MallEntendido

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MALLentendido Fusiรณn literaria colectiva

Tertulias Culturales



MALLentendido Fusiรณn literaria colectiva

Tertulias Culturales


Edición y producción: ASOCIACIÓN CULTURAL VESTIGIO

Publicación privada sin fines de lucro. Prohibida su comercialización. Permitida su reproducción parcial siempre que se cite la fuente y el autor, así como también a la Fundación Arrieta.


ara la Fundación Arrieta, es una inmensa satisfacción el poder revivir las Tertulias que nuestro abuelo Luis Arrieta Cañas (1861-1961) iniciara hace más de cien años y las cuales mantuvo por más de cuarenta (1889-1933), tanto en la casa de don José Arrieta, su padre, frente al Teatro Municipal de Santiago, como en los salones de la Universidad de Chile y, también en la Casona del Parque Arrieta, actualmente Monumento Nacional.

INGRESO

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Hoy, en que vivimos tiempos donde es difícil encontrar los espacios para juntarse a conversar sobre temas culturales, y todo lo que no es utilitario no es tomado en cuenta, espacios como este que estamos abriendo, constituyen pequeños oasis donde podemos compartir discutir y enriquecer nuestros conocimientos e intereses. Hoy estamos realizando nuestro segundo encuentro y con mucho entusiasmo esperamos el tercero, y muchos más, a los cuales, espero, se incorporen nuevos contertulios, nuevos entornos y nuevos temas y participantes. La invitación es a viajar, a ensanchar nuestro universo y a compartir este espacio con todo aquel que esté interesado en tener una verdadera y mejor calidad de vida, la que se adquiere a través de la conversación amena, la lectura, la música y el intercambio de ideas, en un ambiente de cordialidad y alegría. Rescatar aquello es, para nuestra Fundación Arrieta, uno de sus propósitos

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fundamentales, ya que cumple con los requisitos que establecen nuestros Estatutos, que la declaran “Centro de Entretenimientos Populares”, abierta a todo público, pero siempre preocupados de darle un contenido cultural relevante, al alcance de todos. Nuestra Fundación Arrieta, fundada en 1911 por decisión de don José Arrieta Perera (1833-1911) se constituye en la institución familiar más antigua de su tipo actualmente vigente en el país y ese es un valor que deseamos mantener en total vigencia, cumpliendo con el espíritu con la que fue creada. El tema que trata esta publicación se aviene con nuestro propósito, pues nos habla de un elemento que forma parte importante de nuestra vida social y los autores expresan sus opiniones al respecto que no son más que el inicio de la conversación. Todos tendrán algo que decir y es importante que así sea. Quedan todos invitados a participar en nuestras futuras actividades, a quienes recibiremos con la mayor alegría.

Juan Pablo Arrieta García Patrono Fundación Arrieta

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xiste la creencia que nuestra sociedad contemporánea ha sido la más prolífica en invenciones y conocimientos, idea que no es del todo correcta. Si bien desde la perspectiva científica los descubrimientos han sido considerable, los avances en medicina y en la tecnología del transporte y las comunicaciones sin duda que no tienen símil en la historia, hay otros aspectos que no constituyen una novedad y, uno de ellos, son los Centros Comerciales, los MALL que, para bien o mal, se han establecido en las ciudades modificando conductas, formas de entretenimiento y de comercio.

HISTORIA DEL MALL

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Ya en el pasado, desde la más remota antigüedad, estos espacios existían, aunque en algunas ocasiones con una estructura diversa, pero su sentido y alcance social era, prácticamente, el mismo. Incluso, en ocasiones, tenían una relevancia y una magnitud mucho mayor que la que hoy conocemos. No hace mucho, en el norte del Perú, se descubrieron los restos de una ciudad que tendría más de cinco mil años de antigüedad, conocida como Caral, descubrimiento que ha obligado a los historiadores, arqueólogos, paleontólogos y antropólogos, cambiar radicalmente sus opiniones respecto de los motivos por los cuales nacieron las ciudades. Se pensaba que habían sido consecuencia del asentamiento agrícola y que su función era, básicamente, administrativa y militar. Sin embargo, Caral contradice esa opinión pues, al parecer, no era sino un gran cen-

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tro comercial donde se reunían diferentes pueblos y culturas para efectuar sus transacciones y donde no solamente se comerciaba, sino que, además, era un lugar de entretenimiento, algo muy similar a nuestros MALL, pero del tamaño de una ciudad. En las ciudades de la antigua Grecia -como en toda ciudad- existía, también, un lugar que se constituía en el centro comercial, conocido como ágora, pero donde, además de negocios, no solamente se encontraban con breves manifestaciones teatrales y los poetas declamaban -más bien cantaban- sus obras al público, sino que, incluso, los filósofos exponían sus teorías al transeúnte. Allí se habló por primera vez de la “teoría atómica”, idea de Leucipo y Demócrito, así como las teorías de la “realidad” de Heráclito de Éfeso, las opiniones de Protágoras, Tales de Mileto, Anaxágoras, Empédocles, Platón y Sócrates. Si bien estos lugares se encontraban a cielo descubierto, en esencia era muy similares a nuestros MALL, con la salvedad que en los actuales no encontramos oradores exponiendo teorías filosóficas ni científicas.

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El primer edificio construido propiamente para fines comerciales y que más se asemeja a nuestros MALL fue obra del emperador romano Trajano, en el siglo segundo (años 107 al 110) después de Cristo. Luego de construir su enorme Foro, al tener que cortar parte de la Colina Capi-


tolina y el Quirinal, decidió que lo mejor era construir allí una serie de locales comerciales conjunto que se conoció como el Mercado de Trajano. La obra estuvo a cargo de Apolodoro de Damasco.

Mercado de Trajano, en Roma.

Dicho mercado tenía seis niveles: los primeros tres contenían 150 tiendas (tabernae) donde se comercializaba frutas, verduras, vino, aceite, pescados, etc. También habían locales de manufactura en cuero (talabartería), como sillas de montar, riendas y otros artículos. También había orfebrería. Algunos artesanos trabajaban en el mismo lugar. Los tres pisos superiores estaban destinados a oficinas y también contaba con una biblioteca. Durante la Edad Media, se destinó al uso militar, sufriendo grandes transformaciones, entre ellas la construcción de la Torre de las Milicias. Posteriormente se construyó un convento que fue demolido a comienzos del siglo XX para rescatar el conjunto arquitectónico romano. Actualmente alberga un museo. Durante la Edad Media los mercados eran

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también centros importantes donde, no solamente se intercambiaban productos, sino que reunía a los trovadores, artistas y grupos de teatro, así como también servía para dar a conocer los “bandos” reales y disposiciones legales, así como realizar las ejecuciones públicas de los criminales. Entre los centros comerciales más antiguos aún en uso están el Gran Bazar de Teherán, de 10 kilómetros de largo. El Gran Bazar de Estambul, del siglo XV, alberga 4.000 tiendas. También están el Bazar de Isfahan, del siglo XVII, y el Al-Hamidiyah, en Damasco, del siglo XIX. En Rusia se inauguró, en 1785, el Gostiny Dvor, en San Petersburgo, con más de 53.000 m2 construidos.

