Revista Porro y Folclor No. 18

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RESCATANDO LA CULTURA Y EL FOLCLOR DE COLOMBIA EDICIÓN 18 -SEPTIEMBRE 2016 - ISSN 2248 - 4647

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1 Calle 41 No. 101A - 35 Tel.: 252 1967 / crecreando@gmail.com www.recreando.com.co Calle 41 No. 101A - 35 Tel.: 252 1967 / crecreando@gmail.com www.recreando.com.co Talleres Danza Teatro Comparsa Talleres Danza Teatro Comparsa Contenido Editorial ¿Quiénes ganan con los contratos de las fiestas populares? 2 El sueño de escribir la Otra Historia 3 Policarpo Calle: de acordeonero de “los montes” a figura Internacional. 5 Palmeras de Urabá: génesis del Festival del Bullerengue en Necoclí. 7 La paz mística y musical de Doris Salas 11 Ignacio Paniagua: El porro para mí es el alma… es una satisfacción 16 ¡Nos fuimos!: el adiós del Rey del Trabalenguas. 20
no me olvidas Medellín…” Don Leonel Ospina Restrepo,el Jardinero de la Parranda. 22 Alonso Galdini, el Magaldi colombiano. 26
“Aún

Editorial

El sueño de escribir la Otra Historia

Cuando en el 2010 un grupo de soñadores, que trabajaban el tema de la comunicación para el desarrollo en la Comuna 13, les dio por emprender la aventura de organizar un festival de cine y video comunitario, la primera pregunta fue, ¿cómo lo llamaríamos?

Un Festival para la paz

CLas fiestas populares han sido, tradicionalmente, el orgullo de una colectividad. Son su imagen y proyección. Esa fortaleza es la que, paradójicamente, las pone en la mira de los jefes de las administraciones locales. Las decisiones que toman los alcaldes y sus asesores de a quiénes se invitan a estas fiestas, las han convertido en unas celebraciones repetitivas y en el peor de los casos, pasan por encima del sentir general.

Quejas similares han brotado en acontecimientos culturales de diversas regiones del país, que evidencian aquello que Freud visionariamente predijo en 1930. Precisamente, en su texto El malestar de la cultura aludió a la amenaza del peligro de un estado que podríamos denominar «miseria psicológica de las masas». “Este peligro es más inminente cuando las fuerzas sociales de cohesión consisten primordialmente en identificaciones mutuas entre los individuos de un grupo, mientras que los personajes dirigentes no asumen el papel importante que deberían desempeñar en la formación de la masa”.

La toma de las decisiones en los programas culturales del Estado por parte de asesores, ha venido generando un malestar general entre las comunidades, que se manifiestan por las vías de hecho, a veces. Un intérprete de vallenatos que es bajado a sombrerazos por una muchedumbre enardecida porque vieron vulnerados sus principios ancestrales por cuenta de un contrato de la Alcaldía de San Pelayo, sin consultar el sentir de sus habitantes; una “reina” del folclor que le arrebata la corona a otra porque consideraba

injusta la decisión, mientras el público gritaba que el asunto andaba arreglado, son hechos que se deben repudiar, deben llevar a la reflexión.

En Sahagún, departamento de Córdoba, años hace que los políticos de turno manejan el Festival de la Cultura, una iniciativa que nació de la ciudadanía y de los educadores de la Institución Andrés Rodríguez B. En Cereté, (Córdoba) las decisiones de la administración local han cambiado el rumbo del Festival de la Cumbiamba, para bien o para mal. Cada vez que culmina un Festival de Gaitas en Ovejas, Sucre, la inconformidad de tanto participantes como el público, por la forma en que se dieron los resultados finales, son la comedilla en las redes sociales. El Festival de la Leyenda Vallenata es capítulo aparte.

En Medellín, la Feria de la Flores es el escenario para que las grandes compañías musicales se queden con el grueso de los contratos, porque se le debe dar gusto a todo el mundo. Fuera lo ideal si a la par de lo anterior, los grupos de danza y música, que trabajan por las expresiones vernáculas de la ciudad tuvieran el mismo tratamiento. Ahí sí habría cama para tanta gente.

¿A cuántos colectivos convocan para eso? ¿Cuál es el criterio de escogencia de los conciertos que se hacen en la ciudad para la Feria? ¿Quién toma esas decisiones?

Los grandes consorcios “culturales” se quedan con el presupuesto de los grupos artísticos locales. Mientras tanto, la miseria psicológica de las masas avanza a pasos agigantados.

Éramos conscientes de que esta tarea no sería fácil. Pero sabíamos que realizar este evento en nuestro territorio sería una gran ventana al mundo para mostrar esas bellas narraciones que se dan cita en la cotidianidad de nuestra comuna. Qué mejor nombre para empezar aquella quijotesca ilusión que nombrarlo la Otra Historia.

La otra historia que seguimos empeñados seis años después en seguir reescribiéndola; mostrar lo mejor de nuestras calles, de nuestras esquinas y de nuestra gente. La otra historia, esa tan desconocida para muchos habitantes de este país; la otra historia, donde la violencia no tiene papel principal y donde el protagónico lo tienen los habitantes, que a diario inician una película de supervivencias, un guión de luchas, un argumento lleno de vida y esperanza, una trama que quizás no tenga siempre el mejor final, pero donde cada personaje se esfuerza a diario para escribir la mejor historia; una gesta de héroes anónimos; un guión de cine mudo de seres invisibilizados, olvidados y hasta silenciados a través de la historia.

Es un relato de sueños que no desfallecen a pesar de las realidades; de vidas perdidas; de los derechos vulnerados y de sueños prohibidos. A esta comuna se le prohibió hasta soñar, pero se resistió a no vivir lo onírico y a no cumplir las utopías, porque a pesar de todo no hemos renunciado a los sueños, A los olvidos y a los silencios les hemos recordado y gritado que aquí hay una Comuna alegre, que sueña, canta, baila, crea, resiste, insiste y persiste en la noble quimera de hacer de las esquinas, las calles y los barrios, un escenario para la paz y la convivencia.

Durante los seis años del Festival de Cine y Video Comunitario nos hemos convertido en un escenario de aprendizajes, de intercambio de saberes, de sueños y un laboratorio donde descubrimos las verdaderas historias de esos territorios olvidados y ocultos de nuestro país. Con el Festival se busca generar un espacio que promueva los valores, la democracia, la convivencia, la participación, la cultura, el análisis crítico de la realidad, la movilización y el compromiso social.

El Festival de Cine y Video Comunitario, la Otra Historia, en su corto recorrido, ha querido invitar a otras experiencias comunicación alternativa, que trabajan en diferentes comunidades del país. Iniciativas que se caracterizan por despertar, entre sus comunidades, un pensamiento social y una conciencia crítica. Y también por el compromiso con las poblaciones más vulnerables de nuestra sociedad. Es gracias a estas iniciativas que se han logrado adelantar procesos que generan identidad y el reconocimiento de los derechos y garantías constitucionales de las comunidades.

Durante los seis años del Festival, hemos conocido experiencias locales, nacionales e internacionales, iniciativas que han permitido que los niños y jóvenes, adultos y adultos mayores cuenten su historia y conozcan sus realidades. Es por estos procesos que se generan cambios importantes en las conductas sociales; es por medio de los ejercicios de comunicación participativa que se pueden adelantar actitudes de movilización social, identificación de derechos, visibilización de las comunidades olvidadas y resistencia civil ante los actos de los grupos armados y el modelo económico de nuestro país.

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¿Quiénes ganan con los contratos de las fiestas populares?
Festival de Cine y Vídeo la Otra Historia. Foto: Full producciones.

La historia de los sueños

La Otra Historia es una iniciativa de varios soñadores que se dejaron embrujar por el encanto de una cámara, por la magia de detener el tiempo y volver a ver y a escuchar las palabras y los actos de unos minutos atrás, de unos días, unos meses y años después.

Este Festival ha servido para dejar testimonio de cuanto ha sufrido esta Comuna y cuán olvidados han estado los habitantes de estas laderas, pero también es un grito de esperanza, es mostrarle al mundo, a Colombia y al resto de la ciudad, que la Comuna 13 es mucho más de lo que se ve en los medios masivos de comunicación; es un lugar del mundo donde la gente buena son más; donde personajes anónimos construyen maravillosas historias, relatos humildes, cuentos cotidianos que recrean escenas de ensueño y que reflejan nuestras verdaderas realidades, que consisten en sencillos sueños, en ilusiones etéreas, en sensaciones momentáneas, instantes inolvidables, en recuerdos que calan en el alma, es un vademécum de historias simples e irrepetibles, de hazañas inimaginables y gestas invaluables.

Es la sencilla historia de hacer de las dificultades una existencia innovadora, donde la pobreza se vuelve el mejor pretexto para disfrutar de la lluvia, del sol, de la sonrisa, del abrazo, de un beso robado, de un verso plasmado y de una lagrima sentida; de la primera letra escrita de un niño o de un rapero, de la primera palabra hablada; del primer verso dictado por las vivencias de la calle y que rima en el alma y quizás de la esperanza de conquistar el más anhelado sueño vivir en paz.

Y es gracias al trabajo en la Comuna 13 que aprendimos que la vida es un rodaje diario; es un guión que se escribe cada día y que te enseña que la felicidad se alcanza cuando te das cuenta que hiciste todo lo que había en tus manos y que gracias a esa obra pintaste una sonrisa, quizás cien o un millón, pero lograste después de tantos años de olvidos, de silencios y tristezas, mostrarle a los incrédulos que otra Comuna es posible y que mientras en nuestras calles haya un joven que cante, un niño que sonría, un anciano que evoque y un hombre que luche, la vida cada día nos dará un motivo de esperanza para seguir soñando.

La Otra Historia es el nombre que recibe nuestro Festival y que refleja la Comuna con la que

soñamos, la que anhelamos y la que disfrutamos; una comuna que quiere empezar a escribir su propia historia, una narración contada por la abrumadora mayoría de personas de bien que viven en este lugar, una historia pintada con diferentes matices, con historias de hombres humildes que luchan a diario por edificar un mejor mañana para todos. Una historia donde el actuar irracional no tenga cabida y donde en millones de hojas se plasmen esas historias cotidianas y anónimas que nos reconcilian con la vida y que nos hacen soñar con la esperanza de que la paz no es una utopía, que está demasiado cerca y que empieza en cada de uno de nosotros.

El rollo de la esperanza

Es desde el cine y el documental que creamos un espacio donde cabemos todos. Con el festival hemos sumado muchas manos que trabajan en la construcción de un mejor mañana para todos y todas. El audiovisual ha sido el mejor pretexto para romper las barreras imaginarias y para cautivar a esos jóvenes que se van perdiendo en las esquinas y en la dinámica irracional de nuestra sociedad.

