Del XIX al XX: 10 relatos ecuatorianos

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Carlos Manuel Tobar y Borgoño

audaz, hacía que todos callasen y que con las miradas fijas en la llama esperasen algo que parecía imposible, la aparición de la salvadora. Dos minutos después, una salva de aplausos se sobrepuso al bramar del huracán y al crujido del incendio: la valerosa mujer acababa de asomarse al balcón con los niños en los brazos; un instante más tarde los mozos recibían uno de los huerfanitos; cuando se disponían a recoger el otro, un ruido de torrente que se despeña vino a hacer huir a los de abajo: el balcón se había desplomado y hundido entre un burbujear de chispas y llamas, llevándose consigo a la Maruca y al chiquillo. Maruca, la pobre Maruca, la piedra de escándalo del pueblo, se había reivindicado; hasta la tía Juana enjugó una lágrima y fue a rezar un padrenuestro ante el humilde cajón de pino que en su fondo contenía unos cuantos huesos carbonizados. Eran ellos todo lo que de la Maruca quedaba. El señor cura, el bueno del padre Rodrigo, no lloró; cuando salió del cementerio, de depositar 134


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