C+T #52, febrero 2020

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5 de febrero de 2020 - Año 5, n.º 52

Portada: Ibux Sánchez


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Las algas son prensadas en las cuerdas y se dejan flotando en el mar para que se alimenten y se desarrollen. Así sucede en Cuajiniquil, Guanacaste. Foto: cortesía de Ricardo Radulovich.

Un proyecto de ingeniería de biosistemas promueve el desarrollo de una industria de producción en Costa Rica. Otto Salas Murillo otto.salasmurillo@ucr.ac.cr

En forma de polvo para condimentar las comidas, envueltas en huevo como los populares “barbudos”, en ensaladas, en sopas, en harina para mezclar con trigo o maíz y hacer pan o tortillas... En fin, las algas marinas comestibles pueden convertirse en un invitado regular en nuestras mesas y ayudarnos a fortalecer el organismo, dadas sus magníficas propiedades nutricionales.

Su producción y consumo es masivo en Asia, en donde países como China, Japón y Corea del Sur son productores tradicionales y tienen a las algas marinas como un ingrediente diario en sus platillos. Incluso, el mundialmente famoso sushi japonés las incluye en varias presentaciones. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) calcula en $5 600 millones el valor total de todos los productos que genera, por año, la industria de la producción de algas marinas comestibles. En su sitio en internet (FAO.org), esa entidad indica que, además del consumo como alimento, sus componentes se utilizan para producir espesantes, geles, estabilizantes y hasta fertilizantes para suelos de cultivo.

C+T, suplemento especializado de la Oficina de Divulgación e Información (ODI) y del Semanario Universidad Editora: Patricia Blanco Picado. Correo: ciencia.tecnologia@ucr.ac.cr Consejo editorial: Andrea Alvarado Vargas y Laura Martínez Quesada Diseño: Rafael Espinoza Valverde

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A las algas marinas se les clasifica en dos tipos: macroalgas y microalgas. Tal y como indican sus nombres, la diferencia está en sus tamaños. Las primeras son las que se aprovechan para el consumo humano. Una manera de diferenciar a las macroalgas es dividirlas por su color (pardas, rojas y verdes), aunque los especialistas, al tomar en cuenta otras características, las prefieren nombrar como feofíceas, rodofíceas y clorofíceas. En Costa Rica, existe un proyecto de investigación liderado por el Ing. Ricardo Radulovich Ramírez, profesor y experto en cambio climático de la Escuela de Ingeniería de Biosistemas (EIB) de la Universidad de Costa Rica (UCR), que tiene como objetivo ampliar el modelo de la agricultura acuática.

La idea surgió debido a la creciente escasez de tierra apta para el cultivo, la falta de agua para regar las plantaciones y el impacto del cambio climático, el cual ha variado los períodos de lluvia en el planeta. Si se suma el hecho de que la población mundial sigue creciendo, la alimentación se vuelve un tema medular. “Las macroalgas, que tienen el cuerpo como plantas, se pueden cultivar en el mar, se amarran en una cuerda a la que se le llama “línea larga” que queda flotando. Al tener toda el agua que necesitan para tomar los nutrientes y con la radiación solar que reciben, las macroalgas crecen sin ningún problema. Además, tales organismos limpian el mar de impurezas y no necesitan fertilizantes”, explicó Radulovich.

Corrección de estilo: Amanda Vargas Corrales Dirección: 100 m sur de la Fundación de la Universidad de Costa Rica Sitio web: www.ucr.ac.cr Teléfonos: (506) 2511-1168 / 2511-1213


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En la fotografía se observa uno de los sistemas de cultivo en el Caribe costarricense. Las macroalgas convertidas en harina pueden añadirse en cantidades pequeñas (cerca del 5 %) a la mezcla para hacer pan. También a la popular pizza se le puede agregar algas, tal y como se utilizan otros ingredientes. Fotos: cortesía de Ricardo Radulovich.

“Tenemos muchos beneficios ligados a su cultivo. Por esto, queremos consolidar su producción en las costas costarricenses”, enfatizó. Actualmente, esta propuesta se aplica en el Pacífico Norte y en el Caribe para que las poblaciones costeras conozcan el cultivo de macroalgas, al tiempo que se les brinda el acompañamiento necesario para abrir y desarrollar este nuevo mercado. De esta manera, se logra diversificar la oferta productiva y obtener recursos económicos con una actividad novedosa y de bajo costo.

