Hechos de Barrio

AnahĂ­ Lovato - Patricio Irisarri (Comps.)

ISBN: 978-987-702-293-3

Lovato, Anahí Hechos de barrio / Anahí Lovato ; Patricio Irisarri. - 1a ed. - Rosario : UNR Editora. Editorial de la Universidad Nacional de Rosario, 2018.

140 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-702-293-3 1. Crónicas. 2. Periodismo Social. 3. Historia Regional. I. Irisarri, Patricio II. Título CDD 982.24

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Diseño de tapa y Diagramación: Joaquín Paronzini

Índice Sugerencia preliminar Fernando Irigaray

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Prólogo Marcos Migoni

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En el barrio de los animales muertos Lucas Paulinovich

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La gloriosa estrella de la mañana Anahí Lovato

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Donde habita la vida Martín Stoianovich

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El San Martín: club social, deportivo, libre y soberano Laura Hintze

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Naranja el corazón Patricio Irisarri

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Un paño verde para abrigar tablada Silvina Tamous

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Sur, Unidad, Tesón, y después Santiago Garat

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Nueva Aurora: un club en el corazón del barrio Parque Paula Turina

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Latino, el nombre de gol Matías Loja

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Sugerencia preliminar

El primer desafío que se tiene en estos tiempos es el intento de reflexionar sobre la memoria y el recuerdo en épocas de presentes continuos. Será que la evocación a momentos del pasado -no siempre tan venturosos- sea un ejercicio de sublime inutilidad, atento a la posibilidad de aportes de baja incidencia e interés, a los que sometemos a nuestras audiencias.

Seguramente, un intento pueril en búsqueda de argumentación y encuentro de elucidación para la perduración temporal del relato. Esfuerzo vano en momentos donde la cultura del instante y de las narraciones efímeras -mensajes por Snapchat e Instagram Stories- y descontextualizadas -ahistóricas y sin interés causal- prevalecen en la comunicación diaria.

Es bueno traer a cuenta que la reconstrucción de la historia se realiza a partir de una arqueología de testimonios y de objetos materiales y documentales. Atesorarlos es mucho más que la fruición fetichista de la posesión. Es la posibilidad concreta de dialogar con el tiempo pasado, experimentar con los relatos que evanecen a través de la ruptura diacrónica de la historia.

Una lucha siempre presente en la vida humana, el ansia de perpetuidad, aunque más no sea a través del legado. “Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo”, decía Alejando Dolina, multifacético periodista y escritor.

En esta perspectiva, esperando que se me redima de tan desaventurado porvenir, el lector y la lectora desprevenida, encontrará en este texto dos momentos: uno como marco referencial de la constitución de los barrios en la ciudad de Rosario, el otro como presentación del proyecto en que este libro se encuadra.

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El arrabal del mundo En la primera mitad del siglo pasado la fisonomía de las ciudades argentinas cambió, el país estaba siendo protagonista y testigo de una nueva experiencia de urbanidad. Rosario no fue ajena a este proceso.

Como consecuencia de la sustitución de importaciones, en la década del ‘30, aparecieron en la zona numerosas empresas manufactureras, principalmente metalmecánicas livianas pertenecientes a propietarios locales.

A mediados de los ‘40 y ‘50, comenzaron a abrirse plantas siderúrgicas y metalúrgicas de envergadura que utilizaban tecnología para la que se requería gran cantidad de mano de obra.

Así fue como, dotada de una infraestructura de servicios y de una base industrial importantes, la ciudad fue un polo absorbente de migraciones provenientes de áreas rurales y en menor medida, del exterior.

Nuevos pobladores, extranjeros incentivados por la política peronista en la materia y obreros de otras provincias argentinas guiados por las demandas de trabajadores, llegaron al Pago de los Arroyos.

Los rosarinos crecieron bajo el signo de las clases populares. Imbuidos de monótona y creadora cotidianeidad, cada uno tuvo vida y organización propias.

De nombre evocador de tradiciones, el Club Social y Deportivo, a pocas cuadras la escuela y la parroquia de algún padre José, el cine que anunciaba reposiciones y pegadito la pizzería o el bar, visita obligada después de los continuados de tres películas.

En su estricta cuadriculación, crecieron por rama de actividad: Saladillo, barrio obrero frigorífico; Arroyito, atravesado por el ferrocarril; Belgrano de los metalúrgicos, Ludueña con playas ferroviarias, Azcuénaga de trabajadores municipales.

La gran familia de los vecinos acompañaba los corsos de carnaval, los bailes en el club social, las fogatas de San Pedro y San Pablo, las tardes de radioteatro, los domingos de matinée. Ser del barrio, era mucho más que residir en él, era compartir valores y prácticas, era edificarlo y dejarse construir.

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Las barriadas rosarinas poco a poco se fueron constituyendo en pequeños polos autosuficientes. Así Sunchales, también conocido como Pichincha, era un ejemplo claro de esa autonomía. Alrededor de Rosario Norte, hoteles. Un departamento de asilo para inmigrantes en la misma estación; y bancos, tiendas, zapaterías, almacenes y burdeles, prostíbulos y garitos. Taitas y guapos en su particular manera de entender el esparcimiento, transformaron la zona en un pequeño arrabal.

El barrio era el centro social de toda actividad. Foco económico y cultural. La vida de relación, el trabajo, el esparcimiento, todo estaba cercado por sus límites territoriales. Siempre me llamó la curiosidad escuchar de niño que en un pasado cercano la gente no necesitaba salir del barrio y que muchos habían fallecido sin haber conocido el centro.

Una mancomunidad fraterna de sociabilidad centrípeta. Todo sucedía en ese espacio relacional. Seguramente las distancias parecerían más largas de lo que las percibimos hoy día. Llegar al centro en el tranvía era cruzar la frontera. La cuestión identitaria del espacio habitado era medular en la cosmovisión reinante.

Eran tiempos en que el barrio tenía vida propia: los chicos de la cuadra, la barra en el café de la esquina, los vecinos de la manzana, el fulbito en la cortada o en el potrero de la vuelta. El primer romance con la vecinita de enfrente.

El almacén de Don Francisco que anotaba en la libreta, la tienda de Juan que dejaba pagar en tres veces, la escuela que estaba en la avenida, la parroquia que organizaba el torneo de papi-fútbol, la biblioteca de la vecinal, las bolitas en el hoyito del baldío. Los corsos de carnaval, la popa, el ladrón y poli y la salida inigualable: el cine de barrio.

Y si el cine era la salida por excelencia y la calle la prolongación del patio, el club era como una sala grande que pertenecía al conjunto. Los vecinos se conocían y emprendían actividades comunes y el club funcionaba como espacio físico y social donde se catalizaban las mismas.

Esto no era otra cosa que la “comunidad organizada” de la que Perón hablaba. En ella situaba a los clubes como organizaciones libres del pueblo, entre otras agrupaciones como sindicatos, cooperadoras y cooperativas, dentro de la dimensión social.

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En conjunto con los partidos (dimensión política) y las organizaciones de productores, comerciantes, usuarios y consumidores (dimensión económica) tenían como objetivo buscar el bienestar desde la sociedad misma. Desde abajo hacia arriba, alcanzando el equilibro, sin imposición.

Algunos hablan de que el desarrollo y expansión de las ciudades modernas vino de la mano de la masificación del acceso al primer automóvil -en Argentina, fruto de la movilidad social ascendente del peronismo- que permitió a las capas medias comenzar a desplazarse, no tan solo por necesidad laboral u ocupacional sino también como forma expansiva de comprensión del territorio expandido.

Así con el desplazamiento continuo en ascenso, en la primera ola de la movilidad, el barrio perdió la sinergia de otrora y se fue desdibujando como espacio articulador de la sociabilidad.

Entrados los años cuarenta la estructura urbana de los barrios estaba consolidada, la ciudadela se autoabastecía en bienes materiales y simbólicos, en comida, vestido y en salidas. Las tiendas se agrandaban, se construían cines y los clubes aumentaban sus socios y por ende se expandían en infraestructura.

Hasta la década de los ’60, Rosario creció con sus barrios, que en irremediable contradicción se fueron autodesplazando para dar paso a una nueva fisonomía de distancias acortadas y único corazón. Con ella aparecieron nuevas prácticas y otros esparcimientos.

De barrio somos | Historias de clubes en 360º En Rosario, los clubes de barrio son un vórtice extraño de presente e historia.

Tras sus muros conviven tanto infantes traviesos que dan sus primerizos pasos deportivos como el grupo de longevos platinados de boina y chaleco que se sientan siempre en la misma mesa para disputar las mismas incontables partidas de truco.

Murguistas saltimbanquis que vocalizan y bailotean a las tardecitas; quinceañeras que engalanan los salones de las sedes sociales los sábados y familias que colman sus comedores, repletos de platos abundantes complaciendo panzas y corazones que llenan las cuadras con aromas de parrilla y fritura.

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Resistieron crisis económicas y estallidos sociales. Espacios de encuentro, identidad cultural e inclusión social para muchas generaciones de rosarinos. Sus vitrinas resguardan celosamente recuerdos de años gloriosos, equipos dorados, trofeos ganados y copas levantadas. Históricamente, han sido semillero de grandes deportistas de todas las disciplinas. Espacio de actividades sociales y culturales que reúnen e integran a la comunidad barrial toda.

Inmiscuirse y reconocerse en ese mundo de cultura del barrio es el desafío que propone este proyecto transmedia.

De barrio somos da forma a un recorrido multiplataforma por las historias de esos clubes, de la mano de los personajes que le otorgan tridimensionalidad. La propuesta transmedia articula una serie de medios on y offline que buscan aprovechar las potencialidades narrativas de cada lenguaje para bucear más profundo en cada historia y ofrecer a los usuarios experiencias enriquecidas.

Acompañando a este libro de crónicas denominado Hechos de Barrio, las narrativas se expanden a través de un webdoc (o documental multimedia interactivo) que permite explorar la vida de los clubes en 360º y conocer a sus personajes típicos; propuestas de realidad virtual, combinando tecnología in360 + Cardboard para revivir momentos claves de la cotidianeidad de los clubes a través de experiencias inmersivas únicas; una serie documental (8 capítulos de 13’) que relata la historia de personajes protagónicos que nos ayudan a recorrer cada club y conocer historias de esfuerzo, pasión y decisión; un juego de mesa con trackers de realidad aumentada; un álbum de figuritas sobre historias y protagonistas de cada club y un festival transmedia (kermese).

En esta acción territorial, el público podrá asistir a la experiencia narrativa completa a partir de la exhibición del documental, la presentación del libro de crónicas, la experimentación espacial de realidad aumentada, el recorrido del webdoc y la presencia de todos los protagonistas de este complejo entramado de historias.

Solo resta invitarlos a uds. -estimados leyentes- a ser parte de la experiencia y participar de estas historias.

Fernando Irigaray Director del proyecto

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Prรณlogo Marcos Migoni

Prólogo

Desempolvar la historia de un club de barrio es descubrir un horizonte más amplio que el meramente local, es decir, quien se anime o tenga la oportunidad de indagar y entender la historia del club de enfrente o el de a la vuelta de su casa tendrá a la vez acceso a conocimientos sobre la historia del hombre en sociedad, puede que quien estudie la sustancia que compusieron y dieron pulso a estas usinas también le sirva y la aproveche como introducción para empezar a comprender una historia más vasta, la de nuestro mundo.

Esta edición de Hechos de barrio aglutina crónicas que van creando la pintura en la que aparecen los rostros de hombres y mujeres, el rostro del pueblo. Costumbres, cultura, necesidades, realidades de esos fundadores de clubes que pudieron materializar con ladrillos y organización la nobleza de sus ideas. Hechos de barrio no deja afuera el pasado de los habitantes que poblaban los nacientes arrabales, las guerras de la que venían escapando, en qué fábrica o en qué oficio se desempeñaban, las ideas o pensamientos que habían heredado, ni las necesidades materiales y espirituales que tenían, etc. También pintan los relatos la fisonomía de aquellos barrios viejos, el paisaje. Se destaca en cada crónica el sentido comunitario y social que aquellos cráneos le imprimieron a esos espacios al constituirlos, devela la intención con la que fueron creados, alejados de la ganancia o el fin de lucro dándole un sentido mucho más profundo y digno, el de aportar a la felicidad del habitante de la zona y ampliar su cultura, generando oportunidades y acceso a derechos y conquistas. Mejorar el físico, la salud, alfabetizar, disfrutar del arte, pensarse como unidad, compartir y vincularse son las intenciones que más rescato entre otras tantas intenciones por las que se movilizaron nuestros ancestros a la hora de plantar los cimientos de estos pequeños gigantes, los clubes de barrio.

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Insisto aunque parezca una exageración que entender el pasado y el presente de los clubes sociales y deportivos da herramientas que permiten entender un poco la organización del mundo o por lo menos el mundo organizado bajo patrones occidentales. En Hechos de barrio subyace entre líneas la plataforma económica política en la que el humano se desenvolvió en la pampa gringa, el sistema agroexportador, sistema impuesto a la fuerza por los imperios del norte y sus socios comerciales locales.

El mundo cambió, no es el mismo en el que se pararon nuestros abuelos y nuestras abuelas. Corre, la nueva generación, con cierta desventaja en algunas cuestiones formativas y humanas que a su vez dificultan el nacimiento de formas de organización y participación social que contrarresten la quietud, el individualismo y la indiferencia ante las injusticias. Cuida tu culo, no te metas, sálvese quien pueda, etc. caló hondo en las conciencias y ayudó a deteriorar el tejido social junto a otras problemáticas.

Este libro enumera algunas de estas cuestiones indicando también quienes fueron los cómplices del vaciamiento y la destrucción de estas instituciones, el papel llevado a cabo por la política hecha por los de arriba (nosotros hacemos otra) y el poder en todo el proceso que nos conduce a este presente de nuestros clubes. A su vez se podrá dilucidar en los relatos mediante algunos ejemplos que las ideas no mueren así nomás; las banderas levantadas por los fundadores son enarboladas ahora por una juventud que se desvela y se anima a organizarse ocupando de en serio los clubes, enseñando algún deporte, un instrumento, compartiendo un saber a los que vienen, rejuveneciendo sus estatutos, modernizando su dinámica ajustándola a nuestros días y a la nueva calle.

Ciertos deseos abren caminos, codo con codo caminaran y a pesar de tantos escudos desaparecidos todavía son muchos los que siguen pintados, amurados sobre nuestras cabezas, tatuados en nuestra carne. Llenando de colores, fiesta, gritos de gol, de olor a carbones encendidos, cada barrio tiene uno, corazón que late es mi querido club.

Marcos Migoni

Cantante de Farolitos

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En el barrio de los animales muertos Por Lucas Paulinovich | Fotos: Marcelo Bustamante

En el barrio de los animales muertos Por Lucas Paulinovich | Fotos: Marcelo Bustamante

Ahora no se siente ese olor en el aire. Se alcanzan a oler los árboles, el humo de los autos y las motos, la transpiración de abril en las baldosas, la fumarada agria de los colectivos, el vapor que sale de las casas. Pero antes había olor a animales muertos, una nube que surgía desde más allá, donde estaba el matadero.

El sur, zona de carne y basurales. Rosa Wernicke describió la formación de los asentamientos y primeras villas alrededor de la ciudad en Las colinas del hambre, una novela que publicó en 1943. Tierra, bolsas, desechos, sangres, cuchillas y bosta. El caserío de los empleados ferroviarios rodeando la Estación. Caballos y trabajadores. Cuerpos del trabajo a la vera de la Villa creciente, en el borde de la ciudad pujante. El olor de la ciudad inmigrante y criolla, el sueño mortífero de los capitales sobre el cementerio de indios. El sur, Mataderos, una zona cubierta de corrales y casillas y vacas esperando su turno, del que saldrían los aluviones del ’45 para inundar las plazas y las calles. Sin embargo, esta tarde el barrio está tranquilo.

Como en 1876 se la cons ideraba una zona deshabitada, se autorizó la construcción del establecimiento para la faena de animales. En anillos se fueron levantando los ranchos de los empleados y los que se hacían su casa y aprovechaban los restos.

En 1888 el gobierno provincial otorgó la concesión para la estación de ferrocarril.

Y para 1891 ya se había habilitado el servicio de pasajeros de la Córdoba and Rosario Railway, una empresa de Southampton. Las cinco líneas del ferrocarril. El aserradero Chiesa. El matadero del centenario. El auge exportador. Amplios lotes vacíos y el caserío apelmazado: la fisonomía barrial asomando en sus límites.

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Desde este punto, el edificio de la Estación está a unas cuantas cuadras hacia el este de un grupo de pibes que se amontona en el cordón. El viejo país ganadero, donde están los pibes. General San Martín, conocido como Tablada. El epónimo vacuno, los frigoríficos castrenses, la alianza ganadera-militar, la matanza. Es el mismo lugar repleto de casitas y un viejo que pedalea con paciencia a las dos de la tarde. Un perro se lametea la mano y lo miro esperando que haga algo digno de anotar. Y se lame la otra. Las callecitas tapadas con asfalto y sus prolongaciones de tierra. La avenida San Martín, con negocios cerrados, carteles torcidos de alquiler y venta. San Martín en la Tablada. Durante el virreinato, acá funcionó la posta de Rosario de los Arroyos, una elevación a salvo de las inundaciones y con buena visión: servía a las comunicaciones y era un paso obligado en el camino entre Buenos Aires y Asunción. Hasta Tablada camina Fantini, el protagonista de Nadie es responsable, la única novela de Felipe Aldana. Los indios que trajeron la virgen fueron los primeros desplazados en estos lotes. Ahora los pibes, el viejo en bicicleta, las casitas silenciosas, el perro echado en la vereda. Detrás, la historia negra de la ciudad: el boom inmobiliario se devoró los barrios cada uno a su manera.

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Los trabajadores clavaron palos verticales, dieron siete zancadas entre uno y otro, y buscaron una madera más larga para el travesaño. Los vecinos del barrio jugaban picados los fines de semana y en los ratos libres. Algunos hablan de un viejo dedicado a organizar partidos y torneos entre los trabajadores, y que en esos encuentros empezó a gestarse la idea de un club de fútbol. Para fines del siglo XIX ya tenía una existencia informal y los directivos de la empresa asistían a las primeras reuniones con los otros equipos de la ciudad. En 1897 compitieron Atlético del Rosario, alumnos del san Bartolomé, Central Argentine Railways Athletic Club y The Córdoba and Rosario Railways Athletic Club. Recién en 1915 se traduce el nombre y The Córdoba and Rosario Railways Athletic Club pasa a llamarse Club Atlético Ferrocarril Central Córdoba, y cambia el color y el modelo de la camiseta.

Las actividades en torno a la Estación imponían la dinámica del barrio. Club de ferroviarios, en los terrenos del matadero. En 1913 se perdieron los libros de actas y con ellos el registro de esos primeros años de deliberaciones en esa asociación in-

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sólita que unía a directivos con empleados y colaboradores en la misión de inventar un club de fútbol. Las vías y la pelota, los fierros y las máquinas y los equipos, las canchitas en los baldíos, la Estación, las jornadas de trabajo y los partidos. Al fútbol jugaban los empleados de contaduría y de la sección almacén que fundaron el club. En 1905, cuando se constituyó la liga rosarina, Central Córdoba presentó un pedido de afiliación: jugó el primer campeonato y al año siguiente se le exigió la formalización estatutaria. Pasó un año afuera de la competición y en 1907 se reintegró. Los primeros partidos los disputó en terrenos ubicados en el actual barrio La Sexta, donde vivía buena parte del personal. Una asamblea en la sala de espera de la Estación en octubre de 1906 oficializó el club. Una historia nacía.

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El estadio Gabino Sosa fue reconocido por torcer la geografía con la cancha en una posición atípica, el sol de cayendo de frente sobre los arcos. Se construyó sobre terrenos que pertenecían a la empresa Chiesa y luego un grupo de socios lo compró para salvarlo del remate. Cuando Central Córdoba ascendió a primera, los arcos se rotaron en dirección este-oeste. Se remodeló y en 1959 se reinauguró con un partido contra River que Central Córdoba ganó dos a cero. En la década ’30, con Gabino Sosa como jugador, el club creció notablemente y se trasladó a Laprida y Viamonte. En la sede había canchas de bochas, billares, buffet y un salón para los corsos del carnaval. El barrio en el club. El equipo del barrio y Gabino Sosa, el mito del fútbol amateur. El club sumó otros deportes y actividades en esos años iniciales del profesionalismo y de la incorporación a la Asociación Argentina de Fútbol (la actual Asociación del Fútbol Argentino –AFA-). En 1934, Central Córdoba gana en Rosario y viaja y gana la copa Beccar Varela. Jugó la final contra Racing en cancha de River y el partido se terminó antes: la hinchada de Racing impidió que se pateara un penal faltando dos minutos y con el tanteador empatado.

Títulos, Gabino Sosa, Vicente de la Mata, Waldino “el Torito” Aguirre, el equipo del barrio. Central Córdoba, desde la zona sur proyectado a la ciudad y al país.

Con el peronismo, la dimensión social del club se fortalece: los carnavales son multitudinarios, hay bailes con orquestas y jornadas de pelota paleta, torneos de básquet, peleas de box. Hasta la década del ’70 hay un crecimiento sostenido en el caudal de socios: llegó a las 20 mil personas. Y después la dictadura, el encierro,

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las persecuciones, las desapariciones, la muerte. El olor del barrio que insistía, el viejo olor de los mataderos. En las primeras décadas de la democracia no se pudo recuperar la actividad y el club se fue achicando hasta centrarse exclusivamente en el fútbol. Los ‘90 fueron años de ascensos frustrados y los coletazos del Gran Salto Adelante en los negocios del fútbol. Y una precipitación veloz. Y el olor en el barrio. Actualmente quedan alrededor de 800 socios.

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Hay uno que mira el partido con los ojos vidriosos. Se cuenta sobre los ojos acristalados por las lágrimas de ese que mira los partidos desde la tribuna. Ese uno entre todos, mira el partido y es una leyenda viviente. Lideró el equipo rosarino que le ganó a la Selección Argentina en el ’74; hacía caños de ida y vuelta; era desgarbado, irresponsablemente sutil. Es ese del que dicen que mira el partido especialmente, con los ojos vidriosos sentado en la tribuna. Ese día de 1974 en el estadio de Newell’s, Vladislao Cap, el entrenador de la Selección, le pidió a Juan Carlos Montes y Timoteo Griguol, que dirigían la Rosarina, que saquen a ese cinco. Dicen que lo vieron hacer lo inimaginable, como si siempre estuviera jugando entre amigos. Tomás Felipe Carlovich es el relato con cuerpo humano de la zona sur, la sola mención de su nombre desata las leyendas. No se conservan demasiados videos de su paso por las canchas, están, más que nada, los recuerdos de quienes lo vieron y quienes juran haberlo visto y los que escucharon hablar de él. Es un antihéroe romántico del fútbol argentino, en Rosario, los caños de ida y vuelta.

El crack negado, o negador. La estrella opaca, los ojos vidriados en las tabladas.

