Un soldado en Concepción

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© UN SOLDADO EN CONCEPCIÓN Autor - Editor: © Ismael Augusto Sulca Velásquez Coronel PNP (r) Correo-e: tribunal_cuarta_sala@hotmail.com © Copyright - Ismael Augusto Sulca Velásquez Ediciones ‘LUCERO’ Andrea L – Diana V Edición Abril 2020


UN SOLDADO EN CONCEPCIÓN Corrían los años de revueltas y sediciones entre los partidarios

civilistas

de

Miguel

Iglesias

con

los

Pierolistas y los militaristas Caceristas (1894-1895) en que todos huían de la capital hacia los lugares más lejanos, entre los que estaba el antiguo pueblo de Concepción en la antiquísima y reconocida Comunidad de Chacamarca. Era tan lejano que el único camino arriero surcaban en las alturas de Cangallo para llegar en una semana a la real ciudad de Huamanga, en Ayacucho. De todo eso tuve conocimiento en la directa versión de mi padre don Leopoldo Sulca Zea, quien con lujo de detalles nos platicaba como un gran maestro hacia sus alucinados vástagos (José Antonio y Augusto) de apenas doce y diez años de edad por 1962, cuando ya estábamos radicando en nuestro entrañable y bienquerido Callao.


Allá por el año de 1930 cuando los antiguos residentes de la Comunidad de Chacamarca habían acordado hacer una

faena

comunal

para

arreglar

y

modernizar

el

deteriorado panteón en Pejoybamba, todavía de los tiempos del pasado, ya que había llegado el nuevo taita cura Bustillos desde Vischongo y les había exigido para que vivan como todos buenos cristianos, puesto que ‘antes de los antes’, cuando el runasimi era el idioma oficial y los extraños no habían invadido por aquel lugar, los ritos de la sepultura de sus seres queridos era por costumbre hacerlo en los lugares de sus respectivos dominios chullpas),

(sementeras, muy

chacras,

cercanos

a

hatos,

Punkupata,

cuevas

o

Puñusqa,

Maraycancha, como para seguir la antigua tradición y que sus muertos siguieran velando por ellos y, de esta manera, cuidaban los frutos de sus trabajos en la tierra de sus ancestros.


Tumbas o nichos contemporáneos en Concepción

Cuando

todos

a

una,

vigilados

por

los

antiguos

‘Varayocc’, al mando de su vitalicio Teniente Gobernador don

Martín

Sulca

Paredes,

empezaron

a

trabajar

removiendo los terrenos, del aún no cercado panteón o casa

de

los

muertos,

se

toparon

con

grandes

dificultades, pues los terrales estaban invadidos por arbustos de retamas, ‘sunchus’ de flor amarilla, ortigas silvestres, hasta atajos, y los ‘pajones’(ichus simulando rezar al cielo) con las ‘champas’ de grama por doquier (que habrían sido transportados indirectamente desde Ayrabamba como forraje de los animales. Es por eso que cuando se dice “te salió de champa” es como que si fuera de casualidad), y los restos y los osarios parecían estar desparramados por todas partes por lo que tuvo que ser colocado en un recinto al fondo al que le llamaron ‘Ayacchuasi’. No había orden ni información de aquellos ‘residentes eternos’ y sabe Dios desde qué tiempo venía ocurriendo este olvido. Como no había relación o indicio alguno de los que ya tuvieran más de cien años, salvo el de sus coetáneos, arreglaron que los más deteriorados tenían que ser removidos o retirados hacia un lugar común, siempre con el debido respeto y dedicación a los que pertenecieran aquellos huesos. (Actualmente hay un recinto a la entrada del cementerio al que llaman ‘Huaccanahuasi’ en donde los más machos lloran para despedir y pedir disculpas a sus difuntos) En eso de darle tanto al pico y a las palas, después del medio

día

y

del

‘Doce’(merienda)

reparador

a

don


Mariano Velapatiño Atauje, don Augusto Sulca Oré con don Herminio Zea Alarcón y don Felipe Zea Rodríguez, les pareció encontrar la sepultura de un antiguo militar, porque llevaba puesta una casaca azul y botines de faena.

Lo

removieron

con

cuidado

y

entre

sus

pertenencias que lo acompañaba había una cartuchera de

cuero

repujado

de

color

marrón

enteramente

humedecido y con estrago de los años. No tenía nada de valor, pero entre sus pertenencias relucía un peine de cacho de toro, boquilla para cargar un fusil, botones y hebillas, en la que resaltaba un escrito como que si fuera una carta envuelto en tela como un pañuelo de seda multicolor. Ya siendo tarde terminaron con su labor, empezaron a bajar precisamente por el antiguo sendero del sector de la Yacuraquina, por el mismo que solía bajar el famoso ‘Condenado’ o el alma de un muerto rodeado de caballos brillosos hasta empalmar con la esquina de ‘Asnacc Calle’ y perderse en la bajada pedregosa hacia el río y el puente a Chacarí, que muchos lugareños testimoniaban haberlo visto, el mismo que era precedido por los vuelos del

‘Chucej’ o ‘Wejuchu’ aves

nocturnas cuyos cantos “wejuch – wejuch – wejuch” anunciaban el camino por donde iba pasar un alma o afirmaban la defunción de una persona. Estas avecillas solían frecuentar el cementerio en donde se alimentaban de pequeños roedores que pululaban y dañaban los ataúdes recientemente depositados.


