delatripa: narrativa y algo más, No. 50

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Abril 2021


Revista

No. 50. Abril 2021

Es un proyecto de la Catarsis Literaria

Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeodianaluz@gmail.com Consejo Editorial: Javier Paredes Chí, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Rocío Prieto Valdivia, Mario Pineda Quintal y J.R. Spinoza.

Contenido Poemas de terror sin misterio Marco Ornelas 4 Los modales de Lu Alfa Tao 7 Minificciones Norma Leticia 9 Estaciones de ausencia Eduardo Omar Honey Escandón 17 La edad de la risa Rocío Prieto Valdivia 18 Súper Héroe Amiie Aguirre 19 Anatomía del amor Santiago Garcés Moncada 27 Mujer busca trabajo Alejandra Pineda Mata 28 De Gabino Juan Rogelio 29 Emilia Jesús Fuentes 31 ¡Todo fue culpa de mi hermano! Jimm León O. 33 Planeta Gato Lázaro Mayorga 34 Dos pequeñeces Adán Echeverría 36 Tres narraciones J.R. Spinoza 39 Minificciones Javier Paredes Chí 49 Bibliofilia Eduardo Omar Honey Escandón 58 La Calavera y el Quetzal (fragmento) Ulises García 61 El niño que daba naranjas Servando Clemens 77 Tulia Alejo Mary Trini Garza 78 Nuestra infancia en el espejo Víctor A. Ricardez-García 81

Introspecciones del Erizo Javier Paredes Chí 87 Un modo para todo Nancy Yáñez Corrales 88 Demersales en A Mayor Sofía Garduño Buentello Interés superior Larissa Calderón 93 El mono-grafo Jorge Daniel Ferrera Montalvo F es de Fantástico. J.R. Spinoza. 97 Bajo el barandal. Rocío Prieto Valdivia. 98 Mi punto de risa. Roberto Cardozo 100 La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño 102 Incipit. Blanca Vázquez 104 Desvaríos de la freaky neurosis. Gema E. Cerón Bracamonte Nos vemos en el slam. Mario E. Pineda Quintal 108

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Editorial

La venganza de los niños. Nadie puede escapar de su infancia. ¿Qué ha sido de aquel infante que fuimos? Miramos hacia atrás y decimos: hace 30 años era yo un niño, una niña, ¿feliz?, en este México. Hace 36 años cumplía mis primeros 10; y qué tal traíamos la mirada, ¿llena de maravillas? ¿Qué tal estaba nuestra lectura en aquellos días? ¿Recuerdas aquel que fuiste? ¿Cuántas veces en esos primeros 10 años de nuestra vida nos dijeron: ¡Te quiero!? ¿Creíamos en nuestros padres, en nuestros abuelos? ¿Creíamos en nuestros maestros? ¿Qué tal estuvieron nuestras pérdidas en esos primeros diez años de nuestra vida? ¿Nos sentimos protegidos, amados? Nuestra vida no es la vida de los otros. Nuestra educación no es la educación de los otros. Nuestras tradiciones no son las tradiciones de los otros. Entonces ¿qué compartimos con los otros? Compartimos un idioma, una religión, una política económica que tardamos mucho en ir comprendiendo. Y, sin embargo, somos parte de esa multitud de problemas económicos que nos empujan día y noche. Los que superamos los 40 años aún tuvimos la suerte de que alguien de nuestra familia nos cuidara las infancias (para bien o para mal), pero ya comenzaban a crearse aquellos espacios para la atención de las infancias; pronto fue ocurriendo, entre los menores que hoy tienen 30 años, el número de chicos y chicas impulsó el aumento de “Generaciones de Guardería”. 40 días de nacido y a pasar 8 o 9 horas en la guardería para que mamá y papá trabajen. Los divorcios se hicieron más frecuentes; entonces a los 10 años, el número de los que dividen sus tiempos, unos días con mamá, otros días con papá, han ido también aumentando en lo que llamamos Modernidad. Han ido creciendo, también, los padres que abandonan a la mujer embarazada. A decir verdad, hoy, en este 2021, son más las personas que tuvieron una infancia de crianza uniparental, con un extenso número de horas al cuidado de las guarderías.

Esas son ahora nuestras infancias. Esos son ahora los valores que hay que sumarle a nuestra sociedad si buscamos comprender lo que miramos día a día. La crianza metódica: horario de entrada, de comidas, de siesta, de juego, de baño: ¡Por favor, no cargue a su hijo, porque luego acá en la guardería quiere que se le cargue todo el día, y como las maestras no lo hacen, su hijo (hija) se pasa horas y horas llorando! ¿Lo han escuchado? “Por favor, no cargue a su hijo”. Desde los 40 días de nacido a la guardería. ¿Quién está educando a nuestros niños? ¿En verdad creemos que nosotros, que los valores que se le inculcan, son los de la familia? Papá y Mamá trabajan. Padre y Madre ya no están juntos. Sólo lo estuvieron los primeros 5, 6, 10 años. Ahora sumemos a las parejas de papá, a las parejas de mamá; a las familias de esas nuevas parejas. Más las amistades de cada uno de los progenitores, los hermanastros y hermanastras con los que ahora han entrado en contacto. Los maestros y maestras; los profesores de soccer, ballet, música, teatro, arte circense, teatro, danza contemporánea, los profes de tae kwon do, grupos religiosos, escultismo, a donde los chicos y chicas asisten dos o tres veces por semana. Y luego hay que sumar a los vecinos y vecinas. ¿Quién educa a tus hijos? Niñas y niños educados por adultos con problemas económicos, problemas conductuales de violencia o de venganza; padres y madres en pleito constante con el otro. Y aún nos preguntamos: ¿cuál habrá sido la infancia de aquel asesino, de aquella defraudadora, de aquel manipulador? No ha sido tan distinta de la tuya, tenlo por seguro. La sociedad actual está deformada por esos niños que se permiten crecer, e intentan escapar a sus infancias abril 2021

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Poemas de terror sin misterio

Marco Ornelas ¡Pero los versos, oh Degas, no se hacen con ideas, sino con palabras! Mallarmé En el arte todo se ha hecho posible, se ha franqueado la puerta a la infinitud y la reflexión tiene que enfrentarse a ello. Adorno, Teoría estética.

El arte también puede ser experimento; pero no todo experimento es arte ―y mucho menos poesía―. Existen en el mundo del arte experimentos que han cambiado por completo la forma en que se crea y contempla el objeto artístico. En cuanto a libros de poesía experimental puedo rememorar tres extraordinarios: Un golpe de dados (1897) de Mallarmé, Trilce (1922) de Vallejo y Blanco (1967) de Paz. Pero, ¿qué tienen que ver éstos libros con el más reciente poemario de Luis Felipe Fabre: Poemas de terror y de misterio (2013), de la editorial Almadia? Todo y nada a la vez. Todo, porque aquellos son experimentales, sus autores manipularon las variables “poéticas” con que contaban para obtener resultados deslumbrantes además de insólitos, y Poemas de terror y de misterio es un libro experimental. Luis Felipe Fabre combina el cine de fantasmas; la desaparición de mujeres; el crimen y los zombis (se lee en el primer párrafo de la contraportada: La poesía vive en los márgenes del mercado, de la moda, de los discursos oficiales. Si a esta vocación clandestina le sumamos los procedimientos de los subgéneros literarios ―esa narrativa tan popular de fantasmas y crímenes― el resultado será un libro esquivo e inquietante) con la elaboración de poemas. Nada, porque estos libros son extraordinarios, y el poemario de Fabre es un experimento sin resultados estéticamente favorables.

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Matizo, experimento fallido con aciertos y virtudes. A continuación, expongo los argumentos. Poemas de terror y de misterio (de Luis Felipe Fabre, Ciudad de México, 1974), es un libro de ciento dos páginas con treinta poemas divididos en seis secciones: Avances, Breve registro de algunos eventos artísticos y otras experiencias escalofriantes, Notas en torno a la catástrofe zombi, Chicas Fabre, Sor Juana y otros monstruos e Infomercial. Poemario experimental ―decía―, inscrito en la línea posmoderna por la hibrides y el reciclaje de que está compuesto: vampiras, zombis; espiritistas; violencia; Gerard de Nerval y Sor Juana. Homenaje socarrón al cine de terror y de misterio. Es clara la crítica burlona que intenta, y las referencias al cine y a los medios de comunicación como recurso estilístico en la creación de poemas. Creo que estos aciertos son lo mejor del libro porque dan frescura a la lectura. En mi opinión, la parte más lograda del poemario es la cuarta, la de Chicas Fabre. En ella el autor para la construcción de los textos recurre al coloquialismo y a la ironía prosaica, y es aquí precisamente donde la obra alcanza una de sus mayores virtudes. El poema de mi amiga e Imagen de la desconocida son los mejores poemas del libro. El poema de mi amiga es el discurso del poemario, su fundamento teórico ―crítica irónica a la poesía social y comprometida que busca el aplauso con el canto demagógico del crimen y la violencia en México.


Poemas de terror y de misterio es un libro de poesía que cuenta con buenas ideas sin duda, pero su ejecución es fallida. El mayor reclamo que se le puede hacer al libro es de orden formal. La construcción de los poemas es muy desenfadada y laxa. Verso libre sin rigor y lineal, además de que muchos de ellos están entrecortados de manera abrupta sin ningún motivo estético. Ejemplo: Trailer 1 Una chica desaparece en circunstancias misteriosas: otra chica desaparece y luego otra y otra y otra y otra y otra y otra: no hay motivos de alarma, explica el jefe de la policía: según las estadísticas, es normal que en México algunas chicas desaparezcan. Pero una noche, un cuello, un alarido, unos colmillos ensangrentados: hubo testigos: ¡las chicas han vuelto!:

Otra falla de orden formal está también en las imágenes, muchas de ellas son trilladas. Aquí otro ejemplo: Notas en torno a la catástrofe zombi 1 Los zombis: cadáveres caníbales. 2 Los zombis: muertos insomnes. 3 Los zombis: pústulas de lo desconocido: una jauría de podredumbres avanzando hacia ti…

¿Dónde está la novedad? ¿Acaso éstas imágenes no han sido muy manoseadas por el género de terror? Ninguna imagen memorable en todo el poemario. Así buena parte del libro.

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En Poemas de terror y de misterio lo que podemos encontrar es comicidad simple más que fina poesía irónica. La comicidad termina tragándose a la frase, a la imagen y al final al poema. Falta el verso deslumbrante y sobra la palabrería. Libro que no aguanta relecturas. Recordemos para terminar, lo que Alfonso Reyes decía de la poesía: “La sustancia de la poesía es la palabra: la poesía no se hace con ideas (El deslinde)”. Así pues, la poesía está hecha de palabras no de buenas ideas ―y mucho menos de experimentos fallidos. Luis Felipe Fabre Poemas de terror y de misterio México, Almadía, 2013, 102 pp.

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Los modales de Lu Lu vio a su madre sentada a los pies de la cama y la quiso abrazar. Cuando estaba a punto de tocarla, la cama empezó a aumentar de tamaño y su mamá comenzó a alejarse hasta resultarle inalcanzable. Agotada por el esfuerzo, la cabeza de Lu cayó de nuevo sobre la almohada y sus ojos se cerraron como si sus párpados fueran de plomo. Cuando los volvió a abrir, la sorpresa asomó a través de sus pupilas color miel. Por alguna extraña razón, Lu estaba en el mismísimo planeta del Principito, o mejor dicho, en su asteroide. Podía observar todo el universo oscuro como el chapopote y salpicado por muchísimos puntos brillantes que destellaban como luces de Navidad. Giró la cara sobre su hombro izquierdo y una lluvia de estrellas se desplazó a toda velocidad perdiéndose en el infinito unos segundos después. Maravillada con el espectáculo que parecía una película de cuarta dimensión; la atención de Lu se centró en una fuente luminosa de mayor tamaño agujereada como queso. Su asombro creció al ver al conejo subir por una escalera larga, muy larga hasta llegar a la luna y comenzó a sentirse sola, muy sola y empezó a llorar. Al instante escuchó una dulce voz que le decía: —No llores Lu, estoy aquí contigo, solo que casi me ahorcas. Por favor ¿podrías agarrarme de otra parte que no sea el cuello?, casi no puedo respirar— El llanto de Lu cesó al darse cuenta que era la voz de Ana Cristina, su compañera inseparable de juegos; una muñeca de trapo que un amigo de la familia le había regalado en su último cumpleaños. Lu la abrazó contra su pecho, secó sus lágrimas y sus mocos con el mandil de la muñeca, la tomó de una pierna y con la sonrisa por delante se fueron a jugar. Los pies de Lu comenzaron a recorrer el asteroide que giraba sobre sí mismo con cada paso que ella daba. La superficie estaba cubierta por surcos arenosos, como los del desierto del Sahara y, a medida que la niña caminaba se hacían más y más angostos. De un momento a otro, comenzaron

Alfa Tao

a flotar burbujas tornasoles. ¡Cómo le gustaban! Todos los domingos le pedía a su papá que la llevara al parque. Mientras él soplaba sobre la solución jabonosa, Lu corría agitando los brazos, persiguiendo las burbujas y gritando —¡más burbujas papá, más grandes papá! Entonces, Lu empezó a jugar con las burbujas que flotaban sobre el asteroide y, en una voltereta que dio al querer agarrar la burbuja más grande; el asteroide comenzó a girar toda velocidad haciéndola perder el equilibrio y en un acto reflejo, abrió la mano con la que tenía sujeta a Ana Cristina. Al querer alcanzarla, tropezó con la agujeta de su zapato y ambas cayeron al vacío. Un fuerte zumbido se instaló en los oídos de Lu y empezó a sentir la cabeza fría, muy fría. Poco a poco, recuperó la conciencia mientras se quitaba la compresa de agua fría que su mamá acaba de ponerle en la frente. La mamá de Lu, había pasado la noche en vela tratando de bajarle la fiebre. La niña despertó con la pila recargada. Pese a la recomendación de su mamá de permanecer acostada, Lu agarró a Ana Cristina por un brazo y saltó de la cama. Se acercó a una cómoda blanca repleta de estampitas de colores y brillos. Sacó todos los juguetes del cajón de abajo y se puso a jugar con uno que estaba hasta el fondo. Cuando se aburrió, salió al patio a juguetear con el perro, mientras arrastraba a Ana Cristina del brazo cantando la canción del sapito cro cro.

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La mamá de Lu, que no había dormido ni media hora seguida la noche anterior, cansada y de mal humor, entró a la recámara, vio todos los juguetes regados por el piso y la llamó para que los recogiera. La niña contestó: —Sí mamá, ahorita. Siguió jugueteando por la casa, sin hacer caso. Después de varios recordatorios de mamá y otros tantos “ahorita” de Lu; la mamá perdió la paciencia y gritó: —¡Con una fregada Lucrecia, ya te lo repetí muchas veces! ¿A qué hora vas a recoger el tiradero que tienes aquí? ¿En qué idioma tengo que hablar para que me hagas caso? Lu, pausó su juego, sentó a Ana Cristina a un lado suyo, cruzó sus pequeños brazos frente al pecho y con sus cuatro años recién cumplidos, tranquilamente respondió a su madre: —¡En español está bien mamá y se pide por favor!

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Minificciones

Norma Leticia

El bastardo —¿Cómo te llamas? Recuerdo la primera vez que me hicieron esta pregunta. Retrocedo a mi infancia en el hogar materno… Después del abandono de mi padre y de la muerte de mi madre, a los cinco años, me quedaba solo. Bastardo, me decían… Todos los días ése era mi nombre. Nunca fui a la escuela. Trabajé desde los siete años y a los nueve dejé la casa. El trabajo con los animales me era de ayuda, así no tenía que verle la jeta a nadie, en especial a mi abuelo, quien disfrutaba más decirme prieto que bastardo. Con el patrón aprendí a leer y a escribir y me sentí superior a mi abuelo. Y cuando “el don” me invitó a la ciudad, no lo pensé dos veces, me fui con él y jamás regresé. Fue aquí donde usé mi nombre por primera vez. Ya no era “El bastardo”. —Aarón —dije—, y sentí que mentía, que ese, no era mi nombre.

Decisiones de familia El abuelo ve el cuerpo de la niña que duerme y se acerca para besarla. En ese momento entra el padre de la niña al cuarto. —¿Papá? ¿Qué haces con la niña dormida? —Solo le doy un beso a mi nieta, que parece angelita. Ella duerme en mi cuarto, le gusta estar conmigo. —Roberto, el abuelo, tiene razón, la niña siempre toma la siesta con tu papá. —Me llevaré a la niña a su cuarto, perdónenme. El abuelo se siente devastado y sale a pasear para sentirse mejor. Encuentra el lugar ideal para vivir y regresa a la casa para empacar sus cosas y comunicar la decisión. —Me voy a un asilo, con mi pensión puedo pagarlo. —Papá, no te vayas. Fue un mal entendido, no volverá a pasar. —Ya lo decidí, Roberto. El hijo se retira a su cuarto, como siempre. Entra Blanca a la habitación del casi septuagenario hombre. — ¿Te vas, Roberto? — Sí, es mejor. Y sobre la niña, sabes que no podría hacerle algo, es mi sangre. Puedes visitarme en mi nuevo hogar, te extrañaré a ti y a tu hija. Dice el hombre mientras su cuerpo se despide del cuerpo de su nuera.

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Yo te ayudaré en tu plan —No sabes mi desesperación. Necesito tu ayuda. Tú conoces la ley, no me digas que ahora no sabes cómo hacerle. —Mira, cálmate, ¿qué puede ir mal? No trabajas, él te quiere, te compra lo que quieres, es millonario. —No, mi rey, sí trabajo. Ya tengo una semana en turno nocturno. Usé sus influencias para editar la revista del Poder Judicial. —Uyy, ¿tanto así? —Sí. Ya sé, ya tengo diez años de casada con él, pero nunca vi las consecuencias. Yo tenía 30 y el 70, nunca me imaginé cómo sería cuando él llegara a los 80 años. Primero todo iba bien, hasta el sexo. Pero ahora, ya no me agrada. Y eso que quiere a diario. —Jajajajajajaja. — No te rías, los jóvenes deberían aprender de eso. —¿Y de qué te quejas, entonces? —Ahora me da… pues asco. Ya, ya lo dije. Y es que ya es viejo, pero viejo en el mal sentido, y todo me desagrada. Y quiere que hagamos de todo. —Ése Gustavo. Bueno, ¿y yo en qué te ayudaría?

—En atraparlo, hacer que todo parezca que él me es infiel. Así yo consigo el divorcio. —Él es buen abogado, no lo atraparás así. —Pero tú eres juez, y debes saber más. Al menos tienes más poder. —¿Estás consciente que él no te dejará nada? No tuvieron hijos, y la pensión no aplica. —No me importa, con tal de dejarlo. Y no pienso pedirle nada. —Está bien, más tarde me cuentas tu plan. Yo te conseguiré a un abogado experto en divorcios. Por mientras, ¿estás segura que salió a un congreso de Reforma Penal? Porque llego en media hora a tu casa para hacerte olvidar lo mal que la pasas con tu marido. —Sí, segura, llega el próximo fin de semana. Te espero. Extraño tus besos de hombre experto y maduro. —Eres malvada. Por eso me encantas. —Ya cuelga el maldito teléfono. El hábil juez de sesenta años corta la llamada mientras se dirige a su amigo. —Voy para tu casa, abogado. Ya sabes el trato que tenemos: ella no podrá dejarte nunca, a cambio, la compartimos hasta que uno de los dos se muera primero.

Magda —Recuerda, hija, nosotras somos las perfectas, somos honestas, somos leales. Damos sexo y amor a cambio de dinero, pero sin condiciones. Nosotras somos las verdaderas poderosas. Aceptamos a todos, hombres y mujeres, sin discriminación. Oh, madre, perdóname por no seguir tus pasos. Oigo tus palabras en mi mente, pero no puedo seguir. Todas las noches sacerdotes, seminaristas, novicias y la madre superiora entran a mi habitación, me manosean y me violan, como en este instante. Me quiero morir. No pude seguir tu ejemplo, soy pecadora también. Perdóname, madre, por los siglos de los siglos. Amén.

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Lazos de sangre Nosotros somos la familia ideal, una familia adelantada a su tiempo: no hay preferencias, todos somos iguales, hay equidad de género: nadie viola, ni acosa ni anda con miradas lujuriosas, y eso que ni ropa usamos. Es más, no hay envidias, ni favoritismos, ni egoísmos; compartimos todo: nuestros humores, nuestros cuerpos y hasta los cuerpos de los transeúntes que violamos, matamos, y nos comemos. Somos la familia ideal, somos la familia de Swaney Beaney.

Tú eres a quien escucho Todos los días él me acompaña y hace que mi abandono sea mitigado, hasta me pongo guapa para él. Puedo decir que soy feliz por él. Hoy lo disfruto. ¡Oh, no! Mi marido está abriendo la puerta. Nos sorprendió, descubrió mi secreto. Trato de que no lo vea, es imposible. Enojado, me reclama. ¿Crees que para eso trabajo todo el día, para que me veas la cara? Ya te dije que tú no puedes hacer eso. Y mírate, pareces una zorra. Pero yo me encargo de que no vuelvas a estar con él. Y lo golpea contra la pared. Después se va a su cuarto a dormir. No quiero que me toque esta noche, me quedo en la sala sentada en un sillón viejo. No soy culpable, si lo hice fue por su abandono, por soledad. Llorando rescato a mi acompañante. Mañana cuando Guillermo se vaya a su trabajo, lo llevo a que lo arreglen, estoy segura que mi radio aun puede funcionar. Y ahora nadie nos va a descubrir.

Hibristofilia Felicidad es saber que hay muchos individuos afines a mí; huelen a prisión y a sangre. Pero tengo tan mala suerte que hasta ellos me dejan plantada, como hoy, que ya tengo tres horas esperando y el dizque violador no llega.

El merodeador nocturno Cada vez que Richard Ramírez abría su boca, el tufo le llegaba también a él, no solo a las víctimas que violaría y mataría para después sacarles los ojos. Ahora ya se lava la boca a diario y varias veces al día, pero no es por obligación, sino porque así, no se recuerda desollando gente.

Señorita Read —Recuerda las instrucciones: La a queda igual; la e, es i; la i, es e; la o, es u; y la u, es o. Ya sabrás cómo, todo consiste en darle sentido a lo que lees. La d, es r; la c, s y z, son d; la r también es d. Vamos a repasar: “Gatu”, “Míxecu”, “Chehoahoa”. “Siñudeta Read”. “Mi llamu Ima Read”. Ahora tú dime cómo te llamas. —Mi llamu…Daól… Que…ñu…nid. Maestra, ¿y así debo leer? —Sí, niño, no importa. Y si quieres hablar así, no importa, con tal de que la gramática lleve sentido.

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Circo inmortal En este circo todos están jóvenes desde hace 50 años. Veo la publicidad del Circo Celestial y la comparo con la de hace 30 o 20 años, y no lo dudo. La niña que cuida a los animales me llama la atención, tiene mirada de anciana pero parece tener diez años. Ya sé, llegan a las poblaciones, les quitan la juventud y desaparecen, pienso mientras el circo quita su carpa, aborda el tráiler, y miro mis manos de niño de diez años, llenas de arrugas.

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Estaciones de ausencia

Eduardo Omar Honey Escandón

No dormí mucho, quizás una hora o un poco menos. La resaca de azúcar y cafeína me hacen dudar sobre si leí bien la nota que me dejaste. Anoche, cuando llegué, el lugar del estacionamiento estaba vacío al igual que los rincones de la casa. Sospechaba hace semanas con esos silencios extraños mientras mirabas cómo caía la lluvia por la ventana. O la sequía de miradas en el verano de tu rostro. Poco a poco, como los árboles entran al otoño, te fuiste vistiendo del partir. En vez de hojas secas que crujen al paso, entre nosotros crepitaban los minutos en el reloj de la estancia sin que nuestras palabras encontraran su camino. Anoche, al llegar a casa, el segundero era lo único que mantenía un soliloquio y las paredes tallaban soledades en la mente. No queriendo ser abrazado por un hogar que precipitaba dos años de recuerdos, tomé mi bicicleta, bajé dos pisos con ella y, en la tienda de la esquina, compré un refresco de cola para emborracharme en falsos dulzores. Empecé a pedalear en tu búsqueda pretendiendo que las calles me susurraran tu presencia, me engañaran con un grato porvenir. Cabalgué por las vías rápidas que conducen a donde trabajabas, invadí senderos peatonales persiguiendo nuestras andanzas, me detuve en más de un restaurante donde sólo encontré espectros de nuestros besos y risas. Desesperado tiré a la basura la brújula de la prudencia, empecé un maratón en el filo de la navaja entre calles y callejuelas. Saludaba a policías que patrullaban esas oscuridades más no las de mi alma. Cada tanto regresaba al parque frente al edificio para otear el vacío en el estacionamiento. Retomé más de una vez esotéricas rutas para trazar, en las calles y avenidas aledañas, un pentáculo cuadrangular. Imaginaba el invocarte como si fueras un ignoto ángel mientras santificaba mi dolor bebiendo dulce cafeína y bendecía los cruces con el negro líquido. Finalmente, en una vuelta a eso de las cuatro de la mañana, te vi llegar en el auto que compramos. Abriste el portón y, mientras te estacionabas, noté otro vehículo algo más atrás, expectante. Arrancó en cuanto te estacionaste. Crucé la avenida a toda velocidad y subí la cordillera de dos pisos esperando una sentencia. Te encontré lavándote los dientes, con ojos adormilados y distantes. Me espetaste que querías descansar, te retiraste al cuarto y, sin más, te dormiste Tardé en conciliar el sueño acechado entre ritmos de azúcar, cafeína y preguntas. En cuanto me desperté ya no estabas allí. Había huecos en tu ropa del clóset y una maleta menos. La mesita de noche en tu lado asomaba tímidamente una nota. No quise adivinar, ni quise postergar así que la tomé: “Fue un error regresar contigo pero, aún así, ¡feliz cumpleaños! Yo”. Sé que no hay vuelta atrás mientras las horas pardas del reloj de la estancia se congelan en el invierno de la ausencia final.