Durante estos cincos años de historia hemos plasmado cientos de imágenes con sueños humildes. Desde el audiovisual hemos mostrado esa otra realidad, reflejamos lo que realmente somos; expresamos que el tiempo de los violentos ha terminado y que hoy es el mejor día para comprometernos en la construcción de un nuevo país, donde el negro, el blanco, el católico, el ateo, el joven, el niño, el anciano, tengan un lugar donde puedan vivir en paz, donde el sonido estridente de los fusiles sea cambiado por la voz de miles de jóvenes que cantan sin miedos, donde los límites, las fronteras y las barreras imaginarias creadas por los grupos armados sean derrumbadas por el correr incontrolado de miles de niños libres que jamás han limitado sus sueños. Una Comuna donde el tiempo de vida de las personas no se interrumpa abruptamente, y donde los abuelos vuelvan a esperar tranquilamente la parca, convencidos de que si valió la pena tantos años, ante la posibilidad de que otra vez sus hijos mueran de viejos.

Seis años de historias y retos; seis años de caminos recorridos; de amigos encontrados; de sueños compartidos y seis años escribiendo una nueva historia, un relato que danza entre la esperanza y la utopía.

Policarpo Calle. Foto: http://mexico.consulado.gov.co/node/news/9147/consuladocolombia-mexico-hizo-reconocimiento-publico-15-musicoscolombianos

Hace muchos años, cuando yo era un niño, frecuentaba a la familia Salgado Bedoya, mis vecinos. En varias ocasiones escuché a Juanita Bedoya comentar que El Nino Salgado, su marido, había estado enfiestao con el compadre Policarpo Calle, un acordeonero de parrandas en el pueblo. Muchísimos años después, cuando investigaba algo sobre la música de mi terruño, recordé aquel personaje. Tropecé accidentalmente con su nombre cuando cayó en mis manos un LP, grabado en 1976 por la Orquesta Los Caribes, y vi con sorpresa que aparecía un tema de Policarpo titulado La Porra Caimanera; por esta razón compré el disco, pues me pareció un honor que un sahagunense figurara en un disco comercial. No era algo común. Me enteré de que Policarpo tenía una hija en Sahagún; la busqué y me dijo llamarse Gladys Calle Galindo, actualmente tiene 54 años. Me comentó que había nacido de la unión de Policarpo con Rufina Galindo, en el corregimiento de Los Galanes, jurisdicción de Sahagún, uno de los lugares de correría de Policarpo quien, como todos los juglares, caminaba la región tocando parrandas en fincas, caseríos y corregimientos cercanos. Pero Gladys me dijo que no tenía ningún contacto con su padre y que no sabía de él desde hacía mucho tiempo. Indagando con otras personas supe que tenía una cuñada y varios sobrinos viviendo en Sahagún, pero me encontré con la misma situación: sólo sabían que vivía en México. Al buscarlo en internet noté que “mi compadre Policarpo Calle”, el acordeonero de “los montes”, como llamaban en la época la zona

rural, era un figurón de talla continental. Se me ocurrió entonces conversar con El Nino Salgado, quien a sus 88 años se mantiene muy lúcido y me contó una historia que no se perdió por un golpe de suerte.

De “los montes” a Medellín

Eran escasos los elementos para las actividades lúdicas de hace siete u ocho décadas, de manera que un grupo de muchachos conformado por El Nino Salgado, su hermano Zoilo, sus futuros cuñados Pello y Goyo Bedoya, y Julio Soto, se armaron de latas, taburetes, tapas de ollas y otros elementos para fundar los que ellos consideraban un grupo musical. El viejo Rogelio Salgado, padre de El Nino y Zoilo, apoyó el proyecto y les compró un acordeoncito de dos teclados con el cual aprendieron varios de ellos. Posteriormente se integraron al grupo otros muchachos, como Policarpo Calle y Javierito Domínguez, quien se convirtió en el animador del grupo por su carácter jocoso y su habilidad para componer canciones. Policarpo traía algún bagaje musical gracias a su cercanía con un acordeonero mayor llamado Diego Herrera, quien le había enseñado algunas nociones sobre el manejo del instrumento. Con el tiempo Diego se integró al grupo y les vendió un bandoneón que tenía, el cual sirvió a Policarpo para afinar sus habilidades. El sitio preferido por el grupo era la casa de Ramón Flórez, localizada en la Arena del Norte, otro corregimiento de Sahagún, quien se dedicaba a cuidar gallos de

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Policarpo Calle: de acordeonero de “los montes” a figura Internacional.
Oscar Arbelaez: Comunicador social, integrante de la Corporación Full Producciones

pelea. Ramón era el personaje que, en las fiestas de corraleja, controlaba la salida de los toros del toril. Le encantaba este oficio. Policarpo vivía con sus padres Dionisio Calle y Mercedes Villalba en el Barrio San Roque de Sahagún, de ahí una de sus más famosas creaciones: La Negra Petrona (La sanroquera). Luego de la muerte de su madre, Policarpo, su mujer Mirna de Arco y su padre, se fueron a vivir a Montelíbano. De ahí a Medellín, donde se hizo a un nombre musical.

El Embajador de la Cumbia.

En el año 1978 hizo su primera gira a México, Estados Unidos, Panamá, Venezuela, Ecuador y Perú, donde se dio a conocer ampliamente. Actualmente reside en Monterrey (México). La reseña de una emisora mexicana dice que es uno de los artistas preferidos en los salones de baile del Distrito Federal y de la provincia mexicana y que ha ganado el premio El Califa de Oro, con el cual se distingue a los mejores artistas, así como también discos de oro y platino por sus ventas en México y en el exterior. Es llamado en México El Embajador de la Cumbia, ritmo que tiene mucho arraigo en esta nación. Por curiosidad leí los comentarios en internet sobre algunas de sus canciones y encontré algunos dignos de destacar. En el tema El Indio Artista, alguien escribe “Aguante mi raza india, saludos desde Argentina”; otros: “Policarpo Calle, humildad y talento. Claro que es el embajador de la cumbia, uno de los grandes que nos queda con vida”; “su música suena en todas partes acá en la Argentina”.

Policarpo Calle ha grabado unos 300 temas de su autoría entre los cuales se pueden citar La Porra Caimanera, Mi Canoíta, La Negra Petrona, Así es Colombia, Así se baila la cumbia y El Indio Artista, entre otras. Sus obras han sido grabadas por artistas de la talla de Alfredo Gutiérrez, Los Tupamaros, Los 50 de Joselito, Armando Hernández y la Tropa Vallenata, por citar algunos. De manera que Colombia tiene un embajador en México, muy querido por los mexicanos, a quien no conocen los colombianos, ni siquiera la gente de su pueblo natal: Sahagún (Córdoba).

Nadie es profeta en su tierra.

Un sobrino de Policarpo, Iván Calle, me comentaba que él no ha querido regresar a Sahagún, a pesar de la insistencia de su familia. Lo anterior me hizo recordar un comportamiento similar de Remberto Martínez Suárez, único compositor sahagunense de las nuevas generaciones con reconocimiento internacional. Cavilando sobre los casos mencionados, pensé en el maestro Juancho Nieves, único músico sahagunense para mostrar en el ámbito internacional, quien interesó a los productores de Playing for Change y fue seleccionado para integrar el grupo de artistas colombianos que grabó el video de La Tierra del Olvido, trabajo patrocinado por la Fundación American Business Council (ABC) y presentado en el Foro Económico Mundial celebrado en Cartagena que se celebró en el mes de abril de 2011. Pues bien, el maestro Nieves, me temo que por sus ideas políticas, no fue incluido en la programación de un evento musical local que se celebra anualmente y tiene aportes del Estado. Dicho evento rinde culto a la vallenatería comercial imperante. Reflexionando sobre los hechos mencionados me he preguntado, ¿en qué momento Sahagún pasó de ser la Ciudad Cultural de Córdoba a convertirse en un centro de barbarie, hasta el punto de que hace algunos meses hubo una intentona de quemar los libros de la Biblioteca Municipal, hecho que causó conmoción en los coterráneos residentes en varios lugares de la geografía universal?.

Palmeras de Urabá: génesis del Festival del Bullerengue en Necoclí.

Policarpo Calle. Foto: hhttps://i.ytimg.com/vi/cZaLLF3YJhE/maxresdefault.jpg

Edgar Cortés Uparela: Ingeniero Químico, natural de Sahagún (Córdoba), donde reside en la actualidad. Es conductor del programa de radio La Hamaca Grande; gestor cultural, ha publicado un sin número de artículos sobre la cultura del Caribe, en diferentes medios locales, nacionales e internacionales; investigador musical y una de las plumas más respetadas en el ámbito de la música y las artes en general de la Costa Atlántica.

Más de 500 años de historia dejan en un territorio incontables memorias y sucesos. Algunos se van perdiendo en el tiempo, sin ninguna forma de regresar al presente; otros, se han preservado y aun son recordados. Necoclí, Antioquia, es considerado uno de los municipios más antiguos del país, luego de tener registros de la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras1. En aquel entonces, se vivió una guerra sangrienta por el dominio del territorio y sus riquezas naturales. Los españoles querían quedarse con todo lo que veían, especialmente con el oro, abundante en aquellas tierras. Pero no les fue nada fácil. Los Kunas, comunidad indígena que habitaba en ese lugar, los enfrentaron y empezó, entonces, lo que hoy se conoce como la colonización2

1 En la historia que aparece en la página oficial, que se puede consultar en http://www.necocli-antioquia.gov.co/informacion_general.shtml, se dice que se fundó en 1509, con el nombre de Fuerte de San Sebastián de Urabá, cuando llegó Alonso de Ojeda a estos territorios.

2 Idem

Poco se sabe de lo que hicieron los españoles en Necoclí, pero se tiene claridad de que en 1509 se fundó el primer caserío por Alonso de Ojeda, el cual llamó San Sebastián de Urabá. De ahí en adelante, San Sebastián se convirtió en Necoclí y se inició la historia de una nueva cultura híbrida, una mezcla de muchas culturas que confluyeron en un solo territorio.

Cuando se habla de Necoclí, se debe tener en cuenta esta historia, porque solo así se es consciente de lo que representa cada tradición y cada hecho que suceda en la actualidad. Hoy Necoclí es reconocido por sus bellezas naturales, por la calidez de su gente y por sus fiestas y tradiciones. Son 95 kilómetros de playas; 15 diapiros3 de lodo, dos ensenadas y una ciénaga que respaldan al municipio como un lugar turístico. Pero son sus tradiciones culturales lo que le hacen más atractivo para los visitantes y turistas. Es incoherente hablar de Necoclí sin 3 Nombre

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que reciben los volcanes de lodo. Por Diego Orlando Osorio Torres. Coristas del grupo Palmeras en presentación del Festival de Bullerengue de Puerto Escondido. De izquierda a derecha, Leonardo Cuadrado, bailarín del grupo y Zunilda Caicedo, de las coristas más antiguas del grupo. Foto: Marcos Fidel Vega Seña

mencionar sus tradiciones. Es un municipio de Urabá ubicado en un lugar estratégico en el territorio colombiano y tiiene muchas de las características que definen esta región Caribe. Conserva muchas de las prácticas culturales que se desarrollaron en él desde los principios de su fundación. Necoclí, “la perla perdida en el Caribe colombiano”, como es conocida por muchos de los turistas que anualmente visitan el lugar para hacer parte de sus festividades tradicionales, es pesquero, turístico y cultural, donde confluyen diversidades etnológicas y con ellas sus costumbres. Una de esas tradiciones es el bulllerengue.

