Los manueles

Page 1




LOS MANUELES C De los textos: José-Luis Anta, 2015 C De las ilustraciones: Tomás Fernández, 2015 1ª edición: Diciembre de 2015 ISBN: 84-933212-8-1 Depósito Legal: J-535-2015 Edita: META-4 Distribución: Lanzadera Inter-Media Contemporánea TalPascual C/Pintor Francisco Baños, 5 P-A 5º E 23006 Jaén España www.talpascual.com

Pedidos a: info@talpascual.com Impresión: Masquelibros (Jaén)

Reservados todos los derechos. Nos se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información ni transmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado -electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc.-, sin el permiso previo de los titulares de los derechos de propiedad intelectual.




A

M O D O

D E

P R Ó L O G O

Hace falta tener muy poca vergüenza, mucha desvergüenza, y una enorme dosis de osadía para escribir, ilustrar, editar y publicar, en Jaén y desde Jaén, una ¿acción-poética? como es esta de Los Manueles. José-Luis Anta, Elantafélez (todo junto) para los amigos, es uno de esos niños grandes y malcriados que vino de su Madrid natal a reinventar y reinventarse en este pueblo grande que sigue siendo Jaén. Doctor en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid y profesor titular en la Universidad de Jaén, tiene la habilitación de cátedra, pero algo pasa con el mundo que le rodea que no puede opositar. Elantafélez dirige con mano dura la Revista de Antropología Experimental. Hace fotos, escribe y lee el futuro en los posos del café. Viajero, pornógrafo, futurólogo. Colecciona caracolas y decepciones. Padre de familia, ex-esposo y amigo. Regresa a los sitios que olvida y busca trozos de personas, animales y cosas. Elantafélez ha sido profesor visitante en Universidades de Chile, Bolivia, México. EE. UU. y Argentina. Ha realizado trabajo de campo en diferentes comunidades de España y América Latina y en la actualidad trabaja en temas relacionados con etnografía, epistemología y género. Entre sus últimos libros se encuentra El sexo de los ángeles, Epistemología más allá de las redes, Segmenta antropológica y Fiesta, trabajo y creencia. Tomás Fernández, Ertomás (también todo junto) para los amigos, es otro de esos niños grandes y malcriados que ha dado este terruño secano y jaenero.


Ertomás, desde 1958, nace, sufre y muere todos los días. Creo, incluso, que a veces llega a hacerlo varias veces en una sola jornada. Aun no sabe quién es. Solo rebusca en su mundo interior intentando encontrar tanto a su verdadero yo como al demonio que lo empuja a actuar. En realidad cree que todos somos parte de aquel ángel caído que se revela en el vacío de la eternidad contra ese Dios primitivo, cruel y vengador que no hace mas que poner cadenas a nuestro propio yo. Ertomás no desea ser nada más que él mismo. Siempre contento y feliz. Como una lonbriz. Libre de cadenas, en una dulce comunión con la naturaleza, con la merecida libertad de cualquier ser que respete la vida. Eso es lo único que le importa. La vida. Y yo, de mayor, también quiero ser Elantafélez. También quiero ser Ertomás. Yo, de mayor, quiero ser Manuel. David Martínez (de los Martínez de toda la vida)