Derrumbe Casa Prá

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En Chile, en 1898 don Julio Prá Trillé establece el primer centro comercial de Santiago, calle Huérfanos, diseñado por el arquitecto Eugène Joannon Crozier. En el proceso de ampliación realizado en 1904 se produce un derrumbe, una de las peores catástrofes ocurridas en la ciudad, y que sirvió para iniciar el proceso de exigir seguridad para los trabajadores debido a las pérdida de más de 20 vidas. Meses más tarde, la Casa Prá volvía a abrir sus


Casa Gath y Chaves

puertas al público. En septiembre de 1910 se inaugura en Santiago el centro comercial Gath y Chaves, en la esquina de Estado y Huérfanos. Como la Casa Prá, era una multitienda propiamente tal, con gran variedad de productos distribuidos en varios pisos. En 1921 agregaba una sala de Tea-Room en el cuarto piso. Debido a una huelga de sus trabajadores, en 1952, la tienda se vio forzada a cerrar sus puertas definitivamente. Algunas multitiendas se establecen en Santiago, tales como la Casa García, Los Gobelinos, Almacenes París y Falabella, pero es recién en la década de 1980 en que reaparecen los centros comerciales, primero como “caracoles” y luego, definitivamente como MALL, que proliferan hasta nuestros días, instalándose en prácticamente toda la capital y en la mayoría de las ciudades importantes del país. Con partidarios y detractores, estos edificios representan un momento y una forma de vida social muy propia de nuestro tiempo. Tienen el beneficio de ofrecer el más amplio abanico de comercio y servicios de todo tipo, lo que simplifica la tarea de compras del ciudadano común. Muchos de ellos, además, tienen “centros

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de comida” con pequeños y grandes restoranes, salas de juegos para niños y jóvenes e, inclusos, múltiples salas de cine. Para algunos, ya sea por nostalgia o sincero desagrado, los MALL representan un aspecto negativo de la sociedad: la “fiebre del consumismo”, así como la pérdida del contacto con la naturaleza al preferir visitar estos lugares en vez de parques o plazas. Para otros, son lugares que facilitan las tareas diarias al contener, en un sólo sitio, todo lo que se necesita para abastecerse y divertirse. ¿Cuál será su destino final? Todo depende de las circunstancias, de los hábitos sociales, incluso de las “modas”, que tanta relevancia tienenen nuestro país. Como sea, los MALL forman actualmente parte de la vida en la ciudad y, tal como se ve, continuarán multiplicándose...

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os relatos que exponemos a continuación han sido aportados por un grupos de autores aficionados a la literatura, algunos de ellos con trabajos publicados, pero que no se dedican a esto como un oficio profesional. El motivo de haberlo hecho de esta manera es para dejar en evidencia que, basta con tener el ánimo, un poco de dedicación y trabajo, para que cualquiera que esté animado por el arte literario -o cualquier otro-, es capaz de producir un resultado interesante, ameno, que aporte una nueva idea respecto de algún tema. Como decía Oscar Wilde: “Para ser un escritor hay que tener algo que decir, y decirlo...”. Todo lo demás: formas, estilos, expresiones, son elementos que se adquieren por medio de la lectura y la práctica.

RELATOS

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Esto deriva de los principios que anima a la Fundación Arrieta, que no solamente se aboca al entretenimiento popular, tal como lo dejara establecido el fundador, sino que persigue, por una parte, hacer que dicho entretenimiento tenga por finalidad ser un aporte cultural al alcance de cualquier persona y que le sirva para ampliar sus capacidades, sino también dar la oportunidad a todos, a cualquiera, de descubrir sus capacidades y talentos con la finalidad de desarrollarlos en beneficio de la sociedad. Abocados a ello, es que decidimos producir esta publicación, en la que diversos autores, con entera libertad, plasman sus opiniones, vivencias, sensaciones, respecto de algo que ha llegado a formar

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parte de la vida social en casi todas las ciudades, como son los Centros Comerciales, nuestros MALL, sobre los cuales existen diversas opiniones, a favor o en contra, pero que, sin duda, constituyen hoy en día un elemento enraizado en la actividad social. Diversas son las opiniones de los autores sobre el tema, ya que es un elemento de nuestro paisaje urbano que produce muy variadas reacciones. Quienes conocieron otras épocas reviven añoranzas y nostalgias y quienes son más cercanos a la actualidad, lo asimilan con mayor facilidad. Es en esta diversidad donde, a fin de cuentas, se encuentran los diversos mundos que forman parte de nuestra realidad y que terminan conformando aquello que llamamos “sociedad” y que no es más que la confluencia de la diversidad.

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Jorge Arturo Flores SUCEDIÓ EN EL MALL No me provoca una dicha exultante visitar un Mall. Trato de evitarlo por todos los medios. A lo más, voy por algo muy específico: entro, veo, pago y arranco raudo al dulce hogar. Eso es ahora, cuando no somos precisamente jóvenes. Y cuando por fin “nos pusimos los pantalones” en casa… Otro cuento fue cuando estaba recién casado. Allí todo era alegría, música, danza celestial, sonrisa permanente, oídos atentos. ¡Y una pasión que te la compro! El amor, o lo que se llama amor, aunque siempre me ha parecido más calentura que otra cosa, predominaba y dirigía nuestras acciones. Entre ellas, la obligación de ir al detestado Mall. Igual que ir a la feria. Entonces no me parecía estúpida la gente que pasea, compra, bebe y come. No la miraba simplemente. Sólo existía Ella. Y mi mayor contento era cuando, después de caminar kilómetros y kilómetros por angostos pasadizos, haciendo el quite a los energúmenos que transitaban con lentitud exasperante, se detenía frente a una vitrina que ofrecía ropa femenina. Contemplaba embelesado cómo le subían los colores, cómo llevaba las manitos a su rostro, cómo abría la boca en forma de “O”, cómo me observaba con enternecedor afecto. ¡Mira qué hermoso! ¿No te parece? Y el estúpido,

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perdón, yo, respondía embobado, si, es hermoso. Su miramiento se mantenía en el vestido y tornaba a mis ojos. La alegría primitiva convertíase pronto, demasiado pronto, en una suerte de interrogación, tan característica en el espíritu femenino y que, en sustancia, quiere decir ¿puedo? Imposible negarlo. No eran tiempos aún de discusiones, economías y de palabras carentes de calidez, cuando el matrimonio deviene en un ring de boxeo. Muy al contrario, todo era color rosa. Pero, sí mi amor, no faltaba más, para eso está su guatoncito, para darle en el gusto. Y era llevado literalmente en el aire, adentro, en pos de la prenda. Comenzaba lo que hoy me parece un tormento digno de la Santa Inquisición. La prueba. Una vez, otra vez, muchas veces. Había una suerte de interferencia entre lo que vio la ninfa en la vitrina y lo que le mostraba la vendedora. Los colores, el corte, el tamaño. ¿Cómo me queda amor? Bien, era la respuesta. Los hombres somos escuetos, breves, hasta sintéticos. Será porque queremos abandonar el maldito lugar. Ella se paraba frente al espejo, daba vueltas y vueltas. Me hacía cambio de luces con sus ojazos y mirábame con signos de interrogación. Le respondía con el gesto universal del dedo guatón hacia arriba. ¡Era tan linda! Al final, Dios dejaba de chatear y escuchaba nuestras plegarias.

