Espacio educativo edición #5

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niños cuyos padres no pueden colaborarles, o peor aún, que no les interese ayudarlos, porque sus pretensiones no es que sus hijos asistan a la escuela, pues una cosa es lo que aspira la norma y otra la tendencia que puede establecer las necesidades o costumbres. Otro aspecto es que aunque las instituciones no deben discriminar, los miembros de las mismas sí pueden llegar a ser excluyentes, pues existen bordes de control que lo institucional no alcanza a articular sobre “lo ideal” que anhela la norma, como por ejemplo sucede con algunos niños segregados por sus pares, debido al color de su piel, su aspecto físico, condición económica o social, pues son considerados como “personas” que no poseen lo mínimo para pertenecer a cierta clase o grupo. Sólo basta con recordar las veces que hemos visto lo que los medios de comunicación –principalmente la televisión y su programación poco pertinente– ocasionan en los imaginarios de los niños, jóvenes y hasta adultos. De tal forma, que el acceso a la educación no sólo debe verse desde lo estrictamente institucional, sino con los elementos que nos plantea la vida y su cotidianidad, pues la educación no sólo es la escuela, donde esta sólo existe como parte del sistema educativo, pero no visualiza la integralidad de conocimientos y habilidades para la vida, mediadas por un aprendizaje amplio y flexible que permita verdaderas acciones sinergiales entre lo académico y lo práctico, para que las personas desde sus espacios cotidianos logren en colaboración con otros la concepción de formas de interacción para el desarrollo mutual, en pro de una adecuada transformación social en aras del beneficio colectivo.

TERCERA A |

Aceptable, pero no como estándar mínimo

Aparece en escena la “Aceptabilidad”, considerada como la necesidad de garantizar la permanencia y continuidad del educando en el proceso educativo mediante el uso de programas y métodos aceptables, de buena calidad, pertinentes y adecuados culturalmente. Para ello, el proceso educativo necesita del respeto a la diferencia, el multiculturalismo, la democracia y los derechos fundamentales. Por esta razón, el Estado tiene la obligación de brindar en sus centros educativos la educación que mejor se adapte a los niños y las niñas, y de velar por que ello ocurra en las instituciones de enseñanza privadas, con la observancia de revisar los programas para eliminar los estereotipos que afectan a las minorías étnicas y raciales, a los niños y niñas en situación de discapacidad, a los inmigrantes –entre ellos a la población en desplazamiento–, y a las mujeres.

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Los niños del 20 por ciento de las familias con mejores ingresos en las regiones en desarrollo, tienen tres veces más probabilidades de asistir a la escuela que los niños del 20 por ciento más pobre. Igualmente, tienen más del doble de probabilidades de estar escolarizados los niños cuyas madres han recibido educación que los niños cuyas madres no han recibido educación formal. Por otra parte, los más bajos niveles de asistencia corresponden a las poblaciones indígenas y otros grupos minoritarios.

“La justicia no se puede alcanzar mediante la distribución de la misma cantidad de un bien estándar a todos los niños de todas las clases sociales. La educación es un proceso que opera mediante relaciones, que no se pueden neutralizar ni cambiar para que incluyan en su propia esencia la posibilidad de una distribución igual del bien social. Este “bien” significa cosas distintas para los hijos de la clase dirigente y para los de la clase trabajadora y les reportará (o acarreará) a cada uno cosas diferentes”. - Robert William Connell, Justicia social en educación en ´”Escuelas y Justicia Social”.

Eliminar estas disparidades y llegar a los más desfavorecidos será la tarea más difícil en la búsqueda de la viabilidad real del derecho a la educación. Pero el problema no radica solamente en la asistencia, la permanencia y la continuidad, sino que tiene otros matices ente los cuales el más sobresaliente podría ser lo que Baudelot y Establet plantean en Educación y Estado, sobre “la existencia de dos escuelas: la de los obreros y la de las clases dominantes”, pues la desigualdad social se traduce en una desigualdad educativa, donde la escuela prepara para el trabajo de manera diferencial, reproduciendo así las estructuras jerárquicas y las asimétricas relaciones de poder.


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