El cultivo ¿Cómo se cultivan las algas marinas? Radulovich explicó que se construye una estructura muy liviana hecha con largas cuerdas principales a las cuales se les colocan algunos palos o tubos para que mantengan su forma. La estructura se ancla en sacos de arena o bloques de concreto, mientras que a las cuerdas principales se les amarran galones de plástico que sirven como boyas para mantenerlas flotando. Después, se atan mecates secundarios a las cuerdas principales y en estos

se adhieren los pedazos de algas cuyo crecimiento es muy rápido. A criterio del especialista, esta actividad “tiene beneficios increíbles, pues se crea lo que se conoce como ‘servicios ecosistémicos’, ya que las algas no solo limpian el agua, sino que, además, atraen la vida. Es decir, germina todo un ecosistema debajo de las algas y eso es fantástico, porque mejora la pesca y contribuye con la vida de las especies del mar”. “Nosotros cuantificamos esto y lo publicamos, pues nos dimos cuenta de que empezaban a llegar tiburones y barracudas debajo de nuestras líneas de macroalgas en Cahuita, en el Caribe. Ya no solamente había peces pequeños y cangrejos, llegaban hasta los grandes”, subrayó. Como par te de la acuacultura tradicional, el cultivo en el mar podría convertirse en una opción atractiva para las poblaciones costeras, puesto que se aleja de los problemas de contaminación que provocan ciertas acciones y más bien contribuye a mantener la biodiversidad. “Se cambia la forma de vivir y trabajar en el mar, ya no es el concepto de acuacultura ligado a grandes jaulas con millones de peces, como el salmón, a los que se

les tiran toneladas de alimento para que crezcan enormes, lo cual contamina el agua. También el salmón genéticamente modificado, que muchas veces se escapa y se mezcla con las especies nativas, provoca efectos negativos en la biodiversidad”, argumentó Radulovich. Igualmente, indicó que el cultivo de algas es amigable con el ambiente. “Trabajamos solo con especies de macroalgas nativas y estamos en un proceso de selección para identificar las especies y variedades que son más rendidoras”, recalcó. Esta iniciativa se enfoca en crear la oferta y, además, busca promocionar las cualidades de las macroalgas para consumo humano y como insumo para varios sectores industriales, con el propósito de impulsar la demanda. Incluso, el ingeniero mencionó que en Cuajiniquil y Puerto Soley, en Guanacaste, se están haciendo esfuerzos con productores locales para ampliar la producción de especies nativas y empezar a abrir el mercado. Según cálculos hechos por el equipo de investigación de la UCR, una cantidad de 100 toneladas de macroalgas por hectárea, en términos de peso fresco, se puede convertir (mediante secado y deshidratado

al sol y con un porcentaje de humedad del 30 %) en 20 toneladas de peso seco por hectárea por año. Las macroalgas ofrecen un porcentaje de proteína en peso seco equivalente a la cantidad de proteína proveniente de los granos. Asimismo, tienen mucha fibra y un alto contenido de minerales. Por eso, a partir de ellas, se obtienen los hidrocoloides, que son unos compuestos complejos de carbohidratos que se utilizan en la industria como espesantes para distintos productos. Por ejemplo, pastas de dientes, helados y embutidos, entre otros. En el proyecto “Desarrollo del potencial de las macroalgas marinas de Costa Rica para cultivo y uso”, trabajan —junto con Radulovich como investigador principal— la Dra. Cindy Fernández García, del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar) y profesora de la Escuela de Biología; y el M. Sc. Alejandro Chacón Villalobos, de la Estación Experimental de Ganado Lechero Alfredo Volio y profesor de la Escuela de Zootecnia.

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Las microavispas estudiadas miden de 1.2 a 3 milímetros, son insectos de los cuales se conoce muy poco. A la izquierda, la araña del género Lyssomanes (que fue usada como depredador potencial) se está comiendo una avispa. Fotos: cortesía de Rebeca Mora (izq.) y Mauricio Valverde (der.).