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La edad de la risa

Rocío Prieto Valdivia

La pequeña Sofía recostada en su litera, ríe y ríe mientras la tarde cae, y la bahía se va oscureciendo. Más tarde será hora de dormir y mientras lo hace en su pequeño gran mundo todo será color de rosa. Atrás han quedado aquellos días en los cuales su pequeña existencia era gris. En la habitación contigua duermen sus abuelos, las paredes pintadas de amarillo, el mueble de la televisión tiene un cajoncito que resguarda los papeles donde el secreto de Sofía está a salvo. Para qué seguir haciéndose heridas sí la justicia es un mal sin curación alguna. Las primeras noches Sofía no podía apartar de su mente la oración más cruel de su vida: "Y me aventó a la cara un billete de 100 pesos"; y es que algunos hombres actúan como bestias valiéndose del absurdo patriarcado; éso le dijo la psicóloga a los abuelos de la pequeña para tapar su ineptitud y no perder ese jugoso sueldo que le otorgaba el estado. Aún con lágrimas en los ojos la abuela lo recuerda mientras trata de dormir; a lo lejos escucha a Sofía sonreír, el abuelo la abraza y musita unas palabras. — La niña ha vuelto a ser la misma, te dije que pronto lo haría. — Creí que jamás volvería hacerlo; lo dudé, es cierto. Sería que también la abuela sin estar presente sufrió en carne propia todo aquel enjambre de vilezas cometidas con la pequeña. Apenas había cumplido los 8 años cuando el monstruo se hizo presente en los sueños de la niña, y la habitación de 4x4, con las paredes pintadas de gris fueron testigos mudos de un crimen atroz, las manos llenas de caricias penetrando hacia donde la raíz de la vida aún no debía de florecer. ¿Quién era el culpable? —No vayas a decirle a nadie. Gabriel se abotonaba el pantalón de mezclilla, sobre el piso el semen brilla. De su cartera saca un billete de $100 pesos y lo tira en la cara de la niña. — Llévaselo a tu madre, estará muy contenta. Tal vez su madre, por miedo a estar sola, se consigue un hombre con una familia desequilibrada. Los días fueron pasando y en los ojos de la niña el brillo se fue extinguiendo. Los cuadernos dejaron de plasmar flores para dar paso a los gigantes con grandes brazos. Los fines de semana todo volvía a la normalidad y la vida de Sofía era color de rosa. En un abrir y cerrar de páginas el miedo a que la niña contará su secreto fue lo que acabó con la tranquilidad del monstruo. Y la pequeña que por las noches lloraba estando dormida con ese secreto que la ahogaba. Tuvieron que pasar los meses y encontrarse con niñas con historias similares para poder volver a reír, y darse cuenta que estaba a salvo bajo el resguardo de sus abuelos. Pero a kilómetros de esa felicidad una nueva historia de terror está próxima a gestarse; el monstruo de nuevo había tomado confianza. Y en la oscuridad de la pequeña habitación un billete de cien pesos brilla con la luz de la pantalla del celular. Mientras los archivos con el caso de Sofía se llenan de polvo en los estantes de la oficina de la psicóloga corrupta.

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Súper Héroe Papá se fue al cielo cuando yo era apenas un bebé, solo lo conozco por fotografías que Mamá tiene guardadas en su cajón de los recuerdos. Ella dice que me parezco mucho a él, que tenemos los mismos ojos café oscuro y que nuestro pelo alborotado es único en el mundo. Recuerdo bien las historias que mi madre solía contarme antes de dormir; solía, porque ahora soy un niño grande, por lo que, para poder dormir, repito en mi mente las historias que no hace mucho me arrullaban. Mami y yo éramos un gran equipo, todo lo hacíamos juntos. Si se tenía que pintar la casa, lo hacíamos juntos. Si teníamos que ir por golosinas al súper mercado, lo hacíamos juntos. Si había que bañar a Dodo, lo hacíamos juntos. Hacer palomitas, la cena, los Hotcakes de los domingos, los paseos para estirar las piernas, si, lo hacíamos todo juntos. Pero un día todo cambio. Mami conoció a un señor con mala cara, siempre me dio miedo y no me gustaba estar cerca de él. Las veces que venía a casa me sentía obligado a platicarle cosas de la escuela, de mis juguetes y de Dodo. No me agradaba mucho, pero Mami se veía muy feliz a su lado. Yo pensaba que solo eran visitas de vez en cuando, porque venía dos o tres veces por semana, después de la cena se iba y todo regresaba a la normalidad. Pasado el tiempo, comenzó a quedarse en casa a dormir con Mami. Al principio Mami seguía contándome historias de mi padre, pero cuando él se quedaba, el cuento lo cambiaba por cosas sin sentido, mas yo seguía contento de que al menos se despidiera con un dulce beso en mi frente. Cuando él se mudó por completo, no me puse muy feliz. Mami ya no me contaba historias, solo entraba rápido a darme un beso, aunque con los días ni las buenas noches. Ya no hacíamos las cosas juntos como antes, el desayuno, la comida y la cena ya no eran divertidas, ahora todo era diferente. A mí me tocaba comer solo o con la mirada perdida de mami sosteniendo una taza de café que duraba horas en ser bebida. Ya no íbamos al súper juntos, ya no había Hotcakes los domingos y Dodo pronto estuvo tan sucio que comenzó a dormir en el patio.

Amiie Aguirre No entiendo porque ya no bañábamos a Dodo. Muchas noches escuché a alguien llorar. Yo no sabía quién era y me tapaba hasta la cabeza pues me daba mucho miedo, se escuchaban como largos lamentos que pronto se callaban cuando la pared retumbaba como cuando los relámpagos caen del cielo. Nunca lo comprendí, pero un día, Mami lloró mucho tiempo abrazándome en la sala, mientras Dodo nos miraba y ella me pedía perdón ¿Perdón de qué? No sé. Cuando entré a la escuela de nuevo, volvimos a ser Mami, Dodo y yo. Nuevamente todo lo hacíamos juntos. Ahora solía ir a casa de un amigo a ver caricaturas cuando Mami tenia cosas urgentes que hacer por su trabajo. Yo me divertía mucho viendo televisión con él, sobre todo porque veíamos los POWER RANGER. Era nuestro programa de televisión favorito. Yo era el P.R. AZUL y mi amigo era el ROJO. Nos encantaba imaginarnos esas aventuras que pasaban delante de nosotros y muchas tardes después de verlos en la pantalla, salimos al patio para tener nuestras propias aventuras y así salvar al mundo. Mami, Dodo y yo, éramos muy felices. Recuerdo que un policía y una señora de gafas fueron por mí a la escuela, me sentaron en un sillón grandote negro y ahí me dijo que Mami no iría mas por mí, que ahora ella estaba en el cielo con Papi y que yo estaría a salvo junto al Señor que durante un tiempo se había quedado en casa. No me dieron muchas explicaciones, solo vi entrar a ese tipo de mala cara y aspecto raro. Y desde ahí, nunca más tuve una noche tranquila. Me sentía como prisionero en mi propia casa. Para no molestar a mi nuevo Padre, había aprendido en poco tiempo a estar en silencio, a comer comida fría, a ver a Dodo por alguna de las ventanas de la casa, a estar calladito cuando entraba en mi cuarto y me tocaba, como según decía a mi mami le gustaba; a cerrar los ojos y abril 2021

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no gritar cuando sentía que algo metía “allá abajo”, a no respirar cuando se ponía encima de mí y me decía en los oídos que era un juego secreto que hacen los amigos grandes con los amigos chicos. Aprendí, a los 6 años, a ser ciego, sordo y mudo. Un día Dodo dormía conmigo, lo había metido a escondidas a mi cuarto, cuando él entró y trató de jugar conmigo ese juego de grandes que yo tanto odiaba, Dodo le ladró muy fuerte y se le fue encima para protegerme como lo hacían los PROWER RANGERS en la televisión; pero mi nuevo Padre lo sujetó del cuello tan fuerte que pronto se quedó dormido, recuerdo que al ponerlo en el suelo se acercó a mí, se quitó la ropa y me dijo: “Justo como lo hice con tu Madre”. Pasó un año, un eterno y largo año. Un día la Mami de mi mejor amigo fue por mí a casa y me llevó a la suya, ahí comí, bebí, miré televisión y tuve una tarde normal. Mi amigo me dijo que sus Padres querían que yo fuera su nuevo hermanito, pero que la policía tenía una carta de mi Mami donde decía que yo le pertenecía a ese Señor de mala cara. Ambos estuvimos felices de solo pensar en ser hermanos. Esa tarde, mi mejor amigo me platicó que vio una película de súper héroes donde con sus poderes detenían a la gente mala y salvaban el mundo. Yo le dije que mi nuevo Padre era malo y que yo quería ser un súper héroe para poder salvarme, claro, también salvar al mundo, pero primero tenía que ser yo. De una caja sacó la máscara del Power Ranger azul, me dijo que la usara cuando fuera a la cama para dormir y me dio un pequeño objeto afilado que había encontrado en casa de sus abuelos. Yo los tomé y los escondí en la mochila con la cargaba mis cuadernos de la escuela. Esa noche, cuando sabía que él entraría a mi cuarto para “jugar”, me puse la máscara, oculte bien el objeto afilado y cuando lo vi echarse encima de mí, rápidamente puse la mano sobre mi estómago y cerré los ojos invocando los poderes de todos los POWER RANGER. Y ahora estoy aquí, el cuarto blanco no es del todo malo, a veces tengo frio, pero la manta que me trajo mi mejor amigo me ayuda mucho. A veces viene con toda su familia y me traen golosinas. Nunca volví a ver a los P.R. pero no importa, me dejaron conservar la máscara del P.R. azul y la uso todo el tiempo. A veces vienen doctores a verme, pero no se quedan mucho tiempo, como que sienten miedo de mí, lo cual no entiendo si yo soy un súper héroe que protege al mundo de los malos. Pero bueno, al menos Dodo está conmigo, aunque nadie más lo puede ver, yo lo veo; lo cual está genial ya que me dijeron que aquí no podía tener un perro. Quisiera que Mami también estuviera aquí, me siento muy solo, pero sé que Mami está en el cielo y desde el cielo me cuida. Ojalá que pronto me dejen salir y me convierta en el nuevo hermanito de mi mejor amigo. No sé cuándo vaya a suceder, la última vez que lo vi, tenía barba y ya era muy alto, muy pero muy alto, según me dijo, ahora veía los POWER RANGER con sus hijos. Pero bueno, me despido, tengo que ir a jugar con Dodo antes de que vengan las enfermeras para darme golosinas y dormir durante horas.

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Anatomía del amor

Santiago Garcés Moncada

Recuerdo a aquella linda chica de la clase de anatomía; ese día que la conocí estuve a punto de llegar tarde, el profesor me seguía los talones en el camino al aula y el miedo a quedar por fuera del salón me hacía afanar mis pasos que ya se escuchaban en el piso de abajo de lo fuerte y rápido que pisaba. El salón estaba lleno y mis compañeros de clase me miraron a la par, la mayoría eran jóvenes, niños de colegio recién salidos del horno, con los sueños frescos y la energía completa, y comparado con ellos, yo iba camino directo a los treinta años. Solo un par de sillas libres atrás quedaban disponibles para mí, me senté y puse mi bolso en la parrilla del pupitre y el profesor, que había acabado de entrar, iba camino a cerrar la puerta, cuando la vi… Una mano delicada con las uñas teñidas de negro detuvo la puerta que se cerraba; entró, era una mujer pelirroja que por los rasgos de su cara parecía tener más o menos mi edad. Era hermosa y no sé por qué, pero no podía dejar de mirarla, parecía un adolescente enamorado ante la niña que nunca le habla. La vi nerviosa cuando se sentó a mi lado y el profesor empezó a hablar de las hormonas y las glándulas, de los músculos y los huesos, y sus ojos grandes después de un rato se perdieron en lejanos pensamientos y yo escuchando la clase mientras la miraba solo atiné a escribir esto: “Anatomía del amor: Tu dermis de hermoso tono me eriza poro por poro, me tensiona tantos músculos al robarme una sonrisa y el corazón acelerado erupciona entre mis venas, mientras queda en mi retina tu imagen como un recuerdo que a pensarte me condena...”. Me sentí extraño al escribirlo, pues no lo hacía a menudo. Salimos de clase, era la hora de comer, pasé el poema a un documento en mi computador y lo llené de color para imprimirlo, estaba decidido a regalárselo. Llegué al salón antes que todos y la esperé, el salón se llenó de nuevo, el profesor empezó, pero ella no llegaba… Estaba muy ansioso y fue entonces que al mirar hacia un costado la vi asomarse a la puerta y parar de golpe antes de entrar del todo. —Ah, otra vez el salón que no era—, escuché que dijo y se marchó. Sin importarme que me dejaran afuera salí tras ella y la paré antes de entrar a su salón de clase, ella extrañada se volteó y recibió con curiosidad el poema, rio al leerlo sonrojada y me explicó que se había equivocado de salón, que le dio pena salirse y se aguantó toda mi clase de anatomía; ella estudiaba administración y eso me dejó en bancarrota, pero le gustó el poema y arrancando un pedazo en blanco de aquella hoja donde estaba escrito, tomó el bolígrafo del bolsillo de mi camisa y anotó algo, se acercó a mi oído y me dio las gracias con un beso suave en la mejilla, que me hizo subir el color a la cabeza. Me entregó el papel y guiñándome el ojo entró a su salón. Cuando pude reaccionar miré lo que había escrito, era su número de teléfono y ahí supe que aquel papel era el recibo de la cuota inicial de un amor a primera clase.

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Mujer busca trabajo

Alejandra Pineda Mata

Tres de la tarde. Aunque me puse gafas oscuras y camiseta de manga larga a sabiendas de la temporada, aun así, el sol no dejaba de calarme. Apresurada tomé la orilla de los árboles para sentir un poco de sombra, de aire; y como si fuera la primera paisana que hubiese visto pasar, una mujer me pregunta si por ahí pasaba el camión que nos sacaba del parque, fábricas, fábricas, nos rodeaban. Al voltear y verla toda acurrucada en una piedra bajo uno de los eucaliptos, supuse que estaba cansada, la vi de edad madura, entre sus cabellos canas, y la invité a caminar. —Aquí no espere el camión, ya vendrá lleno. Mejor caminemos hacia allá, más adelante hay otra sombra. Y así, una con su lonchera con trastes vacíos y la otra con un bulto de tacos sin comer (bueno, eso imaginé que traía dentro de una bolsa y aluminio), caminamos las dos, como si fuéramos compañeras del diario. Me decía: —Es que tengo que tomar el camión que va a la Central, ya me aceptaron, voy a dejar la papelería. —Ah ya pasó los exámenes, qué bueno, ya va a lo seguro. Y le hice más preguntas, para ponerme al día, para saber cómo era encontrar trabajo doce años después de cuando yo lo buscaba, como ella, yendo en las madrugadas a sindicatos, yendo a entrevistas y pruebas donde no me llamaban nunca, y lo que seguía tan actual, el maltrato y las malas caras, como si fuese un acto de limosna pedir trabajo. Se soltó mi ¨nueva compañera¨, y para luego, ya me dijo su rutina de las últimas tardes desde hace tres meses, que llegando asoleada (y a veces en ayuno) de sus diarios intentos, había que llegar a hacerle de comer a los nietos. Sus horas eran intermitentes para el sueño vespertino, donde su descendiente más pequeño, se divertía no dejándola cerrar sus ojos argumentando que todavía tenía hambre. Pero sus ojos, los ojos color café oscuro, de esta mujer morena, esos no estaban cansados, más bien estaban ilusionados, brillosos como cuando te enamoras, hasta parecía que hablaba de su nueva sala, como cuando te casas. Esa esperanza se volvió contagio. Y a vuelta de rueda se acercaba el transporte urbano, mi intención de haberla hecho caminar más al oeste era que pudiese ganar espacio, un asiento, descanso para su arrugado cuerpo. Subió ella primero y tuvo un noble gesto: pagarme el pasaje con sus pocos pesos. Sentadas, y cada una dispuesta a dormirse, aprovechando el arrullo del asfalto, le dije: —Y a todo esto, ¿para cuál puesto va a dejar sus papeles? Y con una motivación que nunca entendí de dónde el brote, declaró: —Voy para moza, de conserje. Justo el trabajo del menosprecio. Pero para ella, su reciente felicidad.

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De Gabino

Juan Rogelio

Muchos adultos le saludaban afectuosamente cuando salía al patio. Los niños se amontonaban para jugar con él. Todo el mundo allí le quería. El pequeño provocaba la ternura y la compasión de muchos mayores, quienes no podían evitar sentirse mal porque un niño tan lindo y tan encantador viviese en ese miserable lugar: les parecía inconcebible y poco justo. Era debido a esta compasión que en más de una ocasión varios le regalaron una moneda, acompañada de una sonrisa, llena de afectuosidad, comprensión y dulzura. Era todo menos un inútil: si alguna vecina acaso llegaba del mercado con su carrito lleno, acomedidamente iba y le ayudaba a llegar a su casa, para que no se cansara más. Si veía a algún vecino barriendo delante de su vivienda, iba a ayudarle, ya fuese pasándole el recogedor de lámina, sujetándole la escoba si se cansaba, o tan sólo alegrándole un poco el trabajo con su plática. Si veía a alguna mujer llenando una cubeta de agua, inmediatamente iba a su lado y le ofrecía ayudarle a llevarla a su casa, con gran dulzura. Igual ayudaba a sus pequeños amigos; si al jugar se les llegaba a escapar una pelota, iba tras el juguete con rapidez y volvía igual, para que sus amigos no tuvieran que esperar, ni menos aún tuvieran que discutir sobre quién iría. Se convirtió en una especie de sirviente para los vecinos (aunque éstos nunca se referían a él así), quienes le mandaban diferentes cosas, barrer, trapear, ir a la tortillería, a la tienda o a la farmacia, llenar cubetas con agua, cargar la caja de la herramienta, ir a tirar la basura, llamar a gritos, y estando en la calle, a los del camión repartidor de gas o al nocturno señor que empujaba su carrito de tamales, entre otras muchas cosas. Siempre recibía una moneda por sus servicios, además de una sonrisa cordial por parte de quienes le pedían favores. A veces, lo invitaban a comer o a cenar, aun cuando sus anfitriones no estuviesen en la opulencia. Si lo hacían era, simplemente, porque querían pagarle, de otra manera, su bondad, su humanidad y, del mismo modo, para que el pequeño no se la viviese en soledad, pues casi todos los vecinos estaban al corriente de la clase de madre

que tenía, que fue responsable de él sólo poco tiempo, y acabó por dejarle sa su suerte, cuando lo consideró lo bastante mayor. Ningún vecino hablaba mal del pequeño, no se burlaban de él ni tampoco le tenían por un criado, sino sencillamente por un pequeño encantador, en todos los sentidos, muy útil y un filántropo ejemplar, pues muchos estaban seguros de que el niño bien podía hacer todo aquello sin necesidad de que le dieran una moneda como pago por su servicio. No había día que no se apareciera delante de la puerta de algún vecino y fuera a preguntarle, con su voz aguda, pero adorable, una sola cosa: — ¿No va a querer un mandado? Y casi nunca le decían que no, pues era imposible resistirse al encanto de niño que era, y no importaba que realmente no quisiesen ningún mandado: se lo inventaban y ya, pero casi nunca rechazaban la ayuda del pequeño. Cuando acaso llegaban a hacerlo, siempre expresaban su pesar, pero a Gabino no le molestaba, y sencillamente les daba la gracias, para después marcharse a ver si el vecino de al lado sí quería que le ayudara. Había logrado conocer, extrañamente gracias al desamparo de su progenitora, a seres humanos verdaderamente bondadosos, que no le dejaron solo, y que le dieron, pese a ser su condición muy humilde, todo el apoyo que pudieron. Aprendió a no morirse de hambre y a no ser un inútil declarado. Gracias a que creció al lado de no una, sino de varias personas bondadosas, fue que se convirtió en una persona tan humana como las que le tendieron la mano; su recuerdo hizo que, cuando fue un hombre mayor, no dijese jamás que no si algún pequeño se le acercaba, estando sentado fuera de su vivienda, en esa misma vecindad, que nunca dejó, y decía eso que dijo tantas veces, en el pasado, cuando niño: — ¿No va a querer un mandado? abril 2021

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Emilia Pareciera que mi mala fortuna comenzó el día que nací, se interrogaba Emilia. Su padre siempre había deseado un hijo varón. Tras tres abortos de Carmen, su madre, el ginecólogo les advirtió que un cuarto embarazo seria de alto riesgo, sobre todo por los antecedentes y la edad de ella, pues pasaba los treinta y nueve. Cuatro años después, a pesar de múltiples complicaciones y extremos cuidados, llegó el día de la cesárea de su madre. De los pequeños ojitos de Emilia, brotaron sus primeras lágrimas…, las primeras de un largo rosario. El día de su bautizo, se impuso el machismo de su papá y ordenó al sacerdote “se llama Emilia”. Saliendo de la Iglesia, la condujo al registro civil, para asentar legalmente su nombre: ¡Emilia! Lo supo años más tarde. Se lo conto su mamá, un día que le preguntó el por qué de su nombre. “Ya vez, tu padre con sus ganas de tener un hijo varón; al ser tú, mujercita, pues no te podía poner Emilio, como se llama él. Se amacho y dijo que serías Emilia. Yo quería haberte llamado Dominga, pues el día que naciste, fue un hermoso domingo de abril, los jardines llenos de flores multicolores y las calles lucían sus jacarandas saturadas de flores lilas. Un día cálido, maravilloso”. Aprendió a vivir así; con el cariño de su madre y la dureza de su padre. Con ser él, el guía de su vida. Recordó con tristeza el día que en la secundaria, la obligó a cambiarse de taller de costura al de mecánica. “Tendremos en casa quien nos arregle el auto”, dijo. El tiempo siguió… él, corriéndole los novios. A sus 17 abriles, les informó a sus papás que estudiaría peluquería. Su padre lo aceptó con agrado. A los siete meses ya trabajaba en esa barbería. Más, lo inesperado cayó, la confinación por la pandemia del covid-19, la obligó a estar en casa. Por desgracia, su madre se contagió y era ella quien salía de casa lo necesario, al mercado, a la farmacia. Una tarde en que salió por medicamentos, oscurecía, cuando fue atacada por tres vándalos, la

Jesús Fuentes condujeron a un lote baldío, tras golpearla, la derribaron, uno se le fue encima, los otros le sujetaron los brazos. Ella gritaba y hacia esfuerzos sobrehumanos para defenderse. Pataleaba. El sujeto que tenía encima, después de bajarle con brusquedad el pantalón y pantaleta, trataba con desesperación de separarle las piernas. Emilia las apretaba con fuerza. Eso provocó la ira del depravado y le golpeó la boca, escurriendo un hilo de sangre por la comisura de sus labios. Ella ahogaba su llanto. Sintió el dolor, desgarrando su himen, su vida. Haciendo un último esfuerzo, logró arrancar el cubre bocas negro del sujeto y su cara se le quedó grabada hasta lo más íntimo de su ser. El ulular de una sirena, hizo que los sujetos la abandonaran, corriendo por las calles vecinas. Emilia, con su dolor, sangrando; como pudo se arrastró hasta lograr la banqueta de la calle, para solicitar auxilio. En el ministerio público, con una frialdad le tomaron su declaración. Incluso, el Licenciado que la atendió, le insinúo, que a lo mejor, ella había sido la culpable. Se retiró decepcionada. Su padre, tampoco le había creído. ¡Donde estaba la justicia!, se preguntó. Aun, esta tarde, sentada en este sillón, con su cubre bocas puesto, se lo pegunta. En la televisión, la imagen proyectaba: “Un violador no será gobernador”, en Palacio Nacional, por un grupo de mujeres manifestándose. ¡No puede ser! Pinche gobierno, los protegen, los apapachan. Mierda. Se enoja. Hace tres semanas, permitieron abrir algunos negocios, para reactivar la economía, entre ellos las barberías. Emilia, apenas atendió un cliente. El movimiento es poco todavía. Necesita dinero. Con la pensión de su padre, apenas alcanza para los gastos mínimos. A Dios, gracias, su madre se recuperó, está bien; en espera de su primera dosis de la vacuna. Se acerca la hora de cerrar. Un tipo de pelo largo y barba abundante, con cubre bocas negro, abril 2021

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tras aplicarse gel en las manos, ingresa y pide le corten el pelo y arreglen la barba. Ella le indica sentarse en el sillón de peluquero. Le pone la bata y le pide quitarse el cubre bocas. El tipo, se descubre. Emilia, de espaldas a él, tomando lo necesario para hacer el trabajo, al ver reflejada la cara del fulano en el espejo, se queda atónita, paralizada. Es el mismo que la ultrajó, no hay duda. La misma cara que la despierta en sus noches de pesadilla. Será la justicia divina. Ella cree en Dios. Nerviosa, trata de actuar con naturalidad, espera no ser reconocida; trae doble cubre bocas. Le corta el cabello, lo recuesta en el sillón para arreglar la barba. Aplica las toallas húmedas, calientes, para humectar. Él, se ve a gusto, relajado, mantiene los ojos cerrados. Emilia, toma la navaja de rasurar, tranquila, con firmeza la afila una y otra vez en la correa de cuero que cuelga junto a la silla. Una multitud a la entrada de la barbería, especulan, gritan. Dentro, un hombre, recostado parece dormir, con la cabeza casi desprendida y sangrando; la sangre avanza, manchando el piso de escarlata. Emilia, se escurre entre las sombras de la oscuridad, que la cobija, la salvaguarda.

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¡Todo fue culpa de mi hermano!

Jimm León O.

