En la cima del mundo

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“EN LA CIMA DEL MUNDO”

I.En la Barriada de Las Colinas, sólo existe una manera para que un niño de quince años pueda ganarse unas monedas y poder comprar un bocadillo de mortadela o fumarse un “rubio” mientras contempla el atardecer de la Autopista L-65: Rebuscar en la basura. Decía mi padre que de Las Colinas no se podía salir si no era con los pies por delante. Aquí no hay barrotes ni cadenas; incluso en las noches de agosto, si uno se tapa la nariz para no oler la pestilencia que brota de los pozos negros y cierra los ojos, puede escuchar una orquesta sinfónica de grillos o el aleteo paranoico de una polilla dándose coscorrones contra la bombilla desnuda y roja del “Sweets”, el local del señor Luvok, conocido por todos por “el Ruso”. En algunas ocasiones como estas, es hasta un lugar medianamente hermoso, pero no se puede salir de él. Mi padre era un buen hombre, aunque cumplió con lo dicho. Una tarde en la que regresaba a la chabola después de haber estado tirando piedras a las ratas, me lo encontré tumbado sobre la cama, desnudo y con algo escrito sobre su pecho en grandes letras rojas “CHIVATO”. Le habían hecho comer su propio pene. Todavía lo tenía metido en la boca, como si estuviera devorando una salchicha llena de Ketchup. Aquel día lloré todo lo que un chaval de quince años puede llorar. Lloraba por mi padre, que iría al cielo y ni siquiera podría mear como Dios manda, pero sobre todo lloraba por mí y por la soledad que me llenaría hasta los bolsillos a partir de ahora. El señor Lukov, también era un hombre bueno. Se encargó de todo lo relacionado con mi padre: Ataúd, incineración... hasta le compró un traje decente y unos zapatos

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nuevos, para que estuviera elegante en su último viaje. Eso sí, nadie se atrevió a sacarle el pene de la boca. Los chivatos no han de hablar ni siquiera en la otra vida. A la vuelta del cementerio, el señor Lukov me entregó la urna con las cenizas de mi padre. -¿ Y qué vas a hacer con ellas, muchacho? –me preguntó con ese acento ruso que siempre imponía un gran respeto-. - No lo se, señor, creo que, que...en realidad no sé que hacer con ellas –le respondí tímidamente-. - Lo mejor es que las lleves contigo y las dejes en tu casa, a decir verdad aunque le veas metida en esa especie de caja, sigue siendo tu padre...- Sí, es verdad señor....me las llevaré... Por cierto muchas gracias por todo lo que ha hecho. Me acerqué a él y le besé la mano en señal de respeto. El sonrió y acarició mi pelo. -Ahora, deberías encontrar un empleo –me dijo mientras me miraba fijamente con esos ojos negros de araña- Ven mañana al “Sweets” encontraré alguna ocupación para ti. A las diez quiero verte allí, no me falles, muchacho. -¡ No le fallaré, señor Lukov, se lo aseguro! Y salí corriendo camino de mi chabola con las cenizas de mi padre entre los brazos. Pasé toda la noche mirando la urna, pensando en que todos somos un enorme cigarro y que, en cualquier momento, podemos ser fumados por algún cabrón con ansias de humo. Soñé, con basura aquella noche, con las monstruosas colinas de podredumbre y detritus de todo tipo que rodean la barriada. Me soñé a mi mismo soñando, durmiendo sobre el montón de basura más alto que había visto nunca. Despertaba del sueño soñado y veía

