
A mi hijo lo lanzaron al río desde el puente de Pescadero. Lo sé porque muchos en el pueblo vieron las camionetas de ellos [paramilitares] cruzar hacia allá después de que sonaron los disparos. Yo ese día no estaba en el pueblo, me había ido a visitar a una hermana que estaba muy enferma.
Me fui con un sentimiento muy raro adentro, como si sospechara que algo muy malo fuera a pasar, además había una llovedera que lo ponía a uno como triste, como si el cielo estuviera llorando antes de la matanza. Le dije a los muchachos [a los hijos] que por favor se manejaran bien, que se quedaran tranquilos en la casa, y que yo volvería en la tarde, que no salieran porque las cosas no andaban bien. Pero el menor no hizo caso.
Uno presiente las cosas, ¿sabe?, ese día yo tuve como un taco en el pecho desde que me desperté. Me fui con ese taco para donde mi hermana y allá no tuve tranquilidad. Yo desde que llegué tenía como una desazón, como que no me hallaba. No pude volver hasta la noche a la casa porque el camino se empantanó mucho y los carros solo llegaban hasta cierta parte. Cuando finalmente llegué al pueblo todo estaba muy quieto, a mí eso me dio mucho miedo, aunque no era tan raro porque a esa hora, con ese clima y con la situación que estábamos viviendo... Pero algo había pasado, yo lo presentía, era como una quietud de cementerio, como un silencio de muerte. Apuré entonces el paso y llegué a la casa, todos estaban
pálidos, mi hijo menor no aparecía, se había ido a comprar algo hace más de tres horas. Yo me puse a llorar, no sé por qué pero me puse a llorar. Corrí a la puerta para ir a buscarlo y mis hijos no me dejaron salir, me dijeron que habían sonado varios disparos, que de pronto él estaba escondido en alguna casa vecina, que esperáramos.
Llevo más de diez años esperándolo. Yo sé que está muerto, pero sueño mucho con él, sueño que vuelve a la casa y que yo me despierto de esta pesadilla. Todos los días voy al río, le tiro una florecita y le pido a mi Dios, y al río, que me devuelvan a mi muchacho. Por eso siempre ando con flores, cojo flores de todas partes y las tiro a cualquier río o quebrada que vea por ahí para que el agua se las lleve a mi muchacho. Yo a veces pienso que él está en el mar, que el río se lo llevó hasta el mar y eso me tranquiliza un poco porque él siempre quiso conocer el mar, y como yo no he podido ir hasta allá le mando las flores como puedo. Espero que cada corriente de agua se las lleve para que no vaya a sentirse solo, para que no sienta que lo hemos olvidado. Yo no voy a olvidarlo nunca y mientras tenga vida voy a llenar el mar de flores para él.
[Después de contarme esta historia se paró y se acercó a la quebrada que estaba justo en frente de nosotros y tiró las flores que llevaba en la mano. Se quedó en silencio por un rato largo hasta que comenzó a llover].




