Mambo la Merced Nr.10

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Bodeguero de oficio y hoy distribuidor de

confituras y dulces, José García Tenorio nos revela en esta breve charla una faceta de La Merced poco conocida: ser el origen de muchos dulces que hoy encontramos en cualquier punto del país. Con más de 20 años en el oficio nos platica algunos impresiones de esta dulce artesania. Mucha gente conoce la extensa variedad de dulces que se expenden tradicionalmente en Circunvalación y sus in­ mediaciones. Las “brujitas” que hoy se hicieron famosas como mazapanes, los “miguelitos”, las “yemitas” y el “cocoduro”. Los coloridos cuadritos de coco o los famosos “tarugos”. Cada uno tiene su historia y sus anécdotas, cuentan que los primeros mazapanes los hacía Don Tacho en un pequeño vecindario en la calle de San Nicolás. Ahí compraba tortilla y cacahuate ya tostado, los cuales molía con un nixtamal, al cual adaptó una máquina de compresión de una famosa empresa de medicinas, con la cual formaba las pastillas. Después, un grupo de tra­ bajadoras cortaba a mano el papel celofán y envolvía las pastillas de mazapán para su distribución. Él mismo las bautizó con el nombre de brujitas. Mas tarde llegarían aquí a La Merced otros fabricantres, quienes introdujeron en el mercado las marcas del Cerezo y La Rosa. El polvo de Miguelito, por su parte, demuestra que una sencilla idea puede tener mucho éxito. Se trata de

mezclar azúcar con colorante y ácido cítrico, nos dice José García Tenorio, quien desde tiempo atrás, se dedica a la distribución de dulces en La Merced. Por supuesto, no nos podemos olvidar de las yemitas, cuyo sabor y presentación han tenido mucho impacto fuera de México. Éstas llevan grenetina y almidón, son horneadas hasta que quedan a punto de turrón y final­ mente, son espolvoreadas y se dejan secar. Al cocoduro le dicen la muela, ya que son frutas cristalizadas de higo. Por su parte, los tarugos, que en el pasado tuvieron mu­ cha demanda; son pequeñas esferas de tamarindo con azúcar. Cuenta la historia que el nombre de tarugo surgió en forma espontánea, pues el fabricante que los inventó tenía un ayudante que invitó a un amigo a que le ayu­ dará a fabricar los dulces. El dueño, al darse cuenta que los hacía muy grandes le comentó a su empleado “vete hacer los dulces y dile a ese tarugo que te ayude”. Así, cada uno de los dulces de La Merced, tiene su historia. Y a su vez, ellos fueron acompañando la historia de decenas de generaciones que crecieron saboréandolos. La creatividad y el sabor popular fueron dando forma a estas costumbres que aún hoy, en el pandemónium de las trasnacionales, sobreviven en un rincón de la capirucha y hasta se exportan hacia otras lejanas regiones que re­ claman su dulce y sencillo encanto.

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