Sweet Temptation_03

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Sweet Temptation ~Conociéndonos~ En cuanto Edward se presentó y tomó su mano para luego depositar un sonoro, húmedo y candente beso sobre su a estas alturas temblorosa mano, Bella se maldijo internamente. Aquello estaba mal, condenadamente mal. — Entonces… ¿Debo llamarte papá? — preguntó incómoda Bella, y Edward sintió que el mundo se le venía encima. Se quedó congelado en el lugar, pensando en que clase de respuesta podría darle. Claramente jamás la vería como a una hija y estaba lejos de acostumbrarse a ser llamado como la muchacha le había sugerido. — Preferiría que me llamases Edward— respondió mientras sonreía nervioso. — Siendo honestos, creo que parezco más tu hermano mayor que tu padre— Ninguno de los dos podría negar aquello. Jamás se verían como padre e hija. Bella se sentía cohibida ante la hambrienta mirada que le confería Edward, nunca antes prestó atención ante el deseo que se podía demostrar por medio de los ojos, y vaya que sabía de eso, pues a sus diecisiete años Bella se había visto en más de una ocasión presa de lujuriosas e insinuantes miradas. Sin embargo, ahora no le parecía molesto en absoluto, por el contrario, todo su cuerpo reaccionaba de una forma que a ella se le antojaba nueva y placentera ante el febril escrutinio de su padre adoptivo. A ella no le pareció repulsivo, como el resto de los hombres mayores que solía acosarla, ni mucho menos insignificante, como cuando uno de sus compañeros del orfanato le confesaba sus sentimientos. Los ojos de Edward le parecían increíblemente atrayentes, se sentía desnuda ante su atrevida mirada, pero aquello no importó, se le hacía de lo más exótico el rostro de aquel muchacho, sí, por que para ella era sólo un muchacho, al cual debería mantener alejado de sus más profundos deseos, ya que era el esposo de Tanya, y sería también su padre adoptivo dentro de poco, ya que aún no estaban listos los papeles. Bella se corrigió mentalmente y llegó a la conclusión de que estaba errada; él no era un muchacho, era un hombre, uno insoportablemente hermoso y tentador, poseedor de la mirada más varonil y seductora que había visto, pero sobre todo prohibido, y ella debía convencerse de aquello. — Podrías devolverme mi mano— pidió la chica con un hilo de voz, mientras Edward nervioso recién caía en la cuenta de que por estar devorando con sus ojos a la inocente criatura no había liberado el agarre sobre su muñeca.


— Sí, claro— respondió nervioso liberando a la joven enseguida. A Bella le enterneció en demasía verlo tan nervioso. Observar como se pasaba las manos por su cabello de forma frenética la hizo sentirse mal, y pensó en una forma de alivianar su carga. — No hay problema— dijo ella, pero esta vez en un tono sereno y lo suficientemente fuerte para que Edward la oyese. ¿Cómo no prestarle atención? Si ahora era ella quien tomaba la mano de él y la acariciaba con su dedo pulgar, infundiéndole confianza. "Es tu hija" se repetía mentalmente Edward una y otra vez. El le sonrió de lado y sin soltar aún la mano de la joven se encaminó junto a ella hacia su volvo. Soltar la mano de la chica dejó una sensación de vacío en Edward, pero era necesario para ingresar al vehículo. Bella por su parte se sentía extraña, no entendía bien que acababa de ocurrir. O más bien, qué estaba ocurriendo, ya que la sensación de incomodidad y nerviosismo no la había abandonado por un segundo. Le había fascinado sentir la tersa piel de Edward ejerciendo presión sobre la suya, y en cuanto su manó abandonó la suya para abrirle la puerta del auto aquello le había causado un dolor casi físico. ¿Era posible que le gustase su padre adoptivo? Se preguntó mentalmente la joven, y decidió que era muy pronto para tener una respuesta. Edward se había hecho la misma pregunta cientos de veces en los últimos diez minutos mientras manejaba, en los cuales ninguno de los dos se había atrevido a emitir palabra. Él incómodo silencio era dios y señor del ambiente, y aquello era incómodo pero soportable, no así mantener una conversación sin saltarle encima a su hija. "Esto de la paternidad me está enloqueciendo" se dijo Edward, al borde del colapso. — ¿Disculpa? — preguntó Bella creyendo haber oído algo, mientras él se maldecía internamente por haber dicho eso en voz alta. — Cuéntame acerca de ti— pidió solemne, formando una amistosa sonrisa en sus labios, esperando que aquello fuese suficiente para disfrazar el sórdido deseo que ardía en su interior. — No lo sé, lo típico. Ya sabes, gustos musicales, hobbies... ¿Dejaste amigos allá, o tal vez algún novio? — lo último lo dijo en un tono burlesco, intentando sonar calmado y objetivo. Cómo si fuese la pregunta más común del universo, claro está que era pésimo en estas cosas. Ya que, en el fondo, él sabía que moriría de celos si su respuesta fuese afirmativa. En ese instante no pudo evitar pensar que finalmente sería inevitable que la joven llegase a casa con un chico de la mano. Uno que, claramente, no sería él.


¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Darles mi bendición? — ante lo absurdo de su ocurrencia él no pudo evitar soltar una sonora carcajada. Sentada junto a él, Bella lo observaba atónita, sin entender el porqué de su risa. Ni siquiera había respondido a su interrogante, por lo que no podía estar riéndose de ella. Lo miró esperando una explicación ante su reacción, y una vez que la risa de él hubo cesado esperó una respuesta, pero está jamás llegó. Él se concentró en el camino, ignorando a la muchacha de forma magistral. Entonces, Bella se dijo que en vista de que él no explicaba sus extrañas reacciones, ella no tenía porqué responder a sus preguntas. Agradeció que su bolso fuera pequeño, ya que no se había visto en la obligación de guardarlo en el portaequipajes, y abrió con torpeza el cierre de este, sacando del interior un humilde reproductor de mp3, que no era un tributo a la actualidad, pero al menos cumplía su función a la perfección. Con los audífonos puestos y la música a un volumen considerado, no tan fuerte para que no molestase a Edward ni tan bajo para que ella no lograse oír, se dejó guiar por las hermosas letras, y no fue hasta que un brusco tirón le arranco los audífonos de forma grosera que comprendió ya habían llegado. Edward se maldijo por ser tan torpe, pero la indiferencia de la muchacha le volvía loco. Sobre todo el que no respondiese sus preguntas, pero de ahí a arrancar de una forma tan bruta los audífonos de la chica era demasiado. Y él lo supo al instante, lo que menos deseaba era ganarse su odio. Fue por eso que, al instante en el que Bella le miró confundida por su brusca actitud, él posó con delicadeza su mano sobre su hermoso e inocente rostro, cuyo semblante representaba la pureza misma. Ante tan repentinos cambios cientos de dudas acudieron a la mente de la chica. Sin embargo, el deseo pudo más que ella y se dejó llevar por lo que dictaminaba su cuerpo. No pensó en las consecuencias cuando sintió como las expertas manos de Edward acunaban su rostro con extremada delicadeza, ni supo qué hacer cuando él tomó una de sus manos y la enlazó con la suya. Sólo abrió sus ojos cuando le sintió llevar ambas manos unidas a su boca, y depositó un tierno y dulce beso en ellas. Ella lo observó asombrada, pero bastó escuchar como Tanya los llamaba acercándose al auto para romper el ambiente creado. Al segundo ambos soltaron sus manos, como si se repeliesen. Entonces, Edward comprendió que aquello era peor de lo que él pensaba, había descubierto que él no le era indiferente a ella, aquello lejos de hacerle sentir un pervertido o inmoral le llenó de una indecente alegría. Se miraron a los ojos durante segundos, que tanto a Bella como a Edward les parecieron eternos, hasta que finalmente un suave golpe en la ventana les hizo reaccionar. Edward bajó el vidrio con rapidez y antes de que lograse crear una mentira Bella lo salvó.