MA N U E L

Y A

N O

E S

C I C L I S T A

Manuel podía haber aprovechado aquella tarde para ir al cine. O de paseo. Pero no. La noche anterior, cuando estaban cenando, se lo dijo su padre, que se llama Manolo: al día siguiente iban a ir al centro de compras. Esa noche él estuvo intranquilo, había soñado tanto tiempo con ello que no se lo podía creer; por fin su padre había comprendido que era necesario, que era parte de las cosas del progreso, que ya todo el pueblo lo tenía, que era una ganancia para la familia, que no sería necesario depender del de los demás y el banco, encima, se lo financiaba gracias a las ayudas de la Unión Europea. Tras comer se fueron para allá y allí estaba, con su carrocería roja y su asiento de cuero, tenía hasta radiocasete, y el motor era turbo, no era el más potente, pero para empezar estaba muy bien, qué digo bien, ¡fenomenal! En una semana Manuel fue a recoger su primer tractor, y cuando llego el fin de semana se lo pidió a su padre para ir a la disco-pub. Y allí estaba Manuel en su tractor nuevo camino del pueblo, hasta le dio cera y brillaba que era una maravilla. Le costó encontrar aparcamiento y dio tres vueltas a la manzana, pero por fin lo aparcó delante de la puerta de la disco y los amigos estaban impresionados y le felicitaron. Aquella noche María le besó. Y a las tres de la mañana se fue a casa muy feliz de ser un joven que tenía su propio tractor y, además, novia.



YO

N O

M E

L L A M O

M A N U E L

Son las fiestas en honor de la patrona y han venido los de Barcelona. A Manuel sus primos le parecen raros: hablan con un acento raro, visten raro, escuchan música rara y, lo que es más raro, no les interesa demasiado el tractor de Manuel. Sus primos, para colmo de males y rarezas, no le llaman Manuel, sino Manel. Claro que él nunca ha dicho nada, porque sus primos, además de raros, son de Barcelona, aunque ellos dicen que son andaluces. El caso es que Manuel vive muy desconcertado con los de Barcelona. Incluso desde hace unos años, cada vez que vienen su padre, el de Manuel, se queda muy callado cuando su cuñado le enseña el coche que ha comprado, que es de segunda mano, pero está-como-nuevo, con-muy-pocos-kilómetros, dice él; han progresado montón. Se nota, además porque dice su tía que la carne de Barcelona es mejor, aunque un poquito más cara, eso dicen. A Manuel los de Barcelona le parecen muy raros, pero su madre le dice estate callado, que para cuatro días que ve al año a su hermana no es cuestión de montar una. En fin, que cuando están ellos se va a la feria con la camisa nueva que le han traído de Barcelona. Como es rara, el día que se marchan ya no se la pone. Su madre la lava, la guarda y no dice nada y su padre sigue callado.



UN A

G U I TA R R A

PA R A

M A N U E L

A mí la música ni fu ni fa. Manolo me lo dice: “Manuel tienes que oír lo último de culandegan”. Claro que yo le digo que sí, que claro. Pero paso. Es más, no me he comprado una casete nunca; las que llevo en el coche o son de María, que es muy moderna y le gusta la Laura Pausini, o se las deja como olvidadas mi amigo Manolo. Porque él sí que compra, y tiene en su casa dos cajas llenas de cintas y yo sé que entiende un montón porque discute con el dueño del disco-pub para que se modernice y no ponga tantas rumbas. Eso sí, a mí las rumbas me gustan, sobre todo las de Los Chunguitos y Las Grecas, aunque mis preferidos son Rumba Tres, ya sabes, los de “No sé, No sé...”. María, que es muy moderna, pone una Cadena Dial cuando nos vamos en el coche al olivar de al lado del río, pero a mí no me gusta, porque se entretiene y no atiende a mis cosas. En esto de la música yo he salido a mi madre; pero mi hermana es como mi padre, les encanta quedarse viendo la tele los sábados por la noche con esos que imitan a los famosos y mi hermana canturrea llevándoles el paso e, incluso, cuando vuelve de trabajar de donde la peluquería, ve lo del karaoke, o qué sé yo cómo se llama eso de las letras en la tele, y canta como los más famosos. A mí la música ni fu ni fa, pero mi hermana María canta muy bien y a lo mejor se hace artista; ella es muy buena y se lo merece.