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Salíamos. Nuestra mente veía un café “cortado”, una rica hamburguesa, algo para comer. Ella no. La comida fue y es


algo circunstancial, pasajero, que puede perfectamente evitarse si de por medio está la obsesión por adquirir cosas. En esos momentos, la cónyuge no era apreciada por los jugos gástricos de mi estómago. Rogaba, entonces, por no circular delante de una vitrina con joyas o pantalones. Pero dicho está que nuestras plegarias rara vez son escuchadas. Yo no sé para qué diablos está Dios. Seguramente mirando TV o escribiendo en Facebook o chateando porque, en verdad, no atendía ninguna de nuestras súplicas. Tampoco entiendo para que están sus ayudantes, el tal San Pedro o San Pablo. Pudieron, siquiera, interrumpirlo frente a nuestras rogativas. Aparecía inevitablemente ¡oh desdicha! un local de “jeans”, como les dicen ahora. Antes le decíamos “blue jeans”. Bueno, jeans. Para que vamos a pelear con la modernidad. Columbrábamos el desenlace. En esos instantes nos convertíamos, por arte de birlibirloque, en oráculos. Adivinamos lo que sobreviene. Miles de jeans iban amontonándose en el mostrador. Nunca sería yo vendedor de prendas femeninas. ¡Es que se me hace una raya en la ingle, no se ve bien, muy estrecho, muy

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amplio, no me ajusta! ¡Crestas! ¿Por qué no harán las cosas como el capitalismo ordena? Yo sonreía beatíficamente desde el asiento. Cuando ella se perdía por enésima vez en el vestidor, aprovechada de inspeccionar el paisaje a través del vidrio. Un mar humano, heterogéneo, no siempre atractivo físicamente, plagado de caminantes infatigables, sin dejos de fatiga en sus rostros, hablando hasta por los poros, observadores impenitentes de cada vitrina. No se saltaban ninguna. Niños en hombros de sus padres, hijas alargando el brazo de la madre, gordas aferradas a maridos enclenques. Senos caídos. Descomunales panzas masculinas. Nadie pasaba hambre. Mucha zapatilla y buzo. Mucho grito. Bullicio atemperado porque estaba en el interior. De improviso, surge una joven enfundada en ceñidos pantalones, moviendo las caderas con terrible vaivén, busto terrorífico, cabello largo, teñido lógicamente, porque se le veía demasiado bonito. Caminaba observando… Nuestras miradas se cruzaron. Yo estaba recién “cazado”, me debía al amor prometido, pero ella, que se había detenido a contemplar los pantalones, se inmovilizó en mis ojos. ¡Oh my God! Estaba para “servírsela” literalmente. Linda. Miré melancólicamente mi anillo de matrimonio. Chuuu, que huevá estar casado. ¡Qué mina! Observé distraídamente al vestidor donde mi cónyuge peleaba con los jeans. No había peligro. Mis ojos persistían en la infidelidad. Retornaba a los suyos. Seguía mirándome sin bajarlos, como las luces de los automóviles cuando viajan de noche,


importunando a los del sentido contrario. Despaciosamente, sí, lo prometo, sus labios se distendieron en una sonrisa pícara. Es verdad, lo juro por la lechuga que comí ayer, incluso entreabrió los labios, unos labios carnosos, divinos, que daban ganas de aplastarlos, hasta morderlos, y puedo jurarlo de guata en la tumba de mi perro, si, de mi perrito regalón, que hizo aparecer la punta de su lengüita. ¡Chuuuu! ¡Qué suplicio, que martirio, que terrible la huevá! Debo haber abierto los ojos también en forma de “O”. Si no es verdad, si nadie me cree, que me parta un rayo (felizmente ese día estaba absolutamente despejado). La situación era comprometedora. Me puse nervioso. ¿Quién no se pondría igual frente al espectáculo? Me gustaría insinuar algo, sonreír, inclusive cerrarle un párpado, porque, para que estamos con cosas, a los hombres nos cuesta poco olvidar las promesas, más si al frente hay alguien que teje una fantasía excitante, pero… La mujer me cerró el ojo con extensa sonrisa, invitadora, y siguió su camino, contornándose de forma asesina. Mis ojos, abiertos, muy abiertos, la boca también, siguieron ese maldito vaivén de los glúteos que se alejaba en el oleaje humano hasta que intempestivamente chocaron con una forma humana que reconocí de inmediato: el busto de mi bella mujer…. –¿Amor, le pasa algo, mi gordo? –No nada, ¿por qué la preocupación? –Es que está un poco colorado, tiene los

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ojos abiertos y la boca igual, como si estuviera sorprendido. –No, mi vida, para nada, estoy bien, re que te bien. ¿Se decidió? –Si, ¿te gusta? –Sí, claro que sí, precioso – La verdad es que mi respuesta fue automáticamente, sin ver colores ni modelos ni nada. Mis ojos persistían en su infidelidad, horadando el cuerpo de mi cónyuge para seguir el maldito vaivén de esos glúteos que me dejaron loco….

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Janette Cuevas 1. CONTRASEÑA: MORTALES MALL Apenas me enviaron a este planeta, supe de inmediato que se trataba de un castigo. Algo así como una cárcel de alta seguridad para enmendar a la escoria de los universos paralelos… Ignoraba el concepto de “sufrir”, tampoco recuerdo los latrocinios que habré cometido, pero han de haber sido atroces para merecer semejante sanción… No soy la única, pero la mayoría no recuerda su calidad de presidarios condenados por varias vidas. Lamentablemente, yo lo sé (es parte de la pena impuesta), como también sé que no debo intervenir y menos involucrarme con humanos a corta distancia. Por eso me limito a mantener cierta correspondencia e intento que no sea muy asidua. Me enviaron al mejor asentamiento dónde aprender rápido el idioma, costumbres e idiosincrasia. Son pequeñas ciudades autosuficientes. Les llaman en forma genérica “Mall”. Se promocionan aseverando encontrar lo más variado en productos y servicios, los mejores panoramas de entretención y cultura, con salas de cine… Ignoro si estos seres son mentirosos o simplemente ineptos, porque yo me aburro de ver lo mismo, repetido una y otra vez hasta la saciedad. La imaginación la guardan en el bolsillo trasero de su pantalón. Suelen caminar apurados en este lugar, como si les esperara algo de importancia sideral. Obsesio-

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nados por la hora, inventaron un aparato al que llaman reloj, cuyo único objetivo es transformarlos en esclavos. Es un tema atávico, los humanos son una especie genéticamente modificada para la esclavitud, por algo fueron creados para servir de soldados. Carne de cañón, en la época en que todavía se creía que era necesario un batallón para ensayar viajes a otras dimensiones. Morían por millones y por eso hicieron más. A final, fueron inútiles, decidieron enviarlos a algún rincón del planeta por si les volvían a requerir. Los experimentos completos tienen un costo y no se trata de andar desperdiciando materia prima. Al poco tiempo, se dieron cuenta que eran capaces de sobrevivir a costa de depredar desaforadamente este planeta. Lo transformaron en basura flotante y allí, a los demás entes universales, se les ocurrió esa perversa idea de transformarlo en cárcel; seguros de su incapacidad de salir a más de algunos kilómetros de distancia fuera de la atmósfera, constantemente ocupados inventando juguetes tecnológicos y como su espíritu de esclavos les lleva la delantera, todo lo que se les ocurre lo transforman en foco de obsesión. Humanos…

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Pareciera que el único propósito en su existencia es destruir o al menos cubrir lo bello que se les entregó. Para eso usan los “Mall”, capaz de proveerles de cualquier cosa que cubra su belleza; pinturas para tapar su rostro, bulla para acallar su intuición, repeticiones para silenciar su imaginación, géneros para ocultar sus cuerpos.


Si supieran lo que significó inventar un diseño que lograra reproducirlos en ausencia de laboratorios… Hasta les otorgaron sensaciones gratificantes en extremo, placer para incentivarlos, y en lugar de destinar tiempo en obtenerlo, se esconden, lo hacen apurados para volver a sus estúpidas existencias. El otro día, me topé con dos humanos encerrados en el baño del Mall, procreando; terminaron en minutos y salieron huyendo despavoridos. El apellido de algunos de estos sitios, es “Plaza” rememorando espacios donde antaño jugaban los humanos de menor estatura y se besaban los que despertaban a la sexualidad. Ahora, llevan a sus semillas a un lugar titulado “Tierra Feliz” (“Happy Land”) frente a máquinas en las que ingresan fichas para obtener, a cambio, tiras de papeles blancos para canjearlos algún día… que nunca llega. A los pequeños los entrenan. Les gusta la fantasía; así inculcan a sus crías que la realidad no les puede proveer lo necesario, requieren soñar con un futuro, como si tuvieran futuro. Son la especie menos longeva de todos los mundos habitados. Su fecha de caducidad es mínima, como sus vegetales. La mayoría de los seres fuera de la atmósfera existe por millones de años y éstos, juegan a planear un futuro del que carecen… Tienen “Terrazas”: mesas a la intemperie. Los negocios más numerosos “Grandes tiendas” que dicen ser “anclas”. (Debe ser porque el barco se les hunde e ignoran por donde les ingresa el agua.)

