Cuento kilómetros Version I

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—Iván Seménnikov —dijo mientras se acercaba a darme un abrazo. Luego me presentó al resto, siempre ayudado por Zina que sirvió de intérprete. Un poco nervioso, quise ostentar mi precario conocimiento del ruso. Algunas ideas se entendieron, pero otras las debió explicar Zina. Tras los saludos, emprendimos el camino a casa. Alexander iba al volante; junto a él estaba su esposa, que era caucásica, y yo iba en el asiento de atrás. En el camino al centro de la ciudad, al costado izquierdo de la carretera, aparecieron unos blocks de departamentos descuidados. No eran muy diferentes a ciertos edificios pobres que pueden encontrarse en mi ciudad, en similar ubicación. Luego de unos minutos, en torno a una rotonda, vi múltiples centros comerciales y coloridos letreros publicitarios. El departamento de Alexander quedaba en el séptimo piso de un edificio ubicado en un mejor barrio, cerca de la universidad donde él y su esposa daban clases. Pese a ser menos desolador que los barrios que había visto desde el auto, aparecían entre medio, junto a las calles principales, múltiples sitios eriazos y caminos sin pavimentar. En otras calles pavimentadas, las veredas eran de tierra y las cañerías estaban construidas sobre el suelo. Aquellos tubos metálicos, con su tosquedad, se integraban al paisaje urbano y, cuando debían pasar por sobre la calle, se los disponía haciendo un arco por sobre el pavimento. Los autos, en cada recorrido por las calles de Yakutsk, se veían obligados a pasar por debajo de un gran número de arcos de cañería. La ciudad entera parecía estar a medio construir. Mi plan para la escritura del libro consistía en arrendar un departamento y adaptarme a la gente, al espacio y al clima. Mi holgura económica me lo permitía, pero Alexander me había invitado a quedarme en su departamento hasta que encontrara uno en arriendo. Sin la presencia de Zina que, tras cuatro años en Moscú, regresaba a la casa de su madre para planificar su futuro, me vería obligado a hablar en ruso con mi primo en segundo grado. Ese primer día no vi a Nadia Seménnikova. A la mañana siguiente, Alexander me acompañó a ver dos departamentos amoblados en arriendo, que él ya había visto con anterioridad. El primero quedaba en su mismo edificio, en el doceavo piso; el otro, a dos cuadras. El asunto fue sencillo y rápido. Luego de ver el segundo, volvimos donde el corredor de propiedades que nos mostró el primero y concreté el arriendo. Por la tarde Alexander me llevó hasta la casa de su prima Ana. Ese caluroso miércoles 30 de agosto de 2006 vi a la hermana gemela de mi abuelo por primera vez. Ana también vivía en un departamento. Nadia vivía con ella. Ahora Zina también vivía ahí. Nadia estaba en un dormitorio, sentada en una silla de ruedas, 44

CUENTO KILÓMETROS / UN VIAJE DE LECTURA

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