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en la base del enorme montón de desperdicios a una gran muchedumbre; hombres, mujeres y niños, todos ellos con la cabeza tapada con una bolsa de los Supermercados “Victoria”. No decían nada, solamente estaban ahí, velándome, como si yo también hubiera muerto, lo mismo que mi padre. II.A las diez de la mañana estaba frente al local del Señor Lukov. Crucé la calle sin nombre, saltando los charcos que había dejado sobre la tierra la lluvia de la noche anterior y me acerqué lentamente y bastante nervioso hacía la puerta del establecimiento, una enorme plancha de acero pintada de rojo, con una pequeña mirilla, en el centro. Respiré profundamente y al no encontrar timbre alguno, golpeé la puerta tres veces suavemente con los nudillos. Al cabo de unos segundos, escuché unos pasos lentos y suaves que se acercaban. Después no vi más, pero notaba como alguien escrutaba con alguno de sus ojos toda mi persona. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo mientras la puerta se entreabría y la cabeza de una mujer joven y rubia, muy guapa y con enorme expresión de tristeza se asomaba al exterior. -¿Qué quieres, niño? –me preguntó aquella hermosa muchacha también con un marcado acento eslavo-. Di un paso atrás. -El señor Lukov me dijo ayer que me pasara por aquí a las diez de la mañana y aquí estoy. Me va a dar una ocupación, un empleo o algo –respondí tímidamenteElla se paso la mano por el pelo y su mirada azul se clavó en la mía. -¿Un empleo? –sonrió- ¿Aquí, en el “Sweets”?, más bien será “algo así”. Anda pasa, el “Ruso” acaba de levantarse y está desayunando en el salón. No hables ni digas nada

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hasta que el señor Lukov haya terminado su desayuno, odia que le interrumpan cuando está con su café doble con diez churros; según él es cuando organiza mentalmente toda su agenda diaria, ¿Entendido?. -Si señora... -No me llames señora, mi nombre es Irina, venga sígueme. Y fue cuando entré del todo en aquel lugar e Irina cerró la puerta con pestillo, cuando me di cuenta de que la joven mujer iba únicamente vestida con una bata prácticamente transparente que dejaba mostrar todos sus encantos, que incluso a juicio de un niño de trece años como era yo, no eran pocos. Atravesamos un corto vestíbulo bastante oscuro y llegamos al Salón. Allí estaba Lukov; desayunando, efectivamente, sobre una mesa redonda de cristal de un color verde botella, con una gran taza cargada de un café negro y un plato al que ya sólo le quedaban dos churros. A su alrededor y sentadas en unos amplios sillones rojos, un grupo de unas quince chicas, también jóvenes, también muy guapas y también medio desnudas, esperaban en silencio a que el “Ruso” acabara con la primera comida de la mañana. Todas ellas, a pesar de su belleza y juventud, tenían la misma mirada que los ancianos que se sientan en los bancos solos a esperar la muerte. Soledad y tristeza, esperanzas perdidas, vidas perdidas. Lukov pegó un buen trago al café y engulló el último churro, después levantó la mirada y giró su cabeza lo mismo que la de un búho, intentando ver todo lo que sucedía a su alrededor. Miró primero a todas las chicas y finalmente, clavó sus ojos en Irina y en mí. -Hombre, muchacho, ¡Has venido! A continuación miró su reloj.

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-...Y puntual. Muy bien chaval, la puntualidad es la primera virtud que el “Ruso” valora en una persona que trabaja para él. Ven acércate. Irina, disimuladamente me dio un empujoncito por la espalda y yo avancé despacio hasta Lukov que aún seguía sentado. Se levantó de la silla y colocó una de sus enormes manos en mi hombro. -Te presentaré a la que desde ahora será tu familia... A continuación y tras un gesto prácticamente imperceptible con una ceja, que hizo que todas las jóvenes se pusieran en pie, el “Ruso” habló: - Vamos a ver, éste pequeño que veis a mi lado y que se llama... ¿Cómo te llamas, chaval?. Yo estaba ya tomando aire para decirle que me llamaba igual que mi padre, pero antes de que el nombre saliera de la boca, Lukov interrumpió lo que todavía no había empezado. -Bueno, no importa. El que entra al servicio de Lukov “ el “Ruso”, es como si acabara de nacer y tú, muchacho acabas de entrar ¿No es cierto?. -Sí, sí señor, claro... -Entonces debemos ponerte un nuevo nombre. ¿No creéis, chicas?. Todas asintieron sin decir nada. -Vamos a ver... –dijo Lukov mientras se rascaba la cabeza- ¿Que os parece “Tony”? Es un nombre corto y sonoro, ideal para un muchacho al servicio de Sergei Lukov y sus chicas del “Sweets”. Las muchachas se miraron las unas a las otras asintiendo con la cabeza. -Nos parece bien “Ruso” -respondió Irina, que daba la impresión que era la única mujer con capacidad de hablar en aquel lugar- ahora sólo falta que al chico también le guste.

