero de que algunos de estos libros saltan a la fama siempre grito: ¡Lo conozco, somos vecinos! Por supuesto, si me permites una humilde sugerencia: cuando tengas oportunidad, lee el libro antes de ver la película.

¡Basta! Disculpa mis divagaciones, soy un ser hecho de letras. Sigamos con la historia... La bibliotecaria no tenía idea de dónde acomodarlos. Ya estábamos muy apretaditos ¡Y no es mala onda, eh! De verdad en esa ocasión no había lugar para ellos porque ya se había hecho la revisión. Buscando soluciones para integrar a los nuevos compañeros, a Dalia se le ocurrió mandar a comprar un pequeño y sencillo librero de madera que acomodó junto a una de las ventanas. Realizó el proceso de ingreso de cada uno de estos libros: revisión, catalogación, clasificación, sellado

Secretaría de Cultura de Puebla y pegado de etiquetas. Ya sé que suena todo muy extraño, pero es como tú lector mío, cuando vas a la escuela por primera vez: pasas por un proceso de inscripción, abren tu expediente con todos tus datos, te dan una credencial y te indican a qué grado y grupo perteneces ¿no es así? Bueno, pues igual nosotros, cuando somos nuevos necesitamos un registro y un proceso para integrarnos a la colección. Una vez que aquellos compañeros estuvieron listos, fueron instalados en su espacio, la bibliotecaria colocó un letrero con el único nombre que se le había ocurrido. “Libros basados en dibujos animados” Sí, yo también estoy de acuerdo con que era un nombre un tanto largo, pero al parecer no había otra opción. Cuando estuvieron cómodos quisimos organizarles un festejo de bienvenida para conocerles un poco más, pero por más que lo intentamos

no quisieron ni dirigirnos la palabra. En una sola ocasión, y sólo para dejar en claro que no tenían intención de hablar con nosotros, uno de ellos nos dijo: — no nos interesa tener ningún tipo de convivencia con libros sosos como ustedes, debemos cuidar nuestra apariencia para que los lectores sigan viniendo a nosotros como hormigas a la miel. — dijo pretencioso el que después supimos, era su líder. No los buscamos más, al parecer querían estar solos.

Dicho y hecho: la mayoría de los usuarios se dejaron atrapar por la novedad de una nueva colección y durante semanas fueron los más leídos en sala y también los que más se fueron a domicilio. Todo iba bien para ellos hasta que una de sus fanáticas lectoras, volvió a las andadas. Adivinaste: Jimenita. Y resultó que ahora la afición de la niña ya no era pintar, sino recortar. Así que en menos de lo que canta un gallo;

Secretaría de Cultura de Puebla nuestros colegas estaban hechos trizas. Muy pocos sobrevivieron por completo a la tijera tenaz de Jimenita, y déjame decirte que quedaron muy traumatizados. Nos hubiera servido tener comunicación, si tan sólo ellos hubieran querido formar parte de la comunidad, hubieran tenido una oportunidad de salvarse. Cuando uno de nosotros sale a domicilio regresa para contarle a los demás cómo le fue con su lector. Claro, he de confesar que a veces los libros maltratados tienen miedo o se sienten avergonzados y no dicen nada. Por eso organizamos las reuniones de bienvenida, para integrarlos a la familia y hacerles saber que no están solas o solos y que siempre estaremos apoyándolos. En un inicio nadie se percató de los pequeños y hábiles cortes que Jimenita hacía, hasta que cada vez fueron más evidentes y Dalia horrorizada descubrió que

la mayoría estaban irreparables. La bibliotecaria se reunió con la directora Margarita y juntas impusieron a la usuaria una severa sanción. No podía llevarse ningún libro a domicilio y además tenía que hacer una donación de libros. Por supuesto, Jimenita gritó y pataleó, pero Dalia, aunque de buen corazón; se mantuvo firme. Después de ese evento, Jimenita regresó unas cuantas veces, pero sólo tenía permitido leer en sala y bajo vigilancia. Poco a poco, la niña dejó de acudir a la biblioteca y aunque recibía invitaciones constantes para regresar a ser usuaria, no regresó más. Dalia se sentía triste al respecto, pero ella tenía la obligación de protegernos y mantenernos en excelentes condiciones para cuando conociéramos al lector perfecto. Te he contado ya la historia de Jimenita y ahora entenderás que no nos sorprendió, del todo, que ella apoyara la

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idea de convertir nuestro hogar en un salón de juegos y deshacerse de nosotros.

