Revista a buen puerto 1

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AÑO 1. NÚMERO 1. PUBLICACIÓN TRIMESTRAL (ABRIL-JUNIO). Colaboradores externos en este

número: *Uriel Castillo El último abrazo * Hugo César Moreno Laberíntico cancionero de la soledad El día más frío de la historia

A

BUEN

PUERTO

* Everardo Martínez Paco

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* Miriam Delgado Final repentino


EDITORIAL

Este nuevo número de la revista A buen puerto es, en muchos sentidos, un logro. Es una tarea difícil que una revista sobreviva después del número cero: ésta lo ha logrado. Difícil es, también, que nuevas personas se animen a colaborar en un proyecto del que poco o nada han escuchado; sin embargo, en este nuevo número tenemos colaboradores que antes no conocíamos. Difícil es también lograr una difusión que vaya más allá de los amigos de los colaboradores y las personas que asisten al taller, cosa que, afortunadamente se ha logrado.

Sabemos que muchas cosas quedan por mejorar, entre ellas el diseño de la revista. Pero tenemos mucho tiempo para lograrlas y, afortunadamente, el apoyo de gente que se ha sumado al proyecto al paso de estos meses. También resta por mejorar la difusión de la misma (mientras más gente se apropie de la revista, para escribir en ella o para leerla, mejor) y el material que los talleristas ofrecen al exterior. En fin, resta mucho trabajo por hacer, pero con el apoyo de todos los que han hecho posible esto (y los que, sabemos, se sumarán al paso de los meses, al notar que es un proyecto auténtico) sabemos que será posible.

Las secciones que propusimos en el número cero permanecen ahí: arribos y partidas. La primera da cabida a lo que nos llega desde fuera; la segunda a lo que desde aquí ofrecemos. No queda más por decir, sólo darles la bienvenida al número uno de la revista, que es tan nuestra como de ustedes.

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Faro Juan Magdaleno Flores Grabado, 2014

Revista A buen puerto Publicación trimestral. Año 1, número 1. Los textos y las imágenes aquí contenidas son propiedad y responsabilidad de sus autores, y no necesariamente reflejan la opinión de los trabajadores y las autoridades del FARO Indios Verdes. Contacto y colaboración: revistaabuenpuerto@outlook.com

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ÍNDICE PARTIDAS La naturaleza no tiene historia (tú la tienes) 5 Caminan 6 El último viaje 7 Poemínimos 10 Juguetes 11 En la hora más oscura

12 ARRIBOS

Laberíntico cancionero de la soledad 13 El último abrazo 16 El día más frío de la historia 17 Final repentino 19

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La naturaleza no tiene historia (tú la tienes) Lo supe, tan bien como tus manos

Sonrisas incuestionables

Trabajo, tierra, ternura, poder

Los oigo: mía, de quiénes (son tantos)

Pasión y servilismo

Y esa presencia incesante

Sumisión y grandeza

Tú Flores y amor Lo supe, sin titubeo

Colores del cielo

Rencores a su omisión

Cajas oscuras

Jeringas, agujas, sangre:

Luces de primavera, cruces con aroma

Los dolores de la piel

Tu cuerpo en la tierra

Agonía y muerte

(un retorno natural)

Una historia digna

Silencios genuinos previos al sonido

Y tú

La música

Tú de ti, desde ti.

Compañía, tumultos (lo sabes)

Edgar Said Ruiz Cano

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Caminan Caminan sin ir

y creen en lo oscuro de su andar

sólo imaginan que llegan.