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Ella se agachó y acariciándome la cabeza me lo preguntó. Desde mi altura podía ver sus preciosos pechos bailando al son de una música sólo audible en mis oídos. - ¿Te parece bien Tony?. Yo no sabía ya ni qué decir. Estaba absorto contemplando a Irina. Al final pude arrancar unas palabras de mi boca. -¡Sí, si, Tony está bien, señora! -Llámame Irina, joven Tony –respondió ella con dulzura-, Y me dio un beso en los labios que me produjo una erección tremenda. No sabía donde meterme. -Pues que no se hable más –gritó el “Ruso”-, desde hoy Tony serás, muchacho, bienvenido al “Sweets”. En ese momento Lukov se dio cuenta de el bulto que brotaba de mis pantalones. -¡Hombre, y encima promete! Es intolerable que un hombre tenga que estar así. A ver, Lisa –que era una de las muchachas más jóvenes, aún no tendría dieciocho años- llévate a Tony a una habitación y por favor, cálmale esos ardores. Lisa me tendió la mano. -Ven Tony... Y cogidos de la mano subimos lentamente las escaleras que conducían al primer piso bajo la atenta mirada de las chicas y las risas pícaras de Lukov. Llegamos en silencio a la habitación número 426. Lisa abrió la puerta. Entramos. Y la puerta se cerró tras de nosotros como el diafragma de una cámara de fotos. III.Y a partir de aquel día dos cosas cambiaron radicalmente mi vida: Empecé a trabajar con el “Ruso” en el “Sweets” y el mundo femenino se me abrió definitivamente y para siempre.

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Durante los primeros meses mi trabajo era del todo simple: Servir copas a los clientes y a las chicas, tener la boca bien cerrada y, a la mañana siguiente, recoger el desaguisado de la noche anterior y preparar las habitaciones de las muchachas para la noche siguiente. Lukov no me daba sueldo alguno. -No hace falta sueldo, joven Tony, verás como con las propinas te basta y te sobra –me decía él mostrándome sus enormes dientes-. Y la verdad es que el “Ruso” tenía razón. Todas las noches entre “pitos y flautas” me sacaba unos doscientos euros en propinas cada día, lo cual era mucho más que suficiente para mis gastos. Y es que a pesar de que el “Sweets”, era un local de mala muerte situado sin duda en la peor zona de la ciudad, incontables eran los clientes que con flamantes coches, trajes de dos mil euros y guardaespaldas con caras de pocos amigos, dejaban ver sus caras por aquel sucio rincón del mundo. Yo le preguntaba a las chicas la causa de tanta gente de alcurnia en aquel cuchitril de mala muerte, más ellas, solían responderme con silencio y ojos de miedo. Estaba más que claro que el único que sabía la causa de tanto trasiego era Lukov “el Ruso”. Con el paso del tiempo, ya habían pasado cinco años desde aquel mi primer día, había entablado una buena amistad con Lukov y la confianza y tareas que él me había ido encomendando eran mayores, así como mis beneficios en el negocio. A excepción de Irina, todos las chicas habían cambiado. Según Lukov “una puta tiene una vida útil y productiva de tres años, a partir del cuarto, es mejor cambiarla, lo mismo que los coches, créeme Tony”.