El bullerengue, ¿qué es y cómo llegó a Urabá?

Es un baile de origen africano que se constituyó en los palenques de Colombia después de la liberación de los negros. Actualmente es considerado, entre otros géneros musicales, como música tradicional colombiana. Este bailecantado es desarrollado principalmente en la zona Caribe colombiana por las comunidades afro descendientes, aunque en la actualidad es practicado por todo tipo de persona. En su historia, el bullerengue no ha sufrido muchos cambios, debido a que, las actitudes de los pueblos palenques donde esta se ha desarrollado son muy cerradas al sincretismo.

El grupo de bullerengue está compuesto por una voz principal o voz entonadora (en la mayoría de los grupos voz es femenina) y un conjunto de respondedores que son los que llevan el ritmo ya sea con palmas o con “tablitas”. también suelen ser los bailarines en el grupo. Aparte, están los tamboleros, encargados de los dos tambores de amarre o tambor macho y hembra. Este estilo de bullerengue es aplicado y cultivado en los departamentos de Antioquia, Córdoba y Bolívar, aunque también se baila en la provincia del Darién, en Panamá.

Esta danza se dice es de las más antiguas del Caribe colombiano. Los hombres y mujeres hacían sus labores diarias animados por los cantos y sonidos del bullerengue, moviendo sus cuerpos en compás y utilizándolo como herramienta para la difusión el sentir y pensar de cada persona (Pérez Herrera, 2014)

Sin duda, es duro saber desde cuándo se canta bullerengue o quién fue el primero en hacerlo, esto por su antigüedad y falta de documentación. Tal como lo dice el profesor e investigador de la Universidad del Atlántico, Manuel Antonio Pérez Herrera. “No es fácil establecer con certeza el origen del ritmo Bullerengue o cualquier otro ritmo folclórico, específicamente porque los primeros juglares poco se preocuparon de su creación artística intelectual y en otro sentido, muchos de ellos se dedicaron fue a la producción y comercialización de estos bienes de la tradición oral”. (Pérez Herrera, 2014, pág. 4)

En toda Colombia sólo se desarrollan tres festivales del bullerengue. Uno en María La Baja, Bolívar; el segundo, en Puerto Escondido, Córdoba, y el último en Necoclí Antioquia. De aquí la importancia de estudiar la influencia que ejerce en la identidad del municipio de Necoclí y de cada uno de sus habitantes.

Es cuestión de identidad

El Festival Nacional del Bullerengue lleva 27 años. En él han participado muchos habitantes que se han dejado cautivar por la belleza de esta danza cantada. Por eso este evento es importante para la construcción de la memoria histórica de un municipio con muchas tradiciones populares que no se han consolidado aún en la memoria colectiva de la región. Cabe aclarar, como lo dice Néstor García Canclini (1987), que, de igual forma, tampoco son tradiciones que traspasan a lo masivo, pues aún no han entrado en la industrialización cultural.

Según este autor, se pueden definir como folclóricos aquellas prácticas o rituales autóctonos de un territorio, que buscan rescatar lo tradicional y que logran mantenerse en el tiempo. Así mismo, dice que lo masivo es la industrialización de las tradiciones de un territorio, llevándola a formas de consumo y reproducción de control social. Finalmente, afirma que lo popular es una herencia y producción de sentido que se da en un territorio y que los individuos de ese lugar reconocen como propia y como tradición. (García Canclini, 1987)

En este sentido, el Festival del Bullerengue en Necoclí se debe agrupar en el término de tradición popular al no ser una práctica innata del territorio y tampoco pertenecer a la industrialización de la cultura, al menos no aun. Como lo expresa Ignacio González Varas (1999), la identidad cultural de un pueblo no se da de un momento a otro o sin explicación alguna. Para que Necoclí reconozca el Festival como su identidad debe haber algo más que su organización y ligado directamente con su historia. “La identidad cultural de un pueblo viene definida históricamente a través de múltiples aspectos en los que se plasma su cultura, como lengua, instrumento de comunicación entre los miembros de una comunidad, las relaciones sociales, ritos y ceremonias propias, o los comportamientos colectivos, esto es, los sistemas de valores y creencias”. (González Varas, 1999)

El Festival del Bullerengue seguirá siendo una práctica cultural aunque no sea reconocida como una tradición. Lo que hará que este festival se convierta o siga siendo parte de la identidad cultural de Necoclí es que los habitantes se reconozcan y se vean identificados en él, tal como lo dice Cecilia Bákula (2000) en la revista Turismo y Patrimonio

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Seyla Bacca, corista acompañadora y bailarina del grupo Palmeras de Urabá con el vestuario típico y cantando en vivo en el Festival Nacional de Bullerengue en Puerto Escondido. Foto: Marcos Fidel Vega Seña Coristas y bailarines del grupo Palmeras de Urabá en el Festival Nacional de Bullerengue en Puerto Escondido. De izquierda a derecha, Ana Garcés, con las “tablitas” en las manos y Daniel, “Danielito”. Foto: Marcos Fidel Vega Seña

“La identidad sólo es posible y puede manifestarse a partir del patrimonio cultural, que existe de antemano y su existencia es independiente de su reconocimiento o valoración. Es la sociedad la que a manera de agente activo, configura su patrimonio cultural al establecer e identificar aquellos elementos que desea valorar y que asume como propios y los que, de manera natural, se van convirtiendo en el referente de identidad (….) Dicha identidad implica, por lo tanto, que las personas o grupos de personas se reconocen históricamente en su propio entorno físico y social y es ese constante reconocimiento el que le da carácter activo a la identidad cultural”. (Bákula, 2000)

El Festival lleva 27 años realizándose en Necoclí, pero las nuevas generaciones que nacieron en los últimos años no han tenido la oportunidad de ver cómo se construyó esa tradición. Pero tienen la capacidad de acogerla como parte de su identidad, pues la identidad cultural no sólo se construye desde la colectividad sino que cada individuo puede, es de su conocimiento y necesidad, generar en sí mismo prácticas de identidad cultural, algo que puede quedar claro con la definición que da Manuel Castell (2005) acerca de qué es la identidad: “las identidades son de distinto origen: familiares, étnicas, religiosas, nacionales, regionales, locales, políticas, culturales, sexuales y una larga lista. Y también es claro que las identidades no sólo se reciben de la sociedad, sino que también se construyen individualmente”.

Palmeras de Urabá y el Festival

En 1970 Necoclí era muy diferente a lo que es ahora. El hecho de que la energía eléctrica no existiera aun en el municipio era limitante suficiente para que todo se hiciera de forma diferente. Las discotecas de hoy, en aquel tiempo eran los tambores, violines, hojas de limón o firulinas4, que sonaban animando el ambiente

a falta de equipos de sonidos. Aquellas fiestas eran alumbradas por mechones y se realizaban en las calles del pueblo o en casas. Fue así como en aquel entonces Necoclí se fue constituyendo como un pueblo bullerenguero5. Con la llegada de la energía eléctrica al municipio, empezaron a llegar otros géneros musicales y otras costumbres. Esto llevó a un grupo de personas a repensar sus expresiones culturales, que empezaban a perderse por esas mezclas. Así nació el Grupo Bullanguero Palmeras de Urabá. Inició haciendo presentaciones en las calles, con el fin de evitar la pérdida de esta tradición y de todo lo que representaba y representa. Así empezó en el año 1985, la historia de Palmeras de Urabá, uno de los grupos más reconocidos en la zona de Urabá y en toda la tradición bullerenguera6.

Pentalfa Hernández, Zunilda Caicedo, Filenia Salas, Felipa Núñez, Eloísa Garcés y Lorenza Bonilla7 son algunas de las matronas y fundadoras de este grupo, que fue ganando adeptos en la medida que pasaba el tiempo. El grupo empezó participando en el festival que se realizaba en Puerto Escondido, Córdoba. Luego, con la ayuda de la administración municipal y la casa de la cultura, Palmeras de Urabá propiciaron la creación, en 1988, del primer Festival Nacional del Bullerengue en Necoclí y hasta ahora se ha realizado cada año en el mes de octubre y se ajustan 28 ediciones en 2016. Pocos registros se tienen de los primeros festivales que se realizaron. Se destaca que, al menos los dos primeros se hicieron solo con presencia de los grupos de la región y no tenían la logística, la antesala y una programación organizada como se puede verificar con las ediciones de 2003 hacia adelante.

5 Esta historia está reconstruida a partir del testimonio de los abuelos. Uno de ellos, quien contó la historia es Enelfi José Torres Zúñiga, entrevistado para efectos de este artículo.

6 Lo anterior se pudo reconstruir a partir del testimonio de Janio Torres Zúñiga (hermano de Enelfi), primer tambolero de Palmeras de Urabá y de Rosmery Torres, exintegrante de la misma agrupación, entrevistados como testigo para la reconstrucción la memoria del Festival de Bullerengue en Necoclí.

7 De la lista anterior, sobreviven y habitan en Necoclí, Zunilda, Felipa y Lorenza.

La paz mística y musical de Doris Salas

Diego Orlando Osorio Torres. Estudiante de Comunicación de la Universidad de Antioquia, Seccional Urabá. Este artículo hace parte de la investigación sobre la historia del Festival del Bullerengue en Necoclí, que realiza para optar su título profesional.

Dennis Yaneth Salas Roca recuerda que empezó a cantar los tres años de edad. Su nombre artístico, Doris Salas, salió de una confusión a la hora de bautizarla. Los padres dieron el nombre de Doris, pero en el documento, inexplicablemente apareció el de Dennis. Decidió quedarse con el primero por considerarlo más sonoro. Esos recuerdos la remontan a su progenitora, Alicia, quien para ganarse la vida, puso una tienda en Yucal, (corregimiento de Calamar, Bolívar, a orillas del Río Magdalena), lugar donde nació la cantante. “Ella me sentaba en un taburete a la entrada y todo el que llegaba me veía ahí y me echaba bromas. Esta espaldita que tengo me la gané nadando en el Magdalena, ¿entiendes? Oía a mi mamá cantar, porque ella estaba vendiendo y estaba cantando; estaba haciendo las labores del hogar y estaba cantando; había una canción que yo me aprendí que se llama Dos Almas: dos almas que en el mundo…”, rememora con nostalgia.

