María Guadalupe a Mariano Moreno

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Las de María Guadalupe a Mariano Moreno son, claro, cartas de amor. Y las cartas de amor, como ningunas otras, deben responderse: parecen escritas con ese fin excluyente. Mariquita escribe sus cartas para que su amado le responda y así conjurar la ausencia y el letargo del desamor físico, sentir de boca del ser amado en lo que dice y que no se puede palpar, hacer un acto de fe creyendo que eso que se dice, es. Obviamente no sabe que su amado, antes de que ella despuntara la primera línea, había muerto. Las once cartas, carradas de cartas, son cartas muertas que no fueron al fuego. Las cartas de María Guadalupe Cuenca de Moreno conforman un raro cuaderno de bitácora. Porque lo que cuenta con lujo de detalles es día a día la inmovilidad de un cuerpo que espera, mientras que el marido es el que viaja por el mar. Pero él deja las páginas vacías. Son las cartas y las memorias de su hermano, Manuel Moreno, las que completan la otra historia, la del barco que sí se mueve: "El accidente mortal que cortó esta vida fue causado por una dosis de emético (4 gramos de antinomio tartarizado) que le administró el capitán en un vaso de agua una tarde que lo halló solo y postrado en su gabinete" (9). Según infiere Álzaga, María Guadalupe es anoticiada del deceso de su esposo durante el mes de agosto. Esto, teniendo en cuenta que la última de la serie de cartas es del 29 de julio. Las cartas de amor, por lo general, se suceden una tras otra frente a la ausencia del ser amado; hasta que se produce el encuentro. Una vez sucedido, las cartas no tienen más razón de ser. Del dicho se pasa al hecho. En el caso de María Guadalupe y su amado, después de las cartas ya no hay nada. Y durante éstas, como dice la célebre carta de Kafka a Milena, sólo hubo, con una literalidad exagerada, " una relación con fantasmas, y no sólo con el fantasma del destinatario sino también con el propio fantasma del remitente, que crece entre las líneas de la carta que se escribe, y más aún en una serie de cartas, donde la una corrobora a la otra y puede referirse a ella como un testigo. ¡Cómo diablos pudo alguien tener la idea de que la gente se comunica entre sí mediante cartas!" Esta historia de amor de la que estas cartas resultan había comenzado, de alguna manera, en 1799, cuando Moreno decide viajar desde Buenos Aires hacia Chuquisaca, la de la célebre universidad, para proseguir sus estudios de derecho. Se trataba de una travesía inmensa. Una vez allí conocerá la obra de autores que lo terminarían formando en el Moreno revolucionario: Montesquieu, Locke, Bacon, Jovellanos, entre otros. Y también conocerá a la casi niña María Guadalupe Cuenca, al ver un retrato suyo en la vidriera de un platero. Preguntará quién es. La conocerá y se casará con ella el 20 de mayo de 1804. Chuquisaqueña, es huérfana de padre y se ha educado en un monasterio de monjas. Tendrán un único hijo, Mariano, y volverán a Buenos Aires. Aquí, transitarán juntos los días fervorosos de la revolución de mayo, se lo nombrará secretario de la Primera Junta, se enfrentará con Saavedra y solo emprenderá el lento camino del destierro en el que encontrará su muerte. 3. En este cruce entre lo público y lo privado, las cartas de María Guadalupe a su esposo resultan ser reveladoras. Vale la pena volver al contexto de producción del mensaje: Moreno zarpó dejando a la joven sin más que la ausencia; el prejuicio es que Mariquita -mujer y muy joven- no sabía más del orden público, si es que algo sabía, sino a través


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