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Sirven veneno en los “Patios de comida”. Los patios eran parte de las casas en las que vivían, dónde ponían vegetales, secaban sus géneros y sus crías jugaban. Hoy pocos tienen más de un cubículo en altura, prefieren los géneros plásticos y sus crías ya no juegan. A cambio, en estos centros, devoran desperdicios que prensan con formas redondas o alargadas (saben que los mata, pero esperan que les coloquen etiquetas negras en los envases, que les digan que los matan) y beben pócimas de colores que inventaron para no tomar agua. Detestando sus rutinas, se encierran por gusto en un lugar oscuro donde, en dos dimensiones, les proyectan la vida de otros, teniendo la de ellos en “3D”, a la espera que algo les suceda. Hay varios por cada ciudadela “Mall”; les llaman cines. Implantados en un planeta con sonido de cascadas, aves que trinan, dotados de habla… prefirieron idear audífonos para conectarse a ruidos cacofónicos a lo que llaman música.

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Si están enfermos, vienen al Mall; si quieren sacar a pasear a sus hijos, en lugar de trasladarse cerca del océano, tres cuartas partes de su planeta, los traen al Mall; si desean iluminarse, compran estrellas de mentira e, incluso, tienen un local al que le llaman “Centro Hogar” (“Home Center”: adoran las palabras en otra lengua que no sea la suya) para comprar una cantidad de cosas que jamás usan. Los veo adquirir taladros, limpiadores, géneros


sin pelusas y todo lo que les pueda ser inservible, pero sobretodo desechable… Luego, los llevan a sus madrigueras atiborradas de objetos comprados, con sus papeles de colores o cartones plastificados y, cuando el medio de canje escasea, son capaces de golpear murallas y hasta tirarse por un puente porque sin ello, no pueden girar en el “Mall”. En todo caso, varios están diez horas terrestres, entreteniendo a sus crías con un palo de agua de colores, contaminada y congelada… Nunca encontré los panoramas de cultura: cuando pregunté por ellos, me enviaron a “Biblioteca Viva” que parecía muerta o al menos desierta, no había nadie. En cuanto al “Museo”, no entendí nada de lo que allí se exhibía; una rata gigante muerta y unos trozos de hilo enredados no daban para panorama, menos para cultura o entretención, probablemente exige un conocimiento del que carezco, pero en mi mundo, el arte no requiere explicación. En definitiva, los centros comerciales son el lugar perfecto que construyen estos seres para olvidar todo lo que no hacen… les llena la vida… El problema, es que estoy confundida y no estoy segura si el castigo sigue siendo válido… porque hoy desvestí el cuerpo prestado, caminé sobre una arena imperfecta en lo que llaman playa, me sumergí en sus aguas heladas que nunca están quietas, después de haberme unido en el más desnudo acto conocido. Si los humanos supieran qué hay más allá de la

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frontera de un Mall, no volverían sobre sus pasos… quizás por eso les mantienen engañados, para que permanezcan en su interior. Quedan bellos entornos… Si supieran quién soy, me llamarían alienígena y si vieran quienes son, se llamarían alienados… 2. NO ME QUEDA OTRA… AVENTURAS DE MALL… Ya sé que no debiera, que es casi pecado, pero no me queda otra. Espero que nadie me vea. Últimamente, me repito mentalmente demasiadas veces esa frase. Es que no ando en buenos pasos… Me prometí, apenas emergieron los enormes bloques de cemento, que jamás pisaría uno de ellos. Les llamo centros comerciales aunque me corrijan mil veces y les digan Mall, pero estoy a punto de transgredir mis principios. De hecho, a dos escasas cuadras… En todo caso, se me está haciendo un hábito, considerando que acabo de estar con el tercer hombre de mi vida, pese a estar casada desde hace cinco y tener un amante hace dos. Parece que se me está pasando la mano con las inconsecuencias ¿O no? Y con “estar” no me refiero a sentarme a compartir una gaseosa (no digo Coca cola, pero engancho con alguna de vez en cuando.)

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Las enormes puertas no se abren (algo no quiere que entre); pronto me percato (y casi me cuesta una lesión) que abre, pero para el otro lado. Es menester leer y si dice, tire hacia fuera, no puedes tirar ha-


cia dentro (se parece a la vida). Las otras no abrían porque eran de salida… Una vez en el interior, recuerdo que dispongo de cuarenta minutos para encontrar el regalo perfecto para mi cuñada (descarto la escoba porque ya no se venden y no he visto brujas sobre escobillones); tiene que ser algo de marca conocida, de lo contrario corro el riesgo que me lo arroje por la cabeza. Las últimas veces no le he achuntado. Le obsequié productos para el cabello y dijo: –¿Encuentras que tengo el pelo feo? Con las cremas preguntó si la hallaba arrugada y con la blusa talla “M” argumentó que la encontraba gorda... Esta vez, voy a la segura; entro a una tienda cara y le compro una cartera, aunque me pase los próximos dos años pagándola… No queda otra… porque me acaba de sorprender saliendo de un lugar de dudosa reputación abrazada de Ismael, así que no hay margen para más errores… Ingreso a la tienda atomizada de manera implacable con aroma a “cuero”. La cartera más barata es de seis cifras… ¡Le gustará! De lo contrario, están los tickets de cambio para comprobar el precio de mi arrepentimiento. Nótese, que de lo que me arrepiento es de ser tan estúpida como para salir de un motel por la puerta delantera, no de haber disfrutado de las caricias cuidadas de Ismael. El pobre quedó preocupado cuando vio mi rostro lívido y el de Carmen rojo, mientras siseaba cual serpiente cascabel…

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–Mi concuñado y tu hermano, tienen que saber quién eres… perra. No entiendo el hábito de ofender con el femenino del mejor amigo del hombre, pero tampoco estoy para dudas gramaticales. La dependienta me muestra una cartera negra con broches y tachas plateadas sobre una vitrina a su espalda, pregunta: –¿Qué le parece ésta? –¿Cuánto cuesta? –le pregunto. –$240.000, es toda de cuero pintada. –¿Por Gauguin? –¿Perdón? –dice. –No se preocupe, la llevo… La introduce en una bolsa de género, luego en una caja y finalmente al interior de una bolsa de cartón con la marca. Debe ser para justificar el precio…

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En Falabella hay un joven vaciando el contenido de un frasco de cristal a los que entran. Mejor me aseguro con un perfume, por si no basta la cartera para provocarle amnesia. En el mesón, me atiborro de aromas fuertes; almizcles, cítricos y dulces. Todos los precios son exorbitantes, así que a modo de consuelo, escojo uno que huele a rayos, para dejar pasado cualquier ascensor por veinticuatro horas. Total, es carísimo. La vendedora me obliga a bajar dos pisos hasta llegar al final del sitio para que lo envuelvan, independiente que con el valor del producto


pague su sueldo completo, de un mes, de quien está en empaque. Recuerdo que no retiré el ticket de cambio; regreso al stand de perfumería y me encuentro de frente con Carmen, quien con tono de desprecio pregunta: –¿Qué haces aquí? Voy a contestar y la veo acompañada de un joven diez años menor que ella, la tiene abrazada y no es Carlos, mi hermano, precisamente. Alzo las cejas, sonrío malévola (lo sé), y pregunto en el más falso de los tonos dulces que mi laringe permite: –¿Y ustedes? Recién ahí se da cuenta y para mi fortuna, no se le ocurre ninguna respuesta. Titubea… ¡Está muerta! Al final, murmura: –La discreción puede ser mutua… Sonrío abiertamente, digo: –Evidente cuñadita. Parece que la luz del día no es apta para la buena compañía. Le tiro un beso en el aire. Veo que la dependiente corre a entregarme el ticket olvidado, digo: –Me arrepentí, prefiero cambiarlo de inmediato por “Eden de Cacharel” y me alcanza para “Miracle de Lancome”. Vengo del Paraíso y me ocurrió un milagro… Apenas salgo, arrojo los cientos de envoltorio en un enorme basurero al costado del ancho pasillo y me cuelgo la cartera. A lo lejos, mi cuñada camina con su amigo cabizbaja.