Ojalá Jimenita nos hubiera dado la oportunidad de demostrarle que es más divertido leernos que dibujarnos o recortarnos. Sólo nos queda el deseo de que alguna vez haya un libro que cautive a esa niña y que le robe el corazón, tanto así que se reconcilie con los libros y con la lectura.

Esa misma tarde, después de la visita escalofriante de Jimenita, o Jime, como al parecer se hacía llamar ahora; mi hermana regresó. Fleur la colocó cuidadosamente en el estante y aprovechó para remover con sus dedos un poco del polvo asfixiante.

Después tomó a Poesía y se sentó a leer un poco. Sentí una ligera vibración en los estantes, era la emoción de todos; teníamos compañía. Un par de horas permaneció la

lectora con nosotros, hojeó a algunos libros de la sección de Literatura y se llevó a Romance. De ella no me preocupé tanto que se la llevaran, la verdad, en ocasiones era un tanto vanidosa y decía comentarios poco amables.

Una vez que Fleur y Romance salieron, todos nos pusimos atentos para escuchar a mi hermana, a la cual, tuve que convencer de que nos contara cómo había sido su experiencia y si había escuchado algo sobre nosotros: ¡Bonjour mon amies! — había dicho con su particular acento.

— Si no nos vas a hablar en español, olvídalo. Mejor no nos cuentes nada. — soltó con voz áspera Gran Enciclopedia.

— ¡Oh là là! Que delicados se han vuelto.

— respondió burlona Dictionnarie. — ¡Vamos hermana! Sabes que todos estamos un poco irritables ¿tendrías la amabilidad de contarnos las novedades? — supliqué. — Sólo porque me lo pides tú, hermana. Aunque no he tenido el recibimiento que esperaba. Pues verán: la situación allá afuera es un poco complicada. Hay mucha tensión porque todos desean un destino diferente para cada uno de nosotros. Madame Fleur me llevó a todos lados, así que pude escuchar diferentes conversaciones. Las niñas y los niños, nos extrañan. Claro, no todos. Los petits de primer grado tienen curiosidad por venir a conocernos y adem...

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— ¿Podrías decirnos algo que no sepamos?

— interrumpió Gran Enciclopedia.

— ¡Sé un caballero y deja la descortesía para luego! — exigió Teatro

— ¡Una interrupción más y no sigo! — sentenció Dictionnarie. — Lo principal ya lo saben: La mamá de Jimenita quiere cumplir el capricho de su hija y convertir esto en un salón de juegos, de fiestas y de belleza. Ahora que ella es la presidenta de la asociación de padres, se reunió con el subdirector Rodríguez, que como saben no simpatiza con nosotros. Nuestro destino está sellado, viviremos en cajas amontonadas junto a pupitres rotos y mesas sin patas; devorados por ratones hambrientos o consumidos por la implacable humedad. ¿Felices Ahora ya me

Secretaría de Cultura de Puebla duele la cabeza. —concluyó mi alterada hermana.

Quizá te puedas imaginar el caos que causaron las noticias que recibimos. Teatro, las hermanas de Romance, Poesía y otros más comenzaron a llorar letras desconsoladamente (recuerda que los líquidos no van con nosotros). Aventura, Terror, Ciencia ficción y Fábulas gritaban alterados; algunos más permanecimos pensativos e intentando entender todo lo que habíamos escuchado, incluso hubo quien se había desmayado. En primer lugar, fue una sorpresa saber que la señora Rosa era mamá de Jimenita; ahora quedaba claro porque la niña llegó con tanta seguridad a mostrarle a su nueva amiga, el nuevo lugar donde cometería sus fechorías. También era de esperarse que ante cualquier oportunidad el subdirector intentara deshacerse de nosotros. Todo se escuchaba

mal. Realmente no estábamos listos para esas noticias tan desalentadoras.

