DOSSIER
Llegaron los hipsters (INSPIRADO EN LLEGARON LOS HIPPIES DE MANUEL ABREU ADORNO) Rafael Franco
N
o me pregunten por qué ese barrio y no otro. La verdad, lo más seguro, es pura cuestión cronológica. Ahora bien, la razón del asunto debe de residir en la matemática, en los números – las consideraciones económicas. Pero para mí, igual son esotéricas. El tema es que llegaron; dos o tres al principio, luego en grupitos, de cinco o seis. Llegaron con hambre, sed y con ganas de comprar. Llegaron con libretas de dibujo en las mochilas, libros de texto y calendarios de clases engrapadas a los programas de estudio. Llegaron con los periódicos marcados con grandes círculos en los clasificados. Llegaron con mapas y algunas direcciones escritas. Llegaron con diccionarios, poemas y con variadas cosas para leer. Llegaron con melenas, playeras y en chancletas de cuero. Llegaron sin afeitar y con pareja. Llegaron en verano y en primavera, llegaron con amplias sonrisas, los ojos rubios y el pelo verde, a veces azul. Llegaron los hipsters a la dieciocho. Yo llegué en guagua por la Ashland a una oficina de trabajo temporero. Llegué solo y sin pareja. Llegué sin periódico y sin poemas. Llegué tarde a la cita de trabajo. Llegué en mangas de camisa, pantalones y con el pelo recién recortado. Llegué luego de 108 días en el Grupo Segunda Vida. Llegué sin mapas y sin medias pero con zapatos cerrados. Llegué en enero en medio del invierno, sin guantes ni bufanda y con el pelo mojado. Llegué pensando en la Parada 18 en Santurce y en la isla del pasado. Llegué con suspiros y con el orgullo hecho trizas. Llegué con la nieve, el viento y con el cielo nublado. Llegué maravillado y con los dedos cruzados. Llegué con algo de sol ese día y con los labios partidos. Llegué, firmé y comencé con el trabajo. Llegué y el raitero me llevó con los otros a la fábrica de lechugas. Llegué a la Dieciocho pasado el medio día. Plzen, Pilsen y la Europa Oriental. Pilsen a lo largo de la Dieciocho. Pilsen y una milla de la Halsted a la Ashland. Pilsen y los edificios del centro no se ven tan lejos. Pilsen desde la Western hasta la autopista elevada. Pilsen entre la Cermak y la Roosevelt. Pilsen y el Museo Nacional de Artes Mexicanas. Pilsen desde Harrison Park hasta Dvorak y la piscina. Es más, Pilsen abarca toda la carretera hasta el lago, Canadá y la Frontera, inflándose, aumentando en tamaño, tragándose el cielo, las nubes y toda la inmensidad y la continuidad de los parques – desde Wicker Park NÚMERO 118
hasta Central Park. Pilsen de adentro hacia fuera, o no, mejor, de afuera hacia adentro. Pilsen desde Europa Oriental a México. Y el puertorriqueño siempre en el medio. Llegaron al Festival del Sol o a saborear un brunch en Nightwood. Llegaron a Los Comales y la Casa del Pueblo. Llegaron como hordas posmodernas del norte en busca de alimento. Llegaron con sus bultos de mensajeros al hombro y con los mahones ajustados. Llegaron en bicicletas con un solo cambio fijo. Llegaron con tocadiscos de pasta y con Bukowski debajo del brazo. Llegaron discutiendo a Foucault y a Sontag. Llegaron citando a Barthes y a Umberto Eco. Llegaron burlándose de Jerry García en la esquina de los tamales. Llegaron analizando la situación laboral del Death Star de Star Wars mientras escuchaban a Arcade Fire y Vampire Weekend. Llegaron con audífonos y con tarjetas de crédito. Llegaron con tabaco de enrolar American Spirit, Drum y un poco de mariguana hidropónica. Llegaron con bolsas llenas de filtros de algodón para sus cigarrillos caseros. Llegaron durante el primer año universitario, vegetarianos y