One Seat Away
CLASE:
CRIS
ME SIENTO EN EL TERCER VAGÓN, JUNTO A AQUELLOS
QUE NUNCA SE SENTARÁN A MI LADO DOS VECES.
EL TREN AVANZA, LA GENTE SUBE, LA GENTE BAJA. YO ME QUEDO. SIEMPRE EL MISMO VAGÓN, EL MISMO ASIENTO JUNTO A LA VENTANA HAY DÍAS EN QUE EL VAGÓN HUELE A CAFÉ DERRAMADO, A COLONIA BARATA, A PRISA. OTROS, SOLO A LLUVIA Y ROPA HÚMEDA.
ESCUCHO SIN INTENCIÓN, SIN BUSCARLO, SIN QUERER ENTENDER. PERO LAS PALABRAS SE CUELAN IGUAL. CONVERSACIONES INCOMPLETAS QUE A VECES TAN SOLO DURAN UNA ESTACIÓN Y SE QUEDAN FLOTANDO, ATRAPADAS ENTRE EL SONIDO DE LAS RUEDAS Y EL PESO DE TODO LO QUE NO SE DICE
AQUÍ NADIE SE CONOCE, NADIE SE DEBE NADA. ES UN CONFESIONARIO SIN CURA, SIN REDENCIÓN, SIN PENITENCIA
SUJETO:
UBICACIÓN:
ESTADO: FECHA: TESTIGOS:
NIVEL DE RIESGO:
INCIDENTE: 219 R4, Manresa 21 03 2025
Incredulidad Vagón entero bajo, expecto para los tímpanos
Pelea verbal espontánea / Soundtrack de Linkin Park
UBICACIÓN:
ESTADO: FECHA: TESTIGOS:
SUJETO: NIVEL DE RIESGO: INCIDENTE: 26 R4, Manresa 02 05 2019 miedo/euforia mi primer amor y yo Alto
Interacción espontánea / vodka y plantaciones
Él ya estaba ahí. No lo vimos llegar, simplemente apareció. Había perdido su tren y caminaba por el andén como quien no espera nada. Nos vio, se acercó y empezó a hablar como si ya nos conociera. Directo, como si fuéramos parte de su día.
Tenía muchas cicatrices en la cara. Su presencia era extraña. No agresiva, pero intensa. No venía de un lugar tranquilo, se notaba. Dijo que iba a Terrassa, que tenía una plantación de marihuana, y que estábamos invitados cuando quisiéramos. Lo dijo como quien propone una barbacoa. Luego se presentó: “El policía dominicano, me llaman”. Se rio solo. Nosotros también, sin saber si iba en serio ni si queríamos saberlo.
Sacó una petaca. Dijo que era el cumpleaños de su hijo. Insistió en brindar. Bebimos. A la salud del crío. Nos pidió que cantáramos “Cumpleaños feliz”. No era una amenaza, pero tampoco una sugerencia. Lo cantamos, incómodos, entre risas. Por fin llegó el tren y subimos los tres. Se estuvo un rato callado. Luego nos miró, muy claro, y soltó:
“¿Y vosotros qué? Jóvenes, guapos, os gustáis, se nota. ¿Qué hacéis mirando pa’ otro lado como si el problema fuera yo? ¿Cuándo vais a hacer algo?”
Nos descolocó. Reímos, pero nos miramos distinto después de eso.
El resto del viaje fue raro. Hablaba de cosas sueltas, sin mucho sentido. Nunca violento, pero siempre al borde de algo. Nosotros, en silencio, intentando no dar demasiada cuerda. Antes de bajarse, nos miró y dijo:
“No hagáis más difícil lo fácil. Si os gustáis, ya está. La vida ya se complica sola.”
Y se bajó. Sin despedirse. Nunca más lo vimos.
Pero desde ese día, empezamos a vernos de verdad, ella y yo.
Como si ese tipo —ese loco con cicatrices y vodka barato — hubiera entendido algo que nosotros aún no sabíamos cómo decir.
FICHA 3
UBICACIÓN:
ESTADO: FECHA: TESTIGOS:
SUJETO: NIVEL DE RIESGO: INCIDENTE: 122 y 123 R4, Cornellà 04/10/2024 tristeza Yo Nulo Preguntas / Demencia y lloros
UBICACIÓN:
ESTADO:
SUJETO: NIVEL DE RIESGO:
INCIDENTE: 203 R4, Sabadell Centre 20 02 2025
FECHA: TESTIGOS:
Cansancio Sin especificar Nulo
Conversación entre abuelos / cubertería
Volvía de la uni, de esos días en que el aire ya huele a verano. El tren venía lleno, pero encontré un hueco entre tres abuelos que charlaban como si el tiempo no corriera. Me senté con “La casilla de los Morelli” en las manos, dispuesto a leer, pero su conversación pronto ganó la partida.
Habían coincidido por casualidad. Eran del mismo pueblo y empezaron a ponerse al día: quién vivía, quién no, quién se había esfumado sin dejar rastro.
—“¿Te acuerdas de Carmen?”
—“¿Carmen? ¿La hija del carnicero?”
—“No, Carmen, la de la cubertería.”
—“¡Ah, esa Carmen! Cómo olvidarla.”
Entonces empezó lo curioso: Carmen no era recordada por su carácter, ni por sus historias, ni por algún gesto entrañable. Era recordada por su cubertería.
—“Nunca vi una cubertería tan bonita.”
—“La sirvienta la limpiaba varias veces al día.”
—“Una vez cambió de chica y la echó por dejar una mancha en un tenedor.”