¡Oh inquietud, inquietosa! No teníamos salvación. Varios días estuvimos sin palabras, y sé que eso puede sonar gracioso porque en realidad sí que estábamos llenos de ellas; al menos en nuestro interior. Intentaba comprender qué es lo que estaba pasando ¿en qué habíamos fallado? Sabíamos que nuestros lectores se redujeron desde que tuvieron acceso a todos esos dispositivos electrónicos tan interesantes ¡Es el futuro! Había dicho entusiasmado Ciencia Ficción. Y en realidad no nos preocupaba, no éramos competencia, cada quien tenía su lugar y sabíamos que, aunque niñas y niños estuvieran rodeados de esos aparatos maravillosos; ninguno se resistía a escuchar

Secretaría de Cultura de Puebla un cuento antes de dormir. Las historias seguían cautivándolos, lo podíamos percibir en cada sesión grupal de cuenta cuentos que había en nuestra biblioteca. Navegaba en mis pensamientos cuando una voz me interrumpió — ¡Mon chéri! A ti es a la única que le diré lo más importante. Dani, nuestra niña, está elaborando un plan maravilloso para salvarnos. —confesó.

— ¿Por qué no nos dijiste eso? — pregunté desconcertada. — Fueron muy desconsiderados y grossier. Me interrumpieron demasiado. — dijo ofendida mi hermana.

—¡Dictionnarie! No fueron groseros, debes entender que estamos desesperados, no sabemos qué será de nosotros. Me alegra

que hayas podido salir a tomar aire fresco, a observar el mundo; que te volvieras a sentir valorada y cuidada, pero podrías ser más comprensiva y entender que nosotros tenemos meses aquí encerrados, arrumbados y llenos de polvo. Ahora dime: ¿Qué más sabes de Dani?

Sinceramente mi hermana no sabía más detalles, lo único que me compartió fue que Dani le preguntó a Fleur sobre la biblioteca; la profesora le confesó las intenciones que tenían hacia nosotros y la niña sorprendida aseguró que no lo permitiría, que elaboraría un plan para salvarnos. ¡Ay dichosa, Dani! Sabía que no nos abandonaría. Verás apreciado lector, ella y yo tenemos toda una historia de amistad que se remonta a años atrás, cuando ella era una pequeña de seis años y yo, aún no había tenido la oportunidad de estrenarme como diccionaria profesional.

Daniela Ruiz Castillo llegó una mañana de recreo del primer día de clases, atenta nos miraba con sus grandes y curiosos ojos cafés. Tímida y sigilosa, se acercó a mi estante y tras recorrer con la mirada mi lomo y el de mis hermanas, me tomó entre sus manos. Dalia, tan cordial y prudente como siempre ha sido, sonrió y se dirigió a la niña: — veo que te interesa el significado de las palabras. — Sí, me encantaría conocer el significado de cada una de ellas.

Quiero aprender todas las palabras del mundo.— contestó la niña. — ¡Oh! Sí que eres una ávida lectora. — dijo con sorpresa la bibliotecaria. Te va a tomar unos cuantos días terminar de leer ese libro de consulta, pero por lo que noto, acostumbras tener libros entre tus manos.

La niña sonrió tímidamente y continuó con

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su lectura. Después de aquello, Dani acudía cada recreo a consultarme y con su dedo índice recorría cada una de mis líneas. Un buen día, Dalia hizo una excepción: me dejó ir a la casa de mi usuaria. Mira, algunos libros pertenecemos a una colección que se llama de Consulta, y tenemos ciertas características que no nos permiten salir de la biblioteca, la razón principal es porque por lo general somos una familia compuesta de tomos. Es decir, tenemos una secuencia: I, II, III, etc. Si uno de nosotros se pierde es muy complicado conseguir a alguien que nos reemplace.