—¿Por qué lo hiciste?— Siempre es difícil interrogar a niños, pero esté era un caso especial. El pequeño no paraba de llorar y lo hacía más difícil aún. —Le juro que no sabía, señor policía, todo fue culpa de él… ¿Dónde están mis padres? — El mocoso seguía repitiendo lo mismo ¡Todo fue culpa de él!, sin darme una explicación en concreto. —Tu mamá dijo que tenías que hablar conmigo antes de irse, salió por un mandado, así que dime ¿Exactamente qué paso y por qué lo hiciste?— Quiero golpearlo… —Yo estaba jugando con mis juguetes sobre la cama, y llegó mi hermano con un encendedor en la mano; me dijo que haría nuevos juguetes para mí. Tomó mí cabezón coca cola favorito y le prendió fuego hasta que se derritió; yo solo lloraba, señor policía. ¡Era mi favorito! Él sólo se reía, y le arrojó uno por la cabeza, él se molestó mucho y me golpeó en el estómago hasta dejarme sin aire por mucho tiempo…— El pequeño siguió, pero no podía aflojar con él, estábamos avanzando en el caso. —Toma un caramelo. Dime, después del golpe. ¿Qué paso? —No quiero seguir, señor policía. —Tu mamá dijo que tenías que decirme todo. —Cuando pude recuperar el aire, —Entristeció la mirada y continuo.— Él se había ido al baño, siempre tardaba, y siempre se escuchaba que hacía cosas raras adentro, así que tomé unos cerillos, una tapadera de plástico que mamá no usaba, la envolví con papel de baño, la metí por debajo de la puerta y le puse seguro por fuera. No sabía que la puerta se iba a quemar señor policía. Por favor, quiero ver a mis papás. —Tus padres van a tardar todavía, ellos también están explicando todo. Ahora dime: ¿Tus papás a dónde estaban cuando hiciste eso? —Ellos estaban afuera platicando con alguien, cuando escucharon los gritos de mi hermano, el fuego ya había alcanzado el cable del refrigerador y la grasa de la estufa. La casa es pequeña, señor policía; a mí me sacó rápido un amigo de papá, mientras ellos intentaban echarle agua al fuego para sacar a mi hermano del baño. Fue entonces cuando escuché que algo hizo ¡Boom! y todos gritaron afuera, y yo también, después de eso me quedé dormido y fue cuando usted me despertó para hablar conmigo… —Ok, gracias. La señorita te llevará a otro lugar, acompáñala por favor… —¿Me van a castigar señor policía? Yo no hice nada, todo fue culpa de mi hermano… El caso estaba cerrado, la irresponsabilidad de los padres al dejar fósforos al alcance de dos niños de cinco y diez años. El niño de diez años, muerto por quemaduras en el cuerpo, mientras que los padres murieron por tratar de rescatarlo; Estaban a menos de cinco metros cuando explotó el tanque del gas. Es triste ver cómo no tenemos el tiempo necesario para explicarle los peligros de la vida cotidiana a un pequeño…

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Planeta gato Esa mañana, cuando don Neto abrió la puerta de la cocina que daba al patio trasero de su casa, lo primero que vio acurrucado a un costado, fue a ese ser odiado que tanto lo sacaba de quicio. Ese horrible gato callejero que sus nietecitas habían adoptado, hacía poco más de un mes, con comidas y caricias que le daban a espaldas suyas. Decidido, avanzó hacia el animal y le tiró, según él, tremenda patada. El gato salió volando, no porque don Neto le había atinado con la patada, sino porque pegó tremendo brinco antes de que dlo alcanzara. Lanzando varias maldiciones cogió la escoba que estaba cerca y se dispuso lanzársela al animal que ya pegaba tremenda carrera. En eso sintió que cuatro bracitos lo sujetaban fuertemente por las piernas. Eran sus nietas, Luz de ocho años y Oslenn, de cinco; abrazadas a él le gritaban suplicantes. —¡No papi, no le pegues! ¡Déjalo ir, déjalo ir! Al mirar esas caritas asustadas, la ira que sentía desapareció como arte de magia; disimulando, entró refunfuñando a la cocina con sus nietas que aún lo llevaban abrazado. ¡Ustedes tienen la culpa de que ese animal este aquí, y no se quiera ir! Doña Cata, su esposa que lo había visto todo, sonreía por lo bajo y tomándolo del brazo lo sentó ante la mesa al tiempo que decía cariñosa. —Ya deja a ese pobre animal que no te hace nada, y tómate tu café que se te enfría. Últimamente ésa era la rutina de todos los días. Por una extraña razón a don Neto no le gustaban los animales, y de unas semanas para acá la traía en contra de ese gato que de la noche a la mañana se vino a vivir al patio de la casa. El tiempo pasó, y una calurosa noche de verano, don Neto salió a hacer una necesidad primaria, al baño que estaba a un costado de su solar. Pero antes de entrar hubo algo que le llamó poderosamente la atención. En el fondo del patio por atrás de la casa brillaba una intensa luz. Con un poco de temor, y mucha precaución se dirigió hacia allá. Al doblar por la esquina de su casa se quedó 34

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Lázaro Mayorga estupefacto. Por encima de los árboles y como a cinco metros de altura, flotaba una misteriosa nave que se mecía ligeramente hacia los lados, y de donde se desprendían unos rayos de luz de varios colores. Don Neto sintió que se desmayaba, cuando de la nave salió un enorme gato blanco que de un brinco llegó frente a él y al pararse en dos patas, medía como dos metros y medio. Sintió como un líquido caliente le escurría por entre las piernas. Sin duda alguna, la necesidad primaria que iba hacer minutos antes se le salía sin que él pudiera evitarlo. Un ronroneo hizo que de nuevo volteara la cabeza hacia arriba. Era el enorme gato blanco: —¡Miau! Don Neto, don Neto ¿Qué haré contigo? ¿Quieres explicarme por qué persigues con tanta saña a unas de mis creaturas? —¿Cua, cua, cuál creatura?, contestó tembloroso. —No te hagas, Netito, que allá en el planeta vemos a todos los que tratan mal a nuestros gatitos. —¿Cua, cua cuál planeta?, preguntó cada vez más tembloroso. — ¡Miau!, tú como toda la humanidad ignoran que mucho más allá de las estrellas existe “un planeta gato, un planeta perro, un planeta pájaro”, en fin, que allá en el espacio, hay un planeta para cada una de las especies de animales que están con ustedes aquí. Acordamos enviarles a miles de cada especie para darle vida a este planeta. Pero no para que los maltrataran, como lo hacen muchos de ustedes. No todos, por supuesto. Afortunadamente hay gente que los valora que los cuida y los trata bien, ¡pero hay gente como tú! A medida que hablaba, el enorme gato blanco se enojaba cada vez más, se agacho tanto, que don Neto tuvo su rostro a unos centímetros de su cara. Esto era más de lo que podía aguantar. Echó a correr, pero a medio camino se tropezó y cayó de largo. Asustado, se puso en cuatro patas, y así a gatas siguió avanzando con rapidezz, cuando volteó para ver si lo seguían, su cabeza dio contra la pared de la cocina dejándolo atarantado.


Al oír el fuerte golpe, doña Cata se despertó y al enderezarse vio a su marido tirado al otro extremo del cuarto, junto a la pared. Y es que, en medio de su pesadilla, don Neto se cayó de la cama y gateando fue a topar contra la pared. —¡Neto, Netito! ¿Qué tienes? ¿Qué te pasó? —¡Na, nada mujer ¡tuvo un mal sueño. Vuelve a dormir. Doña Cata, que estaba medio dormida, se encogió de hombros, se reacomodó en su lecho y siguió roncando. En cambio, don Neto, notó con cierta vergüenza, que el líquido que sintió correr en su pesadilla, en realidad si le había mojado su pijama, ¡se había hecho pipi! Sin hacer mucho ruido se la cambió y acomodándose junto a su esposa se dispuso, ahora sí, a dormir plácidamente. Al amanecer y abrir a puerta de la cocina, el gato, como siempre, estaba echado a un lado; al ver a don Neto, pegó un salto y se fue corriendo. Pero esta vez su enemigo no traía una escoba en las manos. Al contrario, cargaba un hondo plato lleno de fresca leche que acomodó en el suelo. Enseguida, se alejó unos pasos para que el animal con toda la confianza se acercara a tomársela. Al ver esto Luz, y Oslenn, contentas abrazaban a su abuelito. —¡Papi, papi, le diste de comer al gatito! —Nada más les pido una cosa, no lo quiero de mañoso dentro de la casa. Por lo demás se puede quedar en el patio. Las niñas felices, le pidieron que se agachara, para darle un beso en las mejillas. Y así, brincando de alegría entraron tras él a la cocina.

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Dos pequeñeces

Adán Echeverría.

Dejarlo todo atrás Hoy apareció una calumnia, se quedó parada sobre mi hombro y me daba picotazos en la oreja, así... despacito; con algo de dolor un poco ajeno quería espantarla pues era molesta y no me dejaba concentrar y escupir mi ennegrecida rabia sobre la hoja blanca. Entonces otra calumnia, esta vez un poco roja, comenzó a tirarme de los bajos del pantalón, me enterraba sus quelas en los tobillos, y uno tiene que rascarse. Recién me inclinaba hacia mis pantorrillas cuando la calumnia del hombro brincó hacia el teclado; al querer manotear para hacerla huir vi que varias calumnias, coloridas, caían sobre el escritorio. Alcé la vista y ahí estaban, colgadas como murciélagos, escurrían como estalactitas, provenían de las grietas de la techumbre, y se alargaban hasta de pronto soltarse como lodosas gotas para ir cubriendo el escritorio. Las del suelo eran las peores, porque las calumnias rastreras pican bastante duro, y son algo ponzoñosas, en poco tiempo causan ceguera. Tuve que moverme hacia la puerta, salir y abandonarlo todo. Años de trabajo escrito, ahí en esa covacha se quedaron inundados por calumnias.

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Ventanas. El hombre fue a mi casa. Yo estaba bajo la chorreante regadera con mi novia. Y ¡traz!, sonaron los cristales de la ventana de la sala al romperse. Salí corriendo del baño, salí de ella, para ver qué pasaba. Y el tipo blandía un bate. Mi novia pegaba de gritos. El tipo retrocedió. "¡Qué está pasando!" "¡Espérate, no salgas!" "¡Llamaré a la policía!" El tipo me insultaba y golpeaba con el bate la puerta. Al verla coger el auricular, el tipo se salió de la terraza. Ella y yo estábamos desnudos. Me puse una toalla para alcanzarlo en la calle. El tipo se alteró más, pero no avanzó hacia mí. Los vecinos ya estaban afuera. Empezó a gritar: "¡Tú, acá estás muy tranquilo; mírenlo, es el que se acuesta con las esposas de otros!" Mi novia escuchó. El tipo cogió su carro y se marchó sin dejar de insultarme. Volví a entrar a casa. Ella se metió el vestido en un solo movimiento. Se puso las zapatillas y se salió, empujándome. Quise detenerla, pero giró hacia mí y me dio una bofetada. La policía paraba su unidad en ese momento. Ella abordó su automóvil y se marchó. Los policías me esperaban a la puerta de mi hogar. ¿Todo bien? Los vecinos llamaron. ¿Atacaron su casa? Sí, pero ya pasó. Si necesita algo, como poner una denuncia… Gracias. La voz del tipo rebotaba en las paredes y me dolía en la mejilla: ¡El que se acuesta con las esposas de otros! Miré a los vecinos parados en la calle, viendo el espectáculo. Yo apenas me había metido en un pans para intentar retenerla. Fue cuando me di cuenta que varias mujeres del vecindario me observaban atentas desde las ventanas. Alcancé a sonreírles.

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Tres narraciones

J.R. Spinoza

El cazador La música es anterior a las palabras, a la poesía y a la civilización. Estaba ahí antes de la gran migración de África y del descubrimiento del fuego. Es un lenguaje sin palabras. Las ballenas cantan, y aunque no comprendamos lo que dicen, podemos sentir su dolor, ese dolor que compartimos todos los seres vivos. La música puede dormir a las bestias, asustarlas o ponerlas furiosas. Se puede crear música con casi cualquier objeto: un vaso de cristal, un escudo de cobre, incluso con la licorera vacía que llevo atada a la cintura. La melodía correcta puede atraer a todas las ratas de una ciudad hasta el río. Puede incluso llamar a todos los niños, instarlos a salir de sus casas, y seguirme. He tocado la flauta y ciento treinta niños han respondido a la música. Dos largas filas de infantes caminan tras de mí, mientras toco, una de las tantas melodías que ensayé hasta la extenuación en mis años de aprendiz. Trismegisto me enseñó todo lo que sé. Después de quedar huérfano, cuando los galos invadieron mi aldea, llegó este hombre peculiar, más mago que sabio. Vestía de carmín, un sombrero de punta en la cabeza con un ojo que parecía seguirte por donde te movieras. Me pidió que le mostrara las manos. “Son manos de cazador”, me dijo. Pero no puso una espada en ellas, ni siquiera un cuchillo. Lo que colocó era metálico, pero sin filo. Una flauta. “A partir de aquí, dejaremos de hablar”, me dijo. Y él cumplió. Yo, cabezota como cualquier niño, le preguntaba cosas como: ¿a dónde vamos?, ¿a qué hora comeremos?, ¿cómo logras ese sonido? Él no respondía. Siempre llegábamos a algún sitio para trabajar, no pasé un solo día sin comer y aprendí a tocar, aprendí de ver, de escuchar. ¿Acaso el conocimiento ya está dentro de uno y solo venimos a este mundo a encontrar el conocimiento en nuestro interior? Mi maestro estuvo conmigo once años, luego, sin avisarme, sin decir palabra, desapareció. No lo he vuelto a ver. He llegado, las marcas en los árboles indican que estoy en el lugar correcto. Abandono la ribera y

su música, el canto dulce y vivaz del agua, para adentrarme en la orquesta forestal, con sus lechuzas barítonos y árboles rumorosos. La melodía que toco perturba su paz. Puedo sentir en mi cara la hostilidad. Dos árboles sin vida, forman con sus ramas cual garras, la puerta del demonio. Una efrit vive ahí. Tiene el cuerpo color canela y ojos felinos. Su cabello es largo y negro, con una corona de cuernos en la frente. Su tamaño es tres veces el mío, pero sé bien que si se lo propone puede ser tan alta como una montaña. Dejo de tocar. —¿Quién perturba la entrada de mi hogar? —Soy un pobre músico al que le ha sido negado su pago. En venganza he despojado de sus hijos a mis deudores. —Creí que los de tu clase estaban extintos. —Magia conozco muy poca, tan sólo un par de canciones. Pero soy un buen comerciante, y sé que los niños son un manjar para ustedes. —Lo son, lo son sin duda. Pero, dime flautista, ¿qué me impide matarte y quedarme con los niños? Con estos deliciosos infantes que tan gentilmente has traído hasta mi puerta. Doy un trago a mi licorera y la arrojo al suelo. Me limpio la boca con el dorso de la mano. Y levanto mi flauta con la otra. —Conozco la melodía de la muerte, que hará que todos estos niños en trance pierdan la vida. Son sólo seis notas, estoy seguro de que terminaré de tocarla antes de que puedas usar tus poderes sobre mí, entonces ambos perderíamos y tendrías que conformarte con un delgado flautista, que como mucho te servirá de mondadientes. —¿Cuál es tu precio? —Las llaves de tu hogar, después de este gran comilón te sobrarán fuerzas para hacerte dos o tres guaridas más, ésta será para mí. Necesito un lugar donde esconderme —las guaridas de los efrit pueden transformarse en abril 2021

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desiertos, estepas o islas tropicales, cualquier cosa que el dueño desee— y las cien monedas de oro que se me prometieron. —O eres un hombre poco ambicioso o no estás al tanto de mis poderes, ya has dicho tu precio y lo pago. Una bolsa con oro se materializó a mis pies al tiempo que me arrojaba unas llaves de plata que atrapé con mi mano libre. —Tocaré entonces la melodía para sacarlos del trance. Y toqué. Las primeras tres notas la inmovilizaron, las siguientes veintinco transmutaron su cuerpo en vapor y las últimas doce

la sellaron en mi licorera. Me apresuré a taparla. La metí en mi bolso, junto con el resto. Imaginé una isla, con abundante comida y agua dulce. Y conduje a los niños hacia ella. Cerré con llave tras de mí. —¿Dónde estamos? —preguntó el primer niño en salir del trance. Esperé unos segundos, a que los demás despertaran. —Están en Nunca Jamás. Aquí son libres de los adultos y sus gobiernos. De los demonios y arcontes. Aquí podrán ser artistas, o jugar y cantar por siempre.

La máscara De todas sus películas esa es mi favorita. Crecí viéndolo en pantalla, con sus gestos divertidos y la capacidad de hacer reír usando su voz. Creí que conocería al hombre de las mil caras, pero quien estaba frente a mí era un cadáver. Un hombre flaco y ojeroso, con la mirada perdida y barba descuidada. Usaba una gorra color verde alga y una chamarra negra. No me saludó, sólo se sentó frente a mí. —¡Pídeme una malteada! Yo obedecí y me incluí un café y dos órdenes de waffles. Él volteó la cara cuando la mesera llegó, en un claro intento de no ser reconocido. —Voy a encender la grabadora —le avisé, presionando el botón de grabar. Jim asintió. Me miró por un instante y devolvió sus ojos a la mesa. —¿Por dónde quieres que empiece? —Por donde quieras. —Bien, nací un miércoles en… —No…am… señor…Jim…podríamos ir un poco más adelante. —Ya lo sé, sólo te estoy jodiendo —dijo, mirándome con calidez mientras esbozaba una fugaz sonrisa. El comediante estaba ahí —Siempre presentí que había algo podrido en la industria, 40

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¿sabes? A inicios de 2007 me ofrecieron un papel en ICarly. Lo rechacé. —¿Por qué? —Creo que has escuchado los rumores del Sucio Dan. Yo me di cuenta de lo que hacía, lo descubrí en una de esas fiestas que solía dar en su casa con el elenco. Digamos que me salí de control, lo golpeé en el rostro. Y me sacaron de ahí. El abogado de Nickelodeon me demandó por cien mil verdes, los cuales cambié por mi silencio y la terminación del contrato. En ese momento debí hacer más ruido, cuando aún tenía poder. Después de eso me tenían en la mira. Poco a poco me dieron menos papeles, los que me llegaban a ofrecer eran mediocres al punto de lo absurdo, ¿recuerdas Los Pingüinos de papá? Recordaba lo suficiente de la película para saber que era mala. Asentí con la cabeza y Jim siguió con su relato. —El tiempo libre que me dejo la falta de trabajo lo invertí en averiguar más sobre la red de trata que se traían. No es sólo con niños, ¿sabes? Aunque no defiendo a los adultos, cada quien es libre de venderse si lo desea. Hollywood está metido hasta el cuello en toda clase de asuntos turbios. ¿Sabías que hay millonarios que pagan por


ver personas mutiladas? Les causa alguna clase de placer enfermizo. Estuve haciendo una lista de personas relacionadas, yo no quería tener nada que ver con eso, así que me propuse evitar trabajar con ellas. —¿Qué hay de Cathriona? —pregunté. A él se le descompuso la cara apenas mencioné el nombre. Hubo silencio. Unos minutos. Llegué a pensar que la entrevista terminaría ahí, hasta que dijo con una voz descompuesta: —La co… conocí en el rodaje de Kick Ass 2. Más silencio. La mirada perdida en su malteada. —¿Era tu maquillista? —Sí. Ella había cumplido 27, yo ya tenía 50. He salido con mujeres jóvenes, pero en aquellas ocasiones era cosa de una noche, les gustaba mi fama o mi dinero. Cat era diferente. Al principio me rechazó. Cuando la invité a salir me dijo que no, y que esperaba que fuese la última vez que lo intentara. —¿No fue la última vez? —Sí y no. Estaba dispuesto a jugarme una demanda de acoso laboral en mi segundo intento, después de todo, en el corazón no se manda. Así que me quedé hasta tarde, para sorprenderla con algunas flores. Investigué, le gustaban las gladiolas. Usualmente ella era la última en salir. Esperé en mi coche. Cuando se dio la hora de salida vi como unos sujetos encapuchados cargaban a una persona hasta depositarla en la cajuela de un automóvil. —¿Era ella? —Jim dio un sorbo a su malteada y asintió —¿cómo lo supiste? —Sólo lo supe. Ellos cerraron la cajuela y volvieron adentro, quizá olvidaron algo, quizá fue Dios, el destino o como quieras llamarle. Pero tuve una oportunidad. Bajé de mi vehículo y abrí la cajuela. —¿No estaba cerrada? —Debería haberlo estado. Sólo después pensé en lo extraño que era que no lo estuviera. Podría decirse que fue un segundo milagro. Ella no se movía. La cargué hasta mi coche y conduje a mi casa. Cuando despertó le comenté lo sucedido. Ella por su parte me contó como la mujer de la limpieza le había inyectado algo en el hombro.

—¿Llamaron a la policía? —Sí. Pero los milagros no ocurren tres veces. Los oficiales fueron, investigaron, la señora de la limpieza desapareció, como si se la hubiese tragado la tierra y yo no pude reconocer a ninguno de los encapuchados. Seis días después Cat encontró una nota en la puerta de su casa. —¿Qué decía? —Vivirás por ahora. —¿Y usted?, ¿ha recibido alguna nota? —Sí. El día de la muerte de Cat. —Después de su suicidio. —Llámalo como quieras. —¿Cuándo ocurrió? —Cat y yo tuvimos una relación. Era inteligente, hermosa y con un gran sentido del humor. Aunque por las noches solían despertarla las pesadillas. —Tenía terrores nocturnos. —Gritaba como si la estuviesen matando. Se obsesionó con la secta de Hollywood. Descubrió mi lista de directores y la expandió. La pared de su cuarto estaba llena de recortes de periódicos, teorías y posibles implicados. Le pedí que lo dejara. Más de una vez. Ella se negó. Así que la terminé. Pensé que me buscaría, ¿sabes?, pensé que el amor sería más fuerte. Pero subestimé el poder del miedo. —¿Qué pasó en el show de Jimmy Kimmel? —Yo estaba molesto, por cómo habían afectado a Cat, así que planeé revelar información en el show, de manera que pareciera broma, pero golpeándolos en repetidas ocasiones. —Vi el programa. Todo eso de los Iluminati… —Parte de la broma. Las bromas a medias son más efectivas que las verdades categóricas. Pareció funcionar. Mucha gente ha denunciado los vicios de Hollywood desde entonces. Pero he pagado un alto precio. Otro silencio. —¿Qué decía la nota? —La encontré esa misma noche al llegar a mi casa. “Excelente show”. abril 2021

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—¿Era todo? —Era una amenaza. No salí en días. Creí que la amenaza era para mí. Hasta que supe lo de Cathriona. —Ella…te dejó una carta. —¡Pura maldita basura! He pasado ya tres días sin creerme que no estés aquí. Realmente no sé nada sobre entierros y esa clase de cosas. Tú eres mi familia, así que cualquier decisión que tomes será acertada para mí. Perdóname. Sencillamente no soy para este mundo. Había memorizado la carta. La recitó con una de sus voces fingidas. —Tenía más de un mes que rompimos. Pero no lo hizo público hasta tres días antes del suicidio.

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—La asesinaron… —Ahora ya sabes la verdad. Pero nadie va a creerte. Es parte de su juego. Dejar que estas teorías se esparzan sin desmentirlas ni aceptarlas. Le llaman disidencia controlada. Jim tomó un waffle con una servilleta. Con la otra mano apagó la grabadora. Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la salida. —¿Y cómo logras vivir con esto? —le pregunté justo cuando llegó a la puerta. —Uso una máscara —dijo sin voltear.


La historia de tu nombre “Entonces, con las alas desplegadas, dirige hacia arriba su vuelo, gravitando sobre el aire sombrío, que siente un peso inusitado, hasta que aquél desciende sobre la tierra árida, si así puede llamarse la que siempre está ardiendo con un fuego sólido, como el lago arde con fuego líquido”. —El paraíso perdido, John Milton.

Nací con el don de la visión. No fue hasta los siete años que pude distinguir entre fantasmas y personas vivas. Aprendí rápido que no podían hacerme daño alguno, aunque Clarita intentó que saltara del techo de mi casa cuando tenía ocho, prometiéndome que podría volar. Los fantasmas nos tienen envidia porque estamos vivos, pero si no los escuchas, lo más que pueden hacer es causarte alguno que otro susto. De quienes si había que cuidarse era de los demonios. Las sombras que entraban y salían de la casa de la vecina, eran muy diferentes a los fantasmas que merodeaban mi hogar y aquellos que había visto en la escuela y la plaza. Clarita corría esconderse en cuanto los veía. —Nunca deben darse cuenta que puedes verlos. Cuando descubras uno cerca disimula, mira hacia otro lado, que no advierta tu mirada —me dijo una noche. —¿Qué son esas cosas? —Ángeles caídos, seres hechos de oscuridad. Nosotros les tememos, cuando uno de ellos ve a uno de nosotros lo persigue hasta devorarlo. —¿También a mí? —A los humanos comunes no pueden tocarlos, sólo susurrar en sus oídos, hacer que hagan cosas malvadas. Eso les gusta. —¿Los humanos comunes? Clarita caminó desde el marco de la puerta hasta mi cama y se sentó en ella. Era una niña de no más de nueve años, con el cabello lacio y castaño y los ojos de un azul oceánico. —Tú eres diferente. Hace muchos años conocí a una niña. Se llamaba Trini. Éramos buenas amigas, jugábamos al té y a las muñecas. Sus papás incluso creían que yo era su amiga imaginaria. —¿Qué pasó con Trini? —Una tarde un demonio se dio cuenta que lo veía. Él la miró a través de su máscara, con esos ojos amarillos, como los de un animal.

—Espera, ¿usan máscara? —Seguro que no les prestaste atención. Eso es bueno, ojalá continúes así. La máscara los protege del sol. Su cara no puede soportar una luz tan intensa. —Entonces sólo hay que quitarles la máscara, hacerlo de día, ¿verdad? —¿Tocarlos? Ni siquiera pienses en acercarte a ellos. Su fuerza es terrible y tienen unas garras con las que podrían cortarte en dos de un solo zarpazo. Hice caso a la advertencia de Clarita quien desde ese día ya no intentó matarme. Pasaron diez años y nos volvimos buenos amigos. —Podrías conseguirte una novia que no parezca ramera —dijo Clarita en el asiento trasero de mi auto, cuando me detuve en casa de Francia. Bajé y abrí su puerta, le di un beso y me despedí de ella —además, ¿quién se llama Francia? Es el nombre que le pondría a una teibolera. —Para ser tan pequeña tienes una gran boca —dije cuando subí al auto de nuevo. Lo encendí y conduje a casa. Era de noche y estaba comenzando a chispear. —Soy mayor que tú. —Te diré algo, si prometes cerrar el pico cuando esté con ella, te prometo que te dejaré elegir a mi próxima novia. Mi propuesta la dejó pensativa. Hubo silencio por quince minutos hasta que di vuelta a la cuadra de nuestra casa. —Y esa novia… ¿tiene que estar viva? La pregunta me distrajo tanto que cuando regresé mi vista al frente descubrí a la vecina delante. Frené de golpe, estuve a punto de atropellarle. Me bajé de inmediato. La anciana abril 2021

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me aseguró que estaba bien. Entonces lo vi. Una figura encapuchada tras ella, debía medir dos metros, me miró a través de su máscara negrísima, la cual tenía talladas algunas runas que parecían sangrar. Vi esos malditos ojos amarillos de los que Clarita me había hablado. La anciana lo volteó a ver y después a mí. Luego me dedicó la sonrisa más retorcida. —¡Qué tengas buena noche! —me dijo y se retiró a su casa y el demonio se fue tras ella, pero sin quitarme la mirada de encima. Yo hice un vago esfuerzo por disimular, más por miedo que por creer que daría resultado. Subí al auto y lo estacioné. Luego tomé el rosario del retrovisor, lo sujeté con mi mano derecha y recargué mi frente en el volante. —¿Qué ocurre? —Lo vi... me vio. —¿Estás seguro? —S…sí — dije temblando. Despegué mi rostro del volante y la miré directo a sus ojos de océano. —Vamos a la casa —dijo frunciendo el ceño. Ante su determinación no me quedó más remedio que obedecer. Ella se dirigió hasta la cocina. Mis padres estaban dormidos. Me pidió que tomara la sal, así lo hice y nos dirigimos a mi habitación donde esparcía la sal creando un perímetro alrededor de nosotros. —¿Qué hay de mis padres? —No puede tocarlos. Escuché un batir de alas, luego el siseó de serpientes, como en aquellos documentales en los que filman un nido de víboras de cascabel. Vi como la sal poco a poco comenzaba a consumirse. —Si no te han visto, quizá podrías irte —le dije a Clarita. —Siento bonito que te preocupes por mí —me tomó de la mano y por primera vez sentí su tacto. Estaba por preguntar cómo era esto posible cuando me interrumpió. —La sal no los detendrá. Es sólo para ganar tiempo. Quería…bueno yo…Trini se murió, ¿sabes?, yo me escondí aquella vez, ya sabía cómo… es sólo que no me quería ir… no sé lo que hay más allá. Ni a qué lugar iré. 44

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—Clarita, ¿qué me estás…? —La sal había terminado de consumirse. La puerta del cuarto se abrió. —Yo hubiese sido una gran novia —una lágrima le resbaló por la mejilla —Beshem haShem Elohei Israel. Mimini Mikhael, Umismoli Gabriel, Umilifanai Uriel, Umeajorai Rafael. VeAl roshi Shejinat El —recitó. Una luz cegadora la invadió. Y toda ella se volvió incandescente. La luminosidad fue tal que me vi obligado a cerrar los ojos. Cuando los abrí un hombre de capucha blanca estaba de pie junto a mí. Tenía una espada hecha de fuego en la mano y una máscara color marfil cubría su rostro, esta tenía unas runas, similares a las de los demonios, sólo que de color dorado. El ángel abrió sus alas y se abalanzó frente a la horda de demonios. Esa noche ningún demonio me tocó. A la mañana siguiente la vecina fue encontrada muerta. Y jamás volví a ver un ángel en mi vida. Bien, ahora a dormir. —No papá, cuéntame otra historia. Beso en la frente a mi hija. Me levanto de la cama y conecto una pequeña lamparita con forma de Hello Kitty. —Una historia por noche, ese fue el trato Clarita. ¿Sabes qué hacer si ves algo extraño? —Gritar como loca. —Así es, yo vendré enseguida. —Te amo papá —dijo tras un largo bostezo.