Las investigaciones en biomimética, biomateriales y bioinspiración podrían ser la clave para conocer cómo funciona la naturaleza y encontrar nuevas soluciones a los desafíos complejos que afronta nuestra especie. Patricia Blanco Picado patricia.blancopicado@ucr.ac.cr

La coloración en la naturaleza abre grandes interrogantes para la ciencia. Desde distintas áreas investigativas, se trata de entender no solo el origen del color en diferentes especies de animales, sino también su función, de manera que se puedan aprender estrategias replicables en campos como la tecnología y la industria. En Costa Rica, los estudios bioinspirados, de biomimética y biomateriales son aún bastante novedosos. Estos poseen un gran potencial si consideramos la diversidad biológica de nuestro país. Unas minúsculas avispas, casi imperceptibles al ojo humano, han originado varios análisis en la Universidad de Costa Rica (UCR). El objetivo es conocer el carácter del color de estos insectos, que presentan un patrón predominante en la naturaleza conocido como BOB (black-orange-black).

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En las microavispas, el negro está en la cabeza, el naranja se encuentra en el torso y el negro aparece de nuevo en el abdomen. Rebeca Mora Castro, investigadora del Centro de Investigación en Biología Celular y Molecular (CIBCM), hizo su tesis doctoral sobre algunas especies de microavispas, acerca de las cuales existe muy poca información en la literatura científica. La bióloga se propuso estudiar la distribución taxonómica del patrón de color BOB y la naturaleza física-mecánica de este, así como el comportamiento de los depredadores, con el fin de saber cuál es el papel del color en la naturaleza. “La coloración en insectos ofrece una oportunidad fructífera para las investigaciones interdisciplinarias (que involucran tanto la física como la biología) y para una mejor comprensión de los principios de diseño de las estructuras biológicas”, afirmó Mora, especialista en entomología y biomimética. Las microavispas miden de 1.2 a 3 milímetros. Son insectos muy olvidados, porque, al ser tan pequeños, no se conoce mucho de su biología, qué comen, en dónde viven ni en cuáles zonas del país se encuentran. Este año, se dará continuidad a la investigación sobre microavispas, por medio del proyecto “Caracterización biofísica y bioquímica de exoesqueletos

de microhimenópteros de Costa Rica”, el cual se desarrolla en el Centro de Investigación en Ciencia e Ingeniería de Materiales (Cicima). En este trabajo, se estudiarán tres especies de la familia Scelionidae, que se distinguen por sus colores metálicos. Al proyecto se aliaron especialistas del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) para analizar la composición química de los pigmentos de las microavispas, mediante técnicas de cromatografía con espectrometría de masas acopladas. Este método brinda resultados muy conclusivos y requiere una muestra pequeña del material biológico que se estudia, explicó la física Marcela Hernández Jiménez, investigadora del Cicima que colaboró con Mora en su tesis. En el Cicima, se ha estudiado, en los últimos años, el color del caparazón (exoesqueleto) de algunas especies de abejones de nuestros bosques. Recientemente, este centro de investigación adquirió nuevos equipos especializados para los análisis físicos de material biológico en escalas muy pequeñas.

Origen del color El color en la naturaleza se puede deber a tres razones: la primera es la existencia de pigmentos en animales o plantas, la

segunda es la presencia de estructuras físicas que reflejan la luz de determinada manera y la tercera es la combinación de ambos fenómenos. Por ejemplo, pueden existir estructuras que tienen dentro un pigmento, como sucede en algunas mariposas y plumas de aves. En el segundo caso, el color se produce por efectos de difracción e interferencia. Esto significa que la luz interactúa con superficies que pueden tener grietas, ondulaciones o abultamientos, de modo que lo percibido por el ojo humano es el reflejo de colores metálicos o iridiscentes. “Cuando ese color se da solo por la organización de la estructura, hablamos de un color estructural; mientras que si la interacción ocurre porque hay una molécula que absorbe la luz, hablamos de un pigmento”, explicó Hernández. La investigadora del Cicima estudia los escarabajos del género Chrysina, que tienen una coloración metálica. Esta característica se debe a la forma en que la quitina (polímero natural) se establece dentro del caparazón del insecto. “Es un efecto de cómo la luz interactúa con esa estructura”, agregó. En cambio, en su estudio, Mora determinó que las microavispas poseen un pigmento que es el que da la coloración. El análisis de estos insectos representa un gran reto, pues son difíciles de encontrar y de recolectar. En ocho horas


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En los estudios sobre la coloración de los escarabajos, se ha encontrado una propiedad muy particular: cuando a los insectos se les pone cierto filtro de polarización, se ven negros, y cuando se aplica un filtro diferente, se ve un color más vivo. Fotos: cortesía de Eduardo Libby.