El que se fue y volvió. El crack de ida y vuelta. El estratega, el organizador, el que mira los partidos desde la tribuna. El que jugó. El que no quería desprenderse de la pelota. El que nunca se retiraba. El que sufrió el retiro. El que mira y llora como un nene. El Trinche. El futbolista que nunca dejó de serlo, porque no fue lo mismo ser entrenador. El ídolo retirado que nació en abril de 1948 en Rosario y jugó 236 partidos en Central Córdoba y pasó por Flandria, Independiente Rivadavia de Mendoza, Deportivo Maipú y Colón. Aunque pareciera que nunca se fue de Central Córdoba. En el ’73 ganó el torneo de Primera C. En el ’82, el octogonal para ascender a la Primera B. El Trinche es fútbol vistoso y ofensivo.

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El periodista e historiador del club, Julio Rodríguez, dice que el menottismo comenzó en Central Córdoba: Miguel Antonio “el Gitano” Juárez, del que César Luis Menotti era ayudante, se inició como entrenador en el club en 1968. Es el paradigma de Gabino Sosa, de la Mata y “el Torito” Aguirre; y el Trinche como una marca temporal. En la era post-Carlovich aparecen Andrés Radicce, el que más jugó en AFA y ganador de dos campeonatos; y Daniel “el Pato” Núñez, el máximo goleador en AFA. Pero el Trinche es ese ejemplar único de una estirpe fugaz. Con sus crenchas, larguirucho, de buena pegada, fino y parsimonioso, es la figura del jugador del ’70: mediocampista de habilidad indescriptible, tranco largo, caños irresolubles. Personaje barrial y rebelde. Local y desinhibido. La estampa del juego perdido, el pasado sin redención, las oportunidades sin restallar. La melancolía del creador incomprendido. Las crenchas largas. El zapatazo sorpresivo. El pase imposible del amante desesperado del fútbol libre. La nostalgia que recorre la zona sur, la historia de sus olores.

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Central Córdoba se fue armando como un nudo de territorialidades, el sur en capas superpuestas. La primera sede estuvo en la Estación. Después se desplazó hasta Maipú y 27 de febrero, y más tarde llegó hasta calle San Martín. En la sede de Tablada convergen el Bajo Ayolas, Grandoli, Uriburu, Villa Manuelita, La Sexta, se cruzan las fronteras barriales, son un conjunto de identidades movedizas. La reconversión de la ciudad de las últimas décadas reacomodó su fisonomía y le asignó un lugar específico en la nueva distribución de espacios. En el sur crecen los fantasmas de la narcocriminalidad que abonaron las políticas secutiristas que se dirigieron con especial énfasis a ese sector de la ciudad. Para el sur fueron los desembarcos de gendarmes, el merodeo de las fuerzas federales, los controles y disciplinamientos más directos.

La comercialización del fútbol-espectáculo estampó su impronta en las ligas rosarinas. Solo llegaron Newell’s y Central. Los demás clubes quedaron relegados a un segundo plano, reducidos a su sobrevivencia barrial. Y la crisis se hizo una reincidencia: destrucción de lazos y vertiginoso giro hacia la privatización. Lucro televisivo, grandes transferencias, dinero despilfarrado. Descolectivización

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del fútbol, los vecinos alejados del club. Nuevas fronteras en la ciudad. Otra vez los olores. Los muertos. La sangre. El barro. Los cuerpos sustraídos del espacio común. Otros encierros. Las balas del sur. Los operativos en el sur. Los agentes para el sur. El terror desde el sur. El club arrinconado en el fútbol para los fines de semana. En los últimos 25 años, Central Córdoba prácticamente fue vaciado. Se quedó casi sin gente y sin infraestructura: el estadio Gabino Sosa como emblema solitario, las vías sin pasajeros, las barriadas acorraladas, los pibes asesinados.

Hasta se despedazó la pileta que desde 1968 había sido un punto de reunión y encuentro en el barrio. Recién en 2018 pudieron recuperarla.

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Una comisión de jóvenes intenta reapropiarse de las instalaciones, hacer espacios y posibilidades de encuentro. Afuera: gendarmes se distribuyen, se dividen las zonas, la Guerra contra el Narcotráfico tiene su capítulo rosarino que mantiene los índices de homicidios con brotes y rebrotes. Y Tablada siempre en lo alto de las listas aterradoras. El sur como signo del miedo en la Rosario paralizada por la sangre. Los medios que señalan, etiquetan y desalojan. La guerra en las inmediaciones, los barrios acordonados, el club desmembrado y el fútbol como ese sueño imposible. Central Córdoba quedó como flotando en un punto intermedio: sin el arraigo comunitario y territorial de los clubes más chicos, se lo consideró uno de los grandes afiliados a AFA; sin embargo, nunca tuvo los recursos y las posibilidades de los dos grandes de la ciudad. El salto del ’50 quedó trunco, es la ilusión eternamente postergada. El fútbol cambió. La ciudad cambió. El barrio cambió.

Ahora el club parece una pintura colgante, un friso suspendido: barrios cortados y reenlazados, zonificaciones, fuerzas federales. El club de Tablada. El sur rosarino en la narrativa del pánico. Olor.

En 2008, el periodista Cecilio Flematti quiso realizar un reality show con la experiencia del club emulando el programa Atlas, la otra pasión. El nombre ideado era Central Córdoba, causa ciudadana. Para nutrir el gran elenco llegó como entrenador Silvio Carrario, exjugador del club, y se habló de incorporaciones resonantes.

La causa ciudadana finalmente no fue televisada: el club costeó todas las pérdidas y salió con una deuda abultada. En 2010 el equipo descendió de categoría y los

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socios, de a poco, dejaron de asistir; actualmente, también de a poco, se recupera la cantidad de gente que entra y sale de la sede, a duras penas hacen revivir la actividad social en un barrio incrustado en los relieves de la crisis.

Es el envoltorio de los nuevos tiempos, la zona sur delimitada como territorio peligroso. Los gendarmes. El verdugueo. Los operativos. Las balaceras. Los policías y la silueta de los pibes en la calle. El viejo que pedalea. Ésta apariencia de tranquilidad a las dos de la tarde. La avenida San Martín sin luces y las callecitas que se vuelven cada vez más difusas. La sombra de la Estación. El olor del basural. Las tabladas del matadero. Los patrulleros. Las villas de la nueva Villa. La periferia de la ciudad. Las calles desocupadas. Los vaciaderos. Las movilizaciones del ’45. Las oleadas reclamantes saliendo del sur. Los olores en la ciudad. Los “blancos no-indios” y los indios calchaquíes. Los que escapaban de los ataques.

La genealogía plebeya de la ciudad, zona sur. La virgen de los indios. Las canchitas del ferrocarril. Las caños de ida y vuelta del Trinche. A esta hora de la tarde, en el salón de la sede no hay nadie. Las sillas arriba de las mesas y el concesionario haciendo números a un costado del mostrador. Aire de fiesta terminada. Aunque es cierto: mientras se camina no se siente ese olor fuerte en el aire. Hay olor a árboles, al humo de los autos y las motos, a la transpiración de las baldosas, a la fumarada de los colectivos y el vapor de las casas. Pero antes había olor a animales muertos.

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La gloriosa estrella de la maĂąana Por AnahĂ­ Lovato | Fotos: Franco Trovato

La gloriosa estrella de la mañana Por Anahí Lovato | Fotos: Franco Trovato

Dale arquerito que estás llegando tarde, grita el profe desde la medialuna del arco.

El nene viene vestido desde la casa. No tiene más de siete años. Trae los guantes puestos, las medias bien estiradas encima de la rodilla y una camiseta verde con una estrella blanca en el pecho. Sin saludar, baja corriendo de la moto y enfila hacia la cancha. Los tapones de los botines repiquetean en el piso de portland. Sus compañeros de categoría llevan un rato precalentando. El profe acomoda una línea de conos fosforescentes. Se dispone a comenzar la práctica en la cancha de siete.

Al lado, otro grupo de niños futbolistas atiende las órdenes de otro DT. Los separa un tejido. Más allá, en la cancha de once -donde el piso es de pasto y cascote y el fútbol es otro deporte- entrena la tercera. Todavía no consiguieron victorias en el torneo. El técnico está convencido de que a los pibes les está costando asentarse en la nueva división y eleva las exigencias. Una pelota mal despejada vuela de este a oeste, salteando categorías y aterriza en la última cancha. A las seis de la tarde del martes, el club es el sitio más popular del barrio: un revoltijo de ilusiones.

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Para llegar a Morning Star hay que pasar por debajo del viaducto Avellaneda.

Según la Real Academia Española, un viaducto es un puente que se eleva sobre una hondonada. Sin embargo, a los latinoamericanos, un viaducto nos sirve, en

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general, para acelerar el tránsito urbano, conectando dos puntos de la ciudad. En Rosario, más exactamente, la avenida Avellaneda se eleva sobre el patio de maniobras del viejo ferrocarril Mitre. Conecta el centro con el norte y el norte con el centro desde 1972. A partir de ese año, para los socios de Morning el viaducto Avellaneda fue el límite de casa. Para los pibes, hoy es el campito donde van a trabar cada pelota como si fuera la última, el terreno donde no se les planta nadie.

Por eso en el fondo del club, detrás del arco que da a Mercadito, el club vecino, los jugadores de la primera blanquearon con cal todo el largo del tapial y pintaron con letras gruesas el capo del viaducto. En medio de las letras, un gran escudo verde con las siglas del Deportivo Club Rosario Morning Star. Dentro del escudo, la Estrella de la Mañana.

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A las seis de la tarde en punto Facundo Parrino llega al club. Pasa debajo del enorme cartel de chapa que oficia de bienvenida al predio de Bordabehere al 4200, pasando el viaducto, a un costado de las vías. El letrero es imponente y está abarrotado de información, aunque hay un lema que se destaca: Primer Campeón Argentino del Fútbol Rosarino. Para quien no conoce la historia, así, a priori, el mensaje es difícil de comprender. Hasta paradójico. A continuación, hay una lista de apellidos campeones: dice Farrugia, Consiglio, Yúdica. Son los jugadores de 1952, del tiempo en que los pibes eran purretes. Llevan varios años pintados en el cartel, erguidos, resistiendo a los estragos del viento.

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Parrino tiene 34 años y dirige la primera división de Morning. Camina con el andar particular de los profes de educación física, siempre con un bolso deportivo a cuestas, vistiendo un pantalón de entrenamiento. Los titulares de los diarios locales lo mencionan como un técnico joven y destacado que se proyecta al futuro.

Casi sin darse cuenta, Facundo pasa debajo de la historia.

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Está en el club desde el 2013. No parecen muchos años, pero son suficientes para que todo el mundo lo conozca y lo reconozca porque hace apenas unos meses levantó el trofeo más deseado por los hinchas de Morning: el del ascenso a la primera división del fútbol rosarino.

Morning siempre fue un club de primera, explica Facundo. El problema es que llevábamos seis o siete años en la B y no podíamos ascender. En el 2015 se nos escapó un ascenso y fue terrible. Perdimos un desempate. Estuvimos muy cerca.

Pero el club tiene un proyecto ambicioso, así que para reponernos empezamos a buscar herramientas, a concentrarnos en los detalles. Y en el 2017 tuvimos la fortuna de ser protagonistas y coronar, relata el DT, como si las tácticas del ascenso hubiesen sido parte de una minuciosa partida de ajedrez. No es para menos: en octubre de ese año, tres fechas antes de la finalización del torneo de segunda división, el plantel de Morning selló el ascenso. Y el público deliró.

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El torneo de máxima división del fútbol rosarino lleva el nombre de un ex gobernador santafesino: Luciano Molinas. Lo juegan aquellos clubes afiliados a la Asociación Rosarina de Fútbol. Este año, el recientemente ascendido Morning Star se disputará la gloria con equipos como Newell’s, Central, Tiro Federal, Central Córdoba, Infantil Oriental, Río Negro, Sociedad Italiana, Coronel Aguirre, Alianza Sport, General Paz, Pablo VI, ADIUR, Provincial, Unión Americana y Sportivo.

El torneo de primera división fue creado en 1931. Ganar el Molinas es una deuda pendiente para Morning, jugarlo es el sueño de todos los pibes de inferiores. Por eso, cada domingo de local, se colgarán del alambrado a esperar su turno.

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En la sala de reuniones de la comisión del club, contigua a la Secretaría, hay una camiseta encuadrada que lleva la firma de todos los jugadores y el cuerpo técnico del equipo que devolvió a Morning a su lugar: la primera división. La casaca está

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embarrada y tiene el cuello roto. Junto a la tela desgarrada, el Presidente mandó bordar una leyenda: símbolo de las batallas ganadas. *** El escudo de Morning dice 1946. Pero para el vicepresidente del club, Luis Trepat, las fechas y las explicaciones posibles son más de una. La historia oficial cuenta que Morning Star nació en octubre de 1942, en la casa de la familia Consiglio, sobre Pasaje Noruega al 3300, a unos tres kilómetros de su ubicación actual. En esa casa se juntaron varios primos, con la intención de armar su propio club de fútbol.

No obstante, fundar una buena institución requería, en primer lugar, de un buen nombre. Así fue que alguien propuso Estrella de la mañana. Tenía su encanto, pero no acabó de convencer a la muchachada. Entonces, alguien osó traducirlo al inglés. Para cuando se redactaron los estatutos sociales del club, en 1946, la decisión estaba tomada: había nacido el glorioso Morning Star.

La historia que cuenta Luis es diferente. Dice que los muchachos se juntaron en el treinta y pico y que el origen del nombre se debe a un diario comunista inglés ligado al ferrocarril. El tabloide fundado por el Partido Comunista de Gran Bretaña aún se edita diariamente en Londres. Sin embargo, para el año de fundación del Morning, la publicación llevaba otro nombre: The Daily Worker. Hasta mediados del siglo XIX hubo otro Morning Star londinense, aunque de tintes políticos pacifistas. A lo mejor, en los papeles, esa historia no se quiso contar, hipotetiza el vice de Morning. Algunos años después, la historia cuenta que Perón y Evita se volvieron hinchas del verde del viaducto de Rosario. Entonces las cosas llevaron otro rumbo. ***

El domingo a la tarde, mientras espera la hora del partido de la primera de Morning, un hombre repasa con la mirada la vitrina de orgullos del club, sobre una de las paredes del buffet. Es una estantería de tres pisos, vidriada e iluminada con tubos fluorescentes, la que protege una serie de copas, trofeos, medallas, fotos enmarcadas, recortes de diario y camisetas de varios colores.

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El hombre tiene a su hijo en brazos y lleva un rato detenido frente a la vitrina, mirando fijamente la casaca de Comunicaciones. ¿Ves? Ese de la camiseta amarilla jugaba con papá, le cuenta al niño. La prenda tiene un mensaje grabado con fibrón: Para el club de mis amores. Eternamente agradecido. Lleva la firma de Diego Montiquín, un jugador surgido en las inferiores de Morning, nacido en 1978, que consiguió llegar a clubes como Sarmiento, Tigre, Almirante Brown, All Boys, Atlanta y Comunicaciones de Buenos Aires, un equipo que milita en la tercera categoría del fútbol argentino. Con una mezcla de orgullo y nostalgia, el hombre mira esa camiseta y deja escapar un suspiro.

Junto a la camiseta de Montiquín hay una de la reserva de Unión que perteneció a Leonel Rodríguez, dos casacas del Siena de Italia con las estampas de Maximiliano y Federico Re, una camiseta de Central con el nombre de Vitamina Sánchez, otra de la selección argentina que dice Ruiz Diaz y varias camisetas verdes de diferentes décadas.

De todas las camisetas exhibidas, una de las más queridas es la de Ignacio Boggino, el barbudo defensor de Temperley. Después de Morning, Nacho pasó por Central, Arsenal y Patronato. Tiene 32 años y 10 goles en primera división. Los hinchas le guardan especial cariño porque Nacho es de los que vuelven. Cada vez que puede, se llega al club a comer un asado, a ver algún partido, a visitar el vestuario para charlar con los jugadores. Sigue relacionado con el club, pregunta, se interioriza, explica Facundo Parrino y aprovecha a destacar que, en general, los pibes de Morning son muy apasionados, muy futboleros.

Entre divisiones infantiles y mayores, Morning tiene 27 equipos masculinos. Unos 500 pibes, a partir de los 6 años de edad, entrenan hoy en Morning Star: un semillero donde los directivos confían en encontrar muchos Bogginos, Vitaminas y Montiquines. Sentado en las gradas, mirando atentamente cada entrenamiento de su pibe, todo padre cree ver también destellos de Messi, de Angelito, de Maxi Rodríguez. ***

En 1948 la Fundación Eva Perón organizó los primeros Campeonatos Infantiles de Fútbol, que rápidamente incorporaron otras disciplinas deportivas para trans-

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formarse en los Juegos Nacionales Evita. En sus primeras ediciones, congregaron a cientos de miles de niños de todo el territorio nacional.

La iniciativa del peronismo buscaba la inclusión y la promoción social del deporte.

Junto a Eva Perón, el Ministro de Salud Ramón Carrillo tuvo una participación muy importante en estos eventos puesto que, por primera vez, muchísimos niñas y niños fueron incorporados al sistema de salud a través de revisaciones médicas.

Los Juegos Evita se convirtieron así en una experiencia masiva inédita en todo el continente y, extraordinariamente, quedaron marcadas a fuego en la historia de un pequeño club rosarino: el Morning Star.

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En 1952 la cancha de Morning era un terrenito en la esquina de Pellegrini y Crespo, aunque su nombre había alcanzado los oídos de todo el país. Cuando los pibes eran purretes, en los Juegos Evita del 50/51, Morning se coronó campeón rosarino de fútbol, luego campeón santafesino y, finalmente, sub-campeón argentino. Al año siguiente, el equipo dirigido por Salvador Consiglio -uno de aquellos primos reunidos en la casa de calle Noriega- redobló la apuesta. Y los purretes ganaron. Y ganaron. Y volvieron a ganar.

El 15 de marzo de 1952, el Presidente Perón dio el puntapié inicial al último partido de los Juegos Evita. Los de Rosario, representantes de Santa Fe, enfrentaban a Arsenal, representante de Buenos Aires, con el estadio Monumental repleto. Entonces, Morning Star levantó la copa más importante de toda su historia.

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Hoy la cancha de Morning se recuesta sobre las vías. A las cuatro de la tarde del domingo, un grupo de pibes ata una bandera verde en el alambrado. Dice Ludueña se viste de fiesta. El sol pica en los ojos mientras los hinchas del capo del viaducto se acomodan entre la tribuna, los tablones y las silletas.

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Con la cinta roja en el brazo izquierdo, el capitán de Morning sale del túnel que conecta con los vestuarios. Entra a la cancha besando el pasto y se persigna. Detrás, todo el equipo viene trotando. Corren hasta el centro del campo de juego y se detienen a saludar al público local, aplaudiendo y levantando los brazos.

Unos minutos antes, adentro del túnel, hubo una arenga fuerte. Alguien gritó que tenían que trabar con todo. Que por cada camiseta de ellos tiene que haber dos nuestras, vociferó después. Así salió Morning a jugar su primer partido de local en el Molinas 2018. Era la vuelta a primera, en casa, contra Provincial.

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Un defensor de Morning se arquea, aprieta los dientes y contrae los abdominales para sacar con fuerza el lateral, lo más lejos posible. Detrás de la parábola que describe el balón está el alambrado, con sus banderas verdes colgadas. Más atrás, los carteles publicitarios del viaducto ofrecen todo para tu casa, a precios súper rebajados y a solo tres minutos en auto. Con cierta frecuencia se distingue el paso de una línea amarilla de colectivos que va hacia el norte. Por encima del viaducto, como panópticos del movimiento de toda una ciudad, se yerguen las Dolfines.

Son 45 pisos de cemento y vidrio: torres gemelas de 137 metros de altura que reflejan el sol con toda su intensidad. Están paradas allí, como referencia ineludible, desde 2010. Visibles desde cualquier punto de Rosario. Los edificios más altos del interior del país, se vanagloriaron durante cierto tiempo las empresas inmobiliarias que estuvieron detrás del proyecto.

Sentada en un silloncito de camping, pegada a la línea de cal de la cancha de Morning, una señora las observa, desde su lejanía y ajenidad. Un silbatazo del árbitro la despabila y rápidamente la señora abandona la ensoñación para estrellarse contra la realidad de un foul que no fue. Y putear con voz ronca: en soledad, primero; luego acompañada por el desafinado coro de improperios que baja de la tribuna. ¿Penal? ¡Qué cobrás, hijo de puta! ***

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La mala fortuna de salir a trabar con todo deja a Morning Star con un jugador menos a escasos cinco minutos de empezar el partido, cuando el equipo de Facundo Parrino apenas empezaba a afirmarse en el campo. Roja directa: la tarde se pone negra. Camuflado en la tribuna, el presidente del club se agarra la cabeza. Los comentarios de los hinchas siembran un manto de dudas sobre las capacidades del arquero local. Sin embargo, públicamente, deciden animarlo con vehemencia.

El delantero de Provincial acomoda la pelota en el punto del penal y toma carrera con ganas de romperle el arco a su rival. Suena el silbato y el disparo sale con fuerza, algo esquinado, hacia la derecha del arquero que hace un esfuerzo y se estira para mandarse tremenda atajada. La tribuna de Morning explota al grito de vamos carajo, y enseguida se acuerda del fallo arbitral y de toda su parentela. A los cinco minutos del primer tiempo, con un jugador menos para todo el partido, en la cancha de Bordabehere y Valparaíso hay esperanza.

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Desde los balcones de las Dolfines, nadie posó su mirada sobre el arco de Morning. El mundo pasa por otro lado. Hay fútbol, sí, pero se barajan otros intereses.

Los pisos y semipisos de las torres tienen entre 155 y 390 metros cuadrados. La construcción del complejo demandó una inversión de 50 millones de dólares. En 2011, cada metro cuadrado se vendía a unos 2.000 dólares. A cotización actual de la divisa norteamericana, cada metro de Dolfines costaría unos 40.000 pesos.

42 pisos más abajo, a la altura de las barrancas del Paraná, debajo del viaducto Avellaneda, los precios son bien distintos. 90 pesos cuesta la entrada a la cancha para ver al equipo de primera en el Molinas. 100 pesos mensuales pagan los jugadores del baby e infantiles para entrenar en Morning, a modo de cuota deportiva.

550 pesos cuesta la última edición de la camiseta del verde, fabricada por Kion Argentina, una marca dedicada a producir ropa deportiva para equipos del ascenso.

Con esos ingresos, la administración de Morning hace malabares para abrir diariamente el club y disponer de los utensilios indispensables para la práctica de fútbol.

El complejo Maui -la torre que acompaña a las Dolfines y que también asoma en el horizonte de Morning- es electrodependiente. No utiliza gas natural, todos sus

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servicios obedecen al suministro eléctrico. Según el diario La Capital, el consumo eléctrico de estas viviendas de alta gama es casi igual al de la ciudad de San Lorenzo.

Debido a los aumentos excesivos de las tarifas de los servicios de luz y agua y a la quita de subsidios del gobierno nacional, muchísimos clubes de barrio de Rosario estuvieron en riesgo de desaparición. Morning fue uno de ellos. Hasta que llegó el salvataje de la Provincia, la situación en el viaducto era desesperante: las cuotas de los socios no alcanzaban para pagar las cuentas y las boletas vencidas no paraban de acumularse en los escritorios de las sede social.