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Minificciones

Javier Paredes Chí

Lejos de aquí Cuando éramos pequeñas, Tía Graciela nos hizo creer que esas gitanas, a las que llamaba húngaras, pasaban de casa en casa para ocultar bajo sus largas faldas a las niñas tercas. Lejos de aquí, eres como ellas: errante, sin hogar preciso. Te has alejado como la diáspora de las nubes, como la hojarasca que veía arremolinarse y atravesar el vecindario. El temor que sentíamos por esas mujeres, agigantadas por las advertencias, no era mayor al miedo de romper las figuras de yeso que cada diciembre colocábamos sobre la viruta del pesebre, junto al árbol de navidad en la sala. Todavía recuerdo aquella vez cuando se me cayó de las manos el niño Jesús. Tía me castigó muchísimo. Ella siempre le encontraba algo negativo a nuestro orden. Durante los años de nuestra adolescencia, pudimos abandonar su casa y seguimos juntas; pero no por mucho tiempo, porque la muerte te ocultó bajo su larga falda y se alejó del vecindario igual que esas húngaras.

Mañana no estarás aquí

Temblor Su brazo derecho tiembla. Lo sujetas de la mano para que puedan atravesar la calle. Mientras caminan, te pregunta qué ves. Le dices que hay árboles de ramón, tamarindo, zapote, ciruelos y flamboyanes. Observas casas de mampostería, perros, polvo y hojarasca. Observas palomas sobre cables, pocas nubes y la estela de un avión. Tu abuelo escucha niños que gritan, chiflan y se carcajean. Le describes que son dos niños sin zapatos, despeinados y sucios, persiguiendo a un tercero. Luego, te pregunta cuánto tiempo falta para llegar a la barbería. El temblor de su brazo hace que recuerdes aquellos días cuando no estaba ciego. Esa época es muy distante para él y para el niño perseguido que se aleja de ustedes montado en su bicicleta.

Al cerrar la puerta, una vecina echa agua en la entrada. Todos están en silencio. Algunas mujeres cargan flores. La viuda lleva unos cuantos objetos que pertenecían al difunto: alpargatas, su vieja gorra y la jícara donde bebía pozole. Su hijo de nueve años dirige la vista hacia un árbol donde hay un toro. El animal mueve la cola: intenta ahuyentar a las moscas verdes. Un anuncio dice: “mañana viernes, carne fresca a partir de las seis.” El niño no puede mantenerse ecuánime al verlo. El rumiante le parece demasiado humano, como si en su rostro se trazaran los signos de la angustia y el dolor de su padre suicida.

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Bibliofilia A Beny lo han detenido de nuevo. Es la segunda vez en el año aunque la ocasión anterior ocurrió en un pequeño poblado. Fue algo que ameritó que casi lo lincharan ya que lo encontraron bocabajo, con los pantalones a la altura de las rodillas y en pleno acto sexual. La víctima había sido una Biblia en edición de lujo de casi cuarenta centímetros de largo en su lomo. A su alrededor había diversos libros de menor tamaño con páginas formando embudos o enrollados. El cura del pueblo, cuando se enteró de semejante noticia, fue al edificio municipal a preguntarle el por qué de semejante sacrilegio. Afuera se estaban juntando pobladores para lincharlo. —No es nada contra la religión señor cura —contestó Beny como si fuera una charla cualquiera—, solo que era el libro del tamaño justo, con las hojas más suaves y flexibles. —¿Por qué no haces esas porquerías con hojas de papel en tu casa y no a la vista de todos? Tras alzar y bajar los hombros, Beny contestó: —Es que las hojas blancas no se sienten, tiene que ser con libros. Hay algo en la tinta, en las palabras que hace que se sienta muy rico, delicioso. —¿Y desde cuando? —Desde que uno deja de ser niño, ¿no le pasó? —Beny calló al recordar que era el cura y, los curas, supuestamente son vírgenes o no deben conocer del tema. O practicarlo. —¿Por qué no lo haces con tu novia? —Porque está húmedo y raspa. Además se queja por el tamaño y le duele. Meditando dicha respuesta el cura, el médico legista y el capitán de policía guardaron silencio. Un rato después el médico comentó: —Pues algo que hay que remarcar que sí tiene un problema: es de calzado ancho y largo. El escándalo en el exterior iba en aumento. —Hay que hacer algo cuanto antes —expresó el capitán tras asomarse por la ventana—. Más vale moverlo o nos queman la presidencia. 58

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Eduardo Omar Honey Escandón —¿Y a dónde lo llevamos? —inquirió el cura—. No te lo acepto en la iglesia. —Lejos, lo más lejos que se pueda —respondió el médico. —Ya veremos. Beny, levántate —pidió el capitán para luego esposarlo—. Mientras usted haga algo por apaciguar los ánimos. —¿Yo? ¿Por qué? —recriminó el cura. —Usted es el enviado de Dios, ¿o no? ¿No se jacta que los fieles lo siguen y le hacen caso por eso mismo? Es hora de demostrarlo. Beny, vamos al primer piso. Doctor, ¿puede traer su auto y ponerlo en la calle de atrás? Mientras el cura salió para arengar a la multitud, el médico aprovechó la ocasión para pasar por un lado, doblar en la esquina siguiente, subir y encender su carro. Sin prender las luces recorrió la cuadra, dobló a la derecha y se detuvo bajo el ventanal donde se asomaba el capitán. —Pues mi Beny, o salta o se lo chingan —dijo el capitán cuando el aludido entendió lo que venía a continuación—. Es mejor una torcedura o una pata rota a que me lo linchen. Usted decide. Así que Benito, con más empujón que ayuda del capitán, terminó en el suelo con un esguince. El doctor, sin darle tiempo a que se recuperara, lo hizo ponerse de pie y lo correteó para que se subiera en el vehículo, cerró de golpe la puerta y se montó aún más deprisa en el lugar del conductor. Aceleró hasta perderse de vista. Ya lejos del pueblo encendió los faros y condujo por horas Beny fue invitado a bajar en una calle perdida en la periferia de la ciudad. A manera de despedida el doctor le dijo: —Ni se te ocurra regresar al pueblo. Más tardarás en decir “Dios mío” que en ser quemado vivo en la plaza, ¿entendiste? Y arrancó antes de que Beny pudiera contestar. Apenas a media cuadra de distancia estaba un letrero apagado: “Librería”. Del infierno de un pueblito había caído en el paraíso citadino: decenas de librerías estaban a su disposición. Y cientos de cámaras.


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La Calavera y el Que al

Ulises García

Fragmento de novela

Capítulo 1 La Calavera en el Atlántico Sobre las aguas de un océano inmenso, profundo y oscuro, navegaba un barco con velas negras y bandera pirata. Hacía una noche fría en aquel invierno de 1750, con un viento violentísimo; en el cielo se divisaban rayos estridentes que iluminaban poco la oscuridad que imperaba. Una tormenta incesante caía desde las nubes grisáceas que volaban por encima del palo mayor del barco del capitán de aquel bote que navegaba en alta mar en medio de un ambiente torvo y lleno de peligro. El gran bote se mecía con gran dramatismo, pues las olas que había en el Atlántico se movían con mucha fuerza haciendo que todo se moviese de arriba abajo sin pausa alguna, todo en silencio; el único sonido que había en el ambiente eran las voces de la tripulación y las olas estrellándose contra la proa del barco pirata. A bordo se encontraba una camaradería con un total de ciento cuarenta hombres, todos ellos provenientes de varias naciones: unos españoles, otros criollos, unos más portugueses y escasos franceses e italianos también, con uno que otro inglés agregado a la banda. La mayoría de los hombres de la Calavera hablaban español y se entendían con claridad, todos sin exceptuar a ninguno. Aquellos feroces hombres eran demasiado fuertes, curtidos, llenos de madurez, vigorosos, algunos jóvenes y otros más grandes en edad, todos listos y prestos a escuchar y seguir las indicaciones de su valiente capitán, uno que difícilmente podía ser comparado con cualquiera. Se trataba del capitán García con cuarenta primaveras acumuladas en su vida, hijo de españoles, nacido en la ciudad de Madrid, la capital española, en el año de 1710. Aquel fiero y misterioso capitán comandaba aquel bergantín de medianas dimensiones, no un pequeño barco, ni uno demasiado grande como un buque de guerra, sino un bergantín con casco de madera fina, el más

grande en el mundo y uno de los navíos más audaces de todos los mares, de mediano tamaño, suficiente para albergar a muchos aguerridos piratas mas no de alto bordo para lograr surcar con rapidez el océano; así fue construido el barco del afamado y aventurero capitán de bandoleros de los mares de Europa y territorios americanos, quien era conocido principalmente como el Corsario de las Antillas, porque fue en las islas del Caribe ubicadas en América que ganó ese título por sus importantes triunfos conseguidos para la Corona de España, pues no habían pasado muchos años desde que García decidió abandonar su cargo como Corsario para tornarse en contra de su país y a favor de los pueblos originarios de América ―que vivían en pobreza― y por todas sus peripecias en mar y tierra que infundía terror a todos sus enemigos; un hombre que desde imberbe― al tiempo que también ejercía su oficio de marinero e iba ascendiendo en el Almirantazgo― se inició en una carrera de pillaje y piratería, robando a los ricos de diversas naciones, hurtaba aquí y allá, en Europa y en el nuevo continente que hacía menos de doscientos cincuenta años había sido descubierto y colonizado por los europeos. El capitán García no guardaba simpatía ni respeto a la Corona Española como en otro tiempo lo hiciera, tampoco a ningún otro reino ni imperio, su lealtad estaba fuertemente enraizada con la gente pobre y mísera, no estaba del lado de la aristocracia, pues a pesar de que venía de una familia con prestigio, fama y poder en España, sabía mejor que nadie de los negocios turbios y deshonestos en los que la nobleza y los ricos incurrían para el beneficio de unos pocos y eso lo irritaba sobremanera, entendía mejor que nadie las injusticias que se producían a lo largo y ancho de su país y del mundo entero. Su barco bautizado con el nombre de la Calavera, auténtica máquina abril 2021

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mortal para todo navío que osara enfrentarse a ella, llevaba rumbo fijo hacia el Puerto de Veracruz, pues era bien sabido en la tripulación que el capitán García tendría asuntos de suma importancia que tratar con aliados que vivían en diferentes ciudades de Nueva España, como era llamada por los españoles, nombre que por sobradas razones no era bien recibido por los novohispanos con ideales de independencia y autonomía. Y así, la Calavera cruzaba el océano Atlántico en medio de la noche y de la lluvia y de una impecable y poderosa tormenta, mas las condiciones que se presentaban al capitán y su tripulación no les provocaba ni el mínimo contratiempo; los piratas de la Calavera se dirigían raudos y rocambolescos a tierras novohispanas para llevar a cumplimiento los planes trazados. Entre los tripulantes, había quienes se dedicaban al estudio, no por ser piratas tenían que dedicarse con exclusividad a sus habituales actividades, no sucedía de esa manera a bordo de la Calavera; había quienes eran hombres letrados y versados en distintas materias, pues al capitán García le interesaba reclutar a gente con grandes potenciales intelectuales y también físicas para los trabajos más arduos. Las pericias de los hombres de García les recompensaba con creces al ganar todos los combates que libraban en tierra y en mar, y con ello muchas fortunas que a la postre repartían a sus familias y a comunidades en pobreza, tanto en Nueva España como en el resto del continente americano. Hombres con valentía, educación, valores morales y un enorme sentido de conmiseración y hermandad, todos los tripulados por García tenían las mismas características en cuanto a la forma de proceder, todos ellos listos, pensantes, con gran coraje, vigor y una indubitable resolución a la hora de encarar sus empresas. Estos no eran simples piratas dedicados a la matanza y acumulación desmesurada de riquezas, no eran una pandilla de forajidos ladrones dedicados con fervor al pillaje y a los robos indiscriminados, no era una agrupación con fines egoístamente lucrativos, ni acaudalados hombres viviendo en la opulencia, no hurtaban para enriquecerse a ellos mismos, sino para restar fortuna a los ricos y donarlo a los pobres, eran hombres libres conocedores de su libertad que tenían claros ideales y luchaban 62

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infatigablemente por ellos, no debían lealtad ni obediencia a ninguna nación más que a ellos mismos y a la gente desprotegida, la única bandera que izaban era la de la justicia y la igualdad entre los hombres sin color alguno alusivo a una patria. Era nítida la empatía que forjaban entre hermanos y con ajenos, siempre dispuestos a abrazar y perseguir las buenas causas, no eran una banda de pillos y ladrones de mar con maléficos propósitos, sólo actuaban en razón de un mundo más próspero, más justo y con más felicidad para todos, y si para ello era necesario robar a uno que otro burgués para combatir las iniquidades, lo hacían sin el menor recato y de una manera intrépida y sagaz. Si bien su conducta no era intachable, no eran ladrones de patrias ni asesinos en serie, ni mucho menos verdugos de inocentes; había ocasiones en que se veían forzados a actuar sanguinariamente con tal de socavar a las potencias que buscaban apropiarse de más tierra, de más oro y de más especias en todos los rincones del mundo. Los piratas que navegaban mar adentro arriba de la Calavera en dirección al Puerto de Veracruz eran todos ellos buscados por la Corona Española y demás naciones europeas, que representaban para estos piratas declarados abiertamente y sin mordaza alguna en sus bocas ni cadenas en sus manos, un descarrío barbárico para la humanidad en su sentido más humano; la colonización de las potencias europeas en tierras americanas implicaba una imposición de un orden político y económico, ideologías y religión, de una vida coartada y castigada si iba en contra de los principios morales en que se fundaba la civilización iluminada de las naciones de Europa. La mendicidad y la indignación e inhumana situación en la que estos hombres vivían con sus familias y allegados tanto en países europeos como en América, propició un movimiento revolucionario en contra de España y otras naciones que se dedicaban a amasar fortunas a costa de numerosas vidas humanas, como Francia, Inglaterra, Holanda y Portugal; de este modo y siendo así las cosas, hombres de diversas castas y de las clases más bajas de pueblos oprimidos y pisoteados por las clases altas francesas, inglesas, portuguesas y españolas principalmente, se mancomunaron para crear una


resistencia opositora al régimen despótico y colonizador europeo. Así nacieron muchas asociaciones de piratas y una de las más importantes y brillantes de todas ellas, era la del capitán García, o mejor conocido como el Corsario de las Antillas. Su tripulación compuesta por hombres de diversa procedencia guardaban respeto y admiración por su caudillo, si estos no tenían una lengua en común, compartían una misma visión, un mismo sueño, fueran de la Península Ibérica, de países de Europa más al norte o de las Indias; su lucha por la libertad y la abolición de la esclavitud se propagaba haciendo eco por doquier a punta de pistoletazos, bombardeos a fuertes y barcos de los imperios colonizadores y tajos y estocadas a sus adversarios. La Calavera surcaba los mares del océano Atlántico con gran velocidad y sus velas se impulsaban con la ayuda del viento impetuoso, todos los hombres al servicio del capitán García acataban órdenes obedientemente para mantener el orden, el control y el rumbo precisos sin dar lugar a distracciones. A bordo del navío se encontraba fielmente y hasta la muerte y los confines del mundo, el maestre Íñigo, quien estuvo al lado del capitán García en todas las batallas de suma importancia, en las peripecias más riesgosas y mortíferas que jamás imaginara el dirigente de la Calavera, en más de cien asaltos y mil abordajes. Ambos mantuvieron por largo tiempo su estrecha relación de hermandad y compromiso con los estratos sociales más bajos, humillados y ultrajados tanto en España como en el continente de América, con especial hincapié en el territorio novohispano. ―Nos acercamos a nuestro destino―dijo el capitán García con voz potente―; no sabéis cuánto deseo tengo de atracar en el hermoso Puerto de Veracruz; pues hace tiempo que no viajo a Nueva España, lugar que me maravilla en demasía. Con una mirada llena de emoción y energías renovadas, Íñigo miró la cara blanca y barbada de su capitán, y al punto le contestó: ―¡Es correcto mi capitán! No falta mucho para arribar al golfo de Nueva España. ―No demoremos más de lo que es debido, esta noche beberemos ron, encenderemos nuestras pipas y todos juntos cantaremos hermosas

canciones por motivo del advenimiento de mejores tiempos― dijo con alegría inenarrable el buen capitán de la Calavera. ―Seguro que sí mi capitán, seguro que sí― afirmó convencidamente el maestre Íñigo. ―Sospecho que mucha gente debe estar alerta de nuestros propósitos y del curso que hemos fijado, más vale actuar con precaución o lamentar vanas imprudencias― dijo el capitán con un tono serio y reflexivo. Con toda la angustia que producía la noche y la luz de las estrellas sobre el Atlántico, invitaba a la reflexión y a la conversación entre camaradas y las botellas de ron que animaba a los hombres y soltaba la lengua, dispuso un ambiente amistoso y cálido en la tripulación del capitán García. Todos convidaban alimentos, unos de pie bailando al ritmo de las guitarras y las voces de los piratas que también tenían vocación para la música y otros sentados sobre barriles y bancos de madera a lo largo de ambos costados del navío. Las velas negras con aspecto lúgubre e imponente sin parches más que estragos causados por el tiempo, estaban desplegadas y en la popa del barco donde se sitúa el timón que dirige un navío, se encontraba el capitán García acompañado de su maestre Íñigo y su contramaestre Santiago de Montoya, el tercer hombre al mando del barco, los tres bribones altos y vigorosos con una estatura que rebasaba el metro con ochenta centímetros estaban de pie junto a la baranda de la toldilla, la parte más alta de popa situada arriba del camarote del capitán; quemaban tabaco con sus pipas encendidas y sus botellas de ron que los acompañaba en la bella velada y animado jolgorio. Tenían sus asiduas charlas cada vez que el entorno lo permitía y la serenidad y la paz reinaban a bordo de la Calavera, y aquella ocasión no fue la excepción. ―Hace una bella noche en medio del Atlántico― interrumpió el silencio el contramaestre Santiago de Montoya, el de cabello más grisáceo. ―Si tan sólo esta belleza se contemplara en cualquier parte del mundo, todo sería mejor, podría jurarlo― agregó Íñigo de inmediato. abril 2021

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―Ánimo, mis queridos amigos, la esperanza es lo último que perece, recuerden que todos nuestros propósitos están en continua lucha contra el despotismo y las desigualdades y por ende un mundo mejor, seguro que lograremos que la belleza sea vista en cualquier lugar―dijo con indecible seguridad el capitán García. ―¡Sí mi capitán, así se habla!―dijo Montoya con un potente optimismo―. Es nuestro deber combatir contra el origen del mal y las miserias que se extienden por todos los mares y en cada una de las tierras. ―Claro, para ello hemos estado preparándonos por muchos años, con denodados esfuerzos y una perseverancia inextinguible―dijo Íñigo mirando a sus amigos con suma nobleza. ―Los corazones de los hombres tienen el suficiente potencial para salvar su mundo, es un error pensar que la realidad se encuentre en estado de insalvable―añadió el Corsario de las Antillas con voz pujante y firme. ―Bendita la hora en que me uní a esta tripulación y comencé a seguir vuestros ideales, en búsqueda de libertad y justicia para todo hombre―dijo Santiago de Montoya con mucha alegría en su espíritu. ―A nosotros también nos place vuestra presencia y entrega palmo a palmo en cada misión importante que tenemos―dijo Íñigo tocando el hombro derecho de Montoya, como muestra de un incondicional afecto. ―Más palabras como las que hemos pronunciado harán que derrame un torrente de lágrimas nostálgicas―añadió el capitán de la Calavera con una mirada dulce en un rostro fiero y curtido. ―Tan sólo decimos la verdad mi capitán―dijo Íñigo levantando su botella de licor, un tanto desenfadado y ligero de lengua. El capitán García quedó absorto con las palabras de su compadre Íñigo, sopesando qué diantres significaba la verdad en términos filosóficos. ―La lealtad nos hermana con lazos firmes e irrompibles, tenedlo presente mis audaces compañeros―expresó Montoya con un tono profundo y no menos afable. 64

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―Estamos aquí para impedir los malos desenlaces en la historia de la gente indefensa y condenada al sufrimiento―dijo desde lo más recóndito de su corazón el Corsario de las Antillas―. Jamás olvidéis las causas. ―Sin duda es una consigna altamente difícil de lograr, mas no imposible, mas no imposible, capitán―repuso disminuyendo el volumen de su voz el maestre Íñigo. ―De acuerdo estoy, no es sabio ponerse los vestidos de luto cuando nada ha muerto―lanzó esta frase al aire el Corsario de las Antillas mirando el cielo oscuro con fe y esperanza. La situación a bordo de la Calavera era calma y con un montón de piratas jubilosos por el regocijo que les causaba el baile, la música y el licor. Las horas habían transcurrido y muy pocos eran conscientes del tiempo, pues cuando había licor a bordo, este acaparaba la atención de todos sus degustadores. Toda la tripulación excepto Montoya, Íñigo y el Corsario de las Antillas, se encontraba en cubierta, con pocas velas encendidas para no llamar la atención de posibles embarcaciones que navegaran por la zona en la que estaban. Y en el mismo estado se mantenían las cosas cuando de pronto uno de los marineros del navío, el gaviero quien es el vigilante de la gavia, subió tan veloz como un rayo―con su pantalón ennegrecido y botas con espuelas que avisaban sus pasos―al castillo de popa donde se encontraban los dirigentes del barco para entregarles una afortunada noticia. ―¡Señores, señores, os traigo buenas nuevas, hemos entrado al golfo de Nueva España, y cada vez estamos más cerca de nuestro destino!―dijo con un acento italiano el gaviero Alessandro Fontana, hombre fiel al capitán García. ―Eso es cierto mi buen amigo, nos dirigimos sin pausa ni contratiempo hacia donde nos aguardan―respondió con una blanca sonrisa el Corsario de las Antillas. ―Esa sí que es una buena, cada vez estamos más cerca de realizar nuestros propósitos―dijo Íñigo con gran felicidad en su rostro arrojando su botella de ron hacia el mar, que por poco rompía el cráneo de un pecezuelo que salió por aquellos instantes.


―Sin duda eso significa que debemos alistarnos para que todo salga como lo esperado, sin fallas ni torpezas―dijo Montoya con el ánimo tranquilo. ―Me temo que la diversión está por comenzar, mis amigos―dijo el gaviero Fontana con un gesto de gusto. El milanés Alessandro Fontana sacó un puro de madera fina y oscura de sus faltriqueras y con la ayuda de un viejo encendedor metálico lo prendió, fumó y carraspeó un poco, y luego de aclarar su voz increpó al capitán: ―Capitán, ¿desea que avise al resto de la tripulación en el acto? El capitán García mirándolo fijamente a sus ojos y sin pensarlo dos veces, respondió: ―No, aún no lo hagas, Fontana; aguarda a que la fiesta que tenemos a bordo de la nave concluya y todos salgan airosos de la resaca en la que se han metido; esperemos una hora más. ―Únete a la charla, amigo―dijo Íñigo con exaltación. ―Si no les molesta permaneceré un rato con vuestras mercedes―contestó el italiano entre dientes con su puro en la boca, quien vestía una camisa blanca arremangada hasta los codos y un paliacate rojo en su cabeza y un cinturón con dos pistolas a sus costados. Bien armado aquel hombre leal y aventurero. ―¡Que me parta un trueno en dos!―dijo con sorpresa el capitán―. No digas insensateces como esa o te echaré por la borda sin el menor titubeo. El Corsario de las Antillas detestaba que sus tripulantes vacilaran a la hora de realizar algunos comentarios amistosos, temiendo represalias en su contra por extralimitarse con demasiadas chances. ―¡Sí! No es ninguna molestia, amigo mío, al contrario, es una dicha tenerte entre nosotros y no como enemigo―dijo sonriendo el contramaestre Montoya. Los cuatro piratas soltaron grandes y largas carcajadas por lo que decían entre ellos. ―Perdonen mis pamplinas, caballeros, ahora compruebo a todas luces que son como mis hermanos y puedo ser tratado como un igual―dijo alegremente el gaviero de la Calavera. ―Pues claro, faltaba más, somos una

familia―dijo el maestre Íñigo haciendo un guiño con su ojo izquierdo. ―¿Acaso hasta ahora lo descubres?―preguntó el Corsario de las Antillas a Fontana. ―No, no es eso, es sólo que me limito a realizar mis labores en este navío y defender con mi pellejo los intereses de esta tripulación; además, simplemente soy el gaviero de la Calavera. ―Simplemente no, mi buen amigo, eres más que eso. Ningún hombre debe menospreciarse, y vuestra labor es tan importante como la mía y la del resto; aquí no hay un sistema de jerarquías, o somos todos o no somos ninguno―dijo el capitán de la nave con una nobleza y humildad sin parangón, como no lo diría ningún capitán naval de ninguna bandera europea. ―Me complace escucharle hablar de tal modo, mi capitán―contestó Alessandro Fontana agachando su cabeza como muestra de respeto. Mientras cuatro hombres parlaban bajo una luna blanca y resplandeciente con armonía y amabilidad en el castillo de popa, todos los demás bucaneros gritaban y cantaban con una estridencia tal que en ningún rincón del navío reinaba el silencio, bebiendo y degustando las deliciosas viandas que el cocinero había preparado para toda la tripulación. Botellas de licor rodaban a lo largo y ancho del barco―en su mayoría eran botellas de ginebra y otras tantas bebidas alcohólicas conseguidas por el gaviero Fontana en su ciudad natal, acaso conseguidas de formas un tanto ilícitas, o acaso simplemente obsequiadas por alguno de sus numerosos amigos cantineros establecidos en Milán―por los movimientos que se producían en la navegación. Era aquel un ambiente ruidoso, alegre y tremendamente jaranero, muy familiar para los propios bucaneros que encontraban regocijo en los cantos marineros y acerca de piratas descarriados. Se cantaba más en español que en inglés a bordo de la Calavera, lo cual a veces daba lugar a ciertas reyertas entre los escasos ingleses y los numerosos españoles, que dicho sea de paso, no pasaban de abril 2021

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unos puñetazos directos a la cara, ligeros rasguños a la gorja, y algunas patadas sin acierto ni beneficio, y por Dios que en algunas ocasiones ni capitanes, ni oficiales, ni la puta que los parió podían detenerlos; no obstante, no se producían derramamientos de sangre, mucho menos muertes, pues todos a fin de cuentas eran como una gran familia feliz, y como tal, se cuidaban los bribones. El barco se mecía con el movimiento de las olas y abriéndose paso velozmente hacia su destino, los de a bordo no cesaban su festín a pesar de los azotes del viento, sin embargo, las sonrisas abundaban aquella noche en la Calavera, porque no había cabida para la preocupación, ni para angustia alguna que acongojara a los hombres del capitán García, no se dejaban importunar por la fatiga y los dolores del viaje, aquella noche estaba prohibido no divertirse y gozar de un buen momento, pues había muchas razones en la tripulación para regocijarse como era debido. Conforme la noche iba envejeciendo, los bravos bucaneros de la Calavera, que ya estaban bastante encopados, cobraron ánimos y al unísono entonaron un viejo canto de mar: Hemos zarpado a la mar, un mundo delante por mirar, cantemos y bebamos sin cesar, la gloria hemos de lograr. No había duda, aquellos momentos eran alegres y regocijantes para todos los hombres a bordo del fino bergantín. Las palabras no disminuían en términos de cantidad, pues todos parlaban infatigablemente de asuntos varios sobre el trayecto de la nave en aguas del Atlántico. Y así los piratas más respetados de las Antillas navegaban con la bandera negra desplegada que proyectaba el cráneo de una calavera con dos espadas formando una cruz inclinada, símbolo aquel de la piratería; pero al Corsario de las Antillas no le importaba mostrarla fuera de noche o de día, siempre y cuando aquel acto valiente estuviese dentro de los terrenos de la prudencia. Sin embargo no siempre enarbolar la bandera pirata acarreaba cosas buenas y eso lo sabían de sobra los grandes capitanes de la filibustería. La nave del capitán García surcaba a una 66

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velocidad de ocho nudos, ni muy poca ni demasiada, tan sólo la velocidad adquirida por el barco en tales condiciones naturales, sin forcejeos ni maniobras marinas sofisticadas. Finalmente y después de una larguísima jornada surcando la mar, los bucaneros de la Calavera arribaron en la madrugada del día veinte de diciembre del año 1750 al Puerto de Veracruz; tan sólo se encontraban a unas pocas millas de distancia, y su rumbo no frenó pese a la algarabía que se vivía en cubierta con la música y la cháchara a todo dar. Mientras tanto, las risas de los piratas de la Calavera resonaban frenéticamente al unísono y acompañadas por las guitarras españolas que eran tocadas magistralmente por músicos excelentes, que amén de su sagrado oficio de piratas, dedicaban mucho tiempo al ejercicio y práctica de la música. Las guitarras sonaban cual campanas gigantescas de alguna importantísima catedral, se agitaban y eran rasgadas con tanta pasión, con tanto ímpetu que la melodía se volvía una auténtica ambrosía para oídos receptivos. De pronto, una lluvia comenzó a caer desde la oscuridad de la bóveda celeste y las olas del Atlántico comenzaron a impactarse con mayor holgura contra la parte inferior de la embarcación, y un relámpago brillante reventó en lontananza causando cierta conmoción en la tripulación de la Calavera, pero aquel evento de la madre naturaleza no pasó a mayores, de manera que la música, la charla y el festín continuaron sin contratiempo alguno; sin embargo, aquel escenario acaso auguraba sangre y muerte que se avecinaba de a poco. ―Hemos corrido con buena suerte hasta ahora―dijo el maestre Íñigo, guardando cierta desconfianza y sospecha en su corazón, como si temiera lo peor―. Hace mucho rato que cruzamos el umbral del golfo de Nueva España y no ha habido avistamiento alguno de ninguna nave enemiga, todo esto me está dando mala espina; no insinúo nada, tan sólo pronuncio con palabras el temor del que soy prisionero. ―No jodáis, Íñigo; tan tranquilos que estamos todos y vienes a alborotarnos con tus sospechas―respondió Santiago de Montoya un tanto cabreado por la funesta confesión de su compadre.