En mi caso, no tengo libros ni antes, ni después. Digamos que soy única. Y bueno, nuestra bibliotecaria tenía amplio criterio y sabía elegir

Secretaría de Cultura de Puebla cuales reglas eran inquebrantables; y con cuales se podía hacer una excepción. Conmigo fue el caso y al notar que Daniela era una usuaria y lectora cuidadosa y responsable, me dejó ir con ella a casa. ¡Fue una experiencia maravillosa! Me leía a todas horas y me consultaba para hacer sus tareas y aprender nuevas palabras, cuando por fin me terminó de leer, me sentí tan bien. Nunca me habían leído completo, de la A a la Z. Regresé a mi estante y Dani exploró nuevas lecturas, no sin antes recomendarme con sus amigos. Me volví famosa. Venían niñas y niños de diferentes grados a consultarme como si fuera yo un antiguo oráculo, aunque con nadie más volví a salir a domicilio. Fue la etapa más feliz de mi existencia libresca.

Luego de Dani, me consultó Santiago: un niño curioso, que según los adultos que le rodeaban, no había superado la etapa del “por qué.” En la cabeza de Santi habitaban las más variadas preguntas, así que era de esperarse que su sección favorita de la biblioteca fuera el área de no ficción o libros informativos. Le gustaba que lo acompañara en sus lecturas para ayudarle a resolver dudas que tenía sobre el significado de algunos términos. Otra usuaria con la que también pasé tiempos memorables fue con Sofía, una niña encantadora que amaba escribir poemas. Había devorado (en sentido figurado) a Poesía y a cada uno de sus cuarenta y tantos

Secretaría de Cultura de Puebla hermanos. Por cierto, tuve la necesidad de aclararte que era un decir aquello de que Sofí devoraba libros; porque no sé si tengas conocimiento de ello mi respetable lector: pero hay usuarios que comen libros. Sí, la mayoría comienza arrancando un pedacito de hoja y termina por comerse el libro entero. De hecho, creo que ya escribieron una historia sobre eso, te recomiendo leerla. Disculpa mis distracciones. Te decía que Sofí escribe poesía y que en ese entonces le gustaba hojearme para elegir palabras al azar y así echar a volar su imaginación.

Hubieras leído los poemas tan originales que se le ocurrían, eran disparatadamente hermosos y divertidos.

Otro lector que recuerdo con cariño fue Pablo; un alumno castigado que mandaron a la biblioteca. A Dalia le molestaba que algunas personas consideraran que la biblioteca era un espacio de castigo, así que las pocas veces que llegaba alguna niña o niño en esta situación, ella se esmeraba en hacer de ese el mejor castigo de la historia. Uno de esos casos fue Pablo, al cual habían etiquetado como el “graciosito” del salón. Le encantaba decir cosas graciosas y contar chistes simples que hacían reír a sus compañeros. La cuestión era que Pablo era tan ingenioso que no se contenía y soltaba sus chascarrillos en todo momento. Cuando llegó a la biblioteca estaba tan enfadado que no le dirigió la palabra a Dalia. La bibliotecaria esperó paciente mientras el niño daba vueltas por los estantes mirándonos a todos como si fuéramos piedras. Sin decidirse, se sentó a mirar una esquina donde una araña equilibrista

Secretaría de Cultura de Puebla entrenaba su rutina. — ¡Puf! Estoy más aburrido que un pulpo. — dijo el niño tras dos minutos de no hacer nada. — ¿Conoces el significado de humorismo? — preguntó Dalia. —

Conozco toda clase de insultos. — gruñó Pablo a la defensiva. — ¡Oh no! No es un insulto, para nada. Permíteme leerte en voz alta su significado. — aclaró Dalia mientras caminaba hacia mí, me sujetaba del lomo y buscaba la palabra que quería leer:

Humorismo

1. m. Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas.

2. m. Actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

— ¡Espere! ¿Dijo actividad profesional? — gritó P blo.

— ¡Shh! Voz de biblioteca. — solicitó Dalia.

— ¿Cuál es la voz de biblioteca? — Pablo preguntó confundido.

— Es cuando no murmuras, pero tampoco gritas. Como cuando estás en tu casa o en el salón de clases. Una voz de tono normal.

— Es que me emocioné. Mi mayor sueño sería dedicarme a contar chistes. Hacer reír a todos. ¿Qué estudia alguien que cuenta chistes?

— Bueno, no lo sé a ciencia cierta, pero sí sé que la comedia y el humor son géneros literarios que se escriben desde la Antigua Grecia. — explicó Dalia.