de trabajo de campo, se pueden recoger de dos a ocho especímenes, a lo sumo. “Sabíamos que se encontraban en zonas bajas y cálidas. Entonces me fui a recorrer todo Costa Rica con mi red entomológica (similar a la que se usa para las mariposas) y procedí a barrer el campo. Luego, al introducir la cabeza en la red, intento localizar al pequeño espécimen y a su llamativo patrón BOB. Si está presente, se succiona y se recolecta en un recipiente para su observación”, comentó Mora. La investigadora evaluó cuál es la curva de reflexión de la luz en cada uno de los negros y naranjas de la microavispa, pues con estos datos se logra inferir cuáles son sus depredadores. La caracterización del color de las muestras se efectuó de manera subjetiva, ante la ausencia de mediciones rigurosas del color. Para lograr lo anterior, hizo experimentos de observación con la avispa y un potencial depredador (una araña), tomó notas y, con la ayuda de colaboradores en estadística, efectuó las interpretaciones. “La coloración llamativa, como el patrón BOB, es a menudo indicativa de aposematismo, fenómeno que consiste en que los depredadores aprenden a asociar patrones de color particulares con defensas químicas nocivas”, dijo. En este caso, se aportó evidencia de que el modelo generalizado negro-naranja-negro en avispas parasitoides pequeñas es aposemático, según las respuestas de comportamiento de la araña y las pruebas de toxicidad con el crustáceo Daphnia magna. Por su parte, la evaluación de las características espectrales, es decir, la forma en que estos organismos reflejan la luz, se

realiza en un microscopio acoplado a un espectrofotómetro. Para ello, se extraen pedazos muy pequeños de la cutícula (parte exterior dura) de la microavispa y se trabaja con esa muestra. El microespectrofotómetro consiste en un sensor que mide cuánta luz se refleja en cada una de las longitudes de onda, las cuales representan la energía de la luz que ilumina la muestra. “Parte de esas longitudes de onda, el ojo humano las puede observar y es lo que llamamos los colores”, indicó Hernández. Entre los objetivos del trabajo de las científicas en los próximos tres años está identificar cuáles son los pigmentos que producen el color negro y el naranja, y cómo estos se comparan con otros que ya han sido estudiados, por ejemplo, los de las abejas.

Ciencia básica Los análisis realizados hasta el momento sobre la coloración de las microavispas son ciencia básica, ya que el objetivo inicial es saber el porqué de tal apariencia. Esta fase de caracterización consiste en analizar las estructuras, la composición fisicoquímica y la relación entre ambas, con el fin de hacer modelos. “En el caso del Cicima, aspiramos a tener otra etapa en la que podamos sintetizar materiales con ciertas funciones y, por ende, aplicaciones específicas inspiradas en la biodiversidad costarricense. Estas podrían ser en áreas como recubrimientos que necesiten reflejar mucha luz, pero que no deben conducir ni electricidad ni calor”, detalló Hernández.

No obstante, todavía no han explorado a fondo y de manera formal los campos en los que se podrían aplicar los hallazgos. Las integrantes del equipo del proyecto son la Dra. Marcela Hernández, la Dra. Rebeca Mora y la Dra. Marcela Alfaro Córdoba, así como el Dr. Esteban Avendaño Soto, de la UCR. Además, se suman el Dr. Ricardo Starbird Pérez y el Dr. Andrés Sánchez Kopper, del TEC. “Lo interesante de la investigación es que participan diferentes disciplinas, surgieron

nuevas metodologías y conceptos nuevos que se crearon entre todos. Esto generó mucho conocimiento y discusiones largas, fue una mezcla de personas de diversas áreas de conocimiento: física, estadística y biología e, incluso, arquitectura, ingeniería y arte. Ahora se incorporarán los químicos para la caracterización de los pigmentos y el uso de nuevas metodologías”, concluyó Mora.

En los estudios científicos, se hace una distinción entre los siguientes conceptos: Biomimética(o): Mecanismos artificiales que emulan las soluciones existentes en la naturaleza (por ejemplo, las estrategias de diversas especies) con el fin de resolver problemas humanos. Las soluciones naturales son aplicadas en la tecnología. En la biomimética, la función de la estrategia natural es el factor clave. Biomateriales: Son materiales (derivados de la naturaleza o sintetizados en un laboratorio) hechos, generalmente, de múltiples componentes que interactúan con sistemas biológicos como el cuerpo humano. Los biomateriales a menudo se usan en aplicaciones médicas para aumentar o reemplazar una función natural.