Aquellas palabras quedaron suspendidas en el aire, y fueron captadas por aquellos que lejos de poner atención al alboroto de cubierta, también prestaban oídos a los susurros, a los secretos del mar y las voces de las almas perturbadas; ejemplo de ello era el capitán García, quien siempre estaba al pendiente de lo que ocurría en su nave, así como también de los sentimientos de sus amigos más cercanos. ―¿A qué teméis, maestre Íñigo?―preguntó el Corsario de las Antillas dirigiéndole una mirada seria y atenta, con su rostro único que dejaba vislumbrar las hazañas que había ejecutado en su vida. Pero el maestre de la Calavera se sintió un poco incómodo con la pregunta que le habían dirigido, siguió observando calladamente las aguas del Atlántico y después de dar un pequeño trago al vino que bebía, finalmente respondió: ―A que todo salga torcido, capitán. Los amigos reunidos en el castillo de popa guardaron silencio por espacio de varios minutos, bebiendo y fumando, contemplando la hermosura de la luna nueva que se alzaba sobre sus cabezas y sintiendo las mordeduras del viento frío. Nadie quería decir nada, era como si todos esperaran respetuosamente que el capitán dijera algo, y así sucedió. ―¿Acaso no os resulta suficiente la intrepidez de vuestros compañeros para las empresas más arriesgadas?―dijo el Corsario con una voz que denotaba fuerza y seguridad. ―Tanto vuestra merced como los demás me inspiran mucho valor, capitán. ―¿Y entonces qué ocurre? ―Tal vez es el licor que he bebido que me ha puesto muy suspicaz. ―¿Y si ese vino solamente te hubiera ayudado a expresar lo que de verdad temíais y no habíais podido decir?―dijo el contramaestre. ―¡Pardiez! ¡No me parece que así sea! ―Eres el maestre de esta nave y tu opinión siempre será bien recibida, Íñigo―dijo el capitán García, en un intento por hacer que aquel abriera la boca de una buena vez y dijera lo que era preciso decir. ―¡Bah! ¡Pamplinas mías, capitán! Son sólo

palpitaciones de miedo que he sentido en mi pecho. Era la primera vez que el maestre Íñigo se expresaba de tal guisa que sorprendió sobremanera al capitán de la poderosa Calavera. ―Todos vosotros conocéis muy bien las consecuencias de este oficio, y sabéis que nuestros pellejos están siempre en juego, incluso cuando dormimos, ¿no es así mis valientes amigos?―dijo el Corsario de las Antillas con una voz animada. En efecto, ser pirata, o haberse declarado abiertamente en contra de los reinos europeos era como haberle declarado la guerra al mismísimo diablo, lo cual significaba una guerra sin cuartel, persecuciones constantes, innumerables batallas y encuentros cercanos con las parcas. El capitán García no había mencionado nada desconocido para sus colegas, como tampoco los sentimientos del maestre Íñigo podían considerarse extraordinarios. ―La vida nos va en esto, capitán, y eso es un hecho inexcusable. ―Convengo en ello. ―Aunque…―dudó un poco en sus palabras el maestre de la Calavera. ―¿Aunque qué?―preguntó el capitán García. ―A veces desearía no preocuparme tanto por mi vida y por las de mis amigos, es decir, a veces quisiera una vida más simple, una en la que solamente hubiera paz y todos pudiéramos estar tranquilos. ―Lo que deseáis es lo mismo que buscamos, pero paciencia mi amigo, que ya llegará el momento de disfrutar de todo ello―repuso el Corsario amistosamente, como buscando dar aliento a su angustiado amigo. ―Mi compadre Íñigo tiene razón en angustiarse―dijo el contramaestre Santiago de Montoya―, pues al fin y al cabo andamos en estas, pirateando y guerreando, para conseguir las paces que añoramos; no obstante, a veces es preciso apelar a la guerra para obtener paz. ―Mucho se ha perdido y poco es lo que hemos ganado, es verdad―reflexionó lúgubremente el Corsario de las Antillas. abril 2021

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―No hay cabida para el desaliento en este barco, mis señores―dijo Alessandro Fontana―, pues si no somos nosotros los que luchemos por las buenas causas, nadie podrá reunir el suficiente valor para hacerlo, así que más nos vale seguir aguantando. Entre los hombres de la Calavera abundaba la fortaleza como no en otros navíos. Piratas o no, eran hombres valientes y esforzados, con ideales y muchas bondades. ―Disculpad si os he alarmado más de la cuenta. ―Nada que disculpar, amigo mío―repuso el capitán de la Calavera. ―Lo cierto es que la sangre me hierve cada vez que pruebo un exquisito vino y me dan ganas de matar soldados españoles, ingleses, franceses y holandeses. ―Yo comparto las mismas ganas―dijo Santiago entre risas. ―¿Y a quién en su sano juicio no le da por batirse contra unos cuantos miserables militares subordinados a los reinos europeos?―preguntó con mucha sorna el gaviero milanés. ―Tranquilizaos, mis valientes piratas, o de lo contrario se batirán entre ustedes mismos a falta de enemigos―agregó el capitán García expresando una alegría que sentía muy pocas veces, solamente entre sus amigos o cuando algo realmente le hurtaba el desánimo. ―No os preocupéis, capitán, que el primero que ose en desenvainar su espada lo tumbo como un trueno destrozando una escollera―bromeó el gaviero Alessandro. ―¿Os consideráis lo suficientemente brioso para tal acción?―le preguntó Montoya, el criollo, al gaviero italiano. ―Brioso para tal acción y para muchas otras―repuso el interpelado con celeridad. ―¡A batirnos, miserable pequeñuelo!―exclamó Santiago muy alebrestado. Lo de pequeñuelo debió decirlo por la estatura baja de Alessandro Fontana que no por sus cualidades inmateriales, quien apenas medía un metro con sesenta y cinco centímetros, altura insuficiente para el metro con noventa centímetros del contramaestre. 68

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―Me pregunto quién de los dos bribones se llevará la victoria―dijo Íñigo para sus adentros, mientras observaba a sus dos amigos batirse a puñetazos sobre el castillo de popa. El capitán García a sabiendas de que aquella minúscula rencilla no pasaría a mayores, permaneció impertérrito, permitiendo que dos de sus mejores hombres midieran fuerzas y desahogaran un poco sus egos henchidos. La pelea no se hizo esperar, así que Alessandro embistió a Santiago lanzándose sobre su vientre, cual si fuera una lanza. Los dos cayeron al suelo y siguieron golpeándose, una y otra vez, puñetazos con la diestra a la cara y puñetazos con la siniestra al cuerpo. No desenfundaron armas, pues solamente querían medirse con los puños. El combate parecía bastante reñido, ninguno adquiría ventaja. Luego se levantaron y continuaron una serie de golpes, la mayoría no acertaban al cuerpo del contrincante, pues ambos ya estaban un tanto ebrios y por tanto no eran capaces de conectar contundentemente sus ataques. Tanto el capitán García como el maestre Íñigo se regocijaban al ver a sus amigos pelearse, pues todo ello ocurría en términos de amistad, por lo que no había razón alguna para entrar en preocupación. ―Muy valentones este par de pillos, ¿eh?―se escuchó una voz que provenía de las escalerillas de estribor. ―¡Uníos a la fiesta, mi querido Bill!―dijo el capitán García haciendo gestos de buen humor. Un quinto hombre yacía en el puente de mando junto al capitán, el maestre y el contramaestre que se batía con el gaviero. Su nombre era Bill, de nacionalidad británica, y era un alto oficial de la Calavera, pese a su relativa corta edad de treinta años, tan sólo por debajo de las órdenes de los maestres. Era de piel pálida como la luna, de ojos verdes y musculosamente como él mismo, con cuerpo robusto, calvo y una faz sumamente circunspecta. Era el único pirata de la Calavera que no bebía ni una sola gota de licor, razón por la cual siempre estaba sobrio y no incurría en desvaríos. Agradable para la parla, pero prefería que sus obras hablaran por él. A la hora de los abordajes y las escaramuzas, era de los primeros en batirse, y muy pocos como él lograban


un gran manejo con la espada. En suma, un digno hombre de temer, adecuado para acompañar al respetado y odiado Corsario de las Antillas. ―La fiesta reina a bordo de la Calavera― dijo Bill, que se incorporaba a un lado del capitán. ―Lo mismo cada vez que estamos a punto de llegar a nuestro destino. ―Estamos a escasas horas de llegar al Puerto de Veracruz. ―Es correcto, Bill. ¿Cómo están los hombres en cubierta? ―Animosos y ávidos por llegar a tierra. Algunos de ellos preocupados porque no saben lo que nos aguarda. ―Y con mucha razón, pues pronto estaremos metidos en una empresa un tanto peliaguda. ―Nada nuevo para los piratas de la Calavera, mucho menos para la leyenda del Corsario de las Antillas. ―No creo que sea una leyenda, Bill― dijo García con mucha humildad. ―Pues eso es lo que se dice en Europa y en las Indias, tanto Orientales como Occidentales. ―Vaya que se dicen muchas cosas― sus ojos seguían mirando el desarrollo del combate del contramaestre y el gaviero. ―Al menos en ese respecto estoy de acuerdo―repuso Bill, quien sentía una gran admiración por su capitán. ―Vamos, Bill, a veces hay que admirar menos a los hombres y más a las ideas y los ideales, ¿no os parece? ―No hay ideas sin los hombres. El Corsario de las Antillas no continuó con la charla, pues previó que aquello conduciría a una disertación filosófica, para lo cual no estaba de humor, solamente quería relajarse y no remojar mucho la lengua ni esforzar el pensamiento cuando había que tranquilizarlos antes de la llegada de días ajetreados. Entretanto, Santiago de Montoya y Alessandro Fontana continuaban batiéndose como dos enfurecidas fieras de las selvas más salvajes africanas o sudamericanas. Jalones, puñetazos, patadas, pero nada de rasguños ni de maniobras deshonestas, tampoco apelaciones al acero y al fusil.

La Calavera seguía su rumbo al Puerto de Veracruz, navegando raudamente y sin obstrucción alguna. Sobre las aguas oscuras del Atlántico se veía imponente, majestuosa; era verdaderamente un navío excelsamente construido y uno de los más temidos en el mundo. La Calavera era acaso el navío pirata mejor conocido de la última década, tiempo en el que adquirió una fama tal que las monarquías europeas la consideraban como un auténtico objeto enemigo a destruir. Los marineros y soldados españoles, ingleses, franceses, holandeses, portugueses y de otras tantas nacionalidades temblaban del horror con tan sólo escuchar el nombre de aquel barco terrible; era casi como una invocación al diablo y a la muerte. Un navío de casco y velas negras, con la bandera desplegada y siendo agitada por el viento, mostrando el cráneo de una calavera y debajo un par de espadas cruzadas. De altos mástiles y un espolón que parecía una pica larga y puntiaguda, mortífera y sanguinaria, como si se tratara de un rayo olímpico dispuesto a embestir a todo adversario, y el mascarón de proa era el busto de un esqueleto que sostenía dos espadas de gran tamaño, una hacia estribor y otra hacia babor; semejante imagen terrorífica desquiciaba a todo barco que se encontraba a poca distancia. Aquel legendario y magnifico mascarón era de un hierro negro que el tiempo no derruía ni las balas dañaban, era a prueba de fuego y acero, capaz de destrozar por completo el casco de una embarcación; aquel prodigio era el barco comandado por el pirata más temerario y valiente de aquellos tiempos y su nombre era la Calavera, odiada por unos y amada por otros, pero por todos respetada. Los minutos se sucedían velozmente, pero tal era el ambiente lleno de comodidades, diversiones y descansos que nadie advertía el paso del tiempo y a nadie le importaba. ―¡Joder! ¡Como sigan peleando esos dos habrá que llevarlos con el médico!―dio el maestre Íñigo en voz alta, ya un tanto irritado por ver que aquella riña no cesaba. ―Tenéis toda la razón, será mejor abril 2021

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interrumpir su grato encuentro―respondió el buen capitán García, quien llevando su mano derecha al cinto desenfundó una de sus pistolas y tiro del gatillo apuntando hacia el cielo; el disparo causó un rugido ensordecedor que provocó la separación del maestre y el gaviero, permaneciendo los dos atónitos y con sus ojos posados en la figura del capitán. ―¡Basta de querellas! A los batientes no les gustó mucho la interrupción del capitán, pues sintieron que apenas comenzaban la pelea. ―¡Rayos y centellas!―maldijo Santiago. ―¡Os ha salvado el capitán, bribón!―le dijo Alessandro al contramaestre. ―¡Calla, adefesio, que no sabéis decir más que bagatela y media!―exclamó Santiago de Montoya, enrabietado por no poder enviar a su colega directamente a Milán con la cara destrozada y sus ánimos doblegados. Ambos hicieron ademán de lanzarse nuevamente al ataque, pero refrenaron sus ímpetus con una mirada tajante del Corsario de las Antillas. ―Ha sido suficiente por hoy, pues no quiero que fomentéis el desorden y la discordia entre vosotros, antes bien, reservad esa euforia a nuestros enemigos, que son muchos y cada día se multiplican como los panes de nuestro Señor. ―Disculpad, capitán―contestaron al unísono tanto Montoya como Fontana, cabizbajos, como si hubieran sido reprendidos como dos niños intemperantes. ―¡Pero qué resistencia tenéis, amigos míos!―dijo Íñigo muy sorprendido. ―Ciertamente la tienen―agregó Bill con una sonrisa socarrona. ―Eh, Bill, amigo mío, ¿lograsteis verme en acción?―preguntó Santiago mientras se secaba el sudor con una franela blanca, rota y muy usada. ―Media pelea. ―¿Y qué opináis? ―Sigues batiéndote como un tigre. El contramaestre Santiago de Montoya se echó a reír y bebió de su vino, satisfecho al saber que sus más de cuarenta años no lo habían mermado en lo absoluto y podía seguir batiéndose con alguien más joven a una alta intensidad. 70

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―Buen combate, Santiago―reconoció el gaviero estrechándole su mano. ―Así lo ha sido, Alessandro―respondió el maestre aceptando de buen grado el saludo del milanés. Al final de cuentas, los combates que se llevaban a cabo a bordo de La Calavera eran plenamente amistosos, pues ello servía para muchas cosas, entre ellas para reanimar a los tripulantes, medir fuerzas entre compañeros y recrearse en otra actividad ajena a las tareas diarias. En cubierta se suscitaba un jolgorio casi interminable, pues los hombres del capitán García no dejaban de hacer música, bailar y conversar, todos muy felices y jaraneros. Los cantos seguían sonando de proa a popa, corriendo por las cuerdas, los aparejos, las barandas y las velas, hasta llegar a oídos de todos: Lejos estoy de todo, mas cuando me encuentro entre mis hermanos piratas nada puede faltarme, estoy en paz. Ni los besos de una dama, ni los privilegios de un noble pueden ofrecerme la libertad que siempre busco. El mar es mi patria y ningún muelle, ni ciudad alguna pueden suplantar la morada que he construido. Pero la calma prontamente se convirtió en incertidumbre y el silencio en fragor. A dos millas náuticas de distancia, meciéndose lentamente y sin producir mucho ruido, con escasas velas y lámparas encendidas, se acercaba un galeón español de guerra que navegaba a cinco nudos por hora. ―¡Barco a estribor!―gritó un pirata que se ubicaba en la cofa del palo mayor de la Calavera. El navío pirata hizo sonar la alarma con una campana que se encontraba bajo el castillo de popa sobre cubierta. Todos los piratas abandonaron las botellas de vino y arrojaron por la borda los cigarrillos encendidos. Se alistaron muy


presurosamente para esperar las órdenes del Corsario de Las Antillas, con pistolas bien guardadas y cargadas y espadas al cinto. ―¡Me llevan los diablos!―exclamó coléricamente el maestre Íñigo Quiroga. ―Lo que nos faltaba―dijo Santiago de Montoya volviéndose al otro lado del barco. ―Presentía una trampa de esta naturaleza. ―¿Así que era eso lo que temíais, granuja?―preguntó Fontana al maestre, mirándolo con ojos escrutadores. ―Esto mismo, que un barco militar español nos aguardara a pocas millas de llegar al Puerto de Veracruz y nos echara abajo los planes. ―Guardad la compostura, piratas de la Calavera―se oyó una voz potente que provenía desde el puente de mando. ―Sus órdenes, capitán. ¿Abrimos fuego?―dijeron muchos piratas al unísono. ―¡A sus puestos de batalla y comenzad el fuego a mi señal!―gritó con un tono estridente el capitán García. Sus indicaciones no se hicieron esperar más, y todos en el acto prestaron obediencia al Corsario de las Antillas. Entretanto, el galeón español de casco marrón se acercaba cada vez más al navío pirata, y sus troneras ya habían sido abiertas para disparar lo antes posible, pues luego de haber visto la insignia del barco del capitán García, supieron que se trataba de la Calavera, uno de los barcos piratas más buscados y temidos por la armada española, por lo que aquella noche su misión era clara: echar a pique aquella embarcación para que se la tragara el mar. La Calavera ya había abierto las diez cañoneras de estribor, y solamente era cuestión de minutos para que estuviera borde con borde frente al galeón enemigo y abrir fuego. En la arboladura del navío pirata había unos cuantos hombres con rifles en mano dispuestos a disparar, y había más en la baranda de estribor, cubriéndose detrás de barriles y bajo el borde del mismo lado, a punto de ametrallar a los españoles. El Corsario de las Antillas seguía en el puente de mando junto al maestre Quiroga, el contramaestre Montoya, el gaviero Fontana y el oficial Bill, quien se hacía cargo del timón, junto a

ellos había otros cinco hombres armados hasta los dientes. Los ciento cuarenta filibusteros estaban listos para recibir a punta de pistoletazos y cañonazos al barco español. Finalmente cuando ambos se tuvieron de frente, la batalla dio comienzo sin mayor dilación. ―¡Abrid fuego, mis amigos!―ordenó el capitán García con una expresión llena de ferocidad. Los del galeón hicieron lo mismo. ―¡Destrocen a esos infelices piratas!―se escuchó una voz del otro lado, acaso la de un oficial, o la del mismo capitán de aquel galeón español que albergaba a más de quinientos soldados. Se encontraban en desventaja numérica y en desventaja en cuanto a artillería, pues mientras que el navío pirata atacaba con catorce cañones de un lado, el español con veinte. Pero siempre había sido así: los hombres del capitán García estaban avezados a habérselas con navíos mejor equipados y con artillería de mucho peso, sin embargo, por razones de mejores estrategias y mejores desenvolvimientos en batalla, los bucaneros terminaban zarandeando a sus enemigos, fueran españoles, ingleses, holandeses u otros hideputas. Pronto, el bergantín del Corsario sufrió estragos en el casco y en algunas velas, quedando estas un tanto desgarradas, pero no padeció males mayores, asimismo, el galeón español no salió nada airoso, pues ya había sido agujereado en muchas partes, y el agua del mar comenzaba a entrar de a poco en el navío de los españoles. Las balas de los rifles y las pistolas se escuchaban por doquier, hiriendo a piratas y soldados, y los cañones no paraban de estallar una y otra vez, pues las bombas no escaseaban en ninguno de los barcos. ―Capitán, las cosas no pintan muy bien― informó un pirata maltrecho y chamuscado al Corsario, que lucía imponente con su traje negro con algunos adornos plateados. ―Así parece, marino, pero vuelve a tu puesto y redobla esfuerzos. ―Son cuatro veces más numerosos que nosotros, ¿podremos abatir tantos fusiles y abril 2021

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tantas espadas?―preguntó muy preocupado el gaviero italiano mientras disparaba con dos pistolas dobles hacia la popa del galeón. ―Muy pronto demostraremos que la valentía puede hacer añicos las cantidades cuantiosas―dijo el capitán García con aire impertérrito antes de alzar nuevamente su voz y expresar otra orden―. ¡Al abordaje, mis hermanos piratas! ¡Demostrad de qué estáis hechos y enviad al infierno a todo aquel que se resista! Acto seguido, la mitad de la tripulación filibustera sacó los ganchos de abordaje y abandonó la Calavera. Setenta piratas se lanzaron al galeón español para seguir luchando encarnizadamente, repartiendo pistoletazos y espadazos sin ninguna conmiseración. Los soldados españoles, aunque numerosos, no podían evitar un miedo que se acrecentaba en sus corazones al ver la furia imperiosa con que eran atacados. El maestre Íñigo y el contramaestre Montoya también llegaron a la cubierta del galeón para liderar el abordaje, y ambos mostraron a sus colegas cómo era preciso combatir, con elegancia pero sin dejar de lado la pasión, como dos excelsos caballeros, pero más que eso, como dos grandiosos piratas que ya conocían bastante bien el oficio; a leguas se notaba su experiencia de viejos lobos de mar. ―¡Seguid combatiendo!―gritaba a voz en cuello el maestre Quiroga. Los piratas que abordaron el galeón español atacaban con mayores bríos a medida que atestiguaban al maestre y al contramaestre batirse de manera singular. Atrás y sobre cubierta dejaban decenas de cadáveres, y muchos cuerpos inertes yacían por todas partes del barco español. Los disparos seguían sonando con gran estruendo y una lluvia de bombas arreciaba en ambos navíos. Los soldados españoles no estaban dispuestos a ceder, por lo que muchos arcabuceros y cañoneros seguían lanzando sus disparos contra los piratas de La Calavera; ya algunos piratas comenzaban a caer exánimes y pronunciando sus últimas imprecaciones y maldiciones: ―¡Muera el rey Fernando VI y la reina Bárbara! ―¡Que mueran los malditos! 72

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Pero los oficiales del galeón español que escuchaban tales injurias provenientes de los piratas moribundos, corrían rápidamente en dirección a ellos para rematarlos con una estocada final directa al corazón. Aquellas acciones no fueron bien vistas por los maestres del bergantín filibustero, por lo que Íñigo y Santiago dispararon a los oficiales españoles y estos cayeron desplomados, otros más huyeron despavoridamente saltando por la borda, aunque otros, los más valerosos, decidieron presentar batalla, razón por la cual también se produjeron interesantes enfrentamientos de espada entre los marineros españoles y los mejores espadachines piratas. Sin embargo, no había ninguno en la tripulación de aquella embarcación española que pudiera batirse de igual a igual contra los mejores hombres del Corsario, y gracias a ello, fueron muchos los soldados que arrojaron sus armas al suelo en señal de rendición, pero más fueron aquellos que murieron a manos de los piratas. ―Los hijos de perra se han rendido―dijo el contramaestre Santiago de Montoya. ―Al menos por ahora, pues en algunas partes del barco, tanto en cubierta como en los niveles inferiores se siguen batiendo los malditos. El capitán de este galeón no permitirá fácilmente su capitulación―respondió el maestre Íñigo. Al cabo de unos segundos, después de dichas aquellas palabras, los dos piratas más cercanos al Corsario se dispusieron a exterminar a los soldados españoles que aun a esas alturas del partido se negaban a perder. Y aunque el abordaje que hicieron los españoles en la nave pirata no fue tan desastroso como el que ellos mismos recibieron en su barco, no obstante, también hicieron de las suyas, y barrieron a muchos piratas con fusiles de alto calibre y armas peligrosísimas para los bandoleros de los mares, y cuando el gaviero milanés, Alessandro Fontana, vio caer a varios de sus amigos desde el castillo de popa, se llevó las manos a su cara y gritó con mucha sorna en su lengua: ―¡Merda! ¡Cazzo sulla puttana che li ha partoriti!


