Antes del amanecer Jeremiah Cortez creía haber dejado atrás el pasado. Sobre todo la parte de su pasado que tenía que ver con la atractiva Phoebe Keller. Durante su último año en la universidad, Phoebe había sido para él como un bálsamo, y ahora, tres años después, al reencontrarse con ella, sus deseos se encendieron de nuevo. Pero Jeremiah se iba a ver obligado a dejar a un lado sus emociones: tenía lazos que no podía romper, por más que ansiara hacer suya a aquella mujer vivaz y decidida. Phoebe creía enterrados sus sentimientos hacia Cortez tan profundamente como las piezas arqueológicas que estudiaba en su museo. Ella era experta en cultura nativa americana, y cuando un antropólogo le aseguró haber descubierto un esqueleto de Neandertal en una reserva india cercana, sintió una gran desconfianza. Pero antes de que consiguiera llegar al fondo de la cuestión, el antropólogo apareció muerto en una cueva… y el FBI envió a Cortez a investigar. En cuanto Cortez se presentó en el despacho de Phoebe, el rescoldo de la pasión que en su día ardió entre ellos se encendió de nuevo. Phoebe no lograba olvidar el dolor que él le había causado, pero tampoco podía ignorar los apremiantes deseos que Cortez despertaba en ella con la más leve caricia.
Knoxville, Tennessee, mayo de 1994 Había un denso gentío, pero él llamaba la atención. Era más alto que la mayoría de los espectadores y ofrecía un aspecto elegante, con su costoso y bien cortado traje de chaleco gris. Tenía un rostro atezado y flaco, leve_mente surcado de cicatrices, de grandes ojos negros y almendrados y cortas pestañas. Su boca era ancha y de labios finos; su mentón, obstinado y prominente. Llevaba el pelo, denso y negro como el azabache, recogido en una pulcra coleta que le caía por la espalda casi hasta la cin_tura. Algunos otros hombres sentados en las gradas lleva_ban el pelo igual. Pero eran blancos. Cortez era coman_che. Había, tras aquel peinado tan poco convencional, un pasado ancestral. En él parecía sensual, salvaje y hasta un poco amenazante. Otro hombre con coleta, un pelirrojo con entradas y gruesas gafas, sonrió y le hizo el signo de la victoria. Cortez se encogió de hombros con indiferencia y fijó su atención en la ceremonia de graduación. Estaba allí contra su voluntad, y no le apetecía mostrarse cordial. De