A los cuatro años, Doña Alicia y Don Plutarco, sus padres, consideraron que era hora de que la niña Dennis empezara su fase de estudios. Como tenían una casa en Barranquilla, toda la familia se trasladó a la capital del departamento del Atlántico. Estudió la Primaria en la institución de Elizabeth Meisel. A los 14 años se había graduado de la Escuela de Comercio Moderno.

“Luego me pusieron a estudiar Secretariado

Comercial, Mecanotaquígrafa y Correspondencia (así se llamaba en ese tiempo); la estudié en la escuela de Don Modesto. Pero como tenía 14 añitos, necesitaba terminar bachillerato; entonces trabajaba de día y creo que las clases eran hasta las ocho o nueve de la noche, algo así. Saqué el bachillerato en el Colegio de Los Andes de Barranquilla. Pero a los 14 años también trabajaba medio tiempo en Sintramucol, Sindicato de Trabajadores de la Música de Colombia. Dagoberto Almanza que era el presidente, me llevó a trabajar allá y me enseñó a poner en práctica los conocimientos adquiridos en el Instituto”.

Los espejos del pentagrama

Ese paso por Sintramucol cambiaría para siempre la vida de Doris. Casualmente en su sede ensayaban algunas orquestas como la de José Ramón Herrera. “Yo veía a Nora Tapiz y a otra cantante que se llamaba Charito; esta última era muy coqueta, muy linda, bien maquillada, bien vestida; toda una diva. Me escondía para verlas y oírlas; les oía y les veía los gestos. Me iba para el baño; allá había un espejo y yo cantaba y me paraba así como ellas. Un día me sorprendió Dagoberto y me preguntó, ¿quieres cantar? ¿Te gusta cantar? Yo estaba asustada. Me dice, ven acá; agarró su piano y empezó a tocar. Me puso a hacer notas: él daba

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4 Hoja de una especie de árbol de la región. Por Marcos Fidel Vega Seña. Doris Salas actuando en el Festival del Porro de Medellin. Foto: Carlos Hurtado

la nota y yo la cantaba; yo la decía con la A, con la B...” Así empieza la vida musical de esta artista colombiana, a quien erróneamente se le atribuye un origen venezolano.

Después de aprender los secretos del pentagrama, empezó a trabajar en el Hotel El Prado, el más afamado de Barranquilla. En un lugar llamado La Cabaña hacían tertulias vespertinas. Doris solo acompañaba hasta las siete, porque media hora más tarde, debía estar en un butaco de Los Andes, recibiendo sus clases de bachillerato. “Allí alterné con un grupo; se llamaba Los Costeños. Recuerdo que tenía una falda de flores por aquí (señala un costado) y una blusa muy escotada (se mueve graciosamente), una niña, bueno…” El grupo Los Costeños, con el que Doris empezó esta aventura

irreversible lo integraban Estaban Lombana en la trompeta; Michi Sarmiento, interpretaba el saxo; Mario Fontalvo, el piano; Carlos Jayán, la batería y el bajista era un señor de apellido Benítez.

En Los Costeños tuvo la oportunidad de conocer a Michi Sarmiento, hijo de Clímaco Sarmiento. “Me enseñó las canciones. Me decía: la cumbia se baila así, el porro se baila así; esto se canta así y él me decía que el swing tenía que brotar dentro de mí. Todas las noches terminaba el set y Michi me decía, vente, ajá, cántame, hazme tal escala, hazme esto, hazme aquello y ahí empecé yo. Michi fue uno de mis profesores”, expresa con palabras que por su tono, son un homenaje a su gran amigo.

La orquesta era la de Willy Gamboa. Como por un azar y con visos de cuentos de hadas, estaba tocando José Ramón Herrera y cantando Nora Tapiz, la artista que Doris imitaba en el espejo de la casa de Sintramucol. “Ellos me conocían, me llamaron y canté un tema. Se llamaba negro no te vayas. Cuando yo estoy cantando, se para un hombre delante de mí, bajito, tipo indio, chino no sé; él se paraba y me miraba y me miraba, escuchándome. Terminé y me aplaudieron mucho”.

Esa actuación trajo para su vida otra sorpresa. “Cuando terminé y estoy ya sentada porque va a tocar la otra orquesta, de repente viene el señor, toma el micrófono y dice: para la señorita que acaba de cantar le vamos a dedicar este set. ¡Qué alegría¡ Yo estaba asustada”. El personaje que ofreció el set y quien la miraba insistentemente era Willy Gamboa, el director de la orquesta llegada de Venezuela.

Disfrazada de señorita, pa´ Venezuela, con la maletica.

Luego de esa dedicatoria, ella subió al estrado a darle las gracias. “Entonces él se viene conmigo a la mesa, se sienta y me dice: ¿quieres ir a cantar conmigo a Venezuela? Soy menor de edad, le dije con unas ganas…. Me dijo, dentro de un mes estás en Venezuela. Lo arregló todo por medio del Sindicato; habló con Dagoberto, fueron a mi casa y al mes yo venía con una maletica así (hace ademán de persona humilde) porque era una muchacha pobre, de pueblo que no sabía nada de nada”.

Doris cuenta jocosamente que como era menor de edad y en ese tiempo los vuelos se hacían desde Maicao hasta Venezuela, la “disfrazaron” de señorita. “Salí de Barranquilla a Maicao disfrazada de señorita. Te voy a contar algo: me compraron unas cosas, unos rellenos y yo aparecía con unos senos así (alza las manos para dar una medida). ¡Mentira¡ Puro algodón y pura cuestión de esas… (Risas). Me peinaron como señorita; me pusieron unos tacones; nunca me había puesto tacones en mi vida.

Cuando voy entrando al consulado, caminaba raro porque no sabía caminar con tacones. El Cónsul me mira, lee los documentos y me dice, ven acá, ¿qué edad tienes? Tú eso que dices ahí… ¿18 años?… Tú no tienes 18 años. Me puse a llorar y me asusté. Creo que lloré del susto. Entonces me dijo, ven acá, no importa, tú quieres cantar en Venezuela de verdad y estás decidida. Le rogué y le dije que sí, que quería cantar, que no me fuera a devolver, que no me negara la visa. Me dice: te doy tres meses para que me traigas el pasaporte correcto. Te voy a dar visa por tres meses. Al mes yo tenía el nuevo pasaporte, el real. En ese tiempo yo no conocía a Jesucristo. Si lo hubiera conocido, no hago eso, ni permitiría que lo hicieran quienes querían que yo cantara en Venezuela. Así empezó mi historia”.

De la Arenosa

al mar sin tranvía.

A medida que la voz y la vitalidad de Doris alzaban vuelo, como las aves canoras, la noticia sobre la artista zarpó en los barcos del viento de Puerto Colombia y ancló en los mares de Santa Marta. Para la temporada alta en vacaciones fueron invitados por la Administración del Hotel Irotama. “Éramos muy chamos, muy jóvenes y el dueño del hotel nos invitó a que cantáramos

esa semana. Nosotros le dijimos, hable con el gerente de El Prado, a ver si nos da el permiso y como ellos eran, imagínate, los dos hoteleros… Fuimos, cantamos y estando allá nos dijeron que en El Rodadero estaba tocando una orquesta de vanguardia que venía de Venezuela. Toditos pelamos los ojos así (los abre en señal de asombro absoluto). A lo que terminemos aquí nos vamos para allá y así fue”.

El primer tema que hizo en Venezuela se llamó Coqueta, de su autoría y lo grabó con Willy Gamboa, orquesta con la cual también canta Caimán y gallinazo y me picó la araña. De allí pasó al Súper Combo de los Tropicales, donde trabaja actualmente. Antes había pasado por la orquesta Los Fabulosos, de Renato Capriles, Los Melódicos, La Tremenda y luego fundó la primera orquesta latinoamericana de mujeres. “Traje niñas de Estados Unidos, de Colombia,

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Doris Salas actuando en el Festival del Porro de Medellin. Foto: Carlos Hurtado Doris Salas actuando en el Festival del Porro de Medellin. Foto: Carlos Hurtado

de Cuba, Venezuela y una peruana; se llamaba Orquesta La Propia, de Doris Salas. Esas han sido mis orquestas”. Todo lo anterior ocurrió entre los años 1960 y 1981, aproximadamente.

y es real, me entiendes. Eso pasa todavía, sobre todo aquí, en mi Colombia porque mi pueblo, El Yucal, no tiene acueducto. Creo que ahora le pusieron unos bombillitos; debe haber luz pero el agua no, menos mal que tenemos el Río Magdalena”

Doris se duele de que el Río Magdalena, como la mayoría de los recursos naturales del país, se lo estén vendiendo a las multinacionales. “Ya se nos está secando (El Magdalena) porque vendieron hasta las aguas de los ríos y después lo lamentaremos”, sentencia la artista.

¡El Amor¡ Amargo y dulce.

Amargo y dulce, otro de los temas éxitos de Doris, surgió de una situación particular de la artista. Una vivencia con la cual debió resolver una de las dicotomías más difícil para las personas: el amor o el arte.

Coco, Barrio Santa Rosa de Lima, Comuna 13, al occidente de la ciudad, organizado por la Fundación Festiporro. Bajo la rútila de una noche estrellada, no parecía que hubiese nubarrones sobre un cielo al que llegaban los tambores y las voces de los artistas que cantaban una fiesta para el espacio sideral. En medio de la interpretación del tema Amargo y dulce, la artista le comunicó al público que un hermano de ella acababa de fallecer en Estados Unidos. Con fondo de la orquesta, empezó a matizar el duro golpe con consejos sobre la vida, el amor, la convivencia y el destino. Su voz se quebró y el público, enardecido, la aplaudió a rabiar. Ese es el designio del artista. Compartir su dolor con la alegría de su público. Pareciera la sentencia de otros de sus temas famosos: Marionetas de cartón.

No llores, no llores… Marionetas de cartón…

en un determinado momento la agredió verbal y físicamente. Ese hecho también cambiaría para siempre el rumbo en la vida de Doris. Después de ese desagradable momento, cuenta que fue a despejar las malas energías a un sitio especial.

Tío Caimán y sus gallinazos

El famoso tema Caimán y gallinazos, que suena constantemente en Colombia, tiene que ver con la historia de Soplaviento, población en el departamento del Atlántico, de donde era oriundo Clímaco Sarmiento, autor del tema y padre de Michi. Allí se menciona a Julio Moreno, ¿quién era? Cuenta Doris: “según lo que me dice Clímaco, Julio viene avisarle al pueblo, que son los goleros, (gallinazos), que el tío Caimán, el alcalde, estaba enfermo; él se había robado todo lo que mandaban para el pueblo, entiendes. Entonces Julio llega, le avisa a la gente: mira el alcalde está…, Tío Caimán está enfermo y quizás se ha muerto, porque lo dejé, mi hermano, tú sabes, ya casi listo para morirse. ¿Qué pasó? El pueblo se alegra, dice que los gallinazos se alegran y preparan el velorio. Vamos hacer un velorio, una fiesta grande porque ése (el alcalde), todo lo que habían mandado para el pueblo, para la luz, para el aseo… todo se lo había robado.

