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Ser desarrollador

CICDECH Año 31, Núm. 190/mayojunio 2023

Aprincipios de este siglo se multiplicaban las empresas que incursionaban en el sector inmobiliario. En particular en la construcción y desarrollo de espacios habitacionales. El presidente Vicente Fox a principios de su sexenio acudió a la Reunión Nacional de Vivienda celebrada en León, Guanajuato. En ella el Gobierno Federal ofreció apoyo para enfocarse en facilitar los medios para la construcción de vivienda. Solo el Infonavit construía vivienda accesible tiempo atrás. Vivienda para los trabajadores. Si salías sorteado te decían que casa y donde ibas a vivir.

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La Sociedad Hipotecaria Federal, así como Infonavit, fueron facilitando tanto los esquemas de crédito puente para la construcción de vivienda, así como los créditos individuales para la adquisición de la misma. A la par de este cambio de estructura en la postura de Gobierno Federal, sucedió también a finales del siglo pasado e inicios del presente, la liberación de la tierra ejidal para incorporarse a la posibilidad de enajenar las parcelas en favor de particulares. Es decir, el mercado de tierra dejó de ser de los grandes poseedores de tierra, antes llamados terratenientes. Los grandes herederos de haciendas y ranchos no eran ya los únicos participantes de la oferta de tierra urbanizada, también lo eran los pequeños empresarios que emprendían la aventura de comprar cuatro, seis o diez hectáreas. ¿Dónde era esto? sería la pregunta, en cualquiera de los muchos ejidos que bordeaban las ciudades de todo el país. Así se dio la demanda acumulada de espacios para vivienda, los nuevos esquemas de créditos financieros para adquirir y vender tierra, así como la enorme oferta de tierra para desarrollar, misma que se había acumulado desde la revolución hasta finales de los años noventa.

Entonces nacieron las empresas que ya no eran solo constructoras, pero no les alcanzaba el prestigio para ser llamadas desarrolladoras, eran las empresas vivienderas, una expresión un tanto denostada debido a las características y calidad del producto que ofrecían. La referencia inmediata era lo logrado por Infonavit también llamado en aquel entonces Infiernovit. Se trató en aquel entonces de hacerlo un poco mejor, meter todos los lotes que se podían por hectárea y dar el mínimo necesario pues no alcanzaba para más. Se les ofrecía a los contratistas una utilidad mínima garantizada de cinco mil pesos por casa. La mano de obra escaseaba. Las personas podían escoger en algunos casos la ubicación de su lote y en excepciones hasta el color de su fachada.

A la par de los esfuerzos de Gobierno Federal de promover la vivienda, la banca privada decidió a finales del siglo pasado que el susto del efecto tequila ya había pasado. Con tasas fijas y no variables como eran antes del colapso financiero de 1994, los créditos para particulares empezaron a circular en el mercado. Así, algunos empresarios que no se resignaban a los mínimos establecidos por los valores establecidos por Gobierno Federal e Infonavit, emprendieron en la búsqueda de desarrollos que compitieran por atributos y calidad. Empezaron a buscar a clientes que escogían su casa, no al que resultara sorteado solamente. Comenzaron a florecer a finales del primer lustro de este siglo desarrollos habitacionales que se atrevían a mencionar no solo los metros cuadrados de su vivienda. Se empezó a hablar de aislamiento, calidad y confort. Comunidades planeadas. Los mismos empresarios se comenzaron a atrever a comprar superficies mayores. Empezaron a ser distractores de la oferta de los grandes desarrolladores de abolengo.

Nació algo que se conocía muy poco. La competencia.

Todos empezaron a redoblar sus apuestas en búsqueda de un cliente que tenía y tendrá la última palabra, como no la tuvo el siglo anterior y a principios de éste.

La inseguridad social y la limitada infraestructura de las ciudades empezaron a ser el nuevo tema o insumo a satisfacer. Balazos, secuestros y extorsiones comenzaron a condicionar de mayor manera el desarrollo urbano. Las casetas y bardas crecieron. Los sistemas electrónicos de control de acceso se revolucionaron. La conectividad se diluyó vez a vez. Se concentró en pocos espacios. Tu parque o tu club si eras de suficientes recursos. Tu banca con tierra si no te favoreciá un buen ingreso. Todo se alejó. El diálogo incluido. La seguridad universal de ver y ser visto pasó a ser inadvertido de preferencia. No existir si era posible.

Unos pocos persistieron en la idea de ser desarrolladores. No vivienderos. A principios del tercer lustro de este siglo aparecieron las sinergias de inversión en infraestructura en algunas zonas de las ciudades. Hagámoslo juntos. Aparecieron en temas de infraestructura los planes maestros. En algunos casos ya se hablaba de conectividad social, no solo vehicular. Sendas, paseos, no solo banquetas. Algunas ciclorutas. Se empezó a competir ya no solo con bardas más altas, casetas más monumentales o parques más extraordinarios, se competía también con un concepto. Mejor jardinería, mejor paisaje. Los parques pasaron de ser los espacios sin uso a espacios con vida. Con interacción. Albercas, casas club, gimnasios. Las casas dejaron de ser casas y empezaron a venderse como hogares. Hoy, algunos, quizás a empujones, quizás por talento, empezaron a saber que los espacios comerciales, de salud y educación también son útiles y necesarios. Quizás es muy poco hablar de la farmacia y su consultorio como un espacio digno para la salud, pero ya se inició.

La convivencia con el medio ambiente no es una frase. Es una necesidad autentica. Las inquietudes de explorar empiezan a reverdecer en el sentir social. Emprender la aventura hacia lo no tan parejo. Hacia los paisajes que no se manchan. Pocos han logrado tal interacción. Seguramente estamos en esa etapa de transición que anhela una sociedad que cada vez opina más y mejor.

Ser desarrollador ha implicado por principio de evolución natural, la obligación de crecer en capacidades y sensibilidades. No basta con tener un terreno y construir en él. Lejos está de ser un desarrollador quien no propicia que el lugar sea un ente con alma. Lugar donde la conectividad social propicie la sostenibilidad de largo plazo más probada y validada en las historias de las ciudades. Donde se propicia el sentido de pertenencia. Esa pertenencia que en principio genera principios de sindicatos revolucionados como comités de vecinos. Vecinos que defienden su historia, su presencia y su integración en estos nuevos términos de historia cotidiana.

Ser desarrollador es la posibilidad de propiciar que un lugar tenga vida y alma. Por cursi que se escuche es así. Un espacio exitoso tiene un poco que ver con su estética. Un espacio exitoso es el que se usa. Un desarrollador no es el que tiene tierra y la vende. Un desarrollador es el que propicia espacios que se usan. Exitosos. No es tan difícil de entenderlo si lo fundamentamos en una idea básica pero revolucionaria.

“La tierra es de quien la trabaja”. Líder Campesino y militar Emiliano Zapata.

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