"La mercadera" de Leonardo Rossiello

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La narradora, que no esperaba otra cosa que ese pedido, no se hizo rogar y continuó: –De acuerdo, continuaré, iré buscando un final. Digamos que la esclava trabajó sin pausa durante doce años, tres meses y veintitrés días. Le faltaba pulir la última hoja de la última voluta del capitel de la columna corintia. Con la excitación que tenía, hizo sin querer un movimiento brusco y la rompió. Acá la historia tiene varios finales posibles. Uno: la ama, conmovida por tanta perfección, tesón y humano fallo final, le concedió la libertad. Dos: la esclava, loca de desesperación, rompió la columna a martillazos y se quitó la vida. Tres: reinició el trabajo con otra pieza de mármol y al cabo de nueve años, un mes y cinco días más, la terminó: cobró su libertad. –¿Y cuál es el sentido, la enseñanza? –interrumpió Aisha. Ball Tsahra no supo qué responder en ese momento y guardó silencio, mientras miraba a la otra, como buscando auxilio. Para responder a la pregunta adecuadamente, en el sentido que suponía le había dado Aisha Pari, habría necesitado pensarlo. Era capaz de preguntar ella misma, de improvisar una o muchas historias; era competente como para tomar la palabra e inventar y divagar durante horas sin soltarla; sin embargo, las preguntas que le planteaban a ella le parecían como dotadas de otra jerarquía, diferente de las aseveraciones; se las tomaba en serio aunque no lo fueran, les daba inmediata prioridad e intentaba darles una respuesta franca, seria y honesta aunque no la requirieran. –Eso –ayudó Meutas–, hay que saber interpretarlo, lo cual… lo cual no es fácil, como consta. Depende del final que se elija, ¿no es así? Tres finales darían tres interpretaciones, por lo menos. Habría que reposar, ¿no? –Descansar es de plata; dormir es de oro –sentenció Baal Tsahra, agradecida–. Téngase presente, también, que el sueño es el padre de todos los descansos. –Y la vigilia, la madre de todos los progresos –propuso Meutas, sonriente. –Yo puedo hacer la primera guardia –ofreció Aisha. –Yo puedo hacer la segunda –dijo Meutas –Y yo la tercera –completó la negociante–: ¿De un sexto de día cada


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