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Ciudad de las hipotecas La situación desencadenada a raíz de aquel Jueves Santo se tornó insostenible. En una búsqueda por superarla, la Junta Monetaria, máxima autoridad que definía la política monetaria crediticia en Colombia, reveló en la noche del mismo jueves las resoluciones por medio de las cuales se crearon cupos de crédito en el Banco de la República por cinco mil millones de pesos, con los cuales se esperaba superar la catástrofe. El gerente local en Popayán del entonces Banco Central Hipotecario (BCH), Eduardo Nates López, inició las acciones inmediatas para otorgar préstamos de vivienda, así como lo hicieron también el Instituto de Crédito Territorial y otras entidades afines. El diseño del plan de acción para enfrentar la tragedia contó con una línea de crédito abierta para las gentes de Popayán que resultaron afectadas, programa para iniciar a corto plazo la reparación y reconstrucción de viviendas. La Junta Monetaria le otorgó a este banco un cupo de crédito por tres mil quinientos millones de pesos. Las condiciones financieras de los préstamos otorgados fueron: Reconstrucción 15 años, reparación 8 años. Periodo de gracia 3 años. Reparación 2 años. Tasa de interés para reconstrucción: 18 por ciento. Tasa de redescuento 15 por ciento. “Se brindaron préstamos a todas las personas afectadas y se disminuyeron los documentos de trámite para la adquisición de las viviendas. Los créditos, que antes eran dados en un mes, fueron otorgados en cinco días. Se tramitaban con enorme rapidez”, recuerda Nates López. Los criterios para la adjudicación de los mencionados créditos se harían con base en la proporción de los daños sufridos. El Sábado Santo, dos días después del sismo, el BCH abrió sus puertas para que la gente que resultó damnificada se inscribiera para la solicitud de crédito, asegura Nates López. “Fue un primer recurso. Queríamos darle un poco de esperanza a los afectados, sin embargo, fue como arrojar un lazo sin saber quién lo halaría del otro lado. En ese caos, nos tocaba confiar en la gente”. La supervisión realizada por parte del BCH solo funcionó en las semanas subsiguientes a la tragedia. Nates considera que la mayoría de los beneficiarios actuaron de buena fe, aunque no descarta que algunos pocos especuladores se aprovecharan de la situación. A Juan Bautista, mecánico en esos días, el terremoto le dio una casa. Fue su única oportunidad para conseguirla. No se alegra de la catástrofe, pero su casa, es el mayor recuerdo de aquel 31 de marzo. “Al pedir prestado el crédito en el BCH fue evidente que tras unos días eso se convirtió en todo un negocio. Había personas que decían: «usted vaya allá… y diga que no tiene casa, y yo se la compro, a mi me interesa el lote»”.

El Banco Central Hipotecario otorgó aproximadamente cuatro mil créditos para reconstrucción y reparación de vivienda que, posteriormente, buena parte de los usuarios no pudo pagar.

Foto: José María Arboleda

La Consultoría en Riesgos y Desastres, en su evaluación de riesgos naturales en Colombia, afirma que se hizo el otorgamiento de 2500 créditos para la reconstrucción de viviendas en barrios populares, plan para el que se destinaron trescientos setenta y cinco millones de pesos. Por su parte, Nates recuerda que se otorgaron aproximadamente 2.500 créditos para la reconstrucción de vivienda y 1.500 para reparación. Muchos consideran que “la ciudad quedó hipotecada”. Comienzan los problemas En 1985, el Congreso de la República expidió la ley 132 del mismo año, mediante la cual aumentó el cupo referido en mil quinientos millones de pesos y se modificaron de manera favorable las condiciones del crédito a los deudores, extendiendo los plazos hasta 20 años y bajando los intereses. Sin embargo, en 1997 el Banco Central Hipotecario preparó una cuenta de cobro a cerca de tres mil deudores beneficiados con créditos a raíz del sismo. Ante las protestas por parte de los morosos, esta cuenta de cobro fue hasta los tribunales del Cauca y finalmente al Consejo de Estado, donde se decidió que el BCH podía practicar el cobro correspondiente. Al expedirse los nuevos pagarés empezó una guerra jurídica entre la entidad financiera y aquellos beneficiados por los préstamos. Para el Banco de la República y para el mismo BCH era claro que sobre los cupos de crédito, ya sean de descuento o redescuento, debía entenderse que se causaban intereses durante el periodo de gracia y que estos eran aplicables únicamente para la amortización del capital. Sin embargo, algunos de los deudores comenzaron a interponer demandas ante instancias judiciales del Cauca, pues consideraban injustos los cobros durante el periodo de gracia. Nates López afirma que el periodo de gracia fue concebido como un espacio en el que no se

