El Perro que Hablaba
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EL PERRO QUE HABLABA Aquella calurosa tarde, un hombre cualquiera, como tú o yo, caminaba sin rumbo por una solitaria avenida. En una esquina, otro hombre, oportunista y vivaz, esperaba a la víctima de un plan maquinado maliciosamente, con el que pensaba ganar bastante dinero con poco trabajo. Para distraerse del vapor, que se levantaba del piso con una danza en el aire, el estafador soñaba cómo iba a gastar su próximo botín: cervezas, caballos, algunas fritangas y, si le quedaba algo… mujeres. Lo acompañaban sus fieles cómplices: un perro callejero y un ratoncito gris, este último, tenía la insólita cualidad de hablar, gracias a una fortuita ironía de la naturaleza. En muchas ocasiones, su “amigo” humano le propuso, al ratón, hacer un espectáculo, pero el pequeñín no aceptaba nada sin un contrato justo de por medio, a partes iguales y que le asegurara vivir dignamente durante el resto de su roedora vida; pero días antes, en la tenebrosa mente de aquel estafador se encendió una chispa de maldad: —Venderé al perro insinuando que habla, pero será el ratón quien estará escondido en un pequeño sombrero, le ofreceré la mitad de las ganancias al ratón y para convencerlo firmaremos un papel, diciendo que es un contrato. Tan pronto como pudo le presentó la idea al ratoncito pero, éste dudaba del hombre por su ampliamente conocida fama de mentiroso, egoísta, ladrón y estafador, además de... en fin, la lista es muy larga, sin embargo, día a día era presionado, continuamente, hasta que logró convencerlo. Según el estafador, el plan era sencillo: el ratón se alojaría en un sombrero que llevaría el perro, le mostrarían al comprador que el perro podía hablar, éste quedaría tan fascinado que lo compra, se lleva al perro con el ratón escondido, el estafador los seguiría hasta su casa y en la noche, a la primera oportunidad, el ratón escaparía y se encontraría afuera con el estafador, repartiéndose el botín por la mitad y todos contentos. Para el ratón era muy simple para ser cierto, el estafador jugó su última carta: —Y para que veas que voy en serio, aquí tengo un contrato. —Al ratoncito le brillaron sus ojitos como dos perlitas oscuras, movió sus bigotes de un lado a otro y le dijo al estafador con dudas: —Déjame verlo—, el hombre sonrió para sus adentros, porque el ratón ya había mordido el anzuelo, sólo faltaba recoger el hilo con cuidado para que no escapara la pesca. —¡Cómo no! Aquí lo tienes —. Colocó el papel arrugado y toscamente escrito en el suelo, el ratón se acercó, lo leyó pero, no entendía mucho los detalles legales del David Alexander Garrido Michalczuk