No conocen su estadía

No conocen su final

Jesús Alcántara Jiménez

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El último viaje

Antes de regresar al auto se toman un tiempo para caminar en silencio. La playa callada. Ambos la observan con calma, de manera minuciosa; la arena mojada y los sitios más altos de la costa. El mar se mueve cada día menos, se está enfriando. -Recuerdo que de niña me encantaba jugar de noche en estas playas, mi madre se inquietaba bastante. Me escapaba cerca de la medianoche para mojarme y batirme con la arena. En ocasiones el calor era inaguantable, y para tolerarlo tenía que buscar frescura de las olas que, aunque no lo creas, ocasionalmente eran tibias, en los días de verano. -Qué lindo. Por mi parte te digo que la playa de mi infancia fue muy diferente a ésta. Era sucia, horrible; ahora todas se le parecen. -¿Eres de España? -Ahí nací, mi madre era de allá, tal vez por eso me siento tan cómodo en esta nación. Al principio las playas mediterráneas eran calurosas, pero tóxicas desde que nací. -Qué mal que ya no puedas regresar -Pues de poder, puedo, pero ya no hay nada allá, literalmente. Él sonríe. -Recuerdo la primera vez que vi el cráter en la pantalla, inmenso. Se me salieron las lágrimas, en verdad. -Pues claro, incluso a mí me afectó, y eso que vivía de este lado del mundo. -Yo también, ya estaba aquí en América, vivía en la costa Este, pero me fui de viaje a Nuevo México y apenas me salvé. Nunca regresé por mis cosas. -¿Fortuna? -Casualidad. Miran el horizonte en silencio, la quietud y luminosidad de las grises nubes. -Oye, ¿crees que haya otra vida después de la muerte? -Eso espero. 7


Ella lo mira -Pero no te pregunté si lo deseabas. -Creerlo…es tan rara esa palabra, tan utilizada en estos lugares. Me parece gracioso. -La creencia es parte de nuestra identidad. -Sí, bueno, ¿que si creo que hay otra vida después de la muerte? Pues mi respuesta es no, no lo creo. Si la hubiera, todos los que se han ido buscarían la forma de regresar, a menos que el otro lado no tuviera la misma linealidad temporal, supongo. -No te entiendo. -No, no creo que haya otra vida, creo que somos una casualidad y moriremos del mismo modo. -¿Un error? -No creo que haya errores…algunos accidentes sí, eso sí. Sonríen. -La playa es tan hermosa… -Mucho. -Y pensar que todo ha estado en peligro hace tan solo unos minutos. ¿Qué son unos minutos para el universo? -Pues si lo piensas bien, el peligro siempre está presente. Pero somos muy pequeños para ser afectados. -Seguro. Iván la toma de la mano, camina junto a ella. -Me dijo la anciana que aquí vivía mucha gente, que todas las noches era una fiesta tropical. -Así era. Siempre había algo que festejar, algo importante; en última instancia, la vida. -Mis padres eran del sur, de un pueblo que ya no existe. En realidad nunca conocí a mi padre, pero no me importó, mi madre era más que suficiente. Siempre la

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recordaré. Me salvó, a mí y a mucha gente, pero no pudo salvarse ella misma. La odié mucho tiempo por eso, fui egoísta. Ella calla de repente, como conteniendo sus palabras. Iván desearía escuchar más acerca de su historia, pero decide callar. Mira sus pies, se siente absurdo por utilizar zapatos en la arena, se los quita y los arroja al mar enrojecido. Siente la arena, no tan fría como el aire. -Estás loco, te congelarás. -No me importa, estoy cansado de usar traje y corbata, quisiera ser…recuperar tantas cosas…

Edgar Said Ruiz Cano.

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POEMÍNIMOS

I

ddddd

Entre el silencio de las gotas de lluvia danza la noche

II En un ayer de afonías muerto en una perversidad Rota

III Exhumo residuos De color Certeza

IV Hasta que la muerte sea almohada hazme tuyo V Y aquí en el epitafio del sentir Se despliega el punto Final