Julio era amigo del alcalde, pero era más amigo del pueblo por eso hizo de mensajero. Dice que los gallinazos se alegran y preparan el velorio. Cuando vean el Ángel Custodio, que lleva la ropa negra, dicen los gallinazos, ya se murió. Bueno, eso fue un festín y a Tío Caimán no le dejaron nada porque hasta las vaquitas las mataron y se las comieron. Ese era el cuento que ellos decían

“Es real. Esa es mi historia; tenía un romance. Él era ganadero, empresario y me dice bueno tienes que escoger: te casas conmigo y dejas el arte o yo no vengo más, no te busco más…Una situación difícil; yo llamo a una amiga, que se llama Isabela Sago y le digo, tráete la guitarra, vente para el apartamento y nos pusimos a cantar allí. Le cuento, mira me está pasando esto, esto y esto; empieza a darle a la guitarra; yo empiezo a inventar la letra y ella también, y sacamos Amargo y dulce. La historia es real, es verdad. De él se sabe que a los seis meses muere en Nueva York, porque la idea era que nos fuéramos a vivir allá, nos casábamos y nos íbamos para Nueva York”.

El título de Amargo y dulce, se debió entonces de esta situación: “Yo lo amaba y aun en mi está ese sentimiento. Me confortaba en medio del sufrimiento, saber que él también me amó y que disfrutamos ese amor el poco tiempo que teníamos de conocernos. Él me había dado muchas joyas; me había comprado un carro último modelo y yo veía aquello… Pero eso a mí no me satisfacía. Yo lo quería, pero a pesar de amarlo yo no fui capaz de dejar mi carrera, no”, expresa con un tono un poco quebrado de voz.

En el Festival del Porro en Medellín.

Doris Salas fue invitada como figura central de la XXIV edición del Festival del Porro en Medellín, que se celebra anualmente en el sector de El

Sobre las Marionetas de cartón, otro de sus grandes éxitos, Doris asegura que no se conoce con certeza quién es su autor. “Tenemos esa disyuntiva con Marionetas, porque hay un grupo en Paraguay que lo canta, pero no dice quién es el autor y nosotros también tratamos de conseguir acá el autor y no. Aparece Derechos Reservados de Autor (DRA), siempre ponen así, pero escuché que era de una periodista de Maracaibo. Ella había escrito eso para que yo lo cantara; ella muere pero nunca supe si en realidad fue la autora. No se ha sabido quién es. Siempre ha habido controversia sobre las Marionetas. Ahora la historia es la misma. Somos manipulados; tú yo nos amamos, pero somos manipulados. En medio de toda esa manipulación, nosotros entregamos nuestro amor, nos damos al amor, pero había otra persona que estaba sufriendo porque también me amaba y esa es la historia de las marionetas, ¿verdad?”

Una mujer de paz en Cristo.

Una de las historias que rememora Doris con un dejo de arrepentimiento, pero a su vez de gratitud con los sucesos de su vida, fue el altercado que sostuvo con una mujer allegada a su padre, que

“Salió un señor con un libro negro en la mano que yo nunca había visto y empezó hablar. Todo lo hablado era conmigo”. La artista entró en trance y el hombre, que era pastor de una congregación religiosa, seguía predicando a medida que atendía el momento dramático que vivía Doris. Fue una especie de exorcismo. “Cuando al señor Jesucristo, tú lo aceptas como tu salvador, el espíritu del Señor te toma te transforma, cambia tu vida radicalmente. Dice la Biblia que las cosas viejas pasaron y que todas son nuevas en Cristo Jesús. Eso pasó conmigo; una transformación en mi vida y no solamente en mi vida, sino que también transformó la de mis hijos mis padres, mi hermano, quien acabó de morir, Plutarco Salas Roca, y la de mi hermana Purita. Ya solo quedamos las dos”.

A manera de colofón, Doris sentencia: “siempre lo mejor de mi vida estará en el escenario, desde donde puedo ver la gloria del Señor. Esa noche (la del concierto en Festiporro), Dios estaba allí. Cuando se percibe su presencia y cuando yo le decía, mira, quiero llorar, dame la fuerza, él transformaba eso en otra cosa. No lloré; vine llorar antes de ayer. He ido descargando todo el dolor, pero el resto de la vida que me queda, tiene que ser de paz, en medio de toda la convulsión existente en el mundo hoy. Mi vida es Cristo, pero Cristo es música, entonces la música también es mi vida como mis hijos”.

Doris termina esta extensa conversación congratulándose con lo que ha vivido y con lo que el arte le ha dado. Trae en su reconocimiento a su hija Beatriz Alicia Ripoll Salas, quien dirige la Orquesta Sinfónica de Mamporal y lleva 30 años trabajando con el sistema de orquestas de Venezuela. A su hijo Osvaldo del Roy Ripoll, que vive en Alicante, España; es pastor de una iglesia, y a Doris, intérprete del piano y cantante; es Licenciada en Educación y trabaja con una empresa estatal. Con ellos, la dinastía musical de Doris Salas está asegurada.

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Doris Salas actuando en el Festival del Porro de Medellin. Foto: Carlos Hurtado Marcos Fidel Vega Seña: Comunicador Social – Periodista y Magister en Educación de la Universidad de Antioquia. Docente vinculado a la Fundación Universitaria Luis Amigó. Docente de cátedra de la Universidad de Antioquia. Como investigador ha publicado varios artículos en revistas nacionales e internacionales, así como en los periódicos del país.

Ignacio Paniagua:

En el barrio La Loma, ubicado en la parte superior de la Comuna 13, zona centro occidental de Medellín, los sones y los cantos del porro suenan como cantos a la vida y al arte popular de Medellín. Allí se encuentra Ignacio Paniagua, músico que, de manera testaruda, continua con su trompeta, interpretando porros, cumbias, gaitas y pasodobles aprendidos de sus padres, abuelos y tíos por años.

Un Colón en la Loma

Ignacio Paniagua nació en una familia de músicos e intérpretes de sones colombianos. Dormía y se despertaba escuchando pasodobles, pasillos, guabinas y demás ritmos de la región andina. Los oía interpretados por la banda Paniagua de la cual su padre, Fortunato, era integrante. De estirpe y herencia musical, aprendió a tocar la trompeta

desde muy pequeño: “…yo llegué como todo chiflado; eso no sonaba por ninguna parte y en una de esas, entra José a la pieza: oíste hombre. ¿Vos por qué no te ponés a estudiar trompeta? Si me enseñas; sí, yo te voy indicando aquí, hágale y ahí mismo. A los 22 días yo los tenía, modestia aparte descrestados, con la trompeta, lo agudo que les tocaba…” 1

Sus primeros toques los hizo al lado de su tío José Paniagua y su hermano Ramón Paniagua, que luego de escucharlo y ver la manera de interpretar la trompeta, lo ingresaron al grupo que estaba recién creado y se llamaba Colón América. Allí, Ignacio demostró su destreza para interpretar de manera empírica cualquier ritmo, pues su calidad era tal, que fue integrado inmediatamente a la banda para animar en los diferentes tablados, eventos y fiestas patronales, donde eran invitados.

Con la dirección de Ramón Paniagua, la banda tomó fuerza y prestigio en Medellín. Su manera de interpretar los sones bailables de la Costa norte tuvo mucha aceptación en clubes, bailaderos, rumbas familiares y fiestas sociales.

La banda navega en el mar de gloria…

A finales de los años 70, Ramón Paniagua abandonó la banda y no obstante estar tan comprometido Ignacio Paniagua con Combo Dilido y los Bachilleres del Jazz, otros grupos musicales de la ciudad, fue llamado a continuar con el legado musical de su tío.

Así asumió su dirección: “…había mucho trabajo, para los grupos musicales: matrimonios, cumpleaños, fiestas de los sindicatos que hacían los domingos para los trabajadores entiende. Entonces, yo fui despegando y desperté mucho musicalmente; cuando cogí la banda, ya tenía bastante experiencia; me dio sustico; ya sale uno hacerles señas a los músicos… Dirigir músicos más buenos que uno, más veterano, más viejos… yo pensé, esto aquí es sino pasillos, pasodobles, bambucos y yo estaba en una orquesta que tocaba mucho porro, la orquesta Dilido” 2

Ignacio asumió la dirección de una banda que tenía un recorrido y una historia construida por Ramón durante varios años. Medellín vivía el auge de la música bailable proveniente de la Costa norte, que intercambiaba escenarios con el tango, la salsa, el son, el jazz, el rock, entre otros.

2 Idem

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El porro para mí es el alma… es una satisfacción
Por: Alonso Franco L Ignacio Paniagua. Foto: Archivo Revista Porro y Folclor 1 Entrevista a Ignacio Paniagua realizada por Marcos Vega Seña y Alonso Franco L. Julio de 2016 Ignacio Paniagua y la banda Colón América. Foto: Cortecia Don Ignacio Paniagua

“Hacia mitad del siglo XX, Medellín cultivaba ritmos populares como el tango, la ranchera, el jazz, el son cubano, el chachachá, el rock, el blues y el merengue dominicano. E igualmente, las músicas caribeñas como el porro, el vallenato que ingresaron a los escenarios de los bares, clubes o sitios de encuentro o goces…”.3

Cada semana, Ignacio y los integrantes de la banda, ensayaban los sones para tener un repertorio amplio, pues para ellos era esencial la consolidación e impulso de la Colón en festejos y eventos como los intercambios en fiestas patronales, Corpus Christie, semana santa y novenarios en los barrios de la ciudad y en pueblos. Mantuvieron contratos con bares y clubes sociales prestigiosos como el Unión, el Medellín, el Rodeo; con el Hotel Nutibara y demás bailaderos.

“En el Hotel Nutibara donde se hacían los remates de corrida; en el Campestre, en el Rodeo y bailaderos, iban a toros por ahí veinte mil personas y salían como trecientas o cuatro mil personas al remate de corrida. Entonces esos estaderos se llenaban… Vea que ese estadero que había al frente, La Macarena, así se llamaba, era de los Piedrahita y ¡ave María¡, salía la gente de toros y ahí mismo se pasaba allá y con la clientela que tenía. A la orquesta, modestia, aparte la perseguía mucho la gente…”. 4

La influencia de los ritmos costeños en la banda era muy marcada. Su repertorio estaba compuesto por los porros, cumbias y gaitas de las grandes orquestas del país como Los Corraleros de Majagual, Pedro Laza y Sus Pelayeros, la Sonora Cordobesa, Lucho Bermúdez, Edmundo Arias, en fin, una constelación de estrellas musicales que hacían presencia en la ciudad y que le permitían a la Banda Colón América ampliar su trabajo musical e ingresar a los mejores escenarios de la ciudad.