Rosario es una ciudad hecha de contrastes. *** Una vez Néstor Apuzzo, el técnico de Huracán, me dijo que sólo llega a primera el 1% de los pibes que practican fútbol -recuerda Luis, el vicepresidente de Morning- Es muy duro. *** Según el sitio alemán transfermarkt, especializado en el negocio del fútbol, en octubre de 2017 el pase de Ignacio Boggino costaba 250.000 euros. De haberse vendido en esa cifra, en aquella oportunidad, la totalidad del dinero no hubiese alcanzado para comprar el departamento más pequeño de las Dolfines.

El fútbol también está hecho de contrastes.

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Sin advertir la relevancia del suceso deportivo que tiene lugar este domingo en cancha de Morning, un perro duerme en la puerta de la utilería, custodiado por

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algunas moscas. Mientras tanto, en la cancha, el pitido arbitral se confunde con el silbato de un tren.

A comienzos del siglo XX, el tendido de líneas ferroviarias terminó por diseñar el mapa urbano del país, con su asombrosa capacidad de conectar algunas regiones y aislar otras, para siempre. Con más de 47 mil kilómetros de vías, Argentina llegó a tener una de las redes ferroviarias más importantes del mundo, ostentando incluso la distinción de ser la más extensa de Latinoamérica.

La demanda de mano de obra ferroviaria motivó migraciones, traslados de población y hasta fundaciones de pueblos que giraron en torno al ir y venir de los trenes. Los primeros durmientes, las primeras estaciones, los primeros talleres ferroviarios fueron montados por capitales británicos. En particular, muchos clubes del fútbol argentino fueron creados por obreros del ferrocarril que se juntaban en algún terreno baldío contiguo a las vías para jugar a la pelota. Así nació, por ejemplo, el Central Argentine Railway Atlhetic Club: más adelante, Rosario Central.

Y el mítico Ferro Carril Oeste, de Buenos Aires. También Central Córdoba, el charrúa rosarino, que en 1906 tomó el nombre de la empresa para la que trabajaban sus fundadores: The Córdoba and Rosario Rallway A.C. Muy probablemente, entre tantos ingleses pampeanos circulaba también la prensa británica y hasta puede que en algún barco transatlántico europeo viajaran los ejemplares del Morning Star que, según las conjeturas del vice, habrían dado el nombre al verdolaga del viaducto.

Créase o no, aún sin evidencia suficiente para descartar o confirmar las hipótesis en torno al nombre inglés, la historia de Morning sigue atada al vaivén de las locomotoras que cruzan el país.

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La foto tiene más de 50 años y está apenas coloreada. Es cuadrada y está enmarcada en la vitrina de glorias de Morning, junto a un trofeo coronado por el escudo justicialista. La imagen muestra a 19 personas corriendo por el pasto. Sonríen eufóricos y llevan el puño en alto. 15 de ellos son adolescentes, casi niños. Están vestidos con la indumentaria deportiva de la época: una camisa verde, abotonada,

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con cuello blanco, y un pantalón blanquísimo y estrecho, de tiro alto, ceñido a la altura de la cintura. Los cuatro adultos de la foto, en cambio, llevan ropa de vestir y zapatos, los pantalones todavía más altos, menos pelo y algún bigote. En primera fila, uno de los purretes fotografiados lleva una pelota de cuero marrón a la que no se le distinguen las costuras.

En el lunfardo argentino, la palabra purrete -inmortalizada por varios tangos porteños- se utilizaba para nombrar a aquellos niños estirados, alargados por la pubertad. De patas largas y andar torpe, los purretes de la foto de Morning son exactamente eso: niños estirados.

La apertura del cuadro de la foto no deja adivinar nada del contexto. Sin información complementaria, los purretes bien podrían estar festejando en el patio trasero de una casa. Pero no: el cesped que los sostiene es el del Estadio Monumental, la casa de River Plate, que en 1952 aún era conocido como La Herradura.

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La historia cuenta que Evita y Perón se hicieron hinchas de Morning. En realidad, más ella que él, dice Marcelo Rodríguez, el presidente del club. Está sentado frente a una mesa de bordes redondeados, en la habitación contigua a la secretaría, donde se improvisa una sala de reuniones para resolver temas urgentes. El cuadro con la camiseta rasgada del ascenso 2017 cuelga de la pared del fondo. En una esquina se apilan varias cajas de indumentaria verde. Un miembro de la comisión directiva las revuelve. Busca medias y camisetas para los jugadores de inferiores que se estrenan hoy en el entrenamiento de Morning.

Cuando las cosas van bien, el club crece. Y Morning parece haber entrado en el círculo virtuoso del flamante campeón. Tener al equipo mayor jugando en primera atrae más pibes a las inferiores. Marcelo está orgulloso de ese proceso, aunque le preocupa que el club les está quedando chico. Las prácticas de fútbol comienzan cada día a las 14.30 hs. y terminan muy tarde, bien entrada la noche. Todas las canchas están ocupadas y, aún así, cada tanto, la secretaria interrumpe el relato de Marcelo para alcanzarle una pila de documentos que firmar: fichajes de pibes

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nuevos que comenzarán en su carrera futbolística en el viaducto. Si alguno de ellos llegara, si acaso su apellido resonara en el altavoz de un club grande de Argentina, si cruzara el charco para calentar, aunque fuera, el banco de algún estadio europeo, entonces esa ficha sería desempolvada para colgarse en la sección estrellas rosarinas de la web de la Asociación Rosarina de Fútbol, donde hoy se luce, por ejemplo, el primer fichaje de Ever Banega en el Club Infantil Oriental, en 1993.

También el de Martín Demichelis, fichado en 1986 por el Renato Cesarini y el de Angelito Correa, jugador del Atlético de Madrid, fichado en 2005 por Tiro Suizo.

Franco Di Santo -actualmente en el Schalke 04 de Alemania- se inició en el mismo Tiro Suizo dos años antes. Y Damián Díaz en Juan XXIII. Nunca se sabe: entre las fichas que firma apurado Marcelo en Morning, un lunes de marzo a la tardecita, puede haber algún crack.

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El encanto de Eva Perón con Morning Star se terminó de sellar en 1952. Era la cuarta edición de los Juegos Evita. El equipo rosarino venía pisando fuerte en todas sus ediciones, logrando el reconocimiento nacional. Aquella tarde de otoño, en la cancha de River, llegaría finalmente la consagración.

Las fotos de la prensa de ese día muestran a Perón distendido, con el traje desabotonado, mirando el partido desde el palco. Evita lleva el pelo recogido en un rodete y un trajecito sastre entallado, de color claro. Puede que la abanderada de los humildes haya sido conquistada por la casaca verde de Morning, igualita a la camiseta del Sarmiento de Junín, su ciudad natal. También puede que haya sido la tenacidad, la insistencia y el coraje de esos muchachos rosarinos que, bajo las órdenes de Salvador Vila Consiglio, gambetearon adversidades en la cancha de Vélez, de San Lorenzo, de Racing, de Boca. O pueden haber sido todas esas razones juntas las que llevaron a Evita a hacerse hincha de Morning.

En el estadio de River, ante una multitud que aplaudía y vitoreaba el triunfo, Rubén Farrugia alzó el trofeo mayor de los Juegos Evita. La propia Eva se lo entregó.

Sin embargo, existía en el equipo rosarino un asunto que incomodaba a la primera dama. Entonces, Evita le susurró a Farrugia un pedido especial: castellanizar el

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nombre inglés del club. A partir de ese día, el primer campeón argentino del fútbol rosarino pasó a ser conocido públicamente como el club Evita Estrella de la Mañana.

Evita le prometió a los muchachos construir tribunas de cemento para el club. Y muchos de los jugadores campeones consiguieron trabajo en el ferrocarril gracias a Perón, recuerda Luis. Pero Evita falleció algunos meses después de hacer su promesa. Y a Perón lo derrocaron en 1955. Cuando la aviación naval bombardeó la Plaza de Mayo, llevar un nombre peronista comenzó a transformarse en un gran problema.

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En el fútbol amateur no hay alcanza pelotas. Cuando la pelota se va lejos, puede que le toque a un jugador del banco salir corriendo a buscarla. El domingo en Morning, con un futbolista menos desde el minuto cuatro del primer tiempo, el verde del viaducto se defiende como puede ante las arremetidas de Provincial. La pelota se revienta seguido y el público sufre. ¿Dónde habrá caído esa? ¿en Mercadito?, se pregunta un hombre canoso mientras fuma compulsivamente. En poco tiempo, el central revolea otro bochazo. Peeeero. Tenemos cuatro pelotas y ya tiraron tres a la vías, se queja el espectador. Entonces el propio entrenador de Morning abre la puertita de rejas y se interna corriendo entre los vagones del Nuevo Central Argentino para recuperar la pelota del club.

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En 1952, el Evita Estrella de la Mañana, campeón nacional, era un orgullo para Santa Fe. Ese año, sus jugadores fueron invitados a acompañar a la delegación de atletas argentinos en los Juegos Olímpicos de Helsinki, embarcándose en una travesía inolvidable que duró dos meses. El club no tenía terrenos propios, pero el gobierno provincial había decidido premiar a los campeones con la cesión de un

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espacio adecuado para los entrenamientos. Sin embargo, la burocracia enfrió la celeridad del trámite.

Tres años después del campeonato, Perón fue derrocado y las promesas peronistas se desvanecieron en el aire. Entonces, por si quedaba alguna duda, alguien se encargó de informar al obispo y al intendente de Rosario que en ese club de camiseta verde eran todos peronistas y la cesión del terreno se torció definitivamente. Sin las tribunas de cemento y con el General exiliado, el Evita Estrella de la Mañana se convirtió en un perseguido político.

Según cuenta Luis, el vice de Morning, quienes finalmente recibieron las tierras fueron los dirigentes del Juan XXIII. A Morning, en cambio, le tocó deambular de cancha en cancha durante mucho tiempo. El club sufrió muchísimo la proscripción del peronismo y las persecuciones, rememora Luis. Por eso Morning no consiguió nunca nada y todavía seguimos en la misma lucha por los terrenos.

Procurando menguar las consecuencias negativas del pedido de Evita, la dirección del Estrella de la Mañana intentó borrar algunas huellas fusionándose con el Deportivo Club Rosario y recuperando el original Morning Star. Tras un acuerdo con el Club Alba Edison consiguieron luego asentar la institución en el predio que hoy ocupa, en Valparaíso y las vías. Muchísimas años después, en 2018, los expedientes de cesión de terrenos para Morning siguen sin avanzar.

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El día del ascenso, la cancha rebalsaba. Estaban todos los chicos de inferiores, todas las familias, era un marco que no esperábamos, cuenta Facundo, el DT de Morning. Cuando el equipo salió a la cancha, apenas se podía ver a los jugadores entre las nubes de humo verde de las bengalas y los miles de papelitos blancos que llovieron desde la tribuna. Ludueña estaba ahí, con su estrella en el pecho, ansiando volver a primera. La campaña había sido tan buena que a Morning la alcanzaba un empate para ascender tres fechas antes de la finalización del torneo.

Llegaban al partido sin conocer la derrota, con la valla invicta y una treintena de goles convertidos. Las expectativas estaban cada día más anchas y el equipo no

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las traicionó: fue cero a cero contra Tiro Suizo pero bastó para que todo el mundo corriera a abrazarse al círculo central, a los saltos, en cueros, revoleando las camisetas. Ese día la cancha de Morning fue pura polvareda y llantos.

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La palabra tatuaje proviene del samoano tátau: marcar o golpear dos veces, en referencia al método utilizado para grabar los diseños tribales en la piel. Para las antiguas culturas de la Polinesia, los tatuajes tenían una función estética: adornaban el cuerpo, aunque también influían cierto halo de respeto y jerarquía a la persona tatuada. La práctica de tatuar se usaba además para señalar el alcance de la madurez en el crecimiento de los más jóvenes.

El año pasado, cuando Morning salió campeón del Torneo Pinasco y ascendió a primera división de la rosarina, buena parte del plantel decidió hacerse un tatuaje; una marca indeleble y compartida. Rápidamente, el Presidente del club se sumó a la propuesta. Ahora, la pantorrilla izquierda de Marcelo luce una estrella verde con dos fechas grabadas: la del ascenso y la del campeonato de 2017.

Un tatuaje modifica la piel para siempre. Un ascenso con Morning, también.

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¿Sabés qué? Hace poco apareció la copa del Evita. De casualidad. La encontraron haciendo una remodelación, en la rosarina. Es enorme. Está toda sucia, ennegrecida y le faltan cosas. Decían que tenía incrustaciones de diamantes, pero ya no están. La vamos a mandar a pulir y restaurar, cuenta el vicepresidente de Morning. Cuando eso ocurra, será necesario mandar a construir una nueva vitrina donde exhibirla, en el buffet, junto a las fotos de tantas generaciones de niños de remera verde, levantando trofeos en varios potreros. Junto a las camisetas de

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Boggino, de Ruiz Diaz, de Vitamina Sánchez, de Montiquín. Junto a las marcas indelebles de esos poquitos años en los que el Morning Star supo estar orgulloso de llamarse Evita Estrella de la Mañana. Porque en el viaducto, los más viejos todavía saben perfectamente que los mejores días siempre fueron peronistas.

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La alegría del gol de Gabito Aguirre dura poco. A pesar de revolear varias pelotas a las vías, a Morning le resulta difícil aguantar todo el partido con un hombre menos.

Lo perdemos nosotros, al partido lo perdemos nosotros, se enojan en la tribuna cuando suena el silbatazo final. Es la segunda fecha del Molinas y Morning cae frente a Provincial por 2 a 1, un traspié en el torneo de primera división que seguirá luego con empate de visitante en cancha de Newells. Sin embargo, en Morning tienen la cabeza en otra cosa. Se aproxima un partido muy importante: un repechaje para entrar a jugar la Copa Santa Fe 2018.

En la edición anterior, Alianza Sport llegó a disputar el cruce de octavos de final frente a Rosario Central, en el Gigante de Arroyito. Fue un partido de contrastes: un plantel de profesionales que cobran abultados sueldos por dedicarse exclusivamente a desarrollar sus capacidades futbolísticas enfrentó a un grupo de obreros que sale del trabajo a las cinco de la tarde y junta las últimas fuerzas para entrenar en un potrero de zona sur. Y fue mágico.

Morning Star quiere alcanzar el mismo sueño. Y superarlo. Para eso, deberá vencer primero al rival que el domingo le metió dos goles en su cancha: el Club Atlético Provincial. Por estos días, los verdes del viaducto entrenan ansiosos, contando las horas para el repechaje. Los campeonatos perdidos en los juegos Evita y los frustrados ascensos al Molinas lograron enseñarles la lección: hoy saben que el fútbol siempre da revancha.

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Donde habita la vida Por MartĂ­n Stoianovich | Fotos: LucĂ­a Greco

Donde habita la vida Por Martín Stoianovich | Fotos: Lucía Greco

Deben haber estado tirando ideas como piedritas al arroyo, acaso como surgen muchas de las grandes historias. Ese día equis de mil novecientos cuarenta y pico la idea de abrir un club no se perdió entre las otras. Se distinguió, brilló, se mantuvo. Y se concretó un 21 de enero de 1944. Un grupo de chicos formado en su mayoría por hijos de accionistas y empleados de la Cooperativa Limitada Eléctrica Anexo Rosario, que abastecía de electricidad a la zona, conformó ese día la primer comisión directiva, aunque provisoria, que dio nacimiento al Club Social y Deportivo Juventud de CLEAR. - De toda esa generación no queda ninguno.

Dice Ernesto, que tenía unos cinco años cuando se puso aquella firma inaugural.

Pelo negro contundente estilo carmela, flaco y jovial, toda la vida en barrio Saladillo. Sobre Ernesto a sus 79 años recae el buen peso de ser el socio más antiguo de CLEAR. Y se hace cargo muy bien de sus honores.

Ernesto Fakyn está sentado en una de las mesas blancas de marcos y patas rojas que tiene el club en su cantina. La noche, de otoño joven con caprichos de verano, lo seduce a pedir un Gancia con soda y hielo. Lo rodean Ricardo Sliuzas, Rubén Melgarejo, Alfredo Monzón y Raúl Rodríguez, que toman cerveza y gaseosa. Pasaron por este club y se sentaron en esta cantina siendo niños inocentes, adolescentes atrevidos, jóvenes rebeldes, adultos responsables y ahora viejos. Pero con espíritu, o lo que sea ese sentimiento que transmiten al asemejar a la vida social del club con la vida misma.

Esta historia, nobleza obliga, podría -debería- haberla escrito Alfredo Monzón. Es el historiador de Saladillo y en su libro sobre el barrio cuenta lo que ahora repite casi textualmente en la mesa. El presidente de aquella primera comisión directiva

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provisoria fue Carlos Hernández y su vice fue Carlos Fessia. Con ellos se organizaron asados, torneos de fútbol y varias otras actividades para juntar los primeros mangos necesarios para seguir dándole sentido y viabilidad al proyecto. Con ellos se elaboró el primer estatuto del club y varios años después, el 29 de agosto de 1957, se compró el edificio que hoy es la sede en Lituania 5337. Para concretar la compra los directivos y socios vendieron bonos de cien pesos, una suma importante por entonces, que compraron la mayoría de vecinos a modo de solidaridad muy entusiasmada. El boleto de compra y venta -dice y escribe Monzón- vino con la condición de que en el club quedara al menos un cuartito para que la colectividad húngara, antiguos dueños del lugar, se pudieran seguir juntando.

No es casual ni que en el Saladillo estuviera la colectividad húngara ni que la calle donde está el club hoy se llame Lituania. Las primeras tres décadas del siglo veinte pasaron con la transformación del barrio Saladillo profundizada por la migración.

Fue el frigorífico Swift la principal atracción que desde su inauguración en 1924 reunió el interés de inmigrantes europeos. Llegaron checoslovacos, polacos, lituanos, ucranianos, yugoslavos, sirio libaneses y griegos a acompañar a los españoles y sus descendientes que ya hacía algunos años habían desembarcado.

- El frigorífico llegó a tener 12000 obreros trabajando 24 horas al día en tres turnos.

Dice Monzón con el libro abierto en su mente. De esos miles de obreros, muchos eran inmigrantes europeos y otros venían de provincias como Corrientes, Entre Ríos y Chaco. Cuenta Monzón que la distribución de roles era una cuestión pensada. Una decisión estratégica.

- De acuerdo al lugar de origen los repartían. A las cámaras frías iban los polacos, ucranianos y lituanos. Venían de países con inviernos muy rigurosos y en la cámara fría con 25 grados bajo cero ellos estaban en primavera, exagera con certeza el historiador.

Y a los correntinos, entrerrianos y chaqueños los mandaban a despostar porque eran buenos con los cuchillos y a los corrales porque eran mejores todavía jineteando. Así comenzaron a instalarse en el barrio: los argentinos de otras provincias predominaron en la zona de El Mangrullo, en el bajo Saladillo, y los europeos se desparramaron también en la zona de Pueblo Nuevo y La Isleta.

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¡Justo en el Saladillo! Donde migrantes y sus hijos venían de disfrutar desde fines del siglo diecinueve las ideas del empresario español Manuel Arijón: la construcción de los baños del arroyo Saladillo y las mansiones donde las familias adineradas iban a pasar el verano. Justo ahí fueron a parar provincianos del norte, gringos gritones y blanquitos de idiomas raros. Justo ahí se fue a instalar el Swift y sus olores.

“Este gran movimiento migratorio en el Saladillo hizo que el barrio manifestara un giro en su característica: pasó a ser aquel barrio aristocrático, de grandes mansiones cuyos terrenos ocupaban media manzana cada una, en medio de inmensos jardines, a un barrio de obreros, con gente de clase media, que construía sus viviendas de acuerdo a sus posibilidades económicas, sin muchos detalles arquitectónicos”, dice Monzón en su libro Barrio Saladillo, recorriendo su pasado.

Justo ahí, el Saladillo comenzó a ser el barrio que siguió siendo toda su vida: un barrio obrero, de obreros para obreros. La clase alta dejó sus mansiones y se mudó a otros rincones exclusivos. Y Saladillo se hizo pueblo, no solo con el Swift y sus obreros y obreras, sino también con todo lo que surgió a su alrededor para abastecer las necesidades de esos nuevos vecinos. Comedores y bares que manejaban sobre todo los griegos y españoles, tiendas y sastrerías que sostenía la comunidad judía, panaderías de rusos e italianos, y así. También se levantaron instituciones culturales y sociales, sedes de las colectividades inmigrantes que reunían las problemáticas y preocupaciones laborales y sanitarias de los vecinos. De esa forma surgieron también espacios como el que años después llevó el nombre de Club Social y Deportivo Juventud de CLEAR.

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Como palomas blancas salían del Swift los obreros y las obreras al mediodía.

Monzón metaforiza y recuerda que la actual Avenida Nuestra Señora del Rosario se teñía de blanco de trabajadores que copaban los comedores y bares de los alrededores. Trabajadores que pasaban jornadas de entre 16 a 18 horas diarias sin condiciones de seguridad e higiene, sin feriados ni descansos dominicales ni vaca-

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ciones ni jubilación ni aguinaldo. El Saladillo no era pueblo por su sola condición de obrero sino por lo que implicaba ser obrero en esos tiempos: la explotación más descarnada. Pueblo, entonces, en su alegría y en su dolor. Y en su resistencia.

Curtida por la herencia del anarquismo, su Federación Obrera de la República Argentina, su rebeldía contra la dictadura de Uriburu y su Joaquín Penina fusilado, la zona sur de Rosario se sumó a los nuevos procesos que surgieron envalentonados al calor de los primeros movimientos peronistas. En mayo de 1944 una comisión fundadora de nueve personas, todos hombres, crearon el Sindicato Industria de la Carne de Rosario. Concientizando obreros, difundiendo necesidades de derechos por entonces inexistentes, los sindicalistas comenzaron a ser perseguidos por las patronales. Amenazados, suspendidos, despedidos: cositas tan vigentes.

En 1945 Juan Domingo Perón asume a la presidencia y dos años después, en febrero de 1947, proclama los Derechos del Trabajador que finalmente toman fuerza de ley en el Congreso Nacional en marzo de ese mismo año. El trabajo, entonces, es un derecho y acarrea tantos otros: a la retribución justa, a la capacitación, a las condiciones dignas de trabajo, a la preservación de la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protección de la familia, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales. La clase obrera parece ponerse la camiseta.

Y Saladillo también.

Todavía hoy, con tanta agua corrida bajo el puente, el Saladillo mantiene esa esencia de barrio obrero con dejos de peronismo melancólico. La demostración, tan simbólica como terrenal, es el monumento a Evita que se levanta en la rotonda de la Avenida Nuestra Señora del Rosario y Lituana: una Evita de dos metros treinta, de puro bronce recolectado por el Sindicato de la Carne en la década del noventa.

Lleva un brazo en alto y en la otra mano una leyenda: “Donde hay una necesidad existe un derecho”. El monumento original era medio busto y había sido instalado en 1952, dos años después de la muerte de Evita, y llevaba un intento de flor alrededor que por sus características permitió al antiperonista hablar de gajos y por entonces, en una chicana que heredó el inconsciente colectivo, ponerle el mote de monumento a la mandarina.

- Cuando subías al colectivo para venir al barrio, siempre algún pasajero preguntaba por el monumento a la mandarina, y no te quepan dudas que uno iba a salir a corregir que es el monumento a Evita.