— Tanya. Que alegría verte al fin. Disculpa la tardanza, es que... ¡ni Edward ni yo conseguíamos desenredar el maldito audífono! — dijo la muchacha en un tono demasiado creíble, mostrando el cable del aparato enredado de forma previsora en el asiento. Y observó con envidia como la hermosa mujer se asomaba por la ventana de Edward y depositaba un casto beso en los labios de él. — ¿Edward? — preguntó Tanya escéptica, pero con la misma voz dulce que le había inspirado tanta confianza y lealtad. Lealtad, la misma que había sido quebrada en cuanto posó sus ojos sobre él esposo de esta. — Pensé que estaría mejor así ¿No pretenderás que me diga papá, verdad cariño? — respondió Edward más calmado y en un tono juguetón que logró convertir el tenso ambiente en una perfecta paz reinante. Tanya los observó apenada, la verdad es que por enfermizo que sonase ella había deseado que la chica la llamase mamá, era una adolescente, lo sabía, pero existían madres jóvenes. Bien lo sabía ella, que en su trabajo de asistente social había atendido a más de una chica con no más de doce años en estado de gestación avanzada. Finalmente, la incómoda pareja salió del auto, ganándose ambos un fuerte y cariñoso abrazo por parte de una Tanya muy emocionada e ilusionada. Sus brillantes ojos delataban sin piedad las lágrimas que luchaban por salir. ¿Y cómo no hacerlo? Si la pelirroja había esperado demasiado por esto, al fin veía frente a ella su sueño hecho realidad. Esa familia que había anhelado durante tanto tiempo, la familia que ella al igual que Bella no tuvo. La espera había valido la pena, ella se auto-convencía de eso a diario, a diferencia de lo que Edward pensara. Ella había adoptado a Bella por más de una razón, y otra en su lugar hubiese optado por un recién nacido. Sin embargo, Tanya sabía mejor que nadie lo difícil que era para los adolescentes del orfanato conseguir un hogar, el tiempo no era justo con ellos y las personas optaban por adoptar a los más pequeños. Dentro de poco Bella alcanzaría la mayoría de edad y Tanya no estaba segura de lo que pasaría con ella. Fue esta una de las principales razones que la incentivó a adquirir la custodia de la muchacha. —Este será tu dormitorio— dijo emocionada y casi dando saltitos, provocando que sus rizos rojizos se moviesen al son de su vaivén. Bella no podía dar crédito de lo que sus ojos veían, el cuarto era por decir poco hermoso, ni en las revistas viejas que les daban en el orfanato creyó ver nunca una imagen similar. Sus paredes estaban pintadas de un tono blanco invierno, que a Bella nunca le gustó ya que le recordaba a los hospitales. Sin embargo, esto se encontraba lejos de parecer un hospital. Las hermosas cortinas verde esmeralda contrastaban a la perfección con las paredes y combinaban de manera pulcra con el edredón de la cama.