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Grito: –¡Nos vemos más ratito! ¡Ah, y feliz cumpleaños! Te debo el regalo… 3. NUEVA IGLESIA... Necesitaba ir a la iglesia, recorrer sus pisos inmaculados de mármol. Sentirme sola, reunida conmigo mismo, repetir algún mantra conocido. Cualquier cosa que me alejara de la decepción, de la pertinaz frustración. Las cosas no salen como quiero, por el contrario, no me atrevo a nada y el mejor lugar para quienes vivimos amortajadas en temores, es la iglesia. Allí, nos sentimos superiores, aunque sea por un segundo, es que los que viven, se equivocan, y la religión se encarga de enrostrarles sus fallos, su energía desbordante, sus ideas desbocadas. Son apostadores diarios. En cambio, nosotros pernoctamos al margen de cualquier sueño que pueda hacerse realidad. La fe nos mantiene atado el cuerpo y jamás nos articulamos con nosotros mismos, menos con los demás. Necesito alinearme en el silencio, escaso en nuestros días.

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Camino calle abajo; por suerte en el barrio hay capilla, es la acertada decisión de vivir próxima a una avenida importante. Al llegar, no espero música sacra o una misa que comience cuando ingreso, pero… está cerrada. La amplia puerta de madera está cerrada. De seguro temen que roben las piezas valiosas y antiguas que cobija en su interior. Hay mucho ma-


leante; pero está cerrada. Mientras pienso, unas lágrimas escurren por mi rostro, mis manos comienzan a transpirar y mi rostro está rojo. Parece que no puedo con ésto. No sé qué hacer. Hasta he empujado la puerta pese a verla cerrada desde arriba. No voy a poder entrar… Camino, camino sin saber dónde dirigir mis tristezas, camino en solitario con las piernas cansadas. De pronto, Dios coloca en mi camino una nueva iglesia, sonrío sin pensarlo demasiado, decido cambiar de religión… Entro al Mall…

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Cristtoff Wolftown PASEO RAUDO Y VELOZ AL MALL Resultó ser que imaginé lo que resultaría de aquella reunión con las chicas y el cafecito de mierda helado y con ellas, hasta por los codos hablando, así que cuando al fin dimos por terminada nuestra junta, me despedí cortésmente y rajé en busca de un puto baño público; tan solo eso, un simple baño, por misericordia. Fue cuando recordé lo cerca que me encontraba de aquel monstruoso Mall o Mol, ahí mismo donde tanto weonaje se enorgullecía de conocerlo a través de selfies en redes sociales, como si a todos nos importase un soberano carajo el que no tuvieran más alternativas de paseo o bien su estreches de mente para sortear las horas de ocio. Sí, el mismo Mall donde hoy por hoy, en realidad desde que llegaron para quedarse, los papitos y las mamitas pasean a sus pendejos, bien sea como premio o porque ahí es el único lugar donde los pueden dejar webiando a los demás sin preocuparse y poder dedicarle horas al imprescindible teléfono celular, de última generación, para cyber charlar, curiosear a los otros o bien ligar a escondidas; he visto cada pelmazo riéndose solo(a)s, con cara picarona por la gran conquista cibernética al recibir “likes” por alguna bobada posteada. Porque van y se esconden tras la pantallita: tanto loco y loca sueltos. Tanto ser indiferente al compartir en la vida real, pero que ahí, en su cyber tontera son los

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más sociables. Tanto ser despreciable que fuera de pantalla no soporta siquiera un abrazo o demostraciones de cariño real, sino solo a través de la tonterita. Ahí mismo es donde caí y me vi ingresando por sus grandes puertas, donde todos pasan riendo, de la mano con sus críos o bien de sus parejas; todos embobados gastando su dinero en cuanta necedad imaginable para luego poder alardear detrás de la misma pantallita y quedarse atentos al premio del hoy; sus atesorables “likes”. En fin, lo mío era sencillo y tras caminar y subir y bajar escaleras para flojos de piernas, logré dar con la gran sala de baño, tan envidiable en nuestros hogares rea-

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les, donde todo está pulcramente limpio y los espejos abarcan a todo el pelota, como quien habla, que los requiere para saciar instintos naturales. Ahí, donde al entrar están todos retocándose para salir airosos y volver a caminar por los pasillos y tentarse a lo que venga. Ahí, el mismo lugar que me obligó a conocer este peda-


zo monstruoso de cemento y mármoles complacientes a quienes lo visitan, me encontré en un minuto de pausa y sobrecogedora paz espiritual, agradeciendo haber estado cerca y aguardando terminar mis quehaceres para retornar a la vida real de allá fuera y caminar y sacarme esa sensación de haber estado obligado a visitar el famoso Mall que tantas cagadas se ha mandado desde su construcción, donde nunca hubo un titular de todos los obreros que se suicidaron y/o cayeron desde alturas y que luego de su finalización dejó profundos atochamientos automotrices en el barrio. Lo mejor, y que le tuve que reconocer al haber logrado salir de ahí… ¡sus baños!

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Alicia Fontecilla IGNACIA EN EL MALL Te miro, Ignacia, bella por el derecho confirmado de tus diecisiete años creciendo en un mundo gris. Sigo tus ojos, tu búsqueda, el anhelo que levanta tu pecho ante los colores, los olores, los sabores de la realidad plástica que te encandila. Visitas el mall todos los días, sales del colegio y te sumerges en las ilusiones doradas e insinuantes de un universo que no te pertenece, que se obstina en alejarse de tus manos de uñas coloridas, llenas de dibujitos a medio camino entre la infancia y la adolescente que exige lo que debería ser suyo sólo por el acto de respirar en este planeta difícil. Te veo crecer, muchacha linda, piel morena, pelo liso y brillante. Das el salto final y te alejas por completo de la ensoñación diaria, del apoyo seguro de la familia, de las horas muertas ensayando distintos maquillajes y peinados. Entras a trabajar. Es tuyo ahora el futuro que tanto anhelabas, chiquilla, ya estás dentro, completamente, eres una más en la cadena de producción de una tienda de lujos: ropa hermosa y delicada, zapatos impensables, tanta cosa que antes mirabas escaparate afuera, ahora vendes escaparate adentro. Pero sigues estando afuera y lo sabes, el tiempo pasa y se come tu sueldo de empleada. Te enamoras, vienen los hijos, tu cuerpo de muchacha cambia, se acomo-

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da a todas las formas de amor que debes conocer en la vida. Tus ojos cambian, los colores que tanto te asombraban se opacan, las vitrinas ya no son la entrada mágica al universo voluptuoso que soñabas de niña. Estás atrapada, mujer hermosa, el tiempo corre y no hay salvación para ti en este mundo de soles artificiales, el aire dulzón de los desodorantes ambientales te revuelve el estómago, la felicidad mentirosa de la ropa de marca ya no te cuenta historias mágicas de felicidades futuras. Esta es tu vida, el mall que te rodea, te consume, te sujeta por la mensualidad de un sueldo que te permite vivir unas cuantas horas en el mundo real. Sueñas ahora, Ignacia, con las felicidades sencillas del aire fresco de las mañanas, anocheceres tranquilos, el murmullo de tus hijos creciendo, la mano del que amas. Lo que tocas, lo que hueles, lo que eres.

