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REPORTAJE

La condena a garrote vil en España

Por Ana Mª Ruanova Aranaz, abogada

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La pena de muerte, por suerte, ya no forma parte de nuestro ordenamiento jurídico, y es por ello que podemos explicar un poco su historia sin un nudo en la garganta y sin que nos tiemblen las manos.

El garrote vil fue introducido en España como único método de ejecución legal por el rey Fernando VII. Este, en desacuerdo con toda disposición literal, reinstauró la horca —Decreto de 4 de Mayo de 1814— pero finalmente, debido a la presión social, cedió y determinó la definitiva adopción del garrote en 1832: “Para señalar con este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la reina mi muy amada esposa — Mª Cristina de BorbónDos Sicilias—”.

Había tres tipos de garrote: el noble, el ordinario y el vil, que simplemente se diferenciaban por su puesta en escena, pero en definitiva, por mucha distinción que hubiera, a la hora de la verdad el reo se encontraba ante el mismo collarín metálico que arrebataría su vida. Esta absurda distinción provenía del Antiguo Régimen y se abolió en 1848.

El Código Penal español de 1848 establece en su artículo 89 que “la pena de muerte se ejecutará en garrote sobre un tablado”, eliminando cualquier otra distinción o método de ejecución.

La Constitución Española de 1978 abolió la pena de muerte, manteniéndose en el Código de Justicia Militar para tiempos de guerra. En 1983, España ratificó el II Protocolo de las Naciones Unidas y el VI Protocolo Europeo.

Algunos de los últimos ajusticiados a garrote en España

El anarquista catalán Salvador Puig Antich y el alemán Georg Michael Welzel, ejecutados el mismo día en el año 1974 con escasos minutos de diferencia, fueron los últimos de una larga lista. La heroína liberal Mariana Pineda; el bandido Luis Candelas; el cura Merino; el Sacamantecas o Higinia Balaguer, autora del crimen de Fuencarral y la última ejecutada en público

Había tres tipos de garrote: el noble, el ordinario y el vil, que simplemente se diferenciaban por su puesta en escena

en Madrid, son algunos de los ajusticiados a garrote vil. Aún hubo un condenado más en 1977, José Luis Cerveto, conocido como el asesino de Pedralbes, pero fue finalmente indultado.

Me quiero centrar y ahondar un poco más en el último ajusticiado por este mismo método en Valladolid, que fue Pedro Morejón Fernández, el Mosco, obrero agrícola, soltero de 21 años. El 5 de diciembre de 1952 en Villamuriel de Campos —Valladolid— se aburría junto a su casa cuando una vecina cruzó junto a su puerta cuando venía de misa y recordó que la solitaria mujer acababa de vender hacía poco una tierra, por lo que la estranguló.

El Tribunal calificó los hechos como robo con homicidio y le condenó con las agravantes de desprecio de sexo en la propia morada de la ofendida y alevosía, ante el carácter “joven y hercúleo” del agresor.

La Sala Segunda del Tribunal Supremo se limitó a confirmar la sentencia, lo que hizo que se esfumara la penúltima posibilidad para evitar el garrote. Cerrada la vía judicial, solo quedaba el auxilio de la política, marcada en la época por la ejecución de sentencias que pretendían mostrar una ejemplaridad a los ciudadanos, haciendo presagiar escasas esperanzas.

La Cofradía de la Piedad, cuya labor de asistencia y amparo a los penados era tradicional desde su fundación, ayudó también al Mosco cuando, en la madrugada del

14 de febrero de 1955, compartió con él la última cena y se hizo cargo de su cuerpo. Con sus arcas se pagó el nicho para su sepultura y la tuvo en propiedad durante 30 años.

Como es tradicional en la Semana Santa de Valladolid, los abogados nos encontramos en la Audiencia Provincial con esta cofradía para indultar —cuando se puede— a un reo y continuar la procesión con los cofrades, el decano, compañeros, miembros del Colegio de Médicos y demás autoridades.

Imagen de uno de los dos juegos de garrote que se conservan en la biblioteca de la Audiencia Provincial de Valladolid

A los 40 años de la abolición de la pena de muerte en España (por la Constitución de 1978), algunas audiencias españolas comienzan a rescatar de sus trasteros los garrotes para exhibirlos en sus vitrinas.

La vida y la muerte forman parte de nuestra existencia como seres humanos, no para poder disponer de la vida y la muerte a nuestro antojo, sino porque es parte de nuestra naturaleza.

La muerte como condena, como castigo ante la comisión de un delito, ha sido desterrada, porque va en contra de nuestra Constitución y de todo nuestro ordenamiento jurídico.

Las penas hoy en día tienen como finalidad la corrección, reinserción, rehabilitación y arrepentimiento del delincuente y nunca se llegaría a esta finalidad con la muerte del reo.

La Cofradía de la Piedad, cuya labor de asistencia y amparo a los penados era tradicional desde su fundación, ayudó también al Mosco

La muerte es ineludible pero incierta; algún día sucederá aunque no pensemos demasiado en ello, porque no sabemos cuándo se acabará el reloj del tiempo para nosotros. Cuando ese momento pierde la incertidumbre y pasa a ser cierto, el condenado sabe que su momento ha llegado, que van a poner fin a su vida de una manera terrible y sin posibilidad de retorno; es necesario hacer estas reflexiones y no dejarse llevar por la ira ante hechos que acontecen a diario.

Finalizo con la frase de Víctor Hugo que dice: “¿Y qué queréis enseñar con vuestro ejemplo? Que no hay que matar. ¿Y cómo enseñáis que no hay que matar? Matando”.

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