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Monzón explica con esta anécdota esa pica política cotidiana que todavía se sostiene. Aunque por aquellos años cincuenta era una cuestión más intensa. Con la revolución fusiladora, las dictaduras de Lonardi y Aramburu, y la proscripción del peronismo, el clima social no quedó exento de ese escenario violento. Y los ataques cotidianos tocaron también los símbolos partidarios que el peronismo había desparramado durante sus años. El busto de Evita sufrió atentados como toda la simbología peronista: obra de los comandos civiles.

En Saladillo y alrededores no había excepciones, ni para los ataques ni para las resistencias. Hasta tiene cierta esencia mitológica la anécdota de Monzón: - En la zona de Pueblo Nuevo había un busto de Eva Perón, y un comando civil de radicales y católicos lo fue a sacar. Pero había una señora, Amalia Berón, la mamá de Cristina la peluquera, que trabajaba en el sector picada de novillo del Swift, que tenían cuchillas así de grandes. Se enteró que venían los tipos estos y ella solita, con cincuenta años, se enfrentó a veinte. Se plantó adelante del busto y con la cuchilla le sacaba chispas al pavimento. Vengan hijos de puta si son machos, decía.

Y no se arrimó nadie, dice Monzón. Como esa vez en que un vecino de nombre Juan, compadre de Perón que era padrino de su séptimo hijo varón y lobizón, sacó corriendo al comando civil que quiso tirar otro busto. Don Juan se escondió con una escopeta de dos caños detrás de unos espinillos que rodeaban a los eucaliptus.

Y ahí los esperó para sorprenderlos con tiros al aire. No les alcanzaba las patas para correr y llegar al auto, dice Monzón y disfruta de la anécdota.

***

Cuando menciona a la comisión directiva de la década del cincuenta Monzón busca respuesta y la encuentra. Será la melancolía como receta para conservar la memoria o qué, pero algo hay en este grupo que hace acordar a situaciones que se ven poco pero se imaginan mucho: las reuniones con amigos de toda la vida cuando ya pasó casi toda la vida. Entonces Monzón menciona a Alejandro Alsina, presidente de la primera comisión elegida.

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- ¿Lo conociste al viejo Alsina vos? – le pregunta a Ernesto Fakyn que contesta que sí.

Y lo mismo con el policía Corazza, el viejo Castillo, Antonio Ciano que trabajaba en el Swift y vivía acá a la vuelta. El sordo Martínez y el sordo Landeira, el viejo de la sastrería de Ayacucho. Al final de la cuenta sobran todos los dedos de la mano: no queda ni uno vivo. Están ellos ahora. Son ellos la generación más antigua y seguro que con un trabajo un poco más exhaustivo podrían encontrar una anécdota y una historia a cada uno de los veintiún trofeos que reposan sin vitrina en lo alto de la cantina. Son todos de fútbol, como las dieciséis fotos de los equipos del CLEAR, de las tres divisiones veteranas que jugaron en todas las épocas: blanco y negro, sepia, y a todo color.

Si hasta Ernesto se acuerda de las carreras de sortijas en las fechas patrias cuando se festejaba durante todo el día en el club. De que cuando tenía quince se acercaba a mirar cómo los más grandes jugaban al billar. De los torneos de truco y chinchón. Y Ricardo suma los bailes de carnaval, en donde hasta tocaban los Panteras Negras, otro fruto del Saladillo, una de las primeras bandas de rock en la que incluso tocaba la guitarra Alfredo Monzón, que ha hecho tantas cosas. Si hasta recuerdan que cuando eran niños se hacían la moneda haciendo los mandados a los más grandes, que a veces no los dejaban pasar porque la timba era intensa y no cosa de niños. La memoria ha hecho en CLEAR un trabajo fino: logró que se conservaran los recuerdos de esos hechos que suceden cuando se ama la vida.

Y de la adultez los recuerdos serios.

- Todos andaban enfierrados.

Dice Ricardo Sliuzas con la descripción latente: por la noche estaban en el buffet y llegaban los vecinos militantes. Entonces desenfundaban los fierros y todo era tan natural. Cada quilombo hacían, dice y en su tono está la explicación de lo que sucedía en Saladillo, y el país, a finales de la década del sesenta.

Ricardo fue parte de la comisión directiva que asumió en 1976. Era el tesorero, manejaba la contante y sonante, cuenta. Y la historia del CLEAR durante la dictadura militar es la historia de la gran mayoría de clubes de barrio del país. El miedo vació las calles. Y los clubes. Durante sus primeros treinta años el CLEAR mantuvo como una entrada económica el aporte de concejales y diputados, que dejaron

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de aparecer cuando el gobierno de facto atacó las instituciones de la democracia.

El club, entre comisión y socios, intentó surfear la crisis económica pero padeciendo en tiempo y forma la pérdida de actividades. Ni fiestas para recaudar se podían hacer. No solo por la falta de recursos, sino, y sobre todo, por el terror.

- Acá venían siempre. Como se seguía reuniendo gente caían los milicos con armas. Nos mandaban a todos afuera y contra la pared. Era costumbre, llevaban a cualquiera en cana para justificar el operativo.

Nos tenían toda la noche.

Un día Ricardo encontró su carta: no lo detuvieron porque llevaba su maletín y se identificó como miembro de la comisión directiva. Vaya uno a saber qué bicho le picó al milico que esa explicación le bastó para dejarlo tranquilo. Después de ese episodio no se desprendió de su maletín.

El miedo, que había alejado a la gente de las calles y los clubes, repercutió en la vida cotidiana de CLEAR, que quedó vacío literalmente. De un día para el otro -rememora Ricardo- la persona que tenía la concesión del buffet se fue, se llevó sus cosas y dejó al club sin otra de sus principales entradas económicas. Y en los años siguientes, nueva democracia y joven neoliberalismo, las consecuencias del despojo económico dijeron presente.

Cuentan estos socios de siempre de los asados todos los días, de las más de cincuenta personas que llegada la noche andaban por el club llenando las mesas de chinchón y truco mientras crujía un costillar en las parrillas del fondo. Ahora, bromean, hacer un asado para tantas personas un par de veces a la semana es una utopía constante.

- A medida que fue cambiando en la sociedad la situación económica, fue cambiando la vida de los clubes, viste. En ese período los clubes del barrio desaparecieron.

Dice el historiador.

- Sin embargo este sobrevivió.

El CLEAR, a pesar de todo dice Monzón, mantuvo sus puertas abiertas. Algo lo permitió y estos hombres están convencidos que fue el fútbol. El fútbol, una liga

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amateur de veteranos de tres categorías, es una columna vertebral de la vida del club. Dicen que están seguros de que no se equivocan al afirmar que, desde que tienen uso de la razón, todos los años CLEAR se presentó a los torneos.

La cuestión económica, explica Raúl Rodríguez, tesorero de la actual comisión directiva, nunca dejó de atravesar las preocupaciones de socios y directivos. La cosa mejoró en los últimos años con una participación rejuvenecida, la cantina tiene dos televisores donde pasan los partidos, hay menú todos los días, hay varias mesas y siempre gente entrando o saliendo.

El deporte, ya no solo el fútbol, sigue siendo la columna vertebral de la institución. Las chicas de patín lograron llevar a CLEAR a una competición nacional durante el 2015. Se curtieron a base de entrenamiento en la pista que está al fondo del club, detrás de la cantina, esquivando pozos y adquiriendo habilidades que serían aprovechadas en competiciones sobre pistas profesionales. Cuando llegó el financiamiento del plan ABRE del gobierno provincial, la pista se pudo arreglar y también se construyeron baños nuevos.

Las chicas de patín mantienen sus actividades –viajes, trajes- con rifas, ventas de comida casera, y todo lo que se les ocurra a ellas y a las madres que son las que ponen el cuerpo para que CLEAR siga sorprendiendo en su nuevo fuerte. También, desde hace un tiempo, hay taekwondo y boxeo.

Y si de situaciones económicas se habla, la actual no es favorable en absoluto. La apuesta de la comisión es que los socios sigan estando en el club, aunque a veces no puedan pagar la cuota de ochenta pesos o sesenta si hacen deportes. Junto con el alquiler de la concesión del buffet y los torneos de truco para el barrio, las cuotas mensuales son la entrada económica que, al menos, sirven para hacer frente a los tarifazos que en CLEAR sobrellevan gracias a que solo pagan el cincuenta por ciento.

En CLEAR, a pesar del hoy, se respira tranquilidad. Será el peso de la historia: esa capacidad de mantenerse en pie.

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El San MartĂ­n: club social, deportivo, libre y soberano Por Laura Hintze | Fotos: Javier GarcĂ­a Alfaro

El San Martín: club social, deportivo, libre y soberano Por Laura Hintze | Fotos: Javier García Alfaro

El Club Social y Deportivo San Martín está en obras. Un cartel del gobierno de la provincia que reluce su subsidio y unos cuantos escombros en la entrada lo dan a entender. También hacen su aporte la canchita al aire libre en desuso y el olor a nuevo de la de bochas. Todavía, sin embargo, no se festejan las renovaciones.

Parece que el primer canto de victoria será cuando se terminen los baños. Todos y todas en el club de Valentín Gómez al 3700 hablan de los sanitarios nuevos y señalan las puertas de madera relucientes. En un mes se van a estrenar.

Dicen que antes los baños eran un por dios, no sabes lo que eran. Que no se podía entrar, que las puertas tenían que quedar cerradas, que el olor era insoportable.

Pero en el San Martín las cosas están cambiando y las prioridades están bien establecidas: sacar a los narcos, aprobar un nuevo estatuto y votar comisión directiva, las obras, las bochas, el baño.

El baño, hermano, suspira Claudio Aldao. El baño es algo… es así. Es sagrado, dice convencido el presidente del club de barrio La Florida.

Para él, no importa que la institución sea un rancho si el baño es una bienvenida digna para los y las comensales.

Es la higiene de la casa. No importa si vas siempre con los mismos trapos. El baño, la duchita caliente, tienen que estar. ***

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El club San Martín es una entidad de 200 metros cuadrados, 218 socios y 11 mil pesos mensuales de luz que tiene lo necesario: una cancha para fútbol, básquet, patín, tablones, baile o carnaval; un escenario al fondo; dos baños, un salón, un buffet y una infaltable cancha de bochas. Tiene un busto color cobre del General San Martín y en las paredes, trazos de graffitis y murales que desde 2011, cuando volvieron los pibes, se fueron acumulando. El club se mantiene con una cuota de 50 pesos, actividades recreativas para los vecinos y vecinas, y muchas pilas de viejos y jóvenes de la zona que por convicción militante, amor a la institución o pasión por las bochas y la caña no dejan de ir cada día a habitar el lugar.

Claudio Aldao pisó el San Martín por primera vez hace 40 años. Ya en ese momento alcanzaba con copar un espacio alambrado con buffet, dos arquitos y un baño hecho con chapas para ser parte de un club. Esa ley madre continúa vigente hoy. Y es que si bien el San Martín crece paso a paso, obra tras obra y asambleas, no deja de cumplir su función principal: que los pibes vayan y estén.

Para mí el club es el paraíso perdido para los jóvenes, no hay mejor lugar que un club de barrio para los chicos, dice Claudio.

El hombre se emociona cada vez que reflexiona sobre el club. Una cosa es escucharlo enumerar los talleres que ofrecen, ver que repite de memoria y ayudándose con los dedos que hay danza, fútbol, bochas, patín, percusión; o cuando dice que está las 24 horas pendiente de lo que pasa, esté en Rosario o en su casita de Puerto Gaboto. Otra cosa es Claudio cuando le dice maestruli al que se acerca a preguntar por las clases de patín, o cuando afirma que uno se toma un vino y agarra la guitarra pensándose Horacio Guaraní. Y una tercera cosa, otro Claudio, es cuando reflexiona sobre el club. El hombre de estatura mediana, piel morena y andar campero, cambia la mirada, baja un cambio, te mira a los ojos. Dice que al San Martín lo lleva en el alma; que él no es presidente para subirse al caballo blanco del General, que él se siente un pastor.

Un pastor que quiere su barrio unido, sentencia con voz firme.

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La cancha de bochas del club San Martin huele a nuevo; a una mezcla de polvillo limpio y porlan mojado. Una luz blanca ilumina el lugar de techos de chapa. En las paredes hay pizarrones limpios y un cartel que le habla al señor bochofilo y le explica las normas de cuidado del lugar. La principal atención está puesta en el calzado.

Los parroquianos del San Martín aseguran que juegan a las bochas de lunes a lunes, desde las 18 hasta que las velas arden. Lo dicen entre risas, pero no hay, sin embargo, forma de pensar que no están hablando seriamente. Los domingos y los viernes son los días que más gente va a la cancha de bochas. Son 65 los jugadores que están anotados para jugar, a veces son menos, pero siempre están. Cada partido le cuesta 15 pesos a cada uno.

Los que juegan a las bochas son tipos grandes, aunque algunos apenas pasen los 30. Tienen barba y bigote, usan camperones, zapatillas y jean, hacen chistes, se empujan entre risas y sobre todo se tienen cariño. Los bochófilos tienen ese qué sé yo, más de rrioba que de barrio, son los que siempre tienen una moneda para aguantarte y que no te quedes sin tu porrón del día y son para muchos también los viejos del club, con los que hubo que romper, tironear, negociar y al final abrazarse. Para ellos, las bochas son patrimonio del San Martín. Aseguran que, junto con el juego, son los que le dan vida a la institución de la Florida.

Somos los únicos que estamos todos los días, dicen, arrimando el bochín, a lo lejos. No hay calzado de periodista que pueda acercarse a la arena de juego. Es una cultura hermosa, defienden y cuentan que intentan siempre que los pibes más chicos y las pibas quieran sumarse a la tradición. Lo logran a cuentagotas. Otra vez entre risas, dicen que las mujeres son pocas porque ellos son feos. Y más tarde, meta tantear en la cancha, murmurarán a espaldas de la cronista. Lo único que atinan a aclarar es que hay un montón de dichos y chistes de bochas. Y que no van a decir ninguno, porque son guasos.

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El 5 de noviembre de 2016, Claudio Aldao cumplió 48 años. Ese día compartió una choripaneada en el Club San Martín y celebró: además de su natalicio,

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Claudio era elegido presidente. Hacía veintinueve años que el Club no pasaba por ninguna instancia de asamblea ni de elecciones; y hacía más de veinte que había perdido la personería jurídica.

Claudio se alejó del club por unos diez años. Volvió en 2012 a comer un asado y no aguantó esa noche: el salón del club estaba tomado por el juego clandestino.

Yo me levanté y me fuí. Le dije a los muchachos que me disculpen, pero eso no es para mí. ¿Cómo se perdió el club de barrio?

Claudio, sin embargo, volvió al otro día con su mujer y su hija y no se fueron más. Entre el asado y las elecciones, vino la pelea: hubo denuncias en fiscalía y amenazas a punta de pistola. El ahora presidente no se arrepiente de las que pasó.

Yo quería salvar al club de mi barrio.

La vuelta de Claudio coincidió con la vuelta de los pibes, los de diecipico, los de veintipico, que después de la crisis de los 90 y el 2000 se quedaron sin club del barrio. No pasó sólo en el San Martín: la exigencia de los jóvenes por un lugar para estar se replicó en decenas de instituciones de Rosario.

Durante 2012, los jóvenes comenzaron a convocarse los sábados en el club de calle Valentín Gómez. Tocaban la guitarra, pintaban murales, planificaban una recuperación y, sobre todo, se juntaban. El club era el espacio público elegido para estar, para caer.

Caímos y estaban los viejos, que no querían saber nada más que el buffet y las bochas. Y es lógico, si después de años te cae una banda de pendejos. Eso generó algunos problemas, pero con el paso del tiempo fuimos creciendo y entendiendo que teníamos que organizarnos, cuenta Sofía, una de esas pibas que cayó y sigue cayendo en el club. Ahora va para las actividades y si no hay nada planificado sabe que hay alguien con quien tomarse una birra. Ahora que el club está abierto, pasan cosas constantemente. Es un lugar de encuentro y hoy en día que en los barrios haya un lugar, cambia totalmente el panorama.

Los pibes cayeron en la cuenta que no se podía hippearla tanto si las ganas de hacer en el club eran genuinas. Normalizar la situación legal implicó organizarse: ver el estatuto, llamar a asamblea, tener comisión directiva. Los pibes se encontra-

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ron con Claudio, que era de los viejos pero no jugaba a las bochas, y en la mixtura pudieron activar.

Cuando lo agarramos, el club tenía una deuda de 60 mil pesos. Empezamos a hacer fiestas y rifas, y juntamos plata para solventar eso. Y una vez que lo hicimos, quedé como presidente interino, recuerda Claudio.

Se pagaron las deudas, se renovó la personería jurídica y se llamó a elecciones.

Eran menos de 10 socios. Ahora son 218. Claudio ya tiene 50 y este año va por la renovación.

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Mario tiene 55 años y hace uno que está a cargo del buffet del club San Martín. Es uno de los pocos que está sentado mate en mano. Apenas arranquen las bochas, se pondrá a cocinar y el olor a una tortilla de papas perfecta (es decir, hecha con papas fritas) va a inundar el lugar. No es lo único que cocina. De la mañana a la medianoche, todos los días, Mario planifica menú para el mediodía y la noche: fideos, guisos, puchero, sándwiches deleitan también el paladar de los socios y comensales del club.

Los trofeos ganados por el San Martín se lucen detrás de los dos mostradores del buffet. A simple vista se cuentan 25 y los parroquianos celebran que sean todos de bochas. El más nuevo es de 2016, cuando el Club Social y Deportivo San Martín, en pleno proceso de recuperación, ganó la Copa Challenger de Rosario. Detrás del mostrador también están las botellas de caña y vermú, y los envases de telgopor para conservar el frío de la cerveza. En el piso, cajones de soda dan la seguridad de que en la concesión de Mario se come bien.

Mario y los viejos del club que lo acompañan dicen que hace 40 años que están en el San Martín. Todos aseguran que antes había más familias: más peñas, más actividades. Y mientras mueven las manos y dicen uf, coinciden en que en el club sobran las anécdotas.

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Las esperanzas están ahora en las refacciones, dicen, asomándose a los escombros en la cancha y las nuevas puertas de los baños. De fondo, mientras comienzan a sonar las bochas, alguien canta mi buenos aires querido. Otra persona aclara: Siempre se trató de que el club no se muera. Siempre está remontando.

***

Cae el sol en el Club San Martín. El busto del General brilla y el bronce se torna dorado. Ahí al lado, atrás de una ventana que también lo ilumina, Claudio se emociona.

Yo no me la doy de ducho, tengo hasta séptimo grado… para mí no hay mejor facultad que la calle. La facultad te enseña el estudio, pero la calle te enseña la vida.

Eso le digo yo a los jóvenes del club.

El presidente del club cuenta que nació en el campo y de niño ayudó en la cosecha de papa, de frutillas, de naranjas, y agrega que, a pesar de que no pudo seguirlo, siempre le gustó estudiar. También se confiesa, aunque parece que en el club no es sorpresa: Claudio escribe poemas y asegura que tiene escrito más de 120.

El presidente del club cuenta, “para ir cerrando”, dice, que la idea es arrancar 2019 con una cancha renovada. Ya van a estar los baños nuevos y la habilitación como club, sólo resta tener el espacio para sumar clases de vóley, de futsal. Claudio habla de eso y está tranquilo. Mastica chicle, hace política, de fondo suenan los primeros bochazos del día. También habla de él: que arranca a las 6 de la mañana, que deja a su hija en la escuela y después se va a trabajar como pintor hasta eso de las 17. Después viene el club. Después, el día siguiente.

Una bandera de la provincia de Santa Fe descansa sobre el presidente del club. No flamea, pero pareciera que está haciendo una fuerza sobrenatural para no hacerlo.

Cerquita nomás hay un cuadro del rostro de San Martín, y otro que tiene enmarcado el testamento ológrafo del prócer. Claudio también parece iluminado. De a poco, las lágrimas empiezan a aparecer en su cara.

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San Martín es mi prócer favorito. Siempre me gustó porque soy un amante de la libertad y me gusta recorrer los caminos. San Martín se decidió a cruzar la Cordillera de los Andes por los pueblos libres y soberanos; y por eso también estoy en el club. Porque lo quiero ver libre y soberano. Pero yo no quiero un monumento, ¡ni que me nombren! Quiero pasar por el club y ver a los chicos jugando.

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Naranja el corazón Por Patricio Irisarri | Fotos: Martín Pérez

Naranja el corazón Por Patricio Irisarri | Fotos: Martín Pérez

- Che, Vazquez, ¿ese es el pibito?

- Sí, sí, es ese. Miralo cómo viene..

El buffet entero se dio vuelta para verlo. Tenía las piernas cortas, el pantalón bien arriba de la cintura y caminaba rápido como si se estuviera meando. Para marzo de 1994, los pibes de la categoría 87 de la Agrupación Infantil Oroño habían crecido diez o doce centímetros desde la última vez que se enfrentaron. Pero el pibito, que jugaba en Abanderado Grandoli, seguía siendo una pulga.

- Tenés que ver cómo la pisa, Bigote.

- Vazquez, no lo infles tanto que les tenemos que ganar.

Los padres y madres que acompañaban a sus hijos a todos los partidos comentaban que Grandoli tenía una joyita que marcaba la diferencia, al punto que muchas veces venían vecinos solamente a verlo jugar. Pero en ese momento era un detalle atractivo, una joyita de un fútbol familiar, barrial y recreativo.

Vazquez se había preparado para ese partido. Había entrenado con su equipo todos los días de la semana previa. La categoría 87 del Club Oroño estaba puntera en la liga ADIROS faltando dos fechas, Grandoli estaba segundo con dos puntos menos. Si ganaban eran campeones. La táctica del DT era clara, había que detener al pibito antes que empiece a correr, porque en velocidad era muy difícil defenderlo.

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- Muchachos, ya sabemos lo que tenemos que hacer. Cuando recibe la pelota, tenemos que estar encima de él. Recuerden lo que practicamos en la semana. Nosotros somos mejores, vamos a ganar este partido.

Mientras Vazquez hacía la arenga previa, el público se acomodaba para el trámite.

Los más grandes, ubicados en reposeras atrás de los alambrados. Los más chicos, sentados en el piso en los laterales de la cancha. Los churreros que venían subiendo por Bv. Oroño hacia el parque Independencia, detenían su marcha, observaban y soplaban de vez en cuando la corneta para vender un churrito, una rosca o una torta asada. El humo de los choripanes aportaba el aroma del encuentro popular.

***

Hace más de 60 años, Villa Moreno era un territorio de quintas donde se cultivaba todo tipo de verduras y frutas. Los primeros vecinos trabajaban la tierra y lo que producían lo comercializaban en mercados y verdulerías locales. Con el tiempo se fue llenando de familias obreras que llegaron por la demanda creciente de la producción industrial de Rosario a mediados del siglo pasado. La Villa Moreno fue construyendo así su identidad, en el corazón del barrio Domingo Matheu, un barrio populoso que abarca gran parte de la zona sur y sudoeste de la ciudad que abraza el río Paraná.

Miguel Angel Vazquez conoce a fondo la historia de esta barriada. Nació hace 65 años en una de esas quintas. Todavía recuerda su infancia, más campestre que urbana, cuando corrían el carro del verdulero para conseguir una fruta. Su padre criaba caballos en las pocas tierras que tenía, y a menudo lo mandaba a cuidarlos.

Con una revista en la mano y con la fruta que le tocaba en suerte, el joven se sentaba debajo de los ligustrines y los miraba pastar de cerca.