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Lo malo –o lo bueno- es que yo era el encargado de despedir a las muchachas y de conseguir nuevas adquisiciones. Un trabajo verdaderamente penoso, ya que siguiendo órdenes de Lukov, las despedidas podían elegir entre salir con lo puesto, o ser llevadas a locales menos “selectos” de amigos del “Ruso”; lugares como el “Stars”, un sitio muy cerca del aeropuerto del Sur, en donde se comentaba que varias de las chicas habían recibido palizas brutales por parte de clientes. Al parecer era un servicio más del local. Todo aquello me daba nauseas. Las nuevas por el contrario venían directamente de Rusia a través de contactos de Lukov en Moscú: A las muchachas se las prometía el “oro y el moro”. Se las prestaba el dinero para el viaje y, al llegar aquí se las obligaba a prostituirse para poder pagar el alto precio del vuelo desde su tierra. Luego el tiempo y la pena hacían el resto en las pobres muchachas. Y yo era, como he dicho, el encargado de llevar a las “jubiladas” a sus nuevos destinos y de ir al aeropuerto y traer a las nuevas a su “nuevo hogar”. A pesar de ser un trabajo del todo deprimente, Lukov me pagaba bien por él y me daba la libertad de salir al menos una vez a la semana de “Las Colinas” y respirar un aire que no oliera a dolor y desolación.

IV. Una mañana, mientras Lukov desayunaba sus habituales churros y yo todavía dormía a pierna suelta el desenfreno de la noche anterior, Irina entró en mi habitación sin tan siquiera llamar a la puerta. -Tony, Tony, despierta hombre....Lukov quiere hablar contigo, quiere verte antes de que termine de desayunar, ya le conoces... -Voy Irina.

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Me vestí perezosamente y tras lavarme y poco la cara y peinarme, descendí las escaleras que conducían a la sala principal. Allí estaba, igual que los últimos ocho años, tomándose su ración de churros con toda la tranquilidad del mundo, como si todo lo importase un comino. Sin duda alguna y a pesar que siempre había sido bueno y generoso conmigo, “El Ruso” era el mayor cabronazo que había conocido. Él al oír que alguien descendía por las escaleras giró su cabeza igual que la de un buho, y clavo sus ojos en los míos apenas sin pestañear una sola vez. -¡Ah Tony! Ven hijo, te he mandado llamar. Hoy tengo para ti un encargo muy especial, la prueba que hará que ingreses con todas las de Ley en mi familia, en la familia del “Ruso”. Muy poca gente puede decir eso. Al lado de Lukov, había un par de tipos enormes con cara de muy pocos amigos. -Muy bien “Ruso” lo que haga falta, ya sabes que estoy para lo que tú quieras. Lukov, abrió su boca y sonrió, mostrando sus enormes dientes aún con trozos de churros pegados en ellos. -Así me gusta, Tony...Ven sentémonos. Te cuento. Lukov me contó que había un tipo, un tal Pietr Uleanich que le debía unos noventa y cinco mil euros desde hacía más de tres años. Había intentado cobrar la deuda por las buenas infinidad de veces, sin éxito alguno, por lo que ahora, totalmente cabreado, había decidido prescindir de la deuda y dar un buen escarmiento al personaje en cuestión. -Tú Tony, no tendrás que hacer nada, estos dos buenos amigos míos lo harán –dijo señalando a aquel par de armarios roperos que estaban junto a nosotros-. Lo único que te pido es que grabes con todo lujo de detalles el acontecimiento. Me gusta ver qué les

