NUEVO VIAJE A LA ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE SOPETRÁN

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NUEVO VIAJE A LA ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE SOPETRÁN, HITA, VILLA Y MONASTERIO DE LUPINA Y VILLA DE HORCHE, EN GUADALAJARA

Bella imagen de la Ermita de Nuestra Señora de Sopetrán

Son las 10 de la mañana de un radiante día del, todavía, invierno. Estamos a 12 de marzo y los cielos no quieren regalarnos el maravilloso bálsamo de la lluvia que riegue los campos donde se pierden las siembras del pasado otoño, llene los semivacíos embalses y, sobre todo, limpie la contaminada atmósfera que respiramos en las ciudades. Nos disponemos a volver a visitar los bellos parajes de Guadalajara, que forman parte de la Alcarria, tan hermosos como desconocidos por los turistas capitalinos. De los cinco viajeros –todos ellos viejos y reconocidos caminantes– solamente Antonio Dávila y quien estas notas escribe, hemos visitado anteriormente los parajes del valle de Solanillos, en el discurren las aguas del río Badiel, afluente del Henares, y éste, a su vez del Tajo, lugar donde se asienta la Ermita de Nuestra Señora de Sopetrán, advocación mariana que tiene también levantada ermitas en las poblaciones cacereñas de Jarandilla y Almoharín, de las que es la Virgen de Sopetrán patrona y en donde se le reverencia con gran fervor.

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Explicábamos en la crónica de nuestro anterior viaje, la leyenda de cómo en el siglo XI se la apareció la Virgen al infante moro Aly Maymon sobre una higuera, y cómo sobre dichos terrenos se levantó una Ermita y un Monasterio de frailes de la Orden de San Benito. Lo primero que hay que describir, por su importancia en el florecimiento en siglos pasados del Monasterio y de la advocación mariana de la Virgen de Sopetrán, es la situación geográfica en la que se encuentran enclavados dichos edificios religiosos. Si nos fijamos bien, a lo largo de uno de los límites laterales de la finca monacal, hoy acompañada por una carretera comarcal, se extiende la ancha franja de una de las numerosas cañadas reales que unen las tierras de Navarra y Aragón con el suroeste español, uniendo Caesaraugusta con Mérida a través de una calzada romana, caminos obligatorios de paso para el ganado de la Mesta, durante siglos, pero también de transmisión de advocaciones marianas, como lo es en este caso.

La ermita erigida en mitad de la cañada, donde se aprecia los bebederos para el ganado

Pero vamos a seguir estudiando el lugar donde se encuentran los edificios de la Ermita y del Monasterio: Si hacemos un círculo alrededor de los mismos, nos encontraremos que en sus cercanías se encuentran las siguientes poblaciones: Villa de Brihuega (tres leguas); Villa de Hita (media legua); Villa de Torija (una legua); Atienza (siete leguas); Uceda (cinco leguas); Guadalajara (tres leguas); Trijueque (una legua); Fuentes (dos leguas); Valdeavellano (tres leguas); Membrillera (tres leguas), etc. Es decir de este estudio se desprende que Ermita y Monasterio se encuentran en el centro de una amplísima extensión de terreno, dentro del Valle de 2


Solanillos, donde se levantan importantes centros urbanos que –todavía– acuden a rezarle, y lugares donde los antiguos monjes benedictinos tenían gran influencia sobre sus pobladores. Son las once de la mañana, ya con un sol muy alto sobre los campos enverdecidos por los tímidos brotes de un trigo que no alcanzan a levantar sus raquíticos brotes. El viento y los fríos de las semanas pasadas han dibujado sobre el deslucido verdor, amplias calvas donde se han perdido para siempre las cosechas. En otros predios, observamos que ni siquiera se ha sembrado, estando las bien aradas tierras a la espera de las ansiadas lluvias primaverales que salven el año agrícola. Con esta triste sensación de ver unos campos tan hermosos quemados por los fríos y yermos de cereales, dejamos los coches junto a la arboleda en invernada que rodea la Ermita. Como en ocasiones anteriores, junto a la fuente que está cercana a la misma, llamada por los paisanos “Fuente de la salud” por sus finas aguas en tierras calcáreas, se encuentran coches llenando garrafas y botellas para el uso propio. Por si acaso, también nosotros nos apuntamos al milagro. Antonio, uno de nuestros acompañantes es de Almoharín y gran devoto de la Virgen –su Virgen de Sopetrán– por lo que se sorprende de que nuestras noticias sean cierta, y mira con un poco de recelo la bellísima y mínima Ermita construida con rudos sillares, en la que solamente destaca el ventanal con arcos sostenidos por bellas columnas de toscano capitel, muy del gusto del siglo XVI. Caminando sobre la bien trazada cañada real, en la que la falta de agua del arroyo ha posibilitado la fabricación de bebederos artificiales, nos adentramos por entre magníficos campos labrados que parecen sacados de las paletas de un pintor adscrito al más puro realismo.

