Del XIX al XX: 10 relatos ecuatorianos

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La gallina Cenizosa

−¿Oyes, mamá, lo que dice la Cenizosa? −replicó algún tanto alegre Lucía. −¿Qué está diciendo, amor mío? −Quiero que no me maten, quiero que no me maaten, quiero que no me maaaten. −Pero, hija del alma, ya te veo desfallecer de pura debilidad. −¡Cierto! Tengo hambre. Y la niña se dejó caer sobre un desvencijado diván, como dalia que languidece y se apoya sobre un pedazo de pared derruida. Tenía los labios secos, los negros ojos vivaces casi apagados, y con todo le latía el corazón de pena de la Cenizosa. Era corazón de mujer, y mujer niña. Alberto, menos compasivo como más aguijoneado del hambre, consintió al fin en la muerte de la Cenizosa con la condición de no presenciar el degüello. La suerte de la Cenizosa fue decretada. La madre vertió algunas lágrimas; privaba a sus hijos de un entretenimiento; habría un individuo 101


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