Vazquez fue uno de los primeros jugadores de fútbol del Club Alianza Sport, fundado en Villa Moreno el 28 de septiembre de 1963, en Centeno entre España y Roca. “Yo era 52, el negro Gallego era 53, y también jugaba su hermano. Teníamos un equipazo”. Como en todos los barrios de Rosario, el fútbol era el deporte de las grandes mayorías sociales. Y con el asentamiento de distintas poblaciones,

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los primeros clubes se fueron formando, construyendo así identidades colectivas que aún hoy persisten.

En febrero de 1982, cuatro personajes conocidos en el barrio fundaron la Agrupación Infantil Oroño. Florencio Scharpistz, Loyudise, Ramón Paz y José Luis “Bigote” Castaneda inauguraron la primera sede social del club en Dr. Riva y Bv. Oroño, calle emblemática de Rosario de la cual el club tomó su nombre. El club comenzó a tener vida militando en el fútbol infantil. Las camisetas completamente naranjas se inspiraron en el histórico equipo holandés liderado por Johan Cruyff, que por aquellos años marcaba un paradigma de juego en el mundo entero.

Bigote Castaneda era muy amigo de Vazquez, jugaban a la pelota juntos. “Un día me invitó al club, me acerqué y nunca más me fui”. Empezó así una larga carrera como DT de un montón de categorías de la Agrupación Infantil Oroño.

***

- ¡Acérquense los capitanes!

El árbitro estaba parado en la mitad de la cancha. El 9 del Oroño, goleador del torneo, y el pibito de Grandoli, que usaba la 10 y estaba un gol abajo en la tabla, se acercaron para ofrecerse a la suerte. La moneda favoreció al local, que eligió cancha. “Buen augurio” pensó Vazquez.

Los siete del Oroño con la casaca naranja y una V negra en el pecho se acomodaron en la mitad del campo que daba a Dr. Riva, con el sol a favor. Enfrente, de rojo y encandilados, los siete de Grandoli, entre ellos el pibito que se paró por derecha.

Con el pulgar arriba de los arqueros, el árbitro pitó y el partido se puso en marcha.

Los gritos de las madres desde afuera de la cancha no tardaron en llegar.

- Vamo Oroño, vamo a ganar!

- Dale luisito, meta fuerte hijo!

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Del otro lado, las madres que conformaban la hinchada de Grandoli decían lo suyo y empezaban a calentar el clima del partido.

- Y ya lo ve, y ya lo ve, somos locales otra vez!

Vazquez estaba sentado en un poste de madera dispuesto como banco de suplentes.

Permanecía tranquilo, pero todos sabían que no le iba a durar mucho. A su lado, con un bidón de agua en la mano estaba Mónica. La Mony no faltaba a ningún partido y era algo así como la madrina de todos los pibes y pibas del club.

El partido había empezado parejo, pero pasados los diez minutos Grandoli empezaba a dominar con los avances del pibito que recibía por derecha y enganchaba hacia el medio buscando el remate cruzado de zurda. Los defensores no lo podían tomar en velocidad.

- “No lo dejen recibir, que no reciba!”

Vazquez gritaba parado en la línea lateral, casi pisando el campo de juego. El planteo no estaba dando resultado, los de naranja perdían el control del partido por un mediocampo desorientado. Sobre los quince minutos, el pibito recibió la pelota, pasó a uno de los mediocampistas, le tiró un caño al 3, eludió al 2 y quedó mano a mano con el arquero, definiendo cruzado al segundo palo. Golazo de Grandoli.

Afuera, Bigote Castaneda se agarraba la cabeza.

***

La Mony vivía frente a la casa de Bigote Castaneda. Habían tenido una relación muy cercana desde los primeros años. Cuando su hijo cumplió tres años lo llevaron a la Agrupación Infantil Oroño para pelotear con Bigote, que en ese momento estaba a cargo de algunas categorías. Desde el primer día que pisó, la Mony se unió al club y nunca más se separó. Junto a su marido, Kiko, llevaban a los pibes a todos lados en un rastrojero. “Había algunos chicos que no tenían en que ir y los llevábamos nosotros, después eran tres, luego cuatro y terminó siendo el equipo completo”. Mony estaba en todos los detalles.

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Para principios de 1998 los dueños de los terrenos que ocupaba el club decidieron vender los lotes para ejecutar un plan de viviendas. La idea de mudar la sede se venía hablando, pero la noticia los agarró a todos de sorpresa. Ese año, Bigote y Vazquez habían armado un viaje para ir a jugar un torneo a Puerto Madryn con los chicos. Algunos miembros de la comisión querían suspenderlo y enfocar los esfuerzos en la relocalización del club. “¿Cómo les decimos a los chicos que terminan este año que no van a tener viaje?”. Agacharon la cabeza y partieron en contra de todos.

Ya de vuelta, Vazquez se reunió con un quintero amigo de su madre que tenía un terreno desocupado en Dorrego y Quintana, a unas seis cuadras de la vieja cancha.

La gestión fue un éxito, y el club se mudó a su nueva casa con una sola advertencia del quintero: “Si algún día vienen a sacarlos, yo no les di permiso para nada”.

Al principio, la cancha se armó en paralelo a la calle Dorrego. “Pusimos unos palos, unos alambres, dos cuartitos para poner el buffet, hicimos los vestuarios y eso fue todo”, recuerda Mony. Un tiempo después, trasladaron la cancha sobre calle Quintana, que es su ubicación actual. La nueva casa fue como un aire fresco para todos, más para el vecindario que ahora reconocía un espacio para participar.

El club se erigía como el “pulmón del barrio” en un contexto que se deterioraba a comienzos de la década pasada. La crisis del 2001 dejó millones de familias en la absoluta pobreza en todo el país, pero sobre todo en Rosario que sufría la tasa de desempleo más alta.

Frente a la crisis, los clubes comenzaron a tener una función social mucho más compleja, asumiendo una tarea de contención de las poblaciones vulneradas. Las ollas populares y las copas de leche atendían a familias enteras en las barriadas rosarinas. Y en Villa Moreno, el club asumió un trabajo de asistencia y contención para los más castigados por la crisis social y económica de aquellos años.

“Había chicos que venían a practicar sin comer”. A Mony se le partía el corazón.

La mayoría de los clubes bancaban la parada con recursos propios y con una gran organización colectiva. En la Agrupación Infantil Oroño se organizaban sorteos y rifas, se vendían tortas fritas, empanadas y se hacían polladas. “Nos costaba muchísimo llegar a pagar los gastos de la Liga, los servicios del club, la ropa para los chicos”. Se hacía lo necesario para solucionar cualquier necesidad, interna o externa al club.

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Mony no solo estaba a la cabeza de esa comisión organizadora, también comenzaba a dirigir algunas categorías junto con su marido Kiko. La empatía con los chicos les jugaba a favor como DT. Era común ver a los pibes dedicándole sus goles.

*** A cinco minutos del final de primer tiempo el mediocampo naranja se había ordenado. La pelota le llegaba limpia al 9, que pivoteaba y abría el juego hacia los costados para ir a buscar el centro al área. De tanto ir y venir, los dos laterales empezaron a cansarse. A dos del final, los de Vazquez armaron un contragolpe rápido.

El 9 recibió, abrió el juego a la derecha y picó al área. El punta tiró el centro que el goleador anticipó cruzando el disparo al segundo palo, sin que el arquerito pudiera hacer algo. Gol de Oroño.

- ¡Esta tarde cueste lo que cueste, esta tarde tenemos que ganar!

El gol del empate devolvió la confianza a los pibes, que fueron a buscar el partido, en una avanzada que fue interrumpida por el pitazo de medio tiempo. Estaban 1 a 1. Afuera los choripanes salían volando de la parrilla. El buffet tenía empanadas, panchos y hasta papas fritas. Cerveza para el calor, leche fresca para los muchachos y otros que le entraban al vinacho, que mientras más tinto mejor. Los chicos de la categoría 88 hacían fila para anotarse en la planilla del partido siguiente. Se jugaban en total esa tarde siete partidos del baby, uno por categoría. Pero la atención estaba puesta en la 87.

En el banco, los pibes se hidrataban a fuerza de bidón. Algunos padres llamaban a sus chicos para dar un consejo o una muestra de cariño. En los alambrados colgaban las banderas, de un naranja refulgente, una por categoría y cada una con su nombre.

Vazquez reunió al equipo, que se abrazó para escuchar al DT: - No nos pongamos nerviosos chicos. Si mantenemos el orden lo podemos ir a buscar al final. ¡Vamos que si ganamos somos campeones!

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Los equipos se habían acomodado, ahora en canchas opuestas, mientras el DT de Grandoli continuaba dando indicaciones al pibito. Vazquez sabía que los visitantes salían a ganar usando su mejor carta. El trámite del segundo tiempo empezó desordenado. Pelotazo para acá, pelotazo para allá. Pero algunos rebotes le quedaban al pibito que se las arreglaba para pasar dos o tres y provocar alguna situación de gol. En una de esas le quedó un rebote, encaró a un defensor, la tiró larga ganando en velocidad y fue derribado en la puerta área. El árbitro, que venía volviendo por la mitad del campo, cobró el penal sin titubear. La hinchada naranja protestaba, los de Grandoli festejaban. El 10 agarró acomodó la redonda en el punto del penal. Tomó carrera corta de zurdo, y se acomodó sin quitar en ningún momento la vista de la pelota. El juez dio la orden y el disparo se metió arriba a la derecha del arquero, 2 a 1 Grandoli.

***

Mientras sigamos luchando, ellos estarán presentes En 2011 un grupo de jóvenes se acercaron al club para proponer un trabajo conjunto en el barrio. Se presentaron como militantes del Movimiento 26 de Junio.

En esa fecha, en el año 2002, fue asesinado por la policía el militante social Darío Santillán, junto a su compañero Maximiliano Kosteki en lo que se conoce como la Masacre de Avellaneda.

Al club solían llegar propuestas de todo tipo de personajes, sobre todo políticos, y lo común era desconfiar. “Algún interés siempre hay”, se decía en el club. Pero los chicos del M26 tenían ganas. Muchos lo notaban, entre ellos la Mony y Vazquez.

Les dijeron que sí, y a los pocos días estaban trabajando en el club. Empezaron dando una mano en la fiesta de entregas de trofeos en el Club Peñarol, en diciembre de ese año. La movida fue tan grande que hasta contrataron colectivos para trasladar sin costo a todas las familias. Era el cierre de año, y el club cesaba su actividad durante el verano.

Rosario comenzaba a ser noticia en el mundo por el avance de narcotráfico y el crimen organizado. La violencia en los barrios se cobraba diariamente la vida de

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pibes jóvenes. Los enfrentamientos armados eran escenas comunes, los tiros se escuchaban en las noches, la policía se movía cómplice por las barriadas.

En la madrugada trágica del 1 de enero de 2012, tres compañeros del M26 fueron asesinados en la canchita de la Agrupación Infantil Oroño. Jeremías Trasante, de 17 años, Claudio “Mono” Suárez, de 19, y Adrián “Patom” Rodríguez, de 21 años, eran militantes sociales y compañeros del club, nacidos en Villa Moreno. Se habían criado en el club y eran queridos por todos, en especial por sus compañeros de militancia. Los asesinos iban al mando del Quemado Rodriguez, buscando venganza contra la banda del Negro Ezequiel que horas antes habían baleado a su hijo, el Quemadito. Jere, Mono y Patom se cruzaron en el camino de una sangrienta disputa narco. No tenían nada que ver.

Al día siguiente, la prensa rosarina dijo que el triple crimen era una venganza entre soldaditos del narco, un enfrentamiento entre bandas. La policía ensució la escena y dio falsa información. Jere, Mono y Patom se convirtieron en una causa que movilizó a todos en barrio Moreno, cientos de organizaciones sociales, políticas y religiosas, familiares de víctimas de la violencia.

La enorme campaña de lucha por justicia fue una clara demostración de construcción de justicia popular, desde los barrios a las puertas de los Tribunales. Las condenas a los responsables fueron ejemplares, desde 23 a 34 años de prisión para los cuatro acusados. La investigación de esta causa destapó una cadena de complicidades policiales e institucionales que pusieron en evidencia la magnitud del entramado narcocriminal en la ciudad.

En el club donde se criaron los pibes, el dolor fue tan grande que costó mucho superarlo y seguir adelante. “De chiquitos venían a jugar a la cancha, conocíamos a sus familias, eran muy buenos pibes. Por culpa de otros, sin tener nada que ver, pagaron tres pibes inocentes”. Vazquez había sido su técnico.

Al iniciarse las prácticas deportivas en febrero de 2012, pocos chicos se acercaron al club. El temor por lo que había ocurrido estaba latente en el barrio. Sin embargo, la gestión no bajó los brazos. Decidieron enfocarse en el armado de la personería jurídica del club, que en años anteriores no habían podido lograr. Este avance iba a ser clave para la remodelación completa de todas las instalaciones del naranja de Villa Moreno. ***

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Faltaban ocho minutos para el final del partido. Un gol abajo, Vazquez sacó un defensor y puso un volante ofensivo para buscar el empate, aún sabiendo que quedaba mal parada la defensa, y el pibito era un peligro.

- Hay que ir a buscarlo, Mony.

Rápidamente, los de naranja pusieron a Grandoli contra su arco. Faltaban cinco para el final, cuando un pelotazo cruzado se filtró en el área, la bocha quedó picando, servida para que defina el volante recién ingresado que la clavó abajo contra el palo. Empató Oroño, 2 a 2. El gol se festejó fuerte detrás del alambrado. Los últimos minutos serían electrizantes.

El DT de Grandoli gritaba que se la den al pibito, que ya estaba cansado, pero igual se movía para pedir la pelota. Sacaron del medio y empezaron a avanzar. Los de Vazquez se tiraron atrás para aguantar el empate, la última ficha la iban a jugar al final.

*** Encabezados por Mony y Kiko, en septiembre de 2015 la comisión del club inició las negociaciones con el Servicio Público de la Vivienda y el Hábitat de la Municipalidad para la titularización de los terrenos y la remodelación de las instalaciones de la Agrupación Infantil Oroño. Las obras se harían en el marco del Plan Abre, que dotaría de infraestructura urbana básica a una parte importante de Villa Moreno.

Para fines de ese año, las actividades del club se iban ampliando. Al inicio del verano de 2016 se lanzó por primera vez la colonia de vacaciones, para chicos de 2 a 14 años del barrio y otras latitudes. Los primeros grupos fueron masivos. Mony, Roxi, Kico, compañeros del M26 y de la comisión directiva se ocupaban que los chicos tengan espacios para el juego, el deporte, servían la merienda, se hacían paseos y visitas a distintos lugares de la ciudad, y los chicos tenían sus carnets de acceso gratuito a la pileta del Polideportivo Municipal 9 de Julio.

Unos meses después de haber finalizado la colonia, y con el torneo de fútbol en marcha, comenzaron las obras en el club, en mayo de 2016. Los trabajos de re-

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modelación implicaban que todas las categorías jugarían de visitante ese año. El grupo de trabajo del club estaba tan bien articulado, había tantas ganas, que los problemas que surgían rápidamente tenían solución. Se consiguieron fondos para el traslado en ómnibus de todos los chicos cada fin de semana, se hicieron fiestas como la del Día del Niño, donde todos los chicos recibieron una cuellera con el escudo del club, tomaron su jugo y se llevaron sus golosinas.

En paralelo, siguieron los éxitos deportivos. Los chicos de la categoría 2002, que dirigía Mony, salieron campeones ese año. Los “tigres de Oroño”, como les llamaba la DT, acumularon siete campeonatos consecutivos. En 2017 fueron campeones la 2003, 2009 y 2011, y hubo premios Fair play de la liga, por el buen comportamiento de los chicos.

La reinauguración de las instalaciones fue un momento soñado por todos. Se renovaron vestuarios, sanitarios, redes de agua y electricidad y se colocaron torres de iluminación y cerco perimetral. La fisonomía del club cambió rotundamente, renovando la imagen del barrio y presentándose a los vecinos como un enclave mucho más preparado para seguir recibiendo chicos. Sobre una de las esquinas de la cancha, un cartel enorme muestra las caras de Jere, Mono y Patom, tres compañeros que viven en la memoria del club y en el corazón de su gente.

Por estos días, la Agrupación Infantil Oroño tiene más de ochenta chicos y chicas practicando fútbol, y más de treinta jóvenes participando en las prácticas de Hockey. También se dictan talleres culturales y de apoyo escolar. Junto con el M26 siguen ofreciendo la copa de leche para las familias más necesitadas del barrio. Los chicos que participan en el club, todos los fines de años reciben un trofeo enorme, con el escudo del club y las tiritas de colores naranja y negro. “Los premiamos por el esfuerzo y el compromiso con este club”. Para los que juegan el último año, la categoría más grande, la Comisión les regala una bicicleta a cada uno, en forma de agradecimiento por haber sido parte.

A cada gesto, a cada acción que llevan adelante, subyace el más profundo compromiso por los otros, los que habitan el mismo espacio. La Agrupación Infantil Oroño es una gran familia que en sus de treinta y cinco años de historia supo construir una forma de pertenencia y otra de resistencia, supo transformar todo lo malo en bueno, toda la bronca en lucha. ***

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A un costado de la mitad de la cancha, al lado del comisionado de la liga, un periodista de una FM barrial relataba eufórico los últimos minutos del partido.

- Nos queda un minuto señoras y señores, el partido está empatado 2 a 2, y Oroño tiene un tiro libre a su favor. Emotivo partido vivimos en esta hermosa tarde en Barrio Moreno.

Vazquez pedía a gritos que tiren el pelotazo al área buscando al goleador. Mony lo seguía como una sombra, remarcando las órdenes del DT y alertando la defensa para evitar un posible contragolpe. El griterío de las hinchadas se mezclaba con las indicaciones tácticas. Era la última pelota del partido. El árbitro intentaba ordenar lo que sería un final de alto vuelo. El relator se había parado al lado de la mesa para no perder ningún detalle.

Van al área todos los jugadores del Club Oroño. Se vendrá el centro buscando el gol del campeonato. Es la última pelota del partido. Máxima tensión en la cancha…

El árbitro dio la orden. El envío alto cayó en el área chica. El arquero de Grandoli fue arriba con los puños sin poder conectar, dejando pasar la pelota que impactó en la rodilla del 9 goleador y se metió en la red. 3 a 2, y no quedaba tiempo para más. Oroño campeón, naranja el corazón.

Mony y Vazquez se abrazaban con los chicos y empezaban a dar la vuelta olímpica para recibir el aplauso de las dos hinchadas, la que ganó y también la que perdió.

Entre los festejos del equipo y las familias que se metieron en la cancha para abrazar a los campeones, el periodista de la FM decoraba con palabras la algarabía colectiva. Un partido inolvidable, sobre todo por un detalle. Unos años después, Vazquez supo que el pibito de Grandoli había pasado a Newells Old Boys y que al tiempo lo vinieron a buscar del Barcelona de España. Su nombre era Lionel Messi, y la prensa lo presentaba como la promesa del fútbol nuestro. El día que Messi perdió en la cancha del Club Oroño es recordado por todos, sobre todo por Vazquez que lo vio crack antes que cualquiera.

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Un paĂąo verde para abrigar tablada Por Silvina Tamous | Fotos: Juan Ignacio Porta

Un paño verde para abrigar tablada Por Silvina Tamous | Fotos: Juan Ignacio Porta

En el Club Social Zona Sud el tiempo se mide de otra manera. Un pasillo largo conduce hacia una puerta doble. Cuando se abre, el tic tac del reloj desaparece y es un tac seco el que va marcando el tiempo. No, no es un tac. Son muchos. Son los golpes que interrumpen las charlas y se reproducen en cada una de la diez mesas donde un centenar de personas juegan al casín. No hay ningún veinteañero entre los jugadores. Y entre los vecinos, se mezclan también los que llegan desde el centro buscando ese entretenimiento que exige destreza, motricidad fina e inteligencia para golpear bolas y piezas y ganar el juego. Es el salón de casín más grande de la Argentina y no son ajenos a los campeones nacionales, ni mundiales.

Todo buen jugador pasó por el Social, una veta del club que ostentan con orgullo.

Pero no es la única. Separado por el mismo pasillo por donde se ingresa hay una cancha que sirve para los niños y adolescentes. Handball, fútbol, y muchos pibes bulliciosos parece dividir el tiempo o la historia. Por la mañana los niños de distintas escuelas también copan el club para su clase de gimnasia. Paralelo a esta cancha hay un estacionamiento. En las décadas del 50 y del 60 fue una pista de baile. El tango tuvo allí su época de gloria. No hubo orquesta que no haya tocado en el club, las grandes, las famosas, que llenaban el lugar. Era la época en el que el tango se sentía en el cuerpo y los bailarines no eran estrellas en el escenario sino vecinos que mostraban su destreza en una de las pocas pistas en las que se bailaba con corte. Es decir, con esos firuletes que hoy maravillan en los escenarios pero que en esa época eran considerados un estilo lascivo y prohibido en la mayoría de los salones del centro. También se practicaba boxeo. El club del barrio, que también tiene un comedor famoso, se alimenta de esas historias que se cruzan, la de antes y la de ahora.

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El barrio El club Social Zona Sur, ubicado en Maipú 3051, es una referencia la hora de hablar de Tablada, el barrio obrero donde está ubicado desde la década del 30.

Sus orígenes se remontan a 1774 cuando sobre sus terrenos se instaló la “posta de carretas” por donde pasaron los ejércitos de San Martín y Belgrano. A fines del siglo pasado, el matadero municipal, el ferrocarril y los asilos delinearían las características urbanas y sociales de la zona. Después, en 1943, gracias a la acción vecinal se logra un proyecto impensable, la Biblioteca Vigil, ubicada a sólo dos cuadras del club.

El primer nombre que recibió el barrio fue el de Mataderos, en la época en que se comenzó a poblar la zona aledaña a los mataderos municipales. Posteriormente toma el nombre de Tablada y el lugar que da origen a este nombre está ubicado en Necochea entre Gálvez y bulevar 27 de febrero. Allí estaban las tablas que contenían los bretes o corrales donde bajaban los animales que llegaban del ferrocarril y se guardaban para el sacrificio en el matadero. Este nombre nunca figuró en los registros municipales y su uso fue impuesto por la costumbre popular. Desde hace más de 60 años, a través de una ordenanza municipal, se decide cambiar el nombre por el de barrio General San Martín, pero para los vecinos siempre fue y será Tablada.

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Fundación Los mitos sobre la fundación del club son muchos. Lo cierto es que el 15 de julio de 1934, un grupo de amigos que se juntaban habitualmente en un café de San Martín y Garay, decidieron crear un espacio para reunir a los vecinos. Ese día Ignacio Pastor firmó y se convirtió en el primer socio del club y también en el primer presidente. La primera sede fue una casa alquilada en Maipú 3250, hasta que lograron hacerse de la propiedad que ocupa hoy, en Maipú 3250.

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Los 50 y el tango Unas de las etapas de oro del Club Social Zona Sur tiene que ver con el tango. Era la década del 50, la popularidad de este baile atravesaba los barrios y el centro.

Y fue en el Club Social donde tuvo un esplendor único. Por su pista desfilaron vecinos transformados en bailarines y las orquestas, las más grandes del país que generaban sensación y una multitud de visitas.

“Mi abuela vivía en Gaboto 870. Se llamaba doña Antonia Corvalán de Gorosito.