Los campos labrados a la espera del ansiado líquido

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Si bella es la estampa de la Ermita que dejamos por un momento atrás, enfrentarse con el soberbio y arruinado edificio de lo que en otros tiempos fue próspero Monasterio, te pone en guardia sobre la realidad de un país como el nuestro donde joyas como la que estamos viendo a lo lejos puedan arruinarse sin que nadie preste atención a su valor monumental e histórico. El monasterio de Sopetrán situado a las afueras de Hita, fue construido durante los siglos XV y XVI, teniendo como patrona protectora a la duquesa del Infantado. Actualmente, aún encontrándose en ruinas, está declarado Bien de interés Cultural en la categoría de Monumento. Lo primero que llama la atención al visitante, es el lugar que ocupa el conjunto, en un bellísimo paraje, rodeados de perdidas huertas y recorridos sus campos por el río Badiel que, incluso le prestaba sus aguas para el molino. Los restos del Monasterio forman una planta rectangular, en cuyo interior se encuentra el arruinado claustro, pudiéndose observar lo que fue de los tres pabellones que lo formaban.

Soberbio conjunto del Monasterio rodeado de huertas y bosques

En la cara norte estuvo la Basílica, hoy desaparecida, y en su extremo estuvo la iglesia de la que quedan pocos restos. Pero lo que más impresiona de su conjunto es lo que tuvo que ser un bellísimo claustro, hoy casi completamente arruinado, cuyos comienzos son del siglo XVII y en el 4


que han comenzado a hacer algunas mejoras para que no se venga definitivamente al suelo. Mis acompañantes, bajo la sabia dirección de Antonio Dávila rodean el vetusto edificio y se acercan al lugar en el que, según la leyenda, se encuentra la higuera en la que se le apareció al príncipe moro, todavía viva y con ganas de rebrotar en estas adelantadas fechas primaverales. Después, rodeando la fábrica que queda en pie, hoy completamente abandonado a los vientos y a la esperada lluvia, nos acercamos al único edificio que en el conjunto se conserva en mejores condiciones: nos estamos refiriendo al antiguo molino, de propiedad particular, pero hoy también abandonado y en posible riesgo de ser saqueado, como lo fue el Monasterio.

El Molino, cerrado a cal y canto, pero en peligro de saqueo

Todo el conjunto monumental estuvo hace pocos años como parte de uno de los proyectos hoteleros más interesantes de de la zona, pero, desgraciadamente, la llegada de la crisis y los problemas que se encontraron los promotores, hicieron que se abandonara el iniciado proyecto y volviera, nuevamente, al abandono de actual. Apesadumbrados por lo que consideramos un atentado al patrimonio nacional, con los ojos llenos de tanta riqueza abandonada, partimos hacia la villa de Hita, que como un bello nido de águila se perfila, a lo lejos, sobre la cresta de un encrespado monte. 5


Ya dijimos en anterior ocasión que acercarse a Hita, recorrer sus empinadas calles hoy afortunadamente recuperadas y sabiamente pavimentadas, es volver a encontrarnos con la historia más antigua de esta vieja nación. Hita está declarada “Conjunto histórico artístico” desde 1964. En su castillo, hoy completamente arruinado, pasó muchas temporadas el Marqués de Santillana, y en sus calles queda flotando el recuerdo de la figura del Arcipreste de Hita, los dos hombres más importantes de la literatura de los siglos XIV y XV.

Por entre las ruinas de la Iglesia de San Pedro, y a lo lejos, se divisan los restos del castillo

