Contratiempo 92 • Marzo 2012

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DOSSIER

Los anillos de Saturno

The Bridges Between the Worlds ( 1844) J. J. Grandville

Marco Escalante

It takes just an awful second, I often think, and an entire epoch passes. W.G. Sebald

1 La imaginación futurista reposa casi siempre en la paradójica combinación de delirio y realidad. La imagen surreal de los anillos de Saturno como un balcón desde donde los habitantes de ese planeta contemplan el espectáculo del cosmos, en un dibujo de J. J. Grandville que data de 1844, conserva en nuestros días su rasgo delirante. Pero ese balcón, como el puente interplanetario que cruza de lado a lado el dibujo, tienen un vínculo estrecho con la ingeniería de la época y el auge inminente del hierro como material de construcción. Este vínculo sólido con la realidad evita que el dibujo de Grandville cruce la frontera de lo arbitrario y le permite al artista sugerir una tesis: se ha iniciado la reconstrucción del universo como reflejo del mundo industrial, y la ciencia, tarde o temprano, va a conquistar el espacio. Se prefigura, en cierto sentido, la era de los transbordadores espaciales y los satelites anclados más allá de la

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órbita terrestre. Estos últimos, como los anillos de Saturno en la imaginación de Grandville, son como miradores cósmicos desde los cuales el hombre moderno se apresta contemplar el espectáculo de las estrellas, con acompañamiento musical de Strauss, de ser posible. Otro rasgo resaltante del dibujo de Grandville, es la conjunción de elementos geométricos al interior de un universo elíptico. Arcos, esferas, estructuras verticales paralelas, se congregan en un mundo donde la naturaleza ha sido erradicada en nombre de un orden abstracto. Incluso la perspectiva obliga a pensar en los planetas como números de una serie decreciente, unidos por un patrón aritmético tan rígido y racional como el hierro. A lo lejos, apenas se distingue una casa, para recordarnos que la civilización ha acortado las distancias cósmicas, uniendo el rincón íntimo y palpable que el hombre habita con el infinito donde moran las estrellas. 2 He hecho un pequeño esfuerzo por aproximar mi pensamiento a esa casa y ha invadido mi

memoria un viejo cuadro de Edward Hopper: Office in a Small City. En 1953, Hopper no podía imaginar que cuatro décadas más tarde, la ventana amplia a través de la cual un hombre solitario contempla el mundo externo, sería reemplazada por la pantalla del ordenador; y los edificios de concreto, por una realidad virtual infinita. También el paisaje de Hopper es esencialmente geométrico e ilustra la melancólica tragedia de un hombre encerrado en un cubo. ¿No es esa la realidad del mundo corporativo actual, que encaja a sus millones de empleados en pequeños cubos desmontables organizados en serie? El cuadro de Hopper me ha perseguido por años. Y he rescatado entre mis papeles viejos lo que escribí en torno a él tras mi primera visión: “Ante este cuadro de Hopper sentimos ‘extrañeza’ por el carácter que ha tomado la configuración de seres y cosas en el espacio y el tiempo. Una foto no podría hacer tal cosa, Hopper necesita de un procedimiento tenue de limpieza y abstracción para lograr su cometido: no muestra los bienes, sino el papel por el cual circulan como cifras; prescinde del hombre y resalta su

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