MA N U E L

NO CAMBIA FÁCILMENTE

Manuel tras visitar al médico, porque le dolía el oído de tanto trabajar en el campo olivarero, tiene un volante para visitar al oftalmólogo. Este le manda, como no podía ser de otra manera, que se ponga unas gafas con cristales correctores. Pero Manuel no se las ha hecho. Porque Manuel lo que necesita son dos mil euros para casarse y un teléfono móvil nuevo para llamar a casa de su novia. Y no tonterías de niño bonito que lo único que valen es para entretener y gastar dinero. Bueno, hasta ahí (más o menos) podíamos llegar.



QU É

S U E R T E

T I E N E

M A N U E L !

Cuando Manuel vio aquello lo reconoció enseguida. No había duda: era un OVNI. La estructura medio parpadeante, pero de un blanco deslumbrante. Lo fijo que se encontraba allí arriba. Su forma esférica. Obviamente, no había duda, era un OVNI. Era, pensó, como una enorme lámpara de farola, pero sin farola. Era algo sorprendente y que le tuvo inmóvil mirando hacia arriba por un rato, hasta que se cansó y como no creía en esas cosas y era tarde se marchó. Al día siguiente se lo contó a todos los que se encontraba en su camino: a los conductores que estaban echando gasolina, momento en que aprovechó para limpiar el tractor en el túnel de lavado; en el café, a cada uno de los presentes; a sus padres, justo en el momento en que su madre servía los garbanzos, por lo que su padre no le escuchó demasiado; en definitiva, a quienquiera que tuviera oreja —una o dos, según los casos— se lo contaba. Y lo contaba tal cual lo había visto: con los miles de luces de colores que se movían a tontas y a locas, que hacía extraños giros y requiebros sobre el cielo estrellado, que tenía forma de macarrón con tomate —pero sin el tomate, obviamente— y que ... —momento que aprovechaba para enfatizar la narración, tras un breve silencio y un trago a una caña con tapa que anteriormente había pedido, como si le causara una enorme angustia el recordar lo ocurrido— ... que unos pequeños personajes le saludaban y le decían, “ven Manuel, ven con nosotros al cielo de noche a viajar y visitar todo el mundo”. Claro que él matizaba diciendo que no pasó miedo y que no fue con ellos porque era tarde y tenía que acostarse, que su madre no pegaba ojo hasta que le oía entrar por la puerta, que si no fuera por eso—y lo de su novia, claro— que se habría dado una vuelta con ellos.


No hacía ni un mes de todo ello, es decir a los catorce días (o dos semanas), que Manuel se volvió a encontrar con el fenómeno OVNI. Esta vez los saludó y siguió andando. Era mejor no hacer caso, porque con lo de “cuenta Manuel lo del OVNI ese” le habían soplado cincuenta euros en el café. Ahora, que un OVNI así no se ve tan fácilmente, y si no que pregunten a Manuel cuántas luces de colores tenía el suyo y después, comparen.




MA N U E L

DEBAJO DE UN ALMENDRO

El mundo de Manuel es redondo, eso dice él, porque para ir a su casa tiene que dar una vuelta muy grande y pasar por delante de un almendro. El almendro está en medio, o quizás más a la derecha, según mires de aquí o de la carretera, de una finca que antes servía para nada y ahora sirve para lo mismo, o, acaso, sólo para “ver como me vienes de sucio, Manuel”, que decía su madre cuando él era niño. El caso es que cuando Manuel da la vuelta y ve el almendro siente un no sé qué y piensa en quién recogerá las almendras o si se quedarán pudriéndose en el suelo. Y esto le ocurre desde hace años.



M A N U E L M Á S C E RC A D E L A S E S T R E L L A S La primera vez que Manuel montó en ascensor, un sábado, apretó el botón de la segunda planta con precisión, observó cómo se cerraban las contrapuertas y durante el trayecto — breve, pero intenso— miró arriba y abajo atento a cualquier ruido y asintiendo con la cabeza. Cuando se abrieron las puertas salió de un paso, maravillado con la precisión con que había parado y la continuidad entre el suelo del ascensor y el de la segunda planta, sólo rota por un pequeño hueco que él miró y notó frío y negro. A continuación, Manuel, bajó corriendo por las escaleras y se puso de nuevo en la cola. Todo el pueblo quería subir en el ascensor del nuevo edificio del ayuntamiento, por lo que se formaba un gran escándalo, sólo a veces contenido gracias a los gritos de Manolo, el guardia municipal, que para los días de fiesta, como era ese, se viste de gala (es decir, con guantes blancos limpios). Mientras, Manuel miraba a los que tímidamente subían en el ascensor por primera vez sabedor de que él tenía la experiencia suficiente para, quizás, atreverse esta vez a mirarse en el gran espejo que había dentro de la cabina.