Sobre la influencia de la música de la Costa norte en la banda, Ignacio Paniagua manifestó: “… Arrancaron por [Puerto] Berrio, … allá se engancharon en un barco cuando el río era navegable … y se fueron para Barranquilla. Allá llegaron donde el maestro Biava5, ese italiano

3 Que Viva el Porro. Historia, desarrollo y actualidad del porro en Medellín. José Alonso Franco L. Medellín. 2010- Pagina 55.

4 Entrevista a Ignacio Paniagua realizada por Marcos Vega Seña y Alonso Franco L. Julio de 2016

5 Pedro Biava Ramponi (nacido en 1902) fue un compositor colombiano de origen italiano.

que era un músico… La musicalidad que llevaba, sobre todo Ramón, el hermano mío, eso era una eminencia… En la época del 43 se casó una hermana mía; entonces me mandaron una carta que se iba a casar y que debía estar aquí y lo jalo para la casa… ya traían montado El Tablón, que estaba dando vueltas en Barranquilla. Ellos trajeron a Linda Mujer, también eso estaba pegado allá en Barranquilla; aquí casi no se oía porque no había muchas emisoras ni nada. Bueno, Linda Mujer, El Tablón, ellos trajeron por ahí seis piezas y como todos los matrimonios se amenizaba con música; donde ellos llegaban barrían con temas como El Tablón …”6

Con el surgimiento de las orquestas paisas en la década de los años 60 y el impacto que tenían las agrupaciones costeñas en Medellín, los habitantes podían gozar de un repertorio variado para disfrutar de sones. Así surgieron orquestas como Los Hispanos, Combo Dilido, Combo de las Estrellas, Los Graduados, entre otras. La predicción de los ritmos caribeños se hacía más marcada en las fiestas, rumbas y parrandas donde los paisas le dieron un estilo propio, que respondía a las condiciones sociales y culturales de una urbe en crecimiento y expansión. En las barriadas las rumbas se armaban a punta de ritmos costeños, salsa, sones, chachachá, tangos, milongas y parrandera o campesina. En las emisoras sonaba, de manera permanente, la música de las orquestas costeñas junto con las recién aparecidas orquestas antioqueñas.

En el repertorio de la Banda Colón América estaban canciones como: La Vaca Vieja, El Mecánico, Salsipuedes, El Tablón, Fiestas en Corralejas, entre otros; toda una constelación de ritmos costeños que hacían bailar y gozar a los habitantes de La Loma, San Javier, El Coco, La Toma y donde quiera ellos se presentaban.

Por ello, la Banda Colón América estaba en lo más alto de la cúspide de las agrupaciones de la ciudad; hacía presencia en todas las fiestas de Medellín; compartía repertorio con otras agrupaciones de la ciudad y del país, no solo en los clubes sociales, bares, hoteles y bailaderos, sino en los tablados populares de los barrios de la capital antioqueña.

El declive de la música bailable en Medellín… y ¿la banda qué?

Con la entrada de nuevos ritmos a Medellín como el hip-hop, el merengue dominicano, el rock and roll, el reggaetón, vallenato comercia, entre otros, se genera otro escenario cultural y artístico en la ciudad. Las emisoras dejan de lado los ritmos costeños y la música bailable, dándole más importancia a estos ritmos; lo que crea cambios culturales y sociales en los consumidores de este tipo de música, sobre todo en los jóvenes, además de que el universo cultural se modifica con el declive de los clubes sociales. La crisis de hoteles como el Nutibara, la pérdida de popularidad de los bailaderos y la transformación económica de la ciudad, lleva al anonimato y al olvido de agrupaciones como la Banda Colón América.

“En este fenómeno sociocultural cumple un papel importante en los medios de comunicación, el comercio y la economía, que afectan la vida de los ciudadanos de Medellín. Es un proceso que vienen desde la década del 80; sigue en los 90 y se acelera de manera vertiginosa en el 2000, con la aparición de las redes informáticas y la masificación de otros mecanismos de consumo musical, desde el cual, las personas pueden acceder de manera gratuita a la música y la cadena artística- casa fonográfica-emisora, se quiebra” 7

7 Que Viva el Porro. Historia, desarrollo y actualidad del porro en Medellín. José Alonso Franco L. Medellín. 2010- Pagina 104.

El fenómeno social, económico y cultural de Medellín cambió. La transformación de una ciudad a consumir productos culturales y crear empresas de servicio que desechan la cultura y el arte, genera una caída y desaparición de las orquestas que tenían un auge en las décadas de los 60, 70 y parte de los 80.

Con la muerte de maestros como Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Edmundo Arias; la desaparición de los Corraleros de Majagual y la Sonora Cordobesa; la crisis de las empresas discográficas, junto con la globalización cultural, llevaron a la decadencia a agrupaciones y orquestas de la ciudad y el país y, obviamente, a la Banda Colón América.

“… La Banda está que agoniza. Ahora no hay fiestas religiosas, ni fiestas en la calle, ni cumpleaños, ni fiestas en casa de familia; todo ese murió… Yo le trabajaba a la Fábrica de Licores de Antioquia, jueves, viernes, sábados y, muchas veces domingos, Nos mandaba para unas cadenas de almacenes a una demostración y nosotros a tocar…. Y la gente nos veía como una bendición de Dios” 8

La anterior expresión de Ignacio Paniagua es el reflejo de lo que vive hoy, no solo la Banda Colón América, sino las agrupaciones grandes de Medellín y el país; una pérdida de la identidad musical y artística que marca una década pérdida con otros ritmos que disfrutan los jóvenes y los niños.

Ignacio Paniagua sigue tocando su trompeta cuando lo llaman para algunas fiestas, tablados o rumbas de lo que llaman viejoteca o encuentros de adultos que recuerdan lo que Medellín vivió, disfrutó y gozó en años anteriores. Eso hace parte de lo recuerdo o historia de una ciudad excluyente, que ha perdido su memoria musical.

Para el director de la Banda Colón América, interpretar un porro es una expresión sublime; una satisfacción que disfruta, igual o mejor, que cuando inició a sus 20 años a tocar la trompeta con su padre y hermanos. Hoy, a sus 80 años en su vivienda, le sigue apostando a la música bailable como una forma de gratitud con la ciudad que lo acogió por años.

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6 Idem
8 Entrevista a Ignacio Paniagua realizada por Marcos Vega Seña y Alonso Franco L. Julio de 2016 Ignacio Paniagua. Foto: Cortecia Don Ignacio Paniagua José Alonso Franco Londoño: Docente investigador y director de la Revista Porro y Folclor.

Nadie llegó a imaginar que un niño llorón, inquieto y travieso, que se lanzaba al mar para recoger las monedas que le tiraban los turistas cuando arribaban a la isla, se convertiría, con el paso de los años, en el personaje principal de la Isla de Bocachica. Un 14 de junio de 1925, Eufrosina Junco tuvo un hijo más con Genaro Herrera, a quien bautizaron con el nombre de Eliseo. Como casi todos los niños del país, tuvo una infancia dura, con miles de privaciones. Eufrosina, su madre fue quien lo inició en el arte de componer, de recitar y de cantar trabalenguas. La humilde ama de casa, Eufrosina les enseñó desde temprana edad a sus hijos a comunicarse por medio de la jerigonza, un lenguaje que ella y su esposo utilizaban entre los miembros de la familia, para esconder sus verdaderas palabras ante los extraños.

La familia Herrera Junco decidió irse a vivir a Cartagena, en busca de un mejor futuro. A los varios años de haberse establecido la familia Herrera Junco en la Ciudad Heroica, Eliseo se vinculó laboralmente con el Terminal Marítimo de Cartagena, dónde trabajó movilizando carga de un sitio para otro. Todos los días en el trabajo, y como para hacer más llevadera la labor, cantaba

Eliseo Herrera.

Foto: http://www.eluniversal.com.co/sites/default/files/201201/ imagen/13eliseo_herrera1.jpg

cosas extrañas que nadie entendía, pero que resultaban graciosas y amenas.

Fue Marcos Barros, el jefe inmediato de Eliseo, quien lo “descubrió” como cantante y trabalenguista. Barros inmediatamente lo escuchó, lo llevó donde Antonio Fuentes, que le hizo una prueba, lo contrató para que grabara con “La Sonora Cordobesa”, dirigida por Simón Mendoza; luego Toño Fuentes lo llevó dónde Calixto Ochoa y después lo vinculó a “Los Corraleros de Majagual”, agrupación de las grandes estrellas del acordeón, mezclada con la música pelayera. Las primeras grabaciones de Eliseo Herrera fueron “La chula”, y “La mafafa”, temas que fueron éxitos inmediatos en la radio. Contaba con 37 años de edad, cuando conoció a don Antonio Fuentes. Marcos Barros, logró en El Terminal Marítimo, que ascendieran a Eliseo a ayudante de bodega, para que le quedara más tiempo para su música. “Después del ascenso, me desboqué a componer y parecía un loco cantando a toda hora”, dijo Herrera a un diario costeño. Las composiciones de Herrera se basaban en lo que se llama el “suceso y la canción”, o sea, presenciaba un hecho real cotidiano y le brotaba la canción. Herrera veía merodeando un vampiro y a los cinco minutos tenía lista la composición.

Romance a punta de la yerbita

Con Ana Isabel Corpas, ya fallecida, tuvo 9 de sus 17 hijos. La conoció cuando ambos tenían 14 años, y todas las tardes se escapaban a contemplar el mar, sentados en la hierba húmeda. Al año de sus “voladas”, ya estaban celebrando el nacimiento de su primera hija, llamada Celmira; y poco tiempo después, recordando aquel bonito romance juvenil, compuso “La yerbita”, uno de sus inmortales temas. “Es la canción que más le gustaba a ella y la que más me gusta a mí. Cuando me muera quiero que me la canten como yo se la canté cuando ella murió” dijo al periódico El Tiempo, de Bogotá.

Eliseo Herrera fue uno de los cantantes más versátiles, creativos y prolíficos del país. Se destacó por sus famosos trabalenguas, por lo que fue apodado “El Rey del Trabalenguas”. Compuso muchísimas piezas, sin haber pasado nunca por una escuela de música, ni por conservatorio alguno. Trabajó con importantes agrupaciones como “La Sonora Cordobesa”, la orquesta de Isaac Villanueva, con la de Rufo Garrido y con los inmortales “Corraleros de Majagual”, que los acompañó con su gracia y carisma. Desde su llegada a “Los Corraleros”, la que siempre fue la agrupación de sus amores y que nunca quiso abandonar, a pesar de tener propuestas

de orquestas internacionales, permaneció en ella hasta que se desintegró. El carisma en escena, su particular voz para parafrasear lo que para otros era inaudible, hizo de Eliseo un hito en la mítica agrupación corralera. Su música es parte de la historia del Caribe de medio siglo de gozos y desvelos. A él se le debe la gracia rítmica de canciones inolvidables que marcaron una época de grandes éxitos de la música folclórica y popular de Colombia. Sus composiciones han sido grabadas por orquestas como la de Juan Luis Guerra, La Fuerza Vallenata, Wilfrido Vargas, la Billo´’s Caracas, Barranco, Frank Pourcel y el vocalista Rolando Laserie, entre otros.

