Plan de Igualdad en Educación Secundaria

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El amor cortés La poesía de los trovadores provenzales, así como las novelas de la materia de

Bretaña, construyen una imagen de la mujer, la de la dama como ser superior, deseada e inalcanzable. Estas relaciones, normalmente adúlteras, suponían una proyección de la relación señor/siervo en la que la dama era tratada como el señor feudal (mi señora, mi dueña) mientras que el poeta enamorado se comportaba como su fiel vasallo, el cual se consideraba constantemente no merecedor de tan alta dama. El amor cortés constituía un rígido código de comportamiento según el

cual el poeta debía seguir una serie de reglas. La dama, que

era

prácticamente divinizada, debía a su vez comportarse como tal, lejana y estricta, lo que redundaba en los sentimientos de sufrimiento del poeta a la par que alimentaba aún más su deseo. En este contexto surgen hermosas

composiciones trovadorescas como las de Jaufré Rudel, Bernart de Ventadorm o Guido Cavalcanti. Si la gran mayoría de las veces este amor no llegaba nunca a su etapa

última (la consumación amorosa), y permanecían como sentimientos puramente platónicos, la imaginación literaria se permitió ciertas licencias, como el amor adúltero entre Tristán e Iseo, esposa del rey Marc, o entre Lancelot y Ginebra, la esposa del mítico rey Arturo.

Lo que nos interesa es que a través del amor cortés, con posibles influencias de la herejía cátara o de la poesía mística árabe, condujo a un refinado ennoblecimiento de la mujer, aunque se tratase de una invención masculina y pese a que casi siempre concluía en dolor y remordimiento.

Finalmente, añadiremos que no sólo los hombres adoptaron el código del amor cortés. También existieron las trovairitz, trovadoras, como la Condesa de Día, que no se resignó a ser objeto pasivo de ese amor, sino en objeto activo declarado.

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