PI T O

D O B L E

P A R A

M A N U E L

Como Manuel no termina de entender lo del dominó y pierde con tanta facilidad no encuentra pareja, por lo que ha decidido cambiar de deporte. Primero pensó en el rafting (imposible, porque el río del pueblo no lleva agua desde que lo represaron), luego en el parapente (imposible, porque nadie conocido en el pueblo tiene una máquina de coser industrial) y, más tarde, en el puenting (imposible, porque el puente de la carretera nueva sólo tiene metro y medio de caída). Al final se ha decidido por hacerse de una peña futbolística. Dudó entre la del Madrid o la del Barcelona —que es la que queda más cerca de su casa—, aunque a él le gustaría más entrar en una del Español de Barcelona, por los colores, que dicen, pero de este equipo no hay en el pueblo. Él se daba cuenta que no era cosa de decidirse por una porque sí, pues la rivalidad entre las dos peñas podría acarrearle la pérdida de algunos amigos. Como todo el mundo sabe estas cosas son difíciles y no se pueden tomar a la ligera. En esas estaba y tras sopesar si le pedía consejo a su padre, cosa que al final no hizo por no saber cómo abordar el tema con él, se le ocurrió preguntar a María, su novia, pues cualquier sugerencia en estos casos es bienvenida. Al final se decidió: con el dinero que se ahorra, de tanto que perdía cuando era aficionado al dominó, ha asegurado el tractor en la Total Car Insurance. En última instancia, lo sensato es buscar una afición importante que sea para siempre y mientras eso llega —que todo en la vida llega, sólo hay que darle tiempo al tiempo— estar con los de aquí, los del San Antón Fútbol Club, que ahora están en tercera regional preferente, pero que en un par de años seguro que suben.



MA

N U E L

Y A

L O

S A B Í A

El miércoles por la mañana Manuel vio que el cartero dejaba algo en las manos de su madre. Como era un hecho normal que los bancos, la aseguradora del tractor y las casa de fertilizantes mandaran correo no le dio mayor importancia. Por la noche, después de cenar, su madre le dio un sobre grande y voluminoso que traía su nombre en una etiqueta, hasta ahí nada especial, lo que le sorprendió, además del tamaño y peso, era el tipo de papel del sobre, una especie de tela plástica difícil de describir, que traía impreso el escudo de la Unión Europea y había sido mandado desde Bruselas. Emocionado, abrió aquello y fue sacando un libro con tapas en vistosos colores y lleno de números y cuadros que se titulaba Les jeunes agriculteurs: notre future; venía, además, una pequeña agenda de bolsillo y una enorme carpeta llena de papeles escritos en francés, con un formulario que Manuel supuso debía rellenar. Manuel fue al día siguiente con todos los papeles, el libro y la agenda a la oficina de la Caja de Ahorros, lugar donde le habían tramitado la ayuda de la Unión Europea para que pudieran comprar el tractor, y pidió ver al director. Este tras darle unas vueltas a los papeles, ojear el libro y decirle a Manuel que se quedaba la agenda, para mandar hacer una igual para los clientes, le aconsejó que fuera a ver a la maestra, la señorita María, que había estudiado magisterio en Ciudad Real y, consecuentemente, suponía que sabría ayudarle. Manuel fue a la escuela y, casualmente, era el recreo, por lo cual la señorita María estaba tomando una manzanilla con magdalena en el bar que hay a la vuelta de la calle mayor, tras mirar los papeles, el libro y a Manuel le dijo que ella era de inglés, que se quedaba con el libro para ver si sacaba algo en claro y que fuera al ayuntamiento, que el secretario seguro que sabía de aquello.


