TRADICIONES TRUJILLINAS

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TRADICIONES TRUJILLANAS

para constatar que en la costa llueve apenas y en tal caso ni los tedios en declive, ni la calamina tienen importancia mayor. Claro que en las moradas pobres los materiales son insolventes. Las casas coloniales siempre han resistido más, temblores y aguaceros, para eso tenían firmes cimientos de adobe o ladrillo y techumbre con artesanados muy ricos, pero después de tres horas de firme lluvia, ninguna casa se podía declarar impermeable. Los goterones comenzaban luego a empozar el agua en los interiores, que luego había que extraer a balde antes que la humedad echara abajo los muros. Yo ya no estaba en el Mayorazgo cuando ocurrieron las lluvias del 25, que no fueron por cierto de las más desastrosas de la historia, pero entré un día a la vieja casa para ver los efectos de las aguaceradas. En realidad, el estrago había sido fuerte. Paredes y pisos habían sido layados y hasta me pareció que la colonial casona no era la que yo había habitado durante años. En Huanchaco, el 91, el mar se retiró lo mismo que por el lado de Santiago de Cao, más menos ocho cuadras. Era Semana Santa y las procesiones salieron una tras otra rogando las gentes por la cesación de tantas penurias. Agréguese a esto que el ruido de los truenos llenaba el valle de Chicama y el de Santa Catalina, para hacerse cargo el lector del pánico que reinó en la región. Bramaba el río Chicama, que parecía un brazo de mar arrastrando en sus encrespabas aguas ranchos enteros, animales, platanares, yucales, cañaverales y cuanto arrancó de cuajo el furor del agua en el trayecto desde las quebradas de la cabecera hasta el océano que por largos trechos mostraba el agua del color terroso ya conocido, en tanto las palizadas llenaban la playa. Las gentes iban en sus asnos hasta allá para recoger, días después del aluvión, sendas brazadas de caña dulce, caña brava, troncos; vigas. Acerca del retiro del mar en Huanchaco, citábase un milagro que hizo la Virgen del Socorro. Los huanchaqueros, que ya sabían de terremotos, y maremotos, por la memoria que guardaban los viejos de otros cataclismos, temblaban ante el temor de que cuando el mar volviera a sus límites habitúa-; les, lo haría en un tremendo golpe de olas que barrerían el puerto y la población. Los lloros y ruegos a la “mamita” eran impresionantes. Nadie dormía; nadie tenía sosiego. Muchos estaban en la altura del vecino cerro llamado de la Virgen, con sus cosas de mayor valor, para escapar más lejos a la pri372


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