Pablo abrió los ojos como plato y corrió hacia mí para consultarme. Pasó toda la mañana buscando palabras relacionadas con humor, chistes y carcajadas, también anotó palabras que le daban gracia y le inspiraban nuevas ideas. Después de ese “castigo” el alumno se convirtió en usuario frecuente; nos visitaba al menos una vez por semana ya sea para buscar nuevas ideas o para pedir en préstamo libros de comedia y humor.

¡Oh, honorable lector! Lamento si me he extendido más de lo debido, pero me es casi imposible contarte toda la historia y omitir lo que considero más importante. Era necesario que te contara un poco sobre el talento de estos usuarios porque seguro como ya lo sospechas, ellos intentaron salvarnos. Sí, dije intentaron, así subrayado y en negritas. Después de aquel

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día que Dictionnarie me comentó sobre la intención que tenía Dani de salvarnos, decidí convocar a una junta para intentar subirle el ánimo a mis compañeros, que habían estado en pleno silencio desde aquella reunión con mi indignada hermana. Pero ¡fortuna desafortunada! No pude siquiera anunciar la reunión porque recibimos una visita que terminó abatiéndonos por completo: Don Jacinto, el encargado de mantenimiento. El hombre llegó marchando con sus pesadas botas de trabajo y azotó varias cajas vacías al centro de la biblioteca. El aire que esto provocó, aunque ligero, ocasionó que algunos de nosotros estornudáramos; era bastante el polvo que habíamos acumulado en esas largas semanas. Después de ir y venir en varias ocasiones repitiendo la misma actividad, Don Jacinto resopló cansado y se dijo en voz alta:

— ¡Veamos! ¿por dónde comenzamos?

Tardó un poco en decidir y por fin se dirigió a los estantes donde reposaban los anuarios escolares.

Con su grande mano, tomó cinco de un jalón y ¡PUM! se escuchó cuando cayeron mis colegas a una de las cajas vacías. De inmediato, sentí el movimie to en los estantes. Estábamos aterrados, incluso algunos de mis compañeros, temblaban de miedo. Cuando don Jacinto terminó de vaciar y empacar el estante de los anuarios, siguió con el estante de Biografías.

Por suerte, uno de sus compañeros llegó a buscarle y el hombre salió de nuestra biblioteca interrumpiendo la actividad.

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— ¡Chicos! ¿me escuchan? Vamos a encontrar la forma de salvarlos. — aseguró Pequeña Enciclopedia.

— ¡Déjate ya de charlatanerías Pequeñísima Enciclopedia! No hay nada que podamos hacer. — refunfuñó Gran Enciclopedia.

— Con frecuencia no estoy de acuerdo con este gr nuja, pero esta vez sí que lo secundo. No podemos darles falsas esperanzas a esos desventurados. — mencionó Teatro con su voz actoral.

— Necesitamos ejecutar un plan de rescate. ¡Chicas, en marcha! — gritaron las hermanas Aventura.

— ¿Están listos para vivir por siempre en la oscurdad? Rodeados de monstruos que los atormenten. —dijo Terror con la voz más espantosa que encontró.

— ¡Basta ya! ¿Esto es lo que han aprendido a lo largo de tantos años? De qué sirven todas esas historias que guardan en su interior si no aprenden de ellas.

Estamos en peligro ¡Sí! Pero este no es el final y no podemos darnos por vencidos. Aquí no habrá magia ni hechizos, pero sí, esperanza. Y aunque nos empaquen a todos en esas cajas, la esperanza se irá con nosotros. — expresó Fantasía con una decisión y sabiduría que nos calló a todos. No necesito explicarte notable lector, que con todo y esperanza; en menos de tres días quedamos todos empacados. Sí, quizá los finales felices sólo existen en los cuentos. Al parecer lo entendimos todo mal, la vida no es un cuento y todo lo que tenemos en nuestro interior no es más que una etérea ilusión. Aquí termina esta historia

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excelentísimo lector, te agradezco por brindarme tu tiempo y leer hasta aquí. Me hubiera gustado brindarte un final dichoso, pero como habrás notado, no depende de nosotros. Sólo somos un conjunto o cumulo de hojas llenas de letras.