El gaviero de la Calavera no perdonó a los asesinos de sus amigos y lanzándose cual pantera cayó encima de cuatro soldados españoles; enseguida, Fontana sacó de su ropaje dos dagas que encajó una y otra vez a sus enemigos, y muy pronto los trajes azules de los soldados españoles se tiñeron de sangre y sus almas salieron de sus cuerpos. ―¡Cagüenlostia, Alessandro! ¡Cuidad vuestra gorja, que es carísima a mi alma!― exclamó un poco preocupado el capitán García al ver cómo su gaviero se libraba de unos cuantos soldados de España que lo tenían rodeado cual roedor. ―No os preocupéis, capitán, sé batirme contra estos canallas. El Corsario se limitó a asentir brevemente con su cabeza. Los soldados del galeón que abordaron la Calavera habían sido exterminados en un abrir y cerrar de ojos, recibidos todo ellos por balas de rifles largos que los piratas habían robado de ejércitos europeos de otras naciones, por lo que solamente la camorra se presentaba a bordo del navío español, ya que todavía había unas cuantas docenas de soldados que se rehusaban a deponer las armas. Había llegado el momento de que el Corsario de las Antillas entrara en acción, por lo que decidió poner fin a aquel combate naval, y llevándose consigo veinte hombres más de su tripulación, abordó el galeón español avanzando por una gran plancha que habían tendido como puente. Al cabo de unos instantes, los soldados renuentes fueron abatidos y hechos prisioneros. Montones de españoles yacían sobre cubierta, arrodillados y con sus manos sobre la cabeza, siendo apuntados por los piratas con rifles y pistolas. Ya no había mucho que hacer para los de España, era rendirse o morir inútilmente. Pero no todos los del galeón habían comprendido su situación, pues debajo del puente de mando, el capitán seguía con la espada desenvainada, invitando a los piratas a pelear con él, pero ninguno de ellos le hacía caso, pues el capitán español se encontraba rodeado y no podía revertir el resultado de la contienda, muy a su pesar. ―¡Miserables escorias! ¡Rendíos ante mi

espada y la voluntad de su majestad el rey Fernando VI! Los piratas que lo veían con odio se burlaban de él. ―¿De qué os reís? ¿Acaso os sirvo de bufón?― decía aquel capitán español, un tanto gordinflón, de tez morena y calvo, con poca barba y mucho bigote. ―¡La nave es nuestra, bribón!― dijo el maestre Íñigo que se encontraba muy cerca de él. ―¿Pero qué afrenta es esta? ¿Acaso no conocéis cuándo os debéis rendir? Una carcajada colectiva estalló; eran los piratas que no hacían más que mofarse del estado en que se hallaban los soldados de aquel galeón, que en principio parecía muy amenazante, pero terminó siendo carroña para los cuervos. ―Reconozco vuestra nave. Reconozco vuestra insignia. Reconozco vuestro mascarón. Sois vosotros. Sois vosotros― dijo con mucho miedo y con la cara pálida el capitán de aquel galeón. De repente, unos pasos potentes y atronadores, como rayos, se escucharon por la cubierta del navío español, y una terrible sombra negra que se reflejaba en la madera del barco, merced a la luz del crepúsculo, llenaba de espanto a los soldados españoles cautivos. Detrás de aquella sombra llegaban más piratas para cerciorarse de la victoria de la Calavera sobre el barco enemigo. ―En efecto, cagalindes. Estáis frente a los piratas más aguerridos. El barco que te ha hecho prisionero es la Calavera, y su capitán soy yo, el Corsario de las Antillas. El capitán del galeón español había quedado más que anonadado, como si aquella confesión hubiera ofuscado parte de su juicio, y no pudo evitar sentir una furia indecible que apresó sus miembros por completo. ―Sois vos, el maldito traidor, aquel que antaño fue almirante general de la armada naval española― dijo el español al tiempo que observaba de arriba abajo al Corsario de las Antillas―. No merecéis más que mi aversión. abril 2021

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¡Mirad en lo que os habéis convertido! ¡En un asqueroso pirata! ¡Los seres como vos van al infierno! ―Veo que mi fama me precede, pero no malgastéis las pocas palabras que os quedan, soldado―repuso secamente el capitán García. ―¿Creéis que os temo, vil pirata?―contestó el capitán español con una faz embravecida y refrenando sus más oscuros deseos, deseos de venganza y de asesinato. El capitán del Calavera destacaba por encima del resto, con una figura formidable, brazos y piernas fuertes, un caballero bien parecido, de buenas maneras, gallardo y cortés, pero a la vez fiero y valiente, con un traje tan negro como las plumas de un cuervo, un mostacho del mismo tono medianamente delgado y de corte fino, con unas botas negras de piel; al cinto llevaba dos pistolas de chispa con cubiertas plateadas que brillaban cual diamantes, sin olvidar su sombrero característico de color negruzco y una finísima espada ropera de color grisáceo cuya guarnición estaba tapizada de adornos y figurillas peculiares, de tal suerte que hacían aquella arma muy vistosa y llamativa. ―Tenéis la lengua demasiado suelta y no pensáis mucho en vuestras palabras― repuso el Corsario con calma imperturbable, quien se encontraba cara a cara con el capitán del galeón caído. Los sobrevivientes de aquella embarcación española estaban todos postrados sobre cubierta, cabizbajos y desganados, padeciendo una impotencia casi infinita y experimentando una cólera al ver cómo los piratas de la Calavera los tenían sometidos apuntándolos con rifles y pistolas de diversos tipos y tamaños. Era un espectáculo sumamente bochornoso para aquellos orgullosísimos soldados españoles quienes se creían los mejores del mundo, pese a que una y otra vez se veían ampliamente superados por la astucia y el poderío de los filibusteros. ―Lo suficiente para ofenderos, pirata. Por lo visto, el capitán del galeón no sabía del todo con quién trataba, y pese a que no se encontraba en condiciones para vituperar a su adversario, sin embargo, lo seguía haciendo el muy boquiflojo. 74

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―¿Por qué has traicionado a vuestra patria? El Corsario de las Antillas no respondió de inmediato, considerando poco importante aquella pregunta, y menos importante todavía a aquel que la había hecho, mas habiendo transcurrido un par de minutos dramáticos, al fin resolvió contestar: ―¿Estáis muy desesperado por conocer mi respuesta? ―Por supuesto―respondió el capitán español―, pues a decir verdad, no concibo cómo fue posible que prefirierais ser pirata antes que seguir siendo el almirante más importante de la marina española. ―A vos, mísero capitán de un barco que no habéis sabido defender, esclavo y subordinado de un mísero reino podrido, me limitaré a responderte que no cambio el oro por la libertad, que me rehúso a ser partícipe de las atrocidades en nombre de un rey a quien sólo conozco de nombre, que me niego a prestar mis servicios a una banda de ladrones que visten de trajes pomposos y se ocultan detrás de falsas diplomacias y discursos de paz enmohecidos y envilecidos, y me parece que he hablado de más con un rapaz como vos; sin embargo, os perdono la vida si os largáis en el acto con los pocos botes que quedan de este galeón. ¿Aceptáis mi oferta? El Corsario de las Antillas había hablado tajantemente, y aunque quiso decir muchas cosas más contra su nación y el reino español, no obstante, consideró que no valía la pena, pues no era el momento ni el lugar. ―Habláis como un completo estólido. Has dicho que el oro no os mueve, pero vais de aquí para allá hurtando y saqueando. ¿Qué clase de hombre sois? Ninguno digno para pertenecer a la magnífica armada española; habéis hecho bien tornando tu espada contra nosotros, pues a fin de cuentas, los rapaces andan con rapaces. ―Hay muchas diferencias entre nosotros y vosotros, capitán―repuso el Corsario de la Calavera―, comenzando por sentimientos tan bellos como la empatía y la solidaridad, la hermandad y la bondad, además, nosotros no nos dedicamos a robar a los que poco tienen, tampoco a los inocentes, ni a los que nunca han robado, mejor dicho, la mayor parte de nuestros saqueos son destinados a las cuantiosas multitudes de


personas que viven en la indigencia, tanto en las colonias españolas como en la propia España, además de aquellos que han sido víctimas de la Corona Española y fueron aislados en islas lejanas y apartadas. Como podéis ver, hurtamos a los reinos que hurtan a los indefensos: España, Francia, Inglaterra, Holanda, Portugal y a los que sean necesarios. Robar por robar no es lo nuestro. Hay causas que no lograreis entender ni en un millón de años, gazmuño. Pero el capitán español no pudo entender ni una sola letra de todo cuanto hubo dicho el Corsario de las Antillas, pues sus entendederas eran más herméticas que un cofre bien sellado. ―¡Qué gentil es usted, aunque me parece que se trata de puras patrañas! ¡Me cago en lo que ha dicho un pirata como vos! Mejor rendíos, bellaco, y os aseguro que puedo interceder por vos. ―Ya no hay nada que hacer, ni resta nada por decir―contestó el interpelado con una mirada sombría y decidida. ―Vuestra guerra es inútil, no podréis vencer…―dijo el capitán del galeón español cuando repentinamente fue interrumpido por un pistoletazo directo a su cabeza que le arrebató la vida en un santiamén. El humo del disparo se elevaba hasta el cielo oscuro, allá donde las estrellas refulgían iluminando el vasto océano del Atlántico. Al disparo le siguió un silencio inquebrantable.

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El niño que daba naranjas

Servando Clemens

Alfonso despertó sobresaltado: sentía sus músculos rígidos y batallaba para respirar. Fue al baño y tomó un trago de agua directamente de la llave del lavamanos. Observó su cara en el espejo y gritó horrorizado: —¡Mamá, me están saliendo ramas del cráneo! Alfonso arrancó una hoja que brotaba de su cuero cabelludo y el resultado fue un tremendo dolor de cabeza y un chorro de sangre que llegó hasta el techo. —¿Qué te ocurre, Poncho? —preguntó la mamá al entrar al baño. —Observa: me estoy convirtiendo en un árbol. —Estabas soñando…, un momento, tienes hojas de naranjo en la cabeza. La piel de Alfonso se volvió rugosa y café. Sus piernas se transformaron en un par de gruesos troncos. Decenas de naranjas grandes y coloridas empezaron a caer de sus ramas. —¡No! ¿Qué me está pasando? La madre meditó unos momentos al tiempo que pelaba una de las frutas. —¿Te comiste las semillas? —Sí. —Te dije mil veces que no lo hicieras —dijo la madre, luego se metió un gajo a la boca. —Perdón, es que se me fueron por accidente. —¿Cuántas naranjas te comiste? —Diez naranjas…, y cinco mandarinas. —¡Caramba, hijo! ¡Ya ves! ¡Eso te pasa por glotón! —¿Y qué haremos? —Déjame hablarle al doctor Benavides, ya vuelvo, no te muevas de aquí. La señora llamó al único médico del pueblo y enseguida regresó a la habitación de Alfonso. —¿Qué te dijo, mamá? —Lo siento, cariño, el doctor anda de viaje y vuelve dentro de una semana. Pero él tiene la solución para tu padecimiento, mientras tanto, me ha dado instrucciones. La señora plantó al niño en el patio, lo regaba todos los días y cortaba sus ramitas secas. —Ya me harté de estar parado en el mismo lugar —se quejó Alfonso—. Ya pasó más de una semana y nada. —Espera dos días más, Ponchito —dijo la señora, mientras amarraba otra bolsa de naranjas—. Es que me saliste muy productivo, mira toda la fruta que te crece de los brazos. —Mamá, ya deja de hacer negocios conmigo. —¿Quieres otro vaso de jugo? —Mmmmm… ¡ya basta! —¡Llévela, llévela la bolsa de naranjas por tan sólo quince pesitos! —gritó la señora con un altavoz—. ¡Lleve, lleve su jugo natural, a diez pesos el vaso!

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Tulia Alejo Tulia Alejo llegó apresurada a su cita, con pasos rápidos y acentuado braceo se incorporó a una fila y espero la asignación de turno. Todos nos percatamos de su llegada porque era imposible no hacerlo. Además yo estaba ahí con una intención muy particular y pude verla a distancia, manteniendo a propósito un perfil de incógnito. Ella tendría una entrevista laboral tradicional, de esas en las que hay un careo con el reclutador de la empresa, sería como un juego de tenis, solo que él lanzaría preguntas en lugar de una pelota, y ella debía devolver cada una con la respuesta apropiada. Eso la tenía nerviosa. La delataban sus expresivos ojos y la falta de aliento, así como el intento de controlarse disminuyendo el ritmo de su respiración con la vieja maniobra de fruncir los labios. Con suerte podría relajarse en pocos minutos, su nivel de ansiedad bajaría y estaría en control. Recurría a ello habitualmente. Le funcionaba. No era la única citada. Había uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce y con ella trece desempleados. Si fuera supersticiosa el número de su turno podría tomarlo como un mal augurio, sobretodo porque ese día era martes y el pópulo dice que ni te cases ni te embarques, pero su presencia ahí indicaba que con antelación había decidido inspirarse en el origen de la palabra, siendo del latín Martis díes y dedicada al dios romano de la guerra, era muy probable que en su honor portara en espíritu la armadura y la lanza que necesitaba para conseguir la victoria. Si se lo hubieran propuesto, habría aceptado hacerlo vía Skype, WhatsApp o por correo electrónico, pues era experta en el manejo de programas a distancia gracias a un retiro social autoimpuesto ya superado. El uso constante de plataformas digitales durante una década de educación y asesoría en línea, le confirió poderes muy aquilatados en ésta nueva era. Sin embargo con tantos métodos habían elegido aquel en donde tendrían un contacto directo con ella, buscando conectar con su universo, con su ambiente, con sus 78

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Mary Trini Garza pensamientos. Sí profundizaban empleando la técnica de hacer preguntas sobre sus respuestas podría no gustarles lo que pudieran encontrar al adentrarse en su territorio, pero Tulia era inteligente, seguro tendría cuidado de no dar pistas. Sabía que era suficiente su aspecto. Con disimulo observé a los aspirantes que esperaban la oportunidad de la audiencia. Vestían para verse capaces, competentes, con la elegancia que une lo casual y profesional, predominando en sus atuendos los colores discretos. Solo ella quebrantaba con intención el sobrio entorno que la rodeaba. Llevando una falda corta muy ajustada, y una blusa amarilla fosforescente con un escote profundo dejando al descubierto la parte alta del busto, tenía como objetivo desviar la atención de su mayor diferenciador: su corte de cabello. Más bien la falta de éste, pues estaba rapada, y que decir de las lesiones disimuladas en su cuero cabelludo. No había otra igual en esa sala. Su traje de combate era único. Sí, único. El desenlace de su entrevista dependería del criterio del entrevistador y de la desenvoltura de Tulia, pero no estaba de más que pidiera al dios romano que vincularán su atuendo y falta de cabello con el aplomo y la audacia que crecían en su interior, pero sí ahondaban en su particularidad ya tenía la justificación perfecta, pensada minuciosamente con ese propósito. En la guerra todo era válido, aún la mentira, y no estaba dispuesta a cometer suicidio sincerándose. En psicología lo llaman sincericidio. Y en su caso tendrían razón, porque la cultura laboral con sus prejuicios tenía una marcada tendencia a reclutar mujeres guapas, con melenas vigorosas y sonrisas permanentes, casi plásticas. Visualmente Tulia no era el prototipo. Y su yo interior tampoco. Además, sin filtros, ella era buena por naturaleza, solo padecía un trastorno poco común desde la adolescencia, era tricotilómana. Su historial clínico tenía los detalles. Según el médico, había desarrollado por estrés y ansiedad el hábito recurrente de arrancarse


el cabello hasta encontrarlo irresistible y gozarlo, como si su yo interior le dijera: sigue, sigue y sigue. Como autómata desprendía pelo a pelo, ya sea disfrutando su programa favorito frente a la televisión o estudiando la temida álgebra, caminando sin prisa entre las aulas o esperando el transporte en una esquina… También intencionalmente, cuando invadida por irreflexivos deseos de arrancarlo, vivía la angustia de halar y tirar con fuerza de pequeños y grandes manojos, experimentando después un alivio gratificante al aprisionarlos entre sus devoradores dedos. El gozo era momentáneo, se esfumaba al abrir la mano, ver el cuerpo del delito y comprender que por su fechoría tendría otra zona calva. La pérdida de pelo fue de poco a mucho, transformándola en un bicho raro. En lo social le sacaban la vuelta, o perseguían con asedio para jugarle bromas de mal gusto o vitorearle apodos, entre ellos “cabeza de aceituna”, “la cuatro pelos”, “con menos pelo por tonta”. Los apodos sobraron. Los amigos faltaron. Más bien los alejó, y se alejaron incómodos ante su vulnerabilidad. Simplemente no encajaba. Era diferente. Era un monstruo. Así se percibía y se aisló. Fueron diez años, días más días menos. Aislarse le cayó como anillo al dedo a esa manía suya que pasó de tirarse del cabello a las cejas, y de éstas al vello de los brazos, y de ahí a los que están más abajo. El hábito se acentuó haciéndose más perceptible. Fue como estar ante un precipicio y tirarse al vacío en caída libre, sin resistencia al aire, sin obstáculos, tan aceleradamente que la despojó de todo. Quedo desnuda y expuesta. Vulnerable y llorando a rabiar. Hasta que tras un día peor que otros, una emoción de supervivencia apareció y se aferró a ella, activando un freno de choque. Fue a tiempo. Impactarse la habría roto. Lo reconoció. Necesitaba ayuda, la buscó y la aceptó. De menos a más escaló día a día su regreso a la vida. Recuperando en el ascenso su autoestima, sueños, amigos, afecto... Teniendo claro que no es necesario gustarle a todo el mundo. Arropándose de amor propio. Y amarse, le requiere todos los días un riguroso esfuerzo para controlar los impulsos de halarse el cabello. A causa de eso, a Tulia le viene

bien raparse y no mirarse en el espejo, lo hace desde hace un par de años. No le importa, se ajusta a sus necesidades para revertir el hábito, al igual que trazar la manera de ocupar su mente y gobernar sus manos. Ella planea el qué y el cómo de pequeños y grandes proyectos, que van desde la búsqueda del significado de palabras, leer un libro, escribir cuentos, pintar murales, aprender otro idioma, practicar yoga…, hasta obtener un empleo. A sus veinticuatro años busca autonomía. Controlar su vida. Hacer sus cosas, solucionar sus problemas y aspirar a cumplir sueños. Necesita ese empleo. Lo desea. Las escasas monedas que seguro carga en su bolso le deben recordar que sigue dependiendo de papá y mamá. Desea cambiar ese status e ir más allá. Invertir los papeles cuando llegue el momento. Con su tricotilomanía ella se merece una oportunidad en este demandante y exigente mundillo laboral. Sí se rehízo a sí misma está lista para rehacer su entorno, y sí le dan la mano transformará al mundo. Se la di, porque hay un vínculo, porque trabajamos en equipo, porque un día peor que otros Tulia Alejo buscó mi ayuda en línea; es mi paciente y yo su psicoterapeuta tricotilómano revertido que siempre está tras un nuevo proyecto y se involucra hasta el fondo. Me comprometo. El empleo será suyo. Una recomendación nunca está de más para edificar un futuro. Creo que ya lo mencioné. Me involucro.

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Nuestra infancia en el espejo

Víctor A. Ricárdez-García

Reseña del libro “Comandante Hussi”, de Jorge Araujo.

Hace algún tiempo, en la colonia del Valle, sobre la Av. Mancera, entré a una cafetería que atrajo mucho mi atención porque reúne en un mismo espacio tres de mis más grandes pasiones: la cafeína, las bicicletas y los libros. Al respecto podría decir que fueron mis abuelos paternos quienes, en parte, me inculcaron el gusto por el café, consintiéndome en la sobremesa los domingos —desde que tenía cuatro años de edad—, tomar una tacita con al menos seis cucharadas de azúcar mientras contaban historias. Dramas que se desenvolvieron en El Faro. La finca que fue el hogar de mi abuelo Filogonio por más de 70 años y cuyos cafetales, hoy en día, apenas sobreviven soterrados por la selva en lo alto de Santa María Xadane, en el municipio de Pochutla, en el estado de Oaxaca. La fascinación por los libros y la dicha que provocan las pendientes a toda velocidad las descubrí después, alrededor de los seis años de edad cuando aprendí a leer y a andar en bicicleta. En aquel tiempo me encantaba leer el Atlas, que tenía mi abuela Angelina en el librero porque podía, sin salir de casa, descifrar territorios: explorar ríos y montañas de países lejanos y planetas; conocer las costumbres de otros pueblos, recorrer la superficie lunar llena de cráteres y mares; aprender las constelaciones trazadas por estrellas y coleccionar los nombres de piedras preciosas. Los fines de semana, si no paseábamos con los perros por los paisajes boscosos de San Andrés Huayapam, mis padres, mi hermana y yo salíamos sin rumbo a vagar en bicicleta por el centro de la ciudad. Visitábamos algún museo o íbamos al teatro. Pasábamos los inviernos en la playa y visitábamos otras ciudades durante nuestras vacaciones de verano. Al tomar un café en ese lugar, que por cierto se llama "Mi Vida en Bici", me sorprendió descubrir hasta qué punto me definen mis pasiones de la infancia y cómo han ejercido cierta influencia,

sutil y casi imperceptible, en las decisiones que he tomado en mi vida. Al pensar en mi niñez no me extraña, por ejemplo, haber estudiado ciencias antropológicas o, simplemente, haber entrado a esta cafetería y no otra. Pensaba en esto y en ir más tarde a una librería a buscar en la sección infantil algún libro para obsequiarle a mi sobrino Matías cuando, de repente uno, que estaba mal acomodado en una repisa de la cafetería, cayó al suelo. —Comandante Hussi—, leí en voz baja el título que ahora tenía entre mis manos. La caricatura de un niño flacucho junto al de una bicicleta trazada a lápiz me invitaron a poner el libro sobre la mesa y dar vuelta a sus páginas. —Me regalaría otro café, por favor. Lo tomo sin azúcar. "Era domingo. Día de misa y futbol. De carne en la comida y tolerancia para la hora de despertar. Día en que nada pasa y el sueño sabe a miel"... Hussi era un niño que vivía en Porto dos Batuquinhos, una aldea perdida en algún lugar del continente africano, "en una casa de paredes de cartón, tejados de paja, alfombra de tierra batida. Las camas eran esteras que,

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enrolladas durante el día, servían de sillas. La cocina, bien situada al centro de la cabaña, estaba compuesta por media docena de piedras calcinadas, colocadas en círculo"... En esta casa, Hussi y sus tres hermanos menores vivían felices con sus padres, "porque la felicidad también se nutre de pequeñas cosas: una sonrisa, una palabra de consuelo, un puñado de arroz para mecer el estómago, un pedazo de manta para envolver el cuerpo". Hussi tenía una bicicleta, "era su tesoro más preciado, porque había sido el único regalo que su padre había podido ofrecerle un buen día [...]. Una bicicleta pintada del color del barro [...] con los pedales amputados y los rayos doblados de dolor. Una bicicleta que se caía a pedazos, pero todavía servía para tomar las curvas". Un día, el brigada Raio de Sol, un viejo militar en la reserva, que solía arbitrar los partidos de futbol y quien era como un segundo padre para Hussi, observó el abismo hacia el que conducía el país el comandante Trováo y decidió encabezar una revolución. Hussi tuvo que dejar su bicicleta. La enterró en el jardín de su casa. Se hizo responsable de su madre y sus hermanos, "porque en la guerra no hay lugar para los niños". —Guíalos a la aldea de nuestros ancestros. Asegúrate de que todos lleguen a salvo— Le ordeno su padre y así lo hizo. A través de balaceras y explosiones; pasando hambre y durmiendo poco, Hussi condujo a sus hermanos y a su madre hasta la aldea vecina. Están a salvo-, dijo al llegar. —Mañana regresaré a Porto dos Batuquinhos por mi bicicleta. En contra de los deseos de su madre, Hussi volvió por el mismo camino, sorteando los peligros que yo sólo puedo imaginar porque he visto en las noticias imágenes de guerra, de violencia estructural y de migraciones forzadas. Porque he leído que millones de personas arriesgan su vida en el mar, en el desierto, en la selva, en las fronteras. Huyen inconsolables de bombardeos, invasiones y revoluciones armadas; de la contaminación y la degradación ambiental asociadas a actividades extractivistas y, en general, de la aniquilación de la vida, en un esfuerzo desesperado por encontrar refugio en otra nación, en otro idioma, en otra tierra. 82

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Al regresar, Hussi no pudo encontrar su bicicleta. Su casa había sido destruida y era imposible hallar el sitio exacto donde había enterrado su único tesoro. ¿Acaso su infancia también yacía bajo en el subsuelo? Hussi, terminó participando en la guerra en contra de la dictadura del comandante Trováo a lado de Raio de Sol. Juntos fueron sumando victorias en el campo de batalla. Un día, el comandante Trováo preguntó a uno de los hechiceros del régimen, por qué no podían ganar esta guerra, a lo que el hechicero contestó: "Ellos tienen un arma secreta [...] ellos tienen una bicicleta mágica"... En cincuenta y seis páginas hermosamente ilustradas por Pedro Sousa Pereira, Jorge Araújo narra la historia de un niño que lucha valientemente y sobrevive una guerra civil. Es una historia, que coloca nuestra infancia en perspectiva, frente a la realidad que viven muchos niños y niñas en el mundo. Pensando cómo nuestras experiencias infantiles nos definen como hombres y mujeres "adultos", éste también es un libro que nos hace reflexionar en la manera cómo educamos a nuestros hijos, en las palabras que empleamos para comunicarnos con ellos, en las experiencias, que queremos compartir con ellos y que los definan mientras crecen. Cuando terminé de leer, mi café estaba frío. Pedí la cuenta y compré el libro.


Análisis del Catálogo de Autores y Participantes de la revista “delatripa: narrativa y algo más” un proyecto de la Catarsis Literaria

Director: Adán Echeverría. Editora: Larissa Calderón

De marzo de 2013 a marzo 2021 se han publicado 49 números. 8 años de existencia.

Del Consejo Editorial: 1. Cristina Leirana, Roberto Cardozo y Mario Pineda Quintal (los 49 números) 2. Joelia Dávila (36 números, del 1 al 36; de marzo de 2013 a junio 2017) 3. Alejandra Aké Sustersick (34 números, del 1 al 34; de marzo de 2013 a marzo de 2017) 4. Édgar Damián (26 números, del 1 al 26; de marzo de 2013 a junio de 2016) 5. Angélica Santa Olaya (16 números, del 1 al 16; de marzo de 2013 a junio de 2014). 6. Blanca Vázquez (13 números, del 37 al 49; de julio de 2018 a marzo de 2021) 7. Larissa Calderón (13 números, del 19 al 31; de nov. de 2015 a nov. de 2016) 8. Jorge Manzanilla (13 números, del 1 al 13; de marzo de 2013 a marzo de 2014) 9. Anel Mora (10 números, del 27 al 36; de julio de 2016 a junio de 2017) 10. Daniel Ferrera (10 números, del 7 al 16; de septiembre de 2013 a julio de 2015) 11. Javier Paredes Chí (9 números, del 41 al 49; febrero de 2019 a marzo de 2021) 12. Rocío Prieto Valdivia (9 números, del 41 al 49; febrero de 2019 a marzo de 2021) 13. J.R. Spinoza (9 números, del 41 al 49; febrero de 2019 a marzo de 2021) 14. Paty Rubio (6 números, del 35 al 40; de abril de 2017 a enero de 2019) 15. Waldo Contreras López (4 números, del 37 al 40; de julio de 2018 a enero de 2019) 16. María Nieto (3 números, del 28 al 30; de agosto de 2016 a octubre de 2016) 17. Katia Rejón: (1 número, el 16; junio 2014 a julio 2015) 18. Mary Mezeta (1 número, el 15; mayo de 2014).

