Revista de Feria de Lora del Río 2008

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Lora del Rio [Enfoques] llano, y el pueblo, al verlo así, como una manera más de engrandecer este rito, lo ha hecho suyo. Ello explicaría el extraordinario éxito de la canción y el notable cariño que Lora tiene a Curro Montoya, aparte, por supuesto, de la gran valía personal y artística de este hombre. Luis Montoya Medrano, padre de Curro, trabajaba en una huerta que la familia tenía arrendada “por la Matallana”, junto a la carretera de Alcolea, donde el niño ayudaba y donde empezó a hacer sus primeros “pinitos” en el cante. Precisamente el sobrenombre artístico elegido por el cantaor, Niño de la Huerta, hace referencia al trabajo de Curro en esta época juvenil, en un momento en que el panorama flamenco nacional se llenaba de “niños” y “niñas” artistas. Recuérdese, por ejemplo, al Niño de Alcalá o la Niña de los Peines, entre los más de un centenar que he logrado contabilizar. En 1923, Curro canta en el Olimpia de Sevilla, junto al Niño de Utrera y los hermanos Fregenal, pero va a ser dos años después cuando el loreño gane un Concurso de Cante Flamenco celebrado en Córdoba, al que se había presentado animado por familiares y amigos. Contaba con 17 años de edad y puede decirse que a partir de este momento se inicia su vida artística. Marchó a Madrid, donde va a participar en los principales espectáculos de la época de gira por toda España. Dicen los “entendíos” que, si bien en sus comienzos, Curro siguió la escuela estilista de Antonio Chacón, muy pron-

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to adoptó formas más cercanas al estilo de Pepe Marchena, especialmente en sus milongas y fandangos. El Niño de la Huerta grabó por primera vez La Romería Loreña, como hemos dicho, en 1941. Se trata de una recreación personal de una milonga que pronto se convirtió en un éxito a nivel nacional. La milonga era un cante de origen argentino que la cantaora Pepa de Oro había introducido en España hacia finales del siglo XIX. Paco El Americano, artista muy popular en esta época, le dio a la milonga un estilo aflamencado que obtuvo una enorme aceptación en el mundo flamenco, influyendo en el Niño de la Huerta que hizo suyo aquellos cantes adaptándolos a su estilo. Dicen que hasta que no grabó la Romería el Niño de la Huerta era considerado sólo un seguidor de Marchena, como tantos otros de su tiempo. A partir de este enorme éxito, Curro pasó a ocupar un lugar destacadísimo en la historia del flamenco. Y aunque cantó y grabó otras magníficas composiciones, su nombre ha quedado indeleblemente unido a esa acertadísima milonga. Escribía el periodista Antonio Burgos, con motivo de la colocación del Busto de Curro en la Placita de Santa Ana: “... La Romería Loreña ha sido el mejor cartel que nunca ha tenido los cultos en honor de la Virgen de Setefilla. España entera supo que existía Lora del Río en la voz del Niño de la Huerta”. Pocos años después, una copla en forma de pasodoble,

con letra de Román y Villafranca y música del Maestro Segovia, Barquerito de Lora, cantada, entre otras artistas de la época, por Marisol Reyes y Dorita La Algabeña, volvería a poner de moda en todo el país el nombre de nuestro pueblo. Curro actuó con los mejores artistas de la época: Angelillo, Marchena, El Sevillano, Niño de Barbate, Pepe Pinto, Pastora Imperio, Manolo Caracol, Juan Valderrama, Canalejas, Vallejo, Niña de Antequera,... recorriendo toda la geografía peninsular en los popularísimos espectáculos de Ópera Flamenca y Variedades. Grabó más de cincuenta discos con variados palos flamencos: fandangos, milongas, guajiras, vidalitas, colombianas, granaínas, malagueñas, soleares, tarantas, seguirillas, caracoles,... Con una privilegiada garganta, una nítida dicción, una dulce cadencia de voz, Curro tenía una maravillosa facilidad para decir los cantes. Pepe Núñez, El Loreño, me decía que Curro era un artista especial. Su voz poderosa, natural, laína y dulce era única. Tenía una extraordinaria facilidad para pasar de los altos a los bajos. Con frecuencia subtitulaban su nombre en los carteles con el apodo de el ruiseñor humano. Al igual que poseía una gran capacidad de movimiento con una misma sílaba. En el escenario podía, a veces, perderse un poco, pero en un cuarto con amigos, en su ambiente, se crecía enormemente hasta hacerse grandioso, sobre todo por serranas y bamberas que, aparte de los fandangos, eran los palos que mejor se le daban.


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