pescetarians. Llegaron también algunos vegans. Llegaron de Michigan, Minnesota, Iowa y Wisconsin. Llegaron muchísimos desde de los suburbios y llegaron de Ohio, Idaho y Washington también. Llegaron con vitaminas, pacholí y cantidad de incienso. Llegaron con semillas, nueces, almendras y maníes mezclados con frutas secas y a veces con trocitos de chocolate o algunas pasas cubiertas de chocolate. Llegaron con hierbas finas, sal del mar y azúcar morena. Llegaron a sembrar especias en la calle y las chicas llegaron para dejar de afeitarse las piernas. Llegaron y dijeron que pertenecían al 99 porciento. Llegaron en busca de alojamiento adecuado. Llegaron a protestar la Reserva Federal y a ocupar a Maxwell Street, Wicker Park, Santurce, Green Pointe, el Viejo San Juan, Loisaida y a Santa Rita. Llegaron y parecían como aquellas deportivas; estaban en todas partes. Llegaron en grupos de tres, por supuesto, a veces de cuatro, rara vez de cinco, pero por lo general en pareja. Llegaron y no sabíamos a qué habían llegado. Llegaron buscando algo de pastillas, yerba barata para fumar y LSD. Llegaron con DMT y Moli, llegaron con XTC y Jane’s Addiction. Llegaron y en vez de flores en el pelo, tenían aros en las narices, las cejas, a través de sus lenguas. Llegaron y tenían hasta el ombligo atravesado por el metal. Llegaron y
tenían tatuajes estilo retro y las tiendas de tatuajes se difuminaron como un polen maligno que dejaba marcas en el cuerpo. Llegaron buscando estudios, apartamentos de un cuarto, tres cuartos o sótanos vacíos. Llegaron de UIC, de DePaul, de Roosevelt University y de Harold Washington College. Llegaron con fondos fiduciarios en el banco y con una idea general. Llegaron Pod Majorski se hizo una millonada. Llegaron en autos, bicicletas, en el CTA y en Vespas. Llegaron y en vez de hacer la señal de la paz con los dedos, extendieron el dedo anular a las autoridades. Llegaron y en vez de tie-dyes, traían el símbolo de la anarquía en sus camisetas negras. Llegaron con sus calcomanías de Black Flagg en sus vehículos. Llegaron para renovar sus contratos de arrendamiento. Llegaron con sus iPods y sus iPads y sus iPhones y ay bendito la pobre Marta no entendía una sola palabra de las que decían. Llegaron con teléfonos inteligentes y buscando una conexión al internet. Llegaron con sus tabletas de alta tecnología y un millón de diferentes “apps”. Llegaron para Tuítear, Facebúkear y para montar sendas fotos en Instagram. Llegaron con touch screens y llegaron para presionar uno para continuar en inglés y dos para continuar en español. Llegaron para discutir cuál era la mejor: Breaking Bad, The Walking Dead o Lost. Llegaron con Sandman y 100 Bullets, Preacher y Maus I y II. Llegaron pero viajaban millas para poder comprar en Dominick’s y Trader Joe´s. Llegaron para protestar el abuso policíaco, la cultural corporative y la banca occidental. Llegaron y maldijeron al presidente, al Senado y al Congreso norteamericano. Llegaron para conectarse al Wi-Fi, llegaron para Semper Fi y llegaron con Catcher in the Rye. Llegaron para ejercer sus derechos civiles y llegaron a gentrificar el Sur, el Norte y el Este. Llegaron pero nunca se atrevieron a seguirlo hasta el lado Oeste de la ciudad. Llegaron los hispters a Pilsen y allí se quedaron. Rafael Franco, escritor puertorriqueño, integrante del consejo editorial de contratiempo. Ha publicado la novela El peor de mis amigos (Callejón, 2007), y la colección de cuentos Alaska (Ed. ICP, 2007). Tradujo Llegaron los hippies, de Manuel Abreu Adorno. contratiempo
| 19
Manuel Ponce, habitante de Pilsen Fotografía: Carlos Cardozo