De los Columnistas:

La revista ha alojado el pensamiento y opinión de 19 Columnistas: Mario Pineda (49 números), Jéssica de la Portilla Montaño (36), Blanca Vázquez (32), Gema E. Cerón Bracamontes (28), Roberto Cardozo (26), Sofía Garduño Buentello (18), María Jesús Méndez (14), Ángel Augusto Uicab (14), Daniel Ferrera (12), Silvia Polanco Euán (12), Larissa Calderón (9), Rocío Prieto Valdivia (9), J.R. Spinoza (9), Javier Paredes Chí (8), Susana Mota López (7), Waldo Contreras (5), Nancy Yáñez Corrales (4), Fernando De la Cruz (4), Katia Rejón (1).

De los Artistas Visuales: La revista ha sido ilustrada en portada e interiores por 41 artistas visuales, algunos en más de una ocasión, como se aprecia: Juan Machín (3 números), Javier Paredes Chí (3 números), Florentino Fuentes (2 números), Xchel Granados (2 números), Margarita García Alonso (2 números), Óscar Vázquez, Beatriz Carrillo, Denisse Sánchez Erosa, Manuel Bojórquez Acevedo, Maricela Figueroa Zamilpa, Lizette Abraham, Alfredo Lugo Domínguez, Norma Ascencio, Pilar Hinojosa, Mónica Gracia Manrique, Francisco Martín, José Luis García, Mónica Martínez, Andrés Galindo, Marby Centeno, Chambrit@s, Deken Kodeak, Paulina Jiménez Cíntora, Roberto Cardozo, Claudia Bolio, Zibdi Pech Moreno, Karime Ramírez Saucedo, Gabriel Sánchez (Leirbag), Arturo Torres, Víctor Lazcano, Marta Aragón Rodríguez, Mónika Gabrys, Iliana Hernández Partida, Marcela Vargas, Manuel Antonio Reyes, Sheila Ayala Moreno, Javier Sancho, Gustavo Zamarripa, Juan Guzmán Valdivia, Saúl Ordóñez, Fernando Piñeyro.

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De los autores publicados:

En delatripa: narrativa y algo más, en 49 números, hemos publicado un total de 390 autores, de los cuales 147 lo han hecho en más de una ocasión (el 37.7% del total). De igual forma podemos observar que 21 autores han publicado más de 10 veces en nuestras páginas, y que solamente 3 autoras lo han hecho más de 25 veces. De los 21 autores que han publicado más de 10 veces en la revista, 13 son mujeres. De los 390 autores que se han publicado, 155 son mujeres (es decir el 39.7%). Estos son los autores publicados: Con más de 10 publicaciones: Jéssica de la Portilla Montaño (en 29 números), Blanca Vázquez (26), Paty Rubio (25), Ángel Fuentes Balam (19), Juan Machín (17), María Nieto (16), Susana Mota López (16), Uriel Martínez (16), Violeta Azcona Mazun (16), Jesús Fuentes (15), José Trinidad Aranda Aranda (13), Rocío Prieto Valdivia (12), Silvia Cristina Leirana Alcocer (12), Addy Castillo Espínola (11), Andrés Galindo (11), Judith Almonte Reyes (11), Marta Aragón Rodríguez (11), Nadia Contreras (11), Andrea Calderón Villaseñor (10) y JR Spinoza (10). Con más de cinco publicaciones: Jorge Daniel Ferrera Montalvo (9), Gonzalo Vilo (8), Iván Noé Espadas Sosa (8), Oveth Hernández Sánchez (8), Waldo Contreras López (8), Javier Paredes Chí (7), Manuel Crespo (7), Mónica Martínez (7), Roberto Cardozo (7), Víctor Manuel Pazarín (7), Anel Mora (6), César Rito Salinas (6), Daniel Zetina (6), David Salazar Miranda (6), Francisco Javier González Quiñones (6), Gema Cerón Bracamonte (6), Jesús Guerra Sánchez (6), Jhonny Euán (6), José Sifrogante (6), Melbin Cervantes (6), Roger Vilar (6), Abraham Martínez González (5), Daniel Barrera Blake (5), Jorge Eduardo Núñez (5), José Juan Cervera (5), José Martín Hernández Torres (5), Oralia Ramírez Cruz (5) y Ronnie Camacho Barrón (5). Con más de tres publicaciones: Amiie Aguirre (4), Anel May Salazar (4), Astrid Reséndiz (4), Beatriz M. Mérida (4), Carlos Martín Briceño (4), Damaris Cuevas (4), Ibrahim Pech (4), José 84

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Chairez (4), Larissa Calderón (4), Luis Ricardo Palma de Jesús (4), Marco Fonz (4), Patricia Fonseca (4), Pedro Hernández (4), Rosa Espinoza (4), Rusvelt Nivia Castellanos (4), Yessika María Rengifo Castillo (4), Alicia Leonor (3), Ángel Soto (3), Carlos Alberto Rubio (3), Dayan Gamboa (3), Édgar A. Rivera (3), Emmanuelle Kubrick (3), Erick Salgado (3), Esaú Cituk Andueza (3), Estefany Yza (3), Fabiola Morales Gasca (3), Félix Martínez (3), Gerardo Ugalde (3), Héctor Sánchez (3), Iliana Hernández Partida (3), Joelia Dávila (3), Jorge Correa (3), Jorge Manzanilla (3), Juan Torres Velázquez (3), Luis Ángel Álvarez (3), Luis Mendoza (3), Mario López Araiza Valencia (3), Rosario Lizama (3), Rosela Granados Andrade (3), Rosely Quijano León (3), Sergio Alejandro Argáez (3), y Sergio Osorio (3). Con más de dos publicaciones: Adriana Azucena Rodríguez (2), Aída López (2), Alejandra Vales-Molas (2), Alexander Tadeo Núñez (2), Aleqs Garrigóz (2), Alfredo Yanez (2), Andi Escalante (2), Ángel Edgar Damián Peñaloza (2), Angélica Santa Olaya (2), Annia Bautista (2), Armando Gutiérrez Méndez (2), Brayant Sandoval (2), Cinthia CounterVill (2), Daniel Arturo Casanova Gómez (2), Daniel Poot Fuentes (2), Daniela Chay (2), David Sarabia (2), Eduardo Simeón Trauwitz (2), Evelyn Santos (2), Fernando de la Cruz (2), Gabriel Avilés (2), Gerardo Farías (2), Gisela Trinidad Valencia Sánchez (2), Gilda Manso (2), Jorge Martín García Campos (2), José Ignacio Trejo Mendoza (2), José Manuel Ortiz Soto (2), Joselo G. Ramos (2), Juan Rogelio (2), L. Santiago Méndez Alpízar (2), Lázaro Mayorga Ayala (2), Leodán Morales (2), Lucila Sánchez García (2), Luis Alberto Guillen Melena (2), Luis G. Álvarez (2), Luis Valdez (2), Luisa Albarrán (2), Marco Ornelas (2), María Esther Cruz Hernández (2), Mario López Efigenio (2), Mario Morales (2), Mavi Robles-Castillo (2), Monserrat Lizeth Mendoza Santiago (2), Óliver Galera (2), Ornán Gómez (2), Óscar Tánat (2), Raúl Blackaller Velázquez (2), Raúl Reyes Ramos (2), Romina Cazón (2), Rosario G. Towns (2), Ulises Paniagua (2), Varela Rodríguez (2), Vianney Carrera (2), Viridiana Medina Talamantes (2), Will Rodríguez (2) y Willy Heisinger Ojeda (2).


Los demás colaboradores: Aarón Rosette, Abdllah Taouti, Adolfo Fernández Gárate, Adolfo Reyna, Alberto Avendaño, Ale Montero, Alejandro Benjamín Laurentti, Alejandro Díaz de Pardo, Alejandro Espinoza, Alejandro Ipatzi, Alfonso Díaz de la Cruz, Alfonso Velis Tobar, Alfredo Galán, Alma Angelina C. Carbajal Guzmán, Álvar Serena, Alex Torres, Amado Salazar, Ana Bertha Gómez Cavazos, Ana Helen Sánchez Herrera, Anna Banasiak, Andrea Andaluz, Andrea Campos, Andrés Cisneros de la Cruz, Andrés Medina, Andreyna Herrera, Ángel Emiliano, Ángel Manuel Cura Canché, Ángela María Muñoz Gutiérrez, Angélica Hoyos Guzmán, Antonio Cervantes Lozada, Antonio Javier Crespo Escalante, Antonio Reyes Carrasco, Antonio Tec, Arely Jiménez, Ariel López, Arlette Luévano, Armando Alzamora, Arnaldo Ávila, Ausra Cesaityte, Aylin Gabriela Salas, Azahalia Rodríguez Peralta, Barbarella D'Acevedo, Beatriz Carrillo, Benjamín Baeza Carrillo, Benjamín Pacheco López, Berenice Pérez, Bernardo Farrera, Blanca Nieves Eslava, Brissa Ochoa, Brisol García García, Candela Robles Ábalos, Carina Castillo Ledón Pretelini, Carlos Aguasaco, Carlos Cavero, César Iván Morales Méndez, Carmelo Urso, Carlos Cristian Italiano, Carlos Guzmán, Carlos Noyola, Carlos Rodríguez, Cecilia Cabañas Pérez, Charly Perera, Chris Medina G., Cuquis Sandoval Olivas, Damián Bueno, Daniel Balderas de Dios, Daniel Medina, Daniel Sibaja, Daniela Muñiz Nieto, Daniela Tarhuni, David Martínez Balsa, Denisse Sánchez-Erosa, Derian Antonio Aranda Aranda, Diana Brubeck, Diana Laura Ibarra Rodríguez, Diego Mayorga, Dina Grijalva, Édgar J. Rivera, Eduardo Ardissino, Eduardo Barragán Ardissino, Eduardo Hidalgo, Eduardo Omar Honey Escandón, Eduardo Oyervides, Eduardo S. Rocha, Eliana Soza Martínez, Erika López Rodríguez, Ernesto Moreno, Eufemio Franco Pimentel, Eva Leticia de Sánchez, Ezequiel Carlos Campos, Fabián Pérez Rodríguez, Fabiola del Castillo, Francisco Barata, Federico Corral Vallejo, Fernando Corona, Fernando Reyes, Francisco Caamal, Francisco Lope Ávila, Gabriel Orlando Regalado Montalvo, Gabriela Chiapa, Gabriela Andrade Lucero, Gabriel Martínez Barre, Gilberto Avilez, Giovanny Rubio, Gladys Beatriz

Gamboa Hamilton, Héctor Daniel Olivera Campos, Heriberto Morales Leyva, Homero Quezada Pacheco, Hugo Ávila Valdez, Humberto Mayorga Teyes, Ikeli O'Farrell, Iliana Vargas, Ilseé Morfín, Irma Margarito de la Cruz, Isabel García Álvarez, Isabel Manrique, Isabel Pinzón Aguilera, Isaías Solís Aranda, Israel Emmanuel Baas Uc, Iván Medina Castro, Irving Mora, Ixchel Rodas, Jair Zapata, Javier Jara, JC Valdovinos, Jesús Rito García, Jesús Solís Alpuche, Jessica Marcela Mora Camarena, Jerónimo E. Gómez Cuadra, Jesús Jaramillo, Jesús M. Koyoc Kú, Jesús Suárez, Jorge Bettancourt Castro, Jorge Millán, José Alberto Capaverde, José Eladio Poot Novelo, José Emmanuel Parra Medina, José Miguel Rosado Pat, José Ramón Enríquez, José Reynold Quintanilla Morán, Joshua Abimal Kú Pérez, Josué Gutiérrez Castillo, Jocelyn Guadalupe López Zahar, Juan Manuel Zuluoaga Robledo, Juan Rey Lucas, Juli Calleja, Julio Bravo , Karina Uicab, Karla Galeana, Karla Hernández Jiménez, Katia Rejón, León Solanski, Lezlie Anahí Andrade Ruíz, Libertad Guerrero Pineda, Lidia Victorín Chin, Lizeth Márquez Flores, Lourdes Muñoz, Lucero Ramírez, Lucía F. Izquierdo, Luis Alcocer Martínez, Luis Damián Garibay, Luis Ernesto Narváez Mac, Luis Muñoz, Luz del Mar Higuera, M.D. Cardona, Ma. Teresa Figueroa Damián, Marco Antonio Carrillo Pacheco, Marco Antonio Murillo, María López, María Guadalupe Olvera Zavala, María Antonieta Mendívil, Mariana Dolores, María Susana López, Marillen Fonseca Analco, Mario de la Cruz Arreola, Mario Galván R., Mario Pineda Quintal, Marisol Guadalupe Velasco Pino, Marlene Sanz, Martha Alejandra Rosario Alpuche, Mary Trini Garza, Mateo Alonso Ferrera, Mayra Juárez Herrera, Michel Noemí Sánchez Pech, Miguel Ayala Priego, Miguel Guzmán, Miguel Lupián, Miguel II Hernández Madero, Miriam Viviana Herrera Ramírez, Mirta Avilés, Melissa Nungaray Blanco, Mercy García, Mónica González Velázquez, Mónica Piñón, Montserrat Macías, Nancy Karina Sánchez Villalón, Nery Tamay Borges, Nidiviney Salazar, Odette Alonso, Olger abril 2021

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Huamani Jordan, Olmy Marrufo, Omar Cristóbal Roldán Rubio, Omar Romero Rodríguez, Óscar Baños, Óscar Godínez González, Óscar Quintana Gutiérrez, Paulina Jiménez Cíntora, Pedro Morante, Penélope Córdova, Peregrina Varela, Ramón González, Raquel Martínez Arana, Reyes Baltazar Torres Lugo, Rígel Solís, Roberto Cabrera, Roxana Aguilar Rebollo, Rubén Campos Arias, Saúl Ordóñez, Saulo Aguilar Barnés, Sergio González Osorio, Silvia Carus, Sinaí Ávila Mena, Sofía Garduño, Stivailet Guerrero, Teresa del Carmen Zamora González, Teresa Maraveles Pérez, Tony Canché, Toño Maldonado, Víctor Ávila Velázquez, Víctor Fernández, Víctor Garduño Centeno, Víctor M. Campos, Víctor Manuel López Ortega, Víctor Olguín Loza, Victoria Martínez, Wendi Cristina Chan Baas, Wilbert Piña Castillo, Yadira Jiménez, Yakami Machado, Yulseltzin Guadalupe Zamudio Mejía, Zac-Nicté Batún, Zindy Abreu y Zita Noriega. Ensayos, entrevistas, reseñas, comentarios críticos, opiniones sobre cultura y literatura, cuento, minificciones, fragmentos de novela, dramaturgia, en 50 números, en 8 años, dando espacio a 390 autores y a 41 artistas visuales, editada primero en Mérida, luego en Ensenada y actualmente desde Matamoros, Tamaulipas. No queda más que agradecer a todos y cada uno de los que han compartido su trabajo con nosotros. Y gracias al enorme equipo de colaboradores. ¡Mil Gracias! ¡Larga vida a delatripa!

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Introspecciones del Erizo

Raíces

I

Mi abuelo materno coleccionaba recortes del periódico, sobre todo, ilustraciones del suplemento sabatino El Cocay. Un día abrió su baúl y me mostró una imagen de Moby Dick. Me dijo que este mítico cetáceo había tragado millares de barcos antes que al profeta Jonás; y, así como me relató historias de serpientes aladas y espíritus del monte, me narró el pasaje bíblico. Sus anécdotas fueron semillas que germinaron en mi imaginación, formaron raíces de mi escritura.

II

Recuerdo los años de educación primaria. Me aburrían las clases y prefería dibujar. Lo hacía en mis cuadernos y en espacios vacíos de los libros. Un lunes, durante la clase de ciencias naturales, la maestra me pidió que pasara al frente para trazar una vaca. Cuando escuché mi nombre, me puse nervioso, pero dejé a un lado mi timidez, porque en esos momentos eran más intensas las ganas de mostrar mi talento gráfico. Mi mano derecha se movía sin titubeos en la pizarra, creando la ilusión de una figura sólida y tridimensional; imagen que después sería borrada, tal y como lo hace el Tiempo con nuestra memoria.

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Un modo para todo Abandonarles para tener una vida mejor

Así como sabemos de cosas positivas de nuestro país, nos hemos acostumbrado a saber y hablar de aspectos negativos; y para variar hablaré de los segundos y es por interés personal en el tema y porque me encontré con el siguiente dato: “El informe de 2018 de la UNICEF mostró que México ocupa el segundo lugar de América Latina en abandono de infantes, pues en nuestro país existen 1.6 millones de niños en orfandad; mientras que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2010, informó que en México hay un total de 19 mil 174 menores de edad internados en casa hogar”. Cuando nos topamos con este tipo de datos nos cuestionamos el por qué la instancia responsable no asigna a los infantes a alguna familia habiendo tantas parejas sin posibilidades de tener hijos biológicos e interesadas en tener hijos de corazón a través de la adopción; porque esta es una realidad recurrente ya que en el proceso de adopción después de haber pasado la prueba de resistencia de trámites, entrevistas, estudios, de haber hurgado en tu vida, en tu infancia, en tu economía, en tu intimidad, conocidas como “valoración psicológica, médica y de trabajo social” y logras que el Consejo Técnico de Adopciones apruebe tu solicitud de adopción, dándote la carta de idoneidad para la adopción pasando a la lista de espera hasta que haya un 88

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menor del sexo y rango de edad que se haya elegido; y es que solo en las películas sucede que te dejen ver a todos los peques que están en la casa hogar y elijas; en la vida real solo se te permite elegir el sexo y el rango de edad. Muchos de los infantes que están en las casas hogar no tienen su situación jurídica resuelta… ¿Qué significa esto?, que fueron abandonados en lugares solitarios como campos de cultivo, terrenos baldíos, panteones, parajes, vía pública, o centros de salud, hospitales, estaciones de bomberos, domicilios particulares, etc., la mayoría después de algunas horas de haber nacido fueron colocados en cajas de cartón o madera, cobijas o bolsas de plástico, lo cual significa que el proceso que tienen que seguir los bebés cuando son abandonados en estas circunstancias es: - Ser presentados ante el Ministerio Público - Pasar a custodia del estado - Esperar a que se haga una investigación por abandono de menor en situación vulnerable, para determinar las situaciones y circunstancias de su caso. En caso de no lograr contactar a nadie que los reclame se inicia el proceso para darlos en adopción. Parece un proceso fácil, sencillo y rápido, pero ahí es donde reside la complejidad de la


situación, debido a que en la investigación para dar con los familiares puede demorarse desde días hasta años; años en los cuales los infantes crecen y crecen cada día en las casas hogar ya que, mientras su averiguación esté abierta el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), no puede iniciar con el proceso de asignarlos para ser adoptados por alguna pareja en lista de espera. De acuerdo a las leyes mexicanas el abandono de personas en indefensión es un delito (Artículo 335, Cap. VII, Título Decimonoveno, Libro Segundo del Código Penal Federal), sin embargo, existe otro mecanismo mediante el cual la madre y el padre, o cualquiera de ellos que deseen entregar a su hija o hijo, deberán acudir con identificación oficial para tal efecto ante el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), los sistemas municipales DIF o los Centros de Asistencia Social de las instituciones acreditadas. En el caso de recién nacidos o hasta los seis meses, de los cuales no exista una integración con la familia de origen o extensa, se determinará por la voluntad de quien ejerce la Patria Potestad, y se respetará su decisión sobre la medida de protección de los derechos de la niña, niño o adolescente, para que sea el DIF, los Sistemas Municipales DIF o la Institución Acreditada, quien proteja y garantice dichos derechos a través de la figura de adopción. En estos casos la institución puede recabar información del nacimiento, motivo de la entrega voluntaria y antecedentes médicos familiares. Considero que hace falta difusión de este tipo de información, dado que el abandono de infantes es una práctica recurrente; no digo que sea fácil, solo que: cada persona sabe el motivo que las orilla a tomar esa crucial decisión. Hace unos meses en un titular de un noticiero leí “la abandoné para que tuviera una mejor vida”, sin dimensionar que al abandonarla en la vía pública la condenó a pasar los primeros años de su infancia en una casa hogar; por el contrario, si se hubiese hecho una entrega voluntaria en un par de meses habría llegado con su familia de corazón. Lo anterior no significa incitar al abandono de infantes, sino a canalizarlos por la vía correcta y evitar poner en riesgo la integridad de los menores, y a su vez minimizar el impacto emocional por abandono, así como reducir la cantidad de menores en las casas hogar siendo asignados a las familias con carta de idoneidad que se encuentran en lista de espera y con mucho amor acumulado para dar a su hijo o hija de corazón.

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Demersales en A mayor Madre, no pariste una hija, diste a luz una venganza He tenido estas heridas en la piel desde la infancia. No recuerdo haberme hecho ninguna después de los diez y ocho años. Acaso sea porque nuestra piel ya no es tan delgada y tierna y lo curtido del cuero nos protege de las embestidas cada vez más fuertes de la vida. En México decimos que “nos curtimos” como en la salmuera de nuestras propias lágrimas. No descarto la posibilidad de estar exagerando, como me han dicho siempre. Fui una niña que nació lloviendo. Recuerdo que a los adultos a mí alrededor y a los niños con los que convivía no les parecía “normal” que llorara o que tuviera miedo. “Chillona” y “miedosa” son palabras que escuché repetidamente. Tal vez fui una niña demasiado sensible y todo lo que me sucedía lo veía con una lupa, se amplificaba. Lo cierto es que creo que todos nacemos así, con una hipersensibilidad al mundo y nos van curtiendo, nos van mutilando la piel y el espíritu para atrofiarnos la sensibilidad. Ellos también tienen miedo, también lloran. No culpo a nadie. En esta historia, todos han sido víctimas, después, victimarios y perpetradores. Sin embargo, he decidido lo contrario y a pesar de que mi cuerpo haya sido escarificado como el de los hombres cocodrilo del Sepic, me he esforzado por recuperar la sensibilidad de mis nervios a fuerza de rehabilitación, trabajo y tiempo. Reconocer, honrar y sanar nuestra propia infancia es un acto de profundo amor hacia uno mismo y hacia la humanidad entera. Y en esa travesía, en 90

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ese viaje que es seguir siendo niña contra todo lo que se opone, he estado en constante comunicación con la memoria y haciendo uso de la imaginación para transformar las imágenes dolorosas a las que Sofía fue expuesta. Es casi un arte de magia. Recientemente, mi madre pidió que le escribiera una carta contándole cómo había vivido mi infancia: el divorcio de mis padres, las mudanzas, los conflictos, las pérdidas, la enfermedad de mi padre, la condición de mi madre, sus palabras, sus gestos, sus acciones, el movimiento incesante de la experiencia humana. Primero, pensé que solo la lastimaría. Cómo dije antes, desde que tengo memoria, he sido una personita nostálgica que vive sus días en la lluvia y con un violín melancólico y lánguido que suena al fondo. De esta manera recordé muchas imágenes: Abrir los ojos/ encontrarme con la obscuridad de la habitación y el miedo/ encontrarme en una casa vacía/ gritar hacia la calle/ “¡Mamaaaaaaa!”/ correr en el jardín de mi casa/ jugar a las escondidas con dos chicos mayores/ casi adultos/ uno de ellos me toca entre las piernas/ sé que algo no está bien por la forma en la que habla/ me dice al oído que no diga nada/ despertar por la mañana en una cabaña en medio de la selva/ afuera solo hay otros huéspedes/ no hay señales de mis padres/ ¿dónde están?/ estar hecha bolita en la


camioneta/ es un estacionamiento del centro del Distrito Federal/ está muy obscuro/ huele a caño/ hay mucha gente afuera/ no me queda más que esperar a que vuelvan y el tiempo es eterno/ es de madrugada y no han llegado/ cuido a mi hermano pequeño/ le pagué veinte pesos para que se vistiera de niña/ le tomé una foto/ me reí mucho/ se tardan mucho tiempo en regresar/ se acaban las risas/ Alonso se ha quedado dormido/ espero hasta muy entrada la noche/ vuelven ebrios/ se tambalean/ huelen extraño/ mi papá se acuesta en la regadera/ se queda dormido/ intento despertarlo sin éxito/ no entiendo nada/ mis padres se gritan/ los veo como leones que rugen/ yo abrazo a mi hermano/ creo que nos volvimos invisibles/ se les olvidó que estamos ahí/ dos tenedores vuelan por el aire/ los esquivo/ mi papá está fuera de sí/ noto a mi mamá distinta/ algo está pasando pero nadie me explica nada/ mi mejor amigo se llama Lucky Lucciano/ es un gato/ lloro con él y lo abrazo/ es el Día del Padre/ tú mamá ya no quiere ser tu mamá dice él/ no entiendo qué quiere decir con eso/ mamá se fue a otra casa/ es muy chiquita y está muy lejos/ no me gusta/ tampoco me gusta vivir con papá/ no nos da de comer/ se fuga por la ventana a visitar a las vecinas/ una diferente cada noche/ mi mamá trabaja demasiado/ nunca la veo/ la extraño/ pero es diferente/ ¿por qué ha cambiado mamá?/ está muy delgada/ se le caen mechones de cabello/ volvemos a vivir juntos/ no me la creo/ Papá dice que mi abuelo violó a mi mamá cuando tenía mi edad/ siento asco/ No es posible/ Yo amo a mi abuelo/ él es mi adoración/ Creo en la mentira/ se supone que los papás no mienten/ veo a mi abuelo como un monstruo durante diez años después de eso/ en silencio/ sin atreverme a preguntar/ ¿Por qué no logro recordar a mi hermano en todo esto?/ “Me voy a comer tus dulces”/ le dije en venganza desde el segundo piso/ Alonso, a toda velocidad, corre del jardín hacia la casa atravesando la puerta de vidrio/ un gran estruendo/ bajo corriendo/ mi padre lo levanta del suelo/ hay

mucha sangre en su rostro/ ¡Maté a mi hermano!/ No puedo con el dolor/ Lo cosen/ las cicatrices no se le borrarán nunca de su carita/ Papá dice que nos subamos al auto/ todos los muebles y las cosas están en un camión/ “Hablale a tu mamá y dile que nos vamos”/ ¿A dónde vamos?/ tú solo dile eso/ Esa noche mamá llegó a su casa y solo encontró su ropa y un colchón. Regresemos once años en el tiempo: Mi mamá es mi mejor amiga/ hacemos todo juntas/ no nos despegamos/ mi papá se queja/ “¿y tu marido qué?/ a mí no me cae muy bien ese señor/ peleamos por ver quién gana la televisión a color/ generalmente pierdo yo/ corre más rápido/ me resigno a ver las caricaturas en blanco y negro/ el ve el aburrido futbol a todo color/ Es el mundial de Brasil/ Me cuelo entre los dos/ me hago la dormida pero me chuto toda la serie de los Expedientes Secretos X/ No he logrado superar mi miedo a los aliens/ Voy con mamá a las clases de ballet que imparte/ es muy hermosa/ Viajamos mucho al mar/ Playa Ventura/ Tengo muchos amiguitos/ Jamaica/ Chanito/ Steevy/ Jugamos todo el día hasta que ya no podemos más/ vivimos encuerados y libres en el mar/ Falto mucho a la escuela/ tengo buenas calificaciones/ a mis maestras no les importa/ El mar Caribe es hermoso/ los cenotes son bellísimos/ amo nadar en el arrecife y observar la vida/ me sumerjo en la laguna de Bacalar/ “No te vayas tan profundo, te vas a desmayar y luego, ¿cómo te sacamos?/ Abro los ojos en el Cenote Azul/ el color es muy intenso/ Paseamos por la Quinta Avenida en Playa del Carmen/ nos sentamos afuera de un café/ comemos pastel de zanahoria/ le inventamos historias a las personas que van pasando/ la selva de Palenque es inmensamente alta y frondosa/ nunca había visto plantas y árboles tan grandes/ en Orizaba hace mucho frío/ las horas en el auto son eternas/ solo quiero abril 2021

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llegar pronto/ el primero que ve el mar es el que gana siempre/ vivimos en una cabaña en el bosque/ me regalan un telescopio/ la luna es impresionante/ me gusta mucho mi escuela/ se llama Ocachicualli/ mis mejores amigas son Lucía y Paloma/ mi maestra se llama Maru/ en una hoja escribo con mucho esfuerzo: “Te kiero muño mama”/ la vida es linda/ me gusta hacer manualidades/ me gustan los rompecabezas y dibujar/ veo a los murciélagos que toman agua de la alberca por las noches/ en Acapulco vamos a buscar nidos de tortuga/ borramos sus huellas/ en Chetumal nos embarcamos a buscar manatíes con unos amigos de mis papás que son biólogos/ cuando sea grande, quiero ser bióloga marina. Al terminar de evocar todas estas imágenes de infancia, la primera palabra que viene a mi mente es: redimir, un verbo mágico. Por muchos, muchos años, creí que sería esclava de mis heridas, de mis condicionamientos, tocarían una campana y yo comenzaría a babear sin razón aparente. No obstante, la memoria es maleable y la imaginación es el cincel. Ahora, imagino que mi madre me abraza en cada momento en el que me sentí vulnerable. Cubro mis heridas con caléndula. Pronto, estoy toda envuelta en la planta. Luego, tomo a mamá de la mano y crezco, por fin somos del mismo tamaño. Yo también puedo cuidar de ti. Retiró las hojas de mi cuerpo, la piel está sana, vuelve a sentir. Soy una guerrera cocodrilo y más que eso, no dejo mi infancia atrás. Este no es un rito de término. Es un ritual en el que llamo a la niña y la abrazo, volvemos a estar juntas. Somos libres, somos la venganza que jamás permitirá que destruyan Fantasía.

