El Alma de Atucha

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nota de tapa • Por: Denise Tempone - Fotos: Thom Sánchez

El alma de Atucha Los hombres y mujeres que trabajan en la planta cuentan sus historias de vocación y resistencia. El proyecto nuclear nacional en primera persona.

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us ojos parecen titilar. Se prenden y apagan mientras repasa con la mirada la enorme carcaza naranja que encierra las poderosas turbinas de Atucha II. Parece mentira pero gran parte de esta sofisticada maquinaria que hoy se exhibe con potencia y orgullo, hace no demasiado tiempo, se encontraba embalada. Y así lo estaría, durante más de una década. “En bolsas, dentro de carpas inflables que pusimos en el predio de la planta. Era para lo único que nos alcanzaba el presupuesto”, explica mientras contiene las lágrimas, Mario Ibero (65), ingeniero mecánico y trabajador de Atucha desde hace, ni más ni menos que 42 años. Mario se agarra la cabeza cuando repasa las extrañas vueltas del destino que lo llevaron a ser, junto a poco más de cuarenta compañeros, piezas fundamentales en la historia de la resistencia de la planta,

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aquellos días en que el proyecto dormía a la intemperie por tiempo indefinido, o peor aún, para siempre. Hoy, en este galpón, el ruido es ensordecedor. Las turbinas en funcionamiento podrían aturdir a cualquiera pero no a él, a él lo tranquilizan y le confirman que es el fin de una etapa. “Así me quería ir yo, dejando esto en marcha. En noviembre, cuando Atucha II esté al cien por cien de su capacidad, me jubilo”, anuncia emocionado con la cabeza baja, con tanta alegría como nostalgia. “Fue un largo camino”, dice entre suspiros, sobrellevando la emoción de repasar lo vivido. RETROSPECTIVA. Corría el año 1972 cuando alguien le nombró a este joven operario metalúrgico de apenas 22 años, Atucha por primera vez. “Para ser honesto, era medio inconsciente, todos los que arrancábamos éramos medio incons-

cientes. Yo no sabía que Atucha sería tan importante en mi vida, menos en el país. Sólo pregunté cuanto me pagaban y como el sueldo era mejor que el de la fábrica en la que estaba, dije que sí”, reflexiona. Mario entró a Atucha I con la planta nuclear terminada por la empresa alemana Siemens AG. Y casi sin darse cuenta, comenzó a crecer. Por ese entonces, el saber que se precisaba para trabajar en lugares como estos no abundaba y los mejores se destacaban pronto. En meses pasó de operador a jefe y se le abrieron puertas impensadas. “Fueron días vertiginosos. Todos crecíamos mucho. Entonces decidí estudiar Ingeniería. Atucha me apoyó: me daban los días para estudiar, para que me capacite, para rendir y después me permitían hacer carrera”, resume. Los años comenzaron a volar. Cuando se quiso dar cuenta, Mario ya no trabajaba más en Atucha,


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