En los biomateriales, la función del material natural o sintetizado es el factor fundamental. Bioinspirado: Es un mecanismo basado en los principios, formas o estética de la biología y el mundo natural. Por ejemplo, el diseño de un edificio que imite un elemento de la naturaleza. En la estrategia bioinspirada, la función de la naturaleza no es precisamente el factor fundamental, pues el fin puede ser estético.

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Las enciclopedias se han elaborado en el marco de varios proyectos de investigación y tratan sobre temas cotidianos de las comunidades indígenas. Fotos: Laura Rodríguez.

Un concepto de investigación sobre lengua y cultura indígenas prioriza el trabajo con las comunidades y para las comunidades. Nidia Burgos Quirós nidia.burgos@ucr.ac.cr

Desde hace siete años, la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura, de la Universidad de Costa Rica (UCR), investiga en las comunidades indígenas del país bajo un nuevo paradigma. Además, desarrolla trabajos de acción social directamente con tales poblaciones y los resultados que se obtienen regresan a estas personas para su beneficio. Lo anterior se ha logrado gracias a la trayectoria de dicha escuela, la cual durante más de medio siglo se ha dedicado, de manera pionera, al estudio de las lenguas autóctonas costarricenses. Ese recorrido es la base del surgimiento reciente de nuevos proyectos, que se gestan desde la misma comunidad indígena y tienen como objetivo la documentación lingüística-etnográfica. Esto significa

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documentar aspectos de una cultura en su propio idioma, normalmente a solicitud de las mismas poblaciones indígenas. “Nosotros ahora tenemos una perspectiva nueva, otra forma de pensar cómo se desarrolla el trabajo con las comunidades y para qué se documenta una lengua y una cultura (que es para el mismo provecho de las comunidades)”, dijo Carlos Sánchez Avendaño, investigador y coordinador de dos proyectos de acción social sobre esta temática. Tales iniciativas son un trabajo comunal universitario (TCU), donde participan estudiantes de diferentes carreras, y un proyecto de extensión docente. Ambas tienen el fin de documentar y elaborar recursos didácticos para las comunidades, materiales que —basados en la investigación científica— contribuyan al fortalecimiento de la lengua y la cultura indígenas.

Larga tradición El estadounidense Jack Wilson creó el Departamento de Lingüística de la UCR. Con su aporte y el de reconocidos lingüistas como Adolfo Constenla Umaña y Enrique Margery Peña, entre otros, se

inició el estudio sistemático de las lenguas indígenas de Costa Rica. Para Sánchez, la labor de estos académicos ha sido crucial y es la base de todas las investigaciones que en adelante se efectuaron. Uno de los grandes resultados de los primeros trabajos fue la descripción de los idiomas indígenas, tarea que en su momento partió prácticamente de cero. Según relató Sánchez, luego de esta generación de investigadores, vino otra compuesta por lingüistas como Carla Jara Murillo (quien es especialista en bribri), Mario Portilla Chaves y, recientemente, Haakon Stensrud Krohn.

Nuevo paradigma La UCR se ha aproximado a las comunidades indígenas para realizar diversas iniciativas conjuntas, que permitan generar diferentes productos en sus lenguas autóctonas y, a la vez, fortalezcan su cultura. “Se trata de hacer un trabajo de colaboración entre la Universidad y miembros de las comunidades, esa labor tiene que ver con las lenguas indígenas, hacer algo

con ellas y, paralelamente, con aspectos de la cultura relacionados siempre con las lenguas. Entonces, son trabajos de colaboración de base comunitaria”, explicó Sánchez. El cambio de paradigma consiste precisamente en el intercambio de conocimiento que se propicia en el proceso de investigación, en el que se parte de los intereses de las poblaciones y no de la persona que investiga. Asimismo, la participación de las comunidades es clave para alcanzar los objetivos deseados. Por esto, se han conformado grupos de indígenas en los distintos territorios del país y se coordina con ellos. El resultado es que estas personas son coautoras de los productos efectuados y, además, los materiales se escriben en la lengua respectiva. De acuerdo con Sánchez, han recibido solicitudes de las comunidades maleku, bribri, brunca, cabécar, brorán, térraba y ngäbe.