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pasa a los que me hacen jugarretas, bien sentado, desde el cómodo sofá de mi cuarto. Ten... Lukov extendió su mano y me dio una pequeña cámara de video. -Y no pierdas ni un solo detalle, ¿Entendido, hijo?. -Sí, si “Ruso” así lo haré, descuida. Tendrás lo que quieres. -Así me gusta, Tony. Eres un buen chico... Venga iros ya, partid. Coged uno de mis mejores coches. Y así lo hicimos. Yo me senté en el asiento trasero junto a uno de las montañas humanas que no dijo ni una sola palabra en todo el trayecto, y el otro se puso al volante del lujoso Aston Martín del que Lukov nos había dado las llaves. -¿Está muy lejos donde vamos? –pregunté por romper un poco el hieloEl que tenía al lado me miró y respondió con una voz como salida de las profundidades del infierno: -No, ya casi estamos, es aquel chalet con la puerta de entrada roja que se ve al final de la calle. Aparcamos muy cerca de la aquella casa y caminando muy despacio nos acercamos a la puerta de entrada al Jardín. -Llama al portero automático, Tony –me dijo uno de los hombres- y di a quien se ponga que el señor Lukov quiere ver al dueño de la casa. Vamos, que es para hoy. Tragué saliva y pulsé con mi dedo índice el botoncito dorado del portero automático. Unos segundos después una voz femenina respondió a la llamada. -¿Sí? Y yo solté la frase que tenía que soltar. Al pronunciar el nombre de Lukov, la puerta se abrió de inmediato.

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Un hermoso jardín se abría ante nuestros ojos y al fondo un hombre de mediana edad y con el pelo blanco nos esperaba. Se le veía muy nervioso. Iba a extenderle la mano para saludarle, cuando el más alto de mis acompañantes hablo: -¿Es usted el señor Uleanich, Pietr Uleanich?. El hombre respiro hondamente antes de responder. -Si, soy yo... verán aún no he podido recuperar todo el... No le dejaron que terminara la frase, pues, de un tremendo puñetazo en la nariz, cayó medio inconsciente al suelo, sangrando como un cerdo. -Tú, Tony, empieza a grabar... -Va, vale... –estaba empezando a tener miedo, mucho miedoEncendí la cámara. Mientras uno de mis compañeros cogía al pobre de Uleanich y lo metía en la casa, el otro se dedicó a buscar al resto de personas que se hallaban en ese momento en el chalet. Reunió a cuatro, todas ellas pertenecientes al servicio y los echó de allí pistola en mano, y amenazándoles con la muerte si contaban a alguien lo que había sucedido. Yo seguía filmando a Uleanich, que colgando sobre los hombros de Ilich –como supe después que se llamaba uno de los hombres que me acompañaban- continuaba inconsciente. Llegamos a una habitación con una enorme cama. Debía ser el cuarto de Uleanich. -Aquí estará bien –dijo Ilich mientras tumbaba a Uleanich sobre la cama-. Ilich entonces, sacó de una pequeña mochila que portaba unas cuerdas y ató a Uleanich a la cama. Después le desnudó y esperó sentado en una silla a que volviera en sí. Yo seguía grabando cada vez más asustado. La cosa pintaba mal muy mal. El otro sicario llegó en un par de minutos y también se sentó en una silla, al lado de Ilich.

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-¡Tú no dejes de grabar, eh!. Asentí con la cabeza. Pasaron unos diez minutos antes de que el pobre Uleanich despertara. Entonces comenzó el espectáculo, un espectáculo que yo había conocido hacía muchos años. Ilich se levantó y hablando en ruso, le dijo algo a Uleanich al oído. Al instante éste comenzó a implorar y a llorar como un niño. Me miraba, y también en ruso me pedía clemencia, sin saber que yo apenas entendía aquel idioma. -Es el momento –dijo Ilich- al otro hombre-. Entonces, éste se puso unos guantes de látex con toda la tranquilidad del mundo. Después saco una navaja de barbero y con la maestría de un carnicero, rebanó de un solo tajo el pene de Uleanich. Una fuente de sangre comenzó a brotar. Uleanich gritaba y se retorcía. Yo no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. Era algo horrible y tremendamente familiar. -¡Graba, Graba, Tony, no pares! El señor Lukov estará orgulloso de nosotros. El otro hombre tenía el pene recién cortado de Uleanich en la mano. -Ten Ilich, que tú escribes mejor. Ilich cogió el pene y escribió sobre el pecho de Uleanich unas palabras “LAS DEUDAS SE PAGAN”. A continuación y viendo que Uleanich aún estaba consciente y respirando con dificultad le metió el pene cortado en la boca y apretó hasta el fondo para que no pudiera escupirlo. Unos segundos después, Uleanich había muerto. Sus ojos abiertos reflejaban un terror indescriptible. -Ya puedes dejar de grabar, Tony, has estado muy bien. Venga vámonos.

