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EDITORIAL
DE VACUNAS Y DEONTOLOGÍA
Desde que el pasado 27 de diciembre se pusiera la primera vacuna contra el coronavirus a una mujer de 96 años en Guadalajara, han transcurrido siete meses en los que la sociedad ha demostrado su enorme capacidad de organización y responsabilidad para enfrentarse y superar un problema que nos afecta a todos. Larga colas, multitud de sanitarios trabajando sin descanso, esperas, turnos, y la aceptación, sin más, de que —con independencia de que sea una u otra la que toque— lo que prima por encima de todo es actuar con conciencia de que somos parte de un todo, de una comunidad que avanza unida, para la consecución de un bien común fundamental: sobrevivir.
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Los tiempos que vivimos se han caracterizado en los últimos años por un individualismo extremo, reforzado por un sistema económico feroz que silenciosamente se ha asentado y nos ha ido amordazando sin darnos apenas cuenta para devorar, poco a poco, nuestra conciencia de grupo, fundamental para poder seguir avanzando en el mantenimiento del estado de bienestar por el que tanto hemos luchado. Pero la pandemia ha hecho emerger de nuevo lo mejor de nuestra colectividad y hemos recuperado lo que creíamos estar olvidando: que trabajando unidos somos fuertes y salimos adelante.
Como en cualquier profesión, en la abogacía también nos está ocurriendo algo similar. Somos un colectivo que en los últimos años se ha impregnado de ese individualismo asfixiante que nos va poniendo cada vez más obstáculos con los que impedirnos avanzar hacia una meta común. Y aunque nuestra conciencia de grupo sobrevive y gracias a ella nos mantenemos firmes frente a las nuevas formas de ejer-
cer la profesión, debemos esforzarnos por recordar que, inevitablemente, los unos sin los otros no somos nada, ni vamos a conseguir nada.
Si para luchar contra el coronavirus se han inventado las vacunas, frente a nuestra pandemia particular existe el Código Deontológico, de cuyo cumplimiento y respeto desgraciadamente se están olvidando tantos. En su preámbulo reza: “La dignidad, como modo de comportamiento, debe impregnar todas las actividades profesionales de quienes ejercen la abogacía, ya que esta está al servicio del ser humano y de la sociedad. Por eso, debe preservar no solo la propia, sino la de sus clientes, de sus compañeros y de los contrarios, tratándoles con distinción, deferencia y respeto, sin olvidar que sus actuaciones repercuten en la profesión entera”. Al igual que para salir de la pandemia la vacunación depende de la concienciación del conjunto de la ciudadanía, los abogados y abogadas debemos esforzarnos por respetar las normas que regulan nuestra profesión.
El Colegio de Abogados de Valladolid ha sido siempre consciente de ello, sabedor del ejemplar comportamiento que ha caracterizado a sus colegiados y colegiadas, tampoco ignora que los nuevos aires viciados empiezan a fluir y a extenderse como el virus, por lo que ha venido recordando a todos cuáles son las normas deontológicas con las que debemos vacunarnos para garantizar que el ejercicio esta preciosa profesión siga haciéndose de una manera digna, leal y respetuosa entre nosotros. Porque, a fin de cuentas, el que nuestro colectivo luche unido para que “la honradez, probidad, rectitud, lealtad, diligencia y veracidad” sigan siendo las virtudes que adornen nuestras actuaciones es una decisión individual.
Aunque nuestra conciencia de grupo sobrevive y gracias a ella nos mantenemos firmes frente a las nuevas formas de ejercer la profesión, debemos esforzarnos por recordar que, inevitablemente, los unos sin los otros no somos nada, ni vamos a conseguir nada