Manuel fue al ayuntamiento con sus papeles y esperó a que regresara el secretario, que se había ido a tomar café; cuando regresó miró los papeles y le dijo que los dejara allí y que si era algo importante él mismo le llamaría. Pero, le aseguró el secretario, que no se preocupara, que los europeos tenían mucho dinero y se dedicaban a derrocharlo mandando papeles a tón ni són. Le recalcó, igualmente, que mucha gente recibía ese tipo de papeles y que no eran más que parte de la burocracia. Manuel le pidió que si podía quedarse con el sobre, que era de una especie de tela plástica difícil de describir que le hacía ilusión guardar. Y, así, Manuel regresó a su casa con el sobre, ahora vacío, convencido de nada y un poco mosqueado, primero, con los europeos y, segundo, con el secretario, aunque como éste era del pueblo le daba igual. El viernes por la tarde Manuel compró en la ferretería un buzón grande de color rojo; y taladro, broca y escarpias en mano lo colocó al lado de la puerta de entrada. Fue su hermana quien lo notó y se lo dijo: “Manuel, el buzón te ha quedado un poco ladeado, quizás esté descuadrado”, él la miro y no dijo nada. Total, si lo que mandan por correo no lo entiende nadie qué más da cómo esté colocado el buzón.




MA N U E L

S U DA L A G OTA G O R DA

A Manuel este año los Reyes Magos de Oriente le han dejado en casa una corbata y un bote de colonia para hombre. Él sabe desde hace muchos años que los Reyes son los padres, pero, convencido de que su padre y su madre desconocen este detalle, disimula y les sigue la corriente. A veces se ha visto tentado de decírselo a su hermana María, pero él sabe que la corbata la ha dejado ella y para no desilusionarla no le dice nada; por no decirle, no le dice que él no usa corbata. El novio de su hermana sí la usa y le queda muy bien. Pero a Manuel no: no le queda bien porque no la usa. El bote de colonia es otra cosa. Él dice que no se puede ser hombre si no se usa colonia. Y, de hecho, el día que viene del campo y no puede lavarse se hecha colonia, para no oler a sudado, que en el campo se suda mucho. Por eso mismo ha decidido comprarse un bote de colonia para hombre y llevarlo en el tractor, por si algún día tiene que ir a algún recado y no le da tiempo a pasarse por casa. Y como el tractor da muchos botes lo importante es que el bote sea de plástico y aguante bien en caso de caerse. Manuel, que es un previsor.



MA N U E L

HABLA EN PORTUGUÉS

Como Manolo, el amigo de Manuel, se casa ha decido ir a un pueblo de Portugal, muy cerca de la frontera, para hacerse con parte del ajuar. Allí venden toallas al peso (por kilos, como las patatas en el pueblo), cuberterías a muy buen precio, es decir, algo más baratas, y unos manteles grandes (para doce servicios) que tienen estampados unos gallos en vivos colores. A Manuel le parece bien que su amigo se case. Incluso, que quiera hacerse un ajuar. Pero lo de ir a Portugal le parece raro, porque allí hablan otro idioma y no se puede comprar bien si todo tienes que hacerlo señalando con el dedo. Porque Manolo, es obvio, que no habla portugués y su novia, es evidente, tampoco. Además, allí tienen otra moneda y, primero, tienes que ir a un banco a que te cambien escudos, que es como llaman a las pesetas de Portugal —que lo hacen por puro enredar—, y luego, estar todo el día señalando con el dedo. Es verdad que las cosas parecen más baratas y tienen mucha variedad —que tienen el mantel del gallo que aquí no lo venden—, pero tienes que desatender el campo, luego hacer el viaje y, más tarde, buscar un sitio para comer y ahí es donde está el problema porque, además, comen otras cosas y las tienes que señalar con el dedo, y como no sabes el nombre de las cosas te las comes con aprehensión y dejas la mitad y la otra mitad te sienta mal. En fin que Manuel no sabe porqué su amigo Manolo quiere ir a comprar a Portugal; aunque él sospecha que lo hace por dar en los morros a su futura suegra, que está todo el santo día diciendo que los jóvenes de ahora están todos como atontados.



