Cuaderno Ático, nº 1

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Sergio Gaspar

ABEN RAZIN

I El agua tiene nombre. Jamás consigue pronunciarlo. Se confunde de sílabas, error de ondas, de sones. No lo pronuncia nunca. Mas lo custodia, apasionada, fidelidad de fuente, continuidad de cauce, en su memoria de agua. La piedra tiene nombre. No lo pronuncia nunca. Proyecta labios. Persigue lenguas, por su interior de piedra. Sin encontrar los labios con que poder gritarle a un aire sin oídos, a un polvo que ha crecido sin oídos, en mundo irremediable, el nombre que no acierta a pronunciar. Pero su nombre. La piedra tiene nombre. Los montes tienen nombre. Las casas tienen nombre... Yo llego y lo pronuncio: Albarracín, éste es el nombre. ¿Para qué sirve un paisaje? ¿Para enterrar los muertos que levantaron sobre él los seres que supieran sepultarlos? Qué derroche de cuerpos, en busca de otros cuerpos que les asegurasen sepultura. Todo hijo es un deseado enterrador. ¿Para esto sirve el fango? ¿Para cambiar de fango, caminándolo? ¿Y el aire? ¿Para cansar más aire, respirándolo? ¿Para qué sirven los paisajes? Quizá no sirvan, y existan solamente. Como nosotros, sus ocupantes, que servimos tan sólo para existir. Y pronunciar los nombres. El agua tiene nombre. La piedra tiene nombre. Los montes tienen nombre... Yo llego y lo pronuncio: Albarracín, éste es su nombre. ¿Sabrán ellos su nombre? ¿Sabrá este aire que se llama Albarracín? Y este árbol o ignorancia de sus hojas. Y esta piedra o ignorancia de su peso. Y este río sin rostro, esta hierba sin mente, este polvo sin oídos, ¿saben quizá su nombre...? Albarracín: lo dejé entre mis labios, al final de la tarde, y me sabía a nombre. Yo, que tanto los amo, por el gusto que esparcía entre mis labios de ese amor, lo reconozco. ¿Pero es también el nombre de estos seres? Piedra, ¿te llamas como te nombro? Aire, que no acudes a mis gritos, que tengo que respirarte para traerte, ¿te llamas realmente Albarracín...? Me incliné sobre el polvo (¿qué haces?). Y busqué sus oídos (¿qué intentas?). Y no encontré en el polvo sus oídos. Y le he clavado un nombre a este polvo que me niega sus oídos. Lo arranco y me pronuncio: Albarracín, éste es mi nombre. —  —


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