Cuando venían las orquestas era todo una locura. La gente no podía entrar y los músicos tampoco. Y como la pared era lindera con la del club le pedían permiso a mi abuela para entrar. Una vez entró Hugo Del Carril saltando el tapial. Muchos músicos entraban así al club”. La anécdota vive en la memoria del Raúl Barzante, que si bien era chico en la época de gloria del tango, tiene grabada en la memoria la anécdota y la imagen de los músicos trepando el tapial.

Rogelio Menna fue presidente del club, es socio vitalicio y pasó allí buena parte de su vida. El recuerdo de las grandes orquestas da vuelta en su cabeza. “Morán con Pugliese, Julio Sosa, tenemos una carpeta con los contratos de aquella época.

En una cena aniversario hice 10 réplicas de los contratos de aquella época y se los dimos a los socios históricos del club”, recuerda. Esos contratos dan cuenta de la importancia del club y el esfuerzo para ofrecer a los vecinos lo mejor del tango.

Una pista con escenario, que ya se convirtió en una cochera, albergó las mejores orquestas. Anibal Troilo, Alfredo Gobbi, Alberto Morán y Julio Sosa, fueron algunos de los que hicieron bailar a los vecinos.

No son pocos los memoriosos que recuerdan que en las pistas del Social se bailaba con corte. Es decir con firuletes. Eso no pasaba en el centro, ni en la mayoría de las pistas, razón por la que los buenos bailarines no se perdían la pista del social.

Era la época en que las hijas y sus madres buscaban una mesa donde pasar la noche para no dejar solas a las mujeres solteras. Se sacaba a bailar moviendo la cabeza, o a los cabezazos, y el más bello era sin lugar a dudas el que mejor bailaba.

El fenómeno del tango se fue apagando. Es que los cambios económicos del país hacían difícil contratar a la orquesta con todos sus músicos. También aparecieron los grandes cantantes y sus particularidades. “Cuando Julio Sosa cantaba, la gente

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se acercaba al escenario a escucharlo. Era capaz de hacer llorar a una multitud”, aseguró en un reportaje Osvaldo Montes, bandoneonista del barrio, fallecido en 2014.

También contó que la primera vez que tocó en el club fue a los 13 años, con la orquesta de Raúl Bianchi. “Todos me habían dado permiso para tocar, hasta la Municipalidad. Pero mi mamá no dejaba ponerme los pantalones largos para tocar”, relató en la misma nota.

La memoria de ese tango tan autóctono, que se bailaba con los firuletes que deslumbran en los escenarios, habla de una época en la que no había bailarines, o mejor dicho, bailarines eran todos. Eran esos vecinos que practicaban en el patio de la casa y después salían a lapista y mostraban un arte hecho a fuerza de bailar y bailar, de practicar. El vecino era el bailarín y también el protagonista de cada una de las veladas.

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El club hoy Pablo Ferullo es el presidente del Club Social Zona Sud y su llegada a la institución tiene que ver con la amistad y la solidaridad. Un grupo de amigos muy unidos tuvo que afrontar la enfermedad terminal de uno de ellos. No podía hacer deportes y buscaron una actividad lúdica que pudieran compartir entre todos y fue el casín lo que les dio esa posibilidad. Así que encontraron en esas 10 mesas profesionales que estaban en el Social la posibilidad de compartir todos juntos las tardes y levantar un poco el ánimo al amigo que estaba enfermo. “Éramos unos ocho amigos, uno se enfermó de cáncer y comenzamos a venir al club para que jugara al casín y nosotros a acompañarlo hasta que murió. Y nos fuimos quedando en el club”.

Pablo de a poco se fue interesando por las finanzas del club, ayudando con los números. “Este es un club de barrio, es familiar, hay socios de haces muchísimos años, no es fácil mantener en pie un club de barrio donde no se pueden cobrar cuo-

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tas caras. Y donde viene mucha gente grande a pasar o a disfrutar la tarde, mirando cómo juegan al casín, jugando a las cartas”.

Es que el club se transforma después de las seis de la tarde en un espacio único, de esos que no abundan. Muchos son vecinos del barrio para los que el club funciona como su entretenimiento desde cuatro o cinco décadas. Otros vienen desde el centro, buscando en el casín un espacio donde mostrar su destreza, un juego que funciona como una especie de fórmula de la eterna juventud, ya que les habilita la reunión con los amigos, un espacio donde las tardes toman otro sentido y se internan en la noche desafiando a la soledad.

El Social se define como un club de casín, pero no es la única actividad. Antes había una cancha de bochas que ya no está y si bien siempre hubo muchas disciplinas, es famoso por tener el mejor salón de casín del país. Las diez mesas impecables fabricadas con los mejores materiales, el aire acondicionado, las luces, la transforman en un lugar único en el país que sirve de sede para todos los torneos que se hacen en Argentina y también en Sudamérica.

“Pero como sabemos que el futuro está en los jóvenes, comenzamos a incentivar la actividad deportiva. Y hoy hay 150 socios jóvenes. Chicos y chicas que practican handball, futsal, futbol femenino y masculino”, dice Pablo con orgullo. ES que hay varias divisiones que juegan y compiten, lo que transformó al club en un recolector de medallas deportivas que ya no llegan sólo gracias al casín.

Durante la mañana el ruido de las bochas es un murmullo que sólo guardan las paredes. Y el bullicio de los chicos transforma el paisaje que se vuelve silencioso a las tardes.

“A la mañana le brindamos el club a la provincia y vienen chicos de cuatro colegios a practicar, a hacer gimnasia. Porque el casín es un juego de hombres y grandes, y queremos que el club trascienda en los jóvenes”.

El club tiene unos 350 socios, de los cuales más de la mitad son jubilados, y otros 150 jóvenes que vienen a practicar deportes.

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Casín La singularidad del club son esas 10 mesas equipadas con lo mejor del mercado con un centenar de jugadores que se suman cada día para jugar o mirar ese juego único que entretiene y desafía. Pero, ¿cómo se juega?

Todo parece lo mismo, pero no es igual. Hay mesa, paño verde, bolas y palos. Pero no es lo mismo. “Este juego, el que se practica ahora, ya no es casín sino cinco quillas. Pero todos le seguimos diciendo casin”. El que habla y está dispuesto a explicar el juego es Rogelio Menna hijo. Su abuelo fue intendente del club, su padre tres veces presidente y tanto él como su hermano son parte del club desde niños.

La diferencia entre los dos juegos es que en un principio el casín tenía troneras.

Ahora, sobre la mesa triangular las bolas pegan sin caer de ella. “En Italia se cambió hace mucho, no hay más troneras”. El juego no parece muy sencillo. Sobre la mesa de paño verde hay tres bolas. Hay tres bolas. La amarilla es de un jugador y la blanca del otro. Con la roja no se tira y hay cuatro palitos blancos y uno rojo.

“El jugador tiene que pegarle con su bola a la otra bola y con la otra a los palitos.

Los blancos valen dos, el rojo cuatro, siempre que lo tumbes con un blanco. Si al rojo lo tumbás solo vale 10 puntos, detalla Rogelio. Muchas veces quedas tapado, si erras bola son dos puntos para el otro jugador y a su vez el oponente tira con bola en mano, es decir acomoda la suya, y se sigue el juego”. Si se juega en pareja se tiene que llegar a los 120 puntos, y si se juega individual a 60.

*** La gloria del club Gustavo Longo tiene 47 y es una especie de gloria para el club. Todos lo nombran y aclaran que “acá juega el campeón”. Así lo tratan en el Social, donde muchos se deleitan sólo con verlo jugar.

Su amor por el casín viene de lejos. Cuando tenía 5 años su papá se hizo cargo de la concesión del buffet del club Provincial. Su infancia la pasó correteando por el club, practicando deportes. Y si bien al principio no lo dejaban tocar los tacos ni

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las bolas, apenas llegó con su altura a la mesa de paño verde, se animó con algunos tiros cuando ordenaban las mesas después que los jugadores terminaban la partida.

A los 11 años ya jugaba, aunque alternaba con el fútbol que practicaba en el club Central Córdoba. Pero quizás la definición de su vocación llegó a los 13 años cuando se consagró campeón argentino de casín en la 3ª categoría.

Cuando llegó la adolescencia comenzaron las salidas con amigos y el casín fue olvidado por un par de años. Pero el bar de su padre seguía y las mesas resultaban tentadoras así que volvió a jugar. Cuando su padre dejó el bar Gustavo tenía 20 años y ya se había consagrado en el casín.

Su primer trabajo con el casín fue en el Social Zona Sur. “Me pagaban para que viniera unas horas, enseñara y jugara. Después me fui a Italia y me quedé 13 años”.

El trabajo en Italia era diferente. No sólo le pagaban por enseñar, sino por jugar.

“Buscaban gente que juegue bien porque es lo que hace que vaya más gente”.

Después de muchos años, empezó a importar a la Argentina los elementos para el billar y el casín, se asoció con el tres veces campeón del mundo Gustavo Torregiani, que es oriundo de la ciudad cordobesa de Leones, y se volvieron.

Gustavo ganó tres sudamericanos, tres veces salió tercero en el mundial y sigue compitiendo. Si bien el casín es un deporte que atrae a los más grandes, también hay jóvenes que juegan, pero sobre todo en localidades más pequeñas, afuera de Rosario. “Tengo una mesa en casa donde enseño y vienen muchos pibes de afuera a aprender”.

Para Gustavo, la diferencia con el pool es que cualquier persona por diversión puede tirar unos tiros, total las bolas caen en una tronera. El casín es una disciplina diferente.

En el Social todos los días están ocupadas las diez mesas con jugadores y a su alrededor hay muchos que sólo se sientan a mirar. En un costado están las otras mesas con paño verde donde se juega a la básica y al truco. Los porotos también están sobre la mesa y sirven para anotar los puntos. Se juega por el café o el copetín y en el caso del casín, el que pierde paga la mesa.

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En un torneo cualquiera, se anota un centenar de personas. Y en el salón se ponen unas gradas para todos aquellos que van a mirar.

Beto es un empresario que todos los días llega desde el Centro al Social, donde se junta con sus amigos. Juega a las cartas y también al casín. “Nosotros decimos que este lugar es el pelotero de los grandes. Es un lugar donde te concentras sólo en jugar y te olvidas de todo. Un espacio que tienen los jubilados, donde la pasás bien. Es un lugar único”.

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Sur, Unidad, Tesón, y después Por Santiago Garat | Fotos: Celina Mutti Lovera

Sur, Unidad, Tesón, y después Por Santiago Garat | Fotos: Celina Mutti Lovera

Ignacio Hamilton Fotheringham nació en Inglaterra, más precisamente en Southampton, en 1842. Su padre era un Coronel de Ingenieros que peleó en Waterloo y lo obligó a alistarse en la marina de la India Oriental, de la que fue dado de baja porque se negó a descalzarse en una mezquita. Por recomendación de Manuelita Rosas, hija de don Juan Manuel, desembarcó en nuestro país y terminó siendo secretario y mano derecha del general Julio Argentino Roca. Participó de la matanza de indios –camuflada como “Campaña del Desierto”– y de la Guerra del Paraguay, y llegó a ser gobernador del Territorio Nacional del Chaco, con capital en la ciudad de Formosa.

La leyenda cuenta que durante una expedición en la peligrosa y torrentosa juntura de los ríos Limay y Neuquén, al sur de nuestro país, Julio Argentino propuso un desafío. Tras ordenar a dos indios baqueanos que intentaran pasar del otro lado, y de que obviamente fracasaran y estuvieran a punto de ahogarse, el genocida de pueblos originarios ofertó dos mil pesos de aquel entonces al soldado que se animara a superar ese escollo. El joven Ignacio, haciendo caso omiso a la fuerza de la corriente y los más de diez grados bajo cero de las aguas, se desnudó y lo logró.

Roca, entonces, gritó a los cuatro vientos que ese lugar pasaba a ser conocido por el nombre de “Paso de Fotheringham”.

Y Fotheringham es, además, el nombre (aunque esté escrito de diferentes maneras en los tres carteles de señalización que hay a lo largo de sus dos cuadras y media de extensión) de la cortada que desemboca –o nace, mejor dicho– en el Club Atlético Social y Deportivo Unidad y Tesón, ubicado en el corazón del barrio Domingo Matheu de la zona sur de Rosario.

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El corazón mirando al sur “Este club se fundó en una época donde se fundaron muchos clubes en el país. El acta fundacional tiene fecha del 8 de mayo de 1948”, rememora el actual y joven presidente de la institución, Jerónimo Fogliato, y detalla: “En principio se llamaba Club Social y Deportivo Biedma, porque la casa de uno de los socios fundadores estaba sobre la calle Biedma, así que le pusieron el domicilio de esa persona para poder empezar a hacer los papeles del club. Al poquito tiempo ya, en unos meses, pudieron hacer algunas gestiones y adquirir los terrenos sobre la calle Entre Ríos, donde todavía está el club. Pero se enteraron que había otro club en Rosario que se llamaba Biedma, entonces los socios fundadores, ya constituidos como comisión directiva, decidieron cambiarle el nombre por Unidad y Tesón”.

“Al club lo fundaron unos vecinos, mayormente italianos, que necesitaban un lugar de encuentro, un espacio donde juntarse”, se suma a la charla Carlos Cinalli, socio vitalicio e hijo de Domingo Cinalli, un ex presidente de la entidad enclavada en el 3840 de la calle Entre Ríos, y acota: “En ese tiempo esto estaba lleno de terrenos baldíos que no valían nada, así que pusieron plata entre varios y compraron un pedazo de tierra, levantaron 4 paredes, un techo de chapa y se empezaron a juntar acá”.

Según Cinalli, que disfrutó las instalaciones del club desde muy pequeño, “en ese tiempo Unidad y Tesón era más grande que Central Córdoba, era el más grande de la zona sur junto con CAOVA (Club Atlético Olegario Víctor Andrade), y argumenta: Se hacían grandes festivales, venían cantantes famosos a tocar, como el Tano Genaro y su orquesta; y los bailes de carnaval eran célebres por la cantidad de gente que venía. Fue una época dorada”.

Carlos, uno de los tantos habitués del salón principal del club, abre el baúl de los recuerdos y saca una buena cantidad de anécdotas. “Mi viejo fue presidente en el 61, durante un período, y recuerdo a alguno de los integrantes de aquella Comisión Directiva como Galletti, un muchacho que vivía en Sarmiento y Presidente Quintana, a Dante, que era el secretario y vivía en 24 de Septiembre y Entre Ríos, y a los hermanos Herrera. Y durante su presidencia se agrandó este salón” –dice señalando con orgullo la diferencia de color del piso que delimita hasta dónde llegaba antes de que su padre se hiciera cargo de la conducción–. “Esto era de chapa, ladrillo y barro; y como había que voltearlo para hacer todo de nuevo, nos llamaron a todos los pibes del barrio, un domingo, y lo volteamos entre todos. Lo hicieron

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con la proyección de subir dos pisos más, incluso ahí están las vigas, pero hasta ahí llegó el sueño. Me acuerdo que nos dieron, por haber colaborado, un choripán y una Chinchibira, que era una gaseosa cola de aquella época”.

Tras lamentarse de la ausencia de documentos y papeles de aquellos años, Cinalli rescata: “Mi viejo me traía porque mi vieja le decía «ya que vas al club, llevate al nene» (risas). Atrás había dos canchas de bochas, entonces hicieron el tinglado para techarlas. Laburaban todos, porque en ese entonces la mayoría sabía de albañilería e incluso se habían hecho sus propias casas. Después se construyó el salón principal en 3 etapas, al que bautizaron Domingo Ferrari, que había sido presidente antes que mi papá y había hecho mucho por el crecimiento del club”.

*** La época dorada El Club Atlético Social y Deportivo Unidad y Tesón, durante su era más gloriosa, en la década del 60, llegó a participar de los máximos torneos de la Asociación Rosarina de Basquetbol, “gracias a la gestión de unos hermanos que tenían una fábrica de toldos de aluminio muy famosos”, según rememora Cinalli, quien asegura que “cuando había partido venía todo el barrio y no alcanzaban las instalaciones”.

“También había campeonatos de baby fútbol, y siempre hubo comisiones directivas de mujeres y equipo femenino en la Asociación Rosarina de bochas”, acota este socio vitalicio que se pasó (y sigue pasando) gran parte de su vida en ese lugar. Respecto del nombre adoptado por la institución, Carlos admite: “Nunca pregunté de dónde venía, pero recuerdo que todo el mundo se reía porque tesón no es una palabra que se utilice seguido”.

Más allá de lo deportivo, que siempre estuvo presente, lo que más funcionó desde el momento mismo de su fundación fue lo social. “Los hombres acá se juntaban a jugar a la timba, al truco, al chinchón por plata. Era famoso el club por las apuestas que se hacían, incluso una vez vinieron unos mexicanos (por lo de mejicanear, no porque hubieran nacido en ese país del norte, je) que se ve que se enteraron que se movía mucha plata ese día, y lo asaltaron. Hicieron tirar a todo el mundo al piso y les iban sacando las pertenencias de a uno. Hasta que llegaron a uno que en la bi-

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lletera no tenía un mango, entonces le preguntaron cómo podía ser que no tuviera plata y cuando respondió «¿qué querés?, si me robaron todo al chinchón», uno de los choros sacó plata de la que le había sacado al resto y le dio unos pesos”, cuenta entre risas, y concluye: “Eran ladrones con códigos”.

Enfrente del club, en la intersección de Entre Ríos y el pasaje Fotheringham, donde hoy funciona la Escuela de Educación Especial Particular Incorporada “Gurí”, que ofrece estimulación temprana y ayuda a la integración escolar, había una canchita de fútbol a la que también acudían los pibes del barrio para correr detrás de una pelota. Era triangular y no sabés lo jodido que era jugar ahí, recuerda con una gran sonrisa Cinalli, quien remata con otro simpático recuerdo: “En el club se hacían concursos y juegos de todo tipo, para mantener entretenidos a los chicos y chicas de la zona. Uno de ellos era una competencia a ver quien inflaba un globo hasta reventar en menos tiempo. Pero a mí, por ser el hijo del presidente, me daban un alfiler. Se ve que la corrupción ya existía en esa época”.

“Por cuestiones políticas, y ante el recambio de autoridades, su padre y varios más debieron alejarse del club y eligieron el Amanecer (Corrientes al 3800) como lugar de encuentro. También iban al Olímpico, de la esquina de Sarmiento y Doctor Rivas, que es más antiguo que este pero en el que no permitían el ingreso de mujeres ni de niños”, repasa con un dejo de nostalgia Carlos. “El barrio cambió mucho, antes en cada casa había un jardín en el frente y en el fondo una quinta, con gallinas y todo”, prosigue este hombre que admite que en su infancia jugaba de arquero, y finaliza: “Hoy, la verdad, el club está muy bien, hay un montón de actividades, los chicos se acercan, la familia también, y dan ganas de seguir viniendo”.

*** Años difíciles La institución de la zona sur rosarina, al igual que muchas otras de la ciudad y el país, había sufrido los avatares de la dictadura que pusieron en jaque todo aquello que representara peligro de reuniones en las que se discutiera de política y cuestiones sociales. Y había quedado a la deriva tras la crisis de 2001 que obligó a cerrar las puertas de muchos de esos pequeños espacios que servían de contención de pibes y pibas de los barrios más castigados.

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“Yo empecé a ir en 2004, porque buscaba un lugar para poner un gimnasio y enseñar artes marciales y otras disciplinas, que era a lo que me dedicaba”, narra Jerónimo Fogliato. “Pasaba seguido por ese lugar y me llamaba mucho la atención que el club estuviera cerrado y no hubiera actividades deportivas. Sólo veía, en algunas ocasiones, a señores mayores jugando al truco. Así que un día de esos entré y les ofrecí mi colaboración para participar con algunas actividades, pero no estaban muy entusiasmados, porque no querían gente ahí, o a lo mejor se sentían invadidos, porque era una negativa continua a la propuesta de reabrir con actividades deportivas. Después de un tiempo desistí, porque no veía posibilidades de que eso cambiara, hasta que pasados algunos meses me llamaron para escuchar mi propuesta. Les dije que en el espacio que ellos me dieran se podía armar un lugar para disciplinas deportivas, con artes marciales y complementar con entrenamiento físico, con aparatos y gimnasio de boxeo. Me pidieron una semana para pensarlo y al final me llamaron para darme el espacio”.

De ahí en más, Unidad y Tesón pasó a ocupar gran parte de la vida de este militante social. “La gente se fue arrimando, pero costó muchísimo. Las primeras semanas que abrí, empecé a hacer volanteadas y otras cosas más por el barrio, y los vecinos me decían que ahí no se podía, que ese club no era compatible con el deporte porque tenía muchos vicios y juego. Incuso un miembro de la CD me dijo que eso no iba a prosperar, que me convenía buscar otro lugar. Pero en ese momento era joven, tenía fuerza, ganas, y seguí, con unos amigos, recuerda. En el primer año que abrí, sólo habíamos podido juntar 14 personas y eso era insostenible comercialmente, que también era la idea, así que seguía haciendo mi otra actividad porque no me podía dedicar de lleno a dar artes marciales y gimnasio.

Pero seguimos insistiendo, nos fuimos haciendo amigos de la gente del barrio, y se empezaron a sumar más, hasta que en un momento éramos 50, así que tuvimos que pedir permiso para usar otros espacios del club, como la cancha que estaba en desuso”.

La movida empezó a tomar forma. “La gente empezó a ver cómo crecía el club, a preguntar para comer un asado en los parrilleros. Se acercaban a tirar ideas porque veían el anfiteatro, que está muy lindo y la mayoría cuando entra la primera vez se sorprende, pero muchas veces no se podían llevar a cabo por distintas trabas administrativas y burocráticas, sea del Estado municipal o de la propia CD que estaba en ese momento”.

“Este club siempre fue eso, un escenario de disputa, entre la gente que quería comenzar a participar y traer ideas nuevas, con un genuino sentimiento de construc-

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ción de algo colectivo, y la contracara de gente que quería conservarlo para dos o tres personas y que sea ese núcleo duro cerrado el que tenga acceso al club, algo que ni siquiera ocurría porque prácticamente ni se usaba”.

Pese a esas trabas, el ímpetu de Jerónimo y la gente joven que se fue acercando a las instalaciones de Entre Ríos al 3800, empezó a dar sus frutos. “En 2006 charlamos con la Municipalidad para que se empiecen a hacer unos talleres de Espacios en Movimiento, así que mandaron unos profesores de básquet y handball, y nosotros tuvimos la tarea de convocar a los chicos del barrio para que participen de esas actividades que eran gratuitas”, continúa Fogliato. “Y todo iba viento en popa hasta que llegaron estas personas que tanto mal le hicieron al club y que padecimos durante demasiado tiempo”, añade. *** Años oscuros Fogliato se refiere a una época por demás de complicada que tuvo que atravesar la institución de Entre Ríos al 3800 a principios de esta década, cuando el club fue literalmente tomado por personajes siniestros. “El club se encontraba en manos de gente que no hacía nada y que estaba vinculada a pequeñas redes de narcotráfico”, por lo que en su momento lamentaron que los chicos que podían ser potenciales deportistas se terminaban inclinando al consumo de drogas, de alcohol, llevados por el entorno que manejaba el club. “Hace aproximadamente 2 años formamos una comisión directiva y lo recuperamos, pero tuvimos que lidiar con situaciones espantosas”, confiesa, y detalla: “Tuvimos situaciones de violencia, gente del barrio que extorsionaba a los integrantes de la comisión forzando renuncias para poder limpiar el terreno con el fin de volver a entrar. Irrumpían en las asambleas con armas de fuego, forzando y apretando para que se renuncie a nuestras posturas, hubo golpizas al presidente anterior, al síndico, al secretario, al bufetero. Fue una situación bastante tensa que duró unos 6 meses”.