Juan Magdaleno Flores 10


Juguetes

Hace algunos años mi esposa y yo pasábamos por una difícil situación económica, al grado que pensé irme de mojado para trabajar. Un día estaba platicando de esto con mi esposa, sin darme cuenta que mi hijo de 5 años estaba escuchándonos. El niño nos interrumpió

diciendo –no, papá, no quiero que te

vayas-. Un poco asombrado por su intromisión,

traté de

explicarle – mira, hijo, me voy a ir para que estemos mejor y para traerles mucho dinero a tu mamá y a ti-. Entonces él me miró con su carita triste y casi llorando me dijo – no, papá, yo no quiero dinero -. Sentí un nudo en la garganta y

hasta

creo que una lágrima resbaló por mi mejilla, mi hijo, de apenas 5 años, valoraba más a su papá que el dinero. Estaba a punto de abrazarlo y decirle que no se preocupara, que no me iría,

cuando el niño prosiguió – yo no quiero dinero, papá,

quiero juguetes. 11

Magali Villaseñor


En la hora más oscura

Solamente es un pensamiento inconcluso una historia entre espinas, flor sin raíz. Y le dije a mi alma "luna llena esta noche".

Recipiente de tristezas y desolaciones una guitarra gastada, una voz ronca, un canto de liberta en el crepúsculo.

El ritual de la gota en el techo comienza, delirio del reloj por desterrarnos de la noche, queman mi piel las agujas que estratégicamente colocaste.

Vocablos exiliados que vertiste en mis poros

Vocablos sedientos que exilian tus labios, niebla que extiende la cascada, instinto vertical. días de mar, sol, arena, oscuridades de música.

La mañana entre quimeras, destierro de sol, los susurros al filo del gemido, desnudez palpitante, abismos ocultos amiga mía, arriesgando siempre el latido.

Cuántos secretos revelamos en el camino, las lágrimas que sequé de tus ojos, acompañándote siempre en tus soledades.

Tú sin el yo disuelto en una taza de café entre risas, hilvanando pensamientos,descubriendo el porqué de tus laberintos. 12

Juan Magdaleno Flores


Laberíntico cancionero de la soledad

Los audífonos acarician mis orejas, el Rulo ofrece disculpas por llegar tarde. Feliz él. Si a mí se me atraviesa la feligresía guadalupana, por más fervor religioso presentado como excusa, el descuento en el cheque quincenal lastimaría el fondo de mis bolsillos, desgarrando aún más la delgada membrana que me separa de la inanición. ¡Ah! Si tuviera todavía el celular –por intentar retenerlo me gané una cicatriz en la ceja– y si éste tuviera crédito, llamaría a la estación para que el Rulo pagara su penitencia –por llegar tarde– con la Balada del asalariado del Rokdrigo González, aun a sabiendas de la estrechez del catálogo. La segunda opción… Saca de la Botellita de Jerez. Pero no, no ha salido para otro. Mientras suena Volver a comenzar, me doy cuenta de la necesidad de mi cuerpo –quizá de mi alma– por evadirme de las garras laborales, del sustento, de los jefes, de la mezquindad de este mundo. Es primavera, pero el clima es una tensión climática. Sin duda, un mapa existencial de mi ánimo desgarrado, desarraigado, expelido, cual flatulencia, del cuerpo amado. Vaya tragedia la mía, se convierte, a cada paso –y a cada rola, pues el locutor más disléxico de la radio, ha puesto maps, de los Yeah Yeah Yeahs, como si de una venganza se tratara- en un drama, síntoma de la tozudez de mi alma. Para colmo, ahora los vagoneros han trascendido los muros naranjas para invadir los microbuses. La adaptación tecnológica permite mostrar el producto hasta las entrañas. Este maldito, con su pasito duranguense a todo lo que da, me introduce los tonos graves por el mero orificio de mi indefinible ser y maps no suena como debiera, por más que subo el volumen del radio. Los audífonos ya no dan de sí. Tampoco ha salido para unos nuevos. La bocinita del lado derecho ha muerto.