— Es precioso— dijo emocionada la adolescente mientras su vista se clavaba en la repisa. Una veintena de libros junto a media docena de cuadernos fue el broche de oro. — Es más de lo que merezco— dijo Bella antes de lanzarse a los brazos de su amiga, porque eso eran, lo sentía mucho por Tanya, pero pese a que en algún momento la vio como madre hoy comprendía que era solo admiración. No se sentía capaz de que en algún momento esa palabra brotase de sus labios, no podría, no cuando eso significaba reconocer a Edward como su … Ni siquiera se atrevía a evocar la palabra, se le revolvía el estómago y las nauseas la embargaban cada vez que meditaba sobre el asunto. Edward observó encantado cada detalle de la inocente chica, y su pecho se infló cuando notó que su idea de poner libros en la habitación de la joven no había estado errada, muy por el contrario Bella se había mostrado más que conforme con eso. Finalmente, el joven matrimonio optó por salir de la habitación y darle a la recién llegada cierto tiempo de intimidad. Mientras simulaba oír lo que Tanya decía, Edward tomaba un café y no podía dejar de imaginar a Bella de una forma que él sabía que era ilegal. Finalmente, sus cavilaciones fueron interrumpidas por un grito agudo. Al instante la pareja se levantó alarmada, corriendo a la habitación de la chica. Cuando entraron vieron a la chica con ambas manos tapando su boca. Y un rubor que a Edward le pareció una clara invitación a poseerla. Finalmente, fue Tanya quién terminó por comprender el motivo de tanto alboroto. Los ojos anegados de lágrimas finalmente dieron paso a un torrente de salinas muestras de emoción. Edward moría de deseos por limpiar las hermosas gotas que surcaban el rostro de la joven, pero se contuvo. Obligó a su cuerpo a mantener la calma. "La mente tiene control sobre la materia." — se repetía en la cabeza Edward una y otra vez. Tanya por su parte había corrido a envolver a la chica en sus brazos. — No debiste hacerlo— musitaba la chica contra su pecho, dejando su ropa notoriamente húmeda, pero a la dulce mujer no le importó. Continuó repartiendo tiernas caricias por su cabello. — No debía, pero quise hacerlo. Una vez te dije que me importabas Bella, eso no ha cambiado ni cambiará. — Finalmente, depositó un dulce beso en la frente de la chica y antes de acariciar con profundo cariño la mejilla de la joven le pidió a Edward que fuese a la cocina a por un vaso con agua para Bella. Una vez que Edward estuvo lejos, Tanya habló.


— Sé que no querías que gastase, pero para mí no es un gasto Bella, es una inversión. Si tú eres feliz yo lo seré. La ropa que viste en el armario la escogí con ayuda de la hermana de Edward, Alice, y estoy convencida de que se volverán grandes amigas. Antes de que vuelva mi esposo quería decirte que dentro del cajón en el mueble pequeño al costado de la cama dejé algunos preservativos, ya que no sabía con exactitud si tenías novio o no. Sé que no se ve bien que la persona que se supone debe velar por tu seguridad te entregue condones, pero la experiencia me ha enseñado que siempre es mejor prevenir que lamentar. Bella la observaba atónita, no sabía que hacer, nunca había pasado por una situación así, ya que nunca le habían dado la "charla". Tanya lo entendió enseguida y sonrío con alivio. — En fin, al parecer no los necesitarás. Que alegría equivocarme— soltó finalmente la mujer entre risas y suspiros. Cuando Edward llegó al dormitorio se encontró con ambas chicas revisando con evidente entusiasmo una tonelada de prendas de vestir esparcidas sobre la cama. Más tarde se lamentaría profundamente no haber desviado su vista hacia la ventana. Ya que casi por inercia sus ojos se posaron sobre una serie de sujetadores, pero fue uno azul cielo el que le hizo perder la compostura. Optó por entregar el vaso de agua a su mujer y partir a toda velocidad al baño... sí, aquello había sido una pésima idea. ¿Cómo demonios me saco a esa chica de la cabeza? — gimió Edward mientras el agua fría recorría su cuerpo. Intentó por medio de una ducha arrancar las imágenes que su pervertida mente no dejaba de crear. Pero haber visto ese sujetador había sido el inicio de su martirio. Ahora no dejaba de imaginarse la tersa piel de la chica provista de esa prenda, la exquisita textura de esta bendecida con esa atractiva tonalidad crema contrastando a la perfección con la libidinosa prenda azul. Sus fantasías eran increíblemente detalladas, comenzaban en forma de alabanzas hacia dicha pieza, solo para después ser arrancada dejando a la vista dos cimas que Edward podía apostar que sabían tan sabrosas como lo serían sus labios. Un dolor punzante en su entrepierna terminó por confirmar a Edward que la ducha no le había servido en absoluto. Ya no había dudas, estaba metido en un gran problema.


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