El binomio salud/enfermedad encuentra sus paralelos en otras dicotomías como son las de: normal/no normal, ser una “buena mujer”/ser persona seropositiva, estar infectada por el VIH/”ser un Sida”... El “malestar” nace del intento de construir nuestra identidad (nuestras identidades) sobre la base de esas categorías ajenas y ya de por sí excluyentes. Todas ellas categorías duales, siendo la “dualidad algo ajeno a la experiencia, que implica una reducción de nuestra realidad, el predominio de un polo sobre el otro y una lógica del orden que desplaza la importancia del conflicto” (Herrera, J. 2000). Aquí, la respuesta pasaría por dotar (por dotarnos) de herramientas para codificar ese “conflicto” o nuestro “malestar”; La estrategia, por definir nuestra especificidad (nuestra subjetividad) fuera de esa lógica dualista enmarcada en el orden científico y patriarcal. Pero... ¿cuál sería esa estrategia políticamente eficaz que no nos lleve a caer en esencialismos, que deconstruya roles y estereotipos, posiciones dicotómicas y binarias construidas por el patriarcado, y que, al mismo tiempo, no nos haga perder ciertas estrategias políticas y categorías conceptuales que contienen en sí mismas elementos del nosotr@s, de nuestra subjetividad, (...)? (Curiel, O. 2004) Quizá esa estrategia pase tanto por un proceso de negación como de afirmación; Quizá pase por denegar a las “identidades” la posición de “objetivos finales” y pasar a nombrarlas en términos de “medios eficaces”; Acercarse a ellas (a las identidades, pero ¡con precaución!) en cuanto las necesitemos como tácticas o estrategias, en cuanto complicidades para el nosotr@s y para su transformación. Ello implica dejar de centrarnos únicamente en si esas identidades resultan “unitarias”, “estables” o “coherentes” entre todos nuestros “yoes” y cuestionarlas en tanto nos posibiliten mantener nuestro compromiso con la intervención social, y en nuestro caso, con la intervención profesional. En el discurso de las mujeres entrevistadas, el constructo “calidad de vida” se ve atravesado por la lógica del patriarcado y por la ideología del bienestar, aunque en aquellas mujeres vinculadas a la asociación ya encontramos algunos desplazamientos fuera de lo normativo y heteropatriarcal. Estas mujeres llenan de significado expresiones como la “trascendencia y deseo de sentido”, “el deseo de identidad” o “la libertad del ser-para-sí”... Son mujeres viviendo en nuestra compleja vida occidental, y por tanto, reclaman de un “yo” y de una “alteridad” para poder orientarse. Su construcción de la diferencia pasa por definir un “yo” vuelto hacia el interior en continua búsqueda de su “realización” y construir un “otro” únicamente orientado al exterior, en continua pérdida en su “enajenación”. Habíamos llamado a tal discurso con el nombre de “pensamiento mágico”, posición que se resumiría en un: “o renazco o muero”. Quizá algun@s psicolog@s podrían etiquetar una construcción de la “identidad” basada en “el habitar lo trascendental” como mecanismo de defensa ante la angustia, ante la inconsistencia de nuestra existencia. Para nosotras, y para empezar (como estrategia, como un “no-para-siempre”) ya nos sirve esa “identidad”. Como mínimo, ya resulta menos agresiva en relación con su “alteridad”.
VII.2) Sobre las vulnerabilidades... Entre las mujeres entrevistadas (entre las mujeres) la disposición constante e interiorizada del ser-mujer no se lee en palabras de situación de vulnerabilidad, reduciéndose ésta (la vulnerabilidad) exclusivamente a lo orgánico e individual. Todas las mujeres, nos han ilustrado como la vulnerabilidad nacida de la estructura y relaciones de género se entrecruza y potencia al transitar por otras situaciones de desigualdad social y estructural: Dalia nos habla sobre la precariedad económica, Tulipán nos relata sobre la migración, Orquídea sobre los vacíos en su educación “informal” o sobre la etnicidad. Esta encrucijada de vulnerabilidades no se reconoce como tal, ni “cada vulnerabilidad” por sí misma, ni todas ellas en su conjunto con su efecto amplificador.
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