RAZA DE BRONCE

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Todo, pues, recuperó su aspecto de costumbre. Sólo que ahora los peones dejaron de acudir a la casa patronal, cual si la hubiesen maldecido los brujos de la comarca (laikas), y si tenían que pasar cerca, lo hacían de prisa, tratando de esconderse entre los montones de piedras coronados de espinos, abundantes en los contornos, y que habían sido formados uno a uno, en barbechos sucesivamente labrados por muchas generaciones de labriegos indios. Algo más hizo Pantoja. Mandó como administrador de la hacienda a uno de sus ahijados, Tomás Troche, cuyos puños conocía desde los no lejanos tiempos en que, nombrado intendente de La Paz, hacía castigar a golpes y patadas las opiniones políticas de sus adversarios, y eran los policiales sarta de forajidos ligados al mandatario imperante por lazos de parentesco espiritual. Troche llevaba muchas víctimas a cuestas. Bruto, intemperante y sensual, se había ganado legítima fama de matón entre los de su partido por la solidez de sus puños y la ferocidad de sus hazañas. Hacía ostentación de sus crímenes con desconcertante desenvoltura y por el más insignificante motivo ofrecía dar de balazos y bofetadas, porque para él las únicas razones atendibles eran las que se dan con puñetazos, y tenía más confianza en la eficacia de sus golpes que en los más fundados razonamientos. Pero, como buen cholo, únicamente era audaz cuando estaba con sus amigos o contaba con el apoyo de alguien. Solo, era incapaz de alzar la voz a un chiquillo, no obstante la fortaleza de su brazo; de ahí que jamás aflojaba el bastón ferrado o el revólver. Como en el tiempo que ejerciera su oficio de sayón se había concitado muchos y temibles enemigos, andaba disgustado de su puesto y buscaba una colocación más segura en alguna hacienda o pueblo apartado de la comarca. Y le vino de perlas la proposición de su compadre Pantoja para enviarlo como administrador a su hacienda de orillas al lago, donde –le dijo– podría hacer buenos negocios con los indios rescatando sus cosechas y vendiéndolas en la capital. Troche puso en inmediata ejecución el consejo de su compadre; pero con tan buenas mañas, que en menos de dos años logró reunir un pequeño capital, con la ayuda certera de su mujer y de su hija Clorinda. Inventaban BIBLIOTECA AYACUCHO

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