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Santiago Marín EL MALL-DITO –Tengo que pasar a pagar la cuenta en Ripley… hacer una fila de media hora porque todo el mundo se viene a pagar el mismo día que yo, como si supieran de antemano que uno viene y se ponen de acuerdo para joderlo a uno… Y ¿cuánto tengo que pagar? ¿Dónde mierda dejé la boleta…? No importa. Ya me darán el cupón en la caja. Eso siempre lo tienen al día, pero cuando uno viene a reclamar por algo, entonces no encuentran nada… Y esta vieja estúpida que tengo adelante que no hace más que escarbar en su cartera… ¿Por qué las mujeres usan cartera si nunca encuentran nada en ellas? Serán masoquistas, digo yo… Y dale con revolver lo que tienen dentro… Ahora me está mirando. Tendré que hacerme el weón para que no me pida nada ni me meta conversa… ¿Qué me va a decir? Alguna idiotez… Por lo menos avanzamos un sitio. Ahora le toca al guatón ese, que probablemente desayuna hamburguesas con papas fritas… ¿Cómo puede una persona tener tan poco respeto por su cuerpo? Este tarado va a reventar en cualquier momento… Mientras no lo haga aquí… Y se está poniendo a discutir con la cajera… Claro, porque le están cobrando de más, según él. ¿Por qué figura un cobro de “mantención de cuenta” en la tarjeta si le dijeron que si compraba más de cien lucas no se cobraba? La cajera le da la expli-

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cación del caso, que el cobro era por el mes pasado que tenía menos de cien lucas… Y ahora, el guatón de mierda quiere hablar con el gerente… ¿Acaso cree que algún gerente se va a preocupar de su cuenta de mierda? ¡Si esos tipos están ahí para calentar su asiento…! A lo más mandan a un “supervisor”, un idiota con cotona blanca y cara de perro que tampoco sabe nada del asunto y te dan una explicación que no entendería ni Einstein. Y si no te gusta la explicación, les importa un carajo. Hay que pagar sin discutir sino, ¿para qué pediste la tarjeta? Si uno ya sabe que, para lo único que sirven estas cuestiones es para que te roben. Ahí viene el supervisor, un tipo flaco y engreído que le habla a los demás como si fueran estúpidos… La mayoría lo somos, claro; por algo sacamos la mierda de tarjeta… Y, como todos los supervisores, no entiende explicaciones: o paga o no paga y, si es lo último, te mandan a cobranza judicial. ¿Y qué va a hacer uno? ¿Contratar un abogado por tres lucas? Nada que hacer. El guatón se puso algo grosero y le llamaron la atención. Por lo demos deberían permitirle desahogarse… Así que paga de mala gana y se va refunfuñando, odiando a la empresa, pero mañana volverá a comprar con la misma tarjeta… Y ahora le toca a la vieja que, obviamente, no tenía la boleta ni traía el carné. Probablemente tiene todo en la cartera, en algún rincón cuántico, de esos que forman universos paralelos… ¿Su RUT? Le cuesta acordarse… Por lo vieja debería tener un RUT de cinco números… Y romanos… Finalmente lo re-


cuerda. La cajera le mira sonriendo y le dice que la cuenta ya fue pagada. Probablemente la vieja la pagó el día anterior y se le olvidó, pero como ya le falla la memoria y no tienen nada más que hacer, viene a perder el tiempo y a hacer perder el tiempo a los demás. El tiempo… ¿Y para qué me apuro si no tengo nada que hacer? Llega mi turno, paso la boleta y el dinero, pero la cajera me dice que debo pagar dos lucas más por el atraso ¿Cuál atraso? Es que la cuenta vencía ayer… ¡Pero si no ha pasado ni medio día! ¡Normas de la empresa! Saco las dos lucas y se las paso. No me voy a poner a reclamar como el guatón porque sé que no saco nada, que siempre el cliente tiene las que perder. Me devuelven la boleta con el recibo de pago corcheteado. ¿Me habrán cobrado el corchete o saldrá en la próxima cuenta? Weones de mierda… Así que me voy a Súper a comprar lo que me encargó mi mujer. ¿Qué era…? Confort… avena… leche… papas… cebollas… tomates… No me acuerdo de lo otro… Entonces recuerdo que siempre me manda un mensaje de texto al celular con la lista. Lo veo y… ¡mierda! Son como veinte cosas. En fin. Como ya me conozco el supermercado como buen marido amaestrado, sé dónde está cada cosa así que voy, metódicamente, siguiendo el plan… Pero, aquí dice “Crema emulsionada para la cara”… ¿Dónde mierda…? Y más abajo, “toallitas higiénicas”. ¿Por qué las mujeres no se compran sus cosas íntimas? Y, lo peor, justo hay una tremenda mina donde venden las toallitas, así que paso de largo y me

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pongo a mirar los shampoo, esperando que se vaya, pero sigue allí, buscando y rebuscando, como todas las mujeres, tratando de encontrar el mejor producto al menor precio. Me dieron ganas de decirle: ¡Da igual, porque son todos una mierda! Finalmente me armo de valor y pienso, ¿y qué me importa que me vean comprar toallitas higiénicas para muje-

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res? No van a creer que las uso yo… Así que me acerco y tomo un paquete de las que veo más baratas y me largo. Busco los otros productos, pidiéndole a las viejas estúpidas que dejan el carro a mitad de pasillo, “por favor ¿me deja pasar?”, guardándome el resto de la oración porque resultaría demasiado ofensiva. También me escabullo de las promotoras que te quieren hacer comprar lo que no necesitas, o te dan a probar salchichas... Y ¡listo! Me voy a la caja y… cuatro carros antes que yo, en casi todas. Y la cajera que dice: “van a tener que esperar un minuto por-


que hay problema con un precio”. Por suerte no se le “cayó el sistema”. Me cambio de fila a la siguiente. Acaba de irse uno y ahora le toca a un señor de edad. “Deslice la tarjeta” le dice la cajera. “¿Por dónde?” pregunta el viejo. Preferí callarme. Lo intenta varias veces, pero no funciona. Finalmente, la cajera casi le quita la tarjeta de las manos con disgusto y la pasa por la ranura del aparato y ahora funciona. “Verde, clave, verde” le dice ella. El viejo la mira con una tremenda incógnita en el rostro. ¿Qué significa ese misterioso lenguaje, propio de alquimistas? Finalmente, cacha de qué se trata, pero se le olvidó la clave. Y uno piensa ¿porque está prohibido el asesinato? ¿Por qué no instalan cajas para idiotas? Gracias a la intervención de la Divina Providencia, recuerda los putos cuatro dígitos… Pero, delante de mí una señora ya había comenzado a poner su compra en la cinta deslizante. Cada tres productos pregunta ¿cuánto vale este? Aunque la pantalla lo dice con toda claridad, pero no la mira. De pronto, esa frase que le hace a uno hervir la mierda. “¡Oh! Se me olvidó una cosa. ¡Vuelvo altiro...!” Y sin ningún respeto por los demás, se va a buscar lo que había olvidado y nosotros, los aweonaos de la fila, esperando… Y cuando vuelve, se da cuenta que no le alcanza la plata, así que tiene que eliminar artículos de la lista. Después, pasa los billetes y abre una chauchera y comienza a buscar las monedas que faltan. Las cuenta una a una, hasta dos veces para estar segura. Y, más encima la cajera le pregunta, “¿Do-