P. D. He aquí mi última definición:

Etéreo , a. 1. adj. Quím. Perteneciente o relativo al éter.2. adj. poét. Sutil, vaporo o sublime. Excúsame si no puedo dejar de hablar, pero estoy demasiado nerviosa. En cuestión de horas, días, meses o no lo sé porque son tiempos difusos; vendrán por nosotros para subirnos a la bodega. Don Jacinto nos guardó a todos, no hizo caso de la orden del subdirector de elegir a los más “viejitos” para venderlos como kilo de papel. Nos dejó

Secretaría de Cultura de Puebla juntos porque en realidad él no quería deshacerse de la biblioteca.

Cuando Dalia estaba aquí, él pedía libros a domicilio y en cuanto tenía oportunidad se escapa a hojearnos o a leer párrafos de algunos de nosotros. La cuestión es que tiene tan pesado trabajo que termina rendido y no le alcanza el tiempo para leernos.

Don Jacinto tuvo a bien dejarnos juntos, así en unión nos sería más sencillo enfrentar nuestro final. Esa bodega se convertirá pronto en un cementerio de libros. Y creo que ya tengo un deber para cuando sea una diccionaria fantasma ¡Atormentar a ese desalmado subdirector! Es qué por qué tenía que quitarnos nuestro hogar ¿por qué?

Si tan sólo hubiera permitido que Dalia buscara a su reemplazo, porque quizá eso no te lo conté, pero se negó. Ahora entiendo

que llevaba años planeando esta venganza.

¿Qué tiene en contra de los libr...? Espera, escuché unos pasos...

— Muy bien, Jacinto. Lleve todos esos libros allá arriba, los estantes se pueden quedar como están, ahí acomodaremos algunos de los juegos nuevos.

— Entendido, subdirector Rodríguez, como usted diga.

— ¡Profesor Rodríguez! Queremos hablar con usted ¿qué pasó con los libros? pero… ¿qué le hicieron a la biblioteca?

— Dirás subdirector, niña, subdirector. Me da gusto que tú y tus amigos sean testigos de la modernidad. Hemos desbaratado esta antigua biblioteca para dar paso a algo más novedoso: un salón de juegos.

¿Qué están diciendo? No escucho bien. Muévete Wörterbuch, estás encima de mí. Necesito subir hasta arriba de la caja para escuchar. ¡Oigan! Creo que son nuestros usuarios. Vienen a salvarnos. Hagan movimientos, que sepan que aquí estamos.

— ¿Cómo que un salón de juegos? ¡Esto es inaudito! Es usted un bellaco.

— Gracias, niño. Supongo que quieres decir que es una idea maravillosa y que soy muy bello.

— Si usted leyera un poco, sabría que inaudito es algo que no se puede permitir y bellaco lo describe a usted como malvado.

— ¿Cómo se atreve hablarme así? ¿Cuál es su nombre señorita?

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— ¡Sofía Sánchez Medina! Él es Santiago Romo, él Pablo Fuentes y ella es mi amiga Daniela que no para de llorar por esta injusticia. Nosotros somos usuarias y usuarios orgullosos de esta biblioteca, hemos sido fieles lectores y ¿adivine qué? Están subiendo los demás y créame profesor, señor o subdirector, no somos pocos y no estamos de acuerdo en perder nuestra biblioteca.

— ¿Pero qué les pasa? Ustedes como alumnos no pueden tomar decisiones. Además, quién los entiende, los niños de ahora sólo quieren jugar.

— ¡Obvio, somos niños! Claro que queremos jugar, pero también queremos aprender. Los libros de esta biblioteca me han respondido más dudas que los

Secretaría de Cultura de Puebla cincuenta adultos a los que les pregunté y no sabían nada en absoluto.

— A mí hasta me ayudan a hacer mejores chistes.

— Son mis fieles compañeros; me acompañan a mí y a mi abuelita que me cuida por las tardes. Leemos juntas y es nuestro momento favorito del día.

— A mí me ayudan a dormir.