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Una llovizna deja caer un semblante plomizo sobre la ciudad. El camino al trabajo se convierte en un amargo devenir. Discurre el microbús y ahora me atenaza con fiereza el wait they don`t love you like I love you… No me hacía falta, lo juro, no hacía falta tal tortura. Exhalo un largo y profundo suspiro. La chica de al lado, no muy guapa, pero tampoco un esperpento, me mira con intenciones escrutadoras. Seguro en su cabeza se formula la pregunta “¿Qué le pasa a este tipo, a este pobre tipo, a este pobre diablo?” Es en el “pobre”, en todos los sentidos, donde es posible encontrar mi sino. Pobre, pobrecito. Dejado, abandonado, despreciado. Lo tengo tan adentro, sí, esto, esto designándome, atrapándome en una palabreja, en una pobre palabreja que al momento en que suena horror amor, decido cambiar de estación. Me encuentro con Mariano. Como si de una confabulación en mi contra se tratara, la voz mariana está presentando a Serrat, con Una vieja canción… Para rematar, el bueno de Mariano lanza la consigna amorosa del día: “Si amas, déjalo libre, si regresa, es tuyo, si no, nunca lo fue”. Y me suena a burla.

Hugo César Moreno Hernández

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El último abrazo

Amanecer sin ti. Pena eterna. Sombra negra de aspecto aterrador. Fantasmas sobre mí pierdo el equilibrio encima de esta cuerda se ha invertido el cielo y me absorbe el azul.

Escribo sin escribir, huesos de carbón. Lloro sin lágrimas, vivo sin morir. Muerte inútil. Sobre el pino que no crece soy un puño de tierra. Huesos rotos son mis versos. Carne seca es el corazón.

Me lloran, me cantan. Asesinos. Damas negras, esqueletos que rezan. Ya llega el momento del último abrazo. Permítaseme llorar. Rosarios, escapularios. Cuervos que me acechan Música para los muertos, alivio de los desgraciados.

Tengo miedo. Cae la tierra sobre mis orejas pero escucho a los gusanos.

Ulises Abraham Torres Díaz

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El día más frío de la historia

Me levanté como otros días, con la boca seca y la sonrisa desecha, sacudí el pantalón que estaba acomodado en el buró y me lo puse lentamente, a mi lado mi esposa abrazaba al más pequeño de mis hijos, hice lo posible porque no sintieran que me levantaba para no despertarlos.

Tenía cuatro días que por fin había conseguido trabajo en la fábrica de engranes, así que no quería llegar tarde, lo que más quería era mantener ese trabajo el mayor tiempo posible: el trabajo y la comida escaseaban. Caminé dos pasos y me topé con la pequeña tina con agua, agua helada, metí las manos, las sacudí y me tallé la cara, me abotoné la camisa lentamente y me acomodé los tirantes, me puse el saco roído y la boina apestosa, me amarré las botas y crucé la puerta, dejando atrás temblando de frío a mi esposa y a mis dos hijos. El aire helado me golpeó fuertemente el rostro, quise cubrirlo pero no tenía con qué, sólo seguía caminando, a mi paso los establecimientos cerrados y abandonados se fueron reproduciendo, los rostros de las personas que dormían en las calles me fueron familiares, nunca antes había visto a hombres hambrientos, hasta ese día, su mirada perdida y su cuerpo temblando, seguí caminando sin detenerme, la fábrica se acercaba cada vez más a mí, la fila de hombres se empezó a distinguir, hombres hambrientos que al igual que yo, aun no entraban a la fábrica, quise suponer que llegué un poco temprano. Me formé, pasaron dos horas y la fila no avanzaba, el frío me taladraba los huesos, me salí de la fila y me acerqué a la puerta, lo que leí en ella me llenó el estómago de vacío: “ESTAMOS QUEBRADOS”. No sé por qué los hombres seguían formados, yo empecé a andar, caminé a ninguna parte, metí las manos a los bolsillos, en realidad la preocupación no era no tener trabajo o qué 17