En la vieja plaza del pueblo que sirve cada año para las fiestas medievales, subiendo por intrincadas calles, dejamos los automóviles para pasear y degustar a placer cada minuto que pasamos en la bella población. Sus empinadas cuestas están perfectamente empedradas, las casas están magníficamente recuperadas; un aire de perfección la imprime con el carácter de vieja Villa castellana. Pero no todo es lo que parece. Hoy Hita es un pueblo semi abandonado durante los días de diario, lugar de descanso para gente de Madrid o de Guadalajara que lo tienen como segunda residencia en fines de semanas o en verano, que multiplica su población. Es verdad. Y da un poco de congoja el ver para lo que han quedado los viejos e históricos pueblos castellanos. Pero no es menos verdad que el pueblo, en todo su conjunto se ha salvado de la ruina y del abandono en que se ven otros viejos pueblos de España. Estas cavilaciones desgranamos mientras 6


nos acercamos al atrio de la vieja iglesia que sufrió –como tantas otra de estos parajes– la brutalidad, la irracionalidad, la intolerancia y la crueldad de la guerra civil–, la quema y destrucción de sus retablos barrocos e imágenes bellísimas. Desde la plataforma que forma el atrio, podemos distinguir, hasta perderse en el horizonte, los campos labrados del Valle de Solanillos, donde se mezclan los colores pardos de las tierras en barbecho con los campos enverdecidos por las pobres y arruinadas sementeras.

Vieja puerta de entrada a la Villa, hoy reconstruida

Con un regusto entre gozoso por lo recuperado y amargo por ver la ciudad abandonada, marchamos del pueblo a la búsqueda de nuevas e inesperadas sensaciones, camino de otro punto tan importante como los que hemos dejado atrás: el Monasterio de San Bartolomé de Lupiana y la Villa que le da nombre. Hay que volver atrás en el camino, alcanzar la ciudad de Guadalajara y coger la carretera que conduce a Cuenca. El viajero, en este caso acompañante del conductor, tiene tiempo para ver y disfrutar de unos paisajes inenarrables. La Alcarria tiene parajes bellísimos, únicos, desconocidos por el gran público, pero dignos de ser conocidos y 7


recorridos sin prisas y con los sentidos muy abiertos. En el horizonte, muy altas y en perfecta formación, una bandada de grullas busca sus comederos en tan rica como generosa tierra. Sobre la ciudad alcarreña el viajero contempla la cúpula neo bizantina que contienen los restos mortales de la marquesa de Sevillano, así como el conjunto se su obra social, que hoy forman parte de la Universidad de la capital alcarreña. Lupiana es un magnífico lugar para perderse todo un fin de semana. Hay tantas cosas que ver y disfrutar que el tiempo queda corto. Pero vamos sobre seguro y nos encaminamos al que fue primer monasterio de jerónimos, San Bartolomé, de donde salieron los primeros monjes que llegaron a Extremadura y que se hicieron cargo de los Monasterios de Guadalupe y Yuste.

Bellísimo claustro renacentista de San Bartolomé de Lupiana

Asombra ver, a lo lejos, sobre un promontorio cubierto de frondosa arboleda, la espadaña de la iglesia del Monasterio, hoy único resto de su espléndida iglesia. La historia de este magnífico edificio, donde destaca una de las joyas del Renacimiento español, el claustro diseñado y dirigido por Alonso de Covarrubias, en 1533, está ya contada y a nosotros, en estos momentos de la visita, nos interesa más lo que queda de él, el uso que se le da actualmente y su discutible futuro si no se hace cargo de él el Patrimonio Nacional. 8


Así sabemos que el Monasterio hoy es de propiedad particular y que sus dueños, para poder mantenerlo dignamente y recuperarlo en lo posible, como así se viene haciendo, se utiliza para bodas y comidas de empresas, preferentemente durante los mese de primavera y verano. Como también sabemos, y por eso lo visitamos hoy, que un acuerdo con Patrimonio les exige la apertura del mismo durante un día a la semana, siempre acompañados por un amable guarda que lo conoce palmo a palmo y que con su amena charla y sus grandes conocimientos, nos hace muy grata la visita. Dentro de la ruina parcial del edificio, visitar el refectorio, deambular por los lúgubres pasillos interiores, pasear por sus hermosos y florecidos jardines, escuchar el canto de los pájaros o el sonidos de sus numerosos surtidores, pero sobre todo, contemplar el artesonado y las bellísimas estructuras del claustro, nos llena el alma de regocijada calma y nos retrotrae a unos tiempos de espiritualidad que ya nunca volverán a vivirse. Muchas y buena sensaciones son las que sacamos los viajeros de la visita y mucho e interesantes los comentarios mientras tomamos el camino del pueblo de Lupiana.