cobraban intereses, lo cual no quería decir que no existieran, simplemente se acumulaban. Los jueces de Popayán interpretaron de manera diferente lo que pensó el BCH y el Banco de la República. Una sentencia del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Popayán, del 19 de diciembre de 1995 señaló: “Ahora bien sobre la refinanciación de los créditos de emergencia, este Tribunal ha expresado… Para que haya plena claridad sobre este asusto de los créditos por razón del terremoto de 1983 (quiere explicar el Tribunal) que durante el periodo de gracia no se causan intereses, ni hay que pagar suma alguna por ningún concepto”. Y en sentencia del 15 de diciembre de 1995, el Tribunal Superior de Distrito de Popayán, señaló también que ninguna de las normas expedidas para resolver el problema de la reconstrucción de Popayán, fijaron plazos de amortización gradual, por lo que no se podía hablar de moras. Es decir, el punto de discordia estaba en si se causaban intereses o no, durante un periodo de gracia. En 1999 el ministro de Hacienda, Juan Camilo Restrepo, elevó consulta al Servicio Civil del Consejo de Estado y este tribunal señaló que efectivamente durante un periodo de gracia se causan y pagan las obligaciones que no hayan quedado expresamente compedidas en dicho beneficio. También dispuso que se debían pagar solamente los intereses corrientes a la tasa del seis por ciento anual. “La cuenta por la que se enfrentan payaneses y el BCH asciende a los 25.353 millones de pesos”, publicó el periódico El Tiempo en el año 1999. Luego de 30 años, Nates López considera que las denuncias presentadas ante los juzgados de esta ciudad fueron justas y eran la respuesta ante la inoperancia del gobierno de darle una solución definitiva a los payaneses que permitiera pagar las deudas contraídas después del sismo. Pero los deudores creyeron que el cobro de los

créditos fue un capricho del banco y consideraron que éste era el culpable de aquella presión económica. “Siempre he pensado que hay, aún, una injusticia con el BCH. Los dineros que le fueron otorgados al banco para la situación que vivía Popayán no eran propiamente suyos, nosotros solo cumplimos con administrarlos. Por otra parte, el gobierno, a través del Banco de la República, le cobró el dinero al banco a través de sus fondos. Así, el BCH terminó siendo el malo ante la ciudadanía. La gente se acuerda únicamente de quien les cobra pero no de quien les presta”. En febrero del 2004 fue liquidado el Banco Central Hipotecario tras una grave crisis financiera y administrativa. Superada la tragedia de aquel Jueves Santo, la deuda asumida por los payaneses fue para Popayán otro terremoto. Sobre lo que quedó en pie, la ciudad se levantó de nuevo.

Foto: José María Arboleda

Seis días faltaban para que Viviana Portilla viese por primera vez la luz del mundo. Su madre se encontraba preparando el café de la mañana, cuando fue sorprendida por un sismo de 5,5 grados en la escala de Richter. Dieciocho segundos después, toda la ciudad se había convertido en un caos. Las escenas de edificios destruidos, los cadáveres entre los escombros y la incertidumbre de no saber qué pasaría con sus vidas, marcarían para siempre a los habitantes de Popayán. Actualmente Viviana es una madre de familia y profesora de bachillerato a punto de cumplir 30 años. Recuerda que para aquel entonces sus padres vivían en el barrio La Esmeralda. “Cuando empezó el terremoto, mi madre se hizo en el umbral de la puerta con mi papá. Afortunadamente ella mantuvo la calma en ese momento”. Su casa no sufrió mayores daños. Sin embargo, la tragedia no estuvo muy lejos: la pared de su vecino se vino abajo, decapitándolo de inmediato. “Es uno de los recuerdos más tristes que tiene mi mami de aquel día”, asegura Viviana. Una semana después se llevó a cabo su parto en el Hospital San José, hasta donde llegaron sus padres en un taxi. Ni en el transporte ni en el alumbramiento enfrentaron mayor complicación. Según cuenta Viviana, el terremoto se ha convertido en un tema constante en su vida desde que lo escuchó de boca de su madre cuando tenía cinco años. Al enterarse la mayoría de personas de que la fecha de su nacimiento fue muy cercana a la del sismo, la curiosidad no se hace esperar, mientras ella relata la misma historia una y otra vez. De su niñez recuerda haber sido sobreprotegida por sus padres y sufrir de un excesivo nerviosismo, el cual, tanto ella como su progenitora atribuyen en parte a aquel traumático desastre natural. “Mi mami piensa que de pronto fue a raíz del terremoto, pues a pesar de que ella estuvo tranquila, de todos modos el ambiente en esos días era tenso y de preocupación por un nuevo temblor”. Curiosamente, no es la única que dice experimentar dicha sensación de forma exagerada. José Luis Muñoz, cantante vallenato y locutor de origen payanés, quién también nació el año del terremoto, cuenta cómo su hermano menor fácilmente puede mantener la calma y continuar recostado en la cama cuando se presenta un movimiento telúrico. Para él, en cambio, “son momentos en los que la angustia me gana la partida y caigo en una especie de nerviosismo que va más allá de lo que puedo soportar… Yo puedo estar dormido y si siento el menor movimiento de la tierra, me desespero y tengo que salir volando de la casa. Y por más que yo digo «no pasa nada», es algo que está dentro de mí”. Al intentar dar una explicación, José Luis afirma: “yo soy muy apegado a lo que dicen, por ejemplo, los abuelos: que todo lo que vive la madre en el periodo de gestación, de una u otra manera