Tuvo contrato de exclusividad con Discos Fuentes, y participó en la conformación de Edimúsica, una filial de discos Fuentes. Recibió cantidad de premios, tanto nacional como internacionalmente. Al momento de su muerte, ocurrida el pasado 5 de marzo de 2016, se encontraba jubilado de la empresa Colpuertos, y percibía regalías por sus composiciones cada tres meses. Tenía 55 nietos y 55 bisnietos.

Seguramente continuará la fiesta con Aniceto Molina, Calixto Ochoa, Chico Cervantes y otros corraleros que ya cantaron el célebre estribillo: Nos Fuimos!!!

Foto: http://noticias.caracoltv.com/sites/default/files/styles/nc_gallery_formatter_slide/public/adivina.jpg?itok=167Ip99q

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¡Nos fuimos!: el adiós del Rey del Trabalenguas.
Por Fabio Casas Arango Fabio Casas Arango: Coleccionista e investigador musical. Asociado a la Corporación Sonora Matancera de Antioquia Eliseo Herrera.

Leonel Ospina Restrepo

El Jardinero de la Parranda: “Aún no me olvidas, Medellín…”

Leonel Ospina es considerado uno de los más grandes y más importantes punteros de música parrandera en Antioquia. Su corazón resuena junto a las cuerdas de su requinto; su voz vibra y hace vibrar con toda la energía de un antioqueño… “un berraco papá” Sus manos arrugadas y su voz quebrantada pero con historia, expresan el mensaje de un pasado que no volverá; del tiempo que se fue y el olvido que lo permeó, olvido que sabe muy bien quién es Leonel; olvido que se ha convertido en su entrañable amigo. Ya no es “el olvido que seremos”: Don Leonel, ¡ya somos olvido!

Oriundo del municipio de Amagá, al suroeste de Antioquia. Nació en cuna de proletarios y humildes campesinos en el año 1939; hijo de Alfonso Ospina y Sixta Restrepo, “padre con mano dura y madre con corazón grande”. Muy verraco el hombre; sus familiares, y muchos menos sus padres, no tuvieron un acercamiento previo con la música. Si bien cada padre quiere que su hijo sea el reflejo de su rostro, como cual mancha en la piel, Leonel eligió la música por decisión propia y llegó a Medellín en 1950, añitos después de aquella época aciaga del líder de “no soy un hombre, soy un pueblo”; vísperas en las que por fin llegarían a un acuerdo que unificara las diferencias de rojos y azules en un Frente Nacional; vísperas dictatoriales; vísperas que en su oráculo vería manchas de sangre en un futuro no muy lejano para Colombia.

Alto, fornido, galán y conquistador, Leonel era todo un casanova de la época y pupilo de Don Juan de Sevilla. Su voz gruesa y la seriedad al expresarse eran arma de doble filo. Por un costado tenía la capacidad de atraer a las damas más refinadas y quitarles el prestigio, como también era provocador de disgustos por palabras mal dichas y mal entendidas, que podrían ser la leña al fuego para encender una pelea.

Su vida se puede analizar desde tres puntos. El primero fue la dura decisión que tuvo que tomar en busca del sueño inequívoco de ser un juglar. El segundo, el éxito llegaría a su vida y con él llegaría también el hedonismo y la lujuria, cartas sobre la mesa para un músico de su envergadura. El tercero, el olvido llegaría a su vida; se dilatarían sus sueños, la familia, pero nunca lo que más quiso, la música.

La llegada a Medellín.

José Joaquín Restrepo es un personaje allegado a la vida de Don Leonel, fue seguidor de su música cuando aún reposaba en el horno, lista para salir al mercado. Ahora tiene criterios para hablar de Leonel Ospina. El señor José, con esa mirada al cielo en búsqueda de la explicación de su vejez, me contaba que Medellín era la ciudad predilecta para los músicos emergentes entre los años 50´s y 90´s. Eso se debía, según José a

tres aspectos: “En Medellín se encontraban las más grandes disqueras y casas grabadoras de la época ‘pelado’; nada más mire a Fuentes y su disquera. Recuerde también que tenían muy buen sustento de trabajo por las presentaciones en los grandes salones de baile como el del Hotel Nutibara, y para agregarle la frutica al postre, en la ciudad de la Eterna Primavera también se apoyaba mucho a los artistas desde la radio; es más, salían en vivo y en directo”.

“No fue hasta los años 70´s cuando apareció la figura del productor musical, muy seguramente por el énfasis comercial. En Medellín había 7 disqueras importantísimas en el Siglo XX y que se desempeñaron desde el año 1939, en las cuales se destacaban Discos Fuentes, Sonolux, Odina, Silver y la Industria Fonográfica Victoria. Esta última era donde se solía grabar la música de Leonel”.

Palabras compartidas por Diego Gallego, conocido por el seudónimo de Galé, llamado así por la sonoridad del nombre y la facilidad de pronunciación. Empezó con música salsa en los 80´s, años en que solía llevar desde su casa al oriente de la ciudad hasta la sede de Discos Fuentes, dos maderos a cuestas. No eran una cruz, eran dos congas con las cuales tenía que cargar como un nazareno por la falta de dinero.

Gustavo Escobar Vélez, un paisa obsesionado por la música vieja y enamorado de la historia que hoy lo entristece, nos contó que la Disquera Victoria llegó de la Sultana del Valle, Cali, en el año 1964 a la Capital de la Montaña. Otoniel Cardona fue su director y Miguel Ángel Puertas su asesor comercial, la figura más cercana al productor. “Oiga, esta disquera fue grande”. Don Gustavo estaba en lo cierto. Allí se grababan los géneros populares como la parranda, el despecho, la música de antaño, entre otros, e incluso la historia pasó por allí. Pasó el ecuatoriano Olimpo Cárdenas, el colombiano Leonel Ospina y el Dueto de Antaño, corazón de la música antioqueña. Desde su nombre sabían que iban a quedar inmortalizados. Pareciera que esa canción del Dueto que dice “se cerraron para siempre sus ventanas”, fue una profecía. La piratería musical terminaría por finiquitar la casa disquera y cerrar para siempre sus ventanas, otra víctima fue la histórica Discos Fuentes.

Se podrá cerrar puertas y ventanas; se podrá marchar la gente, unos vivos otros muertos; se

podrá caer a trozos la fachada, pero nunca la historia tan grande que estos lugares albergan.

Leonel, un juglar para Antioquia.

Si la Costa tenían al del “Grito vagabundo”, Antioquia tenían al de “María Teresa tiene…”. Con este símil comparan a estos dos grandes artistas que alegraron y se inmortalizaron en la música decembrina. Leonel no tenía los grandes compositores que llegó a tener Guillermo Buitrago, como Andrés Paz Barros, Crescencio Salcedo o el mismísimo Rafael Escalona, quien quedó inmortalizado en el Testamento que grabó Buitrago. El Jilguero de la Sierra grabó más de 130 canciones conocidas, en las cuales se destacan álbumes como Vísperas de Año Nuevo y La Piña Madura; éxitos del talante de Ron de Vinola, Grito Vagabundo o Dame tu Mujer José. Buitrago murió a los 29 años, justo cuando preparaba maletas para Cuba; así se menciona en el Libro Vallenato, Cultura y Sentimiento, del periodista Marcos Vega Seña, publicado en el año 2005. Leonel no grabó tantos discos como Guillermo, pero de haberlo

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Romero. “Foto de Leonel en su apogeo”. Tomada del blog Biografías de la música parrandera “Foto de Leonel en su apogeo”. Tomada del blog Biografías de la música parrandera

hecho, su acogida hubiera podido ser mayor y la Costa entera estuviera bailando a ritmo de parranda antioqueña, esa parranda picante que refleja la malicia y el doble sentido paisa. Así que en el año 1960, Don Leonel ya tocaba el cielo con las manos y besaba las estrellas como quien enamorado. Radicado en México, se casó y tuvo una hija, Olga Lucía, a quien le dedicó una canción. Don Leonel Ospina le hizo honor al género que interpretaba: la parranda, que acompañada con alcohol y vicio- Esto a la postre, se encargaría de alejar de sí a lo más amado, su esposa e hija. Las mismas de las cuales Don Leonel responde esquivamente “No sé qué hay de mi familia”. Es el olvido que más le duele. Es un olvido con sabor amargo; es un olvido que punza fuertemente a su corazón y se expresa con indiferencia; es tal vez resignación o tal vez dolor.

El olvido toca a la puerta.

“Tengo amores con Fabiola, con Teresa y con Raquel. Tengo amores con Lucía con Lucrecia...Ay yo soy el Jardinero (…)”

En medio de sus noches de hedonismo y placer, Don Leonel sufrió un golpe que lo dejó con problemas mentales. Sin duda, era un digno competente del Quijote, no por ser un honorable caballero como él, sino por su poca noción de la realidad. Ahora sus palabras no tienen lógica y a duras penas se acuerda de las letras de sus canciones. Mantiene consigo una libreta de apuntes, en la cual plasma sus particulares pensamientos para que no se le olviden. Lo más llamativo, todavía, tiene esa gran habilidad para interpretar la guitarra y el requinto, “Todavía me llaman a grabar; uno ha sido muy importante”.

Don Leonel ahora camina con paciencia, en compañía de un tabaco Habano, por las calles del centro de Medellín. Vive, en una casa cerca al centro solo con sus recuerdos. Recibe regalías por derechos de autor por parte de la Asociación Colombiana de Intérpretes y Productores Fonográficos, a la cual está vinculado desde el año 2004, gracias a la puja de familiares y amigos para la subscripción. A menudo suele frecuentar el Café Málaga y los billares Universo ubicados también en el centro de la capital antioqueña. Lugares donde se habla del pasado, de lo que fue y de lo que era; lugares que al entrar te topas con un murmullo abrumante proveniente de los visitantes, lugares de octogenarios, llenos de

cuadros e historias por doquier. No eran unos lugares extraños para mí, era yo el extraño.

Al buscar a Don Leonel Ospina en los sitios que frecuenta, me encontré con dos personajes muy particulares. Dos vendedores del centro de Medellín. Me decían con avivada voz “Espere a Leonel que ya viene, lo distingue por su enorme tabaco”. Don Gildardo Espinosa es un matemático frustrado. Cuando hablas con él es inevitable que te pregunte la edad y te saque los meses y los días casi de inmediato. Dice Gildardo que es bueno para acertarle a los chances. El otro era don Jaime Cardona, un ventero humilde que con amabilidad conversaba y estaba en estado “mosca” para avistar a Leonel apenas pasara. Estas dos historias en pie tenían algo especial, como cual guerreros y luchadores de la vida dura en su máxima expresión; estos cabalgantes de las luchas con sus voces despaciosas y sus cuerpos cansados para ganarle unos minuticos a la vida, me regalaron un ánimo para vivir y una

enseñanza para la vida, bastaba únicamente con ver esas sonrisas plenas, esas almas limpias y esos espíritus llenos de vitalidad que le falta a muchos jóvenes. Seguramente Don Gildardo y Don Jaime morirán sin tener vacaciones; solo tendrán el lujo de descansar al final de la batalla de la vida

Al verlo, se suscitaron en mí las dos historias de su vida. Tanto el éxito como el olvido se divisaban a leguas en Leonel Ospina Restrepo. Sus recuerdos y su presente aún se mantienen en el éxito de los años 60´s, pero su presencia está en el olvido.