MA N U E L

Y LA GALLINITA CIEGA

Cuando Manuel va al cine disfruta o no, dependiendo de si va solo o con alguien. A veces, también, depende de qué película sea y qué actores salgan. A Manuel lo que más le gusta de los actores del cine es cómo llevan los zapatos. Él, que es muy observador, siempre mira los zapatos de los actores. Los que más le gustan son los que usan zapatos de cuero con cordones y si son de color marrón más todavía. Una vez iba con su novia y después de aparcar el coche entraron en un cine. Pero a Manuel no le gustó la película porque tenía subtítulos que tapaban todo el rato los pies de los actores y no se sabía cómo eran los zapatos. Lo mismo ocurre cuando hay escenas eróticas, él se aburre de ver tantos pies descalzos y, entonces, es cuando prefiere ir acompañado. Si va solo sólo mira la película. Si va con alguien pues también la mira, pero, al menos, le queda el recurso de ponerse a hablar y pasar el rato más o menos entretenido. Aunque es difícil, piensa él, porque todo el mundo está sentado junto, muy juntos, comiendo palomitas y callada, mirando para adelante y, para colmo, a los del cine les da por tenerlo todo a oscuras. Y es evidente que en esas condiciones es imposible mantener una conversación normal como de pasar el rato.



LA

P A R A B Ó L I C A

D E

M A N U E L

Manuel está sorprendido. Lleva casi tres días sorprendido. Y se le nota porque tiene cara de sorprendido. Todo empezó el lunes pasado, cuando un equipo de periodistas vinieron al pueblo a realizar un documental de la serie Vivir y viajar, que estaba tratando el tema del turismo rural en la comarca de la Sierra Sur. Fue el propio Manuel, que venía con su tractor por la carretera de la mina, quien se dio cuenta cómo le filmaban. Desde entonces está sorprendido. Sabía lo atractivo de su tractor. Sabía que él era un orgullo rural de los que no quedan. Sabía lo del potencial del turismo rural. Incluso, sabía que la televisión llega hasta el último rincón de la geografía española. Lo que no sabía es que le iban a filmar ese día que se había puesto los pantalones de faena que se había traído de la mili y estaba sin afeitar. Y le sorprendió que no le dijeran nada y le dejaran pasar por allí como si tal cosa. De hecho, a Manuel aún le sigue sorprendiendo.



MA N U E L

Y

U N A S

PA M P L I N A S

A la mamá de Manuel lo que mejor le queda es el arroz con leche. A su abuela, el flan. A su hermana, las fresas con nata. A su tía la de Barcelona, el batido de yogur con melocotón en almíbar. A su tía la de aquí, el membrillo con queso. A su prima, la gelatina de naranja. A su novia, las ciruelas pasas en vino. A la madre de esta, el tocino de cielo. A la novia de su amigo Manolo, las rosquillas con azúcar. A la vecina, la macedonia. A los que llevan la pastelería de la plaza, la tarta de chocolate con mucha nata. Y a Manuel, su tractor cuando lo limpia los sábados por la mañana.



PI M ,

P A M ,

P U M . . .

M A N U E L

A Manuel, de siempre, le ha gustado Ricardo Corazón de León. Más, incluso, que a su amigo Manolo. Aunque si es una cuestión de gustos lo que más le gusta en el mundo es llevar a su novia en el tractor. A su amigo Manolo no le gusta eso; porque desde que dice que se va a casar lo que más le gusta es el color azul. Total, que para gustos se hicieron los colores.