La conmemoración, oportunidad para alejar temores

José Luis Morales Zúñiga joselmozu@gmail.com

Dos jóvenes que nacieron en Popayán en 1983 hablan sobre los miedos y las angustias que también dejó en ellos el sismo que sacudió a la ciudad. Eventos traumáticos vividos por la madre en etapa de gestación pueden afectar el desarrollo emocional de las personas. se le transmite al bebé”. Y es que aunque imagina lo duro que fue para su madre el afrontar dicha situación estando embarazada, manifiesta no tener palabras suficientes para describir un momento tan trágico como el que ella y todos los habitantes de Popayán vivieron aquella mañana. Luz Angélica Rebellón, psicóloga especialista en neuropsicología infantil, asegura: “aunque es posible que eventos traumáticos vividos por la madre en etapa de gestación afecten el desarrollo emocional del niño, una vez que éste haya nacido se deben reafirmar ciertos patrones de comportamiento para evitar generarle ansiedades o angustias”. Ella aclara que existen ciertas conductas aprendidas por el niño, como salir corriendo en caso de una emergencia, que usualmente los padres no orientan de forma adecuada, por desconocimiento del tema. A causa de haber nacido el año del terremoto, José Luis siempre ha sentido una especial curiosidad por

aquel suceso, pues considera que este es un evento relevante no sólo para la historia de la ciudad, sino para la suya. Por eso ha indagado sobre lo que aconteció aquel día y aún hoy sigue haciéndose muchos cuestionamientos al respecto. Sin embargo admite que a veces debe cohibirse un poco de tocar el tema con su familia: “digamos que no le he dado la importancia necesaria sabiendo de antemano el estado en el que se pone mi madre al presenciar un movimiento telúrico. Eso también ha hecho que me guarde ciertas preguntas o que ese tema no lo toquemos porque de pronto hay alguna pregunta que no es bien recibida.” Por su parte, la familia de Viviana siempre se ha tomado con calma los sismos que han experimentado desde entonces, actuando con cabeza fría como aquella vez. Probablemente ese sea un factor que les ha permitido hablar de aquel día en más de una ocasión, así como ella lo hace ahora Foto: José María Arboleda

con su hijo. Pero, respecto al nerviosismo que le provocan, comenta que ha sido constante y que ha tenido que controlarlo para poder ejercer bien su trabajo: “de pronto no sería tan nerviosa si no hubiera tenido tanta sobreprotección, pues eso a la larga hace daño porque se vuelve uno muy tímido”, admite. Dichas conductas pueden provocar dificultades en la crianza de los niños, explica la psicóloga Rebellón: “el pensar «si no perdí a mi hijo durante el terremoto, voy a tener cuidado para que no le pase algo después». Ese tipo de actitudes, son miedos infundados que coartan la libre expresión de la persona.” Así mismo resalta que “para algunas personas esa situación generó actitudes que quizás no se tenían, como liderazgo; mientras que en otras presentó situaciones que a nivel emocional afectaron su conducta: tener miedo, sentir que los iban a robar, etc. Las reacciones dependen de cada vivencia personal”. A 30 años del terremoto, son muchas las experiencias e historias que tanto Viviana como José Luis han escuchado y vivido en Popayán. Hoy en día ambos analizan la ciudad y concuerdan en que tal vez el movimiento telúrico permitió el nacimiento de una renovada religiosidad en la capital caucana. Y coinciden también en asegurar que la ciudad no está preparada para afrontar un evento de similares magnitudes. Según considera José Luis, el recuerdo del terremoto no debe ser algo que sólo se reviva cada año en Semana Santa, como un hecho aislado. Desde su perspectiva, las nuevas generaciones de payaneses deben conocer la situación a fondo, lo que sucedió política, geográfica y socialmente con la ciudad. Con tal planteamiento concuerda Rebellón, quién ve en la conmemoración de este suceso, la oportunidad de generar cultura y educar a las nuevas generaciones de forma que les permita superar los miedos y temores, a la vez que los impulse a aprender de los errores del pasado. “La idea es que las personas hayan desarrollado estrategias de afrontamiento adecuado para poder desenvolverse mejor ante ciertas situaciones. Aunque también tiene mucho que ver la personalidad, no todos reaccionamos igual ante un mismo hecho”. “No creo que la ciudad esté preparada para afrontar un evento similar, aunque tal vez haya más tecnologías en los Bomberos o la Cruz Roja”, dice José Luis. Para Viviana: “en caso de que volviera a ocurrir un terremoto, lo único que se generaría sería un caos porque no sabríamos qué hacer”. Así, aunque saben que un nuevo sismo es algo impredecible, esperan que la ciudad nunca tenga que volver a presenciar un desastre de tales magnitudes. Más aún, esperan que ninguna madre viva de nuevo esa experiencia, para que así ningún hijo nazca de nuevo con el fantasma del terremoto.


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