Érase una vez un joven tiburón, quien vivía en las profundidades del mar, quienes lo conocían le llamaban Willy, se caracterizaba por dar largos paseos por el océano.

En uno de sus tantos paseos y nadando muy cerca a la playa, observó a unas personas que jugaban con una pelota.

Ellos se la lanzaban entre sí, unas veces por el suelo, otras por el aire. A veces la golpeaban con los pies, a veces con la cabeza.


Willy duró horas viendo de lejos y tratando de entender cómo jugarlo.
un jugador se da cuenta de que hay un joven y tímido tiburón quien los mira desde lejos.

En ese momento Willy sintió algo muy, pero muy profundo en su corazón. Sintió un llamado natural con respecto a ese extraño juego que tenían las personas.

Willy iba día por día y miraba por horas a los jugadores, sigue con sus ojos cada movimiento de la pelota y en ocasiones, imita los movimientos que ellos hacen.



Todos fueron testigos del gran talento innato de Willy el tiburón, así que sin dudarlo, decidieron invitarlo al próximo juego de una competencia donde participaban, ya que era un partido decisivo.

Willy salió de su casa lleno de emociones y preparado para darlo todo. Una vez en el estadio, miembros del equipo lo reciben en el camerino y le hacen entrega del uniforme del Junior de Barranquilla.


El partido comenzó y en la medida que se desarrollaba el juego, el equipo de Willy empezaba a caer, recibiendo varios goles en contra.

Los espectadores y los jugadores se desanimaron, sintiendo que la victoria quedaba cada vez más fuera de su alcance.