pasaría conmigo, lo que pensaba era qué les llevaría de comer a mis hijos y a mi mujer, ellos no tenían la culpa de nada. Pensé en un nuevo trabajo y caminé por la ciudad, lo único que vi fue la reproducción de los hombres hambrientos, no había lugar alguno que funcionara o en el que solicitaran obreros, la desesperación me fue invadiendo poco a poco. Todo el país estaba en la misma situación, en algún lugar escuché hablar de la gran depresión, a mí no me interesaba el país, ni mi ciudad, incluso los hombres hambrientos me daban igual, lo que quería era llevarle algo de comer a mis hijos, un poco de comida, algo. Me metí a un callejón obscuro, las lágrimas se congelaban en mis mejillas, me dejé caer en el suelo, un suelo que me parecía muy cálido, lo golpeé con mis puños, me abracé para aminorar el frío, fue cuando sentí el cuchillo que siempre llevo en mi cintura, lo tomé fuertemente y lo dirigí a mi cuello, temblé, cuando estaba por hacerlo, recordé a mis hijos, a mi mujer, su hambre; el cuchillo se dirigió a mi brazo y lo cortó desde el codo, lo arranqué, lo vi y empecé a destazarlo, busqué una bolsa, lo metí, aguanté el dolor, me cubrí la herida con papel, y me apresuré a mi casa. Llegué y le extendí la bolsa mi mujer, no prestó atención a la sangre, sólo cocinó felizmente, comieron como hace años no lo hacían, el dolor aumentaba pero no lo sentía, me amarré una cuerda y dormí por dos días. Desperté y salí de mi casa, regresé al callejón obscuro para cortarme un pedazo de muslo. Esto pasará regularmente, hasta que el hambre de mis hijos desaparezca.

Everardo Martínez

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FINAL REPENTINO

Carmen veía a lo lejos a Felipe, su hijo, andar en bicicleta, y pensaba en cuánto había creído en los últimos meses, además de lo inquieto que se había vuelto. Jugaba a las carreras con su primo Pablo, ya estaba oscureciendo, la luz del sol ya era casi inexistente en aquellas mojadas calles del D.F. Horas antes había caído una aguacero de aquellos que hacen esconder a los pájaros entre las esquinas de las casas. Carmen vio a su hijo resbalar por aquellos grandes charcos y, al correr a quitarle la bicicleta de encima, Carmen también resbaló y cayó fuertemente sobre el pavimento, golpeando estrepitosamente su cráneo.

Vio todo nubloso y con gran confusión se levantó, sintió que se despegó de su cuerpo, no era capaz de mover sus extremidades ni cabeza. Poco a poco se vio alejada de su cuerpo terrenal. Gritaba pidiendo ayuda. Pudo ver que la rodeaban personas. De un segundo a otro vio una enorme luz rodearla, pero ella no podía dejar de gritar e intentar regresar, un brazo la tomó y es tiempo de seguir”.

dijo: ”Ahora

Carmen la miró con desprecio y le respondió:” No es

así, tengo un hijo pequeño, no puedo irme, no puedo, aún tengo mucho qué hacer”. Soltó a llorar de forma amarga. “Quiero a mi familia, iríamos a la

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playa, le ayudaría a mi hijo con su tarea esta noche, mi esposo y yo planeábamos tener otro hijo, una niña… no es hora, aún no. Fue arrancada de ese sitio, encontrándose instantes después en una bella pradera, llena de flores,

donde se respiraba paz. Veía un largo camino

adornado por este paisaje, por esa senda suponía debía caminar, pero no lo hizo, buscaba la forma de regresar. Ese brazo, que segundos antes la había tomado, le volvía a insistir que era hora de terminar de partir. Para su sorpresa, al voltear la cara a ese ser que le decía tales abominables palabras, vio que era su marido, y su suegra, o al menos eran iguales

a ellos. Carmen, aterrorizada, se soltó de ellos. El hombre semejante

a su marido susurró: “No temas, somos tus ángeles y vamos a guiarte a tu destino, tomamos esta forma porque en tu vida mortal confiaste ciegamente en ellos, ahora lo debes hacer con nosotros”. La mujer semejante a su suegra sonrió, entre los dos la tomaron y la hicieron caminar en aquel sendero de luz. De pronto hubo una desviación que la llevó a una cuidad abandonada, con casas viejas, muchas ventanas y puertas con

barrotes, silencio y desolación.

