Un siglo de veterinarios de asturias

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16 un siglo de veterinarios en asturias

los profesores de quien guardo un afectuoso recuerdo. Entre sus amigos, se contaba Salustiano Fernández Llamazares, que ejercía en Noreña y Enrique Robla Contreras, que trabajaba en Siero, simpático personaje y compañero de festines de don Toribio. Enrique no solo comentaba nostálgico sus experiencias en las tierras del Principado, sino que tenía a gala conservar la musiquina del bable, que a mi me resulta familiar desde la infancia, por los muchos asturianos que pasaban sus vacaciones estivales en mi villa natal de Vegamián. Años más tarde, cuando ingresé en el Cuerpo Nacional Veterinario (1953), me relacioné con numerosos compañeros que ejercían, o habían ejercido, en la entonces provincia de Oviedo, en muy diversas circunstancias. Por Eliseo Fernández Úzquiza supe de su etapa de director de la Estación Pecuaria Regional de Asturias, en Somió, y de la comprometida misión que le encomendó el gobierno republicano, al estallar la guerra civil, que fue, nada menos, hacerse cargo de las posesiones rurales de doña Carmen Polo, esposa del general Franco, servicio que lo llevó a la cárcel al liberarse —en la terminología de la época— Asturias. Después tuve la oportunidad de relacionarme con Francisco Mombiela Senao, quien sucedió a Úzquiza en la dirección de la Estación Pecuaria asturiana, cuando yo ocupaba el cargo similar en la de León. Julio Ochoa Uriel, Jefe Provincial de Ganadería, médico y odontólogo, y Luis Rodríguez Ovejero, jefe de los servicios veterinarios del Ayuntamiento de Oviedo, eran figuras destacadas de la profesión, con prestigio en la sociedad ovetense, cuya reputación yo conocía mucho antes de poder entablar relación personal con ellos. Otros veterinarios, unos titulares, como Manuel Fresno Torres, Félix Martínez Marco y Benigno Rodríguez quien, tras ejercer en Villamayor ingresó en el Cuerpo Nacional Veterinaria, ocupó la Jefatura de Ganadería de León y enseñó Zootecnia en la Facultad de León, a mi entre otros. Como él, Benito Fernández García-Fierro, muchos años veterinario titular en Asturias y Galicia, que ingresó en el Cuerpo Nacional Veterinario; los hermanos Borge Torrellas, en Oviedo Francisco y en Pola de Siero Carlos; y Manuel Rodríguez García, incansable en su labor de divulgación veterinaria, que tanto batalló en Pola de Lena, por citar aquellos con los que he tenido más relación. Forman legión mis ex-alumnos contratados para las campañas de saneamiento ganadero y la inseminación artificial, que tan espléndida tarea desarrollaron en favor de la ganadería asturiana, en condiciones muy duras, con inestables contratos y mezquinos salarios. Sería interminable la relación de todos ellos, pero sirvan como modelo Dionisio Cifuentes Zarracina y Manuel Cima García, ambos miembros del Cuerpo Nacional Veterinario, que han logrado sólido prestigio. La Veterinaria por la que tanto luchó don Félix Gordón Ordás antes y durante la II República, había conquistado,

por fin, el Boletín Oficial del Estado, la Gaceta de sus tiempos, como él decía, y había quebrado muchos de los esquemas ignorantes o interesados de quienes le negaban el carácter «liberal y científico» del que hablaba la Pragmática de los Reyes Católicos en 1500. El problema no ha sido exclusivo de España, pues incluso en Francia, donde se crearon las primeras Escuelas de Veterinaria, las dificultades de los veterinarios para alcanzar en la sociedad civil y en los ejércitos la consideración que su preparación científica y cultural reclamaba, no han sido menores que las que padecieron nuestros predecesores, como acredita Ronald Hubscher en su obra Les maîtres des bêtes. Les vétérinaires dans la société française (xviie-xxe siècle), Editions Odile Jacob, París, 1999). Ciertamente, no fue tarea fácil, pero la conquista se asentó sobre el trabajo bien hecho y no dependió de graciosas concesiones, que siempre están pendientes de los cambios de humor de los poderosos. Aquel esquema administrativo de la Veterinaria que proponía don Cayetano López y López, ilustre ex-alumno de la Escuela leonesa, con la fórmula: 5-50-5.000 (5 inspectores generales en el Consejo Superior Pecuario, 50 Jefes Provinciales de Ganadería y 5.000 inspectores municipales veterinarios, futuros veterinarios titulares) sonaba a utopía, porque, si bien los puestos del Cuerpo Nacional Veterinario contaban con plazas establecidas en los presupuestos generales del Estado, otros servicios de Sanidad y demás administraciones públicas estaban en precario y los veterinarios de los ayuntamientos dependían de éstos, en condiciones no poco lamentables. La competencia con que unos y otros ejercían sus funciones acabó imponiéndose y se logró la consolidación de sus plazas, como ocurrió también con los servicios en diputaciones y otras entidades. Ni soñando, hubieran alcanzado a pensar los luchadores por la elevación del nivel científico y social de la Veterinaria que podrían ver ministros del gobierno, rectores de universidad y consejeros de Estado con el único título de licenciados o doctores en Veterinaria. No podemos olvidar que estos progresos fueron posibles gracias a la presión que significó la plétora, que permitió consolidar los campos tradicionales del ejercicio profesional y conquistar otros nuevos, eso sí, a costa del sacrificio de aquellos que recibieron el nombre de «postgraduados», a los que la Veterinaria española podría dedicar un monumento al estilo del que honra la memoria del soldado desconocido. En Asturias, en los 100 años que se conmemoran, se han escrito muchas páginas de esta historia. Para terminar, deseo expresar mi reconocimiento a cuantos han ejercido con plena dignidad la profesión, desde la más remota aldea, hasta los cargos del máximo relieve. Que, en los próximos 100 años, la Veterinaria asturiana vivat, crescat et floreat!


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