Había un respeto casi sagrado en sus voces, como si los cubiertos de Carmen fuesen patrimonio del pueblo. Hasta que la abuela de voz seca soltó:
—“Carmen murió hace poco, ¿sabéis?” Silencio.
—“Uno de sus hijos se quedó la cubertería.”
—“Seguro que la tiene guardada, llena de polvo.”
—“Estos jóvenes no aprecian nada. Ni el brillo de unas cucharas bien cuidadas.”
Asintieron en bloque, con esa resignación de quien ya no espera que el mundo entienda lo que antes importaba. Yo cerré el libro y me quedé mirando por la ventana, sintiéndome parte de ese juicio. Uno más de esos jóvenes que comen con cualquier cosa, sin pensar en lo que representan los objetos que alguien cuidó con devoción. Al llegar a mi parada, me despedí con un “que vayan bien” que me salió natural, como si realmente los conociera. Como si yo también hubiera estado en ese pueblo, y supiera quién era Carmen, la del carnicero y la de la cubertería.
Me bajé. Caminé hasta casa.
Y comí con mis cubiertos viejos del IKEA.
Volvía de la uni, más tarde de lo normal. Me había quedado en la biblio y pillé el tren de las seis y pico, El tren de siempre, lleno de estudiantes y ruido de fondo. Me senté de cara al sentido, cerré los ojos un momento y dejé que el sol y las voces me arrullaran.
Entonces, desde atrás:
—“Vale, escúchadme, esto es un poco raro, pero se lo estoy preguntando a todo el mundo últimamente…”
Tono ligero, algo inseguro. Los amigos se rieron.
—“No, en serio. Tenéis que responder bien. No hagáis la de ‘ay qué tonto’, quiero saberlo de verdad.”
Yo no pensaba decir nada, pero mentalmente ya estaba dentro. Jugando también.
—“Opción uno: cada día te ataca una gallina. Una nueva, cada día. Te quiere matar. No lo logra porque es una gallina, pero lo intenta. Siempre.”
—“¿Dónde sea?”
—“Donde sea. En clase, en la ducha, follando con tu novia... donde pille. Tú decides si huyes, luchas, lo que sea. Pero mañana, otra.”
Risas.
—“Opción dos: vives tranquilo hasta los 60, y ese día… te peleas con un gorila. Tú solo en un duelo contra el sin nada más que tus manos y una espada.”
—“Estás muerto.”
—“Literal. Solo sobrevives si te preparas toda la vida para eso, y aún así... se trata de un gorila, te tumba de un guantazo.”
Y entonces:
—“Opción tres: Un caracol viene a por ti. Lentísimo, como un caracol normal, a ritmo de caracol. Pero si te toca, mueres. Y siempre viene hacia ti. Siempre. No para nunca.”
—“Buah.”
—“Y no sabes dónde está Puede estar en otro país ahora mismo, o en el vagón de al lado. Pero siempre va hacia ti. No descansa. No se desvía. Caracol asesino.”
Se hizo un silencio raro. Genuino. Estaban pensando. Uno eligió la gallina, por rutina. Otro el gorila, por la certeza. Y el más callado, casi en un susurro:
—“El caracol. Te obliga a moverte. A no parar nunca. Sería un nómada.”
Me pareció brillante. Miré por la ventana y sonreí un poco.
El tren llegó con retraso, como siempre, y yo iba medio dormido, con el café aún a medio gaas. Llovía, pero esa lluvia tonta que ni moja ni deja estar. En la siguiente parada subió una chica con una mochila gigante del Decathlon, que parecía más grande que su espalda. Caminaba segura, como si supiera exactamente a dónde sentarse. En la mano llevaba un termo enorme, con un par de pegatinas mal puestas. Se plantó frente a otra chica, ya sentada, y se dejó caer en el asiento como si el tren fuera su casa. Sin hola ni nada, comenzaron a hablar como si se conocieran desde siempre.
—“¿Entonces te lo quedas o no?”
—“Creo que sí. Es un cachorro, pero... me mira como si le debiera algo. Como si me hubiera elegido él.”
—“Le debes una vida decente, como mínimo.”
—“Literal.”
Ambas bebieron del termo al mismo tiempo. La conversación siguió entre risas y bromas, sobre cómo llamar al perro. La chica pensaba en ponerle “Presidente”, le hacía gracia imaginarse gritando su nombre por el parque o en el veterinario. La amiga, sorprendida, le decía que no podía hacerlo, pero no dejó de reírse.
—“¿Y si le pones un nombre normal?”
—“Como Max o Rocky... No sé, me suena a catálogo de pienso. Sombra tiene rollo, pero es muy Tumblr 2012, ¿sabes?”
—“Y Presidente te parece mejor.”
—“Es meme. Lo importante es que el perro no lo sepa.”
En ese momento, la conversación bajó de tono. La chica con la mochila miró por la ventana, con esa cara de alguien que no planeó adoptar un perro, pero que ya lo había hecho. Una mezcla de miedo y ternura por la responsabilidad mal planeada.
—“Igual no estoy preparada, eh. Me da miedo hacerlo mal.”
—“Lo harás bien. Solo no le grites ‘Presidente’ delante de niños.”
—“¿Y si le pongo Vicepresidente? Suena menos grave.”
—“O Ministro.”
La escena era absurda, pero perfecta. El tren avanzaba entre campos mojados, y yo me imaginaba al perro pequeño, sin entender nada, oliendo farolas en Sants mientras alguien gritaba su cargo. En la siguiente parada, la chica con la mochila se levantó, se ajustó la chaqueta, y antes de salir del vagón, su amiga le gritó:
—“¡Nos vemos, dueña del Presidente!”