Con sus cigarrillos en la camisa, con su maleta deshilachada y su mirada fija, expresaba esa dicotomía de la vida.

El hombre accedió a mis preguntas, expresando mi admiración que, como muchas personas, le tengo. Dice que se encuentra en un buen estado de salud aunque otros no lo consideren así. Durante toda la charla, entre tintos e historias,

don Leonel se sorprendía al saber que un contemporáneo como yo lo conocía; me contaba que su presencia agradaba a muchos bebedores de la zona. Le dan dinero sólo para que se siente con ellos; “sabrá si le molestará mucho a Leonel”. Con un ego argumentado en éxito y canciones, dice que la música lo necesitaba y que Medellín aún no lo olvida.

Al hablar con los frecuentadores, unos veteranos de la “Guerra de Vietnam”, llegábamos a la conclusión de que ahora los medios de comunicación han abandonado la música tradicional. Ya no la ponen; si dan un especial, es mucho. Pero la música parrandera, al igual que Leonel, sigue allí en medio de las fiestas decembrinas, los bailes navideños y las fiestas de cumpleaños. Son pocos mis contemporáneos que conocen a Leonel, Su olvido es crónica de la muerte anunciada de muchos artistas. De algo estoy seguro, Medellín aún no lo olvida

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“Foto de Leonel en su apogeo”. Tomada del blog Biografías de la música parrandera Don Leonel Ospina Restrepo,el Jardinero de la Parranda. tomada del especial de Teleantioquia sobre la vida de Leonel, del investigador Juan Pablo Mejía. En el Málaga. Juan Guillermo Sanmartín Romero: Estudiante de Comunicación Social de la Fundación Universitaria Luis Amigó. Ha publicado notas en varios portales de la ciudad. Es, además, músico y comentarista radial en emisoras locales. Adelanta varias actividades artísticas con sentido crítico e investigativo.

Alonso Galdini, el Magaldi colombiano.

Hacia principios de la década de los treinta del siglo XX, proveniente de Heliconia, Antioquia, se instala en las lomas de lo que hoy es Manrique, la familia de Alonso Galdini, conocido en los medios del tango en Medellín como el Magaldi colombiano. Nos comenta el señor Galdini que su padre, de fuerte raigambre campesina, no fue capaz de renunciar a la agricultura y apenas recién llegado, se hizo a unas hectáreas por el sector de La Salle y ahí empezó a sembrar yuca, plátano, en fin, a ejercer su condición campesina.

Era tiplero –dice Galdini-, le gustaba sonar y pasillos; “…papá, también trabajaba albañilería…, había mucha pobreza en esa época y yo le dije a mi papá: ‘...papá yo quiero una guitarrita...’ y él: ‘...yo se la voy a conseguir...’ y se fue para una prendería y compró una guitarra, yo no sé si fueron diez pesos o diez centavos lo que le valieron…”1 tendría siete u ocho años nos sigue comentado el Magaldi colombiano. sSe iba para donde un señor, don Jesús, que vivía cerca de su casa y de él recibía lecciones del guitarra; entonces,

Entrevista

ya “…con la guitarrita me daba por cantarle a todos esos borrachos por ahí; estaba muy niño y me daban plata…” Se metió a cantar en las tiendas de Villa Guadalupe y La Salle y con eso pagó “el estudio en la Academia Antioquia del Maestro Israel Zapata…”

Cuando le preguntamos por ese Manrique donde creció, nos dijo que este sector de la ciudad “ha sido tanguero toda la vida; en ese entonces, por todas partes se escuchaba el tango; cada cacique, cada lugar, era puro tango y el tango era un furor por allá… Triste domingo, en muchas partes y se me brotaban los ojos y me caía un lagrimón y Triste domingo y en esa época, hasta que me lo aprendí…” Desde muy niño, nos dice, venía apegado a las melodías de Agustín Magaldi.

Hacia finales de los años cuarenta, el joven Alonso Galdini conoce a uno de los integrantes del Dueto Riobamba y con él alterna entre concursos de radio Córdoba y presentaciones en bazares y casas de familia. Nos dice que “aquí había un padre, en Villa de Guadalupe que le gustaba mucho el tango y él tenía un teatro parroquial… Y me presenté a cantar allí…” Para ese entonces, las casas disqueras estaban posicionadas en la

ciudad de Medellín y Galdini se presentó a LYRA que, para entonces, estaba unida a Sonolux. Pasó la prueba y grabó su tango, madre. Así recibió el bautizo de Ramón Carrasquilla (del Dueto de Antaño) quien decide que su nombre artístico debe ser Alonso Galdini.

Estamos más o menos en el año 1950 y aquí se presenta la oportunidad del personaje que nos ocupa de decidir el rumbo de su vida con la música. Resulta que su Tango madre2 pegó; se estaba oyendo por toda la ciudad. De otro lado, se había hecho amigo del Dueto de Antaño y estos tenían restaurante en el barrio La América y allá lo llevaban a cantar. Para entonces, don Alonso Galdini trabajaba como obrero en Tejicol y uno de sus compañeros de labor le dijo “hombre usted se murió trabajando aquí y esa música

2 ...Han pasado los años; pienso en mi viejita, que un día me dejó. Tu mano bendita puso entre mis manos. El recuerdo de tu corazón, hoy lleno de angustia, vagó por la vida recordando que… tus besos dejaron dentro de mi mente un vivo recuerdo, madre de mi amor… Madre, cuánto te hice sufrir, cuántas noches no dormiste cuando del barrio me alejé; madre, sobre mi pecho palpitan los terribles sufrimientos que tu pasaste por mí; madre, cómo extraño tu partida; lloro como un pobre niño y siento en mí un gran dolor… Qué hago yo en la vida; vago como errante, implorándote en un mundo ingrato… (Letra y música de Alonso Galdini)

suya oyéndose en todas partes; esto está lleno de discos suyos ahí; y no pues, yo lo he escuchado ya y cuando sea, váyase; cuando quiera, pero no se ponga a tragar algodón, a tragar polvo aquí...” Y dicho y hecho. Al ruedo con la música, dándose el lujo de alternar, por allá a principios de los años cincuenta, con Alba del Castillo en algunos estaderos de la ciudad y, años más tarde, con Hugo del Carril y Agustín Irusta en el Teatro Manrique; “me sobraba trabajo –nos comenta-. Yo decía: ...lo que me gano aquí en una presentación me lo gano en Tejicol trabajando toda una semana…”

A mediados de los años cincuenta “se agotó toda la música de Magaldi aquí, porque hubo un gobierno [Rojas Pinilla] que prohibió todos los artículos extranjeros… entonces ellos aprovecharon y oyeron ese tango y dijeron: ‘...¡uy! que, esa voz es muy parecida como a la voz de Agustín [Magaldi] hombre...’, entonces me hicieron un contrato ahí en Sonolux para grabar La samba, Mañana es domingo y otras vainas más… Triste domingo, Disfrazado, Dios te salve m’hijo, Conmigo… y bueno y ya de último me pusieron El Magaldi colombiano, o El Magaldi antioqueño…”

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1 a Alonso Galdini, 28 de Agosto de 2014, barrio Manrique La Salle. Por: Luis Humberto Arboleda Monsalve Alonso Galdini Foto: Archivo revista Porro y Folclor Alonso Galdini Foto: Cortesía, Alonso Galdini

Posicionado como cantante en los escenarios del espectáculo de la ciudad y entre las disqueras, Alonso Galdini recorrió el departamento de Antioquia y el país alternando, con cantantes como Pepe Aguirre y Hugo del Carril y con grupos de la talla de Los Yumbos. Como parte activa del medio de artistas de la ciudad, hizo parte del comité de recepción a Margarita Cueto, invitada a la ciudad en calidad de turista hacia principios de los años sesenta.

Hacía los años ochenta, del siglo pasado, Alonso Galdini cantaba en el Patio del Tango. Una noche llegaron allí unos estudiantes de la Universidad de Antioquia. Entre ellos estaba Miguel Magaldi, sobrino de Agustín Magaldi que estaba haciendo su especialidad en Medicina en Medellín y quería conocer al Magaldi colombiano. En fin, empatizaron y en 1990 don Alonso Galdini voló a Buenos Aires (Argentina). Estuvo un mes como invitado de la familia de Agustín Magaldi. Nos dice que lo “hospedaron junto al Obelisco, en el Nueve de Mayo, por ahí queda cerca La Casa Rosada Me pusieron chofer… Me llevaban a todos los barrios donde vivió Magaldi: Las Flores, El Caballito…” La invitación por un mes se extendió a tres años, pues resulta que don Alonso Galdini, curtido en trotar por pueblos y ciudades colombianas, de tarima en tarima, se dio la oportunidad de hacerlo en tierras gauchas y logró allí acceso a muchas tarimas.

De regreso a Colombia, reinstalado en sus rutinas de artista, siguió viviendo en el sector de La Salle, en Manrique, en una casa construida en ese lote que su padre compró a finales de los años cuarenta, para proteger su condición campesina en una ciudad que, como Medellín, cabalgaba a buen ritmo sobre sus procesos de industrialización y urbanización.

Hoy, rondando los ochenta años de edad, es un hombre sin pensión que vive de los derechos que le paga Sayco Acimpro: “Ellos me liquidan a mí… para ir pasando ahí le llega a uno una platica cada tres meses y entonces tiene uno médico, tiene clínica; hombre pues, para mí eso es una gran cosa… A mí me han hecho como cinco operaciones… Eso es una ayuda tremenda, vea a Albita del Castillo en Bogotá, que le tocó recoger limosna para enterrarla…”

Esta breve semblanza de Alonso Galdini, el Magaldi colombiano, es con el afán de mostrar los tipos de ruta que han seguido muchos de nuestros artistas. Esto a su vez, ilustra lo que, históricamente han sido las políticas gubernamentales en lo concerniente a la promoción y sostenimiento del talento artístico nacional. Ahora bien, nos expone esta semblanza de Alonso Galdini a una agradable realidad: para su hacer y ser artista cada osado descubre que abrir oportunidades, por sí, es camino confiable para el reconocimiento.

29 de octubre gran desfile de comparsas

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Luis Humberto Arboleda Monsalve: Historiador e Investigador. Alonso Galdini Foto: Archivo revista Porro y Folclor Alonso Galdini Foto: Archivo revista Porro y Folclor

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