106 un siglo de veterinarios en asturias
La «pita pinta» se salvó gracias al esfuerzo del veterinario Rafael Eguiño, que logró recuperar el fenotipo original de la especie. 1 Rafael Eguiño.
fueron precisamente un estímulo para la conservación de los cerdos. Se hacen ahora esfuerzos denodados para preservar a los escasos supervivientes. Esa preservación fue posible y eficaz gracias al esfuerzo individual de un veterinario, Rafael Eguiño, en el caso de la «pita pinta» asturiana. En la década de los ochenta, debido a razones profesionales, Eguiño recorrió gran parte de la Asturias rural y se encontró en algunos lugares con un pequeño tesoro biológico: un atavismo de plumaje negro y blanco que conservaban ciertos paisanos porque «yeren les pites d’enantes». En el amplio catálogo de desgracias de las razas pecuarias asturianas figura en lugar destacado, entre las causas comunes de su recesión, el mayor rendimiento económico de razas competidoras, diseñadas genéticamente en aras de una ganadería intensiva. Por eso resulta gratificante el amor de tales paisanos hacia un bicho que picoteó nuestro suelo durante milenios, y al que la irrupción de la avicultura industrial en la década de los cincuenta a punto estuvo de jubilar de su avezado oficio en desenterrar lombrices. Rafael Eguiño exhumó aquellas «pitas
de caleya» y, tras diez años de cuidadosa selección de ejemplares y de recuperación de su fenotipo original, logró reintroducir la historia en los gallineros de la patria querida. Gracias a los campesinos, avicultores aficionados y grupos conservacionistas que la acogieron, la «pita pinta» rediviva vuelve con entusiasmo a levantar tapinos y aterrorizar merucos. Pero el mérito principal tiene solamente un nombre, porque solitario fue el trabajo de nuestro veterinario en la recuperación de la raza. Hay otro animal indígena de nuestra ganadería para el que se reclama más promoción que protección, ya que se trata de un insecto y a ellos, en este caso por fortuna, no resulta fácil extinguirlos: se trata de la variedad asturiana de la apis mellifera iberica, es decir, de la abeja propia del conjunto peninsular. En lo etnológico, y al margen de cuestiones estéticas de difícil valoración, se diferencia la abeja asturiana de la mesetaria y sureña en que tiene la lengua más corta y los pelos más largos, adaptaciones morfológicas al entorno en que le ha tocado libar y vivir. Según un estudio de María Muñiz Galarza que le sirvió para su tesis doctoral en Veterinaria, «al quedar clasificada como una subpoblación o ecotipo adaptado a las condiciones de la región, con características