Que de qué hablo cuando hablo de componer

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Que de qué hablo cuando hablo de componer. Por David López Luna. Cada vez que platico con alguien ajeno al medio, ya que ha entendido que el ser y el quehacer de un músico es más que un simple pasatiempo o una distracción para entretenerse en los tiempos libres, y alcanza a visualizar a la música como una profesión, la siguiente pregunta que normalmente se me lanza suele ser: “¿Qué tipo de músico eres?” O más común: “Y ¿Qué instrumento tocas?” a lo cual mi respuesta, acompañada de una gran sonrisa (pues anticipo la cara de decepción de quien pregunta) es un tajante: ninguno, soy compositor. Y no es que no toque ningún instrumento, de hecho, toco varios (y conozco el funcionamiento, dificultades, alcances y técnicas de todos los que figuran en la orquesta), pero puedo admitir sin pena que soy pésimo para tocar cualquiera, ya que mi aproximación para con ellos nunca fue la del objetivo de "sacar" canciones o para improvisar, ni para aprender a tocar; son para mí instrumentos de trabajo, de exploración, por mucho prefiero la experimentación en el instrumento a su dominio.

Una vez hecho eso, ya dicho que soy un compositor, viene la parte curiosa, ya que por alguna razón la figura icónica del compositor entre la gran mayoría de la gente es la del trovador "comercial", el cantautor que toca una guitarra en bares y conciertos populares, (con este comentario no quiero minimizar ni atacar a este rubro de compositores, lejos de eso, nos veo como parte integral del quehacer musical y valoro y respeto a algunos de ellos) así que me resulta un poco difícil explicar que soy más bien un compositor "académico", o "de concierto" o de música de cámara o "algo así"; “¿Sabes? ¿Así como cuartetos de cuerdas, orquesta, obras para piano y todo eso? Cosas así", (siempre me ha costado trabajo definirme, mucho más cuando ninguna de las palabras anteriores sirven para dar una explicación y ni te dan ni te quitan nada) y nuevamente la cara de decepción, ahora mezclada con tristeza, incomprensión, aburrimiento y algo de incredulidad.

Trataré de explicar un poco el oficio. Hace algunos años, cuando el compositor Alejandro Viñao vino a Morelia, se refirió a la tarea, palabras más, palabras menos: “Componer no consiste solamente en escribir notas, sino en crear sistemas de composición”. Yo, en aquel momento, me mostré escéptico, parecía que me gustaba pensar que mi composición era intuitiva, “inspirada” (como si algo de eso fuese mejor); con los años me daría cuenta de que poco había más alejado de ello. Después de analizar un poco la manera en la que trabajaba me di cuenta de que los sistemas estaban ahí, aunque no los hubiera creado conscientemente, y por supuesto, fallaban, como fallaba toda mi música de ese periodo (y la actual), y así como yo, hay muchos que se lanzan a escribir notas sin un plan, básicamente somos niños jugando a los monitos con las piezas de ajedrez, hasta que alguien nos muestra cómo se pueden mover las piezas y si vamos más allá aprenderemos estrategias y jugadas para vencer al contrincante. ¿Qué es más divertido? Para un niño, por supuesto, será más divertido jugar sin un plan, para alguien que quiere dedicarse a jugar profesionalmente, eso no bastará.


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