RAZA DE BRONCE

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había nada a mano para volverlo en sí, tuvo que correr un indio hasta la casa patronal en busca de una botella de alcohol, árnica y suturas. —¿Y ustedes? –preguntó el hilacata a los puneños, que todo lo veían con el mayor de los espantos y sin atreverse a prestar ninguna ayuda–: ¡A ver, a las hachas!… No lo oyeron segunda vez. Al avanzar hacia el torrente de sus espantos, fingiendo obedecer, dijo Agiali a Cachapa: —Corre a acaronar las bestias y yo escapo más luego. Si Quilco no puede o no quiere, que se quede… Algunos minutos después se habían eclipsado los sunichos. Partieron con el alba; y cual si quisieran hacerse pago por los jornales no cobrados al valluno, se pusieron a cosechar los frutos que les caían en las manos, desgajando de intento las ramas, pues bien sabían que el pomar estaba deshabitado y a merced de quien se diese el trabajo de venir a cosechar en él, lo que no sucedía nunca. Cantaban los grillos entre las piedras del camino y las luciérnagas vagaban por los árboles rayando de luz las sombras, el río decía entre la rocalla su canción de espumas, y de vez en cuando surgía el canto arrogante de algún gallo. Y era todo el ruido que se oía en el valle. Les salió el sol cuando ganaban la altura, y a la luz radiante de su lumbre vieron sus ojos el último paisaje, que se llevaron prendido en la retina. El valle se abría a sus pies en ancha zanja ribeteada de verde, y al otro lado se escalonaban los montes jocundos y llenos de huertas y de flores en su base, y cuyas cimas, desnudas, atormentadas, y de color de gamas variadísimas, desde el negro hasta el rojo encendido, iban a morir todas a los pies de Illimani, cubierto hasta las faldas con su alba vestidura de nieve. Una nube parda ceñía el cuerpo de la montaña con una banda tenue, y sus picos, dorados por el sol, tenían un borde cristalino, cual si la nieve de la cumbre floreciese en diamantes o se orlase de una diadema en honor del astro alegre y fecundo. Salieron al llano de Collana, extendido en las faldas de unos cerros altos cubiertos de pajonales, y dejaron a la izquierda el poblacho que se veía a lo lejos, sobre una lomada. Las casas con techos de paja, cuadradas unas y redondas las más, en forma de conos, se derramaban por la vertiente RAZA DE BRONCE

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