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Interés superior Mi yo mamá. Cuando tenía diez años mi mamá murió, vivíamos solas, mi mamá, mi hermana menor y yo, en una ciudad lejos de mi papá y de toda la familia, así era mi mamá, independiente, inteligente y muy amorosa. Ella era el centro de mi vida, mi sol, mi seguridad; y mi hermana y yo, lo más importante en su vida. Se notaba en cada paso que daba, inclusive en su estar sola con sus hijas. Sin embargo, aunque el rumbo de mi vida cambió con su muerte, no estuve desamparada, mi abuela paterna, mi padre, mis tías y tíos, incluso la pareja de mi padre, estuvieron ahí en el control de daños, para hacer más llevadero el duro golpe. De alguna forma lo lograron, mi infancia fue feliz y llena de cuidados. Pero para mi adolescencia algo de ese vacío que dejó y no pude procesar se hizo presente, vivía en una sensación de no pertenencia, sentía que no había un lugar para mí y me encerré en mi misma: me comunicaba poco sobre mis emociones y me volví una persona solitaria y egoísta, situación que se prolongó bastantes años. Hice una imagen de seguridad de mi misma, intenté por todos los medios estar sola y depender lo menos posible de alguien que no fuera yo misma. Me aislé, nadie tuvo acceso a mí por años, ni las parejas que tuve, solo lo poco que quise mostrar, mientras más se querían acercar, más me alejaba. Todo intento de cuidados era una afrenta a mi independencia. Así viví segura, viajé, habité muchas ciudades, conocí gente maravillosa, pero nunca permití me conocieran tan profundamente, no confiaba

en nadie y dejé a esas personas con relativa calma, cuando me mudaba. Eso me hace sentir ingrata. Pensaba en nunca tener hijos, me parecía que ser madre no era algo bueno, pensaba que era una atadura innecesaria. Eso creía hasta que conocí a mi pareja, hablamos de construir el nido, aunque estábamos empezando de cero y en una nueva ciudad, los dos teníamos trabajo, compramos un auto y una casa, hicimos unos muebles y cortinas, adoptamos una perrita, así llegó nuestro bebé y mi vida se transformó; se instaló la ternura, pero ni eso me hizo escapar a mi infancia. De pronto un deseo se apoderó de mí, el de estar, mi yo mamá se expresó con toda su fuerza, no quería dejarlo ni un instante, las horas de guardería se volvieron una tortura en mi trabajo. La sensación era de estar desperdiciando mi tiempo, era muy incómodo y la ansiedad me hizo tomar una decisión: Dejar el trabajo para estar con mi hijo. Pero más allá de eso, lo profundó fue depender de alguien, de mi pareja, aprender

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a trabajar en equipo, a tener una causa en común, un hogar. No ha sido fácil; nos hemos enfrentado a nuestras diferentes formas de ver la vida y a nuestros egos. De cualquier manera, el resultado ha sido bueno para los tres, hemos aprendido a organizarnos, a ceder y respetarnos. Pero sobre todo hemos tenido la oportunidad de ver cada momento de nuestro hijo; y yo, de tener la tranquilidad de estar, aunque la sensación de tener el tiempo contado aún no se va, me siento agradecida y disfrutando el día a día.

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El mono-grafo Aforismos Autoservicio Desde hace unos días tengo un pensamiento fijo en la cabeza, una especie de nube oscura, pesada, sobre los hombros, que no me permite ver o que, por el contrario, sólo me deja percibir desde esa óptica. No sé cómo llegó ni en qué momento se incubó. Una parte de mí pugna por autodestruirse, orienta gran número de mis acciones, en el ámbito público y privado, a cometer estupideces, hacia el sabotaje. Quizás, porque en el fondo sé que no soy bueno en lo que realizo, ni soy la esperanza ni promesa de nadie ¡Tampoco aspiro a serlo! Tal vez, no más tema a las responsabilidades, no comulgue con muchas opiniones de ahora, con algunos convencionalismos entre las amistades y la familia. Pero también puede que busque tocar fondo, un estado nostálgico y depresivo, fértil para la creación, para intentar ser otro, reconstruido e iniciar una nueva vida.

Experiencia vital Todas las mañanas me levanto con la esperanza de que será un día distinto, de encontrar una noticia, una fotografía, un video que trascienda mi horizonte de realidad cotidiana y me ofrezca una experiencia vital, de esas que pueblan el ser, lo enriquecen y cambian tu estado de ánimo. Si la experiencia es dolorosa o placentera en verdad no importa, lo primordial es que no vuelva a ser el mismo de antes. Quizás, mi error es buscar en el espacio inapropiado, no tomármelo con más humor y deslizar el dedo hacia arriba. Así que empiezo a ocultar anuncios, intentar romper el patrón de todas las personas que sigo y caigo en la cuenta que, por más individualidad que anhele, yo también soy un código binario guardado en la nube, un elemento más del algoritmo. Poco me sirve que comparta, por ejemplo, la información de mi familia, gustos, becas o premios porque aquí estoy despersonalizado, mi historia cabe en unos cuantos segundos; tan real como el contenido creado por un comunity manager o una fake news.

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Pulsiones Eres básico. Te domina el temor, la culpa, el deseo, la angustia. Dime ¿Cuánto tiempo dura tu consciencia? ¿Hasta cuándo pondrás en duda tus principios? Hoy gritas que cuando todo esto termine harás todas las cosas que siempre quisiste hacer o ser, que valoras todo lo perdido: los besos, los abrazos, la familia, tu libertad. Pero mañana volverás a ser el mismo de siempre, deslizarás con la misma indiferencia y monotonía tu dedo cuando veas las imágenes de Siria, del hambre en Haití, el número de mujeres y periodistas asesinados. Mañana reaccionarás a alguna publicación y continuarás con tu vida normal. Y precisamente por eso, amigo, eres detestable, pero también un ser humano en toda su complejidad y belleza.

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F es de Fantástico Death Note, J. G. Ballard y la originalidad. Vivimos en un mundo de referencias. Las mismas letras que usamos para escribir alguna vez fueron dibujos. De pictogramas a un sistema lineal, al alfabeto que conocemos hoy en día. No es coincidencia que los memes y la literatura referencial resuenen tanto en las personas. Otro gran ejemplo de la concepción tan errónea y sobrevalorada que tenemos de la originalidad es: La forma del agua, película de 2017, dirigida por el mexicano Guillermo Del Toro. Este filme ganó el Óscar a mejor película contando la mil veces narrada historia de La Bella y la Bestia. Como preámbulo me parece suficiente. Todo esto ha sido para traer a la mesa a Death Note, el famoso manga de la década del dos mil, que tuvo tanto eco en el mundo que no sólo consiguió un anime y su doblaje a más de ocho idiomas; también logró que lo prohibieran en varios países, esto a raíz de un asesinato en Bélgica, y numerosos casos de alumnos en escuelas de todo el mundo que escribían nombres de personas en mercancía (libretas) del anime. La idea que en su momento me pareció muy original, y debió de parecerle a miles de adolescentes en aquella época, bebe de un cuento de J. G. Ballard. Quiero ser muy claro con esto: uno puede tener una idea y creer que es única, pero lo cierto es que este mundo, el de las ideas, el de lo abstracto, ya existía antes de nosotros. No hay nada nuevo bajo del sol, reza Salomón en Eclesiastés. Aun si Tsugumi Ōba (que por cierto, es un seudónimo, el escritor de Death

Note es un misterio para el público) no hubiese leído a Ballard, la referencia está ahí, flotando en el imaginario colectivo. No quiero con esto desmerecer la gran obra de arte que es Death Note, tampoco busco engrandecer el cuento “Ahora: Cero” de J. G. Ballard, el texto es una joya y no necesita de mi ayuda para brillar con luz propia. Lo que busco es reflexionar acerca de la banal, pedante, presuntuosa e ignorante relevancia que le damos a lo original. No hay que vivir en el pasado, pero recomiendo mucho echarle un vistazo de tanto en tanto para recordar que nosotros no inventamos el hilo negro. Esta vez no quise desglosar el cuento porque no quiero negarles el efecto de leerlo por vez primera. Yo lo leí en un taller literario (¡Gracias, Doctor Adán!) y me impresionó mucho. Los invito a acercarse a los talleres literarios, aun si no desean ser escritores, las lecturas que se llevan a la mesa son muy enriquecedoras. Sin más, les dejo el enlace del texto para que lo lean por ustedes mismos: http://www.alconet.com.ar/varios/libros/ebook_a/Ahora_cero.pdf

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Bajo el barandal. Los temores infantiles “Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender” Marie Curie

El temor más grande de un niño es no ver el rostro de su madre, más que temerle a la oscuridad o los monstruos nocturnos. No volver a ver a quien con su amor todo lo puede curar. En este año 2021 se celebrará el número #50 de la revista delatripa, y lo celebró rompiendo los miedos que aquejan a los niños. En algún momento de nuestra vida el temor se hizo presente, las pesadillas nocturnas, las sombras de la noche y los monstruos malévolos hacían a muchos niños mojar la cama. Pero que hay de esos miedos que jamás pudieron ser resueltos y aún aquejan a las personas adultas a raíz del segundo 8 marzo donde las mujeres salieron a marchar y algunas decidieron contar a través de la página de Facebook “Maximiliano Rochín noticias”, y me he dado cuenta que hay muchas historias de terror en la zona sur del municipio de Ensenada. En esas historias se incluyen pequeñas de escasos 3, 4, 5, y 12 años de edad, las cuáles narran sobre rostros, manos, palabras que las han atormentado por años, y el miedo se puede palpar en sus relatos. La infancia feliz para ellas fue como un oasis en pleno siglo XX. 98

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Me conduele su dolor. Y más porque en plena conmemoración del 8 marzo muere una inocente: https://zetatijuana.com/2021/03/menor-de-4anos-muere-por-lesiones-en-ensenadapresunto-agresores-esta-libre/ parece que la ley como es el payaso “Eso”, riéndose de la víctima, y el juez argumenta tal caso es la araña que todo lo devora. Según parece no fue detenido el presunto culpable, por el simple hecho que tenía un domicilio y no lo consignó en su momento. Fue hasta que la pequeña murió en el Hospital Civil de esta ciudad que se detuvo al sujeto. Da rabia entender a la justicia. Es por eso que muchas de las antes mencionadas víctimas han resguardado sus miedos en lo más profundo de su alma. Y por terrible que parezca, muchas han tomando valor para romper con esos miedos. Me permito tomar un par de textos copiados de la antes mencionada página.


“Actualmente vivo con miedo que a mi bebé le pase lo mismo”. Ese miedo que se hace presente, a manera de angustia, como lo mencioné al principio, el perder la seguridad, la estabilidad en los primeros años de la vida es catastrófico. Algunos miedos llegan a ser perjudiciales para el desarrollo del niño; sin embargo, hay otros que le enseñan a ser más precavido y cuidadoso. Según algunos investigadores, los miedos miedos aparecen y desaparecen, cambian a medida que el niño va creciendo y es capaz de superarlos cuando reconoce poco a poco la realidad. Se debe tener en cuenta que no se puede acabar con todos los miedos porque estos también permiten al niño entender el mundo. Y si bien nos permiten entender el entorno que nos rodea, perder a nuestra madre en la edad que fuere es aterrador para todas las edades. En mi película personal cuándo veía alejarse a mi madre era un caos, y todo aquello que conocía como hogar se convertía en el cuento de Caperucita Roja. Años más tarde leí “Demian” de Herman Hesse ,y a medida que leía, sentía esa inseguridad que el pequeño Demian tenía, esas crisis de existencialismo que Hesse logró plasmar en sus obras tanto en su novela “Demian” como en “Bajo la rueda”, nos muestra la frágil situación de los niños en sus primeras etapas de vida. Por eso cuando veas los ojos de un niño llenos de temor diles “Yo si te creo”; y dedícales unos momentos. Porque tal vez usted querido lector también tuvo miedo. Y desde aquí, bajo este barandal imaginario seguiré intentando acabar con el miedo a romper la hoja en blanco.

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Mi punto de risa Celebraciones En marzo pasado se cumplieron ocho años de que viera la luz por primera vez, la que suelo llamar “su revista de confianza” y desde la cual me estás leyendo en este momento, la revista delatripa: narrativa y algo más. Este abril, como habrás notado desde la portada, llegamos a las primeros cincuenta emisiones de la revista favorita de muchos. Durante todo este lapso, la publicación se ha colocado incluso entre lectores que radican en Europa, y se mantiene con un público fiel que poco a poco ha ido creciendo. Todo esto pareciera sin tanta importancia, ya que existen muchas más revistas que quizá doblan en lectores a la que está frente a tus ojos, pero lo destacable, de primera instancia, es cómo ha ido creciendo con las colaboraciones de escritoras y escritores quienes mes a mes llenan las más de cien páginas de cada número. Esto es lo interesante, llenar cien páginas de narrativa, ensayo, dramaturgia, cuento y minificción, menos poesía; además de la colaboración de artistas gráficos. Las revistas con este número de páginas son contadas y, por lo general, tienen un costo, lo que hace a delatripa: narrativa y algo más, un proyecto que se ve enriquecido por la confianza que tienen los autores hacia la publicación. Este número es de celebración porque es un proyecto que ha sorteado diversos momentos de dificultad y que se encuentra más saludable que nunca.

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Los tiempos son difíciles, pero la producción artística no se detuvo ni las ganas de seguir con este trabajo. Celebrar es participar de la felicidad y la felicidad viene de voltear al pasado y ver que aún hay un tramo importante para continuar. La revista delatripa: narrativa y algo más, está guardando su lugar en la historia por su longevidad, por su temática, por su número de páginas en cada publicación. Pero, mientras llega la historia, continúa ganando lectores. Con la democratización de las tecnologías, han proliferado un número importante de revistas, pero pocas están alcanzando niveles de calidad importantes, todo por el respaldo de quienes colaboran en ella. Tengo una caguama en la mano, brindemos por muchos números más de tu revista de confianza. ¡Salud!


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La Niña TodoMePasa dice: La guerra de los niños Mi evolución musical ha sido estrambótica. De Parchís a Alaska y Dinarama, Pablito Ruíz y el resto del gremio rockero y pop. Gloria Trevi coincidió con la época en que conocí a mi esposo. “Tu modelo de mujer”, se burlaba en las cartas que como amigo secreto me contestó. En preparatoria me dio la beatlemanía. Aunque desde primaria ponía el LP de las botargas de animalitos en la portada. Por allá del ´98 mi mamá preguntó si quería algo del centro comercial: –El álbum del Anticristo superestrella. O algo así se llama. Seguro aún se arrepiente de habérmelo obsequiado. Sobreviví a la distimia tras perder mi beca de universidad. Mis psicólogas de adolescencia nunca tuvieron el seso para balbucear la palabra “depresión”. En un mundo asqueroso solo me comprendía un ser hoy cincuentón, que usa maquillaje y sufre de la cultura de la cancelación. Abusador o no, sus letras me salvaron la vida. Ahora me dan pila con mi saco de box. Cuando me mudé con mi esposo, rompí dos o tres mil pesos de CDs originales de Marilyn Manson. Ya no los necesito, pensé. Años antes, mi guardarropa oscuro cambió 102

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a rosa fosforescente, y sustituí el rivotril y el prozac por fines de semana en antros y raves. En León me inundaron por cinco años con Yes, Camel, Premiata y demás. El rock progresivo era rey hasta que mi hija llegó. Plim Plim, la Rana loca y Pocoyó recién fueron sustituidos por un disco de… Parchís. Mi mamá lo consiguió. Ahora mi esposo se ahoga con Los peces en el río, Hola amigos, y Meteorito Rock 'n' Roll. Lo siento tanto por él.

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Incipit. De la infancia al terror Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria. Lousie Glück

Uno lleva la infancia1 encima, aunque se quiera deshacer de ella nos persigue como la sombra de lo que hemos sido, con ella nos enfrentamos por primera vez al mundo, nos arrojamos y vivimos; no importa que se crea que es ahí donde no contamos o no tenemos voz, pero sin duda, en ella nos marcamos. En nuestro cerebro (gracias a la memoria 2 episódica ) las narrativas personales quedan y recreamos la tarde de juegos, los llantos después de un regaño o un enojo, los olores de la casa materna, los gritos y hasta los colores reverberantes de los juguetes o de aquello que nos aterraba. Había un manzano en el patio — esto habrá sido hace cuarenta años— y detrás, solo praderas. Montones de crocus en el pasto mojado. Yo me paraba junto a esa ventana: fines de abril. Flores de primavera en el patio vecino. ¿Cuántas veces el árbol floreció, de verdad, para mi cumpleaños, el día exacto, no antes, ni después? La sustitución de lo inmutable por lo que cambia, por lo que evoluciona. La sustitución de la imagen por la tierra implacable. ¿Qué es lo que sé de este lugar? El papel de ese árbol confundido por

décadas con un bonsai, las voces subiendo desde las canchas de tenis – Los campos. Olor a pasto crecido, recién cortado. Lo que se espera de un poeta lírico. Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. 3 El resto es memoria.

Cuando se piensa en la infancia, de manera errónea se entiende que no hubo eventos terribles, sino pura alegría y juegos, pero deberíamos analizar que en esa etapa se dimensionan formas de violencia para unos seres que se cree no entienden o no cuentan con juicio propio. ¿Cómo toman la violencia contemporánea a la que nos vemos todos expuestos? Sí, las niñas y los niños se encuentran ante un mundo violento, lo están percibiendo como una forma de existir. En la primera edad ya saben de desaparecidos, tiroteos en escuelas, asesinatos, suicidios, prostitución, narcotráfico, violaciones y guerra por racismos exacerbados; de qué manera podemos los adultos plantearles que otra vida cotidiana, que por ser cotidiana no les haga creer que es normal todo esto.

1. Infancia: etimológicamente se define como Incapacidad de hablar, pero no se debe tomar literal, más bien puede ser el estado en que otros tienen la potestad de decir lo que se cree es importante en esa etapa. 2. Memoria episódica, es aquella encargada de procesar y almacenar información autobiográfica, en ella se centran las vivencias que bien pueden expresarse en palabras o en imágenes. 3. Regreso al hogar (fragmento) del poema de la escritora norteamericana y ganadora del premio Nobel de Literatura, Louise Glück.

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Un verano sale al campo, como de costumbre, se para un momento en el estanque donde suele mirarse para ver si detecta algún cambio. Ve a la misma persona, la túnica horrible de su condición de hija aún sobre sus hombros. En el agua el sol parece estar al lado. Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía. Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente. Piensa: Nunca estoy sola y hace del pensamiento una plegaria. La muerte viene así, como respuesta a una plegaria. Nadie puede ya entender lo hermoso que él era. Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí, delante de su tío. Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos. Eso es lo último que recuerda claramente. Después el dios oscuro se la llevó. Recuerda también, de un modo menos claro, la terrible intuición de que ya jamás podría 4 vivir sin él.

En nuestro país residen 38.5 millones de niñas, niños y adolescentes de 0 a 17 años, que constituyen el 30.8% del total de 5 población la cual a pesar de contar con derechos se ven vulnerados en todos los sistemas de convivencia (familia, escuela, sociedad) la virtualidad de un panorama desastroso se descubre cada vez más cercano, y si no es la violencia que escuchan y ven en los noticiarios, en el internet o en los periódicos, también se enfrentan a esa otra violencia más cruel y virulenta: la pobreza y la exclusión. No podemos pintar todo de colores pastel, no todos los niños habitan la infancia de igual manera, recordemos que las ilusiones de la infancia son las sentencias del fracaso del mundo adulto. Ellos y ellas han tenido una enorme capacidad de adaptación, pero no, no dejemos que se siga fomentando la pedagogía del terror, no demos todo por hecho. Recordemos nuestras infancias, pensemos y hagamos algo por nuestros niños interiores, quizá logremos mejores resultados.

Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68

4. “Un mito sobre la inocencia”. Fragmento del poemario Averno (2011, traducido por Ruth Miguel Franco y Abraham Gragera) de Louise Glück. 5. https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2020/EAP_Nino.pdf

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Desvaríos de la freaky neurosis Sobre infancias y paternidades No pedimos venir al mundo, pero la vida se abre paso, a veces sin que los padres tengan plena conciencia de ello. Nuestra existencia será breve, la infancia es apenas un destello. Es esa etapa donde descubrimos al mundo y aprendemos a interactuar. Los niños tienen una maravillosa capacidad de amar, sorprenderse, emocionarse, perdonar, sonreír y soñar. Sería maravilloso que todos los niños nacieran en hogares donde los cobijaran, protegieran y amaran; ojalá todos tuvieran las mismas oportunidades, ojalá ningún niño fuera violentado, que todos fueran felices. Ojalá no todo quedara en palabras sino en acciones justas y buenas para todos los niños. Convertirse en padres puede ser realmente abrumador; es una labor titánica y constante. Una vez que decides serlo, no hay marcha atrás, el mundo cambia por completo. Para un padre que ama a sus hijos, éstos se convierten en el centro de su universo. Muchas veces debes sacrificar algunos sueños o cambiar tus prioridades, para dar a tus hijos lo mejor. Es muy difícil, pero vale la pena el esfuerzo. Es maravilloso ver la sonrisa de un hijo, recibir ese abrazo de amor incondicional, observar la inocencia y pureza reflejadas en su rostro, como si fueran ángeles guiándote por el camino correcto. A veces me pregunto quién es realmente el que educa o el que cuida; porque los niños pueden enseñarnos muchas cosas: a ser más pacientes, a disfrutar de las cosas 106

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sencillas, a recordar juegos y canciones olvidadas. Y nos volvemos fuertes; nos motivan a continuar aunque no queramos hacerlo. De este modo, ellos también cuidan nuestra estabilidad emocional y mental. Cuido de mis hijos y ellos a mi, educo a mis hijos y ellos a mí. Aprendemos juntos en el camino. La infancia es una etapa maravillosa y breve; es deber de los adultos procurar que los niños crezcan en un ambiente de felicidad, respeto, tolerancia y amor. Quizá pienses que convertirte en padre no es para ti y está bien, no todos tienen vocación para ello. Sin embargo, también fuiste niño. Tal vez aún recuerdes esa época, cuando todo parecía posible. No maltratar a un niño, debe ser la primera regla de cualquier adulto; independientemente si somos padres o no. Un niño herido puede convertirse en un adulto profundamente dañado. Somos responsables de nuestros actos, los niños aprenden de nosotros, seamos empáticos con ellos.


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Nos vemos en el slam La celebración sigue, ¡el Sax vive! Es una noche tranquila y todos duermen en la vecindad. La hora no importa, pero sí el sueño; es un sueño en donde todos ven lo mismo, un par de saxofones esperando a su dueño para sonar más fuerte que toda una orquesta. El silencio que permite ver al par de instrumentos en el subconsciente es interrumpido de pronto por una melodía que todos conocen, Usti Usti Baba, una rola que antecede al slam, una rola que anuncia la llegada de una celebración de paz y baile. Solín abre los ojos decidido a desvelarse esta noche sin importar las cartas para leer después del amanecer en la feria, se puso el disfraz lo más rápido que pudo y de inmediato sale al quinto patio. Mientras Solín abre su puerta, Mario, un buen carnal, está regresando de dar el rol y en vez de cruzar la frontera hacia su cuarto detiene sus pasos en el patio a la espera de la celebración. “Don Palabras” afina la voz merolica por si hay la necesidad de nombrar algo en plena fiesta y declarando uno de sus poemas favoritos abre la ventana para ver lo que estaba llegando a la vecindad. La “Negra Soledad” levanta al “Tieso” diciéndole que es hora de guarachar para inaugurar la pista del patio con pura candela nomás. —¿Hay pancita?—, gritan los Agachados mientras abren su puerta meneando sus cuerpos como si no tuvieran la cruda que se cargan todos los días. La Morenaza de la vecindad abandona bellísima sus aposentos, una belleza que nadie verá en la ciudad. Rafael, al escuchar el bailongo, se pone su mejor vestido y corre a la vecindad. El portón de la vecindad da paso al “Cocodrilo” que lleva al volante al “Pachuco”, vecino del cuarto más grande, el amigo de todos, un vecino que no pierde el estilo de su época. 108

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Del “Cocodrilo” se bajan Roco, Aldo y Enrique, también Lobito, Tiki y Pacho, todos listos para iniciar las celebraciones de ayer y hoy, pero falta alguien. Los residentes de la vecindad se niegan a bailar si no aparece el faltante. Amenazan con regresar a sus cuartos y quedarse por siempre adentro si no aparece. -—¡Pero nos lo regresan por favor!— grita Roco, palabras que animan un sinfín de aplausos mientras Eulalio Cervantes, “Sax” aparece como fantasma tocando los saxofones que estaban en los sueños de todos. Suena Kumbala para toda la eternidad, la eternidad que él se merece, una maldita eternidad en la que siempre lo disfrutaremos en los recuerdos de cada escenario, de cada toquín, ¡te extrañaremos Sax!

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