E

P Í L O G O Algunas idéas para encontrarnos con Manuel Juan Luis Arteche Fernández (Profesor de italiano medieval. Universidad de Las Américas) En un día muy frío y ventoso de febrero, yendo en autobús camino del recinto ferial de Jaén, el autor de Los Manueles me pidió que le escribiera algo que le sirviera de presentación a este libro; la amistad tiene, las más de las veces, estas cosas. Yo, por el contrario, he preferido hacer un epílogo, lo que me permite esconderme tras lo único que a priori sé hacer: la crítica de los ejercicios literarios. Por otro lado, no es una cosa difícil: es una trasgresión a algo que ya de por sí es una trasgresión. La Historia de Los Manueles son 15 pequeños cuentos, que muestran una serie de anécdotas humorísticas de la vida cotidiana centradas en torno a lo que parece un único personaje, Manuel, y sus circunstancias socio-vitales. En realidad todo es literatura, incluso este epílogo es, en cierta medida, una ficción literaria más, de hecho, podría decirse que es un cuento más de la serie (sólo que con otro autor, personaje y estilo), hasta el punto de que seguramente ni yo mismo sé aún cómo he accedido a criticar lo que sólo está en un manuscrito. Y así todo (los cuentos, este epílogo, incluso el lector), se tornan quimérico: el humor es más bien sarcasmo, lo anecdótico es extraordinario y la vida cotidiana, más bien, estrambótica. Por todo ello, en este libro la literatura, es más, todo lo escrito, se disuelve en lo que el autor cuenta, utilizándose aparentemente sólo en función de resaltar la historia. Pero aún así, unas veces por resaltar la historia, otras por hacerlo escondiendo su autoría y las otras por intentar retratar el lengüaje cotidiano, y por consiguiente falso, es claro que todo en estos cuentos es exagerado y, porqué nó, hilarantemente real.


Sea como fuera, estos cuentos muestran algún que otro problema, ya que algunas imágenes que se observan están distorsionadas, no por el espejo donde se reflejan, sino por su propia forma, lo que obliga a un juego difícil y complicado: diferenciar la distorsión en el reflejo que muestran. Este problema se observa, por un lado, cuando se intenta contextualizar los cuentos en un momento y lugar que el lector pueda reconocer de forma fácil, sin que por ello se den nombres concretos y, por otro, la búsqueda de una forma retórica de expresarlo. La primera situación se ha resuelto sobre sí misma al proponer un personaje, Manuel, que, cuento a cuento y de forma autónoma, se muestra de forma altamente absurda; la segunda aborda una serie de escrituras muy diferentes, que forzando la maquinaría gramatical acentúa el territorio de los significados. Pero vallamos por partes. La relación de autor con el personaje protagonista parece a todas luces que ha sido manteniendo todo el tiempo una cierta demagogia, lo mueve por el escenario de forma tiránica, en cierta medida ridiculizándolo y rodeándolo de una corte de coprotagonistas que si en algo le ayudan es a revelar y resaltar su propio absurdo. Incluso al proponerlo en un medio rural contemporáneo acentúa, si cabe más, su irracionalidad. No es casual, Manuel es una figura clásica del mundo de los absurdos, su medio físico, su forma de resolver el sentido común con paradojas y aparentes contradicciones, la forma de salir victorioso, el constante juego de rupturas y surrealismos le unen a la figura del augusto, la personalidad cirquense del payaso que de forma irracional nos hace reír, pero, que a su vez, es él quien se ríe de nosotros. Porque el augusto domina el mundo, lo domina gracias a su sentido particular, frente a los que sólo nos valemos de lo social, de lo aprendido y aplicado gracias al sentido común. Manuel, como el augusto, nos hace reír, a veces llorar, pero siempre nos recuerda que la sociedad en la que vivimos, la sociedad postindustrial tiene un origen humilde, campesino si así se quiere, y que nada cuesta lo que si nó es en su contexto exacto.