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Antes de montar en el coche vomité una y otra vez, hasta que mi cuerpo creo que se quedó sin alma. Había presenciado el asesinato de un hombre de una manera cruel y sangrienta, muy similar a la que había sufrido mi padre. Era imposible no pensar que Lukov “El Ruso”, había mandado matar a mi padre por alguna razón. Volvimos al “Sweets” en silencio. Irina, nos abrió la puerta. -¿Estás bien Tony?. -No, no me encuentro muy bien, la verdad Irina. Ilich y el otro hombre se despidieron de nosotros y marcharon hacia la barra del bar buscando alguna bebida fuerte, supongo. -Lukov te espera en su habitación, Tony, quiere que le llevas la cámara de video. -Ahora mismo voy, Irina. Subí las escaleras hasta la segunda planta el lugar en donde Lukov el “Ruso” gobernaba su imperio. Di dos golpes en la puerta. -¿Tony? Adelante hijo, adelante. Abrí la puerta y entré cámara de video en mano. Lukov estaba sentando en un precioso sillón de piel de avestruz, viendo un documental de leones por la televisión. -Pasa hijo Pasa, adelante. ¿Has traído la filmación? Dime, como adelanto ¿Murió como un perro ese puerco de Uleanich, verdad?. No era más que un cobarde. Iba a responderle, pero, con un gesto me insinuó que pusiera la cinta en el Video y me sentara junto a él. Pulsó el “Play” y vimos los quince horribles minutos de la muerte de Pietr Uleanich. Stop.

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-Casi es un placer que esos cabrones no me devuelvan el dinero, esto es mucho más gratificante, ¿No crees, Tony?. No respondí, me quedé sentado viendo como Lukov, cogía la cinta de video y la guardaba junto con otras muchas en un armario. -Dime una cosa, Ruso ¿Tienes también la de mi padre, no es así?. Lukov, se quedó mudo durante unos instantes y después tomó aire y respondió: -Así es Tony, también tengo la cinta de tu padre. Era un chivato al que advertí muchas veces acerca del peligro que corría. Pero él no me hizo caso. Fui yo mismo el que hizo el trabajo... En cuanto a ti... Me dio pena que un muchacho de tu edad se quedará solo en esta barriada de mierda..., de modo que en cierta medida busqué a través de ti la expiación de mi crimen, ya ves, sencillo. Pero vamos, no te ofendas. Reconoce que has ganado con el cambio. Ahora tienes respeto, dinero, mujeres, una familia... Y lo malo de todo es que Lukov el “Ruso” tenía razón. Antes de entrar en su habitación deseaba con todas mis ganas, acabar con él, cortarle en mil pedazos y comerme su carne, pero ahora...ahora lo único que me apetece es tomarme un vodka y seguir viviendo. -Ruso –dije- ¿No tendrás alguna cinta especialmente...Ya sabes? -¡Por supuesto que la tengo, Tony, Ja, ja! ¡Ese es mi chico! ¡Irina, Irina, di a un par de las nuevas que vengan para mi cuarto con un par de botellas del mejor Vodka! Decía mi padre que de Las Colinas no se podía salir si no era con los pies por delante. Era un completo idiota.

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