Aquellos que supieron de esta historia inaudita cuando retornaron al pueblo y estaban en la cena de rigor comentaron de este hecho y de las pertenencias del soldado desconocido. Luego de unos brebajes de licor procedieron a llamar al señor Juez don Raúl Agüero, el único que era más letrado que ellos, para que les hiciera conocer el significado de aquella carta. En eso se enteraron que era una especie de oración o súplica de un condenado, escrita tal vez en su trinchera de rigor como para darse valor en la situación que, de seguro, se encontraba. Lo leyeron una, dos y diez veces más que al cabo en que se consumió el candelero todos acordaron en guardar el secreto, y como era frecuente por aquellos tiempos, los que conocían de algún suceso que no era común, se sometían a cierto rigor de formar una cofradía o comunión, con un juramento de honor en perfecto quechua, para salvaguardar lo que habían encontrado, para dar así cuenta a una deidad superior, que después


se

conocería

como

los

‘Resguardos’

o

‘Los

Ayacchuanchu’ del temido ‘Tayta Orcco’. Entre quienes después se enteraron y supieron de este suceso inaudito, y siguieron la tradición del ‘Resguardo’, se encontraban don Alejandro Castillo, don Rafael Zea, don Alejandro Salvatierra, don Juan de Dios Zea, Daniel y Darío Ramos, don Simón Zea, Don Melchor y Valerio Quintanilla, don Filomeno Alarcón Orihuela (quien fuera profesor de Instrucción Pre Militar), don Mario Solís, don Aparicio Sulca, don Anatolio Fernández, don Mario Zea y su querido ‘Teocucha’, don Plácido Zea, don Jorge Fuentes, don Rómulo Fernández, don Vicente García Zea, don Filomeno Zea, don Mario Farfán, don Francisco Salvatierra, el organista de la

iglesia don Nicanor Zea

Sulca, don Leopoldo Sulca Zea, don Manuelito Llamojha, don Teodosio Galindo, don Doroteo Zea, don Malaquías Gallegos, don Sílvano Gutiérrez, don Benjamín Gutiérrez, don Antonio Fernández, don Salomón Zea Delgado, don Máximo Cuba, don Julio Bellido, y don Gregorio Zea. Se corrió la voz, entre los más versados, que aquel escrito era de un predestinado como queriendo encontrar las respuestas que nunca había escuchado. Los que tuvieron memoria,

los

guardaron

y

relataron

en

forma

de

tradición, y los que no, lo olvidaron. En cuanto a mí, me lo trasmitieron a través de las conversaciones familiares, como de seguro también lo habría hecho el padre de mi abuelo y de éste a mi papá.


Cementerio del distrito de Concepción

Ahora que ya estoy viejo, y listo para un despido, creo recordar lo que alguna vez me dijo ‘mi viejo’ cuando tenía unos diez años, de lo que decía aquella carta del soldado que se perdió entre los secretos y recuerdos del inolvidable Concepción, al que le he puesto como título sugestivo ‘El adiós de mi espíritu’.

A mi guía y protector. Yo no sé si soy cristiano mahometano o budista, un simple taoísta o un moro ateo sin perdón. Sólo sé que soy una voluntad divina para gloria de mi creador. Por donde va mi Señor, ese es mi camino a trancos y espinos. Me valgo de todo canto y oración. Temo estar equivocado y por eso no uso hábito o pendón. No invado la conciencia ajena, ellos ya tienen su pena de andar y cargar lo que son.


Trato de ser honrado entre mis alegrías y mi dolor. Hago lo que puedo y esa es mi voz. Lo demás son engaños que tienen otro sabor. No sé a dónde iré a parar, pero no será más distante que aquí en donde nacen mis palabras y mueren mis ideas. Aclaro en sinceridad que aquél que me manda tal vez no tenga piedad. P:D.: Ruego para que sea leído en el momento de mi entierro. Y de seguro que así se hizo como ha quedado recopilado en esta historia. Además, según referencias proporcionadas por Donato Velapatiño Oré, Alejandro Alarcón Mitma y Baltazar Bellido Llamocca se supo que el antiguo lugar de entierros en Concepción se encontraba en los terrenos ubicados detrás de la iglesia actual en donde hay una placa de edificación a cargo de Alejandro Castillo en 1909, que era a donde llevaban los difuntos cargados en una especie de ‘chacana’ o anda especial en donde trasladaban el fardo con el cuerpo para el rezo o responso y luego ser sepultado a cercanía de lo que se conocía como el famoso ‘Coso’, en donde se construye la nueva sede del Centro Comunal. Desde tiempos la iglesia era resguardada por su eterno Sacristán Mayor don Víctor Lazón, cargo que también ocuparon en su tiempo Alejandro Alarcón en 2,010, y Juana Zea Delgado con su sobrina Teodora Zea Ayala; teniendo como campanero oficial al señor Espinoza, quien tocaba esmeradamente el ‘Doble’ de campanas con el canto tradicional de “Mayu ucupi chincaycun” “Supay huasiman chincaycun”.


Autor: Ismael Augusto Sulca Velásquez Agradecimiento especial a Ricardina Sulca, Marcelino Zea Ramos, Ranulfo Zea Sulca, Gregorio Zea Coronado, Donato Velapatiño Oré, Alejandro Alarcón Mitma, Fernando Zea Ayala y Baltazar Bellido Llamocca. Fotografías de José Sulca Velásquez y Alonso Salvatierra.


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