Se puede observar que en muchas ocasiones ha querido el autor mover al personaje de forma aún, si cabe, más absurda; pero Manuel se resiste a normalizarse, incluso dentro de lo irracional, y ha tornado en no pocas ocasiones lo contradictorio en surrealista. Destornillando la precisa maquinaria gramatical y llevándola al territorio de lo irreal. Manuel no existe per sé, porque él vive dentro de todos nosotros. Yo a veces lo reconozco en la mirada de los que me rodean, como un producto de esta sociedad, las más de las veces lo veo como un doble de mí mismo, de todos nosotros. Pero el surrealismo no nace de él, sino de su forma de presentar el escrito: José Luis Anta espera que el lector ande con normalidad por el texto hasta que se encuentre con una esquina y es ahí donde aprovecha para cambiar el plano, sorprendiendo en lo que el lector no espera. Momento en el que el personaje entra a saco, muestra su sentido particular y desprende al observador de su normalidad, obligándolo a replantearse, a buscar al Manuel que en él habita. Trata, así, de desvincular al personaje de sus situaciones, mostrándolo como un juego donde el lector cree estar seguro donde solo Manuel sabe lo que hace. Incluso ahí el autor poco puedo hacer y esa es una de las razones por la cual el título habla en plural. Porque no es la historia de Manuel sino la historia de los Manueles. Es en la lectura completa del texto donde se observa que cada cuento es una historia por sí misma, donde el montaje nace de ciertos convencionalismos: primero, de que todas están construidas sobre un mismo nombre, un vocablo (Manuel); segundo, de que existe un cierto paralelismo actorial (el tractor, la hermana, la novia, el amigo Manolo...); tercero, de que el medio eco-geográfico tiene una misma constante (el pueblo, el bar); y, por último, que hay un tono de absurdo en todos los cuentos. Pero son puros convencionalismos, que obligan, una vez más, al lector a creer lo que luego no es más que un puro divertimento, y en este caso ya no es una cuestión del autor, sino de la especial relación que se crea entre el/los personaje/s de Manuel/es y el lector, que se ve obligado a duplicarse para poder sobrevivir al convencionalismo, su convencionalismo.


No es la primera vez que a José Luis Anta se le escapa un personaje, que termina por tomar vida propia, absurdamente propia, a pesar de los intentos constantes que hace por maltratarlos, traerlos y llevarlos por donde su pluma indique. De hecho, en su relato breve Subir hacia arriba, su protagonista que también se llama Manuel recorre el Jaén de mediados de los 90 con una mirada ácida, absurda y realista que obliga al lector a reírse donde debería, solamente, verse reconocido. Lo mismo hizo en Sur-norte o en Fue mala suerte donde fuerza la maquinaria de la escritura, obligando al lector a que tome decisiones. Porque Anta no quiere lectores pasivos, sino ante todo obligarnos a que nos pensemos en el propio acto de la creación. Los títulos de los cuentos, por ejemplo, de Los Manueles juegan, a su vez, en este sentido: no se corresponden a priori con el contenido, desfuncionalizando su sentido y planteando al lector un interrogante. Pero no todo lo que se pregunta ha de ser contestado, es un juego de provocaciones, en el que el autor sólo quiere que el lector entre en el ejercicio para, y de esta manera, hacer que fluya el pensamiento, que la lectura termine por acabar con el hecho literario. En definitiva, la historia de Los Manueles es un extraño divertimento, que como aquellos de principios de siglo tratan de entretener, a la vez que plantear un mensaje, ocasionalmente ameno, constantemente moralizador, siempre provocador. Que nadie se engañe, es una constante de la literatura, de la mala y de la buena, de la de un género y la de otros, la novedad de estos quince cuentos está, consecuentemente, en que no intentan aportar nada más que aquello que nace de la especial relación entre el libro como tal y el lector. El resto es mentira, falsedad y virtualidad.






Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.