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naría dos pesos al Hogar de Cristo?” Y la vieja lo piensa… ¡Son dos pesos, vieja…! Ya. Pasó. Sigo yo y, al volverme, veo que la mina de las toallitas higiénicas está detrás mío. Mientras la cajera pasa los artículos por la máquina, saco la tarjeta y me preparo para pagar con soltura, como diciendo “yo si cacho esto”. La maquinita comienza a trabajar… trabajar… trabajar… ¡Mierda! Si me dice que no tengo saldo, me mato… “Está lento” dice la cajera sonriendo y mostrándome sus dientes inmaculados, probablemente lo único inmaculado que tiene. Pero finalmente lanza el pitido salvador y aparece la mágica palabra de “aprobado”… Siento que me vuelve el alma al cuerpo. Me dan las boletas y, para parecer generoso, le doy a la niña que empaqueta una moneda de quinientos pesos… ¿Qué mierda hace uno hoy con quinientos pesos? Me voy y comienzo a bajar por las escaleras mecánicas. Y pienso en lo genial del tipo que adaptó las ruedas de los carros con las ranuras de la rampla. Hay que ser inteligente… Y también es inteligente el ingeniero que se le ocurrió que, para bajar de un piso a otro, hay que dar una vuelta por los locales, por si uno se tienta… Vivaracho el weón… Pero yo no me tiento… No siempre… Pero al ver a la mina de las toallitas pasar por mi lado y dirigirse al siguiente nivel, decidí seguirla. Buen culo, pensé. Seguramente hace mucho ejercicio… cualquier que sea… Y se dirige a un local que vende café y donas… ¿Ella comiendo donas? Pero, no; pidió un sándwich vegetariano. Y yo, que me senté una mesa más allá, pedí un


café y un Montecristo, sólo para parecer refinado. Ni sabía lo que era un Montecristo, así que cuando me traen un tremendo sándwich con jamón, queso, rebozado todo en huevo batido y frito a más no poder, sentí que mi hígado daba un tiritón, pero tuve que hacerme el valiente… La mina me mira con sus ojos verdes y yo le sonrío, hasta que me doy cuenta que no me mira a mí, sino a otra mina como ella, buen pellejo, aunque con rastros de silicona, que se acerca y se saludan amistosamente y se ponen a conversar. ¿Seré weón? Si eso de “enganchar” en el mall es cuestión de las películas. Pero me comí el sándwich completo y me tomé el café mientras observaba de reojo a las dos minas. Decidí marcharme y enfilé a las ramplas mecánicas. ¿Cuál era el estacionamiento? El –4, con el conejito… ¿Dónde mierda estaba el conejito? Acudí al recurso habitual: usar el control remoto para ver dónde sonaba… Tres filas más allá… Mi Suzuki Balero de seis años, algo aporreado, seguía allí. ¿Quién se iba a robar ese cacharro? Abrí el maletero y guardé las bolsas. Entonces aparecieron las dos minas y se me acercaron. No me buscaban a mí, sino su automóvil que estaba junto al mío: un 4Runner Limited último modelo. Me dije

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que no tenía oportunidad ninguna. Salí de allí con la cola entre las piernas, desanimado, con el Montecristo subiéndoseme por la garganta… Pensaba en lo grandioso que era que existieran estos sitios donde uno puede hacer todos los trámites en un solo lugar y podía ver uno algunas minas ricas. Además, como decía un amigo mío, eran muy democráticos porque reunían a todas las clases sociales… Pero yo pensaba que, en realidad, no la reunían, sino que las hacían más notorias; basta con mirar lo que ponen en los carros. ¿Por qué podría importante eso? ¡A la mierda! Pero, cuando salí a la calle recordé que había olvidado sacar plata del cajero automático… ¡Eso me pasa por califa…!

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Roberto Castillo DESDE EL PARQUE I Gigantes amorfos, moles de concreto, grises y sin ojos, que venden sueños palaciegos donde todos se sienten reyes y reinas, príncipes y princesas, por algunas horas dueños del mundo tras una corte de escaparates. Son monstruos vestidos de lentejuelas que invitan con pirotecnia a ser engullidos en laberintos de extensos pasillos, cercados por muros de oropel, delicia de los ilusos. Estos gigantes aparecen de pronto, como montañas después de un cataclismo, y se les rinde pleitesía, sin saber que han surgido de los infiernos, los infiernos del ego, la arrogancia y el materialismo, donde los esclavos atienden a los visitantes atomizados por el soma de la compra y de tanto oferente, que caen rendidos a sus cansados pies después de dar tantas vueltas en una rueda que no es de la fortuna. Extraños lugares son estos donde las gentes van a comer después de haber visto lo que no tienen, y lo verán una y mil veces mientras mastican lento, muy lento, esa comida que es rápida, tal vez para eternizar ese instante, que sí se puede comprar con algunos pesos. Y así, sentado yo en este parque olvidado, les veo entrar y salir de ese túnel

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de las amencias1; el parque donde hace frío cuando hace frío y calor cuando el sol fuerte pega y donde el césped no es siempre verde, donde los árboles crecen y mueren, donde las vitrinas no me acechan, donde, si quiero, puedo estar solo, donde también puedo recordar cuando fui niño y jugaba entre las hojas. II Allí estaba ella, sentada en un café como una suerte de Penélope esperando un tren que de pronto aparecería entre los pasillos y escaparates, con el alma clavada en una infancia que veloz creció entre calles, pasajes y fuentes, entre soles y césped. Allí estaba ella, en un silencio que se escapaba a todo sentido, una soledad fantasmal, como la muerte del tiempo, donde pululan cientos de paseantes entre luces y risas estridentes. Ella estaba allí, en los intestinos de este coloso de concreto que había devorado entre sus fauces un antiguo parque donde una tarde de otoño se conocieron. Ella ahí había sembrado el amor otoñal que entre árboles y atardeceres había crecido y que hoy ya no estaba, ni el parque ni él, pues hace ya algunos inviernos había partido justo cuando las máquinas comenzaron a arrasar tantas historias. Allí estaba ella, tomando el sagrado y so-

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1 Desarrollo subnormal de la inteligencia.


lemne café día tras día y sin ausencias. La gente pensaba que adoraba este centro comercial, más ella algo esperaba, tal vez la resurrección de aquella historia que yacía sepultada bajo este mausoleo multicolor. Y así pasaban los días, amontonando esas soledades que ya jamás se confiesan. Allí estaba ella, con su corazón gigante y urgente, con una soledad que sopla como temible presagio de muerte. Allí estaba ella, y allí estaba yo, tratando en vano de que entendiera que esta vez los molinos sí fueron gigantes. III Esto de los centros comerciales es cosa antigua; si en la vieja Roma se crearon, para luego dormir por siglos, despertaron con feroz hambre allá en el gigante del norte, en el nombre del padre Víctor Gruen2 emergieron, pintando de nácar los deseos de “comprar y comprar, que el mundo se va a acabar”. Y así por todas las urbes se diseminaron como plaga de tentaciones y consumo, devorando espacios comunes y vivencias de antaño, gigantes que para respirar fueron quitando el oxígeno a aquellos comercios pequeños, donde todos hasta de mano se saludaban. Ya larga historia es la de estos blocks de 2 Arquitecto austríaco-estadounidense inventor de los Mall modernos.