Antiguo refectorio, hoy comedor y Sala de baile en bodas y fiestas

Pero Antonio Dávila es impredecible; tanto como imprevisible. En cualquier situación se fabrica una nueva aventura. Lleva tan grabado en su 9


alma el espíritu caminero, conoce tan bien los lugares que visitamos, que se adelanta siempre para invitarnos a conocer caminando los más intrincados y escondidos senderos. Lupiana tuvo que ser un lugar muy visitado por el público en los mejores años, cuando un público heterogéneo subía al Monasterio desde el pueblo por caminos intransitables. Éste es el camino que hoy quiere el Presidente de Amigos del Camino Real de Guadalupe que recorramos, pero a la inversa, es decir desde la “Fuente de los siete caños”, hoy semi perdida entre tupida maleza y espinosas zarzas, y el pueblo de Lupiana. Para llegar a la fuente hay que andar por un camino que mantienen a la par los vecinos y los jabalíes. Los vecinos, porque incompresiblemente en estos momentos, han podado los peligrosos espinos y han creado como un túnel de enramadas que posibilitan el paso de los intrépidos viajeros; los jabalíes porque el camino señala los pasos de los peligrosos animales y sus lugares de descanso en lo más alto y tupido del monte. En un lugar imposible, seguramente en otros tiempos lugar de descanso para los caminantes, un pilón de granito con siete caños de fresca y abundante agua, da nombre a la fuente, cuyo manantial parece inagotable, aún en estos tiempos de dura sequía.

El culpable de la caminata vigilando a sus huestes desde un lugar privilegiado

Mientras los dos coches regresan por la carretera, los tres pobres caminantes emprendemos la marcha por tan estrecho como incómodo 10


sendero. Todo es bajada hasta el pueblo y durante más de tres kilómetros luchamos contra las zarzas, la cal del sendero tallado en la piedra, el desnivel del mismo y el calor que a esas horas de la mañana asaetea nuestras cabezas, mientras un cielo azul topacio nos ofrece un bellísimo panorama donde se enfrentan dos paisajes antagónicos: la montaña, donde se destaca la espadaña de la iglesia del Monasterio entre el tupido bosque autóctono y, por el otro, el viejo y blanco caserío del poblado de Lupiana, donde destaca la verde cinta de la arboleda que se ciñe al río Matayeguas.

Terreno mesetario y de tesos calizos, Lupiana de destaca al fondo de un bien protegido valle

El viaje, duro y entretenido, ha merecido la pena. Una cerveza bien fría y el saludo de los paisanos hacen olvidar los gritos de los mal calzados pies. El premio, un buen cocido casero precedido de una sabrosa sopa de fideos que reconforta los ánimos y restituye a nuestros cuerpos las fuerzas perdidas en el camino. ¿Creen ustedes que con lo ya descrito termina aquí la jornada viajera? ¡No conocen entonces al personaje que nos guía! Antonio quiere que visitemos Horche por estar en el viejo camino de los monjes que salieron de Lupiana hacia Guadalupe. He pasado muchas veces por las cercanías del pueblo camino de mi casa de Cuenca, pero debo confesar que nunca he entrado en el pueblo que se alza en lo alto de un cerro, donde destaca desde la lejanía la esbelta espada de su iglesia. Y he agradecido la insistencia de Antonio en visitarla. Típica ciudad castellana y alcarreña, 11


tiene muchas cosas que visitar y deleitarse con sus sobrias y bellas construcciones, así como con las viajas estructuras sociales que se conservan como lo puedan ser la fuente y el pilón para los animales, el viejo y precioso lavadero público, hoy recuperado, o la iglesia, ayer destruida por la intolerancia entre hermanos y hoy recuperada por el cariño de sus ciudadanos, en la que ejerce su ministerio un sacerdote conquense nacido en el pueblo de El Recuenco, que rápidamente se ofrece a enseñarnos la iglesia y los pocos tesoros que aún se conservan de otros tiempos más espléndidos.

La espadaña de la torre de la iglesia de Horche se levanta orgullosa sobre la puebla

Llenos de gozo por la visita al pueblo, reconfortados por las sabias palabra del cura párroco, volvemos a la plaza y bajo los soportales de sus viejos caserones, en la puerta de una cafetería, los cinco amigos en mangas de camisa hacemos charletas mientras los paisanos se nos acercan curiosos de ver a cinco “jarones” con pinta de “buena gente” que pierden el tiempo hablando de sus visitas culturales. Los hay, incluso, que se atreven a participar en la charla y nos señalan las particularidades del pueblo. Más segura de sí misma, una bella cuarentona, dueña del establecimiento, se une complacida a la reunión y hace las delicias de los asistentes que se solazan en tan bello marco con un buen café y una copita de orujo.

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Cuando la tarde va cayendo y los cielos se encienden por occidente, levantamos la reuni贸n y decidimos egresar a la gran ciudad, contentos y felices de un gran d铆a de amistad y cultura. Seguro que repetiremos.

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