Afligida y temerosa volteó a ver el rostro de aquéllos “Ángeles”. Se sorprendió al ver que sus ropas blancas se habían tornado negras, y sus caras empezaban a deformarse como arcilla al calor. La metieron en una casa azul con blanco, una casa como la de sus sueños, le dijeron que ése sería su hogar de ahora en adelante. Le pidieron los disculpara, irían a la cocina por algo para ofrecerle de comer. Carmen, tremendamente confundida y sin aparente resignación 20


a su muerte repentina, miró bien a sus captores y escuchó una discusión entre ellos: se disputaban su alma a favor de un tercero. Ahora estaban totalmente de negro, con rostros viejos y maléficos. Se llenó de miedo, y buscó desesperada la salida. Encontró la puerta pero al abrirla

encontró otra y otra y otra;

igual sucedía con las ventanas. No se cansaba de abrirlas. Por fin la última, una pequeña en donde apenas cabía su cuerpo, no tenía barrotes. Se estiró como un chicle y se deslizó en ella. Su pie fue atrapado por uno de los seres, pero pudo

escabullirse

y

correr.

Sentía

como

si

corriera

miles

y

miles

de

kilómetros. Llegó a una cuidad completamente diferente a la anterior. Para su sorpresa,

era

hermosa:

locales

de

todo

tipo,

ropa,

comida,

cosméticos,

videojuegos. La gente de ahí era alegre. Todo estaba repleto de flores, un cielo hermoso y despejado, una explosión de colores por doquier, la gente quería ayudarle, le decían: “tranquila, éste es tu nuevo hogar, has pasado a este plano, ya no hay más qué hacer, sólo esperar”. Carmen siguió corriendo, intentando encontrar el camino de regreso. Pasó por hermosos paisajes, construcciones magnificas, vistas esplendorosas, pero se negaba a permanecer ahí; sentía una gran desesperación. Llegó a unos prados hermosos, donde se sintió vigilada y perseguida por alguien. Se percató que eran aquellos seres ruines que conoció al llegar ahí, sin rostro y vestidos de negro, sin forma aparente. La persiguieron, pero Carmen no se rindió, hasta que cayó en un desnivel y rodó por largo rato. Al final, con sus manos, luchó por salir de unas finas y suaves hierbas blancas y desde ahí pudo ver de nuevo el

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sendero por el que había llegado. Corrió desesperadamente, gritando: “No debí morir, tengo que regresar tengo que…”. Llegó al camino y desde ahí pudo ver su cuerpo tumbado en el asfalto. Se aferró a ese hueco que dividía aquella dimensión de la suya, se aferró a pesar de ser jaloneada por los seres sin forma. Sintió que ya no podía más, una luz cegadora la liberó de ellos y la arrojó a la escena de su muerte. Carmen se tiró sobre su cuerpo inerte y lo abrazó, entonces… Carmen dio un gran respiro, jaló más aire de lo normal, su corazón latía rápidamente. Literalmente sintió que el alma regresaba a su cuerpo. Tocó su piel y corrió a besar a su hijo. Lloró y agradeció a Dios que todo había sido un mal sueño. Recostado a su lado, el esposo dormía plácidamente. Carmen lo abrazó

y

besó

desesperadamente,

con

los

ojos

llenos

de

lágrimas.

Él,

soñoliento, preguntó qué era lo que pasaba. Carmen respondió: “Soñé que moría, un final repentino”

Miriam Delgado

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Revista A buen puerto es una publicaci贸n del taller de creaci贸n literario del FARO Indios Verdes, cuyas sesiones se realizan los d铆as jueves, de 15:00 a 19:00 horas. Todas las actividades del FARO Indios Verdes son abiertas al p煤blico y sin costo alguno.

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