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piedra que sólo tienen ojos hacia adentro, como para no perder de vista a lobos y caperucitas que piensan que pasean, en estos multicolores corrales. Gigantes hechiceros émulos del flautista de Hamelín que sacó de los hogares, citas, cumpleaños y aniversarios para ir a celebrarlos en medio de miles de desconocidos. Y a pocos les resulta extraño que en casa cada vez menos se visiten; al parecer de la diversión también se han adueñado y resulta confuso entender que, entre ropa, muebles, juguetes, cuadernos, ollas, lámparas, zapatos, maquillaje, electrónica, jugos, comida, helados y vinos, piensen que en algún momento podrán encontrar sosiego, paz y quizás sus destinos.

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Juan Pablo Arrieta EL FIN DEL MALL Revisando en mis memorias digitales, encontré algunas de esas largas videoconferencias que muchas veces sostuve en mi niñez con mi abuelo. Una en especial llamo mi atención, en la cual me contaba sobre un lugar donde habitualmente iba cuando él era niño con sus padres y cuando fue mayor con sus amigos. En ese lugar llamado Mall, ocurrían muchas cosas, me decía. ¿Qué es un Mall le pregunte? Bueno un Mall es muchos lugares a la vez, solíamos ir durante los fines de semana o cuando queríamos compartir con otras personas. Lugares donde se podía mirar las últimas novedades en productos tecnológicos, o lo último en artículos de vestir accesorios y decoración, como así mismo también, lo último en cultura o tendencias artísticas. Mi padre, tu bisabuelo decía que a él le gustaba ver tantas cosas bonitas y que además no necesitaba, pero que le producía placer el solo verlas. Yo me pregunto para que tener que ir a un lugar en particular a ver todo eso, si en mi ordenador y sin moverme de mi cubículo interactivo e híper conectado puedo ver todo lo último en tecnología o lo que se me ocurra. Durante las liquidaciones de temporada en que todo estaba a menor precio, se aprovechaban las ofertas. Se probaban ropas probaban artículos tecnológicos y

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compraban eso o cualquier otra cosa que les gustase y que siguiendo el dicho de mi bisabuelo, probablemente tampoco necesitaban. Qué tontería yo puedo hacer todo eso y más mediante demos, o probadores virtuales los cuales mediante un escáner ergonómico pueden adaptar cualquier prenda a mis justas medidas, y luego sin moverme de mis cubículo puedo recibir los artículos elegidos para poder hacer uso de ellos.

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En algunas oportunidades en los malles se podían ver exhibiciones especiales, de vehículos de ultima tecnología u obras de arte e incluso escuchar música en vivo.


Que aburrido yo puedo hacer lo mismo Pero a diferencia de mi abuelo, puedo intervenir y adecuar a mi gusto todo eso y sin necesidad de ir a ninguna parte, mediante realidades virtuales y holográficas. En los malles habían salas de cine, es decir, donde mucha gente se juntaba a ver videos, obras de teatro en vivo o algún otro espectáculo. Yo puedo tener lo mismo desde mi cubículo e incluso intervenir esas producciones de la manera que me parezca y con los desenlaces que desee. Incluso puedo compartirlo con otros miembros de mis redes sociales pudiendo ellos también interactuar en estos. En los Mall existían lugares denominados patios de comida donde se podía consumir todo tipo de alimentos y compartir con amigos y familiares. Yo puedo hacer lo mismo y encargarlo con un solo click para que en pocos minutos un dron me lo traiga a donde me encuentre, y así compartir con los amigos que desee a través de mis redes sociales donde quiera que ellos se encuentren. Con el tiempo, me decía, estos lugares fueron perdiendo su importancia y fueron reemplazadas por actividades virtuales las cuales son tu realidad. Algunas personas trataron de proteger estos lugares y toda su carga social y cultural representativa de una época, pero fueron tratados de retrógrados que se oponían al desarrollo y que estorbaban el legítimo derecho de las inmobiliarias a transformar estas inmensas moles de cemento en

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modernos cubĂ­culos interactivos donde el hombre de hoy tiene derecho a realizar su vida. Hoy se conservan algunos, pocos. Tristes Mall de cemento, abandonados, ocupados por inadaptados sociales, centros de vicios y delincuencia. Como los vestigios de una sociedad decadente que no volverĂĄ. Este fue el fin del Mall.

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Teatro Circo Peñalolén Fundación Arrieta



undada en 1911 por don Luis Arrieta Cañas, cumpliendo con los deseos de su padre don José Arrieta Perera, la Fundación Arrieta, con más de un siglo de antigüedad, se constituye hoy en la institución de este tipo, de carácter familiar, más antigua de Chile. Su propósito inicial se declaraba como Centro de Entretenimientos Populares, por lo que contaba con un estadio y el Teatro Circo Peñalolén, además de prestar otros servicios necesarios en esa época, tales como matrona, estafeta, peluquería y un servicio gratuito de Pompas Fúnebres en conjunto con la Municipalidad de Ñuñoa, todo ello dirigido a los habitantes de escasos recursos de la zona.

FUNDACIÓN ARRIETA

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En su teatro se organizaban exhibiciones teatrales, espectáculos y de cine, dirigidas a los trabajadores y sus familias. Los Arrieta siempre estuvieron vinculados al mundo cultural y artístico, preocupados principalmente de su difusión a la sociedad en general, conformando las Tertulia Culturales que se mantuvieron vigentes desde 1889 hasta 1933. Los descendientes de estos dos prohombres de la cultura nacional, hemos decidido reactivar la Fundación Arrieta,

José Arrieta Perera (1833-1911)

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Luis Arrieta Cañas (1861-1961)


Inauguración del Teatro Circo Peñalolén de la Fundación Arrieta, en 1922, con presencia del presidente D. Arturo Alessandri Palma.

con la finalidad de reanudar las Tertulias Culturales, que han sido el sello familiar. La amplitud de actividades a realizar que nos permite nuestra institución, son de una gran diversidad, siempre marcadas con nuestro sello principal, que es la cultura, la enseñanza y la entretención, dirigida al público en general.

Conjunto Básico de Peñalolén. 56 (De izquierda a derecha) sentado: José Varalla; de pie: Alberto Ceradelli, Luis Arrieta Cañas, Hans Schawb; al piano: Bindo Paoli; sentado: Gilberto Brighenti; de pie José Miguel Besoaín, Alberto Orrego Carvallo.


Se considera para ello, a futuro, efectuar exposiciones de arte, charlas de orientación cultural, teatro y cine clásico, talleres de variados tipos y, por supuesto, conciertos, en consideración a que la música fuera la impronta del fundador de nuestra Fundación, don Luis Arrieta. De esta forma, hemos iniciado nuestro ciclo de Tertulias Culturales de la Fundación Arrieta, siendo esta su segunda versión.

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VISIÓN

Consideramos que la cultura, en todas sus formas, constituye un elemento esencial para el desarrollo integral de las personas, puesto que les permite ampliar su visión del mundo y de sus propias potencialidades, abriéndole un universo de conocimientos y sensaciones que fortalece la identidad, la inteligencia y el espíritu, todo ello bajo la consideración del entretenimiento sano y productivo.

MISIÓN

Consideramos nuestra misión primordial el difundir y promover todos los aspectos culturales de la sociedad humana, en sus variadas formas, así como también el preservar todo aquello que implica un aporte al desarrollo intelectual y espiritual, lo que involucra lo artístico, histórico-patrimonial, científico y social, siempre dentro de lo establecido en nuestros Estatutos, esto es, a nivel popular y general.

VALORES

Los valores que requiere esta tarea para cumplir con sus objetivos son la Honestidad, la Generosidad, la Responsabilidad y el Servicio desinteresado por colaborar en ofrecer a las personas una alternativa relevante y productiva de entretenimiento, fundamental en los tiempos actuales.

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Placa conmemorativa instalada por el Instituto de Conmemoración Histórica de Chile en la Casona Parque Peñalolén.



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