En enero de 2013, cansados de padecer los aprietes, directivos y socios del club Unidad y Tesón realizaron una presentación judicial por apremios ante la Falta N° 5, que estaba a cargo de Nora Marull. Acompañados por vecinos, concesionarios del buffet y del gimnasio del club, y por los entonces concejales del Frente para la Victoria, Roberto Sukerman y Norma López, denunciaron que un privado quería

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quedarse con el histórico espacio por la fuerza recreativo de la zona sur. Y lograron, con gran esfuerzo, salir adelante. “Un club que era presidido por esta gente y que se usaba para los vicios y para cosas oscuras, se transformó en un lugar abierto al arte, al deporte y a la cultura, y día a día se fueron acercando y sumando más chicos”, resume Fogliato.

“Esos tipos se robaron todo”, se engancha Carlos Cinalli, socio vitalicio e hijo de un ex presidente. “Cuando mi viejo estaba en la Comisión, recuerdo que había papeles, documentos, fotos de los fundadores y del club en blanco y negro, pero después que estuvieron estos tránsfugas, de eso no quedó nada”.

*** Levantate y anda Tras la recuperación definitiva del club, “aunque cada tanto alguno de esos personajes se muestra por el barrio tratando de intimidarnos”, como se encarga de remarcar Fogliato, en 2013 se conformó una nueva y joven Comisión Directiva y la cosa empezó a ordenarse y a caminar.

“Gracias al apoyo incondicional de los vecinos y los socios, que se animaron a votar y nos eligieron, comenzamos a reconstruir Unidad y Tesón”, dice el actual presidente, y añade: “El terreno para levantar una cancha de fútbol de 11 estaba abandonado, con yuyos y piedras, y había que desmalezar todo. Pero contamos con la ayuda de distintas agrupaciones como La Cámpora, el Evita, Patria Grande y Marea Popular, y también de organizaciones sociales y políticas, incluso muchas de ellas que son antagónicas, pero convergen en el club para sostener este espacio para el barrio. Incluso prestamos las instalaciones a la Municipalidad, y el mismo Miguel Lifschitz hace un tiempo cerró su campaña en el club. Es decir, todos, desde distintos sectores, han aportado para que el club siga siendo un lugar para contención”.

El gimnasio es otro de los espacios destacados que ofrece Unidad y Tesón. Y cada concurrente es recibido por la sonrisa de la profesora Gabriela Moyano, quien disfruta el momento que atraviesa el club al que arribó hace casi 10 años, cuando llegó como clienta. “Empecé entrenando acá y después me fui quedando. En

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principio hacía reemplazos, fui agarrando turnos y cuando me di cuenta estaba re involucrada”, comenta la preparadora física e instructora de musculación, quien además sobrevivió y padeció a varias comisiones directivas. “Muchas de ellas le hicieron muy mal al club”, se lamenta.

Esta mujer que diariamente camina diez cuadras para llegar a su lugar de trabajo, recuerda que “cuando el club estaba en estado de abandono, sólo subsistía el gimnasio y ni siquiera había buffet”, por lo que debía encargarse “hasta de la limpieza de los baños, para mantener el espacio”. La semblanza de Gabriela cambia a la hora de repasar la actualidad. “Estamos re contentos, organizando festivales, cenas, y otras actividades”, celebra esta luchadora, aunque reconoce que “aún faltan hacer varias cosas que nos piden desde la municipalidad para estar en regla y todavía tenemos que solventar los gastos con recursos propios, aclarando que ni desde el municipio ni desde la provincia recibimos un subsidio como para poder arreglar la infraestructura del club”. *** El club del barrio El presente encuentra un club ordenado institucionalmente, más allá de que siempre resten cuestiones por resolver, y con un gran flujo de allegados que acceden a las distintas actividades que allí se brindan. Folclore, tango, cumbia, handball, voley, taekwondo, zumba, patín, son algunas de las actividades que desarrollan diariamente casi un centenar de chicos y chicas de todas las edades en la entidad del barrio Domingo Matheu. “Tuvimos un proyecto de la dirección de deporte de la Nación, que se llamó Boxeo para Todos y que nos permitía dar clases de boxeo de manera totalmente gratuita. Hoy el programa sigue pero no como antes, ya que con el cambio de gobierno, todo lo que era subsidio para el deporte fue sacado.

Ahora seguimos con la actividad, pero tenemos que cobrar una cuota para pagar al profesor y solventar distintos gastos”, dice con algo de bronca Jerónimo, pero no pierde las esperanzas. Tras destacar que “en agosto de 2015 tuvimos un representante en el Campeonato Mundial de Taekwondo en Bulgaria, Jonatan Oronel, el profe del club”, y que más allá de las actividades y los talleres “la vieja generación, con sus partidas de truco y pool, también le ponen un toque de color a la institución del sur rosarino, deseó: La idea es poder federar las actividades como el voley y el handball, para generar representatividad en el circuito deportivo legal,

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para que puedan competir, así los chicos pueden ser reconocidos cuando se hagan competencias de alto rango”.

En mayo de 2017, el club festejo el 69º aniversario de su fundación con un almuerzo a la canasta abierto a toda la comunidad. Durante esa convocante jornada, desfilaron vecinos curiosos, viejos y nuevos socios, artistas, hubo feria y bailes al aire libre y hasta pusieron los parrilleros a disposición de todo aquel que quisiera asar sus propios manjares. Se le rindió homenaje a un ex presidente de la institución, Enrique Raúl De Carolli, “un ejemplo de dirigente comprometido, un hombre sensible con las necesidades de un club de barrio, una inspiración para todos nosotros, quienes tomamos su mensaje para seguir trabajando por el Unidad y Tesón”, como destacó Fogliato, quien agregó: “También pintamos un mural gigante representando el árbol de la vida, un mural que apuesta por los niños, los jóvenes, para que encuentren en los patios del club un ámbito solidario donde aprender a compartir y a crecer colectivamente”. Desde ese día, en las paredes de la institución, se pueden leer las leyendas: “Un sueño colectivo es invencible”, “Deporte e inclusión” y “Todo lo que se deje de hacer en el presente, redunda en una generación deteriorada que compromete el futuro de nuestra sociedad. La esperanza de un país, es un pueblo sensible al desarrollo de sus niños”.

Por último, Jerónimo Fogliato se refiere al compromiso que decidió tomar la actual Comisión Directiva, desde el momento mismo en que asumieron la conducción, con todo lo que tenga que ver con la lucha por los derechos humanos: “Unidad y Tesón tiene estas marcas, ha sido un club muy golpeado, muy dañado. Si bien no cerró durante los años de dictadura, no es un club que estuvo ajeno a la crisis de los clubes de barrio durante esos años. Acá se siguieron arrastrando los lineamientos dictatoriales del proceso militar, que no permitía el engrandecimiento de la institución como tal y por ende el club se fue vaciando de contenido y de material, tanto humano como físico. Esto es importante en la coyuntura actual, con un gobierno que le da la espalda a los sectores más humildes, a los niños que más necesitan de la presencia del Estado. Por eso reivindicamos el rol protagónico que tienen los clubes de barrio y no podemos estar ajenos a las luchas que se plantean en estos tiempos. El año pasado hicimos talleres de derechos humanos. Vino la diputada nacional Josefina González Tosetto, que es hija de desaparecidos y vino a dar una charla de su historia personal”.

Y como para muestra sobra un botón, quienes pasen hoy por el frente de la entidad de Entre Ríos al 3800, podrán observar un pasacalle que reza: Durante la última dictadura también desaparecieron los clubes de barrio. ¡Nunca Más!.

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Nueva Aurora: un club en el corazón del barrio Parque Por Paula Turina | Fotos: Aldo Iñiguez

Nueva Aurora: un club en el corazón del barrio Parque Por Paula Turina | Fotos: Aldo Iñiguez

En el corazón del barrio Parque, ese barrio entre grandes avenidas como son Francia, 27 de Febrero, Ovidio Lagos y Godoy, se encuentra el Club Social y Deportivo Nueva Aurora.

El club, entre bochas y milongas de tango, se fundó un 30 de agosto de 1940, y con casi 78 años continúa haciendo historia. En Riobamba cruzando Suipacha se encuentra el “Aurorita” con sus paredes pintadas de rojo y blanco. El mural que tanto llama la atención cuando se ingresa, fue pintado en el festejo del aniversario número 75 del club por los mismos socios y socias. En los años de su fundación, el barrio tenía zanjas y calles de tierra, casas con terrenos amplios y estaba – como sigue siendo hasta ahora – un barrio bien alejado del centro. Fue así como un grupo de hombres comenzaron a reunirse en el actual terreno para jugar a las cartas y a reunirse después del trabajo, como lugar de encuentro. Hasta que finalmente, un día, decidieron fundar y edificar el establecimiento.

Al estar alejado del centro de Rosario, el barrio Parque encontró en el Nueva Aurora un lugar de encuentro entre los vecinos. Por supuesto que en aquella época, los únicos que se reunían eran los hombres. Por suerte, las cosas se fueron modificando.

Martín Artigas es el presidente del club, supera apenas los treinta años y va al club desde que tiene memoria. Cuenta que la mayoría de sus mejores recuerdos están ahí adentro, incluso, hace poco, su hijo comenzó a caminar y dio sus primeros pasos en el Nuevo Aurora. Martín empezó haciendo futsal a los seis años y nunca más se fue del club.

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La lista que conforma la comisión directiva del club, más que socios y compañeros, son amigos del barrio, que se conocen desde muy chicos y que decidieron presentarse en las elecciones para llevar adelante el club que tanto quieren.

Se criaron juntos y decidieron hacerse cargo del club en conjunto, por eso un día se reunieron y armaron una lista bien cercana la fecha de elecciones. Reconocen que la comisión anterior hizo un trabajo muy bueno, pero que lleva muchísimo esfuerzo y tiempo por parte de cada uno de los directivos y directivas, es por eso que los recambios (incluso generacionales) fueron bien vistos y aceptados por la comunidad del club. Desde el 2013 llevan adelante la gestión, y cuenta que en ese entonces, el promedio de las edades de los postulantes no superaba los 25. Llegaron sin demasiada experiencia previa pero seguros que iban a aprender rápido porque sobraban ganas de seguir mejorando las condiciones tanto edilicias como las actividades sociales del Nuevo Aurora.

Las actividades principales que realiza el club son el futsal y el handball. Este año inauguraron las clases de zumba y de gimnasia para adultos, debido al pedido de los adultos mayores del barrio, y que se hacen a la mañana. Además, ofrecen clases de gimnasia localizada, tae kwondo, patín artístico y tienen un gimnasio de musculación.

El Nueva Aurora tiene el único equipo de beisbol de Rosario que llegó a competir en el torneo nacional. Es un caso particular, porque es un equipo que practica en el Hipódromo pero que debido a la cercanía en el barrio se acercaron al club para sentirse parte de una institución y llevar los colores rojo y blanco con orgullo. Así también las chicas de patín carrera que practican en el Estadio Municipal por falta de espacio en el club, pero que llevan el nombre del club a todas partes.

Más allá del cargo de cada uno, el presidente cuenta que todos tienen la misma participación en el club, por supuesto que por tener el cargo máximo, a veces tiene más responsabilidades que otras personas de la comisión, pero en general, no es un grupo que trabaje de forma jerárquica y burocrática, en definitiva, son amigos gestionando un club.

Este año, después de arduas tratativas, lograron que el buffet pertenezca a la administración del club, para sumar otros ingresos y generar un nuevo espacio social y cultural. En el patio, al lado de la cancha de futsal, no faltan los parrilleros donde socios y sociales, pasan horas comiendo y generando vínculos.

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Martín cuenta que nunca pensó que fuera tan complejo el manejo de un club, que la responsabilidad de ser presidente es muy grande, pero reconoce que más allá de la cantidad de tiempo que le dedica, incluso muchas veces dejando de lado tiempo personal para su familia, para sus amigos, sabe que vale la pena. Porque también sabe que es un esfuerzo colectivo.

Hoy el Nueva Aurora tiene cuatrocientos cincuenta socios. Intentar mantenerlos y crecer, se complica cada vez más por el contexto económico. El club se sostiene por una cuota societaria y además, están siempre en movimiento generando encuentros: los reconocidos y esperados carnavales en febrero y principalmente la fiesta aniversario del club, eventos que les permiten juntar dinero para poder seguir creciendo, que es su mayor anhelo. Los desafíos que se presentan en la gestión de un club de barrio son muchísimos, variados, complejos y cuesta arriba.

Pero como mencionaba anteriormente Martín, vale la pena para defender al club y preservarlo como lugar de contención de los pibes y las pibas del barrio.

Al finalizar cada año, desde la comisión directiva se organiza una entrega de medallas colectivas, donde todos los chicos y las chicas que participaron ese año en actividades y en las distintas disciplinas deportivas, son reconocidos por el club.

El playón deportivo se llena de niños y niñas gritando, corriendo y jugando, siendo reconocidos por su participación, por el simple hecho de jugar, de entrenar, y no por una premiación determinada. Qué importante para dejar de lado, aunque sea un rato, la rivalidad.

El Nuevo Aurora es un lugar de referencia del barrio, como así también la Biblioteca Barrio Parque y la Escuela República de Bolivia, con las cuales se realizan actividades en conjunto. Cada una de esas instituciones sabe que cuenta con la otra y que en tiempos de necesidades, la unión hace a la fuerza. Y es por eso que tienen vínculos cercanos.

“El club de barrio es eso, una gran familia, nos conocemos entre todos, y no solo es un club para hacer un deporte, sino también para hacer amigos, para hacer vínculos invaluables, para encontrar un lugar donde uno se sienta como en casa”, definió emocionado Martín sobre el Nuevo Aurora.

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Mujeres que pisan fuerte Es miércoles a la tardecita de pleno invierno en La Aurora, y se escuchan directivas con voz de mujer: “¡Vamos, chicos! ¡A moverse que hace frío! ¡A correr abrigados que después se enferman y me faltan para el partido del sábado!”. Ella es María Sol Martínez, la profesora de futsal del club. Corre, agita, mueve las manos, alienta, con una energía admirable. Los chicos, responden. Saltan, corren y patean al arco.

María Sol tiene 29 años y es profe desde hace cinco años en el club. No lo dice, pero se transmite mientras la miro dar la clase: ama lo que hace. Hace cinco años quien daba clases tuvo que dejar su lugar y había que buscar a un reemplazante.

María Sol cuenta que iba a ser momentáneo, hasta que apareciera la persona indicada, pero nunca llegó y ella aprendió a querer al club. La conexión fue su novio, que juega en la primera, fue él quien le rogó que agarrara esas horas de clase para que ni los alumnos ni el club se queden sin profe.

En los bancos de la cancha hay varios padres y una madre mirando la práctica. Si no es uno de los días más fríos del año, pega en el palo, pero ahí están, observando y acompañando a sus hijos. “Sol” como la llaman en el club, es profesora de educación física y animaba fiestas infantiles, por lo que entiende – y se nota – de dinámicas de grupo. En la primera clase, sólo había tres alumnos, a los dos meses el número creció a veinticinco y a los seis meses el número total de chicos que asistían a las clases de futsal eran sesenta. Pero a María Sol no le fue tan fácil como parece.

Ser mujer en el ambiente del fútbol no es, aunque a veces parezca un poco increíble de creer, lo que suele ser lo más común. A María Sol le costó miradas “raras” como las definió de algunos padres cuando llegaban al club a averiguar para que sus hijos empezaran futsal, e incluso, cuenta la profesora, un padre se sinceró en una reunión en la que mencionó que cuando vio que era mujer pensó “ni loco” su hijo iba a practicar fútbol con una profesora mujer, pero que con el tiempo “le calló la boca” y que se arrepiente de haber pensado de esa manera.

A María Sol le costó, y le continúa costando, ser mujer en un ambiente de varones.

Sigue costando cuando los sábados a la mañana dirige la décima en La Rosarina y los directores técnicos de los equipos rivales la consideran la preparadora física o una ayudante. Pero se nota, que tiene un carácter fuerte, y que la ayuda a hacerse

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valer en un terreno de “machos”. Hasta se banca que no le hablen a ella sino a sus ayudantes de campo, porque por supuesto, son varones. Pese a esto, rescata que en el club siempre le abrieron las puertas, que cada proyecto que lleva e impulsa es aprobado y que jamás dudaron de sus capacidades por su género. ¿Acaso alguien podría? Parece que sí.

Los chicos siguen corriendo, uno que está al final va más despacio, y es ahí donde aparece María Sol para gritarle: “Dale Lucas, vamos, vamos, a correr!”, y Lucas corre y patea al arco con la camiseta argentina y el número diez en la espalda.

Con tan solo 27 años, Florencia Denoya es la vicepresidenta del club. Desde el 2013 pertenece a la Comisión Directiva, en las que en un principio participó como Secretaria y ahora junto a Martín presiden la institución. Flor nació en el barrio, fue a la escuela República de Bolivia y a partir de los once años comenzó a acercarse al club, cuenta que nunca dejó de ir y que pasó gran parte de su vida dentro, entre amigos y amigas.

A pesar que formalmente tienen cargos, todas las personas que constituyen la comisión participan de igual manera, intentan dividirse las tareas y aportar de forma igualitaria. De todos modos, Florencia remarca la importancia de que una mujer “ocupe” un lugar preponderante, para visibilizar que las mujeres sí están presentes en los clubes de barrio.

En el universo de los clubes, pareciera que las mujeres son las profesoras de voley, la que maneja la cantina, las encargadas de la limpieza y paremos de contar. Por esto mismo que es fundamental, cree Florencia, visibilizar que las mujeres pueden, como en el Nueva Aurora, ser tanto profesora de futsal como vicepresidenta.

Porque, históricamente, y así lo muestra el acta de fundación y así era casi en la totalidad de las instituciones, los varones eran los responsables de la toma de las decisiones, pero los tiempos han y continúan cambiando.

Y por suerte, el Nueva Aurora es muestra de eso, en un contexto donde el movimiento de mujeres y la lucha por la igualdad de género están haciendo historia.

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Latino, el nombre de gol Por MatĂ­as Loja | Fotos: AndrĂŠs Aseguinolaza

Latino, el nombre de gol Por Matías Loja | Fotos: Andrés Aseguinolaza

El club nació con una canchita, una pelota y una idea. No había más que eso y era suficiente para empezar a juntar gente que quisiera sumarse a formar el club del Fonavi de Lagos y Rueda. La historia reconoce desde el principio algunos nombres propios, pero merece ser contada en plural. Porque así se gestó, desde una apuesta solidaria de pibes y pibas del barrio.

Cada Fonavi es una miniciudad. Hay escuelas, vecinales y más de un kiosquito en cada edificio. Y, por supuesto, cada tanto una pelea, que últimamente se estaban volviendo cada vez más picantes. Y con eso algo había que hacer. Alguna idea tenía que caer para frenar un poco la bronca que se respiraba dentro del Fonavi.

La disputa no era entre monoblocks, sino entre los hinchas de Central y Newell’s.

Una guerra entre pibes que crecieron juntos y que ahora se jugaban el pellejo por un color. El agite dejaba sus huellas en las paredes. Bastaba caminar un poco para darse cuenta que había sectores pintados de rojo y negro y otros donde solo se veían el azul y amarillo. A veces algún paredón amanecía grafiteado con una frase o el escudo de un equipo y cuando llegaba la noche ya había sido tapado por la pintura del otro bando.

Martín Arias vive en la planta baja del monoblock 14 y él fue el que empezó a cranear la idea.. Un plan sencillo, con lo que se tenía a mano. A mediados de 2015 convocó a un par de amigos para proponerles un proyecto que iba a requerir mucho compromiso: aprovechar el playón que había construido el municipio de Rosario en medio del barrio y armar ahí un club. Invitar a los pibes y pibas de los

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edificios a construir un espacio que los identifique, que los una bajo una misma bandera y que se llame como el barrio, Latinoamérica. ¿Qué deporte? Futsal, para aprovechar la canchita. Y también lo más convocante.

Mariano Frutos tiene 35 años, es el actual vicepresidente del club y resume así el objetivo de esa primera convocatoria: “La idea era robarle un poco de tiempo a los chicos que están sentados en la vereda boludeando, tomando cerveza, a los que se hacían la chupina y estaban todos en la veredita de la 1110 o los que estaban metidos en la droga. Robarles un poco de su tiempo metiéndolos acá en el playón.

Lo distraés, le das un poco de fútbol, lo motivaste y al otro día que vuelva y traiga más amigos. Esa fue la idea. Robarle los pibes a la vagancia”.

Pero también buscaban darle un espacio para el deporte a los chicos del Fonavi que simplemente no podían pagarse un club. Porque es cierto que cerquita está el Provincial. Un par de cuadras al sur, en country sobre Jorge Cura; y hacia el norte, la sede de 27 de Febrero. Pero para muchas familias el club estaba fuera de su presupuesto. También está Villa del Parque, en Rodríguez y 24 de Septiembre, una institución que juega en la liga de la Asociación Rosarina Deportiva y Turismo Infantil (Ardyti), que es más accesible pero está un poco más lejos.

Lo primero que había que hacer era buscar el eco de los vecinos, decirle al barrio que entre los pibes de los monoblocks algo estaba naciendo. Armaron unos cartelitos y los pegaron por cuatro cuadras a la redonda. Por Ovidio Lagos, por la calle 1110, por 27 de Febrero. En las columnas de alumbrado, en los semáforos, en las tapas de la luz, en las granjitas, por las verdulerías.

El mensaje era directo. “Te invitamos a formar parte del nuevo club del barrio!!!

Latinoamérica Fútbol Club. Vení!! Anotate en la categoría que pertenecés. De lunes a jueves a las 18 hs. Los esperamos!!!!!!!”. Dos días después pusieron una mesita al lado del playón deportivo municipal y en un cuadernito empezaron a anotar a quienes querían participar. De a poquito, como hormiguitas, con el boca a boca, se fueron acercando. Chiquitos, madres, jóvenes. En esas jornadas iniciales anotaron a más de 80 pibes. El Latinoamérica Fútbol Club estaba en marcha.

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El plan del Fondo Nacional de la Vivienda (Fonavi) fue creado en la década del 70 para dar respuesta al déficit habitacional de los sectores populares. En Santa Fe se adjudicaron unos 60 mil departamentos, 26 mil de los cuales fueron para Rosario.

En cada zona comenzó a levantarse un complejo de viviendas. Ya para el primer año de la década del 80, la Dirección Provincial de Vivienda y Urbanismo levantaba en la ciudad, con recursos en su gran mayoría del Fonavi, 6.752 unidades habitacionales. Las Flores, Parque Field, Mendoza y Circunvalación, Grandoli y Gutiérrez y Triángulo y Moderno fueron algunos de los barrios beneficiados con estas obras.