¿Escuchan eso? ¡Libros! ¡Libros! Están hablando de nosotros. Y parece que están subiendo más alumnas y alumnos. Vamos, comiencen a mover esas pastas. Hagámonos presentes. Muévanse, es nuestra oportunidad.

— ¡Clack- clack- clack! Muy bonito discurso, alumnos. Por desgracia no hay nada que hacer. Los libros ya están empacados y los

juegos están por llegar. Ustedes mienten al decir que aman a estos vejestorios. En lo que va de este ciclo, no vi a ninguno de ustedes aquí.

— Porque la maestra de guardia se paraba en las escaleras y no nos dejaba subir.

— Sí, la profesora Hortensia nos repetía una y otra vez que la biblioteca estaba cerrada hasta nuevo aviso.

— Nosotros podemos volver a acomodar los libros.

Le diré a mis amigos del equipo de futbol que lo hagamos como entrenamiento.

— Sí, yo puedo pedirle a mi papá la aspiradora y podemos quitar el polvo.

— Y yo puedo barrer.

— ¡Silencio! Eso no va a ocurrir. Es tan

Secretaría de Cultura de Puebla sencillo como que no hay nadie que se encargue de esta biblioteca. ¿Ven ustedes a algún bibliotecario por aquí? ¿Quién va acomodar todo esto? ¿Quién va a prestar estos libros y pegarle esas etiquetitas? Sea lo que sea que signifiquen.

— ¡Yo lo haré!

¡Amigos, amigas! Es Dany. Quiere hacerse cargo de nosotros...

— Y también, yo — Yo igual — Yo tambor

¡Los niños! ¡Qué orgullo! Nuestros lectores son tan valientes. Ese último fue el simpático de Pablo ¿lo escucharon?

— ¡Y yo!

¿Jimenita? ¿escucharon eso? Es Jimenita. Quizá quiere engañarlos a todos para tener libertad total de usar sus tijeras... — Por mucho tiempo fui como usted, subdirector Narciso. Hasta hace unas semanas que la profesora Fleur olvidó un libro en el salón. Mi primer impulso fue llevármelo a casa y destrozarlo, cortar letra por letra y hacer un collage con su contenido. Lo hice, me lo llevé, y antes de comenzar quise hojearlo para darme una idea de la tonta historia que guardaba. Y entonces, leí un párrafo, dos más y después páginas enteras. No pude parar. Contenía aventura, amor y maldad ¡era una historia de romance perfecta! Encontré mi libro y ahora quiero leer todos los libros de la sección de Romance. ¡Queremos la biblioteca de vuelta!

— Jimenita, nunca lo esperé de ti, casi me convences. Menos mal que recordé algo que ustedes olvidan: su única obligación es estudiar. No pueden perder el tiempo.

— Podemos atenderla en el recreo.

— No, no es suficiente. A un lado, dejen que Don Jacinto haga su trabajo. Vamos señor, llévese todas estas cajas.

— Obligaciones y derechos señor subdirector. La lectura es un derecho y si usted no quiere ejercerlo, está bien. También es válido. Pero hay alumnos que sí quieren. A sí que si la directora Margarita lo permite estás niñas pueden ser aprendices de bibliotecaria en el recreo y yo puedo ser profesora de idiomas y bibliotecaria.

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— ¿Usted? Por favor Fleur, dedíquese a enseñar francés, inglés y todas esas lenguas raras que habla. No creo que tenga idea de cómo llevar una biblioteca.

— No, evidentemente no. Dalia estudió muchos años para ser una bibliotecaria, pero yo tengo disposición y amor por la lectura. Así que puedo estudiar, siempre he sido un conejo de biblioteca.

— ¿No querrá decir ratón, miss?

— No, no me gustan los ratones y a los libros, tampoco.

— ¡Já! Margarita no lo permitiría. Es más, ni se enteraría. Está tan cansada que aquí el que toma las decisiones, las mejores, por cierto: soy yo. Así que olvídense de esto y

Secretaría de Cultura de Puebla no me quiten más el tiempo. ¡Vamos Jacinto, a cargar!