Materiales y actividades Sánchez explicó que uno de los recursos más fuertes en los que se ha trabajado en los últimos años es en la creación de


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Integrantes del equipo de documentación de la lengua y la cultura maleku muestran algunos de los objetos que se fabricaron para crear la Enciclopedia de las cosas. Foto: cortesía de Carlos Sánchez.

diccionarios temáticos y enciclopedias etnográficas. Ya se han elaborado cinco de la lengua maleku, cinco de bribri, tres de brorán y una de brunca. Las temáticas de las primeras cuatro fueron similares: el cuerpo humano, los animales, así como la agricultura y la gastronomía tradicionales. Luego, en idioma bribri, se expuso sobre la casa tradicional y, en maleku, se desarrolló el tema de los productos fabricados por sus comunidades. En cabécar, se abordó el sistema de clanes y, con los bruncas, se efectúa una enciclopedia sobre la producción de textil y el teñido. Para construir cada uno de estos recursos didácticos, la comunidad conforma un grupo de personas, de acuerdo con cada tema, y se reúne con estudiantes e investigadores de diferentes disciplinas, tales como lingüistas y diseñadores. El mismo proceso ocurre para crear otros materiales visuales que son parte del “paisaje lingüístico”. Entre estos se encuentran las impresiones en gran formato (lonas), de 1.50 metros por 1.55 metros, las cuales usualmente explican los mismos temas de las enciclopedias u otros tópicos específicos, pero de una forma más resumida. Las lonas, por ejemplo, tratan sobre el cuerpo humano, animales, alimentación, casa, familia, clanes, entre otros, y son colocadas en las paredes del aula, por citar un lugar. Todos estos materiales impresos, además de los digitales, son donados por la UCR a las poblaciones indígenas.

Asimismo, se ha aprovechado la participación de estudiantes de la carrera de Informática para hacer la versión digital de las enciclopedias y diccionarios, así como para construir aplicaciones móviles y juegos que los jóvenes indígenas pueden utilizar en sus teléfonos. Igualmente, se llevan a cabo presentaciones artísticas en las comunidades, gracias a la colaboración de alumnos de Artes Dramáticas. En las escuelas indígenas se imparten cinco lecciones por semana sobre la cultura y lengua autóctona correspondiente, que forman parte del currículo del Ministerio de Educación Pública (MEP). Sin embargo, Sánchez considera que estas clases no son suficiente para lograr una revitalización de los idiomas indígenas. “Los recursos didácticos sirven para apoyar procesos de enseñanza, de aprendizaje de las lenguas y las culturas, para atraer a las nuevas generaciones y hacerles ver que su lengua y su cultura pertenecen al presente y participan de las nuevas tecnologías, como cualquier idioma de prestigio. Sirven también para fortalecer la seguridad, la identidad y para vincularse de una forma distinta con esa identidad y con su legado, el legado de sus ancestros”, manifestó el investigador.

Un caso de éxito Para lograr un mayor impacto de los materiales didácticos se requiere que los educadores de lengua indígena puedan hacer una buena mediación pedagógica y utilizar esos recursos. A criterio del investigador Carlos Sánchez Avendaño, de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura, de la Universidad de Costa Rica (UCR), esto constituye un enorme reto, ya que los docentes no han recibido la formación adecuada. No obstante, el académico mencionó un caso en el que se han obtenido muy buenos resultados. Se trata del maestro de cultura Leonardo Porras Cabrera, quien ha logrado utilizar dichos materiales para la revitalización del brorán.

empeño e impulso del conocimiento del brorán, Porras ha conseguido que los escolares empiecen a decir algunas palabras en este idioma. “Entonces ahí uno sí podría hablar de revitalización, porque no es solo interés, sino que ya dicen palabras. Después de que la lengua tenía no sé cuántos años de no escucharse en la comunidad, ahora se escucha. Obviamente de forma fragmentaria, no es que tengan una conversación en esta lengua, pero el brorán empieza a estar más presente otra vez. Entonces eso sí es revitalización”, finalizó Sánchez.

Porras trabaja en Bijagual, una comunidad del territorio Térraba en el sur del país, donde este idioma no se habla desde hace muchos años. Incluso, la niñez ni siquiera tenía conciencia del vínculo de la lengua con la cultura. No obstante, con su

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