Sin embargo, siempre se dijo que el que se construyó en el radio comprendido entre Ovidio Lagos, Amenábar, Rodríguez y Fontezuela (ex 1109) era uno de los Fonavi mejores ubicados de Rosario. Quizás por su cercanía al Parque Independencia, por estar a pasos de los bulevares 27 de Febrero y Oroño, o por tener líneas de colectivo que lo conectan con las distintas zonas de la ciudad y a minutos del centro, lo cierto es que en diciembre de 1978 comenzó a levantarse allí un complejo de 800 viviendas. En poco tiempo, lo que supo ser un amplio descampado donde los jóvenes de ayer jugaban a la pelota, comenzó a transformarse en un complejo para familias trabajadoras que concretaban en el sueño de la casa propia.

Desde sus inicios el barrio tuvo dos tipos de construcciones bien diferenciadas.

Sobre Lagos al 2700, las torres grises construidas por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) para su personal. El resto, los edificios de franjas horizontales marrones, amarillas y bordó, eran los del Fonavi. Y desde el principio entre ambos espacios hubo una solapada diferenciación social.

El 26 de marzo de 1981 se entregaron los primeros 136 departamentos en los monoblocks de Lagos y Amenábar. Los restantes iban a estar terminados en tres meses. Sin embargo, recién el jueves 4 de noviembre del año siguiente otorgaron las 664 viviendas restantes. Los memoriosos del barrio recuerdan que si bien entregaron la llave de manera simbólica a un puñado de familias, ese día estaban presentes todos los nuevos habitantes. Eran una multitud alegre. Al día siguiente, en su página 8, el diario La Capital publicó que al acto asistieron más de dos mil personas. Y que para el corte de cinta se hizo presente el entonces intendente de facto Alberto Natale, histórico dirigente del PDP, el Partido Demócrata Progresista. Así nacía el barrio de los monoblocks de colores.

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La ley decía que las escrituras iban a estar a los 180 días de la toma de posesión, pero recién por una ley de fines 2008 la gran mayoría de los vecinos pudo empezar a regularizar el dominio de la propiedad y tener el tan ansiado papel que los transformaba en propietarios.

En agosto de 2003, el Concejo aprobó el proyecto del edil Alberto Cortés por el cual la calle 1110, el pasaje que corta en zigzag al Fonavi, pasó a llamarse Angel “Tacuarita” Brandazza, en recuerdo del estudiante y militante secuestrado y asesinado por un grupo de tareas en noviembre de 1972. Desde entonces, en uno de los extremos de la calle hay un monolito pintado de verde musgo, en el que apenas se alcanza a distinguir: “Calle Angel Enrique ‘Tacuarita’ Brandazza” (1949-1972) Homenaje de la ciudad al estudiante desaparecido”.

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Si en las “Crónicas del Angel Gris”, Alejandro Dolina se preguntaba dónde habían ido a parar las miles de bolitas que los chicos usaban en la infancia y que nadie recordaba haber regalado o perdido, también valdría preguntarse en qué momento los potreros de los barrios dejaron de ser. En qué momento los pibes y pibas dejaron de jugar entre los palieres y monoblocks cuando el sol empieza a caer. En qué momento la noche le arrebató el picado a los pibes y acalló los gritos de gol.

En los 80 en el Fonavi había varios campitos en donde cada barrita de amigos jugaba de local. El que estaba frente a la Escuela Latinoamérica, por Rodríguez al 2800, era finito como una cancha de bochas. También estaba el de la vías del ferrocarril, en Callao y la 1109; y había otro por Rodríguez y Amenábar. Pero el más grande y lindo para los partidos era el que estaba a los pies del Monoblock 14.

Una cuadrado gigante de tierra y esquinas de pasto que se llenaba de pibes y pibas por las tardes. Los desafíos del barrio se jugaban siempre ahí.

Por eso los vecinos vieron con buenos ojos cuando en los primeros años del nuevo siglo el municipio construyó en ese sector un playón polideportivo, con arcos para el fútbol y aros para básquet. Hasta voley se podía practicar.

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Encajonado en una reja al estilo de una jaula gigante, los pibes se juntaban a toda hora a jugar. Pero a fuerza de pelotazos y falta de cuidado, el cerco perimetral y el playón mismo comenzaron a deteriorarse. Había que recuperar el playón y con él, el potrero para los pibes y las pibas. Un lugar de pertenencia que los contenga y los una, dejando así de lado guerra entre canallas y leprosos que cada vez se ponía más espesa en ese cuadrado de cemento.

Porque el epicentro del enfrentamiento era por el “control” del playón en sí; y dicen que para mediados de 2015 los hinchas canallas habían “ganado” la pulseada. La disputa era violenta. “Si vos eras de Newell’s y venías de otro monoblock a querer ocupar la canchita, venían los de Central y te sacaban a piedrazos. O te hacían partido para cagarte a palos”, describe Mariano Frutos, el vice del club.

Con los casi 80 anotados en esos primeros días dividieron a los chicos por edades y categorías. Las prácticas iban a ser lunes a viernes, de 18 a 21, desde los más chiquitos hasta los más grandes de primera y veteranos.

Mariano no recuerda la fecha exacta de la primera práctica, la primera vez que rodó una pelota en el Latinoamérica Fútbol Club. En el perfil de Facebook de la institución las fotos de esa histórica jornada fueron subidas el 23 de junio de 2015 pero quizás los hechos pasaron unos días antes. Sí recuerda que hacía frío y que aunque tenía puesta una campera roja él temblaba, no tanto por la temperatura sino por los nervios. Como los que siente cualquier pibe el día de la primera cita con esa persona que le gusta. Porque había algo de eso esa tardecita de invierno de 2015 cuando el enjambre de pibes copó el playón municipal del Fonavi de Lagos y Rueda.

Los días previos fueron pura adrenalina. Si hasta los responsables del club estuvieron toda la noche previa pintando con aerosol verde unos focos viejos de alumbrado público que la Muni les había donado para usarlos de conitos para marcar los ejercicios físicos. Porque así era todo en esos primeros pasos del Club Latinoamérica. Lo que se podía aprovechar se aprovechaba. Y si faltaba algo se vendían choripanes, empanadas. Lo que sea para juntar un mango para los pibes.

El profe Mariano había jugado un tiempo a la pelota en Villa del Parque y en Semillero, después hizo un poco de rugby hasta los 25. Lo que aprendió en esos años de deporte lo volcó en los pibes. Los ejercicios, por supuesto. Pero también

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el compañerismo, el respeto, el espíritu solidario y el encontrarse en la mirada del otro dentro de la cancha y saberse compañeros, hermanos en el juego.

Cuando recuerda esa tarde-noche en el playón, la de la primera práctica, a Mariano Frutos se le dibuja una sonrisa. Las rejas prácticamente no existían y el centro de la cancha todavía lucía pintado un escudo gigante de Central.

Al primer turno de entrenamiento fueron los más chiquitos, los de preinfantil, unos 15 pibitos de 6 y 7 años. Afuera quedaron los padres y madres sacando fotos y alentando a los chicos, junto a Martín y los otros impulsores del club, que les explicaban del proyecto. Adentro de la jaula, solo los nenes corriendo, el profe y los conitos verdes. Fue casi una hora de entrenamiento, un poco de trabajos didácticos y otro poco de zigzag con pelota. “Lo de ese día -dice- fue una locura, ni yo podía creer lo que estaba pasando. Veía que estaba haciendo algo que ojalá yo hubiese tenido en su momento. Por eso lo hice con tantas ganas. Y desde ese primer día le dije a mi mujer: ‘Yo acá no paro’”.

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Tras la sanción de la ley de escrituración de 2008, el barrio se empezó a mover. De los 180 días que habían establecido de plazo para entregar las escrituras habían pasado casi 30 años. Los vecinos se empezaron a organizar para reflotar los consorcios que lentamente se habían ido extinguiendo. Cada quince días se empezaron a juntar en la escuelita del barrio, la N° 1.267 Latinoamérica y nació la mesa barrial, un espacio coordinado por el Centro Municipal Distrito Centro para buscarle una solución a los problemas comunes del Fonavi.

Rosa Ortíz, presidenta de la cooperadora escolar y una de las activas participantes de la mesa barrial, fue uno de los brazos que ayudaron a los pibes de club en esos primeros pasos. “Nos dio una mano bárbara, nos llevó y nos abrió varias puertas de la Municipalidad, como la Dirección de Clubes, para poder conocer gente y pedir ayuda. Por eso tuvimos la iluminación de noche en la canchita, pintura, pudimos comprar los arcos. Nos abrió muchas puertas”, afirman quienes hoy conducen el club.

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“Es algo maravilloso que tengamos un deporte tan sano y ahora los chicos del barrio ya no están en la calle, porque le dijeron sí al deporte. Vengan a ver mi barrio Latinoamérica que cada día está más lindo y los invitamos a ver a nuestros chicos practicado en el playón de lunes a viernes de 18 a 21, vengan y apoyen a nuestros chicos”, escribió Rosa en la fan page del club a fines de junio de 2015.

La tarea fue titánica y el municipio fue una gran ayuda. Para volver a poner en condiciones el playón, para pintarlo y colocar las luces para la noche. Por eso cuando tuvieron que elegir un color, se decidieron por el naranja (antes combinado con blanco, ahora con negro). Era un color neutral del auriazul y rojinegro que había dividido a la pibada. Y además, era el que usaba la Muni en su logo. Era una forma de agradecerle a la Intendencia la ayuda prestada y reconocer que en este proyecto social y deportivo no estaban tan solos.

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El primer amistoso de la primera del club fue el miércoles 1° de julio, de visitante, de noche y contra Tiro Suizo. La primera media hora empezaron perdiendo y terminaron ganando por goleada. Fue 8 a 1. “No lo podían creer, me acuerdo patente que nos comimos la canchereada de ellos y al final no sabían dónde meterse”, reconstruye Mariano Frutos, el DT del equipo esa noche en la canchita de la zona sur.

Los de preinfantil e infantil jugaron por primera vez el 18 de julio, también de visitante, contra el club Tucumán, detrás de los cines Village. “Quienes puedan participar nos encontraremos a las 13 en el playón para salir todos juntos en una Traffic que alquilamos para trasladarnos”, anunciaron por las redes sociales. El día del partido el micro explotaba de alegría. Ahí estaban Rodrigo, Tiziano, Mauro, Tiago, Fabricio... todos pibitos del barrio. Todavía no estaban listas las camisetas y esa tarde jugaron con unas pecheras naranjas hechas de forma casera. Como la levadura, el club de a poco iba creciendo. Por aquellos días postearon: “Gracias chicos, padres y vecinos del barrio por confiar en nosotros. Este es el comienzo de un gran futuro para todos”.

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Las prácticas eran cada vez más concurridas. Algunos iban acompañados por sus papás o mamás, pero muchos otros bajaban solos a la carrera desde los edificios y se metían directo en la canchita. En agosto de ese año, Martín Arias destacó que “la inclusión de los chicos de este barrio al deporte logró que se integren a una actividad que no sólo los entrene, desarrollando habilidades motoras y agilidad mental, sino, y fundamentalmente, los haga mejores personas gracias al trabajo en equipo”.

Una tarde faltaba media hora para la práctica, pero los pibes estaban tan embalados que fueron a apurar al profe de futsal. Eran las cinco y media y los pendejos estaban ansiosos. O mejor aún, entusiasmados. Fueron hasta el monoblock 23, el edificio enano que está pegado al jardincito del Fonavi y le golpearon la puerta de su casa. “Dele profe, vamos a entrenar”, escuchó Mariano que lo llamaban desde el palier. Estaban enchufadísimos con su club, con tener un lugar para jugar y pasar la tarde juntos. ***

Laura Martínez se daba maña con los números y apenas le contaron de la idea del club el sí fue instantáneo. Era la novia del profe Mariano y se sumó desde los inicios como secretaria, llevando los papeles, menuda tarea para una institución que nacía. Había que armar la estructura administrativa desde cero.

Para motivar aún más a los pibes y darles un norte concreto, los coordinadores del club empezaron a moverse para inscribirlo en Arofusa, la Asociación Rosarina de Fútbol de Salón. Las medidas de la cancha eran ideales para esa liga y anotaron al Latinoamérica FC para que pueda jugar en la división C. El arranque fue difícil. Estaba el apoyo del municipio, de los padres y madres y el entusiasmo de los chicos. Pero no era sencillo. Tenían muchos pibes anotados, una liga para inscribirlos, pero les faltaban un montón de cosas. Iban a necesitar un escudo y remeras para competir en todas las categorías. Un vecino les dio una mano con el diseño del escudo, lo aprobaron y ahí encargaron las camisetas.

Para bancar el costo de las remeras naranjas salieron a pedir publicidades para colocar a modo de sponsors. Vendieron empanadas, pollos, rifas. Hicieron de todo

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para juntar unos mangos para costear la indumentaria deportiva, la cuota de la liga y hasta los árbitros oficiales para los partidos. También para reponer las pelotas, porque al jugar sobre una superficie de cemento se iban descascarando.

Laura recuerda que esa movida significó mucho esfuerzo, porque el club tampoco podía cobrar una cuota a sus socios porque sencillamente las familias de los chicos no iban a poder pagarla. “La idea no era que los pibes vayan al club a gastar -recuerda Mariano- pero sí tenían que entender que si querían participar de un torneo nos iban a cobrar plata. Entonces si llegaba el partido del viernes y el árbitro nos salía 150 pesos ellos ponían 50, 10, lo que tenían, lo que ayude. Y lo demás lo poníamos nosotros”.

Recién surgido y aún sin personería jurídica, los chicos del Fonavi estaban compitiendo con todas sus categorías en Arofusa.

*** El video es un documento que va quedar en la memoria de esos pibes para siempre. Está subido en el Facebook de Latino, es de septiembre de 2015 y dura menos de un minuto. Registra la salida al playón del equipo de la primera, para enfrentar a Comercio. Cuando salen a la cancha el Fonavi explota. Se escuchan redoblantes y fuegos artificiales. Se ven bengalas de humo naranja y la hinchada que ruge detrás del alambrado: “Vamo’, vamo’, los pibes”, gritan mientras agitan la bandera gigante que dice: “Fonavi la banda te alienta, somos la hinchada anticareta”. Difícil no emocionarse al ver tamaña identificación con el club. Los pibes de Fonavi o “Latino”, como más se los conoce, daban sus primeros pasos en la liga.

Cuando jugaban en casa, los del Fonavi hacían pesar la localía. Pero en esos tiempos el envión era tan grande que alquilaban colectivos para que los chicos vayan juntos de visitante. Cada viaje en el “Josecito bus” era una fiesta. Y la hinchada compuesta por familiares y vecinos de los chicos acompañaba. Salían en caravana desde la 1110 hasta los distintos clubes de Rosario.

Ese 2015 arrancaron en la liga a mitad de año y a los cuatro meses, justo cuando se consolidó bien el grupo, salieron campeones con el equipo de primera. Ganar por 6 a 0 es paliza. En el tenis o en el fútbol, es afano. Y por ese marcador derrotaron en

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una final increíble a Social Fisherton, en un partido jugado en el estadio cubierto de Provincial. Y con la copa en la mano, ascendieron a la B. Apenas iniciado el club ya era campeón. Mejor arranque no podían soñar. Desde entonces el escudo del equipo del Fonavi tiene una estrella.

En 2016 con la primera llegaron hasta semifinales. Pero el aumento en los costos y ciertos problemas de disciplina limitaron la participación de varios jugadores.

“Esos chicos necesitan más inclusión, no excluirlos de los lugares”. Así que ya para 2017, el club pasó a la Rosarina, la liga de futsal más importante de la ciudad, donde empezaron a competir con Central, Newell’s, Jockey, Bancario, Regatas, Tiro Suizo. Clubes que llevan años jugando futsal y saliendo campeones.

Apenas entraron en la Rosarina, los chicos del Fonavi llevaron su color a la liga: “El futsal es más estructurado, vos vas a ver un partido y van sólo los familiares, que están sentados por ahí y más que gritar un poco no pasan de eso. Y nosotros llevamos la hinchada a cada partido. Una locura”. En el relato de esos pasos en la nueva liga hay cierto sinsabor de sentirse un poco discriminados. Sentirse señalados como los villeros, los negros que llevan hinchada. Pero los pibes y pibas de Latino se sienten orgullosos del barrio que los vio nacer. Y del club que a diario intentan construir para los más chicos.

Pero al pasar a la Rosarina encontraron una limitante importante: las dimensiones de la cancha son un metro de cada lado más chicas que las reglamentarias. Por eso en primera ceden la localía y todos los partidos son de visitante. Las familias acompañan y la hinchada se mueve igual, pero no es lo mismo que cuando jugaban de local y el barrio celebraba con bombos, petardos y la infaltable choripaneada al costado de la canchita.

Si tienen que elegir cuál es el clásico de Fonavi no lo dudan. Provincial mencionan a coro: “Nosotros lo vemos como clásico y ellos también, porque desde que estamos jugando en la liga nunca nos pudieron ganar, nunca. Ese es el clásico-clásico, por tenerlo enfrente y porque en Provincial la mayoría son chicos de los edificios de la Universidad, que están ahí al lado”.

Y como sucede en otras barriadas populares de la ciudad, en la víspera de cada clásico de la ciudad en el playón también hay un miniclásico Newell’s versus Central. Esos sábados por la tarde son una fiesta, se cuelgan banderas de una y otra parcialidad, se grita, se canta y se disfruta. Se hace de 2015 y ya quedó instalado

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en el folclore del Fonavi. Mientras la pelota rueda, los vecinos del 14 y el 6, los monoblock que están pegados a la canchita, siguen cada jugada desde los balcones, como si estuvieran en esos palcos chatos de la Bombonera.

“Igual, de esos tiempos -dice Mariano Frutos- lo más importarte fue que se logró juntar a los de Central con los de Newell’s. Desde que arrancó el club no hubo más guerras de hinchadas, no hubo más peleas. Vos hoy podés pasar con la camiseta de Central o la de Newell’s y te va a abrazar el del otro equipo. Eso lo fue más fuerte.

Porque había gente que fueron juntos a la escuela y porque eran de distinto equipo se tenían bronca y se cagaban a palos. Y ahora están defendiendo la camiseta de un mismo club”. Ahora los une una misma remera naranja, una segunda piel.

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“Espero que esto del club de barrio, de estar permanentemente formando chicos en el deporte, sea un salto muy importante en la calidad de vida de cada uno y los vaya formando como personas y como grupo. Que sepan que lo primero en la vida que se defiende, en el fútbol o en cualquier deporte, es algo en conjunto”.

Quien envía este mensaje es Hugo “Perico” Pérez, ex jugador de Racing, Independiente y la selección argentina, y lo grabó exclusivamente para los chicos del Fonavi. Es uno de los videos que los profes pidieron que graben futbolistas en actividad o retirados para motivarlos.

Perico Pérez da en el clavo cuando habla de educar desde el deporte. “Ese era un tema que nos costaba -recuerda hoy Laura, la secretaria del club- porque había chicos que tenían problemas de consumo, tanto de drogas como de alcohol. Y nos ha costado llevar adelante esa parte, que ellos entiendan que ahí había una disciplina que ellos tenían que respetar, respetarnos a nosotros y a los otros chicos. Que no se podían sentar, prenderse un porro y fumárselo ahí como si no existiéramos. Todo eso llevó un proceso. Y te das cuenta del cambio cuando se escondían para hacer algo así. Entonces decís bueno, se creó un respeto en el horario en el que estaba practicando un compañero o vos mismo hay cosas que no se podían hacer”. ***

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En el relato de la historia del club van apareciendo otros nombres que de entrada dijeron que sí para dar una mano en el entrenamiento de los chicos y las chicas, Cristian, Leonel o Virginia. También los de Víctor, Paola y Cristian, porque en su corta vida el club supo tener distintos presidentes. Desde febrero de 2018, y por asamblea, ese puesto lo ocupa Naun Sosa, un pibe de 22 años que juega en la reserva de Latino.

Pero las chicas también son parte de esta construcción y desde los primeros meses empezaron a preguntar por algún deporte para ellas. Lo primero que surgió fue el voley. Gachi, una de las mujeres de la comisión directiva, había hecho toda su vida ese deporte y se puso al frente del equipo de unas quince chicas. Empezaron a entrenar martes y jueves por la noche y a competir en la liga Rosarina. Poco tiempo después, también por justo pedido de ellas, el club sumó futsal femenino, aunque en este caso es un profe el que estuvo a cargo del equipo. Laura admite que los espacios de las chicas son los que más cuestan sostener. Sobre todo porque algunas al ser madres o estar embarazadas deben resignar la práctica del deporte.

En septiembre de 2017 obtuvieron la personería jurídica y desde entonces legalmente ya son el Club Deportivo, Social y Cultural Latinoamérica, aunque para sus socios sigue siendo “Latino” o “Fonavi”. En los papeles, porque en tren de soñar, desean algún día tener un espacio propio, un lugar donde poder construir un vestuario para jugadores y árbitros. Un poco más de comodidad. “Para los chicos el playón es su club, pero aspiramos a tener nuestro espacio, nuestra propia sede, algo para poder sentirlo propio. Poder poner vestuarios, recibir al visitante y que se sienta cómodo”, dicen. Hoy improvisan con una salita que les prestan en la capillita que está detrás de unos de los arcos.

A ojo calculan que los socios activos son entre 80 y 90, entre los que juegan al futsal (desde los más chiquitos hasta los veteranos), y las chicas del voley y futsal femenino. Los profes (los cuatro de futsal y la chica que da voley) lo hacen todo ad honórem.

Cada tanto la paz del barrio se interrumpe con un operativo policial que al día siguiente es reflejado en la página de los diarios o en el noticiero de la noche. Pero salvo esas ocasiones, desde el club afirman que se puede decir que el barrio hoy está más sereno. “Cuando hay fútbol y la gente está metida ahí -cuenta Mariano Frutos- se puede decir que está tranquilo. Antes era distinto porque la gente tenía miedo de salir a hacer los mandados después de las seis de la tarde. Ahora pasás

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por el playón y ves a los pibitos jugando o entrenando, gente afuera en las tribunas o mirando las prácticas. Y si pasa algo es porque viene gente de afuera, algún malandra que se mete a joder en el barrio, pero mientras está el deporte todo está más tranquilo”.

Laura hoy tiene 31 años, es la secretaria de Latino y está embarazada de su primer hijo. Se va a llamar Julián y dice que va a ser “un futuro jugador de Latino”. Pero cuando habla del club siempre habla en plural. Sabe que la tarea es imposible si no es en conjunto. Es que desde sus inicios el club se propuso ser más que un lugar donde hacer un deporte. También buscaron construir una referencia institucional en el barrio, un lugar donde pasar el Día del Niño con música y juegos, las fiestas de fin de año en el playón.

“Nuestra idea -resume- es que esto se pueda seguir sosteniendo, ya sea que nosotros sigamos estando o no. Que no se caiga y que los chicos y chicas sigan participando, sumar a los padres y que los mismos pibes que juegan hoy en primera sean los que después sigan ayudando a los más chiquitos. Y estaría bueno que esta experiencia también se replique en otros Fonavis de Rosario”.

El mensaje de Perico Pérez, uno de los videos que más motivó a los pibes de Latino, cierra diciendo: “Es importantísimo saber lo que es luchar con otro codo a codo, espalda a espalda, para lograr un objetivo, un resultado que a veces no se da.

Pero lo importante es tratar de conseguirlo, educarse y saber que hay que escuchar a sus formadores. Y que el deporte es una enseñanza de vida”.

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