— No tan rápido, Narciso. Estoy cansada, pero no ausente. Esta escuela es mi trabajo de años y siempre estaré para ella. Escuché todo, de hecho, tengo muchos meses escuchándote. No tienes ni idea de lo que es la educación. Por favor, toma tus cosas y retírate. ¡Estás despedido!

— ¿Qué? No me puedes hacer esto. Somos amigos. Estás cansada, Margarita. Déjame ayudarte.

— Jacinto, acompañe al señor Rodríguez y después regrese por las cajas vacías para llevarlas al reciclaje. Esta biblioteca será reinaugurada.

— Será un placer mi directora. Será un gran placer.

Epílogo

1.m. Parte final de ciertas obras literarias o dramáticas en la que se da el desenlace de alguna acción no concluida o se refiere un suceso que guarda relación con la acción principal o es consecuencia de ella.

Si me lo permites, concluiré mi relato llamándote amigo lector. Sí, las bibliotecas y los libros pertenecemos a sus lectores. Cómo pudiste notar esta hist ria no terminó como esperaba. La última parte fue muy rápida, casi no tuvimos tiempo de intervenir ni de explicarte quién dijo qué; pero estoy segura de tu habilidad y sé que pudiste identificarlo. Todo salió bien. Resultó que

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todas esas historias, letras, palabras y significados que habitan en nosotros, tienen un sentido. Y aunque veces la vida da giros que no nos esperamos, siempre podemos tener ilusión y esperanza (como dijo Fantasía ¿te acuerdas?) ¡Albricias, albriciosas!

Para que te enteres del chisme completo, disculpa mi simplicidad, todo salió como debía. Fleur es nuestra nueva bibliotecaria, profesora y aprendiz. Por las mañanas cuida de nosotros y enseña a sus alumnos; por las tardes está estudiando biblioteconomía, la carrera universitaria que la convertirá en toda una profesional. En ocasiones se escribe o habla con Dalia para pedirle consejos. Dalia está feliz con sus p pás y dice que nos extraña, siempre nos manda saludos. Dani, Sofi, Santi, Pablo, Jime y otros niños más; son aprendices de

biblioteca. Decidieron llamarse “El club de los preguntadores”

porque así fue como llegaron a los libros: preguntando, curioseando e investigando. Todos estamos contentos, tuvimos un buen reacomodo, hemos tenido reuniones divertidas para hacer catarsis del trauma vivido. Ah y a qué no lo vas a creer...

Ese día, cuando el subdirector Narciso Rodríguez fue despedido, mis compañeros y yo saltamos de alegría. No por el despido, si no cuando escuchamos lo de la reinauguración de la biblioteca. Fueron tantos saltos que la caja de las enciclopedias, se volteó, digamos que son libros un poco pesaditos así que todos y t das quedaron regados por el piso. A unos segundos de irse, Narciso volteó al piso por el ruido de la caja y con la cara pálida se

Secretaría de Cultura de Puebla acercó y tomó a Gran Enciclopedia. Resulta, por más improbable que esto parezca, que él era dueño y lector de Gran Enciclopedia.

La historia es que cuando Narci era un niño, le regalaron ese libro que leyó de cabo a rabo, era su preferido y andaba con él para todos lados. Hasta que un mal día lo dejó olvidó en el parque, cuando se dio cuenta regresó corriendo a buscarlo, pero Gran Enciclopedia ya no estaba. Había sido tirado a la basura por un ciclista enfurecido que se cayó cuando atropelló al pobre libro. Tiempo después fue rescatado y donado a esta biblioteca. Narciso lloró tanto por su libro que juró no volver a acercarse nunca más a uno de ellos. Por eso se quería deshacer de nosotros.

Qué historia ¿no? Cuando se reencontraron Gran Enciclopedia aceptó irse con él, además, descubrimos el nombre completo de nuestro compañero: “La Gran

Enciclopedia del Sabelotodo” El título había sido borrado por aquella infame llanta de bicicleta. Esperemos que sean felices y la pasen bien, porque nosotros la estamos pasando bomba. Y tenemos un final feliz.

¡Abur, querido, estimado, apreciable, amable, mío, respetable, notable, distinguido, excelentísimo y amigo lector! Que tengas muchas historias y hojas por vivir.

¡Hasta pronto!

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